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LA VID MÍSTICA: UNIÓN CON JESÚS

Como la alegoría del Buen Pastor (10, 1-8), así esta bellísima de la viña mística nos ha sido
conservada sólo por San Juan. Pudo sugerírsela al Señor el recuerdo del vino, de la cena, del
que ha dicho no bebería ya más; o simplemente la inventó por ser ella aptísima para expresar
el pensamiento, o mejor, teoría, de la unión espiritual con él. Los que creen que el discurso de
Jesús continuó durante el viaje a Getsemaní, dicen que la visión de los viñedos recién
purgados de los malos sarmientos inspiraría esta alegoría a Jesús. Pero en el valle del Cedrón
no los hay. Redúcese la alegoría a cuatro metáforas: Jesús, cepa de la viña; el Padre,
agricultor; los discípulos, sarmientos; la santificación de las almas, fruto de la unión
permanente de los sarmientos con la vid. Podemos en ella considerar la tesis (1-4), y su
desarrollo (5-11).

LA VID MÍSTICA (1-4). — Jesús ha dicho a sus discípulos que va a separarse de ellos; pero
esta separación no será sino según el cuerpo espiritualmente deberán permanecer
íntimamente unidos a él para vivir la vida divina; morirán si de El se separan. Esta doctrina la
propone envuelta en la alegoría de la vid. Yo soy la verdadera vid , la vid ideal y perfectísima,
en quien, mejor que en las vides del campo, se verifican las condiciones propias de esta
planta. El cultivador de esta vida espiritual e incorruptible es el Padre: Y mi Padre es el
labrador : Jesús no sería nuestra vid si no fuese hombre; pero no nos diera la vida de Dios si
no fuese Dios: luego Jesús es el Mesías, Hijo de Dios.

Como las vides del campo, tiene esta vid mística dos clases de sarmientos, a los que trata el
viticultor de distinta manera, según sean: Todo sarmiento que no diere fruto en mí, lo quitará :
y todo aquel que diere fruto, lo limpiará para que dé más fruto . Los sarmientos de la mística
vid son todos los cristianos, que han sido como injertados en Cristo por el bautismo, y de El
deben recibir el jugo vital de la gracia. Unos sarmientos son estériles: han recibido el jugo de
la fe, que es el principio de la vida divina; pero no la han convertido en frutos de buenas
obras: a éstos el Padre, como viñador, separa de la vid. Otros sarmientos dan fruto de buenas
obras por la gracia de Dios: a éstos los expurga el Padre, como lo hace el agricultor,
sujetándolos a tentaciones, tribulaciones, etc., para que vayan desasiéndose cada día más de
la tierra y se vigoricen en los frutos de vida divina.

Dirigiéndose a sus discípulos, para quitarles toda congoja, les dice: Vosotros ya estáis limpios
por la palabra que os he hablado . Os he enseñado mi doctrina durante mi convivencia con
vosotros, y vosotros la habéis recibido, obedeciéndola, con lo que habéis quedado libres de
muchos defectos. Pero es preciso conservarse en esta limpieza; para ello deben permanecer
íntimamente unidos a El por el amor: Permaneced en mí; recíprocamente, estará Jesús con
ellos: Y yo en vosotros .

Y da la razón general de ello, que es como la tesis fundamental de todo este fragmento: El es
el principio de la vida sobrenatural del hombre: éste ningún fruto de vida divina puede dar, si
no está unido a Jesús; como no puede darlo el sarmiento separado de la vid: Como el
sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto, si no estuviere en la vid: así ni vosotros, si no
estuviereis en mí.

LOS SARMIENTOS Y SUS RELACIONES CON LA VID (5-1l).- Prosigue Jesús dando una serie de
razones de la necesidad de estar unidos a él. Antes de ello, concreta en términos precisos el
sentido de la metáfora: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos .

Primera razón: La imposibilidad absoluta de hacer nada sin Jesús en orden a la vida
sobrenatural: El que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto: porque sin mí no podéis
hacer nada . El sarmiento íntimamente unido a la vid por la abundante savia se carga de fruto;
sin la vid, el sarmiento no echa brotes ni hojas, ni da flores ni frutos. Así el hombre con Jesús;
así fuera de Jesús.
Segunda: El tremendo castigo que espera a los que se separan de la vid, Jesús : El que no
permaneciere en mí, será echado fuera, así como el sarmiento, y se secará, y lo cogerán, y lo
echarán al fuego, y arderá . Nótese la gradación. El que no está unido a Cristo por la gracia
está fuera de Cristo, es siervo del diablo (cfr. 1 Cor. 6,15; 2 Petr. 2,19); y como el sarmiento
cortado de la vid se seca, así el pecador se entumece en el pecado y se hace insensible, hasta
que llegue el día de la ira del Señor, el juicio en que mande a sus siervos recogerlo y echarlo al
fuego eterno; es la suerte del hombre: o la vid, o el fuego.

Tercera: La ventaja de que serán oídos en sus oraciones: Si estuviereis en mí, y mis palabras
estuvieren en vosotros , creyéndolas, amándolas, meditándolas, cumpliéndolas, pediréis
cuanto quisiereis , y os será hecho : Dios y su Cristo les obedecerán en cierta manera,
correspondiendo a su obediencia: porque el que permanece en Cristo y las palabras de Cristo
en él, no puede querer más que lo que quiere él.

Cuarta: Fruto de esta unión será la gloria de Dios, que el hombre debe buscar en todas las
cosas: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto . Las buenas obras dan
gloria a Dios, porque son la más digna alabanza de Dios y porque provocan en los demás la
imitación, multiplicándose así la gloria extrínseca de Dios (cfr. Mt. 5, 16). Asimismo el ser
discípulos de Cristo aumenta la gloria del Padre, porque más se conforman con él, que no tuvo
otro fin que la gloria del Padre: y en que seáis mis discípulos.

Explicados los motivos que deben mover a sus discípulos a unirse a la mística vid, les exhorta
a ello con el recuerdo del amor que les ha tenido, fecundo como el que el Padre le ha tenido a
El: Como el Padre me amó, así también yo os he amado . Así el Padre amó la naturaleza
humana de Cristo, que la concedió, sin mérito alguno precedente, la gracia de la unión
hipostática con la persona del Verbo, de donde procede como de su fuente toda grandeza de
Cristo; de la propia manera el amor que nos tiene Cristo es fuente, si estamos unidos a El, de
toda nuestra grandeza, en el tiempo y en la eternidad. Interesa mucho, pues, guardarle:
Perseverad en mi amor : no os hagáis indignos de él, pecando.

Norma segura para no perder el amor de Cristo es la guarda de sus mandamientos: Si


guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor: así como yo también he guardado
los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor . Les anima aquí con su ejemplo: como El
no ha querido más que la voluntad del Padre que le envió, así sus discípulos no deben buscar
más que la suya (cfr. 4 34; 5, 30; 6, 38; 8, 28, etc.).

Ventaja incomparable del amor y de la obediencia a Cristo Jesús es el gozo que de ello deriva:
Estas cosas os he dicho , las de los vv, 9.10, que resumen toda la alegoría de la vid, para que
mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo . La felicidad de que está inundada el
alma de Jesús se transfundirá en ellos si le aman y guardan sus mandatos, haciéndolos
dichosos cuando cabe en el mundo, para verse colmados de dicha en el cielo.

Lecciones morales. — v. 1 — Yo soy la verdadera vid... — Aseméjase Jesús a la vid por la


dulzura de Sus frutos, por su fecundidad, por lo dilatado y copioso de sus sarmientos. Porque
los frutos de esta vid divina, los suyos propios y los que produce por sus sarmientos, que son
sus hijos, son lo más delicado que ha producido el hombre desde que el mundo es mundo, por
cuanto están sazonados por el jugo dulcísimo de la caridad en que han sido producidos. Es tal
la fecundidad de esta vid, que ha podido echar sarmientos por millones, cargados de los
ubérrimos racimos de toda suerte de buenas obras; pondérese la actividad de los Apóstoles, la
inocencia y penitencia de los confesores, la generosidad de los mártires, la pureza de las
vírgenes, etc.: todo son frutos de esta divina vid. Sus sarmientos se han dilatado como los de
una parra ubérrima y frondosísima que ha circundado la redondez de la tierra. ¿Cómo no debía
ser así, cuando esta vid tiene sus raíces en la tierra fecundísima de la divinidad, y lleva en sus
entrañas la misma savia y la misma fuerza de Dios?

v. 2 — Todo aquel que diere fruto, lo limpiará... — Limpiar, en este texto, es expurgar,
circuncidar, cortar lo superfluo, como se hace con los sarmientos y ramas de los árboles, a los
que se quitan los inútiles apéndices que disminuirían su vigor y su fecundidad. Limpiar
equivale, pues, a mortificar, en el orden interior y exterior: es la circuncisión espiritual de que
habla el Apóstol (Col. 2, 11). Ella es necesaria a todos, hasta a los santos; por que, como dice
San Agustín, ¿quién es tan limpio que no necesite serlo más? Limpia, pues, el Padre, y con él
el Hijo, porque como Dios es también agricultor de la viña mística, a los limpios, esto es, a los
que dan fruto, para que tanto sean más fecundos cuanto más limpios y expurgados. Esto nos
explica el afán de los santos, amigos todos de las tribulaciones porque estaban sedientos de
limpieza y fecundidad de vida. Dejémonos expurgar por la mano amorosa y piadosa del Señor,
para ofrecerle frutos más copiosos en caridad.

v. 5 — Sin mí no podéis hacer nada . — No nos debe amedrentar esta nuestra impotencia
nativa para hacer el bien en el orden de la vida sobrenatural y divina. Lo que debiera
espantarnos es vivir separados de Aquel por quien lo podemos todo. Sarmientos inútiles, como
los que el agricultor amontona en su viña, no somos aptos más que para el fuego cuando no
nos vivifica la savia de la divina vid; pero a ella unidos, podríamos cambiar la faz del mundo:
¿qué no han hecho los apóstoles y los santos, vivificados por Cristo? Y si algo hacemos,
guardémonos mucho de atribuírnoslo a nosotros y no a la mística vid de la que somos
sarmientos; por que, como dice San Agustín: «El que piensa produce fruto por sí mismo, no
está en la vid; el que no está en la vid, no está en Cristo; y el que no está en Cristo, no es
cristiano.»

v. 6— El que no permaneciere en mí, será echado fuera...y arderá . — He aquí el dilema


terrible de la vida cristiana: o estar con Cristo y fructificar en él frutos de vida eterna, o estar
separado de Cristo y secarse y arder eternamente: no hay lugar a elección. No se dan en la
viña mística estos sarmientos cubiertos de pámpanos ufanos, pero sin fruto; porque el divino
agricultor los poda y los hacina para en su tiempo echarlos al fuego. Esto debe hacernos muy
asiduos en la vigilancia y en la diligencia; no solo para que no se rompa nuestra unión con
Cristo, sino para que hagamos eficaz en nosotros la fuerza de su savia divina, produciendo
frutos abundantes de virtud. Cuanto más unidos a la vid y mas llenos de fruto, mas cristianos;
y cuanto más lo seamos, menos peligro corremos de que seamos arrancados de la vid.
Retengamos la frase de San Agustín comentando este pasaje: «Si no estamos en la vid,
estaremos en el fuego; para no estar en el fuego, estemos en la vid.»

v. 8 — En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto... — El fruto a que se refiere
Jesús es el de la santificación personal y especialmente el del apostolado, que es para la
santificación de los demás. Este fruto debe ser de los sarmientos unidos a la vid, porque sin
esta condición «no podemos hacer nada», y menos llevar fruto

(Ioh. 5,5). Este fruto viene a ser entonces como una expansión de la vida de Jesucristo, en
quien, de quien y por quien le viene toda gloria al Padre. Esto nos explica la teología profunda
que se encierra en esta frase: «A mayor gloria de Dios». Unidos en Jesucristo, por esta gloria
debemos hacerlo todo: y Dios es tan bueno y tan pródigo, que cuanto hagamos por su gloria
nos lo retornará con la paga de un peso eterno de gloria personal (2 Cor. 4, 17); es decir, que
la mayor gloria de Dios es nuestra misma gloria: a Dios y a nosotros viene por el fruto que
llevamos.

v. 9 - Perseverad en mi amor . — Y ¿cómo perseveraremos en el amor de Jesús? Perseverando


en su gracia, dice San Agustín. El amor verdadero es amor de obras, pero éstas no son más
que la manifestación del amor. La raíz es más profunda: está en la benevolencia de Jesús, que
nos da su gracia para que le amemos y fructifiquemos en el bien. Sin El nada podemos hacer;
menos podemos amarle, que es lo sumo que podemos hacer. No temamos que nos falle la
benevolencia de Jesús para que le amemos: «Como el Padre le ama a El, así nos ama a
nosotros»; lo que nos hace claudicar en el amor de Jesús es nuestro propio amor, que nos
hace llegar hasta el desprecio de Jesús.

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