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Seis preguntas
sobre la teología
Por eso he querido llamar a estos apuntes «Seis preguntas sobre la teo-
logía». Se trata de responder a las cosas más básicas, aunque no siempre se
puede hacer de forma sencilla. Con estas respuestas obtendremos el mate-
rial más elemental para el desarrollo de las tutorías y para que cada alumno
pueda, al hilo de estas preguntas, anotar sus propias razones que le apoyen
decididamente en el transcurso de los estudios.
Estas preguntas son:
— ¿Teología o Ciencias Religiosas?
— ¿De dónde viene este esfuerzo y cuál es su origen?
— ¿Cuáles han sido los momentos más importantes?
— ¿Qué problemas afronta hoy la teología?
— ¿Por dónde empezamos para elaborar teología?
— ¿Hacia dónde vamos haciendo teología?
La palabra «ciencia» procede del latín scientia, que a su vez deriva del
verbo scire, que se traduce por «saber». En sentido general, por tanto, se
refiere a «sabiduría», a «conocimiento». En su uso clásico, se refería a todo
conocimiento logrado por el esfuerzo del pensamiento; la ciencia por anto-
nomasia era la filosofía, en sus distintas ramas: física, matemática o metafí-
sica.
A partir del siglo XVI, sin embargo, el concepto «ciencia» sufre una
transformación semántica, y pasa a referirse exclusivamente al conocimien-
to hipotético-deductivo que se adquiere por la observación directa de los
6 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
Nuestras Biblias suelen traducir esta expresión por «¡Es verdad! Ha re-
sucitado…»; es una versión legítima, porque ὄντως puede ser una expre-
sión enfática. Surrexit Dominus vere, traduce la Vulgata. Pero la palabra
ὄντως encierra un valor filosófico mayor: estaría mejor traducido por «re-
almente», es decir, la resurrección se ha producido en la realidad, es un
1. ¿TEOLOGÍA O CIENCIAS RELIGIOSAS? 9
acontecimiento real, que puede ser valorado y comprendido con los instru-
mentos con los que el hombre comprende y se adentra en la realidad, sobre
todo con la razón. La experiencia de los primeros cristianos es que la Resu-
rrección del Señor, que es el acontecimiento más importante para ellos
(dimensión salvífica), puede defenderse a nivel ontológico (dimensión
«metafísica»). La resurrección de Cristo no es una opinión de los creyentes,
sino un acontecimiento real, tan real como las cosas más reales, un asunto
de la estructura ontológica del mundo que, hasta cierto punto, la modifica.
Cuando se comprende esta implicación entre la dimensión cristológica y
salvífica con la dimensión universal y metafísica, entonces se entiende la
teología: es el esfuerzo por mostrar la verdad de las afirmaciones de fe.
Resultaría muy forzado admitir que los apóstoles eran ya teólogos, y que
el origen de la teología es neotestamentario. Es verdad que ellos conocían
muy bien las Sagradas Escrituras y, lo que es más aún, habían conocido a
Cristo mejor que nadie. Pero en sentido estricto, no puede decirse que sean
«teólogos»: no habían estudiado filosofía, ni falta que les hacía; no estaban
atentos a las implicaciones metafísicas de las afirmaciones de fe, aunque
las suponían; no daban clase en ninguna facultad, aunque su magisterio fue
mucho más importante. Sólo en sentido derivado puede hablarse de «teo-
logía» bíblica, es decir, de una «imagen de Dios» que encontramos por su-
puesto en los libros bíblicos, pero que muchas veces queda implícita y hay
que desarrollar. Lo más importante de la Biblia no es su teología, sino la
Persona que nos habla en ella, que es la Palabra del Padre.
En las Homilías Orígenes aprovecha también todas las ocasiones para recordar
las diversas dimensiones del sentido de la sagrada Escritura, que ayudan o ex-
2. ¿CUÁL ES EL ORIGEN HISTÓRICO DE LA TEOLOGÍA? 17
vación. Al asumir la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo
la carne de todos nosotros» (Tractatus in Psalmos 54,9); «asumió en sí la natu-
raleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo
sarmiento» (ib. 51,16).
Precisamente por esto el camino hacia Cristo está abierto a todos —porque él
ha atraído a todos hacia su humanidad—, aunque siempre se requiera la con-
versión personal. […] La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san
Hilario, al final de su tratado sobre la Trinidad, pide la gracia de mantenerse
siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la re-
flexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro
es un diálogo con Dios.
4. San Agustín
Pero el Padre de la Iglesia más importante es, sin duda, san Agustín
(354-430), cuya vida se caracteriza por una apasionada búsqueda de la ver-
dad y que tuvo un influjo decisivo en la Edad Media. Vamos a recuperar las
palabras de Benedicto XVI de la audiencia del 20 de febrero de 2008 para
presentar brevemente su obra:
Hoy han sobrevivido más de trescientas cartas del obispo de Hipona, y casi
seiscientas homilías, pero estas originalmente eran muchas más, quizá entre
tres mil y cuatro mil, fruto de cuatro décadas de predicación del antiguo retóri-
20 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
co, que había decidido seguir a Jesús, dejando de hablar a los grandes de la
corte imperial para dirigirse a la población sencilla de Hipona […].
Entre la producción literaria de san Agustín —por tanto, más de mil publica-
ciones subdivididas en escritos filosóficos, apologéticos, doctrinales, morales,
monásticos, exegéticos y contra los herejes, además de las cartas y homilías—
destacan algunas obras excepcionales de gran importancia teológica y filosófi-
ca. Ante todo, hay que recordar las Confesiones, antes mencionadas, escritas
en trece libros entre los años 397 y 400 para alabanza de Dios. Son una espe-
cie de autobiografía en forma de diálogo con Dios. Este género literario refleja
precisamente la vida de san Agustín, que no estaba cerrada en sí misma, dis-
persa en muchas cosas, sino vivida esencialmente como un diálogo con Dios
y, de este modo, una vida con los demás […].
[…] Los donatistas eran el gran problema del África de san Agustín, un cisma
específicamente africano. Los donatistas afirmaban: la auténtica cristiandad es
la africana. Se oponían a la unidad de la Iglesia. Contra este cisma el gran
obispo luchó durante toda su vida, tratando de convencer a los donatistas de
que incluso la africanidad sólo puede ser verdadera en la unidad. Y para que le
entendieran los sencillos, los que no podían comprender el gran latín del retó-
rico, dijo: tengo que escribir incluso con errores gramaticales, en un latín muy
simplificado. Y lo hizo, sobre todo en este Psalmus, una especie de poesía
sencilla contra los donatistas para ayudar a toda la gente a comprender que
sólo en la unidad de la Iglesia se realiza realmente para todos nuestra relación
con Dios y crece la paz en el mundo.
22 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
S. Ignacio de Antioquía (†115) Eusebio de Cesarea (275-339) San Basilio Magno (330-379)
Oriente S. Policarpo de Esmirna (70-155) San Gregorio de Nisa (335-400)
San Justino (100-165) San Gregorio Nacianceno (329-389)
San Juan Crisóstomo (307-407)
Tertuliano (160-245) San Atanasio de Alejandría (296-373)
San Cirilo de Alejandría (380-444)
San Cipriano de Cartago (160-258)
África Escuela de Alejandría
Clemente de Alejandría (150-215) San Agustín de Hipona (354-430)
Orígenes (185-254)
África
León Magno (†461) Pseudo Dionisio Areopagita San Beda el Venerable (673-735)
hasta que llegue a la plenitud» (Proslogion, cap. 14). Esta oración permite
comprender el alma mística de este gran santo de la época medieval, fundador
de la teología monástica, al que la tradición cristiana ha dado el título de «doc-
tor magnífico», porque cultivó un intenso deseo de profundizar en los miste-
rios divinos, pero plenamente consciente de que el camino de búsqueda de
Dios nunca se termina, al menos en esta tierra. La claridad y el rigor lógico de
su pensamiento tuvieron siempre como objetivo «elevar la mente a la contem-
plación de Dios» (ib., Proemium). Afirma claramente que quien quiere hacer
teología no puede contar sólo con su inteligencia, sino que debe cultivar al
mismo tiempo una profunda experiencia de fe. La actividad del teólogo, según
san Anselmo, se desarrolla así en tres fases: la fe, don gratuito de Dios que hay
que acoger con humildad; la experiencia, que consiste en encarnar la Palabra
de Dios en la propia existencia cotidiana; y por último el verdadero conoci-
miento, que nunca es fruto de razonamientos asépticos, sino de una intuición
contemplativa. Al respecto, para una sana investigación teológica y para quien
quiera profundizar en las verdades de la fe, siguen siendo muy útiles también
hoy sus célebres palabras: «No pretendo, Señor, penetrar en tu profundidad,
porque no puedo ni siquiera de lejos confrontar con ella mi intelecto; pero de-
seo entender, al menos hasta cierto punto, tu verdad, que mi corazón cree y
ama. No busco entender para creer, sino que creo para entender» (ib., 1).
En los países de Europa occidental reinaba por aquel entonces [siglo XII] una
paz relativa, que aseguraba a la sociedad el desarrollo económico y la consoli-
dación de las estructuras políticas, y favorecía una intensa actividad cultural,
entre otras causas gracias a los contactos con Oriente. […] La teología tam-
3. ¿CUÁLES SON LOS PRINCIPALES HITOS DE LA TEOLOGÍA? 27
La respuesta de san Buenaventura es muy parecida, pero los matices son dis-
tintos. San Buenaventura conoce los mismos argumentos en una y otra direc-
ción, como santo Tomás, pero para responder a la pregunta de si la teología es
una ciencia práctica o teórica, hace tres distinciones: amplía la alternativa en-
tre teórico (primacía del conocimiento) y práctico (primacía de la praxis), aña-
diendo una tercera actitud, que llama «sapiencial» y afirmando que la sabidu-
ría abarca ambos aspectos […].
3. ¿CUÁLES SON LOS PRINCIPALES HITOS DE LA TEOLOGÍA? 31
La síntesis que santo Tomás consigue entre razón y fe, y que aún hoy
persiste como modelo de la armonía entre las capacidades humanas, viene
resumida por Benedicto XVI de la siguiente forma, en la audiencia del 23
de junio de 2010:
En la Summa Theologiae, santo Tomás parte del hecho de que existen tres
modos distintos del ser y de la esencia de Dios: Dios existe en sí mismo, es el
principio y el fin de todas las cosas; por tanto, todas las criaturas proceden y
dependen de él; luego, Dios está presente a través de su gracia en la vida y en
la actividad del cristiano, de los santos; y, por último, Dios está presente de
modo totalmente especial en la Persona de Cristo, unido aquí realmente con el
hombre Jesús, que actúa en los sacramentos, los cuales derivan de su obra re-
dentora. Por eso, la estructura de esta obra monumental, un estudio con «mira-
da teológica» de la plenitud de Dios (cf. STh, I, q. 1, a. 7), está articulada en
tres partes […].
32 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
3. La teología moderna
Esta función sapiencial no podría ser desarrollada por una filosofía que no fue-
se un saber auténtico y verdadero, es decir, que atañe no sólo a aspectos parti-
culares y relativos de lo real —sean éstos funcionales, formales o útiles—, si-
no a su verdad total y definitiva, o sea, al ser mismo del objeto de conocimien-
to. Ésta es, pues, una segunda exigencia: verificar la capacidad del hombre de
llegar al conocimiento de la verdad; un conocimiento, además, que alcance la
verdad objetiva, mediante aquella adaequatio rei et intellectus a la que se re-
fieren los Doctores de la Escolástica. Esta exigencia, propia de la fe, ha sido
reafirmada por el Concilio Vaticano II: «La inteligencia no se limita sólo a los
fenómenos, sino que es capaz de alcanzar con verdadera certeza la realidad in-
teligible, aunque a consecuencia del pecado se encuentre parcialmente oscure-
cida y debilitada» (GS 15).
Las dos exigencias mencionadas conllevan una tercera: es necesaria una filo-
sofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos
empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y
fundamental. Esta es una exigencia implícita tanto en el conocimiento de tipo
sapiencial como en el de tipo analítico; concretamente, es una exigencia propia
del conocimiento del bien moral cuyo fundamento último es el sumo Bien,
Dios mismo. No quiero hablar aquí de la metafísica como si fuera una escuela
específica o una corriente histórica particular. Sólo deseo afirmar que la reali-
dad y la verdad transcienden lo fáctico y lo empírico, y reivindicar la capaci-
dad que el hombre tiene de conocer esta dimensión trascendente y metafísica
de manera verdadera y cierta, aunque imperfecta y analógica. En este sentido,
la metafísica no se ha de considerar como alternativa a la antropología, ya que
la metafísica permite precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad
de la persona por su condición espiritual. La persona, en particular, es el ámbi-
to privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la reflexión me-
tafísica.
Todos los teólogos tienen muy presente esta capacidad humana de cono-
cer, de entrar en contacto con la Verdad (sobre ello volveremos más ade-
lante). Pero si tuviéramos que elegir un autor reciente que sirva de ejemplo
de esta apertura humana al conocimiento de Dios, entonces ése sería Karl
Rahner.
Rahner nació en Friburgo de Brisgovia (Alemania) en 1904; a los diecio-
cho años ingresó en la Compañía de Jesús (1922). Estudió la filosofía en
Friburgo y la teología en Valkenburg (Holanda). Recibió la ordenación sa-
cerdotal en 1932. Se doctoró en teología en Innsbruck (1936), pasando al
año siguiente a enseñar como Privatsdocent en la misma facultad. Después
del paréntesis de la II Guerra Mundial, durante el cual ejerció la cura de
almas en Viena y en la Baja Baviera, obtuvo la cátedra de Teología en Mu-
nich en 1964, de donde pasó a Münster, tres años más tarde, hasta su jubi-
lación en 1972. Participó activamente como perito en el concilio Vaticano
II, y posteriormente fue nombrado miembro de la Comisión Teológica In-
ternacional, en la que trabajó hasta su dimisión en 1973, retirándose a Inns-
bruck, donde se encuentra su biblioteca. Murió en 1984. Sus obras más im-
portantes son:
— Geist im Welt, «Espíritu en el mundo» (1939, reel. 1957 y 1964),
sobre la teoría tomista del conocimiento, elaborada como tesis doc-
toral en filosofía que no fue presentada al ser rechazada por su di-
rector, M. Honecker.
4. ¿CUÁLES SON LOS RETOS DE LA TEOLOGÍA HOY? 41
1
Hay abundante bibliografía sobre K. Rahner. Destacaremos aquí las obras más re-
cientes: H. VORGRIMLER, Karl Rahner. Experiencia de Dios en su vida y en su pensa-
miento, Santander 2004; B. SESBOÜÉ, Karl Rahner, Paris 2001; S. MADRIGAL, K. Rah-
ner y J. Ratzinger. Tras las huellas del concilio, Santander 2006; A. RAFFELT-H. VER-
WEYEN, Leggere Karl Rahner, Brescia 2004.
2
Joseph Maréchal (1859-1937), jesuita belga que trató de hacer compatible el to-
mismo con la interpretación gnoseológica kantiana en su obra Le point de départ de la
métaphysique.
42 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
El Papa Benedicto XVI será recordado sobre todo por su facilidad para
explicar de forma sencilla incluso las cuestiones más elevadas. Por su in-
terés, perece la pena reproducir aquí algunos párrafos del Prólogo de su li-
44 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
En mis tiempos de juventud —años treinta y cuarenta— había toda una serie
de obras fascinantes sobre Jesús: las de Karl Adam, Romano Guardini, Franz
Michel William, Giovanni Papini, Daniel Rops, por mencionar sólo algunas.
En ellas se presentaba la figura de Jesús a partir de los Evangelios: cómo vivió
en la tierra y cómo —aun siendo verdaderamente hombre— llevó al mismo
tiempo a los hombres a Dios, con el cual era uno en cuanto Hijo. Así, Dios se
hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del
auténtico hombre.
[…] Para mi presentación de Jesús esto significa, sobre todo, que confío en los
Evangelios. Naturalmente, doy por descontado todo lo que el Concilio y la
exégesis moderna dicen sobre los géneros literarios, sobre la intencionalidad
de las afirmaciones, el contexto comunitario de los Evangelios y su modo de
hablar en este contexto vivo. Aun aceptando todo esto, en cuanto me era posi-
ble, he intentado presentar al Jesús de los Evangelios como el Jesús real, como
el «Jesús histórico» en sentido propio y verdadero. Estoy convencido, y confío
en que el lector también pueda verlo, de que esta figura resulta más lógica y,
desde el punto de vista histórico, también más comprensible que las recons-
trucciones que hemos conocido en las últimas décadas. Pienso que precisa-
mente este Jesús —el de los Evangelios— es una figura históricamente sensata
y convincente.
3
Para adentrarse en el estudio de este gran autor, cf. A. SCOLA, Hans Urs von Balt-
hasar: un estilo teológico, Madrid 1997.
CAPÍTULO 5
1. La «Tradición constituyente»
Apostólica puesta por escrito. Uno de los problemas que más gravemente
afectaron a la Iglesia en la reforma luterana fue la discusión sobre la Escri-
tura; para Lutero, la Iglesia habría fundado en la Tradición el mantenimien-
to de muchas «tradiciones» contrarias a la voluntad del Señor. Su razona-
miento era exagerado, porque entre esos elementos procedentes de la Tra-
dición situaba los mismos sacramentos, pero hizo pensar a la Iglesia sobre
«las fuentes» de la Revelación. El concilio de Trento no se pronunció direc-
tamente sobre la cuestión, estableciendo que la Iglesia recibe la Palabra de
Dios de la Sagrada Escritura y de la Tradición (et…et, no aut…aut, ni par-
tim…partim). El concilio Vaticano II ha afirmado que la Iglesia no extrae
de la Sagrada Escritura toda la certeza de la Palabra Revelada.
Hoy esta cuestión puede darse por superada. Es verdad que nadie discute
una superioridad «interpretativa» de la Tradición (aunque en este caso
habría quizás que referirse más al segundo sentido de la Tradición), pero no
una superioridad «material», en el sentido de que no podría admitirse como
revelado algo que estuviera en contradicción con la Revelación transmitida
por los apóstoles y puesta por escrito en los libros de la Sagrada Escritura.
La Escritura es fruto de la Tradición; sin ella, ni existiría ni se entendería.
2. La «Tradición eclesial»
4
La expresión «monumentos de la tradición» es original de I. Congar. Cf. I. CON-
GAR, La Tradición y las tradiciones, San Sebastián 1964, 335ss.
54 SEIS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA
La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1Jn 2,20.27), no
puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta
mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando «desde los
Obispos hasta los últimos fieles laicos» (S. AGUSTÍN, De praed. sanct. 14,27
[PL 44,980]) presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costum-
bres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el
Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente «a la fe confiada de una vez para
siempre a los santos» (Jud 3), penetra más profundamente en ella con juicio
certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado
Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la
verdadera palabra de Dios (cf. 1Ts 2,13) (LG 12).
3. El Magisterio de la Iglesia
tenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida
en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor
quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.
Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por
el consentimiento de la Iglesia, irreformables (DH 3012).
«Acepto y retengo firmemente, asimismo, todas y cada una de las cosas sobre
la doctrina de la fe y las costumbres, propuestas por la Iglesia de modo defini-
tivo».
cosmos
Cristo
yo
6. ¿HACIA DÓNDE VAMOS ELABORANDO TEOLOGÍA? 61
1. Analogía «fidei»
Por eso se dice muchas veces que el Antiguo Testamento se explica por
el Nuevo, y no al revés; que la Antropología sólo se entiende a la luz de la
Cristología; que la mejor Eclesiología es la que refleja las grandes intuicio-
nes del tratado de Trinidad. Este mensaje armonioso que unifica toda la his-
toria de la salvación en torno a Cristo y su significado salvífico es la prime-
ra y gran misión de la teología.
2. Analogía «entis»
La salvación que Dios realiza en Cristo no sólo proyecta su luz sobre to-
da la creación, sino que nos descubre que el sentido interno del mundo es
servir de escenario a esta comunicación salvadora de Dios. La segunda ta-
rea de la teología es comprender la creación, el cosmos, el mundo con sus
leyes y sus ámbitos, a la luz del Señor del Mundo, que es Jesús Resucitado.
La teología ha hablado siempre de la «analogía del ser», esto es, que en-
tre la criatura y el Creador puede trazarse una línea de continuidad en el ser
siguiendo el orden de las causas y la lógica del mundo. «Los cielos procla-
man la gloria de Dios», dice el salmo 18. Y el libro de la Sabiduría afirma:
«por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre por analogía a su
creador» (Sab 13,5), una doctrina que será confirmada por san Pablo en
Rom 1,20: «lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son percepti-
bles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus
obras».
La «analogía», que en principio es una propiedad del discurso por la cual
a determinadas realidades les aplicamos propiamente unos conceptos que
en parte les corresponden y en parte no, se convierte en un concepto filosó-
fico que establece la continuidad entre Dios y las criaturas. Esto es lo que
no aceptaba K. Barth, porque para él después del pecado se ha establecido
6. ¿HACIA DÓNDE VAMOS ELABORANDO TEOLOGÍA? 63
una ruptura entre los hombres y Dios que hace imposible toda continuidad
que no sea la que establece la fe («analogía fidei» en sentido protestante).
Sin embargo, la teología católica ha sido más proclive a acentuar la afir-
mación bíblica: aunque dañada por el pecado, la obra de Dios sigue refle-
jando la sabiduría y el amor de su autor. La segunda tarea de la teología es
mostrar que el mundo que nos rodea responde también al amor de Dios, y
que la tarea de los cristianos y de la Iglesia es reorientar la historia, desde
dentro, permitiéndole recuperar su verdadero ser, que es divino. La activi-
dad cristiana en el mundo, la santificación de las tareas, consiste precisa-
mente en esta recuperación del sentido original del mundo como creación
de Dios, reflejo de su amor y trasfondo de su presencia.
3. Analogía «cordis»