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Lo esencial es invisible a los ojos: todo eso que creemos ver y que tan solo estamos

imaginando.

¿Hasta dónde la memoria no es una sarta de imágenes photoshopeadas por nuestro


inconsciente? Esas interconexiones neuronales que producen esas supuestas vivencias
pasadas, son, a fin de cuentas, meras ficciones creadas a través de una sumatoria de
condicionamientos heredados e hipervinculaciones de información contemporánea, sumadas
a los mambos jambos psicológicos particulares de cada uno. ¿Pero que nos hace creer que
vemos aquello que creemos estar viendo? El horror vacui. El temor al vacío, suele ser la
respuesta ante la mayoría de los actos por los humanos consumados. Nada es más
facciosamente propulsor de la fantasía, la mentira, la ilusión y la frustración, que ese pánico
ante el desconcierto, lo desconocido, ante la ausencia de certeza alguna y/o placebos
nomenclados de “verdades” (aunque ni bien sean relativas). -La verdad: ¡qué tan maravillosa
falacia! Qué ejercicio literario mayor que esa mentira repetida muchas veces a la llaman
“verdad” ... Lie to me, tell me no truth. “Fly me to de moon, let me play among the stars, let me
see what spring is like on Jupiter and Mars”, cantaba Frank Sinatra. “Es cierto que te amé y es
falsa la verdad, pero parte del amor es mentir sin lastimar”, canta Rosario Ortega-.

Mentime que me gusta... me gusta saberme receptor protagónico, la entidad viva para la cual
esa suma de palabras fue enhebrada. Protagonismo de bisutería, fugacidades de cortejo,
espacios interpretativos gestores de realidades fantasiosas, de invenciones, de literatura... -
“Solo es mentira la mentira, solo es mentira la verdad”, según Manu Chao-. ¿Hasta dónde no
todo es una mentira? ¿Hasta dónde no somos una mentira con patas? Si creemos como
“cierto” todo aquello que percibimos no devenimos más que en mentirosos compulsivos
autoconvencidos, si creemos que es “verdad” eso que subjetivamente experimentamos:
vamos cuasi muertos, suerte de zombis de la necedad, infectos por el miedo al asombro y a la
otredad. La mentira es literatura, así como lo es la verdad y eso a lo que denominan “realidad”.
Cada subjetivación – por más somatopolitizada que esté- es una interpretación específica -por
más desubjetivizados que estemos-, una unicidad sensitivamente interpretativa, una suma de
átomos, cadenas moleculares y neurotransmisiones propias de cada ser (y de toda entidad
viva: demás mamíferos, plantas y hongos). Toda exégesis es una arrogación, una atribución
personal para convertirse no solo en director de su película, sino también en autor de
declamaciones por otros conculcadas. No es el planeta tierra un conglomerado de ficciones
caminantes y fetichizaciones estéticas que van desde la armonía y lo sublime, pasando por el
absurdo y la tragedia, a lo grotesco y obsceno... –¿Mentiras estéticas o estetizadas?
Estetizadas. Sí, en este capitalismo farmacopornográfico, la verdad es anecdótica y la
estetización es la substancia que todo lo inocula-.

“Son ilusiones”, dice el Madrileño, después de un: “Yo pienso en ti”, en unas de las canciones
de su último disco. -Illusions, that kind of dreams that can become nightmares-. Y, ¿hasta
dónde no es todo lo que creemos estar viendo mera ilusión, veladuras superpuestas
encomiadas como “realidad” ... Somos creadores de ilusiones compulsivos, lo hacemos
incesantemente, -casi- inconscientemente. Ahora, si toda percepción es -de alguna manera-
ilusoria, no solo el concepto de “verdad” deviene irrisorio, sino que hasta dónde no somos
todes disfóricos substanciales... Igualmente, por más desubjetivizades que la biopolítica nos
tenga y de la alexitimia que nos caracterice, creo que todes somos unicidades irreproducibles,
entidades auráticas, y que como tales columbramos todo lo que contextualiza nuestras
existencias desde una óptica absolutamente intrínseca (siendo esa consustancialidad la que
nos acaudilla las libres interpretaciones gestadoras de esas sarta de imágenes photoshopeadas
por nuestro inconsciente a las que entendemos como “memoria”).

Ni verdades ni certezas, solo caprichos perceptivos que, de no ser reconocidos como tales, el
egotismo puede hacer de las suyas y en cuestión de segundos convertirse en la estrella más
pesadillesca de cualquier “yo” y en la peor compañía para todo “ello” (freudianamente
hablando). De no ser completamente conscientes de que toda sensación/percepción/emoción
no es más que un acrisolamiento subjetivo, el incordio de la necedad y la obturación de la
cerrazón psicoemocional harán de toda posibilidad de intercambio relacional y descubrimiento
de otredades una imposibilidad rotunda. Mutabilidad, sentido del humor, del ridículo y de la
contradicción como compañera de vida, son les mejores aliades imaginables en esta
contemporaneidad que nos contextualiza. La seriedad y la fehaciencia perecieron (fueron
enterradas tras la modernidad y bastardeadas por el revisionismo poshistórico), las grandes
narrativas y los universalismos (si bien aún se oyen los despojos sonoros que supieron dejar
sus ecos -unheimlich-) ya no representan nuestro zeitgeist. El relativismo y el subjetivismo
tomaron el podio posmodernista, deviniendo en la ambigüedad que tan substancialmente
encarna el presente que vivimos.

El ser humano se esclavizó a sus instrumentos y a las normas de sus instrumentos, y su sistema
artificial de normas, economía y tecnología; naturalizó esas construcciones narrativas
socioculturales desubjetivizantes que todo lo unifican, achatan, despoetizan. El pánico a la
anomalía hizo del silencio un espiral y de la sumisión una actitud de vida. La anulación de la
propia esencia -siendo las nanotecnologías de poder autoadministradas el magnánimo de los
ejemplos- hizo de las posibles rizomatizaciones venideras una irrisión categórica y del concepto
de “utopía” un término -cuasi- peyorativo -lindante entre la ingenuidad y la psicosis-. “Lo
primero que el poder extrae y destruye es nuestra capacidad de desear el cambio”, escribió
Paul B. Preciado a comienzos de este milenio. Ahora, pero si toda concepción de “realidad” es
ilusoria, no paramos de estar creando realidades con nuestras
percepciones/sensaciones/interpretaciones, por ende, no solamente somos capaces de
producir cambios que gestan nuevas realidades, sino que lo hacemos endémicamente. A fin de
cuentas, resulta que lo único que, como creadores natos de ficciones que somos, lo
significante sería que empecemos a coescribir el guión de esa ilusión designada como
“realidad” conjuntamente.

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