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(Parte I)
Tabla de contenidos
2. La antropología grecorromana
Con todo, tanto la razón como la sociedad humana son realidades del
ámbito del tener humano, o sea, del disponer. Por eso, se puede decir que lo
distintivo del hombre en el pensamiento griego clásico es el tener. El hombre,
según ellos, es un ser que posee. No obstante, cabe distinguir en esta tradición
diversos grados de tener.
3. La antropología en el cristianismo
A distinción de los griegos, el pensamiento cristiano no cifra lo distintivo
del hombre en el tener, sino en el ser, es decir, en la persona. “Persona”,
“corazón”, “cada quien”, “hijo de Dios”, “espíritu”, etc., vienen a ser
denominaciones equivalentes dentro del cristianismo. Aunque alguno de estos
modos de designar a cada persona humana tiene precedentes dentro
del judaísmo (Antiguo Testamento[1]), no es explícito en él el descubrimiento de
la persona, que es un hallazgo netamente cristiano (manifiesto en el Nuevo
Testamento[2]). Es sabido que la unión delAntiguo y Nuevo
Testamento conforman la Biblia, que es, entre otras cosas, el libro más vendido
del mundo. Por eso, aunque sólo fuese por cultura, se debe atender a la
antropología subyacente en este legado. Lo radical de la persona humana dentro
del judaísmo es la alianza de Dios con ella; y en el cristianismo la filiación
divina[3]. La doctrina cristiana ve al hombre como un ser abierto, susceptible de
ser elevado, y ello merced a la fuente y fin de todo ser, Dios, el Ser[4].
[3] Este rasgo capital no está en otras grandes religiones monoteistas como, por
ejemplo, el Islám, para el que la relación del hombre con Dios es de
completo sometimiento. Cfr.MORALES, J., El Islam, Madrid, Rialp, 2001. Tampoco
en algunas escisiones del cristianismo, como por ejemplo, el protestantismo, para
el que Dios es totalmente Otro. Cfr. BALMES, J.,El protestantismo comparado con
el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea (vols. I-IV), Barcelona,
Biblioteca Balmes, 1925.
Con todo, a pesar de las correcciones que las doctrinas árabes recibieron
por parte de los pensadores cristianos y de las autoridades eclesiásticas, a finales
del s. XIII el averroísmo campea a sus anchas en las universidades europeas. El
conocer humano se concibe pasivo, incapaz de conocer los grandes temas por
sus propias fuerzas, a menos que sea iluminado. Además, comienza a creerse
que esa iluminación ya no es natural como opinaban los árabes
precedentes sino exclusivamente sobrenatural, es decir, debida sólo a la luz de
la fe. Como se podrá apreciar, esta opinión es netamente moderna (semejante,
por ejemplo, a la de Lutero). En efecto, en la modernidad se tiende a creer que las
realidades superiores al hombre no se puede conocer naturalmente. Por tanto, ese
ámbito no se considerará objeto de la filosofía, sino de la fe (para quien la acepte)
y, por tanto, de la teología. De ese modo se consolida un abismo artificial, que se
supone insalvable, entre la filosofía y la teología, entre la razón y la fe. A este
error, reiteradamente denunciado por la doctrina católica, se le ha
llamado fideísmo. Por lo demás, es claro que esa mentalidad ha llegado hasta
nuestros días[8].
[6] “Si el intelecto agente es cierta sustancia fuera del hombre, toda obra del
hombre depende de un principio extrínseco. Por tanto, el hombre no será agente
de sí, sino acto de otro. Y de ese modo no será señor de sus actos, ni merecerá la
alabanza o el vituperio; y perecerá toda la ciencia moral y el diálogo político, lo
cual es inconveniente”, S. C. Gentes, l. II, cap. 76, n. 20.
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Por otra parte, el mecanicismo, otra corriente de la época que recorre los
s. XVII a XIX, y cuyo mejor representante es Newton, tiende a comprender al
hombre como si fuera una máquina, por procedimientos mecánicos. El hombre
queda ceñido en este estudio a la experiencia y al cálculo, dentro del marco
del espacio isomorfo y del tiempo isocrónico. Pero ya se ha indicado que la
persona humana es más que una realidad física. Si algún lector se conforma con
explicar su corporeidad humana con las leyes de la mecánica (atracción, inercia,
etc.), pues libremente puede considerarse newtoniano. Pero si no se conforma con
esa explicación y busca más sentido, no sólo respecto de su propio cuerpo, sino
también a lo que a éste trasciende, pues no menos libremente puede considerarse
más allá del mecanicismo.
[3] “El mundo actual está fuertemente afectado por el secularismo, "el cual
consiste en una visión autonomista del hombre y del mundo, que prescinde de la
dimensión del misterio, la descuida e incluso la niega. Este inmanentismo es una
reducción de la visión integral del hombre" (Sínodo extraordinario 1985, Relación
final II, A, 1, en L´Osservatore Romano, 1º-dic-1985, 6”, Comisión Teología
Internacional, Algunas cuestiones actuales de Escatología, en Temas actuales de
Escatología. Documentos, comentarios y estudios, Madrid, Palabra, 2001, 29-31.
[9] DEL PRA, M., Hume e la scienza della natura humana, Roma, Laterza, 2ª ed.,
1973.
[13] Cfr. Die Welt des Menschen, die Welt der Philosophie, Festschrift für Jan
Patocka, herausgegeben von Walter Biemel und dem Husserl-Archiv zu Löwen,
Haag , M. Nijhoff, 1976.
8. Últimas corrientes
En Karol Wojtyla tal vez sea oportuno destacar dos periodos: uno más
propiamente filosófico y otro de índole más teológica, aunque en ambos se nota
que la filosofía y la teología, la razón y la fe, se entrecruzan y se ayudan
mutuamente, como ha sucedido en la doctrina cristiana y como él mismo autor
recomienda en su encíclica Fides et ratio. El comienzo filosófico de Karol Wojtyla
fue –como él confiesa– un empeño ético, no antropológico, consistente en
subsanar los déficits en esta materia que encontró en los autores clásicos como
Tomás de Aquino, modernos como Kant y contemporáneos como Scheler, porque
no estudiaban las manifestaciones éticas de la persona humana en tanto en
cuanto que engarzan o apuntan al núcleo personal[21]. Por otra parte, en los
escritos del pontificado de Juan Pablo II, aparecen, como de muchos es conocido,
muchas referencias profundas a la persona humana, tanto a su parte corpórea
como a la espiritual[22]. El climax antropológico apunta, desde la fe y siguiendo las
pautas del Concilio Vaticano II[23], a la revelación del ser humano por parte de
Cristo[24]. La Revelación sobrenatural aceptada por la fe y profundizada por la
teología añade sobre el carácter coexistencial de la persona humana con su
Creador, el dato revelado. La persona humana, con la gracia, alcanza a saber no
sólo el nombre propio de Dios, sino también que sólo éste puede revelar de modo
completo el nombre propio de la criatura humana. Con la elevación divina, el
hombre sabe cómo es personalmente el Dios con el que coexiste, qué ha revelado
el de sí en la historia y qué revela a cada quién en su intimidad personal.
***
Por eso, toda antropología que se precie debe dejar la puerta abierta a
nuevos descubrimientos. No existe en este tema problema alguno acerca de un
supuesto agotamiento del saber, pues la realidad personal es de una riqueza
inabarcable por las solas fuerzas humanas. También por eso, al proponer
una propedéutica de antropología trascendental, lo que se busca es que quien
venga detrás descubra irrestrictamente más de lo que aquí se esboza.
[7] Cfr. TOPIC, Fr., L'uomo di fronte alla rivelazione di Dio nel pensiero di Hans Urs
Von Balthasar, Roma, [s.n.], 1990.