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al socialismo científico
Engels, Friedrich
Del socialismo utópico al socialismo científico. - 1a ed. -
Buenos Aires : Luxemburg, 2012.
188 p. ; 21x14 cm. - (Batalla de ideas / Atilio Alberto Boron)
ISBN 978-987-1709-16-8
Distribución
Badaraco Distribuidor
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Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Email: badaracodistribuidor@hotmail.com
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ISBN 978-987-1709-16-8
Gabriel Badaraco
Ivana Brighenti
Paola Gallo Peláez
Marcelo F. Rodriguez
Impreso en Argentina
Sumario
Estudio Introductorio
Pérdida y recuperación de la utopía
Fernando Lizárraga 9
I 129
II 145
III 155
[1] Las citas tomadas de textos originales en idioma inglés fueron traducidas por el
autor de este Estudio Introductorio.
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Fernando Lizárraga
Entwicklung des Sozialismus von der Utopie zur Wissenschaft, que debe
traducirse como El desarrollo (o la evolución, o el despliegue) del socialis-
mo desde la utopía hasta la ciencia (el título de la presente edición, Del
socialimo utópico al socialismo científico, conserva el sentido del origi-
nal en alemán)[2]. La clave del problema –que retomaremos en las
siguienes páginas– reside en que la palabra Wissenschaft se traduce
normalmente como ciencia, pero la voz germana designa un modo de
conocimiento mucho más amplio y que posee menos resonancias
positivistas que las voces inglesa, española o francesa (Jameson,
2005: 48). Por lo tanto, es preciso establecer sin dilación que el so-
cialismo científico no es lo contrario del socialismo utópico, sino
(acaso) su consecuencia necesaria; no marca una ruptura absoluta,
sino una superación de los primeros escarceos de los utópicos.
El presente volumen comienza con un extenso prólogo a la edi-
ción inglesa, escrito por Engels en 1892. No se trata de una actuali-
zación ni de un resumen de la obra principal; se trata, en cambio,
de un texto pensado para brindar algunas claves sobre el contexto
de producción de la obra, su breve historia y su relevancia para
los lectores ingleses. Por un lado, Engels muestra cómo el mate-
rialismo histórico tiene raíces en el pensamiento y en las luchas
políticas británicas y, por otro, realiza una precisa descripción de la
dinámica de las clases en Inglaterra, cuestión que venía analizando
con singular maestría desde su arribo a ese país a principios de la
década de 1840. El texto principal, Del socialismo utópico al socialismo
científico, está a su vez dividido en tres partes, ingeniosamente con-
cebidas para presentar de manera didáctica, pero no simplista, los
elementos centrales de la concepción materialista de la historia.
Esas partes son versiones adaptadas de otras tantas tomadas del
Anti-Dühring, obra que Engels había publicado por entregas entre
1877 y 1878, y a la que el propio Marx contribuyó con la redacción
del capítulo sobre economía política[3].
[2] En Estados Unidos, la primera edición fue publicada por el periódico The People,
en 1892. La traducción se hizo directamente del alemán y por ello se adoptó el título
correcto: The development of socialism from utopia to science.
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textos en formato de libro, con el título La subversión de la ciencia por el señor Dühring, se
publicó en 1878. Marx escribió el Capítulo X de la Segunda sección.
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[4] En sus notas biográficas sobre Marx y Engels, el Che Guevara apunta: “Engels su-
peraba a Marx en la velocidad con que captaba el punto central de la cuestión y en la
facilidad para llegar a él, con una prosa llana, sin vericuetos. Pero nos da la impre-
sión de que no le gustaba estrujar su pensamiento a fondo, abusando de su facilidad
‘periodística’ para el enfoque y tratando el tema, si no a la ligera, con mucha menos
profundidad que Marx” (Guevara, 2006: 33).
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[6] Nos detendremos solamente en aquellos aspectos de la biografía de Engels que son
relevantes para la lectura de susc. Un excelente esbozo biográfico puede hallarse en el
ya mencionado estudio preliminar de Alejandra Ciriza (ver Engles, 2007).
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[7] Seguimos, a grandes rasgos, los datos e interpretaciones presentados por Gareth
Stedman Jones (1977) en su estudio sobre la obra temprana de Engels.
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[9] Según Robert Owen, las tres cuartas partes de la población británica, doce millones
de personas, vivían en la pobreza a principios del siglo xx (Owen, 1813: 5).
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[11] Para una notable explicación del origen y el desarrollo del materialismo dialécti-
co, ver Kohan (2003b).
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En este mismo sentido, Lenin señaló que Engels fue “el primero en
decir que el proletariado no sólo es la clase sufriente, [sino] que,
de hecho, la desgraciada condición económica del proletariado es
aquello que lo empuja irresistiblemente hacia adelante y lo impele
a luchar por su emancipación final” (Lenin, 1991: 18). En tiempos del
líder bolchevique estas ideas ya eran un lugar común, pero Engels
fue un pionero al insistir en el potencial de autoemancipación del
proletariado en el marco del capitalismo de la gran industria.
No faltará quien diga que Engels se limitó a recoger ideas que ya
circulaban entre los movimientos y las organizaciones proletarias in-
glesas de su tiempo. No obstante, lejos de ser un cuestionamiento,
esto logra resaltar el ingenio de Engels para organizar esas ideas en
un esbozo que daría origen a una teoría más articulada a partir del
trabajo cooperativo con Marx. En definitiva, “aquello que distinguía
a Engels de muchos de sus contemporáneos era un profundo descon-
tento con su propio origen y su ocupación”, y “esto lo dispuso no sólo a
aprender acerca de, sino también de los trabajadores”, entablando con-
tactos personales y considerándose parte del movimiento (Stedman
Jones, 1977: 104; énfasis propio). En tiempos en que buena parte del
marxismo se ha transformado en un discurso hiperespecializado,
fuertemente academicista, casi inaccesible y alejado de las luchas
reales de la clase trabajadora, la actitud de Engels constituye un bien-
venido recordatorio sobre la necesaria unidad entre teoría y práctica.
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[12] Michael Löwy (2006) sostiene que Engels le prestó mucha más atención que Marx
a las cuestiones religiosas, quizás a causa de su propia formación pietista.
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Parece ser una ley del desarrollo histórico el que la burguesía no pueda
detentar en ningún país de Europa el poder político –al menos, duran-
te largo tiempo–, de la misma manera exclusiva con que pudo hacerlo
la aristocracia feudal durante la Edad Media (pág. 120; énfasis propio).
Hacia finales del siglo xix, entonces, los obreros ingleses se en-
cuentran férreamente disciplinados por la astuta combinación
[15] Cabe remarcar que estas palabras fueron expresadas apenas tres años antes
de redactar la “Introducción” a La lucha de clases en Francia, la cual, mutilada por
la conducción del spd, muestra a un Engels rendido ante los embrujos de la vía
parlamentaria.
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El socialismo moderno
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[16] Para un análisis crítico de la “teoría del reflejo”, ver Kohan (2003b).
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Los utopistas
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[17] El igualitarismo liberal, gestado en torno a la obra de John Rawls, es una de las
expresiones más sofisticadas del prioritarismo en la escena filosófica contemporánea.
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[19] En términos prácticos, Fourier había calculado que bastaba con que alguien dis-
pusiera como mínimo de unos 100 mil francos para crear el primer falansterio y así,
en poco tiempo, cambiar completamente la faz del mundo (Fourier, 2008: 40).
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[20] En otros escritos, Engels y Marx criticaron con aspereza el aspecto meramente
utópico de los bonos de trabajo propuestos por economistas como Rodbertus y John
Gray (ver Engels, 1884).
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[22] En La ideología alemana, Marx y Engels (1973) llegaron a afirmar: “Conocemos una
sola ciencia, la ciencia de la historia”. Quizá por falta de tiempo no alcanzaron a de-
sarrollar esta tesis y la tacharon en el manuscrito que luego entregaron “a la crítica
roedora de los ratones”.
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se convierte en una ciencia, que sólo nos queda por desarrollar en todos
sus detalles y concatenaciones (pág. 153; énfasis propio).
Ingenieros y parteras
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[23] En su obra sobre Feuerbach, Engels utiliza la frase del Fausto de Goethe –“todo lo
que existe merece precer”– al analizar las implicancias de la tesis hegeliana de que
“todo lo real es racional” (Engels, 2000). Por su parte, Marx la incluye en las páginas
iniciales de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, al examinar el efímero apogeo del
sufragio universal (Marx, 1995: 15).
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(Cohen, 2000: 47). Puede decirse, entonces, que los socialistas utópi-
cos se comportaban como ingenieros que, haciendo caso omiso de
la historia, trazaban sobre un papel en blanco, y desde afuera, los
planos detallados de sus sociedades perfectas[24].
En tiempos de los utópicos –los albores del siglo xix– el todavía
incipiente desarrollo del capitalismo hacía imposible concebir su
superación como un movimiento inmanente, como el resultado del
despliegue del propio orden social, y sólo permitía vislumbrar su
transformación a través de las ideas gestadas en las mentes bien
intencionadas de reformadores y filántropos[25]. Sin embargo, en
tiempos de Marx y Engels, cuando el capitalismo parecía estar
próximo a su plenitud, ya asomaba como factible una confluencia
entre el desarrollo histórico y la conciencia del movimiento obrero
sobre su posición en el despliegue de la historia. La clase trabajado-
ra organizada podía consumar la tarea que los utópicos sólo habían
podido soñar. En consecuencia, el socialismo utópico, que alguna
vez había sido progresista por sus denuncias contra las calamida-
des del sistema, perdía sentido y se tornaba reaccionario, ya que las
circunstancias que condicionaron su emergencia habían mutado
dramáticamente (Cohen, 2000: 3)[26].
Marx y Engels advirtieron tempranamente que la solución al
problema histórico del capitalismo había de hallarse en el siste-
ma mismo y no “en ideas o principios que hayan sido inventados o
descubiertos por tal o cual reformador del mundo” (Marx y Engels,
[24] Saint-Simon decía: “Cada régimen social es una aplicación de un sistema filosó-
fico y, en consecuencia, es imposible instituir un nuevo régimen sin haber estable-
cido previamente el nuevo sistema filosófico correspondiente” (citado en Durkheim,
1962: 131).
[25] En Miseria de la filosofía (s/f), Marx señala, en referencia a los teóricos de su época:
“Mientras buscan ciencia y meramente hacen sistemas, mientras están al comienzo
de la lucha, no ven en la pobreza otra cosa que pobreza, sin ver en ella el costado re-
volucionario, subversivo, que derrumbará a la vieja sociedad. Desde este momento,
la ciencia, que es el producto del movimiento histórico, se ha asociado conscientemente con
él, ha cesado de ser doctrinaria y se ha vuelto revolucionaria” (Marx citado en Cohen, 2000:
53; énfasis propio).
[26] En su carta de 1877 a Friedrich Sorge, Marx afirma: “Es natural que el utopismo,
que antes de la era del socialismo materialista crítico ocultaba a este último dentro
de sí mismo in nuce, llegando ahora post festum, sólo pueda ser estúpido –estúpido,
insípido y fundamentalmente reaccionario–” (citado en Cohen, 2000: 53).
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Vale remarcar aquí, en primer lugar, que Engels evalúa como sín-
toma del ocaso de un modo de producción el hecho de que las
personas tomen conciencia de la irracionalidad y la injusticia de
las instituciones sociales. Esta es una observación de enorme im-
portancia, puesto que introduce una valoración moral del capi-
talismo desde principios implícitos que no son precisamente los
que legitiman las prácticas y las instituciones del sistema. En se-
gundo lugar, expresa con suma claridad el “motivo obstétrico” al
[28] Entre corchetes añadimos una frase que se incluye en la traducción al inglés. Ver
Engels (1908: 95).
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puntualizar que los medios para poner fin a los males del capita-
lismo ya deben estar contenidos, aunque sea embrionariamente,
en el propio modo de producción. En su plenitud –en la plenitud de
sus contradicciones–, el sistema merece perecer. En este sentido,
Terry Eagleton subraya que, según el marxismo, la solución no ha
de “ser lanzada en paracaídas sobre el presente desde un espacio
exterior metafísico” y por ello, además, la cientificidad del socialis-
mo equivale también a lo que se conoce como “crítica inmanente”
(Eagleton, 2000: 34). El socialismo científico, en suma, surge cuan-
do la solución está al alcance de la mano en términos históricos, y
por ende “la solución deseada vendrá del desarrollo del problema
mismo: la revolución proletaria que proporciona la solución es la
consecuencia del problema, de las contradicciones del propio capi-
talismo” (Cohen, 2000: 63).
El párrafo final de susc corrobora, una vez más, la presencia del
“motivo obstétrico” y especifica la concepción de ciencia que Engels
utiliza en este escrito en particular[29].
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[30] Sobre este punto, Engels subraya que en Hegel “la verdad que trataba de conocer
la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas [sino que] residía en el
proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la ciencia, que, desde
las etapas inferiores, se remonta a fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin
llegar jamás, por el descubrimiento de una llamada verdad absoluta, a un punto en
que ya no pueda seguir avanzando” (Engels, 2000).
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[31] Entre corchetes introdujimos la expresión “depende de”, tal como figura en la
edición inglesa.
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[32] La noción de la lucha natural trasplantada al orden social es una metáfora eficaz.
En “Dialéctica de la naturaleza”, Engels ironiza: “Darwin no sabía qué amarga sátira
escribía sobre la humanidad, y en especial sobre sus compatriotas, cuando mostró
que la libre competencia, la lucha por la existencia que los economistas celebran
como la máxima conquista histórica, es el estado normal del reino animal (Engels,
1973b: 38; énfasis en el original).
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todas sus secuelas, no puede ser suprimida sin la abolición del ca-
pitalismo como sistema.
Del mismo modo, Engels pone en evidencia que las crisis no son
contingencias o efectos no deseados de la dinámica capitalista; son,
en cambio, connaturales al sistema. La producción crece a un ritmo
mayor que el de los mercados, los cuales en cierto punto no pueden
absorber todos los bienes disponibles: de allí, entonces, las reitera-
das crisis de sobreproducción. Mientras los economistas vulgares
siguen creyendo que las crisis son anomalías de un sistema que
tiende al equilibrio, Engels no vacila en señalar que estas son in-
herentes al sistema; que se repiten periódicamente y con creciente
virulencia. Así, el pensador de Barmen detecta una primera gran
crisis en 1825, su recurrencia en intervalos de más o menos diez
años, y sus efectos devastadores sobre los países centrales y de la
periferia. La descripción engelsiana de las crisis capitalistas parece
escrita ayer mismo:
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[33] Ocho años después, Edward Bellamy, el gran utopista norteamericano, imagi-
naría en la creación de un único monopolio estatal el medio para la instauración del
socialismo en los Estados Unidos del año 2000.
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[34] Engels confiaba en que el comunismo sería una sociedad de plena abundancia.
Semejante optimismo resultaba razonable en su tiempo, cuando los efectos letales
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La imaginación utópica
del capitalismo sobre los recursos plantearios eran casi desconocidos. En nuestros
días, la premisa de la abundancia ilimitada debe ser descartada.
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Por eso, “si el marxismo ha tenido poco para decir sobre la utopía,
es también porque su tarea es menos imaginar un nuevo orden so-
cial que destrabar las contradicciones que bloquean su emergencia
histórica” (Eagleton, 2000: 35).
Sin embargo, y suponiendo por un momento que sea posible
imaginar e incluso construir un mundo ideal, persiste la pregunta
sobre la deseabilidad de ese mundo otro. Para Eagleton, en muchas
de las utopías literarias previas a la de Morris se dibujaron mundos
donde “sólo un dedicado masoquista querría habitar” (Eagleton,
2000: 33), similares a los de aquellas utopías medievales que Engels
deploraba por su ascetismo y su crudo igualitarismo. La negativa a
pensar en una armonía espontánea y en una convivencia sin roce
alguno es, precisamente, lo que hace al marxismo anti-utópico. “Si
el marxismo es anti-utópico […] lo es también porque –a excepción
de sus más salvajes, [sus] más ‘cósmicos’ vuelos de fantasía– no se
permite ser obnubilado por el sueño de una sociedad de la cual to-
dos los conflictos se han desvanecido” (Eagleton, 2000: 36). A juicio
de Eagleton, la persistencia de variados conflictos es una perspec-
tiva alentadora, puesto que una vez superados los problemas del
capitalismo, emergerán los conflictos más auténticos, que residen
en lo más profundo de la condición humana. La tragedia, por ejem-
plo, es un elemento que perdurará en cualquier modelo societario.
En este mismo sentido, mientras Europa se desangraba en la lu-
cha contra el nazismo y el fascismo, George Orwell se preguntó si el
socialismo tenía algo que ver con la felicidad. En un artículo publi-
cado en 1943, bajo el título “¿Pueden ser felices los socialistas?”, el
autor de Rebelión en la granja considera que el infierno siempre ha sido
descripto con más éxito que el paraíso. A su entender, la meta del
socialismo no es la felicidad, sino la fraternidad humana. El socialis-
mo, alega Orwell, se propone acabar con las miserias del capitalismo
pero no aspira a construir mundos asépticos y aburridos. “Casi todos
los creadores de utopías –dice– se han parecido a ese hombre que
tiene dolor de muelas y, por lo tanto, piensa que la felicidad consiste
en no tener dolor de muelas” (Orwell, 2008: 209). En consecuencia:
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[36] Se trata de un tema magníficamente tratado por Marx en Sobre la cuestión judía
(2004). La idea también se menciona en los principios que Robert Owen formula para
la nueva sociedad que aspiraba a fundar (Owen, 1813).
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La totalidad y la revolución
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esa otredad o diferencia […] radical” (Jameson, 2005: 5). Como dis-
positivo de crítica e interpretación, el programa utópico es afín al
socialismo, pero sólo en tanto perspectiva totalizante; aquello que
el marxismo no puede aceptar, dado su compromiso con el cambio
constante y la provisoriedad de todo lo existente, es una totalidad
que agota el tiempo, un sistema definitivo en el que la historia es
arrojada por la ventana.
El cierre que propone el texto utópico se explica (y aprecia) en
buena medida si se tienen en cuenta las condiciones de producción
de los autores más representativos del género. Jameson asevera
que las utopías son “subproductos de la modernidad occidental”
(Jameson, 2005: 11), y por ende también los utopistas son expo-
nentes del torbellino de los tiempos modernos. Como se recordará,
Cohen compara a los utopistas con los ingenieros; en un sentido
análogo, Jameson entiende que en los utopistas hay una portento-
sa carga libidinal, como aquella que se observa en los inventores
modernos: “los utopistas, ya sean políticos, textuales o hermenéu-
ticos, siempre han sido maniáticos y excéntricos: una deforma-
ción suficientemente explicada por las sociedades decadentes en
las cuales debieron desarrollar su vocación” (Jameson, 2005: 10).
Fourier, por ejemplo, se jactaba de haber sido el primero en descu-
brir la ley de atracción y las series pasionales, el secreto más re-
cóndito de la economía societaria. Saint-Simon se presentaba como
el creador de una nueva religión, esperaba que al despertarlo su
mayordomo le dijera: “Levántese señor conde; tiene grandes cosas
que hacer”, y decía haber recibido en sueños un mensaje de su an-
cestro, Carlomagno, asegurándole que como filósofo sería tan gran-
de como aquel lo había sido como estadista y guerrero (Durkheim,
1962: 122). Sin embargo, estos rasgos de excentricidad y megalo-
manía no deben ocultar el hecho de que los utopistas siempre se
mueven desde una “indignación salvaje” ante la irracionalidad y
las injusticias de su tiempo, una indignación que, como vimos, es
el pathos de toda crítica radical.
En los utopistas, junto a un profundo goce en la tarea inventiva,
se advierte un sentido de “misión o llamado”, el cual supone ha-
ber identificado un problema y haber hallado la solución correcta
(Jameson, 2005: 10-11). En cierto sentido, la vocación diagnóstica
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La cuestión estratégica
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