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I
Salvando las distancias y planteando una inquietud en términos generales, las
indagaciones acerca de las relaciones entre literatura y realidad extraliteraria,
han ocupado a escritores y crı́ticos durante siglos de historia literaria en
Occidente. Ciertamente, esta inquietud ha sido traducida a muy diferenciadas
formas de escritura que dan cuenta de las trasmutaciones de la misma, siendo
unas más explı́citas que otras en el planteamiento de la tensión. Dicha tensión
posibilita que se generen puntos de contacto entre la literatura y discursos de
otras disciplinas. Durante la década de 1960, tiene lugar en la literatura
latinoamericana el auge de textos relacionados con lo que Truman Capote ha
llamado ‘no-ficción’, también conocido como ‘Nuevo Periodismo’, una de las
formas que manifiestan marcadamente la tensión entre literatura y realidad,
ası́ como entre disciplinas discursivas diferenciadas.1 Por la particular
relación con el periodismo, el cuestionamiento de la calidad literaria de estas
formas, ha sido similar al que se generó en torno a la crónica de finales del
siglo XIX, considerada como un género menor o ‘una instancia ‘‘débil’’ de
literatura’.2 Sin embargo, se pueden constatar importantes cambios.
En las últimas décadas, coincidiendo con otro reciente final de siglo,
escritores latinoamericanos como Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska,
Pedro Lemebel y Edgardo Rodrı́guez Juliá, han incursionado y reconfigurado
el género de la crónica, rescatando la cualidad que tuvo para la discusión y la
representación de los cambios relacionados con la modernización, que han
1 Ana Marı́a Amar Sánchez, El relato de los hechos (Rosario: Beatriz Viterbo, 1992), 13.
2 Julio Ramos, ‘Decorar la ciudad: crónica y experiencia urbana’, en su Desencuentros
de la modernidad en América Latina (México DF: FCE, 2003 [1a ed. 1989]), 112.
7 La polı́tica popular fue muy recordada por la negociación de los ‘cupones’ o ayudas
alimentarias proveı́das por el gobierno de los Estados Unidos (Las tribulaciones de Jonás, 39).
La palabra ‘pan’, junto a ‘tierra’ y ‘libertad’, ha formado parte del emblema del PPD. Cito un
fragmento de la poesı́a de Muñoz Marı́n, ‘Panfleto’ del libro Nosotros, editado en Buenos Aires
en 1920, en el que se entrevé la preocupación por el hambre del ’pueblo’:
He roto el arcoiris / contra mi corazón, / como se rompe una espada inútil contra una
rodilla. / He soplado las nubes de rosa y sangre / más allá de los últimos horizontes. / He
ahogado mis sueños / para saciar los sueños que me duermen en las venas / de los hombres
que sudaron y lloraron y rabiaron / para sazonar mi café . . .
El sueño que duerme en los pechos estrujados por la tisis / (¡Un poco de aire, un poco de
sol!); / el sueño que sueñan los estómagos estrangulados por el hambre (¡Un pedazo de
pan, un pedazo de pan blanco!) [. . .] Yo soy el panfletista de Dios, / el agitador de Dios, / y
voy con la turba de estrellas y hombres hambrientos / hacia la gran aurora. (‘Panfleto’, en
Literatura puertorriqueña del siglo XX, ed. Mercedes López-Baralt [San Juan: Univ. de
Puerto Rico, 2004], 721).
9 Ver José Luis González, ‘El paı́s de cuatro pisos’, en su El paı́s de cuatro pisos y otros
ensayos (San Juan: Huracán, 2001 [1 ed. 1980]), 1142.
10 Por ejemplo: ‘La religiosidad de su pueblo nunca ha estado muy lejos de la
superstición; el pueblo puertorriqueño, aunque creyente, no ve en la religión un modo de la
interioridad, sino otra manifestación de su profundo espı́ritu comunitario’ (Las tribulaciones
de Jonás, 82).
11 Gelpı́, ‘Las tribulaciones de Jonás ante el paternalismo literario’, 52.
LAS TRIBULACIONES DE JONÁS Y EL ENTIERRO DE CORTIJO 679
con una serie de nombres, entre los que se destaca el de ‘la novelerı́a
portorricensis’ por el uso frecuente de la palabra novelero y sus derivados,
ası́ como por el tono de chiste que implica la latinización del gentilicio (Las
tribulaciones de Jonás, 79). Este fenómeno, descrito insistentemente, tiene
sus puntos de contacto con lo que se ha internacionalizado con el nombre de
voyeurisme.12 En efecto, existe una larga tradición de mirones en Occidente
que se remonta a Acteón contemplando desnuda a Diana, sobre la cual han
abundado psicoanalistas y crı́ticos de arte, entre otros. El cronista alude
constantemente a la mirada y conducta de los puertorriqueños como herencia
del barroco hispánico (El entierro de Cortijo, 24). Sin embargo, Rodrı́guez Juliá
opta por particularizarla, nombrándola diferenciadamente. La novelerı́a
portorricensis es relatada como versión única y como el rasgo más marcado
de ese grupo que es delimitado con la marca del gentilicio. El tono jocoso con el
que el cronista se refiere a la novelerı́a, tiene sus complejos visos de ironı́a, de
manera que se pone en jaque cualquier lectura que se pretenda unı́voca.13 No
obstante, esta zona del texto permite pensar las vueltas sobre la idea de la gran
familia en lo que se refiere al canon literario puertorriqueño, ası́ como
cuestiones que tienen que ver con el género de la crónica y sus contactos con
la realidad.
II
El ‘portorricensis’ funciona como un guiño jocoso que se contrapone a la
formalidad de los diplomas otorgados por la Universidad de Puerto Rico,
donde se puede leer la latinización del gentilicio. Por otra parte, dicho juego
reenvı́a a la convención del lenguaje de las ciencias naturales, que nombra a
los animales y a las plantas con palabras latinas. Además de su historia como
género periodı́stico, las prácticas del cronista tienen sus puntos de contacto
con la etnografı́a y otras disciplinas de las llamadas ciencias sociales.14 La
conformación de estas disciplinas conllevó adopciones y traslados del
lenguaje y los preceptos de las ciencias naturales a otros nuevos campos de
estudio. Con la latinización se parodia este intento de objetivación. Al mismo
tiempo, se alude al carácter de la crónica como género en el que se esbozan
planteos que colindan con los de los discursos de otras disciplinas. Las
significativas diferencias tienen que ver tanto con las formalidades
***
Pueblo novelero, pueblo en pena. Doña Moné está
atacada por el llanto más abajo en la avenida Muñoz
Rivera, allá por frente al Comité Central del Partido
Popular.
***
(Las tribulaciones de Jonás, 90)
Estas manifestaciones de dolor poco tienen que ver con la negación del duelo,
el silencio, la asepsia, la vergüenza o la muerte como el tabú de ciertas
sociedades contemporáneas, que incluyen no sólo a Estados Unidos e
Inglaterra, sino también a paı́ses históricamente católicos como Francia.18
El ritual mortuorio de estos dos sujetos célebres y queridos por el pueblo se
convierte en un espectáculo que el novelero portorricensis no se quiere
perder. El cronista también es curioso, pero se distancia del barroco
hispánico, al sentirse incapaz de disfrutar el husmeo minucioso del cadáver
(El entierro de Cortijo, 2425). Tanto en Las tribulaciones de Jonás como en
El entierro de Cortijo, se vuelve ‘confusa [la] frontera entre el dolor y la
novelerı́a’ (El entierro de Cortijo, 58).
Rodrı́guez Juliá especula sobre los factores que forjan la idiosincrasia de
los puertorriqueños y vincula frecuentemente la novelerı́a desatada por el
ritual mortuorio al barroco hispánico, pero sin limitarse a éste. Sin embargo,
no serı́a nada extraño que durante los rituales mortuorios de ciudadanos
célebres de otros paı́ses, concurriera toda una masa compuesta por individuos
entre los cuales muchos no hayan llegado a conocer propiamente al difunto. El
cronista contrasta el entierro de Tito, ex presidente de Yugoslavia, con el de
Muñoz Marı́n. Ante la foto del entierro del ex mandatario yugoslavo, subraya
y comenta el orden entre la concurrencia. Refiriéndose al entierro del
negociador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, comenta:
Entre nosotros y Muñoz ese espacio del estado nunca existió. Quizás
porque nunca lo hemos conocido, quizás porque después de cuatrocientos
años de colonialismo no hemos fundado una nación independiente . . . En
nuestra relación con el caudillo no media el estado; más bien asumimos al
jefe como una variante necesaria de la familia, del amor paterno filial. De
ahı́ que el ataúd fuera manoseado hasta el delirio por las manos de los
dolientes de su pueblo. (Las tribulaciones de Jonás, 100)
18 Philippe Ariès, Morir en Occidente (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2000 [1 ed.
1975]), 213.
LAS TRIBULACIONES DE JONÁS Y EL ENTIERRO DE CORTIJO 685
III
En el transcurso de Las tribulaciones de Jonás y El entierro de Cortijo,
Rodrı́guez Juliá insistirá en describir a los asistentes de los rituales
mortuorios y a los puertorriqueños en general como noveleros, averiguos,
husmeadores y demás términos afines mencionados. Se aproxima y casi que
teoriza a la manera de un cientı́fico social, pero con mucha ironı́a, acerca del
comportamiento de los puertorriqueños. Al hacerlo, destaca el gusto por la
novelerı́a como un fuerte elemento de cohesión, compartido en menor o mayor
medida, por los puertorriqueños. Hasta los niños participan de la novelerı́a y
asisten con sus padres al velorio. El rasgo unificador de los puertorriqueños
se va conformando desde los tiernos años, incluyéndose el propio cronista,
pese a las diferencias entre su condición social y racial con respecto a la de la
mayorı́a de los asistentes. La condición de novelerı́a portorricensis es clara
entre las clases populares o en ‘el primer piso’ de origen afroantillano, pero no
se limita a éste. La madre del cronista, blanca y de clase media, como se
evidencia en el primer capı́tulo de Las tribulaciones de Jonás, también
participa de la novelerı́a. De esta manera, subsiste la fuerte crı́tica a la
polı́tica muñocista, pero el reconocimiento de la dispersión o del ‘paı́s de
muchas tribus’, queda matizado.
Al principio del presente ensayo, he llamado la atención sobre la
inquietante relación entre la literatura y la realidad extraliteraria. El
escepticismo con respecto a la idea de gran familia entendida más allá de
los fracasos de la polı́tica populista, es matizado por el propio marco en el que
inscribe la crónica, el cual subraya la complejidad de la realidad y no menos,
de su representación. Al respecto, el cronista no pretende objetividad en su
representación de la realidad. Por el contrario, hace explı́cita su subjetividad
al no reconocerse exento de prejuicios, con lo cual se distancia de los
cientı́ficos sociales. También rechaza la transparencia del lenguaje al
resaltar la cualidad de filtro que ejecuta la memoria, además, renuncia a la
posibilidad de un relato totalizador, cuando se percata de la imposibilidad de
la panorámica (El entierro de Cortijo, 17, 77). Sólo puede pretender ‘ver el
entierro de todos los ángulos posibles’ (El entierro de Cortijo, 67). Por otro
lado, el oı́do le permite el acceso a la voz del otro que luego reproduce en lo
que se propone como una trascripción, marcada por las bastardillas. No
obstante, cabe recordar, que esas voces pasan por el filtro de su memoria.
Mediante el uso de las bastardillas, el cronista se distancia de la voz de los
lúmpenes. Sin embargo, no se trata meramente de que los deje hablar, ya que
688 BSS, LXXXVI (2009) GISELLE ROMÁN MEDINA
la voz del otro dentro de la crónica está dirigida por el cronista, a pesar de la
particular polifonı́a, con respecto a las voces populares, que permite el
género.
La conciliación entre las razas de los puertorriqueños que forjan la gran
familia es cuestionada. Una analepsis al 1937, año en que Luis Palés Matos
destaca la presencia de los negros en el paı́s a través de su poesı́a, representa
la manera opresiva y desigual en la que se conforma el mulataje (El entierro
de Cortijo, 6267). Rodrı́guez Juliá, a partir de los datos referenciales con los
que cuenta, la muerte del abuelo materno en casa de la amante negra en Villa
Palmeras, incursiona con su imaginación literaria en la intimidad de la
pareja, la cual, a diferencia de los entierros, no presenció. Éste es el momento
en que más se aleja el cronista de los inmediatos referentes extraliterarios
que rigen las crónicas. El estatus de cierta verificabilidad se mantenı́a por el
contacto visual que habı́a tenido con los entierros. El cronista, al comienzo del
El entierro de Cortijo, ya habı́a descrito cómo las circunstancias históricas lo
habı́an obligado no sólo a observar, sino también a imaginar (El entierro de
Cortijo, 16). La relación adúltera que finaliza con el escándalo y los chismes a
raı́z de la muerte, es lo que en esta anécdota une al blanco y al negro
puertorriqueño. El bembeteo, posiblemente desagradable para los familiares
de Rodrı́guez Juliá, producido tras la muerte del abuelo, es lo que permite la
recuperación de la anécdota que pasa a ser escritura.
Al final de El entierro de Cortijo se vuelve a hacer hincapié en la conducta
bachatera de los puertorriqueños del Lloréns. La juventud bailando y
cantando encima de la tumba representa el desafı́o de lo que se ha prohibido
desde la Edad Media por la iglesia católica y la impropiedad según los más
contemporáneos parámetros de la clase media, relacionados con lo burgués.20
El cronista al igual que Pedreira en Insularismo, finaliza el El entierro de
Cortijo con una reflexión sobre la juventud. Tensiona su propia ambigüedad y
se pregunta ‘cómo conciliar este gesto heroico con la realidad de estas
muchachas que le dijeron a Rubén Blades, cuando éste las mandó a callar,
molesto por la bachata y riserı́a en el cementerio Tú eres un pendejo’ (El
entierro de Cortijo, 96). Las muchachas son estetizadas en cuanto a que
escapan de la rigidez del orden burgués con el que propone romper la estética
de Palés Matos y de las vanguardias en general. Sin embargo, al mismo tiempo,
el comportamiento desbordado de éstas no deja de producir inquietud en el
cronista: ‘asusta ver el desmadre [. . .] esa inclinación a no asumir la conducta
debida a la ocasión’ (El entierro de Cortijo, 86). El cronista recalca el conflicto.
Está entre el extravı́o, tanto de las muchachas bachateras como de él mismo, y
la ternura, sentimiento propio de un padre menos rı́gido y cercano a sus hijos.
Se pregunta el cronista finalmente, ‘¿habrá alguna autoridad posible?’,
volviéndose de esta manera, a la interrogante sobre el entierro o la
permanencia y necesidad de la figura paternal (El entierro de Cortijo, 96).