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“TERMINAL, SARAJEVO”
PRÓLOGO
de la luz del sol. Cuando Dum Yop entró por fin en la sala
donde espera mons. Potiorek, este esperaba plácidamente
sentado en el mismo sillón en el que antes le asaltaban in-
tranquilos pensamientos.
- Buenos días, monseñor. – Al mismo tiempo que besaba el
anillo de mons. Potiorek-. Siento haberme retrasado. Ni
siquiera tuve oportunidad de mandarle recado monseñor.
- ¿Qué le retuvo, padre Francisco?
El sacerdote, más complacido que sorprendido,
exclamó:
- Monseñor tuvo usted que oír las explosiones. Yo estaba
terriblemente preocupado, tenía miedo de que también aquí
hubieran colocado alguna bomba.
- Las explosiones- repitió monseñor, como podría hacer
hecho algún comentario sobre el calor-. ¿Quiere decir que
le resultó difícil llegar a tiempo por culpa de las explosio-
nes? ¿No podía haber cogido un taxi o haber enviado un
recado?- Mons. Potiorek miró el gran reloj de pie que había
apoyado contra la pared-. Son casi las ocho y media... ¡El
café se habrá enfriado!
El padre Francisco perdonó la aparente frialdad de
mons. Potiorek. El septuagenario obispo solamente quería
aparentar que aquel era un día como otro cualquiera; pues
en su mente aún afloraban con gran nitidez las imágenes de
la II Guerra Mundial que él vivió de niño. Al padre Fran-
cisco no le cabía duda de que su superior había estado
preocupado por él toda la mañana. El cura sonrió y, miran-
do los vivaces ojos de mons. Potiorek, dijo:
- Lamento de veras haberle hecho esperar.
- Tiene traje nuevo –observo el obispo-. Me imagino que
no habrá pensado también en otro par de botas.
- El traje era lo único que necesitaba.
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LA PAX