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¿alguna vez se han preguntado cómo las personas que alguna vez fueron malas se vuelven buenas?

¿Cómo es que aquellos que antes estaban llenos de odio se vuelven amorosos y amables? ¿Llegan a
ser libres aquellos que fueron esclavizados por las drogas, el alcohol, el tabaco y otros hábitos
debilitantes? ¿Cómo se produce esta transformación? ¿Se vuelve uno «bueno» simplemente
esforzándose?

La verdad es que tratar de ser «bueno», separado de Cristo, puede volverse muy desalentador
porque nunca podremos, por nuestra cuenta, ser «suficientemente buenos» para ser salvos del
pecado.

La experiencia de la salvación que llega hasta lo más profundo del alma viene sólo de Dios.
Hablando de esta experiencia, Cristo dijo en Juan 3, versículos 3 y 5: “El que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios… El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios.»

Sólo a través de Jesucristo se puede experimentar la salvación, porque, como se nos dice
en Hechos 4:12, «No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos.» Y Jesús mismo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino
por mí» Juan 14:6.

La experiencia de la transformación, es decir, la salvación, viene solo a través de Jesucristo.

 Jesús nos ofrece gratuitamente a cada uno de nosotros el don de la salvación total del pecado.
Nuestra parte al aceptar este regalo se explica en Romanos 10:9-10: «Si confesares con tu
boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para
salvación».

Una vez que aceptas el maravilloso regalo de Dios, Él perdona tus pecados pasados y te mira como
si nunca hubieras pecado. Luego promete ayudarte a vencer el pecado a través de Él. Leemos esta
hermosa promesa en el libro de Judas, versículos 24 y 25: ”Y a aquel que es poderoso para
guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único
y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos
los siglos. Amén.» 

¿Se dan cuenta?, después de aceptar a Jesús, somos llamados, como dice en Romanos 6:4,
a «andar en vida nueva». El Hijo de Dios vino a «salvar a su pueblo de sus pecados» Mat.
1:21. Dios quiere mostrarte una mejor y más feliz manera de vivir. En Ezequiel 36:26 leemos esta
hermosa promesa: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.”

Jesús nos encuentra donde estemos y se deleita en salvarnos de nuestra condición perdida. No hay
camino demasiado oscuro para que Él viaje para salvarnos. No hay vida demasiado pecaminosa
que Su gracia y perdón no puedan rehacernos.
Debido a Su gran amor, le respondemos con amor y agradecimiento. «Si me amáis», dice
Jesús, «guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Nuestra respuesta de amor al asombroso
sacrificio de Jesucristo es seguirlo y obedecer sus enseñanzas. Si profesamos amar a Dios, pero
rehusamos seguir Su liderazgo, nuestra profesión no significa mucho. Nuestra elección de seguir Su
guía es nuestra respuesta de amor por Su asombroso sacrificio.

Pero si cometemos errores o nos desviamos, Dios todavía está ahí para nosotros. La noche antes de
que Jesús fuera crucificado, advirtió a sus discípulos: «Velad y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.» (Marcos
14:38). Aunque hayamos escogido a Jesús, aún seremos tentados a pecar. Pero Dios no nos deja
solos. Él promete en Hebreos 13:5: «No te desampararé, ni te dejaré».

En respuesta al amor y cuidado de Dios por nosotros, y a través del poder del Espíritu Santo,
podemos vivir vidas transformadas. “Porque el amor de Cristo nos constriñe”, escribe el apóstol
Pablo, “a que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por
ellos” 2 Cor. 5:14, 15.

Pablo continúa diciendo: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» (2 Corintios 5:17).

Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y entregamos nuestra vida a Su control,
podemos estar seguros de nuestra salvación eterna. Juan escribe, «Y ahora, hijitos, permaneced
en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos
alejemos de él avergonzados. (1 Juan 2:28).

«La vida en Cristo es una vida de reposo. Tal vez no haya éxtasis de los sentimientos, pero
debe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en
Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su
eterno poder. Así que no has de mirar a ti mismo ni depender de ti, sino mirar a Cristo.
Piensa en su amor, en la belleza y perfección de su carácter. Cristo en su abnegación, Cristo
en su humillación, Cristo en su pureza y santidad, Cristo en su incomparable amor: tal es el
tema que debe contemplar el alma.  Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de El,
es como serás transformado a su semejanza.» (El Camino a Cristo, p. 70).

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