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Prólogo…………………………………………………………………………………….3
En perseguirme mundo ¿qué interesas?.............................................................4
Hombres necios que acusáis………………………………………………………….5
Amor inoportuno…………………………………………………………………………7
Esta tarde mi bien………………………………………………………………………..9
Detente sombra………………………………………………………………………..10
Finjamos que soy feliz………………………………………………………………….11
Pues estoy condenada……………………………………………………………….16
Ante la ausencia……………………………………………………………………….18
Verde embeleso………………………………………………………………………..20
Glosario………………………………………………………………………………..…36
Bibliografía………………………………………………………………………………39
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Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, más conocida como Sor Juana
Inés de la Cruz, es conocida por haber sido una escritora novohispana,
exponente del Barroco, religiosa y su imagen es popular por estar en el billete
de 100 y 200 pesos mexicanos, es admirada por muchas personas gracias a
su historia, inteligencia, pero más que nada gracias a sus poemas que utilizan
un lenguaje muy poco común hoy en día, no solo por la época en la que
fueron escritos, sino porque Sor Juana fue una persona increíblemente
inteligente y capaz de manejar las palabras de una manera admirable,
llamando la atención de quien lo lea al instante.
Un poema de Sor Juana muy conocido hoy en día es “Hombres necios que
acusáis” que es un poema considerado adelantado a la época con una
ideología feminista que hoy se puede aplicar sin mucha diferencia. Sin
embargo, ya muchas personas saben eso, es el poema más famoso de la
gran escritora, por lo que esta recopilación está hecha para que quien lo
lea pueda conocer más de ella y sus poemas, pueda admirar la manera en
que esta manejaba las palabras, la forma en la que sus poemas pueden
proyectar tales sentimientos, el significado interpretable para cada uno de
estos.
3
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
4
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
5
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis
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Dos dudas en que escoger
tengo, y no se a cual prefiera,
pues vos sentís que no quiera
y yo sintiera querer.
No sé como despacharos,
pues hallo al determinarme
que amaros es disgustarme
y no amaros disgustaros;
7
Pero dar un medio justo
en estas dudas pretendo,
pues no queriendo, os ofendo,
y queriéndoos me disgusto.
8
,
9
Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
10
Finjamos que soy feliz,
triste pensamiento, un rato;
quizá podréis persuadirme,
aunque yo sé lo contrario,
que pues sólo en la aprehensión
dicen que estriban los daños,
sí os imagináis dichoso
no seréis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado.
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Antes, en sus dos banderas
el mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,
sigue cada cual el bando.
Si es mío mi entendimiento,
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?
El discurso es un acero
que sirve para ambos cabos:
de dar muerte, por la punta,
por el pomo, de resguardo.
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Si vos, sabiendo el peligro
queréis por la punta usarlo,
¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
13
Si culta mano no impide
crecer al árbol copado,
quita la sustancia al fruto
la locura de los ramos.
En amenidad inútil,
¿qué importa al florido campo,
si no halla fruto el otoño,
que ostente flores el mayo?
Es de su propio Señor
tan rebelado vasallo,
que convierte en sus ofensas
las armas de su resguardo.
14
¿Qué loca ambición nos lleva
de nosotros olvidados?
Si es para vivir tan poco,
¿de qué sirve saber tanto?
Aprendamos a ignorar,
pensamiento, pues hallamos
que cuanto añado al discurso,
tanto le usurpo a los años.
15
Pues estoy condenada,
Fabio, a la muerte, por decreto tuyo,
y la sentencia airada
ni la apelo, resisto ni la huyo,
óyeme, que no hay reo tan culpado
a quien el confesar le sea negado.
16
Mas, supuesto que muero,
sin resistir a mi infeliz suerte,
que me des sólo quiero
licencia de que escoja yo mi muerte;
deja la muerte a mi elección medida,
pues en la tuya pongo yo la vida.
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Divino dueño mío,
si al tiempo de partirme
tiene mi amante pecho
alientos de quejarse,
oye mis penas, mira mis males.
Aliéntese el dolor,
si puede lamentarse,
y a la vista de perderte
mi corazón exhale
llanto a la tierra, quejas al aire.
18
Y puesto que me ausento,
por el último vale
te prometo rendido
mi amor y fe constante,
siempre quererte, nunca olvidarte.
19
Verde embeleso de la vida humana,
loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;
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Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.
21
Amado dueño mío,
escucha un rato mis cansadas quejas,
pues del viento las fío,
que breve las conduzca a tus orejas,
si no se desvanece el triste acento
como mis esperanzas en el viento.
Si al arroyo parlero
ves, galán de las flores en el prado,
que amante y lisonjero
a cuantas mira intima su cuidado,
en su corriente mi dolor te avisa
que a costa de mi llanto tiene risa.
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Si la flor delicada,
si la peña, que altiva no consiente
del tiempo ser hollada,
ambas me imitan, aunque variamente,
ya con fragilidad, ya con dureza,
mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.
Si la liebre encogida
huye medrosa de los galgos fieros,
y por salvar la vida
no deja estampa de los pies ligeros,
tal mi esperanza en dudas y recelos
se ve acosa de villanos celos.
¿Cuándo de tu apacible
rostro alegre veré el semblante afable,
y aquel bien indecible
a toda humana pluma inexplicable?
Que mal se ceñirá a lo definido
lo que no cabe en todo lo sentido.
24
Rosa divina, que en gentil cultura
eres con tu fragante sutileza
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
25
Dime vencedor Rapaz,
vencido de mi constancia,
¿Qué ha sacado tu arrogancia
de alterar mi firme paz?
Que aunque de vencer capaz
es la punta de tu arpón
el más duro corazón
¿qué importa el tiro violento,
si a pesar del vencimiento
queda viva la razón?
26
Cuando fuera, Amor, te vía,
no merecí de ti palma;
y hoy, que estás dentro del alma,
es resistir valentía.
Córrase, pues, tu porfía,
de los triunfos que te gano:
pues cuando ocupas, tirano,
el alma, sin resistillo,
tienes vencido el Castillo
e invencible el Castellano.
27
Este amoroso tormento
que en mi corazón se ve,
sé que lo siento y no sé
la causa porque lo siento
28
Firma Pilatos la que juzga ajena
sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!
¿Quién creerá que firmando ajena muerte
el mismo juez en ella se condena?
29
Ya que para despedirme,
dulce idolatrado dueño,
ni me da licencia el llanto
ni me da lugar el tiempo,
30
Mira la muerte, que esquiva
huye porque la deseo;
que aun la muerte, si es buscada,
se quiere subir de precio.
En lágrimas y suspiros
alma y corazón a un tiempo,
aquél se convierte en agua,
y ésta se resuelve en viento.
Ya no me sirve de vida
esta vida que poseo,
sino de condición sola
necesaria al sentimiento.
31
Posible es que ha de llegar
el rigor a tan severo,
que no ha de darle tu vista
a mis pesares aliento?
Y si mi amor no es bastante,
el tuyo mismo te acuerdo,
que no es poco empeño haber
empezado ya en empeño.
32
Acuérdate, señor mío,
de tus nobles juramentos;
y lo que juró la boca
no lo desmientan tus hechos.
Y perdona si en temer
mi agravio, mi bien, te ofendo,
que no es dolor, el dolor
que se contiene atento.
33
señora, si la belleza
que en vos llego a contemplar
es bastante a conquistar
la más inculta dureza,
34
Que dicha se ha de llamar
sólo la que, a mi entender,
ni se puede merecer,
ni se pretende alcanzar.
35
Afable: que es agradable, apacible y cordial en el trato.
Altiva: que se cree superior a los que le rodean por su posición social o
económica o por alguna cualidad especial y que lo demuestra con un trato
distante o despreciativo hacia los demás.
Derogar: dejar sin efecto una norma jurídica o cambiar parte de ella.
36
Embeleso: estado de la persona que siente un placer, una admiración o una
alegría tan intensos que no puede pensar ni sentir nada más.
Entrambos: ambos, los dos.
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Medrosa: que se asusta con facilidad o tiende a sentir miedo.
Presagio: fenómeno que se cree que sirve para adivinar el futuro, y que a
menudo hace referencia al advenimiento de un cambio.
Sírvante: servir.
38
Inc Distribooks (2005). Diccionario básico escolar. México. Larousse
Alma Yolanda Castillo Rojas, Irma Itzihuari Ibarra Bolaños, Javier Luna Reyes,
Alma Lilia Luna (2020). México. Ediciones SM
https://www.banxico.org.mx/billetes-y-monedas/sor-juana-ines-cruz-
biografia.html
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Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana
nació el 12 de noviembre de 1651 en San
Miguel Nepantla en una hacienda ubicada al
pie de los volcanes. En un texto autobiográfico,
la poeta cuenta que su amor por las letras se
dio –y así lo dice– “desde que me rayó la
primera luz de la razón” y que a la edad de tres
años, siguiendo a su hermana, tomó lecciones
y aprendió a leer. La curiosidad siempre la
motivo a leer y a estudiar. A la edad de siete
siete años, y al enterarse de la existencia de la Universidad de México, solicitó a su madre
que la enviara a estudiar allá, disponiéndose a cambiar el vestido por uno masculino si
fuese necesario. Ante la negativa materna, se consoló devorando los libros de la
biblioteca de su abuelo. Se armó de constancia y disciplina, Empezó a estudiar
gramática con tal dedicación que cortaba su cabello imponiéndose el aprendizaje de
una lección determinada mientras crecía, volviendo a cortarlo si aún no dominaba lo
que se había propuesto aprender.
En 1664 Sor Juana ingresó a la corte como dama de compañía de la virreina, Leonor
María Carreto, marquesa de Mancera, a la que dedicó algunos sonetos con el nombre
de Laura. El virrey, admirado, hizo reunir a cuarenta letrados de todas facultades para
someterla a un examen sin igual del cual, por supuesto, salió triunfante, dejando
admirados a los sabios por haber contestado con sabiduría toda pregunta, argumento y
réplica que estos le hicieran. Con la total negación que tenía al matrimonio, e influida por
el padre Antonio Núñez de Miranda, que era confesor de los virreyes, Juana decidió
profesar. Tomó la decisión por parecerle que era “lo menos desproporcionado y lo más
decente que podía elegir”. Contrario al matrimonio, la vida conventual le aseguraba
“no tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de
comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”. Ingresó en primera
instancia al convento de Carmelitas Descalzas en agosto de 1667 y fue acompañada
por los virreyes. Abandonó el convento poco tiempo después, probablemente por la
rigidez de su regla. Finalmente, se decidió a ingresar en la Orden de las jerónimas,
tomando los hábitos en febrero de 1669. Hacia 1693 dejó de escribir y se dedicó más a
los oficios religiosos, situación que no ha sido convincentemente explicada por sus
biógrafos.
En 1695 una epidemia azotó con particular fuerza al convento de San Jerónimo, se dice
que “de diez religiosas que enfermasen, apenas convalecía una”. Sor Juana se dedicó
sin fatiga al cuidado de sus hermanas enfermas, se contagió y murió el 17 de abril de
dicho año.
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