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SAN JOSE

Esposo de María, la madre de Jesús. José era descendiente de David (Mateo 1:1–16; Lucas 3:23–
38) y vivía en Nazaret. Se desposó con María, y poco antes de efectuarse el matrimonio, María
recibió la visita del ángel Gabriel, quien le anunció que ella había sido escogida para ser la madre
del Salvador (Lucas 1:26–35). José también recibió una revelación sobre este nacimiento divino
(Mateo 1:20–25).

María fue la única progenitora terrenal de Jesús, ya que fue engendrado por Dios el Padre. Pero
los judíos consideraban a José como el padre de Jesús, y el niño Jesús lo trató como a tal (Lucas
2:48, 51). Al ser advertido por medio de sueños celestiales del peligro que corría el pequeño Jesús.

Esposo de María, madre de Jesús. Descendiente de David, José era el padre putativo de Jesús, a
cuyo nacimiento asistió en Belén. Vivió en Nazaret ejerciendo el oficio de carpintero y, al parecer,
murió antes de que comenzase la vida pública de Jesús. Su culto, extendido en Oriente antes del
siglo V, no llegó a Occidente hasta la Edad Media. En 1870 fue proclamado patrón de la Iglesia
universal; es también patrono de los carpinteros y de los moribundos.

San José en la Sagrada Familia del pajarito (c.1650), de Murillo

Dentro del cristianismo, San José encarna las virtudes de la honestidad, el amor al trabajo y la fe
inquebrantable en Dios. Los hechos relativos a la vida de San José aparecen en los Evangelios,
sobre todo en los de San Mateo y San Lu…

La Virgen María

Madre de Jesús. Los evangelios sólo aportan, respecto a María, los datos fundamentales y algunas
anécdotas. Consta que antes y después del nacimiento de Jesús vivió en Nazaret, pequeña ciudad
de Galilea, y que, según la ley, estuvo casada con el artesano San José, descendiente de la casa del
rey David. María acompañó a Jesús de Nazaret durante su ministerio de un lugar a otro, junto con
las mujeres que le acompañaron desde Galilea y los "cuatro hermanos de Jesús": Santiago, José,
Simón y Judas, hijos de María y Cleofás.

Detalle de La Asunción de la Virgen, de Murillo

Tanto María como los cuatro hermanos fueron rodeados de una atmósfera de veneración que
siguió en aumento, puesto que María cumplía de modo convincente las condiciones propias de los
ciudadanos del reino. Como ejemplo del recuerdo que los primeros discípulos conservaban de
María se encuentran las palabras que se colocan en boca de Isabel: "Bienaventurada tú que has
creído" (Lc. 1,45). Tiene también un recuerdo vivo la frase de San Lucas: "María conservaba todos
esos recuerdos, meditándolos en su corazón" (Lc. 2, 19).

María estuvo al pie de la cruz y fue testigo de la resurrección. Su mención en el cenáculo (Act.
1,14) junto con los doce apóstoles, las demás mujeres y los "hermanos de Jesús", es el inicio de
una presencia viva y constante en el seno del cristianismo primitivo. La comunidad de Jerusalén
honró también a María como "Madre del Señor", título con el que hacían participar a María de la
gloria de Jesús e iniciaban con ello el proceso de reflexión teológica en torno a lo que ha venido a
llamarse "las glorias de María".

Desde el punto de vista de la fe cristiana, la figura de la Virgen María tiene una relevancia singular
y creciente a lo largo de los siglos. Por lo que se refiere al Antiguo Testamento, la tradición ha
señalado numerosos textos en los que se encuentran anuncios proféticos sobre María. Un pasaje
que ha tenido suma trascendencia es la profecía del Emmanuel (Is. 7,14). En ella el profeta Isaías
anuncia como signo divino el alumbramiento por parte de una doncella (hebrero almah y griego
parthénos), en el que la iglesia ve el anuncio de la Madre del Mesías y de su virginidad.

En el Nuevo Testamento, las narraciones de la infancia de los evangelios de San Mateo y San Lucas
recogen las enseñanzas acerca de la concepción virginal y el nacimiento de Jesús, transmitidas en
la primitiva comunidad cristiana. Narra San Mateo que María concibió virginalmente al Mesías,
cumpliéndose así la profecía del Emmanuel. "Habiendo concebido por obra del Espíritu Santo, da a
luz (continúa diciendo el envangelista) a un hijo a quien se pone por nombre Jesús, Salvador" (Mt.
1, 20-25).

Detalle de La anunciación (1440), de Fra Angélico

En San Lucas la concepción virginal y la maternidad mesiánica y divina de María se describen en el


marco narrativo de la Anunciación como obra del Espíritu Santo (Lc, 1, 26-35). San Lucas presenta
a la Virgen como figura central del evangelio de la infancia, unida, por tanto, al nacimiento de
Cristo; y vuelve a subrayar su presencia en los hechos de los apóstoles al narrar la vida naciente de
la iglesia. San Juan Evangelista describe su presencia en Caná, interviniendo activamente en el
primero de los milagros realizados por Jesucristo, y al pie de la cruz.

Algunos autores cristianos reflexionaron sobre la significación de María en el conjunto del misterio
de la salvación y en su relación con Cristo, su hijo. Así, San Ignacio de Antioquía (siglo II) indagó en
el misterio de Jesús nacido de María, mientras que San Justino defendió la concepción virginal de
María y San Ireneo propuso un paralelismo entre las figuras de Eva-María y Adán-Cristo.

También a mediados del siglo II aparecieron unos textos apócrifos (como el Protoevangelio de
Santiago) donde se contaba la vida de María, desde la de sus padres Joaquín y Ana hasta después
del nacimiento de Jesús. En otros textos (Transitus) se explicaba la muerte de María y su asunción
en cuerpo y alma a los cielos.

Desde los siglos IV-V se consideró a María como el modelo perfecto de fe y santidad a imitar por
las vírgenes cristianas, según la doctrina previamente elaborada por los grandes doctores de la
Iglesia (San Atanasio, San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín de Hipona). En el año 431, el
Concilio de Éfeso reconoció a María como Madre de Dios, confirmando así la creencia de muchos
fieles que ya desde mucho antes intercedían ante ella.

Para los Padres de la Iglesia era un tema de discusión la perpetua virginidad de María y su santidad
personal. Progresivamente llegó a imponerse la idea de una virginidad "antes del parto, en el
parto y después del parto" y de una total exención de pecado. La perpetua virginidad quedó
definida en el concilio de Letrán (649 a.C.) y en la epístola dogmática del papa Agatón (680 a.C.). El
concilio de Trento, por su parte, sancionó en 1547 su total exención del pecado.

Después de siglos de discusión entre las escuelas, la Iglesia fue llegando a la conclusión de que
María había sido redimida en atención a los méritos de Cristo, pero que, desde el primer instante
de su ser, se había visto libre de la mancha original. Éste es el dogma de la Inmaculada Concepción
definido por Pío IX en 1845. En la bula Munificentissimus Deus, Pío XII definió en 1950 el dogma de
la glorificación o Asunción, según el cual María fue asumida en cuerpo y alma al cielo después de
su muerte sin conocer la corrupción del sepulcro

Encontramos después a María en las bodas de Caná, donde obtiene de Jesús su primer milagro en
favor de los esposos (Jn 2,1). María de vez en cuando veía a Jesús (Mt 12, 46), y lo seguía en sus
peregrinaciones apostólicas.

(Jn 2,12. Lc 8,3).

Seguramente, durante la pasión de Jesús, María siguió de cerca la conspiración del Sanedrín, los
acontecimientos del Jueves Santo por la noche y la condena a muerte de Jesús, su flagelación y
crucifixión. María está debajo de la cruz del Hijo moribundo, quien le dirige las últimas palabras
para encomendarla a su discípulo predilecto, y a él entregarle a María como Madre (Jn 19,25). Así
fue como María dio comienzo a su maternidad espiritual.
Después de la Ascensión de Jesús, María y los discípulos, reunidos en oración común, esperan la
venida del Espíritu Santo. De esta forma, María es el centro de la vida de la Iglesia naciente.

(Hech 1,14)

La tradición nos dice que María siguió con el apóstol Juan y, transcurrido el tiempo, se adormeció
en el Señor y fue asunta al Cielo.

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