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De la imaginación al papel.

La noche y tú.

Mi nombre es Romina, tengo 18 años, siempre había vivido en la ciudad, particularmente puedo
decir que vivía en la ciudad de Atlanta en Georgia de Estados Unidos, realmente para mí siempre
fue una experiencia hermosa vivir en una ciudad, mi padre siempre salía a trabajar desde las 7 de la
mañana y llegaba a las 3 de la tarde aproximadamente, mi mamá se quedaba en casa siempre, ella
se encargaba de mis dos hermanos y de mí. El momento del día que más amaba en mi vida en la
ciudad de Atlanta era el amanecer ya que los rayos del sol entraban siempre por mi ventana y
acariciaban suavemente cada uno de mis rizos, yo corría a asomarme por la ventana, desde la cual
yo podía ver el jardín que cuidadosamente mi mamá había arreglado, en el cual había un césped
siempre muy recortadito, ya que de eso mi mamá se encargaba cada dos semanas, siempre fue
como su rutina; además de eso en mi jardín habían algunos arbustos podados en forma de esfera,
también había florecitas de color blanco que crecían en una enredadera sobre el tejado que estaba
en el jardín, además teníamos unas pequeñas bancas de madera en donde mi padre cada fin de
semana jugaba al ajedrez con mis hermanos. Todo lo anterior yo lo apreciaba cuidadosamente cada
mañana cuando los rayos del sol comenzaban a salir, yo comenzaba a soñar, aquel momento era
mágico para mí, y mi mente no pensaba en otra cosa más que en la belleza del amanecer.

-Romina se hace tarde para desayunar!!!-, me gritaba mi mamá en aquel momento, y todo lo que
estaba soñando respecto al amanecer parecía que se rompía y caía a pedazos con aquel grito que
me lanzaba mi madre desde la cocina, yo amaba ver a cada uno de los integrantes de mi familia por
la mañana desayunando, todos platicábamos y a veces mi padre nos hacía reír demasiado con sus
ocurrencias antes de ir a trabajar al campo. Cuando terminábamos de desayunar, mis hermanos y
yo nos preparábamos para ir a la escuela a donde mi padre nos llevaba cada mañana. Puedo decir
que nosotros éramos y hasta la fecha somos una familia muy unida a pesar de las adversidades a las
que todo ser humano se enfrenta cada día, pero en general nuestra situación económica nos
permitía vivir con todas nuestras necesidades cubiertas, toda mis familia incluyéndome somos
mexicanos, nos mudamos a Estados Unidos cuando mis hermanos y yo éramos muy pequeños de
edad, mis padres hablaban sobre México pocas veces pero cuando hablaban al respecto siempre se
apasionaban y yo podía ver sus ojos brillar, su ilusión era visitar México alguna vez. Por mi parte yo
puedo decir que estudiaba, estaba a punto de ingresar a la Universidad, me faltaba 1 año para
terminar la preparatoria, y yo quería estudiar la carrera de Derecho en la ciudad de Atlanta, a pesar
de que mi padre siempre trabajó en el campo, a mí no me gustaba, me parecía a veces muy aburrido,
por eso amaba que viviéramos en la ciudad en donde siempre podía salir al cine, al teatro o al
supermercado (amaba ir a este lugar). Sin embargo; un día mis padres hicieron una reunión familiar
con mis hermanos y conmigo para decirnos que habían tomado la decisión de que regresáramos a
México a vivir, ya que ellos siempre habían ilusionado que mis hermanos y yo pudiéramos crecer
con las costumbres y tradiciones de ese país, esa noticia me tenía sin saber que pensar o decir ya
que todos mis planes de estudio al parecer los tendría que cambiar, pero a la vez estaba emocionada
porque en Estados Unidos casi no tenía amigos, entonces mi ilusión era encontrar una verdadera
amistad en México. Pues bien, llegó el día en que partimos a aquel país, y en el camino pude ver
muchísimo panorama de campo, eso la verdad es que no me estaba agradando, yo amaba mi ciudad
y su ambiente, después de algunas semanas de vivir en un pueblito de México llamado Encarnación
de Díaz en el estado de Jalisco, la verdad es que yo ya estaba muy aburrida, y los atardeceres y las
noches me parecían larga y demasiado tristes entre aquellos campos en donde crecía cebada que
cada tarde se doraba con los rayos del sol, las tardes rojizas me hacían ponerme triste.

En mi nueva escuela encontré a una verdadera amiga y ella de repente un buen día me invitó a ir
por una nieve a la plazuela del pueblo, y yo acepté de ir encantada con mi amiga, sin embargo, al
llegar mi sorpresa fue que mi amiga iba con su novio, entonces yo me sentía como un “mal tercio”
(como se dice aquí en México), pero mi buena amiga me dijo que quería aprovechar que ella había
invitado a un amigo suyo para que me acompañara y no me sintiera como ese “mal tercio”, pues
bien, conocí a ese amigo suyo de nombre: Abel. La verdad es que yo nunca había tenido la idea de
enamorarme ni de tener un novio a pesar de que mis compañeras lo tenían, yo siempre pensaba
que quería estudiar y tener una verdadera amiga, pero cuando conocí a Abel sentí algo dentro de
mí, platicamos un buen rato él y yo y la verdad es que congeniamos muy bien, a pesar de que para
mí la ciudad era genial y para él el campo lo era todo, me platicó que a él le encantaba montar
caballos, ver los atardeceres, trabajar el campo etc. Yo simplemente pensé que quizá para él eso era
lo máximo, pero yo amaba la ciudad. Abel parece que se percató de que yo me sentía aburrida en
aquel lugar, por ello me invitó a que un día saliéramos a cabalgar por la tarde para poder apreciar
los últimos rayos del sol en el campo, a pesar de que la idea para mí no era lo máximo, lo que yo
quería era salir con Abel porque él me gustó bastante, por ello acepté la idea y llegó el dichoso día,
Abel me enseñó a montar un caballo porque yo jamás en mi vida lo había hecho. A él le daba mucha
risa mis caras de susto al subirme al caballo y comenzamos a cabalgar por los campos de cebada
que se veían como lingotes de oro ante los últimos rayos de sol de la tarde, y así cabalgamos hasta
que llegamos a la cima de una montaña. Tengo que admitir que fue hermoso ver el pueblo desde
la cima de la montaña, pero lo más hermoso fue que Abel se acercó a mí, sus ojos brillaron como
brillaba la luna en aquellas noches largas del pueblo, entonces él me robó un beso, nadie jamás me
había besado, y eso me hizo sentir muy feliz porque en verdad él me gustaba. Abel me dijo unas
palabras que yo recuerdo muy bien hasta la fecha: -La noche y tú son lo más hermoso que he visto-
esa tarde se grabó en mi corazón y por primera vez sentí esa atracción hacia aquel joven que tan
brevemente se robó mi corazón, yo ya no soñaba con los amaneceres en mi casa de Atlanta, mis
sueños ahora llevaban un nombre y es: Abel, pasó el tiempo, Abel y yo nos hicimos novios,
terminamos nuestras carreras, él me hizo amar el campo y amar mi país de origen: México, mi
México hermoso lleno de colores y de hermosura en sus noches de luna llena y en sus atardeceres
dorados, al final yo no estudié una carrera de Derecho, sino una carrera de campo en donde aprendí
a apreciar aún más mis campos mexicanos, Abel estudió para Médico Veterinario Zootecnista,
ambos terminamos nuestras carreras y después de 8 años de ser novios, Abel me propuso
matrimonio, ésta historia la estoy contando justo antes de mi boda con Abel, estoy muy emocionada
por éste momento que voy a vivir, además ahora puedo decirle a Abel: -La noche y tú son lo más
hermoso que he visto-, sin duda lo amo, y él me ha enseñado a amar mi nueva realidad, el vivir en
éste país hermoso, tan lleno de tradiciones y de vida, ahora entiendo la razón por la que mis padres
deseaban que nos viniéramos a vivir a éste país. Yo encontré a mi verdadero amor, el que cambió
mi paradigma desde que nos conocimos. Sólo puedo decir que estoy a punto de llegar al final de
éste hermoso cuento de amor que ha sido una parte de mi vida y espero que el final de éste cuento
sea: “Vivieron felices por siempre”.

Cuento de: Rosario Landeros Romo

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