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ASÍ SE HABLA

Claves para ser un buen comunicador

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MARCOS BELLO Y JOSUÉ DE ANDRÉS
Así se habla, claves para ser un buen comunicador

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reproducción total o parcial de esta obra, ni su
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sin autorización previa y por escrito de los titulares
del copyright. La infracción de dichos derechos
puede constituir un delito contra la propiedad
intelectual.

© Marcos Bello y Josué de Andrés , 2017


GUARDA
“A continuación van ustedes a escuchar las doctas palabras de dos
conferenciantes de fama internacional”. Esta contundente frase la
dirigió el director de un instituto de Otavalo, Ecuador, a 700 alumnos
formados en el patio con disciplina militar.

Josué de Andrés y Marcos Bello, los dos “famosos” conferenciantes,


eran a la sazón dos jóvenes ponentes de 22 y 24 años. Se miraron
con complicidad, y sonrieron…

Han transcurrido más de 20 años, y desde entonces ambos han


viajado por medio mundo, visitando más de 50 países. Han
impartido cursos y conferencias en lugares tan dispares como salas
de exposiciones, hospitales, universidades, palacios de congresos…
En radio y en televisión. A grupos reducidos y a auditorios de miles
de asistentes.

Marcos, licenciado en Derecho, colabora como columnista en


algunas publicaciones, edita su primera novela “La melodía de
Claude” en 2012, y proyecta su segunda para la primavera de 2018.
Pianista y compositor, su canal de YouTube es seguido por decenas
de miles de personas. Dedica años a la formación en el campo de la
oratoria, en primer lugar como alumno, y desde hace 26 años como
ponente y formador.
Josué cursó estudios de Diseño Publicitario y Psicología.
Posteriormente se formó como orador en una escuela de oratoria
con sede en Nueva York, de la que llegó a ser profesor. Autor de
ensayos y artículos de opinión, y apasionado bibliófilo, lleva más de
25 años impartiendo conferencias. Actualmente compagina su labor
de escritor con cursos de comunicación y conferencias por toda
España, participando esporádicamente en programas de radio y tv.

Juntos suman más de 1000 conferencias. En ¡Así se habla! plasman


el legado de años de experiencia hablando en público.
DEDICATORIA

A Aitana y Naara, nuestras hijas mayores, amigas y cómplices en


este proyecto.

Y a Scarlett Johansson.

Los autores
INDICE
GUARDA
DEDICATORIA
INDICE
PRÓLOGO
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte I
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte I
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte II
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte II
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte I
INTRODUCCIONES EFICACES
LA ENTREVISTA
USO EFICAZ DE LA VOZ
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte II
COMO MEJORAR LA VOZ
EL FACTOR SORPRESA (SINFONIA 94 EN SOL MAYOR)
HAYDN, MARTIN LUTHER KING Y LA REPETICION
SIN PRISA PERO CON PAUSA
EL HABLA QUE FLUYE
CHUCHO VALDES. IMPROVISACION Y ORATORIA
EL ARTE DEL ENSAYO
SEA OBSERVADOR
BUEN LECTOR, MEJOR ORADOR
INTRODUCCION AL STORYTELLING
PELIGRO. REDES
UN POCO DE NEMOTECNIA
LAS CENIZAS DE WALT
PREPARESE PARA LAS INTERRUPCIONES
DAR CERA, PULIR CERA
DEDIQUE TIEMPO A APRENDER DE LOS MEJORES
SORIA Y OLÉ
¿Y SI TE PIDEN QUE LO HAGAS TU?
TIEMPO DE HABLAR, TIEMPO DE CALLAR
MIRADAS
SU CUERPO HABLA
PNL
CONCLUSIONES EFICACES Parte I
CONCLUSIONES EFICACES Parte II
LAS TRES E
CONCLUSION
CONTRAPORTADA
PRÓLOGO
Hay una vieja leyenda contada por Plinio el viejo que tuvo lugar en
los tiempos de la Grecia clásica. La historia de Zeuxis y Parrasio.
Cuenta como, una vez cada cuatro años, en Atenas se intentaba
determinar quién era el mejor pintor del imperio griego. Tras una
serie de eliminatorias, llegaron a la final dos contendientes. Zeuxis,
natural de Heraclea, y Parrasio, de Efeso.

Un juez, desde lo alto de un gran escenario preparado para la


ocasión, dio comienzo a la gran final pidiendo a uno de los
contrincantes, en esta caso Zeuxis , que mostrara al público su obra.
Zeuxis, antes de hacerlo, explicó: “Lo que van a ver es una pintura
copiada de la naturaleza. Creo haber imprimido en ella todo el saber
de mi oficio.”

Acercándose a la obra, descorrió la tela que la cubría, y apareció


ante los ojos de los allí presentes un hermoso racimo de uvas. El
caso es que estaban tan bien pintadas, resultaban tan perfectas y
apetecibles, que unas aves que sobrevolaban el lugar se
abalanzaron sobre el cuadro pensando que las uvas aquellas eran
reales. Obviamente, el clamor del público fue general, y muchos ya
daban la competencia por perdida para Parrasio, pensando que le
sería imposible superar el realismo de aquella pintura.

De nuevo el juez intervino, para en esta ocasión invitar a Parrasio a


descorrer la tela que cubría su pintura. Parrasio pareció no
inmutarse ante aquella orden, y el juez, empezando a
impacientarse, volvió a solicitarle descorrer el lienzo. Nuevamente,
Parrasio se hizo el sueco tan bien como le era posible hacérselo a
un griego de hace 2.500 años.

El juez, algo nervioso, le pidió por última vez que descorriera el paño
que cubría su pintura, amenazándole con que, de no hacerlo de
inmediato, no tendría más remedio que adjudicar el premio a Zeuxis,
quien se alzaría con el título de mejor pintor de Grecia durante los
siguientes cuatro años.

Impaciente por recibir el galardón, y seguro de su victoria, el propio


Zeuxis se adelantó hasta el cuadro de su contrincante y trató de
remover la tela que lo cubría. Y eso es precisamente lo que Parrasio
quería que hiciera. Durante unos segundos, el desconcierto se
apoderó de todos los presentes. Zeuxis no pudo remover el lienzo,
porque lo que Parrasio había pintado era… una tela. La tela que
parecía cubrir el cuadro era en realidad un trampantojo tan bien
pintado que había engañado a todo el mundo.

Sin esperar la decisión del juez, el propio Zeuxis habló avergonzado:


“Yo he engañado a los pájaros, pero tú, Parrasio, me has engañado
a mí. Por tanto, admito que eres mejor pintor que yo”. Y colorín,
colorado…

Querido lector, traemos a colación esta antigua leyenda griega para


colocar una base sobre la que analizar el propósito de este libro. Y
es que hay personas que, como Parrasio, han sido tocados por la
mano de Dios, tienen un don innato, y destacan sobresalientemente
por encima del común de los mortales.

De manera que, sea en el campo de las artes, (pintura, música o


escultura), si a usted al nacer le pusieron Leonardo da Vinci, Juan
Sebastián Bach, o Miguel Angel Buanarroti, lo tenía todo hecho. Si
cuando a usted le dio a luz su madre, en la partida de nacimiento
figuraba el nombre de Usain Bolt o Bill Gates, su camino estaba
trazado. Y si de pequeño su madre le insistía: “Albert, debes
practicar más con el violín y dejar esos libros de física que no hay
quien los entienda”, la suerte estaba echada. Reciba nuestra más
sincera enhorabuena por el don que ha recibido, y que este le
proporcione muchas alegrías.

Sin embargo, hay otros muchos casos de verdaderas celebridades,


que quizá no tenían un don tan innato, no tenían una predisposición
tan absoluta a destacar, pero han tenido el mismo éxito o mayor que
la de otros genéticamente bendecidos.

Permítanos traerle un caso a colación. En el año 2015, asistimos


invitados por unos clientes al Royal Albert Hall, a disfrutar de un
concierto de piano. El intérprete era el considerado por muchos
músicos profesionales y pianistas expertos como el pianista más
grande de la actualidad. Su nombre es Lang Lang. Por el nombre
fácilmente habrá podido deducir que de Albacete no es el
muchacho. Nació en la ciudad de Shenyang, en la provincia de
Laoning. Dicho lo cual, esperamos que se haga una idea de su
nacionalidad.

Lang Lang comenzó a tomar lecciones de piano con solo 3 años con
la profesora Zhu Ya-Fen. A los 5 años ganó el Concurso de Piano
de Shenyang y tocó en su primer recital público. Cuando tenía 9
años de edad, intentó hacer una audición para entrar en el Central
Conservatory of Music de Beijing, y, al tener dificultades con sus
lecciones, fue expulsado del estudio de su tutor de piano por,
atentos al dato, "falta de talento”.

¿Cómo entonces ha llegado a la cima de su profesión? Bueno,


quizá la explicación la encontramos en una anécdota que él mismo
reveló sobre su padre. El bueno del señor Lang, decepcionado por
el rumbo de la carrera de su hijo, le dijo a la edad de 10 años que se
suicidara porque no había practicado bastante. Afortunadamente
para todos Lang Lang no hizo caso a esa bestia parda que tenía
como padre, sino que incrementó aún más sus horas de práctica, y
el resultado final demuestra que, donde no llega el talento, llegan el
esfuerzo y la dedicación.

Si usted es una mente brillante, tipo Anxo Pérez, quien con apenas
30 años tiene cinco titulaciones universitarias, habla 9 idiomas, toca
9 instrumentos, tiene un par de best-sellers publicados, es traductor
del mismísimo presidente de los Estados Unidos, actúa en películas,
y ha trabajado para el FBI… este manual de oratoria puede
directamente mandarlo lejos, muy lejos. Quizá incluso al pueblo sin
civilizar donde nació el padre de Lang Lang.

Sin embargo, estamos convencidos de que la mayoría de las


personas relevantes en su profesión, sea cual sea esta, han basado
su éxito en el trabajo, en la disciplina y en seguir una serie de
estrategias adecuadas. Se atribuye a Pablo Ruiz Picasso la frase,
“Cuando me llegue la inspiración, espero que me encuentre
trabajando”.

Este manual de oratoria concentra una serie de estrategias, un


conjunto de técnicas y recursos, que harán de usted un
comunicador más hábil y convincente. Sin embargo, no es un
método al uso. De hecho nos atreveríamos a advertirle que es un
tanto anárquico e irreverente. Especialmente si usted lo compara
con los tediosos libros que hay publicados abordando esta temática
de la oratoria. Suelen ser volúmenes densos, farragosos y muy
aburridos. Lo que tiene en sus manos, o en sus pantallas, es
simplemente un libro diferente a todos los demás.
En él se condensan años de experiencia en la oratoria, y se
analizan, de manera desenfadada, situaciones y coyunturas a las
que se puede enfrentar un orador público. Se acude a anécdotas de
los propios escritores en su ejercicio de ponentes combinadas con
ejemplos de la historia, la pintura, el cine…

De manera que este libro admite varios registros de lectura. Desde


una perspectiva metodológica quien lo pretenda podrá, con su
lectura, formarse como orador público. Pero si lo que desea es
disfrutar de una lectura amena, con un análisis diferente de sucesos
históricos relacionados con la oratoria, conocer a relevantes
personajes que destacaron al hablar en público, y un sin fin de
anécdotas curiosas, también acierta al decidirse por leernos.

Por último le animamos a que sea valiente, decidido y, una vez leído
este libro, se introduzca activamente en el apasionante mundo de la
oratoria. Hablar en público le abrirá aspectos nuevos de su propia
personalidad y puede estimular ámbitos de su vida que ni imagina.
Si desarrolla su actividad profesional como abogado, una buena
oratoria le ayudará a incrementar la cantidad y calidad de sus
clientes. Si su área de trabajo es la gestión comercial, venderá más
y mejor si domina las estrategias de comunicación. Y si es un
ministro religioso salvará más almas. Si alguien muere y no se
salva, acuda a nosotros y con gusto le devolvemos el dinero del
libro.

Pero pruebe, láncese, intente poner en práctica las diversas


sugerencias que aquí le proponemos. Permítanos contarle una
anécdota para ilustrar la sorpresa que podría llevarse:

Nat King Cole, Nacido en Montgomery (Alabama, Estados Unidos)


el 17 de marzo de 1919, comenzó actuando en garitos de mala
muerte. Según se cuenta, un granjero completamente borracho le
obligó, recurriendo incluso a la violencia, a cantar. Cole se resistía a
hacerlo porque cantar no era lo suyo, él solo sabía tocar el piano, y
para eso le habían contratado.

Al final, viendo peligrar su integridad física, no tuvo más remedio


que ceder. Y cantó de tal modo que se hizo el silencio y todos los
presentes se emocionaron. Y hasta el viejo granjero ebrio tuvo que
limpiar unas lágrimas que involuntariamente brotaron de sus ojos.
Había nacido Nat King Cole, el pianista y cantante.

Le retamos a que explore su faceta como orador público. Lea e


incorpore en sus charlas, presentaciones o sus ponencias
profesionales, todas las técnicas y recursos que aquí hemos
recopilado y verá como más de uno le dice al escucharle:
“¡Así se habla!”

LOS AUTORES
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte I

Corría el siglo XVI de nuestra era, cuando cerca de la ciudad belga


de Lieja, un joven llamado Cornelius Van Der Steen sintió la llamada
de la fe, y solicitó su ingreso en la orden de los jesuitas. Se ve que
en aquel entonces no había tanta crisis de vocación como ahora, y
los monjes de la Compañía de Jesús podían permitirse el lujo de
seleccionar a quienes admitían entre sus miembros. El caso es que
al amigo Cornelius le denegaron el ingreso en la orden, alegando
una razón de profundo calado espiritual: era demasiado bajito.

No ha trascendido hasta nuestros días cual era exactamente la


incompatibilidad entre la vida monástica y ser corto de estatura.
Quizá no tenían nadie que supiera coser en el monasterio, para
cogerle el dobladillo del hábito y que no lo fuera arrastrando por los
pasillos, o quizá los fines de semana jugasen al baloncesto contra
los dominicos del pueblo de al lado, y no querían perder capacidad
reboteadora.

El caso es que al aspirante a monje no le sentó muy bien aquella


negativa, y montó un pequeño escándalo que alcanzó cierta
repercusión en los alrededores del convento. Los monjes, viendo
peligrar su reputación de hombres de fe, y por lo tanto
supuestamente ajenos a algo tan trivial como el tamaño de sus
miembros (los miembros de la orden, se entiende), decidieron
aceptarle como aspirante, pero a condición de que cumpliese un
requisito.

Manfred Barthel dice lo siguiente en su libro The Jesuits – History &


Legend of The Society of Jesus:” El comité dijo a Van Der Steen que
pasaría por alto el requisito de la estatura solo si aprendía a recitar
de memoria toda la Biblia“.

Imagino que el fraile al que se le ocurrió tamaña barbaridad recibió


las calurosas felicitaciones de sus compañeros por haber
solucionado de manera tan ingeniosa el asunto, y que una vez
resuelto el problema de aquel puñetero enano que quería ser monje
se fueron a sus celdas tranquilos a meditar en temas profundos
como el amor, la compasión y la justicia.

Y es que cualquiera hubiera visto en aquello un muro insalvable. Es


muy posible que la mayoría de ustedes tengan Biblia en casa. Si no
es así, les recomiendo que adquieran una, aunque sea por una
simple cuestión cultural. El caso es que la Biblia no es precisamente
un libro pequeño. Una novela normal tiene entre 70.000 y 110.000
palabras. La Biblia contiene 725.000 palabras, incluyendo capítulos
enteros dedicados a genealogías de la nación de Israel, lo que se
traduce en una interminable lista de nombres en su mayoría
impronunciables.

Para hacerse una idea del reto, un lector medio que se pusiera a
leer la Biblia en voz alta desde el principio, dedicándole unas 10
horas al día, tardaría unas dos semanas en leerla completamente.
Lo cual representa 140 horas hablando sin parar. ¿Se imagina
aprenderse todo eso de memoria?

Pero los jesuitas no contaban con la tenacidad de nuestro pequeño


amigo, el cual, mostrando tener un par de cataplines que en
absoluto se correspondían con el tamaño de su cuerpo, se presentó
en el monasterio algunos meses después para decirles que ya
estaba preparado. La noticia corrió como la pólvora, y en la sala de
audiencias se congregaron, no solo los habitantes del convento,
sino un montón de curiosos que deseaban ver el desenlace de la
historia.

La vista dio comienzo; Cornelius se subió al estrado, y ante la


atónita mirada de los monjes, que a medida que pasaban los
minutos iban hundiéndose más y más en sus sillas, la cantarina voz
de Cornelius fue recitando pasajes y más pasajes de las Escrituras
hasta demostrar que, fíjense bien en lo que les digo, el señorito Van
Der Steen había memorizado completamente el sagrado libro.

A los miembros del comité eclesiástico no les quedó más remedio


que admitirlo en la orden. Y aunque yo personalmente, una vez
demostrada mi capacidad, les habría dicho que ya no me interesaba
ser jesuita, y que podían coger el hábito, y bien enrolladito,
metérselo por donde el sol no alumbra, Cornelius fue
condescendiente y no solo ingreso en la Compañía de Jesús, sino
que llego a ser uno de los exégetas más importantes de dicha
orden.

Les he contado esta historia para hablar acerca de una de las cosas
más maravillosas que poseemos los seres humanos: la memoria.
Como dice el libro Mysteries Of The Mind, “La memoria amplía
nuestro mundo. Sin ella la vida carecería de continuidad, y por la
mañana veríamos a un extraño en el espejo. Cada día sería un
episodio aislado; no podríamos aprender del pasado ni prever el
futuro”.

No solo los humanos tenemos memoria. Hay aves que recuerdan el


lugar donde almacenaron semillas meses atrás, y las ardillas
recuerdan donde entierran sus nueces. Muchos de nosotros, en
cambio, olvidamos al cabo de un rato donde dejamos las llaves. En
efecto, la mayoría de las personas solemos quejarnos de mala
memoria, pero lo cierto es que nuestra mente posee una increíble
capacidad para aprender y recordar. El secreto está en aprovecharla
al máximo.

Pero, ¿cuál es el funcionamiento de la memoria, y como se pueden


llegar a realizar hazañas retentivas como las del pequeño monje
belga? ¿Existe algún método que nos permita, ya no aprendernos la
Biblia de memoria, sino recordar por lo menos donde hemos
aparcado el coche?

Abordaremos estas y otras cuestiones en próximos capítulos.


COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte I
Los seres humanos, (expresión que incluye a la mayoría de los
oradores), suelen padecer de los nervios.

En Suecia, un profesor de dilatada experiencia en el arte de hablar


en público, observó con interés como introducía su disertación un
joven estudiante víctima del nerviosismo. El muchacho, que iba a
dar su primer “discurso estudiantil”, entró y salió varias veces de la
sala donde se impartía el curso, mientras esperaba inseguro su
turno. Cuando llegó el momento de empezar a hablar, hizo la
peculiar introducción de apertura:

“He salido tres veces a vomitar”. Seguramente no era la introducción


que tenía pensada, pero sinceridad al menos no le faltó.

Otro instructor en el mismo país preguntó a un grupo de alumnos:


“¿Qué es lo primero que hace cuando recibe una hoja informándole
de la fecha de su próxima charla?”.

Uno de los asistentes contestó: “Yo empiezo a temblar “.

Y es que, la tensión nerviosa es una de las primeras rémoras a las


que debe enfrentarse un orador novel, a la vez que una necesidad
para cualquier persona que tenga que actuar en cualquier esfera.
Gracias a ella, se produce la secreción de adrenalina, una
asombrosa e inestimable sustancia que despierta y tonifica por igual
las funciones del cuerpo y la mente.
Esto explica un hecho, y es que en multitud de ocasiones las
actuaciones en público salen mejor cuando uno ha sentido
nerviosismo previamente. Por eso debemos acoger esos estados de
ansiedad con expectación y comprensión, ya que si los canalizamos
debidamente se convertirán en nuestros aliados.

¿Cómo hacer eso, y controlar los nervios eficazmente? Veamos un


par de consejos:
▪ Rompa el círculo vicioso . Los nervios al inicio suelen traer
consigo la aceleración de la respiración, y esta situación física suele
generar más ansiedad. De manera que, al haber más nervios, se
acelera aún más la respiración, y así entramos en un círculo vicioso
que hay que solventar, antes de hiperventilar y necesitar asistencia
médica.

La primera solución empíricamente demostrable y de mayor eficacia


es dejar de respirar. Hágalo durante unos minutos y nunca jamás
volverá a tener el problema de ponerse nervioso al tener que
enfrentarse a un auditorio. De hecho desaparecerán todos los
problemas de su vida.

Dado que intuyo que muchos de nuestros lectores desestimaran


esta primera recomendación, les brindamos una segunda opción:
realizar lo que algunos métodos han definido como una respiración
“completa”.

Resumo unas instrucciones para que usted se acerque a lo que


viene siendo uno de estos ejercicios relajantes. Tapone una de sus
fosas nasales y con la que queda libre inspire lo más profundamente
posible. A continuación expire todo lo lentamente que sea posible y
repita la operación dos veces más. Acto seguido, realice la misma
operación pero cambiando la vía nasal. Si consigue dominar este
ejercicio, domará su respiración y evitará muchos efectos
indeseables al pronunciar las primeras palabras de su exposición.

▪ Recuerde que la mayoría de sus percepciones y sentimientos


son internos . Son de usted, y el auditorio no tiene por qué
conocerlos, a menos que usted sea tan inexperto que los revele.
Aunque sus rodillas tengan el baile de San Vito y piense que sus
piernas están a punto de desplomarse, probablemente nadie lo
perciba, y verá como si continúa hablando pronto desaparecerá ese
efecto colateral.
Contrario al círculo vicioso antes mencionado, debemos imponer un
círculo virtuoso. Sumérjase en su disertación. Hable, hable y hable.
Concéntrese en lo que está diciendo. Siga hablando. Vaya
convenciéndose en los beneficios que sus palabras aportan a los
oyentes y no deje de hablar. Lo hará regular, mejor o peor, pero lo
importante es que los nervios se irán controlando.

Tranquilo, que a lo largo del libro nos vamos a ir ocupando del resto.
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte II
Hace unas semanas les contamos la historia de Cornelius Van Der
Steen, el pequeño monje belga que se aprendió la Biblia entera de
memoria. Seguro que su relato nos asombró, pero lo cierto es que
no es ni mucho menos el único caso de gente capaz de sacar el
máximo partido a su capacidad retentiva. Hay gente capaz de
hazañas incluso mayores. De hecho, de nuestro país,
concretamente de Albacete, es oriundo Ramón Campayo, el cual
ostenta todos los records internacionales de memorización. En
cierta ocasión, el amigo Ramón fue capaz de recordar el orden
exacto de 500 palabras entre 23.200 que escuchó a lo largo de tres
días consecutivos. Sin duda, alguien poco recomendable para
pedirle dinero, pensando que algún día se olvidará de la deuda.

En el mundo de la comunicación, que es donde nosotros nos


manejamos, el orador capaz de memorizar el esquema de su
discurso (no el contenido exacto, porque eso, como se estudia en
nuestros cursos, le restaría naturalidad), es capaz de captar mejor la
atención de su auditorio, debido a que mejora su contacto visual, y
por supuesto gana en tranquilidad y confianza en sí mismo, lo cual
mejora sensiblemente su calidad como conferenciante.

¿Le gustaría a usted potenciar su retentiva? Estupendo. Lo primero


que debemos entender es, a grandes rasgos, como funciona la
memoria.

El cerebro posee unos 100.000 millones de neuronas


interconectadas entre sí hasta alcanzar, en un humano adulto, la
cantidad de mil billones de conexiones neuronales. Estas
conexiones le dan al cerebro la capacidad de procesar y retener una
gran cantidad de datos. El proceso de la memoria se divide en tres
fases: codificación, almacenaje y recuperación. El cerebro codifica la
información cuando la percibe y la registra, dejándola lista para un
uso futuro. Los lapsus de memoria tienen lugar cuando falla una de
estas tres fases.

Ahora bien, hay diversos tipos de memoria. Por ejemplo, la memoria


a corto plazo retiene durante unos segundos pequeñas cantidades
de datos, de modo que nos permite sumar mentalmente, recordar un
número de teléfono hasta marcarlo y no olvidar la primera parte de
una frase mientras leemos o escuchamos el resto. Pero, como su
propio nombre indica, la memoria a corto plazo tiene grandes
limitaciones.

Si queremos almacenar información por más tiempo, debemos


recurrir a la memoria a largo plazo. ¿Cómo activarla? He aquí
algunas recomendaciones.

▪ Interésese en el tema y recuérdese las razones por las que


debe asimilarlo . Es curioso que uno tenga problemas para recordar
cómo se llaman los sobrinos de su mujer, que solo son dos, pero se
sepa de memoria la alineación del Madrid. Esto es porque es
evidente que le interesa el fútbol más que esas apasionantes cenas
familiares. Cuanto más interesado esté alguien en el tema que esté
analizando, más fácil le será memorizar los detalles. Además, la
memoria recibe mayores estímulos si hay sentimientos en juego.
Seguro que de todos los compañeros de clase que ha tenido a lo
largo de su vida, le resulta más fácil recordar los nombres de
aquellos por quienes se sintió atraído. De igual manera, si a usted le
emociona el contenido de su discurso le será más fácil recordarlo.

▪ Preste atención . “La mayoría de los ‘lapsus de memoria’ se deben


en realidad a la falta de atención”, dice el libro Mysteries of the Mind.
¿Qué evitará que nos distraigamos? La concentración. Mientras se
prepara su presentación elimine de su entorno otro tipo de
estímulos, como radio, televisión, conversaciones e incluso olores
fuertes. Tratar de aprenderse la lista de los reyes godos mientras ve
el concurso de Miss España igual no es una buena idea. La música
suave de fondo ayuda a algunas personas a concentrarse, mientras
que distrae a otras. Averigüe cuál es su caso y obre en
consecuencia.

▪ Comprenda lo que esté leyendo . Si no entendemos un concepto,


nos cuesta más recordarlo. Con la comprensión se establecen
relaciones entre las diversas partes de un concepto y se unen hasta
formar un todo lógico. Si no entiende bien el tema del que está
hablando le será mucho más difícil recordarlo. Quizá lo que deba
buscar antes de nada es a alguien que se lo explique bien antes de
intentar memorizarlo.

▪ Repita su discurso en voz alta . Cuando ensayamos nuestra


disertación en voz alta, ponemos en marcha otros mecanismos de
nuestro cerebro, como son las zonas que controlan el oído y el
habla. Si lo hacemos de pie, como ante un auditorio, activaremos la
parte que controla el lenguaje corporal. Cuanta más actividad
cerebral se vea implicada, más conexiones neuronales se crearán, y
más se fijará en nuestra mente la información.

▪ Visualice . También puede ser provechoso dibujar, esquematizar o


formarse una imagen mental de lo que se pretende recordar. Como
la repetición verbal, la visualización activa varias partes del cerebro.
Por ejemplo, si va a hablar sobre la ganadería, una visita a una
granja puede ayudarle mucho a recordar y comprender ciertos
conceptos. Si va a hablar sobre la desesperación, pudiera serle útil
llevarse a su suegra a casa durante una semana. Cuantos más
sentidos usemos, mejor se grabarán los datos.

▪ Haga asociaciones . Cuando aprendemos algo nuevo, hay que


asociarlo con lo que ya sabemos. Si vinculamos las nuevas ideas
con los recuerdos almacenados, quizá en anteriores presentaciones,
se nos hará más fácil codificar y recuperar la información, pues la
asociación nos servirá de pista.

▪ Dé tiempo a su cerebro para consolidar la información .


Debemos permitir horas o días para que se procese la información,
para que nos cale hondo, por así decirlo. Uno de los mejores
métodos es repasar lo que estamos elaborando, quizás
explicándoselo a otra persona. Eso no solo grabará más la
información en nuestra mente, sino que tendremos la oportunidad
de escuchar su opinión respecto al nuestro progreso.

Algunas personas piensan que intentar aprender cosas nuevas hará


que se olviden las que ya sabemos, como si el cerebro tuviera que
vaciar las estanterías para llenarlas de nuevo. Pero eso no funciona
así. Como diría Falete en un buffet libre, siempre queda sitio para
algo más.

Lo cierto es que aún no se ha descubierto el límite a la capacidad de


información que puede almacenar el cerebro humano. De hecho, la
memoria es como un músculo. Se irá fortaleciendo en la medida en
que la vayamos ejercitando. Cuantas más cosas vayamos
aprendiendo, más fácil nos será recordarlas.

Y si algo importante debe recordar en su vida, es recomendar a sus


amigos leer este libro.
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte II
Conocí el caso de una persona que fue injustamente acusada de
haber provocado un incendio. El hombre, que siempre había sido
una persona honrada y decente, compareció en el juicio atiborrado
de tranquilizantes. Las pastillas funcionaron: no estaba nada
nervioso. De hecho, estaba taaan relajado que fue incapaz de
responder a las preguntas que se le hicieron; lo declararon culpable
y condenaron a tres años de cárcel. En el momento creo que no le
importó mucho, pero sin duda después lo lamentó.

Avispado lector, seguramente ya ha deducido la moraleja. Para


conseguir el control de los nervios, el uso del alcohol y las drogas
debe desestimarse en la mayoría de los casos. Como excepción
puntual diría que para algún orador que he tenido la “fortuna” de
escuchar, el alcohol, no sería una opción descartable… pero para
los oyentes.

Hace unas semanas analizamos dos puntos que incidían


directamente en el dominio de los nervios. Para los millones de
seguidores de los siete continentes, que sin duda piensan
escribirme confirmándome la eficacia de dichos consejos, me animo
a ponerles algunos más.

▪ Prepar e de antemano su presentación . Así de sencillo, así de


práctico. Cuanto más se prepare, menos nervios experimentará en
sus exposiciones ante el público. La preparación no debe ser
considerada una tarea simple sino más bien poliédrica.
Entre los ámbitos que se debe incluir en una buena preparación
alisto los siguientes.

– Una buena investigación. Obtener información interesante o


novedosa consigue que nos centremos con entusiasmo en lo que
queremos transmitir y rebaja la tensión.
– Una fase de verificación. Los datos deben estar contrastados,
aportándonos la tranquilidad de que nuestras palabras son fiables y
que por tanto podemos relajarnos al comunicar lo que pretendemos.
Hablaremos bastante de esto en el libro.

– Estructura coherente. Esta idea será desarrollada en otros


artículos y es una parte importante en cualquier conferencia. El
saber que nuestra disertación mantiene un camino lógico nos
transmite tranquilidad porque nos ayudará a hablar fluidamente. Por
otra parte, en todo momento sabremos en qué punto de la
presentación estamos y así no divagaremos.

– Ilustrar. Esta recomendación también será ampliada. El buscar


ejemplos, símiles, anécdotas, curiosidades y recursos similares
dotará nuestra presentación de un atractivo singular y de un
dinamismo que nos dará mucha confianza al hablar en público.

– Ensayar, ensayar y ensayar. Cuanto más se practiquen las


presentaciones más se dominará lo que se tiene que decir. El
hacerlo en voz alta es una de las opciones más recomendables.

▪ Busque aliados . Siempre dentro de un auditorio encontrará a


personas más receptivas y esto puede deberse a diversos motivos.
Algunos oyentes empatizarán más con usted quizás por la temática
y su sensibilidad a ella. Si usted está embarazada y dentro de su
auditorio hay alguna mujer más en su situación, busque su mirada;
lo haga mal o muy mal, tendrá una cara amiga en la que apoyarse.

Otros asistentes simpatizarán con usted por su acento, o


simplemente por su parecido extremo con George Clooney, como le
pasa a uno de los dos autores de este libro. Pero sea cual sea la
razón, seleccione a esas personas que al mirarle mientras usted
diserta sonríen, asienten o le miran fascinados. Eso le dará
confianza y usted hablará con más calma.

Solo un último consejo, sea observador al escoger sus aliados.


Recuerdo el caso de un conferenciante que centró parte de su
discurso en uno de los asistentes que estaba ubicado en los
primeros asientos. Aquella persona era tan receptiva que cada vez
que el orador le miraba asentía enérgicamente con la cabeza. En el
coctel que se celebró a continuación, el discursante se sonrojó al ver
a esta persona acercarse con un evidente tic nervioso que le hacía
mover constantemente la cabeza, como si estuviera asintiendo. Lo
cual, dicho sea de paso, la convertía en la persona ideal para pedirle
un favor.

Si pone en práctica estos consejos, verá como disminuye su


ansiedad por hablar en público, y así puede concentrarse en el resto
de problemas, sin duda infinitamente más graves, que seguro tiene
usted en su vida.

De nada.
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte I

Hace ahora algunos años tuve la oportunidad de presenciar un


suceso muy curioso. Participaba en un congreso en el que
interveníamos un buen número de ponentes, cuando uno de los
oradores, llegado su turno, subió al estrado. Tras ajustar el
micrófono y la altura del atril, se aclaró la garganta, levanto la
cabeza… y no dijo nada. Sencillamente se quedó callado, con la
mirada fija en el auditorio.

La verdad es que un silencio inicial no es un mal método para captar


la atención del público, pero a medida que iban pasando los
segundos y aquel pobre hombre no abría la boca, un cierto
nerviosismo empezó a apoderarse de los presentes. Empezó a oírse
algún cuchicheo, alguna risilla nerviosa, el organizador del evento
detrás del escenario empezó a fibrilar, y el tipo allí arriba inmóvil
como una estatua. Y el tiempo seguía pasando…

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, con la frente perlada


de sudor el orador abrió la boca, y dijo lo siguiente: “Hasta hace
unos minutos Dios y yo sabíamos lo que iba a decir. Ahora, sólo lo
sabe Dios… Muchas gracias”. Y dicho esto, saludó con una leve
inclinación de cabeza, y se bajó del estrado, acompañado, eso sí,
de un consolador aplauso del comprensivo auditorio.

Si eso hubiese pasado en la última década no dudo que habría


algún video de aquel momento en YouTube, pero como de esto
hace más de veinte años, tendrán que conformarse con mi palabra.
De todas maneras, si son ustedes morbosos y les gustan este tipo
de episodios de vergüenza ajena, prueben a buscar en YouTube
“Michael Bay se queda mudo“, y verán un ejemplo de lo que les
hablo.

Lo cierto es que a nadie le gusta quedarse en blanco, con la


probable excepción de Michael Jackson. Olvidarse de lo que uno iba
a hablar es seguramente una de las cosas que más aterran a
quienes tienen que hacerlo en público. Y por eso es recomendable,
además de haber ensayado a conciencia la presentación, no fiarse
de la memoria, y llevar apuntado lo que tenemos pensado decir.

Y ahí es donde surge la duda. ¿Cuánto debemos apuntar en


nuestras notas? Hay quienes llevan un fajo de folios en los que
llevan escrito palabra por palabra hasta la última coma de su
discurso, de manera que tan solo han de limitarse a leer lo que
tienen delante. Otros lo llevan en algún dispositivo electrónico, pero
igualmente escrito al detalle. Este método lo usan muchos oradores.

¿Ventajas de hacerlo así? Es muy difícil quedarse en blanco, a


menos que por los nervios también se le olvide leer. Si le pasa esto
último debería aprender antes de nada a dominar los nervios,
porque de ahí a la pérdida de control de los esfínteres hay un paso.

¿Desventajas de llevarlo todo escrito? La principal: se pierde


naturalidad. No vamos a engañarnos, muchos de estos discursos
manuscritos están realizados en su mayor parte con el conocido
sistema corta&pega. Uno está documentándose, lee una frase que
le gusta, o incluso un párrafo entero, y como se ve incapaz de
decirlo mejor, porque no tiene tiempo o ganas o ninguna de las dos
cosas, decide incorporarlo a su presentación tal cual. Ctrl+C, Ctrl+V.
Y a por el siguiente punto. Y al final uno tiene una presentación
hecha de retales, como el monstruo de Frankenstein.

Pero olvida el hecho de que cada persona tiene una manera de


hablar, y de escribir, y que es muy difícil resultar natural cuando uno
está leyendo lo que ha escrito otro, usando sus palabras, modismos
y argumentos. Además, la lengua escrita permite florituras que
resultan poco creíbles cuando las pasamos a lengua hablada. Es
decir, que la inmensa mayoría de las personas escribimos más fino
que como hablamos. Y eso el público lo nota.

Si a eso unimos la inseguridad propia de quien no ha llegado a


sentir como suya la información, y que además no quiere levantar la
cabeza del papel porque tiene miedo de saltarse una línea y
perderse, (lo cual no es difícil que suceda, con esa letrita tan
pequeña, y todas esas líneas tan iguales…) estos discursos suelen
pasar con más pena que gloria. Y gracias podemos dar si quien los
pronuncia por lo menos sabe leer bien, que muchas veces ni eso…

A muchos les aterra la idea de hablar en público sin un guion


minucioso, pero lo cierto es que así es como hablamos en nuestra
vida cotidiana. Uno tan solo sabe lo que quiere decir, y lo dice.
Hacemos eso cuando hablamos por teléfono, cuando discutimos de
fútbol con los amigos, o cuando explicamos cómo arreglaríamos el
problema de Cataluña en cuatro días si nos dejasen.

De manera que se trata de buscar el equilibrio entre saltar a pelo al


escenario, fiándose tan solo de la memoria, o ir cargando con
quince folios y aburrir a los asistentes con una minuciosa lectura.
¿Cómo se consigue eso?

Permanezcan atentos al libro, en otro capítulo se lo explicaremos.


INTRODUCCIONES EFICACES
Una música inquietante suena de fondo, mientras aparece en
pantalla, en blanco y negro, la imagen de un misterioso castillo en
medio de la noche. La cámara se va acercando a la inmensa mole
de piedra, que desprende un aire tétrico y tenebroso.

De repente hay un primer plano. Estamos dentro de una amplia y


oscura habitación. En un costado de la misma hay una cama, y en
ella se ve, de manera incompleta, la figura de una persona acostada
en ella boca arriba. Ahora se da paso a un plano detalle, se enfocan
los labios del moribundo Sr.Kane, y este, mientras deja caer al suelo
una bola de cristal, con su último aliento de vida, pronuncia una
enigmática palabra: “Rosebud”.

El señor Kane ha muerto. La bola de cristal, tras rodar por una


escalera, se rompe en mil pedazos coincidiendo con la nota grave
de un fagot. Fin de la primera secuencia.

¿Qué es Rosebud? ¿Qué significa esa palabra? ¿Por qué justo


antes de morir este señor, casi sin fuerza, la pronuncia? Tendrán
ustedes que ver la película. Pero este, amigos lectores, es un
magnífico ejemplo de una introducción que despierta interés. Y,
como habrá adivinado, pertenece a la magistral película de Orson
Welles, Ciudadano Kane.

La siguiente secuencia de la película es un noticiario televisivo. El


locutor se encarga de contar la vida de este magnate, propietario de
periódicos y cadenas de radio, y coleccionista de obras de arte que
ha amontonado en su castillo de Xanadú. Pero eso ya es
irrelevante. Porque tras la escena inicial, todo espectador que tenga
un mínimo de curiosidad, está enganchado a la película y quiere
averiguar ante todo que significa esa maldita palabra, Rosebud.
Y efectivamente, tanta importancia tiene en la oratoria una buena
introducción, que uno de sus objetivos primordiales, es conseguir
que su audiencia quiera seguir escuchándole. Necesite seguir
escuchándole.

Por el contrario, si usted inicia su disertación con unas palabras que


carecen de todo interés, tales como “Pues bien…”, probablemente
su auditorio empezará a marcharse. No todos lo harán físicamente.
Los más educados quizás aguanten en sus asientos. Pero su mente
emprenderá un largo viaje. Y una vez, amigo mío, que la mente de
sus oyentes empiece a viajar a exóticos lugares distantes, o
empiece a retrotraerse a episodios de su niñez, ya será demasiado
tarde, ya no podrá volver a recuperarles.

Así que, no es exagerado afirmar que el éxito de lo que diga, por


mucha calidad que tenga su trabajo, por mucho conocimiento que
demuestre, o por más práctico que resulte, dependerá en gran
medida de si ha captado el interés con sus primeras palabras.

De ahí que pongamos todo el énfasis del mundo en aconsejarle que


concentre toda su pericia en preparar una introducción interesante,
que tenga tanta fuerza y gancho que obligue a su público a pegar el
culo al asiento de sus butacas, y mantenerlo ahí hasta que acabe.
¿Qué ideas puede utilizar para preparar una buena y efectiva
introducción? Ahí van algunas.

▪ Duración adecuada . Normalmente aquí se peca por exceso. Es


raro descalificar a una introducción por breve. Pero que una
introducción se exceda en el tiempo es tan frecuente como erróneo.
Una introducción demasiado larga suele ser muy compleja o
contener demasiados detalles que pueden despistar a los oyentes.
Un blog de oratoria comparaba la introducción a un “abrebocas” o
aperitivo y sugería: “No te desgastes dando explicaciones desde el
principio”.

▪ Sea impactante . Sus primeras palabras deben sorprender. Pero


no tenga prisa por empezar. Algo tan sencillo como esperar unos
cuantos segundos antes de hablar, creará una atmósfera de
expectación hacia lo que va a decir a continuación, que le hará
ganarse la atención de la mayoría de sus oyentes.

▪ Utilice una frase célebre . Que guarde clara relación con el tema,
claro. La frase de Gandhi “Vive como si fueras a morir mañana” es
preciosa, pero quizá no sea la mejor para iniciar una conferencia en
la planta de oncología de un hospital. Una afirmación contundente,
bien declamada, con la que las personas que le escuchan puedan
sentirse identificadas, sin duda sería una baza a su favor.

▪ Acuda a una anécdota o a un suceso histórico . El famoso


storytelling del que hablamos en otro capítulo viene aquí como anillo
al dedo. Nos guste más o menos la literatura, todos disfrutamos ante
una historia interesante y especialmente con la que nos podemos
identificar. Cuando lea, hable con la gente o vea la tele, trate de
recordar, apuntándolas si hiciera falta, las historias que podría
utilizar algún día en sus conferencias.

▪ Aporte un dato sorprendente . Investigue antes de realizar la


introducción si hay estadísticas o hechos relacionados con el tema
que va a tratar, y si descubre algo que le impacta, piense que
probablemente tendrá el mismo resultado en su público. Por
supuesto el dato no solo debe der veraz, sino que debe tener
significado matemático real. No sirve aquello de que de cada millón
de chinos el 50% es la mitad.

▪ Sálgase de lo previsible . Váyase por los cerros de Úbeda en su


primera declaración. Diga algo que no guarde ni remotamente
relación con el tema de su conferencia. Con esto consigue un claro
objetivo. Su auditorio quedará a su merced. Algún detractor quizás
sonría maliciosamente y piense que se le olvidó tomar la
medicación. Pero la mayoría de los oyentes manifestaran un deseo
irrefrenable de saber a dónde narices quiere llegar por ese camino.
Cuanto más extraña sea la frase, cuanto menos relación guarde con
su tema, mejor. Eso sí, recuerde que una vez se haya salido por la
tangente, debe regresar, y no demorarse mucho en el camino.
▪ Pregunte algo. Esta opción es siempre una garantía de éxito. Muy
mala tiene que ser la pregunta para que cualquiera de sus oyentes
no le conceda unos segundos de gracia mientras piensa la
respuesta. Eso sí, ya que tiene un recurso que funciona bien,
cúrreselo un poco. No haga una pregunta demasiado obvia, y
desinfle en un nanosegundo a sus oyentes. Plantee una cuestión
atractiva e interesante, una de esas que provoque la necesidad de
obtener la respuesta.

▪ Use una metáfora . Las metáforas, o las comparaciones, suelen


ser un buen recurso. Temas como una receta de cocina, un deporte
en equipo, o una orquesta sinfónica, pueden ser fácilmente
asimilados a otros asuntos y dar un cariz pedagógico a su
introducción. Eso sí, evite las metáforas con mucho fleco que
explicar, y las que sean técnicamente complejas, a menos que su
auditorio de la talla. Por ejemplo, si usted habla de que, tal y como
una garrapatea es más breve en su duración que una semifusa y
comparativamente las cocheas son lentísimas… ya puede venir
ahora el paralelo más fácil del mundo, que a menos que su auditorio
sea un alumnado de conservatorio, habrá errado en su elección.

▪ Apoyos visuales o auditivos . Este es un recurso muy potente


para captar la atención. Sea una imagen proyectada en un monitor,
un gráfico, o una bonita sintonía, debe utilizar el buen gusto y ajustar
el tiempo de uso. Buen gusto en el sentido que no queremos utilizar
imágenes que hieran la sensibilidad de los invitados por escabrosas,
sexualmente explícitas o escatológicas. Y si usa música, que sea de
buen gusto, y a un volumen apropiado. AC/DC quizás no sea la
mejor opción. Y si lo que utiliza es un objeto real para captar el
interés del público, tenga sentido común y sea razonable. Escoja
algo que pueda ser visto por la mayoría de su auditorio, y que no le
haga parecer un payaso. No aparezca con un ala delta de colores
chillones en el estrado, ni con una semilla de algo entre sus dedos.
Cierto es que actualmente muchos conferenciantes tienen la ventaja
de ser grabados con cámaras y su imagen aparece en pantallas
gigantes. Solo sea coherente.

Ni que decir tiene que puede combinar entre sí las diferentes


técnicas de las que acabamos de hablar.

En resumen, la introducción es una parte vital de su conferencia.


Genera una expectativa tal que le obliga a dotar de una calidad
óptima al resto de su conferencia. He conocido a muchos
conferenciantes que lo último que hacen es preparar su
introducción. Y no lo traemos a colación porque esté mal hecho.
Simplemente pone de manifiesto la importancia que muchos le
damos a esta parte del discurso.

Utilice los recursos que le hemos alistado. Asígneles un tiempo


adecuado. Sorprenda. Diga algo impactante. Formule esa pregunta
tan curiosa que nadie quiera irse sin saber cuál es la respuesta.

Y, por cierto, ¿sabe usted que era Rosebud?


Pues resulta que, esa misteriosa palabra que pronuncia el
ciudadano Kane en el lecho de muerte, significa…
LA ENTREVISTA

Por favor, lea conmigo pausadamente en voz alta: “Uno… dos…


tres… cuatro… cinco”. Perfecto, muchas gracias.

Si ha hecho usted bien el ejercicio anterior, (que tampoco era tan


difícil, caramba), ha superado en un segundo el tiempo que tarda un
entrevistador en hacerse una impresión de la persona a la que va a
entrevistar para un puesto de trabajo. En la mayoría de los casos,
esa primera impresión resultará determinante a la hora de decidir si
contrata o no al aspirante.

Es abrumador pensar que en tan solo cuatro segundos, uno puede


estar jugándose los próximos cuarenta años de su vida, ¿verdad?
“Pero si aún no me ha dado tiempo ni a saludar”, quizá piense. Pero
lo cierto es que en esos cuatro segundos el entrevistador ha tenido
tiempo de ver más cosas de usted de las que quizá pueda imaginar.

Piense en lo siguiente. Es más que posible que, al tener su currículo


con antelación, su entrevistador ya sepa cómo se llama usted, la
edad que tiene, cuál es su titulación, y donde ha trabajado
anteriormente, si es que lo ha hecho. Sabe si tiene el carnet de
conducir, si domina Windows “nivel usuario”, e incluso, si es usted
amigo de los CV creativos, si le gusta viajar y hacer sudokus. De
hecho, si le ha llamado para entrevistarle, es básicamente porque se
ajusta usted al perfil que la empresa necesita, tanto por edad como
por titulación y experiencia laboral.

Es más, la razón por la cual no le han llamado directamente para


decirle su horario y donde quiere que le domicilien la nómina, es que
hay una variable que no se puede incluir en ningún currículo, y que
es precisamente la que acaba de descubrir nuestro entrevistador en
esos primeros cuatro segundos: cómo es usted. Y no nos referimos
solo a su cara, puesto que seguramente su CV incluirá foto, sino
que quiere saber cómo se viste, como saluda, como huele y como
se mueve. Quiere conocer a la persona que hay detrás de ese par
de folios grapados que descansan sobre su escritorio.

Esto es tan importante para el entrevistador, porque la misma


ansiedad que tiene usted por conseguir el empleo seguramente la
tendrá él por no meter la pata y contratar a alguien problemático. En
teoría, cualquiera de los quince que va a entrevistar esa mañana le
valdría, así que va a tratar de encontrar a alguien que le caiga bien a
la gente, que no huela a sudor, que no salude con las manos
húmedas, y que no se vista como si hubiera sobrevivido a un
apocalipsis zombie, para que el jefe de verdad, cuando lo vea, le
guiñe el ojo y le diga: “buen trabajo”. ¿Quiere usted el empleo? Pues
ya sabe por dónde empezar.

Primero, la ropa. Es aconsejable que elija la lo que va a llevar a la


entrevista con al menos un par de días de antelación. Así no tendrá
que hacerlo en el último momento, lo cual aumentaría la tensión de
la cita. El tipo de ropa dependerá del tipo de trabajo al que aspire. Si
el trabajo es físico, no es necesario que vaya con traje y corbata,
pero sí que la ropa que lleve esté limpia y no se vea muy usada.
Evite el chándal y las camisetas con estampados llamativos. Unos
pantalones chinos y un polo liso, por ejemplo, si es usted hombre,
serían una buena elección. Y si es mujer, pantalones no demasiado
ceñidos, o una falda recta (ni muy larga ni muy corta) y una camisa
(ni muy abrochada ni muy desabrochada) también podrían valer.
Calzado limpio y clásico. No sea creativo.

Si el trabajo es para un puesto que va a requerir llevar traje, puede ir


con uno a la entrevista, pero recuerde no llevar su mejor conjunto.
No queremos bajo ningún concepto que vaya más elegante que el
propio entrevistador. Recuerde que, en muchas ocasiones, éste va a
fichar a un futuro compañero de trabajo, y quizá no le apetezca
contratar a alguien que desde el primer día le esté haciendo sombra.
Así que, de nuevo, algo sencillo pero elegante, que podría
perfectamente llevar a la oficina el día siguiente si le dan el puesto.

Segundo, el cuerpo. Salga lavado y aseado de casa. El pelo bien


arreglado. Las manos dicen mucho de una persona, así que haga
un esfuerzo por no morderse la uñas y llevarlas lo más cuidadas
posible. En cuanto a su barba, tiene dos opciones (Eso si es
hombre. Si es mujer, lo que tiene es un problema): O bien afeitado,
o bien con una barba bien cuidada. La barba de dos días no suele
dar buena imagen.

No se pase con la colonia. No abuse del maquillaje. Y si lleva joyas


u otros complementos, por favor, con discreción. No dudamos de
que sea usted una persona muy especial, seguro que con una
fascinante vida interior, pero lo cierto es que los entrevistadores se
pirran por la gente sencilla, que son los que generalmente dan
menos problemas.

Si se ha duchado y echado desodorante, el sudor no debería ser un


problema, pero si aun así teme que los nervios le hagan aparecer
sobaqueras como a Camacho, póngase una camiseta debajo de la
camisa. Y échese talco en las manos para que quien le salude no
piense que ha agarrado un manojo de salchichas recién sacado del
bote.

Ah, y los dientes. Cepíllese a fondo, use hilo dental y tómese un


bote de Smint si hace falta, pero que al saludar al entrevistador éste
huela a menta, o en último caso, que no huela nada. No sería el
primer aspirante supercualificado que se queda en la calle por olerle
la boca como el vestuario de un orco.

Llegue a tiempo. Si es unos minutos antes de la hora mucho mejor.


Y cuando le toque el turno, camine con la cabeza erguida, mire a los
ojos al entrevistador, sonríale, dele la mano con firmeza pero sin
tratar de partírsela, y bésele solo si él o ella inician el gesto. Y si es
así, besando el aire, por supuesto. No le dé un morreo o un beso de
abuela, que la liamos.

No se mueva mucho, siéntase derecho en la silla cuando le inviten a


hacerlo, y no empiece a mirar toda la estancia como si estuviera
buscando una cámara oculta.
Y ya está. Los cuatro segundos han pasado. Si al entrevistador le ha
gustado, muy torpe tiene que ser usted para estropearlo en los
siguientes minutos. Eso sí, si a los seis meses descubre que ese
trabajo está arruinando su vida, que sepa que no nos hacemos
responsables.
USO EFICAZ DE LA VOZ

“(…) del magnánimo Esténtor, que tenía vozarrón de bronce y


gritaba tanto como cincuenta hombres juntos”
Ilíada: V, 778 y ss

De este mitológico héroe que tomó parte en el sitio de Troya, nace el


término estentóreo/a, que utilizamos por ejemplo para indicar que
una voz es fuerte o robusta.
En nuestro reputado diccionario de la RAE, se define este adjetivo
de la siguiente manera: “Dicho de la voz o del acento muy fuerte,
ruidoso o retumbante”.

Mal que me pese, debido a mis preferencias futbolísticas, no


compartidas por el coautor de este libro, he de reconocer que el
recuerdo sonoro que llega a mi tímpano cuando pienso en el
vocablo aludido, es el estadio Santiago Bernabeu, y la voz
atronadora de Placido Domingo declamando aquello de “…
tramontane, stelle! All´alba vincerò!”. El Nessun Dorma de la opera
Turandot de Puccini.

Si usted tiene una voz potente, varonil o grave, permítame felicitarle.


Tiene mucho ganado para tener a su auditorio atento a poco que
discurse medio bien.

Mire usted al difunto Constantino Romero, que con esa voz


prodigiosa no solo dobló a actores tan destacados como Clint
Eastwood, Arnold Schwarzenegger, o a personajes como Darth
Vader, sino que se hinchó a hacer anuncios. Que gusto daba
escucharle.

Probablemente usted, igual que la mayoría de los mortales, no goce


de unas cuerdas vocales tan privilegiadas, pero con lo que Dios le
ha dado, debe defenderse y utilizarlo de manera apropiada. Y por
qué no, si Sabina ha “cantado” y tenido un éxito muy respetable,
casi cualquier ser humano puede salir adelante con un uso
adecuado de su voz. (Abro paréntesis para rendir homenaje al don
de Joaquín Sabina como compositor musical y creador de letras).

Volviendo al tema, intente seguir estos sencillos consejos.

▪ Coloque la voz . Este primer recurso técnico lo recomiendan


bastantes expertos. Para no arriesgarnos a un cambio de volumen
inadecuado, una voz trémula o un gallo por causa del nerviosismo,
es muy útil colocar la voz y relajar las cuerdas vocales. Se consigue
con un simple ejercicio que consiste en canturrear con la boca
completamente cerrada. Sea razonable al realizar esta dinámica,
tararear algo sencillo con los labios pegados no casa mucho con
intentar emular los gorjeos de Antonio Molina, ni tampoco parece
muy aconsejable Louis Amstrong.

▪ Module . Algunos conferenciantes que hablan con fluidez, que


aportan un contenido llamativo y tienen una voz agradable, echan
todo por tierra por carecer de modulación. Son lo que en música
denominaríamos monotímbricos. Se instalan en una nota y de ahí
no salen recordando en algunas ocasiones un abejorro… pero sin
picar. Varíe la sonoridad de su voz.
Amplíe su tesitura de sonidos. Ascienda desde sus notas más
graves hasta algunas más agudas al hablar, pero resultando natural.
Un exceso de modulación podría tener el efecto contrario. Por tanto,
aprenda a modular pero con equilibrio.

▪ Juegue con las velocidades . Se puede acelerar en momentos


puntuales de su conferencia para generar un sentido de dinamismo.
Puede ser especialmente eficaz esta opción, en la narración de
relatos donde se describen actividades. También es un buen método
para contagiar estados de ánimo. Puede imprimir nerviosismo,
alegría e incluso euforia. Por el contrario, aminorar la velocidad con
la que estamos hablando y hacerlo de manera ostensible, puede
resaltar la importancia de lo que estamos expresando, puede inducir
a la reflexión o incluso añadir un punto dramático.

▪ Uti lice el cam bio de volumen . Indudablemente el aumento de la


sonoridad de su voz, sin llegar a la estridencia o a que sea molesta,
es un apoyo claro con el que subrayar ideas, reforzar la importancia
de lo que estamos hablando o dar autoridad a una sentencia. Sin
embargo, también es un recurso muy poderoso bajar el volumen de
su voz, casi susurrando, para expresar palabras o situaciones con
carga emotiva.
Experimente conmigo ahora y lea de manera audible lo que viene a
continuación pero utilizando los recursos que le hemos sugerido:

“Este artículo que acabo de leer” (Velocidad normal).


“Es u na ma ra vi lla” (Velocidad lenta)
“ME HA ENCANTADO” (Voz fuerte)
“Espero con mucho deseo el próximo” (Susurro sensual)
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte II

Existe gente con una increíble capacidad para hablar durante horas
de un tema, sin consultar ningún tipo de nota. Alguien que puede
dar fe de ello es la periodista de la NBC Andrea Mitchell. Esta
veterana reportera recuerda en sus memorias como, en una
ocasión, tuvo la oportunidad de entrevistar nada menos que a Fidel
Castro. Recién empezada la entrevista, le formuló al difunto líder
cubano una pregunta de apenas 30 segundos, y éste le estuvo
respondiendo… durante 45 minutos.

Sin embargo, la mayoría de nosotros, cuando vamos a hablar


durante bastante tiempo sobre algún tema, necesitamos algún tipo
de guion o bosquejo para apoyarnos en él. Así que retomamos la
idea de nuestro artículo anterior sobe cómo preparar las notas que
van a servir de base para nuestra conferencia.

Cualquier conferencia, no importa su duración, se divide en tres


partes. Introducción, cuerpo y conclusión. En nuestro bosquejo
deberían estar claramente diferenciadas esas tres partes, de
manera que, con un breve vistazo a los papeles, uno pueda seguir
fácilmente el desarrollo del discurso. Cambiar el tamaño de letra, o
subrayar los encabezamientos con un rotulador fluorescente suele
ser un buen método para dividir la información.

Si, por el contrario, uno escribe todo su bosquejo con el mismo tipo
de letra, sin establecer ninguna división fácilmente identificable a
simple vista, corre el riesgo de que, con los nervios, al mirar el papel
uno vea tan solo un conjunto de letras inconexas y se pierda. El
perderse en el guion tan solo servirá para aumentar su nerviosismo,
lo cual le hará más difícil retomar el hilo de la conferencia. Eso sin
duda le pondrá aún más nervioso, mirará al papel pero las letras le
parecerán manchas borrosas. Vendrán más nervios, un ataque de
pánico, el consiguiente paro cardiaco… Bueno, quizá todo eso no
pase. Pero, ¿por qué arriesgarse?

Otra idea respecto al soporte en el que lleva su discurso: el papel no


mola tanto como el iPad, pero falla menos. Aunque lleve su
conferencia en la tablet, no olvide llevar una copia de respaldo en
papel. Le aseguró que sé de lo que hablo.

Y otra más: escoja un tamaño de letra adecuado. Ni tan grande que


tenga que estar continuamente pasando páginas, ni tan pequeño
que tenga que pegarse los papeles a la nariz. Escoja uno que le
permita leer con comodidad a una distancia de unos 40 centímetros
de los ojos.

¿Cómo apuntar las ideas en el bosquejo? Bueno, ya hablamos el


otro día de lo poco provechoso de escribir el discurso palabra por
palabra. Perdemos en frescura y naturalidad, y como nos aterra la
idea de perdernos, también eliminamos casi por completo el
contacto visual.

Pero cuidado, tampoco se trata de economizar tanto las palabras


que convirtamos nuestro discurso en un mensaje cifrado. Si somos
demasiado crípticos, es posible que al tener que dar el discurso
dentro de unos meses nuestros propios apuntes nos parezcan estar
copiados de la tumba de Tutankamon, lo cual sería igual que no
haber apuntado nada.
La idea es que resumamos la información hasta el punto de que lo
apuntado nos haga recordar la idea que queríamos transmitir. Por
ejemplo, si quiere empezar contando la anécdota que abría este
artículo, podría apuntar en el papel algo así.

Andrea Mitchell NBC


Entrevista Fidel Castro
Respuesta 45 m

Y, teniendo en cuenta los datos principales, limitarse a explicar la


anécdota con sus palabras.

En el cuerpo del discurso, es muy importante que estructure las


ideas en puntos principales. Digamos que los puntos principales de
un discurso son como las columnas sobre las que se apoya su
disertación. Igual que una casa no debe tener demasiadas
columnas, ni tampoco quedarse corta, una conferencia de, por
ejemplo, media hora, no debería tener más de cinco o seis ideas
principales. Esas ideas deben estar claramente escritas y marcadas
en su bosquejo. Y debajo ponga los razonamientos que contribuyen
a apoyar esas ideas, utilizando el método que le dijimos antes:
resuma las notas hasta el punto en el que, al echar un vistazo a lo
anotado, recuerde qué es lo que quería decir.

Los datos concretos, como fechas o nombres propios, es muy


importante tenerlos siempre anotados, pues corremos el peligro de
equivocarnos y arruinar la presentación por dar un dato erróneo.

Y finalmente, en la conclusión, muchos oradores encuentran útil


hacer un repaso de las ideas principales, lo cual ayuda a fijar la
información en la mente del auditorio. Apúntelas, por lo tanto, todas
seguidas en su guion, para no olvidarse de ninguna.

Con el tiempo irá encontrando el estilo de bosquejo que más se


adapte a sus características como orador, y aprenderá a depender
cada vez menos de las notas.
Mientras ese día llega, en la oratoria, como en todas las facetas de
la vida… cuidado con perder los papeles.
COMO MEJORAR LA VOZ

Existe un listado de cosas sumamente desagradables que todos


hemos experimentado alguna vez. Por ejemplo, todos en algún
momento de nuestra vida nos hemos quemado la lengua con la
sopa y perdido la sensibilidad durante días, a todos nos ha dado
alguna vez la risa bebiendo y hemos expulsado el líquido por la
nariz, y todos, sin excepción, hemos sentido una mezcla de
sorpresa y espanto al escuchar nuestra voz en una grabación.

“¿Ese soy yo?”, decimos horrorizados, y nos sorprende que


nuestros amigos no se tapen los oídos asqueados cada vez que
hablamos.

Lo cierto es que los únicos que no estamos acostumbrados a


escuchar nuestra propia voz somos, curiosamente, nosotros
mismos. Cuando hablamos, el sonido que escuchamos, debido a
ciertas características fisiológicas complejas, es normalmente más
grave que el sonido que escuchan quienes nos rodean, de manera
que nuestra voz real es siempre más aguda que como nosotros la
percibimos.

Y lamento decirles esto, pero la voz es, junto con otras


características como el color del pelo o la estatura, algo que no
vamos a poder cambiar por más que nos gustaría. Y para esto,
tristemente, no hay ni tintes ni tacones. Pero el que no podamos
cambiar nuestra voz, no quiere decir que no podamos mejorarla. De
hecho, existen maneras de potenciar tanto el volumen como el tono
de la voz, y ni que decir tiene que para un conferenciante una buena
voz puede ser una herramienta tremendamente eficaz a la hora de
transmitir la información.

Con los ejercicios que les proponemos a continuación, (puede


aplicarlos junto a los de nuestro artículo Uso eficaz de la voz), quizá
no llegue a tener la voz de Ricardo Solans, o Concha García Valero,
pero al menos seguro que cuando empiece hablar no habrá quien
piense que lleva demasiado apretados los calzoncillos, o quien salte
a hacerle la maniobra de Heimlich pensando que se ha atragantado
con un canapé.

▪ Controle el volumen de aire . Si no mantiene un flujo constante de


aire y controla la respiración, su voz posiblemente suene débil, y el
discurso, entrecortado. Si al inspirar solo consigue llenar de aire la
parte superior de los pulmones, en unas pocas inspiraciones se
quedará sin aliento, quizá incluso a mitad de una frase, lo cual será
doblemente vergonzoso.

Para aprender a respirar correctamente, siéntese o póngase de pie


erguido y eche los hombros hacia atrás. Procure no ensanchar solo
la parte superior del tórax cuando inspire para hablar, sino llene
completamente de aire la parte inferior de los pulmones, de modo
que la parte inferior de la caja torácica se ensanche hacia los lados.
Luego concéntrese en la expiración. No desperdicie el aire
dejándolo escapar de golpe, sino expúlselo poco a poco, mientras
cuenta lenta y suavemente hasta la cifra más alta que pueda en una
sola expiración. Repita luego el ejercicio leyendo en voz alta y
respirando de la misma manera.

▪ Relaje los músculos tensos . Este es un factor fundamental para


tener una buena voz. Es sorprendente lo que puede mejorar la voz
si aprende a relajarse cuando habla. Relaje los músculos de la
garganta concentrándose en ellos y destensándolos consciente-
mente. Las cuerdas vocales funcionan como las cuerdas de una
guitarra. Si están demasiado tensas el sonido que produzcan será
más agudo, pero al relajarlas el sonido se vuelve más grave y por lo
tanto más agradable.

Antes de su conferencia, tómese unos minutos para relajar el cuerpo


entero: las rodillas, las manos, los hombros, el cuello… De ese
modo mejorará la resonancia que necesita para proyectar la voz. El
tono de la voz, que se genera en la laringe, no solo reverbera en la
cavidad nasal, sino también en la estructura ósea del pecho, los
dientes, el paladar y los senos faciales. Piense de nuevo en una
guitarra: si coloca un peso en la caja de resonancia, el sonido se
amortigua; la caja debe poder vibrar libremente para conseguir la
resonancia apropiada. Lo mismo ocurre con las estructuras óseas
del cuerpo, que los músculos sujetan. Si la resonancia es adecuada,
porque el cuerpo no está agarrotado, podrá modular la voz
debidamente y expresar los sentimientos con sus diferentes
matices. Conseguirá hablar a un público numeroso sin tener que
forzar la voz.

Y no solo debe relajar su cuerpo, sino también su mente, pues la


tensión mental provoca tensión muscular. De todas maneras, de
cómo aliviar la tensión mental que provoca hablar en público
hablamos en otros artículos.

Tan solo unos breves recordatorios antes de concluir:

En algunos casos, la mala calidad de la voz obedece a una


enfermedad que ha dañado la laringe o a un defecto estructural
heredado. Quizá este sea tan grave que no pueda corregirse por
completo. Sin embargo, la calidad de la voz suele mejorar cuando
aprendemos a utilizar adecuadamente los órganos del habla.

Segundo recordatorio. Cada voz es diferente. Su objetivo no debe


ser conseguir una voz igual a la de otra persona, sino aprovechar
las posibilidades de la suya propia, con sus cualidades distintivas.
Y por último: una buena calidad vocal no depende solo de la
fisiología de la voz, sino también de nuestra personalidad. De
hecho, aunque no entendamos el idioma en que hablan dos
personas, cuando el tono de una de ellas es humilde, paciente,
amable y cariñoso, y el de la otra es altivo, intolerante, crítico y
áspero, no nos resulta difícil percibir la diferencia.

Aunque si su problema es este último, le recomendamos


sinceramente que busque ayuda en otro sitio además de en este
libro.
EL FACTOR SORPRESA (SINFONIA 94 EN SOL
MAYOR)

El famoso compositor austriaco Franz Joseph Haydn, es uno de los


máximos representantes del periodo clásico. Se le conoce como el
“padre” de la sinfonía. Profesor de Ludwig Van Beethoven, y
posiblemente mentor de su íntimo amigo Wolfgang Amadeus
Mozart, Haydn fue sin lugar a dudas unos de los compositores más
celebres de su época, con un catálogo de obra tan extenso que da
vértigo.

Pero, ¿qué nexo de unión podemos hallar entre el genio austríaco y


nuestros recursos y capacidades en la oratoria? Permítame
demostrarle en los dos siguientes artículos que no estoy mezclando
churras con “meninas”.
La Sinfonía nº 94 en sol Mayor, contiene un ejemplo de algo que los
oradores debemos de vez en cuando incorporar en nuestras
conferencias. Haydn tenía la coherente costumbre de molestarse
cuando, algunos asistentes a sus conciertos, en vez de disfrutar de
la maravillosa música que él magistralmente había compuesto,
optaban por dormir.
Para solucionarlo, en algunas ocasiones introducía un efecto que
despertaba a la audiencia para recuperar la atención. A veces
sorprendía con alguna estridencia, que no necesariamente se
encontraba en la partitura, para lo cual él mismo se encargaba de
tocar los timbales.

En la mencionada Sinfonía nº 94, se escuchan compases normales


y compases interpretados suavemente en pizzcatto (efecto que se
consigue al pellizcar las cuerdas con los dedos en vez de usar el
arco), y con una indicación musical pp (pianísimo, lo cual significa
tocar al volumen bajísimo). Era como estar escuchando una suave
nana. La gente entraba en un estado de sopor, los que llevaban un
rato cabeceando directamente entraban en fase REM, y, de repente,
¡la entera orquesta, ejecuta un acento, unas notas simultaneas con
la indicación musical ff (fortísimo, a un volumen muy elevado)! Los
músicos disfrutaban con el respingo que daban algunos de los
asistentes, y Haydn se resarcía con aquella sutil venganza.

Vamos con la aplicación. En primer lugar, si durante la mayoría de


sus ponencias, uno o incluso varios de sus oyentes se duermen,
quizás tenga más de un campo en el que mejorar como discursante.
No obstante, a todos los que nos ponemos ante un auditorio alguna
vez se nos ha dormido algún que otro asistente.

En esos casos, déjese inspirar por Haydn. Incorpore alguna


sorpresa. Puede ser muy útil incluso para cuando el público empieza
a ausentarse aunque de cuerpo estén presentes. Con sus cuerpos
mortales en la silla, pero con sus mentes viajando en yate con
Megan Fox.
Eleve inesperadamente el volumen de la voz para enfatizar una
idea, hágalo como el compositor, aunque su escrito no lo indique,
pero traiga de vuelta al mundo de los conscientes a aquellos que
están allí frente a usted mirándole sin verle.

Sin embargo, esta opción de incorporar en sus presentaciones


sorpresas, no debe únicamente utilizarse para los casos expuestos.
Si bien es cierto que un volumen elevado puede generar sorpresa a
lo Haydn, debería esforzarse como buen ponente en ofrecer una
gama más amplia de maneras de sorprender.

Para ello, usted podrá pensar previamente donde su presentación


tiene poca fuerza, en que partes el contenido es más denso o
tedioso y como enmendar el déficit de atención con pequeños
efectos inesperado. Una palmada al aire. Un silencio muy
prolongado, roto por una frase en voz alta. Un comentario loco. Un
ademán exagerado. El amago de lanzar algo al auditorio, con
mucho cuidado, por si el amago no queda en tal y se mete en un
problema. Bueno, tampoco hace falta que haga el payaso, aunque
mejor es eso que aburrir al respetable.

La verdad es que hay mil maneras de adecuar el efecto sorpresa al


fluir de su conferencia y en muchos casos es solo cuestión de
pensar sobre el papel, cuando estamos en la fase de preparación,
cómo echarle imaginación.

Haydn no solo fue un compositor singular por implementar el


elemento sorpresa en sus composiciones, también utilizó otras
características dignas de emular en el campo de la comunicación,
pero estas serán comentadas en el próximo artículo. Quizás les
sorprenda.
HAYDN, MARTIN LUTHER KING Y LA
REPETICION

En un artículo reciente pudimos comprobar que el gran compositor


austriaco podía ser fuente de inspiración musical, a la vez que
proveedor de algunos recursos en el campo de la oratoria.

Si anteriormente consideramos como la sinfonía número 94 en Sol


Mayor, sugería la posibilidad de emular el factor sorpresa, hoy
exploraremos otra posibilidad, convencidos de que tiene aplicación
en el ámbito de las presentaciones o discursos.

Sinfonía número 65 en La Mayor. En el andante, movimiento


musical que para profanos viene a ser algo así como tranquilo, (para
entendidos, entre adagio y allegretto, equivalente a la indicación
metronómica 76 y 108 ppm), la nota La se repite… ¡hasta 24 veces!
En el IV movimiento Finale de la Sinfonía número 86, la aparición de
un motivo de cinco corcheas, se va repitiendo mecánicamente y
vuelve a escucharse en la coda final.

Haydn utilizaba este elemento de la repetición en ocasiones con el


fin de generar expectativa y en otros casos para provocar
incertidumbre. Los oyentes se podían preguntar, ¿Se le ha acabado
la imaginación al compositor? ¿Por qué se repite tanto? ¿Cómo va a
terminar? Y ahora, tras esas repeticiones, repentinamente Haydn
obsequiaba esa curiosidad creada con una solución musical digna
de un gran genio.

¿Será esto extrapolable para los que nos toca hablar en público?
Permítame que lo piense… ¡Ya lo tengo!

28 de Agosto de 1963, delante del monumento de Abraham Lincoln


en Washington, DC, durante una histórica manifestación de más de
200,000 personas en pro de los derechos civiles para los negros en
los E.E.U.U. Seguro que ya ha caído, amigo lector. Les anoto solo
un fragmento de ésta sublime intervención y ejemplo de la oratoria
de Martin Luther King, Jr.

“Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el


verdadero significado de su credo: ‘Creemos que estas verdades
son evidentes: que todos los hombres son creados iguales’.

Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de


Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios
de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la
hermandad.

Yo tengo el sueño de que un día incluso el estado de Mississippi, un


estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión,
será transformado en un oasis de libertad y justicia.

Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día


en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino
por el contenido de su carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!

Yo tengo el sueño de que un día, allá en Alabama, con sus racistas


despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean con las
palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en
Alabama, pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán
capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas
blancas como hermanos y hermanas…
¡Yo tengo un sueño hoy!”
Que útil puede resultar este recurso de la repetición cuando se usa
con maestría, tal y como lo hacía el gran compositor Haydn o el
pastor estadounidense de la iglesia bautista y Premio Nobel de la
Paz, Martin Luther King, Jr.

Repetir puede servir para enfatizar ideas o lo más importante de una


presentación, también para destacar lo que se quiere transmitir sin
que se pierda en un mar de datos el escuchante. Puede servir para
generar expectación o incertidumbre como hemos recordado. Para
tener al oyente atento a lo que a continuación va a ocurrir.

Sea un reiterativo La La La como los de Haydn, o sea un insistente


“Yo tengo un sueño, yo tengo un sueño…”, esta técnica bien
utilizada, puede grabar a fuego en el corazón de su auditorio aquello
que usted quiera transmitir como orador experimentado.

Le aseguro que el próximo capítulo será muy muy interesante, se lo


aseguro, muy muy interesante, se lo aseguro, se lo aseguro…
SIN PRISA PERO CON PAUSA
Y el ganador de la presente edición de MasterChef es...
...
...
...
Veinte segundos sin decir nada, y ahí nos tienen a todos, pegados a
la tele, aguantando la respiración. Se nos han quitado hasta las
ganas de ir a mear. Si en ese momento a la abuela le estalla el
marcapasos, le decimos que se espere un poco. Hasta que no digan
un nombre, allí no se mueve ni el perro. El momento de máxima
audiencia del día, son, manda narices, veinte segundos de silencio.

El poder de las pausas.

La pausa dramática o pausa para crear expectación es tan solo uno


de los recursos que podemos utilizar mediante variar el tempo o el
ritmo del discurso. Hablaremos un poco de este fascinante tema en
el presente artículo.

Lo primero que debemos hacer es distinguir entre pausas y


velocidad. Un discursante puede hablar muy despacio pero no hacer
pausas, igual que un conductor puede conducir muy lento, pero
saltarse los semáforos. Ni hablar despacio, ni hablar deprisa, son
sinónimos por sí mismos de hablar BIEN.

Siempre que uno no se vaya a los extremos por demasiado rápido o


por demasiado lento, puede ser un buen conferenciante tan solo
adaptando la velocidad de su charla a su habla cotidiana, para sonar
creíble y natural. Es cierto que hay fases en una conferencia en las
que uno debe adecuar la velocidad al contenido de su discurso.
Como en la vida real, vaya. Seguro que no habla igual de rápido
cuando está en el bar discutiendo de fútbol con los amigos, que
cuando, al día siguiente, está intentando que su esposa le perdone
por haber llegado a casa a las cinco de la mañana. Cuanta más
carga emocional tenga nuestra habla, más despacio deberemos
hablar. Y también es bueno reducir la velocidad al enunciar los
puntos principales del discurso, o al hacer un resumen del mismo
antes de finalizar.

Pero, hablemos más deprisa o más despacio, siempre debemos


hacer las pausas correspondientes. Enumeremos ahora los tipos de
pausa que debemos manejar.

▪ Pausas de pu ntuación . Seguramente se habrá fijado en que, en


las líneas de los libros, hay unas pequeñas marcas entre media de
algunas palabras y al final de algunas frases. Se llaman signos de
puntuación. En serio.

Sé que, de puro evidente, puede parecer absurdo lo que estoy


diciendo, pero lo cierto es que más de un orador que conozco debe
pensar que esas marcas están de adorno, o son manchas de tinta.
De manera que leen y leen sin miedo al mañana, y si paran de vez
en cuando es porque se quedan sin aire. No haga como ellos.
Recuerde que los signos de puntuación están ahí para darle sentido
a la lectura, y para permitirle respirar.

Si, movido por los nervios, no hiciera las pausas correspondientes


en los puntos, las comas, y los puntos y aparte, no solo
emborronaría completamente el sentido de su conferencia, sino que
podría desmayarse por una insuficiencia respiratoria. Algo que sin
duda sería molesto para usted, aunque encontrase cierto nivel de
aceptación en muchos de sus oyentes.

▪ Pausas de tr ansición . Son como cuando reducimos la velocidad


de nuestro automóvil para cambiar el sentido de la marcha. No
hacerlo haría que nos saliésemos de la carretera. Así que, recuerde,
cuando acabe de desarrollar un punto, y antes de pasar al siguiente,
pause para que el auditorio asimile lo que acaba de exponer, y
perciba que va usted a iniciar otra línea de argumentación. Por
supuesto, solo podremos hacer esto si tenemos bien definidos los
puntos principales de la conferencia, como animamos a hacer en un
artículo anterior.

▪ Pausas dramáticas . Este tipo de pausas se utilizan para crear


expectación en lo que vamos a decir a continuación, o para dar
tiempo al auditorio a asimilar lo que acabamos de revelar. Al
principio del artículo vimos un ejemplo de pausa previa. Si va a
revelar algo impactante, como el nombre del ganador de un
concurso, un sensacional descubrimiento científico, o la respuesta a
una cuestión inquietante como por qué con el paso del tiempo las
magdalenas se ponen duras y las galletas blandas, deje pasar unos
segundos antes de soltarlo. Hasta que a algún espectador se le
escape una risita tonta por los nervios.

Y la pausa posterior se usa después de haber dicho algo


impactante, inaudito o incluso increíble, para que sus oyentes
puedan digerir la información. Imagine por ejemplo que le digo que
han nominado a Belén Esteban para el Nobel de literatura... ¿A que
necesitaría un tiempo para asimilarlo?

▪ Pausa s para responder . Si va siguiendo fielmente los consejos


de este libro, (no esperamos menos de usted), verá que una
conferencia en realidad es una conversación con su auditorio. Y
como en toda conversación, uno plantea preguntas. Y las preguntas
requieren respuestas. Es cierto que no siempre los oyentes podrán
responder de manera audible, pero incluso cuando no despeguen
los labios, seguramente estarán respondiendo mentalmente. Debe,
por lo tanto, dejarles unos segundos para que lo hagan. Si no les da
tiempo a hacerlo, no se sentirán parte de la conversación, y
perderán el interés por la conferencia.

▪ Pausas forzosas . Hay una serie de situaciones que


invariablemente van a obligarle a detener su charla. Que se corte la
corriente, que todo su auditorio se levante y se vaya, o que le
disparen con un arma de fuego, por poner tan solo tres ejemplos. Si
suceden habitualmente alguna de estas dos últimas situaciones,
quizás lo que debería plantarse pausar es su carrera de
conferenciante.

Pero hay otra serie de situaciones ante las cuales algunos oradores
no saben cómo reaccionar. Por ejemplo, imaginé que estando usted
en el escenario, irrumpe en la sala un tipo desnudo y se pone a
corretear por el patio de butacas. Algunos oradores piensan que,
para evidenciar que uno controla la situación, lo mejor es seguir
hablando como si nada hubiera pasado. Pero no. Bastante difícil es
retener la atención del auditorio en circunstancias normales, como
para hacerlo con un tío en pelotas corriendo por los pasillos.
Cualquier cosa que diga, aunque sea la cura para el cáncer, va a ser
ignorada por la concurrencia.

Lo mejor es parar, beber un poco de agua, esperar a que


desaparezca la distracción, y seguir en el punto donde estaba,
haciendo quizá una broma para retomar el hilo. “Parece que habrá
que aflojar un poco la calefacción “, por ejemplo, sería una buena
manera de retomar la conferencia tras la distracción anterior.

En definitiva, su manejo de las pausas puede realmente ser la


diferencia entre ser un conferenciante normalito, un buen
conferenciante, o uno realmente brillante.

Le animo a que se tome su tiempo para repasar de nuevo este


artículo.

Si ya lo ha hecho, una pausa para coger aire... y a por el siguiente.


EL HABLA QUE FLUYE

Hágame un favor. Cierre un momento los ojos, e imagínese a sí


mismo sentado en la orilla de un río, junto a un salto de agua,
escuchando el ruido que producen las oleadas de agua al caer, y su
rítmico golpear sobre las rocas antes de iniciar su descenso. Es un
hermoso día de primavera, y el sol baña su rostro mientras, con los
ojos entrecerrados, siente la brisa del viento y microscópicas gotas
de agua que refrescan su piel. Relajante, ¿verdad? Todo un masaje
para su cerebro.

Ahora, antes de que se duerma, piense en otra situación. Acaba de


llegar a casa, y al entrar en el portal los vecinos le han dicho que
durante la mañana han cortado el agua. De manera que, cuando
abre el grifo para lavarse las manos, escucha primero como el aire
acumulado regurgita por la cañería, y después el líquido elemento le
deleita con una serie de repentinas e inconexas explosiones que no
le lavan las manos, pero a cambio consiguen empaparle los
pantalones y salpicar completamente las paredes del baño.
Desagradable, ¿no es cierto?

En ambos relatos el agua es la protagonista, pero lo que en el


primer caso, gracias al fluir constante de la corriente, es una
experiencia agradable, en el segundo, debido a la anarquía del flujo
de agua, es algo sumamente irritante.

Pues ahora trate de imaginar el caudal de palabras que brotan de la


boca de un orador que está dando una conferencia, y piense que,
independientemente del contenido de su disertación, la fluidez con
la que hable o la ausencia de ella van a influir poderosamente en el
sentir de su auditorio.

No se debe confundir fluidez con velocidad. Cada persona habla a


una velocidad diferente, y siempre que no se vaya uno a los
extremos de parecer Antonio Ozores, o hable tan despacio que su
interlocutor piense que le está dando un ictus, todas las hablas
pueden resultar agradables.

Además, el buen orador adapta la velocidad al contenido de su


discurso. De la misma manera que cuando uno quiere lavar algo
delicado abre muy poquito el grifo, y para lavarse las manos
después de cambiar una rueda lo abre a tope, hay momentos en los
que reducir la velocidad, e incluso bajar un poco el volumen, puede
ayudarle a captar mejor la atención del auditorio. Es bueno hacer
esto cuando quiera crear expectación por lo que va a decir a
continuación, o esté tratando algún tema especialmente sensible.
Creará un clima de complicidad con sus oyentes.

Y, por el contrario, cuando de lo que se trate sea de arengar a las


masas, como en un mitin político, vaya aumentando gradualmente
tanto la velocidad como el volumen de su disertación, y al llegar al
punto culminante, sin forzar demasiado la voz, (si le sale un gallo la
hemos fastidiado), acabe lo más alto posible. Notará el subidón de
adrenalina de su auditorio. Si rompen a aplaudir, objetivo
conseguido.

Pero la fluidez, de la que estamos hablando, no guarda relación ni


con el volumen ni con la velocidad. Se trata más bien de no perder
el ritmo de la conferencia, por lo que tendrá que esforzarse por
evitar cortes abruptos, vacilaciones, muletillas o regresiones.
Los cortes de ritmo normalmente se deben a que uno olvida
momentáneamente lo que iba a decir, y pierde el hilo del discurso.
Suele suceder en la transición de un punto principal a otro. Esto se
soluciona, primero, con una buena preparación, y segundo,
intentando anticipar con la vista el siguiente punto del que vamos a
hablar mientras aún estamos desarrollando el anterior. De ahí la
importancia de que en nuestro bosquejo estén bien resaltados los
puntos principales.

Las vacilaciones sueles ser fruto de la inseguridad, o de la falta de


preparación, y se manifiestan cuando uno está continuamente
titubeando, o intercalando expresiones como “eh...”, “ehmm...”,
“esto...”. La sensación que transmite a sus oyentes es de que usted
mismo no está convencido de lo que dice. Lo cual puede ser verdad,
pero, caramba, haga un esfuerzo por disimularlo.

Las regresiones también ponen muy nervioso al respetable. Es


cuando uno empieza la frase, la deja a medias, y vuelve a empezar
para decirla entera. A casi nadie, y en eso están incluidos sus
oyentes, le gusta que le dejen a medias. Si empieza una frase,
acábela. De nuevo, las regresiones denotan inseguridad.

Y por último, las muletillas. Oradores que intercalan la misma


expresión vez tras vez a lo largo de todo su discurso. Normalmente
al acabar una frase. Las más comunes son “... ¿verdad?”, “...
¿vale?”, “... ¿no?”, y otras similares, que harán que quien le oiga
desconecte de su disertación, o se dedique a hacer apuestas con
sus amigos a ver cuántas veces es capaz de repetir la misma
muletilla de aquí al final.

¿Cómo se corrigen todos estos errores? Básicamente, con ensayo y


buena preparación. Pero hay algunos trucos más. Tener la
costumbre de leer en voz alta alguno de sus libros favoritos puede
ayudarle muchísimo a acostumbrarse a hablar sin interrupciones. Y
no olvide que este tipo de vicios en la oratoria son como la halitosis,
quizá uno no se dé cuenta de que tiene un problema, pero para los
demás sea algo insoportable. Así que, como segunda sugerencia, le
recomendamos que grabe su próxima charla para luego escucharla,
o pida su opinión a un amigo de confianza. Quizá se sorprenda de lo
que descubra.

Mientras tanto, y para hilar la conclusión con lo que decíamos al


principio, cuando se ponga delante de un atril, no olvide las palabras
de aquel sabio oriental, a quien tanto deben los fabricantes de
nunchakos...:

“Be water, my friend”.


CHUCHO VALDES. IMPROVISACION Y
ORATORIA

En cierta ocasión William Shakespeare escribió: “Las


improvisaciones son mejores cuando se preparan”. El dramaturgo,
reconocido generalmente como “el más grande escritor de todos los
tiempos”, hizo una aseveración que resulta, como poco, paradójica,
ya que según dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, improvisar se define como: “Hacer algo de pronto, sin
estudio ni preparación”.

¿Cómo casamos entonces la definición de la RAE con la aguda


reflexión de Shakespeare?

Vamos a intentar explicar cómo la improvisación puede elevar su


capacidad como ponente u orador si las “prepara” antes.
El buen conferenciante debe pensar en cómo va a improvisar ante
situaciones inesperadas, teniendo en cuenta de antemano las
posibles situaciones que pueden planteársele. Permítame que
ilustre el aspecto de cómo improvisar ante situaciones inesperadas
con un ejemplo del que fui testigo personal. Ocurrió en la ciudad de
Granada, a finales de Mayo de 2016. En el auditorio Manuel de
Falla, se celebraba un concierto al que tuve el privilegio de asistir
invitado personalmente por el protagonista de aquel evento.
D. Dionisio Jesús Valdés, más conocido como Chucho, ganador de
ocho premios Grammy, cinco Grammy Awards, tres Grammy latinos
y acreedor de muchos doctorados, se sentó en un imponente piano
de cola Steinway & Sons y por espacio de dos horas maravilló,
embelesó y anonadó a un entregado auditorio que no salía de su
asombro con las increíbles virtudes del músico excepcional.

A pesar de que, minutos antes, una voz en off advirtió a todos los
asistentes que apagaran sus teléfonos móviles o los pusieran en
silencio, tan solo transcurrieron unos segundos, cuando, apenas
habían sonado dos arpegios y el sonido de un smartphone adulteró
la audición con un politono desagradable fuera de lugar.

Varias miradas asesinas buscaron con desprecio y desdén al mal


educado responsable. Unos japoneses sentados a mi lado,
dibujaron en sus rostros la más grande de las expresiones de
incredulidad que jamás he visto.
¿Cómo habría respondido usted a aquel acto tan deleznable?
¿Cómo habría improvisado con aquella situación si usted hubiera
sido el consagrado maestro que estaba actuando? ¿Quiere que le
cuente como lo hizo este genio del Jazz afrocubano?

Pues había pasado ni un nanosegundo del sonido del móvil, cuando


él ya había incorporado, las mismas notas que había emitido el
aparato electrónico, al final de uno de sus arpegios interminables.
Giró y sonrió al auditorio con amabilidad y empezó a desplegar con
aquellas notas del teléfono móvil, un abanico impresionante de
modificaciones, armonizaciones e improvisaciones. Posiblemente no
era la primera vez que le pasaba aquello, y tenía preparada una
salida elegante a la situación. Un gigante del jazz latino actual, genio
en lo musical, caballero en las formas y en la educación.

En más de una ocasión usted como discursante o conferenciante,


tendrá que lidiar con una y mil interrupciones. Seguramente también
el teléfono móvil de alguno de sus oyentes protagonice alguna
interrupción. Estas pueden ser muy diversas. Un niño que llora, con
voz potente e insistente, una tos que no acaba de cesar, un
estornudo que puede provocar la risa y distracción de todos sus
oyentes, la sirena de una ambulancia, un corte de luz, y un largo
etcétera de situaciones.

En estas ocasiones inesperadas, habrá que improvisar pero, tenga


buen talante al resolver estas coyunturas. Aunque el autor de la
interrupción sea alguien del auditorio, no se muestre ofendido pues
podría ganarse la antipatía de sus oyentes. Aprenda a tener alguna
broma o reflexión que le catapulte aún más como orador gracias a la
interrupción. Recuerde: “las improvisaciones son mejores cuando se
preparan”.

Por último, un consejo de índole musical, si quiere asistir a un


concierto inolvidable y escuchar al mejor pianista actual de jazz
latino no improvise, acuda a un concierto de Chucho Valdés…
EL ARTE DEL ENSAYO

Hace ahora algunos años, fui un día con la familia a una especie de
recital en el que actuaba un amigo de mi hija. El chaval, un
simpático niño brasileño que tendría por aquel entonces unos doce
años, tenía que subir al escenario y recitar un par de páginas de un
antiguo libro de poesía. Estuvimos hablando con él antes de
empezar el evento, y la verdad es que el pobre crio estaba como un
flan. Tratamos de tranquilizarlo diciendo que le iba a salir muy bien,
lo típico, y el padre me dijo, sin que nadie lo oyera, que estaba
deseando que acabase aquello, porque el chico llevaba semanas
obsesionado con su actuación.

Bueno, pues finalmente llegó su momento. Recuerdo que la obra se


celebraba en un teatro de tamaño mediano, e impresionaba ver a
aquel niño solo en mitad de lo que parecía un escenario gigantesco.
Apoyó el libro sobre el atril, y empezó a recitar. Los primeros
minutos todo iba bien. Un pequeño temblor en la voz por los nervios,
pero nada preocupante. El problema llegó cuando tuvo que pasar la
página del libro para seguir leyendo por el otro lado. El pobre
muchacho, con las manos húmedas por el sudor, no se dio cuenta y
pasó dos páginas en vez de una, de manera que lo que se encontró
fue con una parte del libro que le era desconocida. Intentó
solucionar el asunto sobre la marcha, pero se lio, y de nuevo
retrocedió más páginas de las necesarias.

No se puede imaginar lo que sufrimos los que, desde abajo, le


estábamos viendo pasar páginas adelante y atrás tratando de
localizar el texto que debía leer. Finalmente, al cabo de unos 30
segundos que parecieron 30 horas, y justo antes de que su madre
empezara a hiperventilar, encontró la página correcta y siguió
leyendo.

Pero eso no es lo más llamativo de la anécdota. Lo realmente


impactante fue que, durante el más de medio minuto que estuvo
buscando la página correcta, no dejó de recitar ni un solo momento.
Los versos salían de su boca por pura inercia, porque era evidente
que no los estaba leyendo en ningún sitio. Y es que el crío había
ensayado tantas, pero tantas veces la lectura, que había acabado
por aprendérsela de memoria. Y estoy convencido de que hubiera
podido cerrar el libro y seguir durante los minutos restantes sin
equivocarse en una sola palabra. Ni que decir tiene que cuando
acabó fue despedido con una gran ovación.

Ensayo, ensayo, ensayo. Una de las claves del éxito de todo buen
conferenciante. Igual que usted no estaría cómodo de ayudante de
un lanzador de cuchillos que no hubiera ensayado antes, su
auditorio se incomodará si nota que no ha ensayado previamente su
conferencia. Pero, como tantas otras cosas, para que el ensayo
cumpla su propósito hay que hacerlo de la manera correcta.

En primer lugar, piense que el objetivo del ensayo NO es


aprenderse la conferencia de memoria. Esto solo sería así si tuviese
que recitar un texto, como el chico del principio. Pero si lo que va a
dar es una charla, aprendérsela de memoria le restará frescura y
naturalidad, y no conectará con el público. Le pongo un ejemplo. A
veces, en El Club de la Comedia, acuden actores profesionales a
recitar sus monólogos. Y, salvo raras excepciones, no suelen ser tan
graciosos como los monologuistas habituales. La razón es que se
toman el monólogo como una escena de película, y tienden a
aprenderse el texto de memoria. Eso es un error, porque una de las
razones del éxito de este formato es precisamente el habla
desenfadada. Los grandes monologuistas nunca repiten
exactamente las mismas palabras en sus actuaciones, sino que van
adaptándose a las circunstancias.

El objetivo del ensayo, por lo tanto, es fijar en su mente los puntos


principales de su discurso, el orden en el que debe presentarlos, y
los pequeños detalles que apoyarán su argumentación. Y luego,
teniendo las ideas claras, dejar que el cerebro vaya escogiendo
sobre la marcha las palabras que vaya a utilizar. Cuando tenga clara
en su mente la estructura del discurso, eso le dará seguridad en sí
mismo y le ayudará a ponerse menos nervioso. Esto que acabamos
de decir es, por supuesto, incompatible con llevar el discurso escrito
palabra por palabra. Si quiere aprender cómo elaborar un guion
eficaz resumiendo los conceptos, busque el artículo que escribimos
al respecto en alguna parte de este libro.

Una vez que tenemos claro nuestro objetivo, ¿dónde y cómo


debemos ensayar? En cuanto, al lugar, puede parecer una
obviedad, pero lo ideal es ensayar en el sitio donde vayamos a dar
la conferencia. Así nos familiarizamos con el tamaño del escenario,
con la disposición del público, y con todos los detalles del auditorio.
Evidentemente, eso no siempre es posible, pero lo que al menos sí
deberíamos intentar antes de dar una conferencia es ver físicamente
el lugar donde ésta tendrá lugar. También es importante saber de
antemano detalles como si habrá atril, o tendremos que sujetar los
papeles con la mano; si habrá micrófono, y de qué tipo será; si
estaremos de pie o sentados; donde estará la pantalla, en caso de
que haya proyecciones... Así, cuando pensemos en la conferencia,
podremos visualizar mentalmente el entorno, y el día de la
presentación no estaremos en un entorno completamente
desconocido, lo cual sin duda aumentaría nuestra ansiedad.

Si, como hemos dicho, no podemos ensayar en el mismo lugar


donde daremos el discurso, vamos a intentar recrear al máximo el
ambiente de ese auditorio en nuestra casa. Si sabe que habrá atril,
improvise uno con una caja de cartón sobre una silla. Si tendrá que
llevar un micro en la mano, busque algo que se le parezca, como un
rotulador gordo, y ensaye con él. Y coloque unas cuantas sillas a
modo de auditorio para practicar el contacto visual con el público.
Para alguno de esos ensayos sería ideal contar con público de
verdad, así que trate de reclutar como auditorio a algunas personas
que le aprecien de veras. Incluso pudiera servir alguien de su
familia.

Lo que nunca debe hacer, no importa quién se lo haya dicho, es


ensayar ante el espejo. El espejo es útil para comprobar antes de
salir a escena que va bien peinado, con la corbata derecha, y la
bragueta cerrada. Y ya está. Ensayar ante el espejo le da una visión
distorsionada de su conferencia, porque usted se acostumbra a
hablar frente a un tipo muy simpático, que le mira a los ojos
continuamente, sin que eso le incomode en absoluto. Y el día de la
conferencia se encuentra ante 200 desconocidos, cuyo contacto
visual le crea una gran ansiedad, y por más que mire a su alrededor
no encuentra al tipo ese tan majo que le escuchaba dentro del
espejo de su casa. A eso debemos unir el hecho de que, la mayoría
de nosotros, cuando estamos un tiempo delante de un espejo sin
que nos vea nadie, acabamos irremediablemente haciendo el tonto.
Y eso tampoco ayuda.

Lo que sí es muy práctico es grabar su ensayo en vídeo. Con los


móviles de hoy es tremendamente fácil. Eso sí que le dará una
visión real de lo que van a presenciar los asistentes a su
conferencia. No se agobie si lo que ve las primeras veces le quita
las ganas, no solo de dar la conferencia, sino de seguir
relacionándose con la humanidad. Sea paciente, identifique las
cosas en las que debe mejorar, y vaya trabajando en ellas una a
una.

Y, ante todo, ensaye repetidas veces su charla, pero no se agobie.


Lo que todos deseamos, y evidentemente usted más que nadie, es
que la conferencia le salga de maravilla. Pero salga bien, regular, o
incluso mal, la vida sigue. Así que no se obsesione. Quítele
importancia al asunto y verá cómo se relaja y le sale incluso mejor.
¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que ante cientos de personas y
con millones de telespectadores se líe y diga “Es el alcalde quien
quiere que sean los vecinos el alcalde”?

Tranquilo, si eso sucede, siempre puede plantearse hacer carrera en


la política.
SEA OBSERVADOR

Corría el año 1961. En la ciudad de Nueva York, y más


concretamente en su museo de arte moderno se expuso una obra
del pintor francés Henri Matisse. El título del cuadro era “Le bateau”.

Durante 47 largos días aquella pintura del genio francés estuvo


colgada en una de las paredes del museo, y para entonces se
calcula que alrededor de 116.000 personas vieron aquel lienzo.
Solo entonces, casi dos meses después de su presentación, alguien
muy observador y amante del arte se dio cuenta de un pequeño
detalle.

El cuadro estaba colgado al revés.

El ser observador, como lo fue aquel anónimo personaje, puede y


debe ser una fuente de la que se nutra un buen orador. Permítame
que lo explique con otro ejemplo, en este caso uno cuyo
protagonista yo conocí personalmente.

Hace años asistí a una especie de taller de oratoria impartido


principalmente por un ponente sueco. Me encantaba la riqueza y
variedad de sus recursos al exponer temas muy diversos. Recuerdo
especialmente como aquel hombre siempre tenía a mano alguna
anécdota, algún ejemplo histórico, o alguna descripción artística que
utilizaba como puente para introducirse o como apoyo para alguna
explicación. Aproveché una de las ocasiones en que puede estar a
solas con él y le pregunté de donde sacaba toda aquella batería de
ilustraciones y ejemplos tan bien traídos y su respuesta fue la
siguiente: “Hay que ser muy observadores.”

Aquel profesor sueco tuvo la deferencia de explicarme cuándo,


dónde y cómo aprendió esta idea de ser observador y
posteriormente llevarlo al campo de hablar en público. Me dijo que,
en la década de los 80, estuvo internado durante seis meses en una
prestigiosa escuela de Nueva York, preparándose para desarrollar
después labores humanitarias y de docencia como misionero.

Me contó que, un buen día, los instructores de aquella institución,


invitaron a todo el alumnado a visitar un museo, para relajarse del
esfuerzo de estar durante tantas horas sentados escuchando y
tomando notas. Otro día les llevaron a una sala de proyección y
vieron una película de Walt Disney, y en otra ocasión les mostraron
un documental de la naturaleza. Los alumnos disfrutaban
enormemente de estas salidas que rompían con la rutina y el tedio
de las clases. Disfrutaban relajadamente, hablaban entre ellos,
reían, y durante esas horas hasta olvidaban su actividad principal.

La sorpresa llegó cuando, trascurridas unas pocas semanas de la


primera salida, uno de los instructores colocó una hoja en cada
mesa de los alumnos. Era un examen. Les pidió que le dieran la
vuelta y se sorprendieron con el enunciado… VISITA AL MUSEO.
Tenían que responder a preguntas genéricas, sobre qué opinaban
de la visita al museo o qué era lo que más les había gustado. Pero
también a cuestiones más concisas sobre los cuadros que habían
visto. En alguna de aquellas preguntan se inquiría sobre detalles
casi insignificantes, y, claro, solo los que tenían una memoria
prodigiosa, o los que eran muy observadores, contestaron con
acierto.
Luego vinieron otras pruebas, en las que se les hacía preguntas
concretas… ¿adivina sobre qué? Efectivamente. Una de las pruebas
era sobre un documental de la naturaleza, y otra sobre una película
de Disney. La siguiente visita que hicieron en la ciudad,
concretamente a unas imprentas del barrio de Brooklyn, tuvo un
enfoque totalmente diferente por parte de los alumnos. Todos iban
concentrados, con libretas tomando nota de todo detalle y
empapándose de aquella experiencia.

El conferenciante sueco me explico que, después de aquel curso,


adoptó en su vida la costumbre de fijarse en los detalles en
cualquier actividad que desempeñaba. Tanto si visitaba un museo,
como si iba a un concierto o hacía un viaje de placer, estaba atento
a cualquier detalle que fuese interesante y didáctico, y precisamente
allí residía su secreto.

Amigo lector y futuro ponente de éxito: Sea observador. Piense en


todas la opciones que tiene para encontrar alguna información que
el día de mañana pueda serle útil en alguna de sus presentaciones.

Le sugiero algunas opciones:

- Cuando está viendo una película


- Cuando lee un libro
- Cuando ve un programa de cocina
- Cuando asiste a un concierto
- Cuando visita una nueva ciudad, o país
- Leyendo el periódico
- En cualquier evento cultural
- Asistiendo a conferencias

Desarrolle la costumbre de estar atento a cualquier detalle curioso,


singular o novedoso, e incorpórelo de manera metódica a un archivo
al cual poder acudir cuando tenga que presentar ante un público
cualquier tema que se le asigne. Se sorprenderá de lo mucho que
esos detalles pueden enriquecer sus presentaciones.
Por cierto, permítame que le haga una prueba simple para
determinar si usted es observador: ¿Recuerda quién era el autor del
cuadro que estuvo durante semanas colgado al revés en aquel
Museo de Nueva Orleans?
Si ha contestado usted Matisse, enhorabuena. Tiene usted ciertas
dotes de observación. Solo que no fue en Nueva Orleans, sino en
Nueva York.

Habrá que seguir trabajando…


BUEN LECTOR, MEJOR ORADOR

Hay algo que usted está haciendo ahora mismo, que los animales
no pueden hacer, una sexta parte de la humanidad tampoco porque
no ha aprendido, y los concursantes de Mujeres, Hombres y
Viceversa pueden hacer, pero con dificultad. ¿Qué es? Leer.

Resulta desalentador, no obstante, la cantidad de personas que, aun


sabiendo leer correctamente, no llegan a desarrollar jamás el gusto
por la lectura, cuando lo cierto es que la palabra escrita puede
ampliar nuestra percepción del mundo y ayudarnos a mejorar
sustancialmente nuestra calidad de vida.

Nuestros hábitos de lectura repercuten directamente en nuestro


rendimiento escolar primero, en el tipo de empleo que consigamos
después, y en la calidad de nuestro trabajo diario. Y no me refiero
solo a la jornada laboral, sino a nuestro papel como amas de casa,
esposos, padres o amantes. La lectura enriquece todos y cada uno
de los ámbitos de nuestra vida.

El campo de la oratoria no es en absoluto una excepción. Por


consiguiente, si quiere mejorar sus habilidades como orador, le
recomendamos que empiece examinando sus hábitos de lectura.
El que esté usted leyendo este artículo es prueba evidente de que
no es analfabeto, pero ¿se considera un buen lector? Hagamos la
prueba: ¿Se ve capaz de enumerar cinco de sus escritores
favoritos? ¿Podría decirme una obra que le haya gustado de cada
uno de ellos? ¿Cuál es el último libro que se ha leído, sin contar el
catálogo de Ikea? Tranquilo, tómese su tiempo para pensarlo…

Si le ha costado contestar alguna pregunta, es bastante posible que,


aun sin llegar al nivel Paquirrín, sus hábitos de lectura sean bastante
mejorables.

Si piensa usted que su problema es que no tiene tiempo para leer,


recuerde que en este asunto, como en tantos otros de la vida, la
regularidad es lo importante. Tan solo quince o veinte minutos
diarios pueden irle despertando el gusto por la lectura. Teniendo en
cuenta que el español promedio ve la televisión cuatro horas y
media al día, no parece que sea demasiado pedir.

Otros no disfrutan leyendo quizá porque no han aprendido a hacerlo


bien, que es la misma razón por la que cuando vamos a un
restaurante chino acabamos tirando los puñeteros palillos y pidiendo
un tenedor. A continuación algunos consejos para disfrutar más de
la lectura.

▪ Amplíe el campo visual . Leer y reconocer van de la mano. Ahora


mismo, mientras lee, está reconociendo términos y recordando su
significado. Pues bien, si amplía la zona de reconocimiento,
aumentará la velocidad y comprensión de la lectura. En vez de
detenerse a mirar cada palabra, trate de ver varias de un golpe.
Según vaya dominando esta técnica, entenderá con más claridad lo
que lea.

▪ Aprenda a concentrarse . Introdúzcase en las escenas que


describe la lectura. Trate de visualizar los personajes e implíquese
emocionalmente en sus experiencias. Evidentemente, es más fácil
emocionarse leyendo a Flaubert que leyendo el BOE. Pero si, en la
medida de lo posible, sus sentidos y emociones entran, le resultará
más fácil entender lo que lee, lo disfrutará más, y lo recordará mejor.

▪ No se distraiga . Aunque recorra el texto con la mirada, sus


pensamientos pudieran hallarse en otro sitio. ¿Llegan hasta usted el
sonido de la música o del televisor, o las voces de su familia? Si es
posible, es mejor leer en un lugar tranquilo. A veces las
distracciones provienen de nuestro propio interior, y uno está por
ejemplo leyendo El Idiota, de Dostoievsky, e instintivamente, por una
misteriosa asociación, se pone a pensar que el viernes tiene que
cenar con su cuñado.

Cuando esto ocurra, oblíguese a poner nuevamente toda su


atención en la lectura, y verá cómo mejora poco a poco. Por cierto,
¿qué debe hacer uno cuando se encuentra con una palabra que no
entiende? A veces, los términos poco conocidos se definen o
explican en el propio texto, o quizá el contexto le permita deducir su
significado. En caso contrario, deténgase a consultar un diccionario
o ponga una marca para preguntar a alguien más tarde. De esta
forma, ampliará su vocabulario y su comprensión de la lectura.

▪Sea selectivo . La vida es demasiado corta para leer malos libros.


La lectura, al igual que la comida, debe seleccionarse con cuidado.
Si empieza un libro que no le gusta, mi consejo es que le dé una
pequeña oportunidad, quizá de 20 o 30 páginas. Hay libros a los que
les cuesta despegar. Pero si aun así le sigue aburriendo, déjelo y
empiece otro. Si se ha gastado el dinero y le da pena dejarlo a
medias, usted mismo. Tan solo piense que el dinero se recupera,
pero el tiempo no. Leer debe ser un placer, no un castigo o una
imposición. Afortunadamente, la variedad es tan grande, que
cualquiera que se lo proponga puede encontrar el tipo de libros que
le emocionen.

Y si le cuesta decidirse, siempre puede pedir consejo a un


profesional como mi amiga Laura, la bibliotecaria dela RSEEAP de
Badajoz. Mientras tanto, si este artículo le ha animado a leer,
siéntase libre de seguir con el resto de artículos.
INTRODUCCION AL STORYTELLING

A nosotros, llámenos raritos si quiere, nos gusta comparar las


conferencias con películas. Y dividimos las películas en tres
categorías:

La primera serían las películas malas. Existe cierto tipo de películas


que son tan absolutamente abominables, con unas interpretaciones
tan deplorables, un argumento tan absurdo y unos efectos
especiales tan penosos, que uno, en el caso de que consiga verlas
hasta el final, no consigue quitárselas de la cabeza por más que lo
intente. Y lo cierto es que alguna de estas abominaciones ha
alcanzado la categoría de película de culto, precisamente por lo
bizarro de su ejecución. A bote pronto se me ocurre esa genial obra
de Pedro Temboury llamada Kárate a Muerte en Torremolinos, pero
igualmente serviría Sharknado, Aquí llega Condemor el Pecador de
la Pradera, Batman y Robin, o cualquiera de Adam Sandler.

La siguiente categoría sería a la que pertenecen la inmensa mayoría


de los miles de los títulos que se estrenan cada año. Son las
películas mediocres. Esas con las que, por ejemplo, nos deleita
Antena 3 en las sobremesas, “basadas en hechos reales”, y que
pasan por nuestra cabeza sin pena ni gloria. No son muy malas, y
tampoco son muy buenas. De hecho, no citamos ninguna, porque lo
cierto es que las solemos olvidar a las pocas horas de verlas.

Y por último, existe una categoría de películas buenas. Auténticas


obras maestras que hacen que uno de por bien empleado los 8
euros de la entrada, y que permanecen por mucho tiempo en
nuestra cabeza, bien sea por su guión perfecto, por el trabajo de los
actores, por la música, la fotografía, el vestuario o por un conjunto
de todas. Son películas que emocionan, como La Lista de Schindler,
y podríamos incluir sin duda otras como Star Wars (las tres
originales), El Golpe, Ciudadano Kane, Los Otros…

Pues con las conferencias pasa lo mismo. En el mundo, todos los


años, se pronuncian miles de conferencias. Algunas son
espantosamente malas, y elevan a otro nivel el concepto “vergüenza
ajena”. Seguro que muchos de nosotros hemos sufrido en nuestras
carnes alguna de estas gloriosas intervenciones, y aun sentimos un
morboso placer al recordarlo.

Sin embargo, la mayoría de las conferencias que se pronuncian a


diario en el planeta se podrían catalogar en la segunda categoría.
Son sencillamente mediocres. Es decir, no son tan malas que nos
den ganas de salir corriendo de la sala, pero tampoco nos motivan
especialmente. Las escuchamos con un cierto nivel de interés, pero,
debido a que son mediocres, las olvidamos pocas horas después de
haber concluido.

Solamente un pequeño número de las conferencias que se


pronuncian pueden incluirse en el apartado de brillantes. Solo unas
pocas consiguen, no solo atraer la atención del público, sino
inspirarlo, emocionarlo y motivarlo. Son sencillamente inolvidables.

El propósito de todo conferenciante es acercarse lo más posible a


esta categoría, y para ello debe esforzarse por captar la atención del
auditorio de más maneras que simplemente trasmitiendo
información. Existen diversas formas de hacerlo. En nuestros
talleres enseñamos como convertir una conferencia mediocre en
una presentación apasionante, y para abrir boca les voy a hablar de
uno de los métodos más útiles para conseguirlo: El storytelling. (En
español sería contar historias, pero en inglés queda como más
exótico).

Contar historias ha sido durante siglos uno de los métodos más


eficaces para transmitir información. Lo cierto es que nuestro
cerebro está diseñado de tal forma que las historias se pegan a
nuestras conexiones neuronales como una lapa, y es por eso que
recordamos sin esfuerzo los cuentos que nuestros padres nos
contaban de pequeños, pero tenemos dificultad para recordar donde
dejamos aparcado el coche ayer por la noche. La causa por la que
al cerebro le atraen más los cuentos que a Ernesto de Hannover
una barra libre es algo que sigue fascinando a los investigadores.

Los publicistas utilizan constantemente este recurso (vea por


ejemplo los magníficos anuncios de Campofrío), y también lo usan
muchos expertos conferenciantes. Algunas de estas historias han
trascendido en el tiempo, como el famoso I have a dream, de Martin
Luther King, que, 50 años después, sigue siendo uno de los
alegatos más famosos de la igualdad entre razas y contra las
políticas de discriminación.
Las ventajas del storytelling se podrían resumir en tres apartados:

El público las recuerda fácilmente


Son fáciles de contar
Apelan a las emociones

Esta última razón es especialmente importante, puesto que para


motivar a alguien a acción no basta con apelar a su cerebro, lo que
llamaríamos su lado racional. Es necesario llegar a tocar su
corazón, o lado emocional. Solo si generamos una respuesta
emocional en nuestros oyentes conseguiremos que recuerden lo
que les decimos días, meses o años después de habernos oído
hablar.
¿Cómo se pone en práctica el storytelling? O dicho de otra manera,
¿qué clase de historias podemos usar para motivar a nuestro
auditorio. De nuevo nos encontramos con multitud de alternativas,
pero basten como ejemplo estas tres sugerencias, que podrían
utilizarse por alguien que trata de convencer a un grupo de
inversores para que financien su proyecto:

▪ ¿Cómo lo hacemos? En ocasiones, el proceso de elaboración o


investigación da lugar a anécdotas interesantes que pudieran crear
una corriente de simpatía o admiración en quien las escuche.
Podemos citar como muestra anuncios publicitarios como el de
Balay o el de los relojes Patek-Phillippe.

▪ ¿Qué nos inspira? Podemos contar buenas historias respecto a


qué nos sirve de fuente de inspiración, o respecto a cómo se nos
ocurrió la idea. No sabemos cómo se le ocurrió a Einstein la teoría
de la relatividad, pero sí nos acórdamos de cómo Newton descubrió
la ley de la gravedad. ¿La diferencia? Una buena historia.
▪ ¿Qué obstáculos hemos superado? Edison tuvo que hacer más
de mil intentos para conseguir una bombilla que funcionase. Si yo
fuera él, y tuviera que vender la idea, ese sería el dato que daría
para convencer a los futuros inversores. ¿Habría mejor manera de
convencerles de que soy un tipo perseverante?

Como última sugerencia, las historias que mejor funcionan son las
que le han sucedido a uno mismo. Esto es porque cuando alguien
nos confía algo personal, tendemos a confiar en esa persona de
manera instintiva.

Lo visto hasta ahora es tan solo una pincelada de lo que podemos


hacer para lograr que nuestra conferencia sea especial. Hay mucho
más que hablar del storytelling, y además existen muchos otros
métodos. Podemos usar medios visuales, jugar con las pausas, la
modulación y el tono de la voz, o trabajar el lenguaje corporal y el
contacto visual.
Pero para saber cómo usar todas estas técnicas, solo tiene que
seguir leyendo este magnífico libro.
PELIGRO. REDES

Dos extraños se encuentran junto a los irregulares riscos de Prouts


Neck, en el condado de Maine, donde el Atlántico arremete contra el
sólido granito tan violentamente que hay que gritar para ser oído.
“Le repito –indica uno de los dos, con pintas de acabar de llegar de
un largo viaje- que si me dice dónde encontrar a Winslow Homer …
le doy 25 centavos”

El otro, un veterano pescador de Nueva Inglaterra, con espeso y


lánguido bigote, lleva puesto un viejo sombrero de fieltro y botas de
hule. Es bajo de estatura y está curtido por el clima. Con la mirada
sagaz y escéptica de un perro terrier responde: “Muéstreme los 25
centavos”.

El forastero se los enseña. El pescador agarra la moneda con sus


callosas manos, la observa unos segundos, y mientras se la guarda
en el bolsillo, le dice al recién llegado: “Yo soy Winslow Homer”.

Winslow Homer, por cierto, fue el artista estadounidense más


famoso de su época, período que se extiende entre los siglos XIX Y
XX.
Es obvio que el señor que preguntó por él, en cierta medida lo
conocía. Es posible que incluso estuviera muy familiarizado con su
obra. Debido a la admiración que sentía por él, estuvo dispuesto a
viajar desde lejos, y a entregar la suma de 25 centavos (una
cantidad no desdeñable en aquel tiempo), para verlo en persona.
Pero el hecho de que, teniéndolo delante, no fuese capaz de
identificarlo, revela que realmente no lo conocía, o al menos no tan
bien como llegó a conocerlo desde aquel momento.

Está claro que, entre conocer algo, conocer algo bien, y conocerlo
perfectamente, puede haber un abismo. En nuestros artículos
insistimos muchos en que, para un orador, es crucial conocer las
cosas con total exactitud. De hecho, el mismo vocablo “conocer”
tiene diversas acepciones que pueden inducir a confusión. Si no me
cree, lea las acepciones que recoge la RAE en su diccionario. La
entrada 5, por ejemplo, utiliza la definición “experimentar, sentir
algo”. Ejemplo: “Alejandro Magno no conoció la derrota”. Y la
acepción número 6, sorprendentemente, apunta el significado de
“tener relaciones sexuales”. Por eso, en algunas traducciones de la
Biblia, leemos en el Génesis que “Adán llegó a conocer a Eva y ella
llegó a estar encinta de Caín”.

De manera que, si algún día usted, como el protagonista de alguna


novela de J. J. Benítez, viaja en el tiempo, y acaba en el antiguo
pueblo hebreo, absténgase de decirle a un israelita: “Acabo de
conocer a tu esposa… y ha sido un verdadero placer”. Quizá ya no
pueda regresar a nuestra época.

En otras ocasiones hemos hablado de la importancia de


documentarse bien al preparar una conferencia, pero en este caso
queremos alertarle de un peligro muy concreto para todo aquel que
tiene que hablar en público.

¿Ha oído usted hablar, o sabe lo que es un hoax? Esta palabra


(cuyo significado en inglés es engaño, o bulo), hace alusión a las
falsas noticias y fraudes en internet. Tradicionalmente, los hoax se
distribuían a través de correos electrónicos en cadena, pero
actualmente se han hecho muy populares gracias a las redes
sociales como Twitter, Facebook o Whatsapp.

Los hoax tienen tres objetivos claros: Estafar, recopilar direcciones


de email, o robar tus datos.

Pero, al margen de los objetivos delictivos de los hoax, (o


precisamente para poder llevarlos a cabo), lo cierto es que la
información que difunden destaca por ser especialmente llamativa.
Debemos tener mucho cuidado para que, por mucho que nos
apetezca, jamás forme parte del contenido de alguna de nuestras
conferencias, charlas o escritos.

En este caso, la regla “no se crea nada que no pueda verificar”, es


especialmente aplicable a todo lo que llega a través de las citadas
redes sociales. Siempre debemos filtrar la información que nos llega
y cuanto más original, sorprendente, divertida o anecdótica sea, más
en cuarentena debemos ponerla.

La policía nacional de nuestro país difunde con cierta asiduidad


listas con los bulos más compartidos en redes sociales. Mujeres con
tres pechos, colonias que te narcotizan, golosinas con drogas, frutas
infectadas con VIH… Por eso, además de animarle aquí a no
difundir esos bulos a través de las aplicaciones de mensajería. Esto
le haría ganarse una fama entre sus contactos de poco confiable, en
el peor de los casos, y de cansino, en el mejor.

Cualquier información que le llegue a través de las redes sociales,


sométala a un tercer grado, pásela por el filtro de la exactitud. Sea
siempre exacto, cuidadosamente exacto, o incluso obsesivamente
exacto, y se ganará la confianza de sus auditorios en cualquier
materia que le toque desarrollar.

Para despedirme, y por si quiere reírse un rato, le aconsejo que


eche un vistazo a algunas de la páginas caza hoax que hay en
internet, y al pensar en la facilidad con que muchos se creen este
tipo de noticias, verá como lo de que hay vida inteligente en otros
planetas, es incluso más factible que el que haya vida inteligente en
el nuestro. Le deleito con algunas perlas:

- Con un nivel de albañil, queda demostrado que la tierra es


plana
- Mercadona regala vales de 250€
- Con agua, bicarbonato y limón se cura el cáncer
- Tomar mentos y coca cola hace explotar el estómago
- Donald Trump intenta un roce cariñoso con el Papa Francisco

El ser humano es extraordinario…


UN POCO DE NEMOTECNIA

“Uno por uno es uno, uno por dos, dos, uno por tres…” en fin, usted
ya sabe cómo continúa. Y seguro que, si tuviera que leerlo en voz
alta, (haga la prueba), lo haría acompañándose de su
correspondiente entonación musical. Y es que, lo crea o no, detrás
de las famosas tablas de multiplicar hay una importante regla
nemotécnica.

Aunque, para hablar de este tema, quizás debamos definir primero


que es la nemotecnia (o mnemotecnia, para los más puristas). Pues
bien, dicho de la manera más sencilla posible, la nemotecnia es un
procedimiento de asociación mental que nos ayuda a memorizar con
más facilidad.

Pongamos el caso de que nos invitan a dar una conferencia en


público. Al llegar al lugar de la ponencia, le presentan a un gran
número de personas que antes no conocía. En esta tesitura tendrá
una dificultad obvia en recordar los nombres de todas las personas
que le van presentando. Pero imagine que, después de escuchar
por primera vez los nombres de decenas de desconocidos, una
mujer se presenta informándole de que su nombre es Eduvigis. Y
curiosamente, ese es también el nombre de su esposa. El que los
progenitores de ambas mujeres tuviesen la ocurrencia de llamar a
sus hijas Eduvigis, (aprovechando el hecho de que los bebés no
pueden defenderse), creará en su cerebro una sencilla norma de
asociación, y no olvidará el nombre de esa persona.

En cambio si esa señora se llama María, y es la cuarta María que le


presentan esa tarde, probablemente no sea capaz de recordar que
entre su auditorio hay cinco mujeres se llamaban María, y mucho
menos quienes son. Si bien es cierto que hay otras claves que
ayudan a recordar. Si una de las Marías, por ejemplo, mide un metro
ochenta, tiene los ojos verdes, y el pelo largo, y… en fin, no nos
distraigamos.

Mejor volvamos al ejemplo de las tablas de multiplicar. ¿Qué recurso


nemotécnico se utiliza al memorizar las tablas? Efectivamente, la
musiquilla o soniquete con el que se van enunciando números. Y,
ojo, no menosprecie la eficacia de esta regla de utilizar música para
recordar palabras.

A principios del siglo XIII, el ejército mongol de Genghis Khan era


uno de los mejores y más temidos de la historia. Sin embargo, los
mongoles eran, parece ser, tan brutos como ignorantes. De manera
que, con un ejército que era casi totalmente analfabeto, ¿cómo
podían los generales coordinar retiradas, mandar ataques
relámpagos, o transmitir otro tipo de órdenes complejas? Una
instrucción verbal mal entendida, o una orden confusa dada en el
fragor de la batalla, podían suponer la muerte de miles de soldados
e incluso la derrota ante el enemigo.

¿Qué hizo el Khan? Puso a sus hombres a cantar.

Cantar, de hecho, es una forma común en los ejércitos para llevar


mejor el tedio de largos días de viaje. También ayuda para marcar el
ritmo de marcha y que los soldados caminen al mismo tiempo. Pero
en este caso, todos y cada uno de los hombres del ejército mongol
aprendieron un conjunto de melodías… sin letra.
Después, en el campo de batalla, los generales y oficiales
insertaban sus órdenes en alguna de aquellas melodías estándar,
como si se tratase de la letra de una canción. Para los mensajeros
de repente se les hacía fácil recordar con exactitud, e incluso
literalidad, las órdenes.

El método funcionó tan bien que todas las leyes y reglas de


conducta del soldado mongol fueron pasadas como letra de
canciones para que todos y cada uno de los hombres pudiera
aprenderlas y practicarlas.

Por supuesto, este método de memorización requiere de una


aplicación razonable. No trate usted de poner todo su discurso como
letra para una canción de Dmitri Dmítrievich Shostakóvich. Quizás
sea más práctico escoger una melodía simple y sencilla, y asignarle
como letra varias palabras claves de su conferencia, quizás las
ideas principales. Después, durante días canturree como un mongol,
(entiéndame el paralelo), esa cancioncilla de la que usted es letrista,
y le aseguro que no olvidará el contenido por mas Marías, (me
refiero a la del metro ochenta), que le presenten.
LAS CENIZAS DE WALT

Como seguro que la mayoría de ustedes son hábiles lectores, y


además ya llevan tiempo siguiendo nuestro blog, seguro que no
tienen dificultad en detectar qué tienen en común las siguientes tres
afirmaciones:

1. Napoleón era bajito.


2. Los vikingos llevaban cuernos en los cascos.
3. Walt Disney está criogenizado.

Si no ha detectado usted la similitud, y antes de que pierda más


tiempo buscando semejanzas imposibles, le digo yo en que se
parecen las tres frases en cuestión. La solución al acertijo es que las
tres son, sencillamente, mentira.
Y aún hay otra coincidencia más, que es que las tres se refieren a
hechos comúnmente aceptados como verdad por la mayoría de las
personas, lo cual, no se lo diremos a nadie, pero probablemente le
incluya a usted.

Lo cierto es que la autopsia de Napoleón reveló que medía 168 cm.,


lo cual quiere decir que, siendo en aquel entonces la media de
estatura de los franceses 164 cm., Napoleón no solo no era bajito,
sino que fue más alto que la mayoría de la gente con la que trató
durante su azarosa vida. Este hecho coloca a Sarkozy encabezando
en solitario el ranking de líderes franceses con poco futuro en el
baloncesto.

De igual manera, aunque en las tumbas vikingas jamás se han


hallado cascos con cuernos, los ilustradores del siglo XIX decidieron
dibujárselos. La razón es que, al parecer, la cornamenta realza la
fiereza y agresividad de quien la exhibe, lo cual, sin embargo, no fue
suficiente para aupar al poder a la reciente candidata demócrata a la
presidencia de los EEUU.

Y por último, si desea usted visitar la tumba de Walt Disney no hace


falta que se compre ropa térmica, porque Walter Elías Disney fue
incinerado y sus cenizas descansan, a temperatura ambiente, en el
panteón familiar situado en el cementerio Forest Lawn Memorial, de
Los Ángeles. En la foto que ilustra este artículo puede usted ver
donde se encuentran los restos mortales del papá de Mickey.

¿Qué relación guardan estos hechos con el arte de la oratoria?


Pues demuestran la tesis de que un buen orador debe estar bien
documentado. Es fácil sucumbir a creencias populares como las
antedichas, y usarlas como ejemplos en nuestros discursos, o
incluso construir nuestra alocución alrededor de una inexactitud
científica o histórica. El conferenciante que no se toma la molestia
de asegurarse de la veracidad de los datos que está utilizando en su
disertación, corre el riesgo de ver comprometida la eficacia de la
misma.

Imagine por ejemplo que, para hablar de cómo mejorar la capacidad


retentiva, usted, en la introducción a su discurso, utiliza a un pez
como ejemplo de mala memoria, lo cual resulta bastante lógico,
habida cuenta de la fama de olvidadizos que arrastran dichos
animalitos.
Pero hete aquí que, entre su público, hay un grupo de estudiantes
de biología, o incluso aficionados, que saben que la supuesta mala
memoria de los peces es un mito, como ha quedado demostrado por
todos los estudios científicos realizados hasta la fecha sobre el
tema. ¿Qué sucederá? En el mejor de los casos se reirán de usted
interiormente (o no) durante unos instantes, y, en el peor de los
supuestos, para ese grupo de personas su credibilidad durante el
resto de la conferencia será la misma que tendría Belén Esteban
hablando de física cuántica.

De ahí la importancia de asegurarse muy bien de la veracidad de


cuanto dato científico, histórico o estadístico vaya a usar en su
presentación.

Además, el bucear en los libros de historia, en revistas


especializadas y en otras fuentes autorizadas, no solo mejorará
sensiblemente la calidad de sus discursos, sino que aumentará su
cultura, e incluso le proporcionara datos curiosos que usar como
base para futuras presentaciones, como acabo de demostrar en
este artículo.

Sobre dónde y cómo exactamente buscar, y cómo contrastar la


información, hablaremos en una futura entrada. Y también veremos
cómo utilizar los datos que encajan a la perfección en nuestra
alocución, pero que por diversas razones son casi imposibles de
contrastar.

Hasta entonces, no sean como los peces, y no olviden leernos… Uy,


perdón.
PREPARESE PARA LAS INTERRUPCIONES

Si está siguiendo con atención el desarrollo de este libro, como


esperamos que esté pasando, ya sabrá lo mucho que nos gusta a
los autores contar nuestras batallitas en el campo de la oratoria. En
el caso de la que voy a contarles ahora, y para evitar daños
colaterales, diremos que lo que les voy a narrar le sucedió a otro
orador que se encontraba dando una conferencia en un lejano país
a miles de kilómetros de su casa.

Entre su auditorio, concretamente en las primeras filas, había una


mujer joven, de entre 25 y 30 años. Era físicamente bastante
atractiva, de profunda mirada, y un precioso pelo negro digno de un
anuncio de Pantene. Al poco de comenzar la conferencia, y tal como
recomendamos en este mismo manual, el orador mantuvo durante
unos segundos contacto visual con ella. Fue un contacto discreto y
moderado, como mandan los cánones, pero suficiente para darse
cuenta de la inusitada atención con la que aquella atractiva joven
seguía el desarrollo del discurso. Sus miradas se cruzaron en más
de una ocasión, la de mi amigo conferenciante y la de aquella joven
que bien podía ser modelo, si bien es cierto que el primero trataba
de que no se le notara mucho, entre otras cosas porque su esposa
estaba entre el auditorio.

El caso es que, repentinamente, aquella mujer, sin apartar su mirada


atenta hacia el orador, acercó sus manos a la parte superior de su
blusa, y con lentitud desabrochó el botón de arriba de su prenda. El
orador, sorprendido, dirigió prudentemente sus ojos en otra
dirección. Pero usted y yo sabemos que, sin mirar, los ojos tienen lo
que llamamos visión periférica de manera que, pudo ver lo que
continuaba ocurriendo.

La joven continuó impertérrita, como si fuera una especie de ritual,


desabrochando botón a botón. La visión periférica de mi atribulado
amigo pugnaba por imponerse a la visión principal, y por más que se
obligaba a sí mismo a mirar a otros sectores del público, era incapaz
de obviar lo que estaba pasando a pocos metros de él. Tragó saliva
un par de veces, y cuando, incapaz de resistirse, dirigió de nuevo su
atención a aquella candorosa joven, casi se cae de espaldas al ver
que había introducido su mano debajo de la ropa, con el claro
propósito de sacar a la luz alguna parte de su generosa anatomía.

Y así fue, mientras mi amigo se acercaba peligrosamente a la


apoplejía, la joven exhibió uno de sus pechos, y con un movimiento
hábil y certero se giró hacia atrás y obtuvo de la nada a un bebe al
que colocó en posición cómoda para poder amamantarlo.

Mientras me lo contaba, mi amigo me confesó que le resulta


imposible recordar ni el título ni el contenido de su conferencia, pero
que nunca olvidará que durante unos cuantos segundos su
concentración saltó por los aires, y que solo haciendo un esfuerzo
sobrehumano pudo retomar el hilo de su discurso.

Si bien esta experiencia puede resultar un tanto jocosa, pone de


manifiesto que un orador debe saber manejar los imprevistos o las
interrupciones con acierto pues estos pueden presentarse en
cualquier momento y romper el curso de su ponencia. Pueden de
hecho hacer que un discurso bien preparado, idóneo y eficaz
fracase, si usted no sabe reaccionar.

El mejor consejo sería tirar de brillantez e improvisar con algo


ocurrente, pero lo cierto es que hay que ser muy bueno para poder
hacer algo así. Tan bueno como fue Barack Obama, que en cierta
ocasión llevaba 20 minutos dando un discurso para defender el
programa de salud pública, cuando tuvo que parar para ayudar a
una mujer embarazada que estaba detrás suyo a punto de
desmayarse. Cuando reanudó su discurso dijo: “Esto es lo que pasa
cuando hablo demasiado”. El inquilino de la Casa Blanca demostró
en más de una ocasión saber lidiar con los contratiempos.

No obstante, aquí le vamos a dar una serie de sugerencias, muy


útiles para cuando las musas no le acompañen y su agilidad mental
no esté operativa o al 100%.

Si ha visto usted la película Forrest Gump, seguramente recordara


la siguiente escena: Forrest es reclutado por una enfervorecida
multitud en el National Mall de Washington, para hablar sobre la
guerra de Vietnam. Todos quieren oír lo que ese apuesto soldado
tiene que decirles. Se hace el silencio, y el amigo Gump, tras mirar
unos instantes a los miles de ansiosos americanos allí reunidos,
empieza a decir:
“En Vietnam, tu mejor…”
Pero en ese momento un saboteador desconecta los cables de la
megafonía, de manera que nadie puede escuchar los que Forrest
está diciendo. A pesar de lo cual él, impasible, continúa su discurso
sin importarle el imprevisto. Momentos después se restablece el
sonido y se escucha la frase:
“…y es lo único que tengo que decir sobre esto”.

Seguro que lo que dijo fue precioso, a juzgar por la reacción de los
que estaban a su lado en el escenario, pero tristemente, ni los miles
de personas que abarrotaban el famoso parque, ni los 78 millones
de espectadores que hasta 2012 habían visto la película en el cine,
supieron nunca cuáles fueron sus palabras.
Si no quiere usted imitar al señor Gump, le animamos a que,
mientras está dando su conferencia, no compita con el sonido de un
avión, ni con el llanto de un bebe encabritado, ni con la tos perruna
de un fumador senior ni con otras interrupciones similares. En estas
coyunturas, mantenga la calma y guarde silencio. Espere a que el
ruido boicoteador cese. En el caso del avión, de una ambulancia, de
un camión de bomberos o del afilador, el sonido cesará en breve;
por eso solo se trata de callar, y quizás sonreír al auditorio
demostrando que controla la situación.

En el caso de un precioso bebe que da alaridos como un poseso,


interrumpa su discurso sin mostrarse molesto cuando la rica criatura
grazne. Así una y otra vez hasta que la madre sensata opte por
sacar a su angelito del auditorio. Si la progenitora es insensible a la
situación, permita por su paciencia que los asistentes con sus
miradas condenatorias muevan acción a la mamá. Otra opción es
que busque la mirada de uno de los acomodadores u organizadores
del evento, para que éste se dé por aludido e intervenga. Y por
último quizás tenga que optar por una intervención más heavy,
invitando a la madre a que saque a su bello bebe fuera del auditorio.
Eso sí, de tal manera que parezca que usted ama a esa criatura y
se interesa por su bienestar. De esa manera empatizará con usted
su auditorio.

Hay mil imprevistos a los que usted tendrá que adaptarse si


prospera como orador público. Son innumerables e inimaginables
las situaciones que pueden darse, pero siempre tenga en
consideración que estar calmado y adaptarse es fundamental.

Hay otra serie de interrupciones sobre las cuales queremos dar un


par de pinceladas:
Imagínese que usted es el CEO de una gran compañía, y que un
accionista acude a la asamblea de socios con la intención de
alborotar. (Si este ejemplo le queda muy lejano, póngase quizás en
el papel de que usted es el presidente de su comunidad y viene un
vecino con ganas de reventarle los presupuestos). Durante su
intervención, el accionista (o el vecino del Bajo D), comienza a gritar
o a interrumpirle. ¿Cómo puede usted manejar la situación?

Mantenga su dignidad en todo momento. Dele tiempo a expresarse.


Si no se pone a su altura, con frecuencia esta clase de personas
van perdiendo fuelle, y al final hasta ellos mismos acaban dándose
cuenta de que están dando la nota. Después, pídale con tranquilidad
y firmeza que, igual que usted le ha escuchado a él, desea que él le
escuche a usted. Pero no pierda la calma. Con esta encilla formula
puede que se gane un sonoro aplauso de los asistentes y con esto
ya tenga la partida ganada.

Las variantes son infinitas y deben adaptarse a sus oyentes. Como


comprenderá, no es igual dirigirse a un accionista influyente y
podrido de dinero, que al vecino que debe tres recibos de
comunidad y la derrama.

Por último, hay ocasiones en que las interrupciones son de tal


calado que la decisión más sabia es suspender su ponencia.
Ejemplos:

▪ Huele a quemado y ve en la parte detrás de su auditorio que


empieza a salir humo. Evidentemente, no es momento para
indecisiones, sino para suspender lo que esté diciendo y dar
prioridad al protocolo de evacuación del recinto.

▪ Un grupo de alborotadores amenaza la integridad de los


asistentes.

▪ Usted ha calculado mal el tiempo de su conferencia y empieza un


Madrid - Barça….

En un manual de Ediciones Deusto sobre el desarrollo personal


mencionaba: “Las interrupciones pueden ser útiles”.

Estamos de acuerdo. Esta afirmación es cierta, pero tan solo si


usted no deja al azar este ámbito de la oratoria. Espero que las
sugerencias le resulten útiles cuando en alguna de sus charlas en
público tenga que padecer alguna clase de interrupción, y le ruego
me disculpe ahora, acaban de llamar al timbre.
DAR CERA, PULIR CERA

En 1984 se estrenó una mítica película, que emocionó a toda una


generación de adolescentes. Las chicas que iban a verla salían del
cine enamoraditas del protagonista, y los chicos, antes de llegar a
casa, ya habíamos ensayado como 50 veces la patada de la grulla.
Se trata, en efecto, de la inolvidable Karate Kid.

De aquella película, además de la citada patadita, quedó en el


imaginario colectivo una frase pronunciada por el legendario señor
Miyagi, y que da título a nuestro post de hoy: “Dar cera, pulir cera”.

Para quienes no hayan visto la película, el origen de la frase es el


siguiente: el protagonista, un joven súper buena gente pero con cara
de pardillo, conoce a una chica monísima en la playa, y cuando
parece que Cupido va a percutir con una flecha en sus tiernos
corazones, lo que le percute al pobre muchacho es una somanta de
palos que le propinan un grupo de repetidores que pasaba por allí.

El muchacho, herido en su amor propio, además de en otra media


docena de sitios, recibe la ayuda del conserje de su edificio, que
casualmente es chino y sabe karate del bueno. Así que después,
cuando le pide al conserje que le enseñe a repartir estopa, éste le
manda en primer lugar a encerar una flota de coches que
casualmente tenía aparcados por allí. “Dar cera, pulir cera, Daniel
san”…
El pobre Daniel no entiende de qué va aquello, pero como es tan
buen tío accede. Al final resulta, -y atentos todos porque aquí viene
la lección-, que los movimientos de dar y pulir cera, repetidos una y
otra vez, otorgaron a nuestro joven amiguito una destreza increíble a
la hora de pelear.Luego viene lo de la patada de la grulla, la pelea
con el malo, el beso de la chica, y los títulos de crédito.

“Dar cera, pulir cera…” Actividades que en principio no guardan


ninguna relación con el kárate, pero que sirvieron, al menos en la
película, para convertir a un piltrafilla en una máquina de matar.

Si extrapolamos esta idea a la vida real, y en concreto al campo de


la oratoria, ¿habrá alguna actividad que, aunque no guarde en
principio mucha relación con la misma, nos ayude a la hora de
hablar en público? Evidentemente, sí, porque si no a ver a santo de
qué le he soltado todo este rollo. Les vamos a sugerir dos de las que
realizamos en nuestros talleres:

1/ Lea en voz alta . Coja una novela, el periódico, o una


enciclopedia, y lea. Pero hágalo en alto. Sin miedo. Donde no le
escuche nadie, para no tener miedo a hacer el ridículo. Exagere la
entonación, grite, solloce, susurre, varíe la velocidad, ponga
diferentes voces a los diferentes personajes, pruebe con diferentes
acentos, en definitiva: haga el payaso todo lo que pueda. No solo
pasará un rato súper entretenido, sino que acostumbrará a sus
órganos del habla a variar el tono, el ritmo, la intensidad. Aprenderá
a controlar la respiración, y fortalecerá la voz.

Dar cera…

2/ Vaya a un karaoke . Todos en algún momento de nuestra vida


hemos ido a alguno, y los que no, deberían hacerlo. Les puedo
asegurar que el comportamiento de una persona en un karaoke es
un indicador infalible para saber si es un buen o mal conferenciante.
Y lo de menos es cómo cante. Porque de todos es sabido que en un
karaoke no triunfa el que mejor canta. No señor. Triunfa el que tiene
menos vergüenza. Y lo mismo pasa encima de una plataforma. Así
que si quiere perder la vergüenza, vaya a un karaoke, tómese un
par de gintonic para entrar en calor, pida una de Nino Bravo, y suba
al escenario a darlo todo. Concéntrese en la canción y olvídese de
todo lo demás. Le aseguro que eso le irá mejor a su oratoria que
todos los libros que se lea.

Pulir cera…

Gracias por su atención, lector San.


DEDIQUE TIEMPO A APRENDER DE LOS
MEJORES
“Mis queridos descamisados. Yo no valgo por lo que hice. Yo no
valgo por lo que soy, ni por lo que tengo. Yo tengo una sola cosa
que vale. La tengo en mi corazón. Me quema en el alma, me duele
en mi carne y arde en mis nervios. Es el amor por este pueblo. Si
este pueblo me pidiera la vida, se la daría cantando. Porque la
felicidad de un solo descamisado, vale más que mi vida”.

Si lo desea, además de leerlo, puede usted escuchar estas frases


en YouTube. Es un pequeño fragmento del último discurso que
pronunció Eva Perón. Hay algo de confusión entre los expertos
sobre el contenido del mismo, pero yo he querido traer este ramillete
de frases porque me parecen sencillamente sublimes.

Además, alguien con mucho tino y sensibilidad musical, aderezó


unas imágenes en las que se puede escuchar la voz original de Eva
Perón, colocando de fondo el Lacrimosa del Requiem en Re menor
de Mozart y, como no podía ser de otra manera, con ese fondo
musical las palabras cobran una fuerza indescriptible.

Pocas mujeres han hablado con tanto magnetismo como Evita la


última vez que se dirigió a sus queridos 'descamisados', el 1 de
mayo de 1952. Estaba muriendo de cáncer y lo sabía. La respuesta
de los argentinos ante la pasión de su discurso y su voz quebrada,
testimonian el amor del pueblo por la actriz. Al margen del contexto
político e histórico de esta conferencia, queremos destacar este
emotivo discurso porque es un ejemplo sobresaliente de diferentes
cualidades oratorias a imitar. La pasión, el tono de voz, el
sentimiento desgarrador, el valor, el compromiso… simplemente
magnífico.

Otro discurso único e irrepetible es el que para muchos es el


discurso más inspirador que circula por YouTube. Hace tiempo pasó
los 20 millones de visionados y ahora es probablemente imposible
saber cuántos millones de personas lo han visto, oído y llevado al
campo personal de la aplicación. ¿Sabe usted ya a que joya nos
estamos refiriendo?

El potente mensaje que podríamos sintetizar tras la emotiva


disertación es el siguiente: “Encontrad lo que amáis”.

El autor no fue otro que el icónico Steve Jobs, uno de los ejemplos
más singulares de éxito tras el fracaso, unos de los personajes
sobre los que más ríos de tinta se han vertido. En esta ocasión
encandiló a su público con una disertación brillante, inteligente y
reflexiva que podríamos colocar en el olimpo de las ponencias o
discursos. Me estoy refiriendo al discurso que pronunció en la
Universidad de Stanford el 12 de Junio de 2005.

Con una sencillez abrumadora inicia su exposición diciendo: “Me


siento honrado de estar con vosotros hoy en esta ceremonia de
graduación en una de las mejores universidades del mundo. Yo
nunca me licencié. La verdad, esto es lo más cerca que he estado
de una graduación universitaria.”

Con esta sencilla introducción el Sr. Jobs, estaba tirando de ironía, y


entre otras cosas estaba diciendo sin hablar: “Queridos niños de
papá con bolsillo potente e influencias poderosas. Por mucho
prestigio que tenga esta universidad, por muy buena nota que
saquéis y por muchos contactos que tengáis en vuestras
privilegiadas vidas… probablemente ni en el mejor de vuestros
sueños todos en conjunto cosechéis una milésima parte del éxito,
prestigio, fama y dinero que yo he conseguido”. Acto seguido, el
“Mago de Cupertino” desgranó tres historias vitales que jugaron un
papel capital en su vida. A mí personalmente, me maravilló la forma
de conectar emocionalmente con su auditorio. Se trata de una
ponencia cargada de motivación y sentimiento, un digno modelo
para ser analizado y copiado en toda su metodología oratoria.

Otros discursos que desde este espacio quiero recomendar, antes


de señalar cual a mí juicio ha sido el mejor y más importante de
todos los que ha habido en la historia de la humanidad, son los
siguientes:

▪ El, en aquel momento senador de Illinois, el 8 de enero de 2008


convierte una sencilla frase de tres palabras, “Yes, we can” en un
slogan potente de campaña, e inspira a millones de voluntarios y
donantes para que se unan a su movimiento. Efectivamente, nos
referimos al expresidente de los Estados Unidos de América, Barack
Obama, de quien se ha dicho que gano unas elecciones por su
carisma, aunque evidentemente también gracias a su trabajada
oratoria

▪ “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. ¿Sabe usted quién


pronunció esta frase? Sin duda fue un momento histórico, porque,
como el mismo personaje pronunció en otro momento del discurso:
“Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda
dirigirme a ustedes”. El autor fue el expresidente chileno Salvador
Allende, dirigiéndose a su pueblo tras el golpe de estado del 11 de
septiembre de 1973 orquestado por Pinochet, al que menciona en el
discurso como 'el general rastrero'. De todo lo que dijo en ese
emotivo discurso, que le animo a repasar, hay una verdad
incontestable: aquella fue la última oportunidad que tuvo para
dirigirse a sus conciudadanos. A las pocas horas de pronunciar el
discurso, Allende se voló la tapa de los sesos con un AK-47. Sin
duda alguna merece la pena sacar tiempo para analizar el contenido
emotivo y práctico de este gran monumento a la oratoria.

▪ Discurso final de la película El Gran Dictador, que Charles Chaplin


rodó en 1940,pero que debido a la censura franquista no fue
estrenada en España hasta 1975.

▪ “We Shall Fight on the Beaches”. Discurso de Winston Churchill a


los comunes en el Parlamento Británico, el 4 de junio de 1940.
Lo cierto es que, además de los mencionados, algunos de los más
relevantes personajes de la historia, dictadores crueles cuyos
nombres seguramente ustedes puedan adivinar, podrían
considerarse modelos desde la óptica de la retórica y la palabra,
pero en mi caso, por razones éticas y morales, opto por
obsequiarles con la indiferencia.

Y ahora sí, redoble de tambores y toda la expectación para el


discurso de los discursos. La conferencia, a juicio de los autores de
este libro, más destacable y relevante de la historia del género
humano: El sermón del monte de Jesús de Nazaret.

En este caso permítame una licencia, estimado lector, porque voy a


robar unas palabras de otro referente de la humanidad y de la lucha
por la dignidad, para que éste defina y describa el valor de este
discurso sin parangón dado en la ladera de una montaña de Galilea
hace dos mil años. Según informes, en una conversación que
tuvieron el líder hindú Mohandas K. Gandhi, y el ex virrey británico
de la India, Lord Irwin, este último preguntó a Gandhi qué opinaba él
que resolvería los problemas entre Gran Bretaña y la India. Gandhi
tomó una Biblia y la abrió en el quinto capítulo del Evangelio de
Mateo y dijo: “Cuando su país y el mío obren a una según las
enseñanzas que Cristo estableció en este Sermón, habremos
resuelto no solo los problemas de nuestros países, sino los del
mundo entero”.

Por si esta cita histórica no nos parece ya de por sí bastante


elocuente, me he guardado una aún más contundente sobre esta
obra magna del pensamiento judeocristiano que es el sermón del
monte. Lea con atención por favor, y olvide por un momento que se
encuentra solamente comparando grandes discursos de la historia.
Trate de veras de sacar un provecho didáctico o pedagógico
mientras lee la siguiente descripción. Su autor, el psiquiatra James
T. Fisher:
“Si hubiera que hacer un resumen completo de todos los artículos
de peso escritos por los psicólogos y psiquiatras más cualificados en
el tema de la higiene mental —si se combinaran y refinaran y se
eliminara el exceso de palabrería—; si se cogiera lo esencial y
dejáramos a un lado la paja, y si tomáramos todas estas joyas del
conocimiento científico puro para que el más hábil de los poetas las
expresara de forma concisa, tendríamos una versión pobre e
incompleta del Sermón del Monte. Y perdería muchísimo en la
comparación”. (A Few Buttons Missing, página 273.)

Así que creo que para despedirme me va a permitir una última


recomendación. Tómesela desde la óptica de querer crecer como
ponente, o desde la perspectiva de crecer como persona.
Desempolve su Biblia, y si no tiene consígase una. Ábrala por el
primero de los evangelios, el libro de Mateo, y empezando por el
capítulo 5 lea hasta el capítulo 7.
SORIA Y OLÉ
Hace unas semanas publicamos un artículo acerca de la
importancia de asegurarse bien de la veracidad de los datos que
usamos en una conferencia. Si aún no lo ha leído, busque “Las
cenizas de Walt” en el archivo de entradas, y así podrá ponerse en
situación.

Quien sin duda no lo leyó fue el secretario general del partido


socialista, ya que, a la semana siguiente, en su cuenta oficial de
Twitter, @sanchezcastejon, publicó el siguiente comentario: “Desde
Soria, cuna de Machado, todo mi reconocimiento al trabajo de
profesores y condolencias a familiares y amigos”. Hermoso y
emotivo comentario, salvo por el pequeño detalle de que la cuna de
Machado nunca estuvo en Soria, sino a unos 750 kilómetros al sur,
en un patio del Palacio de las Dueñas de Sevilla.

Es posible que ustedes ya estuvieran enterados del lapsus


geográfico del líder socialista, que, todo hay que decirlo, no es el
único de nuestros políticos que mete la pata. El 6 de abril, unos días
después, Mariano Rajoy confundía Kenia con Nigeria en una
entrevista en RNE, y tan solo otros pocos días después, la
presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal,
decía en el acto de presentación de la candidatura autonómica de
José Antonio Monago: “Encantada de estar en Las Hurdes, en
Andalucía”. Al momento corrigió su error, después de que el público
asistente le dijera que estaban en Cáceres.

Pero bueno, la intención de este artículo no es hablar de la escasa


capacidad comunicativa de nuestros políticos, porque sobre ese
asunto a mí me faltaría espacio para escribir y a ustedes tiempo
para leer. Así que, volvamos al despiste de don Pedro Sánchez, el
aguerrido líder de la oposición. Si bien es cierto que todo el mundo
se enteró de su metedura de pata, ¿sería capaz alguno de ustedes
de decirme que estaba haciendo el señor Sánchez en Soria?
¿Alguien recuerda algo más de lo que dijo ese día, en el que seguro
que hizo más cosas aparte del desafortunado tweet? Lo dudo
mucho.

Y es que, como dijimos en el artículo mencionado al principio, una


metedura de pata puede eclipsar todo el contenido de nuestro
discurso, de la misma manera que el tipo que se sube a una
plataforma con la bragueta abierta será recordado por eso, aunque
haya explicado la solución al conflicto en Oriente Medio. De ahí la
importancia de asegurarnos al máximo de la exactitud de cuanto
dato histórico, geográfico, biográfico o científico vayamos a usar en
nuestras presentaciones.

Aquí van algunas sugerencias para mejorar en ese campo:

▪ No demos por sentado que sabemos de lo que estamos


hablando.
Existe un imaginario colectivo que hace que creamos firmemente en
ciertas cosas simplemente porque todo el mundo piensa que son
así. Pero a veces nos llevamos sorpresas. Por citar tan solo algunos
ejemplos: los avestruces NO entierran la cabeza ante el peligro,
dormir rodeado de plantas NO es peligroso, y Graham Bell NO
invento el teléfono. Y por cierto, aunque al leerlo lo haya pensado,
no, no es un error. NO se dice las avestruces, sino los avestruces.
Visto lo cual, es mejor asegurarse antes de hablar. Y si no ha tenido
tiempo de preparar su discurso, y tiene la tentación de dar un dato
del cual no está seguro, recuerde que siempre es mejor callarse y
parecer ignorante, que abrir la boca y despejar cualquier duda

▪ Consulte fuentes autorizadas.


Qué fácil es recurrir a Wikipedia cuando necesitamos algún dato. Y
lo cierto es que es un instrumento increíblemente útil en muchas
ocasiones, pero no debemos olvidar que casi cualquiera puede
escribir o editar un artículo, por lo que no siempre su información es
confiable. En Wikipedia, por ejemplo, se publicó que Ricky Martin
había muerto y que el periodista Juan Ramón Lucas había sido
convertido en un pokemon. Así que no está de más acudir a libros
especializados, especialmente cuando deba abordar temas
complejos. Incluso pudiera ser interesante, llámenme loco si
quieren, visitar una biblioteca de las de verdad, con libros de esos
que tienen las hojas de papel. Se ve que aún quedan algunas.

▪ Cuidado con los datos en los que no hay consenso.


Hay cosas sobre las cuales los investigadores no se ponen de
acuerdo, y no nos referimos a la llegada del hombre a la luna u otras
teorías conspiratorias, sino a debates serios sobre hechos
relevantes, como el límite de población que puede soportar la Tierra,
o incluso sobre asuntos cotidianos como el efecto de las antenas de
telefonía móvil en la salud. En temas en los que no hay una opinión
unánime, tomar partido por uno de los dos lados en conflicto (a
menos, evidentemente, que ese sea el motivo de su conferencia),
puede predisponer en su contra a parte de su auditorio. Por eso,
evite pronunciamientos categóricos en temas polémicos, o inserte
antes frases como “algunos investigadores opinan que…”, para
dejar una vía de escape a quien piense lo contrario. Y si lo que
quiere citar es una leyenda o un relato imaginario, dígalo, y no caiga
en el error de querer presentarlo como algo que sucedió realmente.

Una última recomendación: prepare cada discurso como si en el


auditorio hubiera al menos una persona que, del tema del que va a
hablar, sabe tanto o incluso más que usted.

Si es usted un político español, no debería costarle mucho esfuerzo.


¿Y SI TE PIDEN QUE LO HAGAS TU?

Si repentinamente nos pidieran que presentáramos una disertación


sobre los hábitos reproductivos del ciempiés, los efectos
perjudiciales de la petanca en la tendinitis de los abuelos de Burgos,
o la exportación de castañuelas decorativas al lejano Oriente,
¿podríamos hablar con soltura y cierta credibilidad saliendo del
paso, o comenzaríamos a hiperventilar?

Créame, si usted triunfa como orador público, con el tiempo se verá


en más de una ocasión, en una coyuntura comprometida. Aduciendo
que usted tiene experiencia, le invitaran a hablar en las más
insospechadas circunstancias y en los escenarios más extraños.
Quizá sea en un cumpleaños al que usted ha asistido por puro
compromiso. Puede que sea en una boda a la que asistió sin saber
ni siquiera el nombre de los contrayentes, o en el día de acción de
gracias en casa de la familia de su nueva novia de Kentucky. No
importa cuándo y dónde pero se verá en el aprieto de tener que
decir algunas palabras.

¿Qué puede hacer en esas ocasiones? Está demostrado


empíricamente que la fórmula “tierra trágame” no funciona. Por tanto
necesitamos recursos que nos ayuden a salir del paso con cierto
sentido de dignidad. Para contestar con inteligencia deberá, tener
una mínima riqueza cultural y de vocabulario, control de los nervios,
y la capacidad de pensar con rapidez y de manera ordenada.

Si cumple con estos requisitos podría hablar durante una cantidad


razonable de tiempo, incluso sin saber nada del tema que le
proponen. Algo infalible es llevar siempre en la recámara una
historia o anécdota que sea fácilmente adaptable. La tunea un poco,
le saca moraleja y queda como un señor.

Pongamos un ejemplo, que sé que lo están deseando.

Imagine que invitan a una cena benéfica del club de los


procrastinadores. Para quien no conozca el término, la
procrastinación es la acción o hábito de retrasar actividades o
situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras
situaciones más irrelevantes o agradables. No lo dude, amigo lector,
el club existe, se fundó hace décadas, y a él pertenecen miles de
miembros. Aunque probablemente, quienes sin duda serían sus
miembros más representativos están en sus casas malgastando el
tiempo en lugar de ir a inscribirse. El caso es que si ahora, en el
transcurso de la cena le invitan a pronunciar unas palabras, ¿qué
fórmula puede usted utilizar para salir del atolladero?
¿Y si la invitación fuera en el seno del club internacional de
suegras? (También existe. Se fundó en 1971). ¿Y si estuviera
presente en un evento de la Asociación de la Tierra Plana? (Sí, sí,
lamentamos comunicarle que también existe).

Pues para cualquiera de estos casos nos vale la misma solución.


Una anécdota de amplio espectro de aplicación como la que le
vamos a narrar unas cuantas líneas más abajo. No obstante, lo
idóneo es que usted tenga sus propias historias, chascarrillos o
ilustraciones, y así podrá de manera más natural resolver la
papeleta.
Adopte una postura cómoda, preferiblemente póngase en pie si lo
permiten las circunstancias, maticé que su disertación es
improvisada y que no es un especialista en esta causa o temática.
Pause, sobreactúe un poco si quiere como si estuviera buscando en
sus anaqueles mentales algo que decir, y ahora empiece con
seguridad a narrar:

“Se cuenta que, en los años 20, cuando Albert Einstein empezaba a
ser conocido por su teoría de la relatividad, era con frecuencia
solicitado por las universidades para dar conferencias. Dado que no
le gustaba conducir, y sin embargo el coche le resultaba muy
cómodo para sus desplazamientos, contrató los servicios de un
chófer, el cual resultó ser un amante de la física y, a pesar de no
tener estudios, entraba siempre a escuchar sus conferencias.

Después de varios días recorriendo el país, Einstein le comentó al


chófer lo aburrido que era repetir lo mismo una y otra vez. “Si
quiere”, le dijo el chófer, “le puedo sustituir por una noche. He oído
su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por
palabra”.
Einstein le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar,
intercambiaron sus ropas, el famoso físico se puso al volante, y el
chófer ocupó el asiento trasero. Llegaron a la sala donde se iba a
celebran la conferencia, y como ninguno de los académicos
presentes conocía a Einstein, no se descubrió el engaño.
El chófer expuso la conferencia que había oído a repetir tantas
veces a Einstein, y lo cierto es que lo hizo francamente bien.
Parecía que el engaño iba a dar resultado, cuando, de repente, uno
de los asistentes al acto levantó la mano. Cuando el asustado chófer
le dio la palabra, el hombre, que era profesor de física, formuló una
pregunta bastante complicada. El chófer, evidentemente, no tenía ni
idea de cuál podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de
inspiración y le contesto: “La pregunta que me hace es tan sencilla
que dejaré que mi chófer, que se encuentra al final de la sala, se la
responda”.”
Esta anécdota, por supuesto, es una historia con bastantes fisuras,
si es que alguna vez sucedió algo así, pero en este caso lo menos
importante es la verificación de la fuente o la credibilidad de la
historia. Eso lo solucionamos matizando antes que lo que vamos a
contar es una leyenda urbana y como tal la tratamos. Al fin y al cabo
si quieren rigor y profesionalidad, que nos contraten para una
ponencia normal.

Lo importante es que en ese momento, ya se habrá ganado el


respeto y admiración de los procrastinadores, las suegras o los frikis
de la tierra plana, y solo quedará conectar con lo que debería ser el
tema de su improvisación.

Aquí le recomendamos acudir al conocido refrán de “zapatero a tus


zapatos” y expresar honestamente que usted no es tan perito en el
tema como la mayoría de los asistentes que le acompañan. Les
puede regalar un poco los oídos con las bondades de su asociación,
con la importancia del evento, con lo bien organizado que está, y
con datos obvios que haya podido recopilar sobre la marcha, como
el año de fundación, la cantidad de miembros… y no se entretenga
más, que viene la conclusión.

Porque en cuanto haya sumado unos minutos gracias a la anécdota


y se haya apoyado en alguna información genérica, es el momento
de regresar a la historia de Einstein. Declare que si le hacen seguir
hablando le descubrirán y sabrán que usted es más chófer que
científico. Una sonrisita, una breve reverencia, y a disfrutar de sus
merecidos aplausos.

Si maneja con habilidad este recurso saldrá reforzado como orador,


habiendo dicho realmente poco o muy poco. Pero habrá sido
ameno, entretenido, simpático, honesto y un poco adulador.
Probablemente a partir de este momento haya ganado varios puntos
como posible ponente invitado, eso sí, esta vez cobrando.

Recapitulando. Es imposible prever en que entorno y situaciones se


puede uno encontrar, pero sin importar lo extraño o curioso que sea
el escenario, siga los patrones que le hemos indicado. Tenga la
parte importante del trabajo hecho. Lleve preparada siempre esa
ilustración o anécdota que, adaptándola, le servirá para parecer que
es un as de la oratoria. Mantenga la calma, ordene mentalmente sus
palabras, y comience a hablar con convicción.

Si va a usted a formar parte del nutrido grupo de personas que se


ponen delante de un micrófono a hablar sobre algo sobre lo que no
tienen ni idea, por lo menos hágalo con elegancia.
TIEMPO DE HABLAR, TIEMPO DE CALLAR

Existe una pequeña comunidad en el centro de África, cuyos


miembros comparten una singular creencia. Hace siglos que están
convencidos de que, cada ser humano, al nacer, tiene
predeterminado el número de palabras que podrá pronunciar a lo
largo de su vida. Este número, imposible de averiguar, es diferente
en cada persona, pero una vez alcanzado, el individuo en cuestión
pierde por completo la capacidad de hablar.

Es obvio que esta idea convierte a estos indígenas en uno de los


pueblos más silenciosos del planeta, ya que no solo hablan sólo
cuando lo consideran absolutamente necesario, sino que, cuando lo
hacen, tratan de resumir al máximo el mensaje, para no malgastar
palabras innecesariamente.

Les confieso que me encantaría que dicha creencia fuera


contagiosa, para mandar a pasar una temporada a esa zona de
África a varias personas que conozco, incluyendo parientes
cercanos, compañeros de trabajo, y como no, bastantes
conferenciantes.
Y es que la incontinencia verbal es un auténtico problema para
quien tiene que dirigirse a un auditorio, pues no sólo acaba
cansando al respetable, sino que, en el caso de que el orador
realmente tenga algo interesante que decir, probablemente pase
desapercibido, oculto en el aluvión de palabras con el que sepulta a
sus oyentes.

¿Quiere decir esto que el mejor discurso es el más breve? En


absoluto. Brevedad no es siempre sinónimo de calidad. Sirva como
ejemplo la carrera musical de Jesulín de Ubrique.

Pero sí es cierto que quien habla en público debe tratar de controlar


cuidadosamente el tiempo que dedica a su intervención, para no
agotar a su auditorio. Incluso en el caso de que uno haya
seleccionado un material de una calidad excepcional, salpicado de
jugosas anécdotas, y datos fascinantes, no debe olvidar un hecho:
el cerebro humano tiene una capacidad casi infinita de almacenar
información, pero necesita un tiempo para fijarla.

Abrumar a nuestro auditorio con más información de la que es


capaz de retener, tendrá el mismo efecto que tratar de llenar un
vaso de agua… que ya está lleno.

Así que, ¿cuánto debería durar un discurso? No podemos


establecer reglas, porque cada situación es diferente, pero hay
algunos parámetros que podemos tener en cuenta. Hay que ser muy
buen orador, pero muy muy bueno, para poder hablar durante más
de 45 minutos y mantener la atención del auditorio. 30 minutos suele
ser una cantidad de tiempo razonable para exponer un tema con el
suficiente detalle para mantener el interés sin aburrir al auditorio.

Si uno no es un gran orador, probablemente sea mejor que reduzca


su intervención a 10 o 15 minutos interesantes, en vez de alargar la
charla y poner en evidencia sus carencias.

Como última sugerencia, cuando uno vea que su público está


entusiasmado con su exposición, quizá sea el momento de ir
concluyendo. Dejar al auditorio con ganas de más es una manera
infalible de asegurarse de nuevo su atención.
En vista de lo cual,

Adiós
MIRADAS

“El alma puede hablar a través de los ojos, y también se puede


besar con una mirada.”
Gustavo Adolfo Bécquer

Nuestro objetivo al iniciar esta serie de artículos era ayudar a


nuestros futuros lectores a manejarse mejor en el campo de la
oratoria y la comunicación, y lo cierto es que pocas cosas
comunican más que nuestros ojos, como muy bien sabía el genial
poeta sevillano.

En la mayoría de culturas se considera una muestra de respeto el


mirar a los ojos de alguien cuando estamos hablando con él, y si
nuestro interlocutor desvía repetidamente la mirada de nuestro
rostro en el transcurso de una conversación, instintivamente
tendemos a desconfiar de esa persona, y a pensar que nos está
ocultando algo. Traslade usted esto al campo de la oratoria, y verá
lo importante que es, desde el minuto uno de su conferencia,
mantener un contacto visual correcto con su auditorio.

Vamos a iniciar el artículo enumerando, si le parece, los sitios a los


que NO debe mirar un conferenciante. Al menos, no continuamente.
▪ Las notas. Hace unas semanas hablamos de lo conveniente de no
escribir palabra por palabra toda nuestra presentación. Si, a pesar
de las advertencias lo hemos hecho, entonces será mucho más
difícil levantar la vista para ver a nuestro auditorio. Eso hará que
nuestros oyentes desconecten con mucha facilidad, y si alguna vez
conseguimos levantar la vista del papel, es posible que nos los
encontremos a todos enviando mensajes por Whatsapp.

▪ Al techo, las paredes, el suelo… o demás elementos


estructurales del auditorio. Muchos conferenciantes tienen
verdadero pánico a establecer contacto visual con sus oyentes, y
por eso, en los pocos momentos en los que desvían la mirada de las
notas, la fijan en algún punto carente de vida humana. Esto es otro
error que, no solo nos impide ver la reacción de la gente a la
conferencia, sino que puede acabar por poner nervioso al
respetable, el cual piense que si miramos tanto la lámpara del techo
es porque intuimos que está a punto de desplomarse sobre sus
cabezas.

▪ A una sola persona del auditorio. Iniciamos la presentación y


encontramos una cara conocida, o desconocida, pero que nos
infunde tranquilidad. Y, para evitar tener que mirar a nadie más, y
quizá encontrar alguna mirada hostil, decidimos dedicarle a ella
nuestra conferencia. Al principio es posible que se sienta
halagado/a, y que siga con interés nuestra charla. Pero, hágame
caso, a los pocos minutos empezará a ponerse nervioso/a, y
deseará no haber venido a escuchar la conferencia de ese
psicópata que no para de mirarla.

▪ A la pantalla. Si nuestra conferencia incluye imágenes, no nos


quedemos absortos mirando a la pantalla como si fuera la primera
vez que las vemos. Y por favor, no las llenemos de texto. La gente
ha ido a escuchar una conferencia, no a leerla.

Bueno, entonces, ¿dónde se supone que debemos mirar? Fácil. A la


gente que compone nuestro auditorio. Precisemos: a LOS OJOS de
la gente que compone nuestro auditorio. Si alguna vez va a dar una
charla a un grupo de modelos de Victoria Secret, no olvide este
último consejo.

Todos sabemos mirar a los ojos cuando hablamos con una persona,
pero, ¿cómo se mira a los ojos de un grupo de cincuenta, cien, o mil
personas? Bien, en primer lugar, no piense que debe mirar a CADA
persona de su auditorio. Lo más práctico es escoger un puñado de
caras amables, en diferentes puntos del patio de butacas, y dirigirse
a ellos a lo largo de la conferencia.

No vaya saltando de cara en cara como una ardilla adicta al Red


Bull, porque volverá loco a su auditorio, y acabará con un esguince
cervical. Y tampoco se detenga tanto en un rostro que, como dijimos
antes, haga plantear dudas sobre sus verdaderas intenciones.

Tampoco es bueno que siga una ruta de miradas, empezando por


los de la izquierda, por ejemplo, y abarcando todo el campo visual
hasta acabar en los de la derecha, para luego volver al punto de
partida. Eso probablemente hará que sus oyentes evoquen la figura
de un aspersor. Si además salpica un poco al hablar, la performance
está completa.

Más bien, aunque su auditorio sea numeroso, diríjase a una de las


personas que tenga cerca, y hable con ella unos instantes, como si
estuviese tomándose un café en un bar. Haga después lo mismo
con otra, después con otra más, y haga que su conferencia sea más
bien una conversación con un grupo de amigos, en la cual todos se
sientan cómodos. Los oyentes siempre le devuelven al orador lo que
reciben de él. Si usted les presta atención a ellos, ellos se la
prestarán a usted. Y lo contrario también es cierto.

Nos vemos
SU CUERPO HABLA

A lo largo del mes de julio del 2000, se celebró la Cumbre de Paz de


Camp David; uno de los dos intentos que el presidente
estadounidense Bill Clinton llevó a cabo durante su mandato para
solucionar el conflicto en Oriente Medio. Los protagonistas
indiscutibles del acto, además del presidente americano, eran, por
supuesto, el primer ministro israelí Ehud Barak, y el líder de la
Autoridad Palestina, Yaser Arafat.

Si se está usted preguntando si la reunión alcanzó el éxito deseado,


lamento decirle que no. Fue un rotundo fracaso. Pero sucedió algo
durante los días que duraron las conversaciones, que demuestra
como el lenguaje corporal, o lo que hoy ha dado en llamarse la
comunicación no verbal, juega un papel muy importante en la
comunicación al más alto nivel.
Clinton y sus dos invitados venían de dar un paseo por el bosque
que rodea la residencia oficial, y al llegar a la misma, se encuentran
con un enjambre de periodistas que quieren grabar el momento. Los
tres estadistas se detienen un momento ante las cámaras, dejan
que les hagan unas cuantas fotos, y se dirigen a la entrada del
edificio principal. Las cámaras siguen grabando. Y al llegar a la casa
pasa algo muy curioso.

Ante la puerta abierta, Clinton hace el gesto de animar a sus


invitados a entrar, pero los dos, tanto Barak como Arafat se quedan
clavados en el umbral. Clinton, que se ve que venía con hambre,
decide desentenderse y tirar para adentro, y ahora es cuando se
produce el hecho más interesante.

Ante las cámaras de las televisiones de medio mundo, el líder judío


y el palestino inician una especie de forcejeo semi-amistoso, porque
ninguno de los dos quería ser el primero en entrar. Así que hacen
una serie de amagos y requiebros, un pasito p´adelante Yaser, un
pasito p´atrás, pasa tú Ehud, que a mí me da la risa, y así se tiran
los dos un buen rato. Menos mal que la puerta era grande, y
finalmente pudieron entrar ambos casi a la par en el edificio. Si me
prometen volver rápido, les dejo que vayan a YouTube a ver el
video.
Y bien, ¿qué había pasado?

Bueno, según la cultura de oriente medio, el personaje más


importante de una reunión es el último que entra en la casa, y los
dos líderes enfrentados, sabiendo que les estaban viendo en todo el
planeta, por nada del mundo querían mostrar una imagen de
inferioridad ante su adversario. Lo que transmitía ese sencillo gesto
tenía para ellos más importancia que todo lo que se pudiera hablar
en esa reunión.

Algunos estudios dicen que hasta el 93% del mensaje que se


transmite en una conversación es a través de la comunicación no
verbal. Es posible que sea una exageración, pero es indiscutible que
nuestra postura, nuestros gestos, la ropa que llevamos, y la
expresión de nuestra cara comunican tanto o más que nuestras
palabras. Por eso, el buen orador debe preocuparse de que su
lenguaje corporal esté en sintonía, o incluso refuerce, el contenido
de su discurso. Se ha hablado mucho de este tema, y para quien
quiera saber más, hay libros enteros al respecto. Aquí vamos a
limitarnos a dar algunos consejos prácticos respecto al lenguaje
corporal de todo buen conferenciante, divididos en varios conceptos:

▪ La ropa. El propósito del ponente a la hora de escoger la ropa que


llevará a su conferencia debe ser que ésta no distraiga la atención
de su auditorio. Por eso, a menos que uno vaya a inaugurar el
congreso internacional de payasos de circo, evitaremos prendas
extravagantes, colores chillones, o estilos demasiado atrevidos. Un
traje de corte clásico, una camisa clara y una corbata discreta
suelen ser la mejor opción. Eso sí, todo muy limpio y bien
planchado.

▪ El arreglo personal. Igual que pasa con la ropa, un peinado


extravagante puede reflejar que uno tiene una fascinante vida
interior, pero probablemente distraiga la atención del tema que vaya
a tratar. Igual que abusar del maquillaje, de las joyas, o de otros
complementos. De nuevo, la discreción combinada con la elegancia
permitirán que transmita una imagen digna, pero sin distraer a su
auditorio.

▪ La postura . Animamos a todos los que van a hablar en público a


que, siempre que sus circunstancias físicas se lo permitan, den su
conferencia de pie. Nunca sentados. Una persona de pie transmite
infinitamente mejor, además de poder interactuar mucho más con su
auditorio. Y si en vez del clásico micrófono de pie, puede llevar uno
que le permita moverse por el escenario, el interés que despierte en
su auditorio aumentará exponencialmente. Si puede moverse por el
estrado, no lo recorra con grandes zancadas como si estuviera
midiendo la distancia para batirse en duelo. Dé pasos cortos, dirija
sus miradas a un sector del público, y permanezca varios segundos
en el mismo sitio antes de moverse de nuevo y cambiar el centro de
atención.

▪ Los gestos . Para algunos conferenciantes las manos son un


problema, y si pudieran se separarían los brazos del cuerpo y los
dejarían tras el escenario mientras dure su exposición. Esto es
porque no saben qué hacer con ellas mientras hablan. Así que se
meten y sacan las manos de los bolsillos una y otra vez de manera
compulsiva, se abrochan y desabrochan el botón de la americana,
se tocan el pelo, las gafas, las orejas… o se aferran al atril como un
náufrago a su tabla, como con miedo de que, si se sueltan, venga
alguien y se lo robe. Todo muy triste. Otros sobreactuan y mueven
los brazos y las manos como los de Locomía movían sus abanicos,
de manera que el auditorio no sabe si está viendo una charla sobre
economía o El Lago de Los Cisnes.

Mire, si quiere un buen consejo para saber qué hacer con sus
manos, ahí va: olvídese de ellas. Céntrese en su conferencia, y,
sorpresa, las manos se le moverán solas. Como cuando discute con
su pareja, habla de futbol con los amigos, o incluso como cuando
habla por teléfono. Las manos simplemente se mueven de manera
automática al ritmo de la conversación. Solo deberá preocuparse si
alguien le hace ver que ha adoptado un gesto que repite de manera
inconsciente una y otra vez, como tocarse el pelo, subirse las gafas,
o juguetear con los anillos. Incluso hay gestos que además de
recurrentes son desagradables, como hurgarse en los oídos, en las
fosas nasales o acomodarse el tema, ya me entiende. Si ese es su
caso, igual sí debería plantearse lo de dejar los brazos detrás del
escenario.

▪ La expresión facial. Como todo el mundo sabe, los estados de


ánimo son contagiosos. Es muy difícil que a alguien le dé un ataque
de risa estando solo, pero en cambio, con dos o tres amigos
motivados, la cosa más absurda puede desembocar en un
paroxismo de carcajadas, de esas que te acaba doliendo la barriga y
quieres vomitar. Decimos esto porque el auditorio,
indefectiblemente, se va a contagiar del estado de ánimo del
conferenciante, sea cual sea este.

Empiece su charla con una mirada de angustia, y a los pocos


segundos el auditorio estará revolviéndose incomodo en sus
butacas. En cambio, inicie su exposición con una sonrisa sincera, y
notará como la gente se relaja y se abre de orejas para escucharle.
(Si va a dar una charla en un funeral, igual no es bueno que sonría
mucho. Aunque sea el de su suegra)

La mirada es sin duda un factor tremendamente importante en la


comunicación no verbal. Tanto es así que le dedicamos un artículo
entero de este libro. Le animo a leerlo, si no lo ha hecho aún. Y no
olvide que mentir con el lenguaje corporal es infinitamente más difícil
que hacerlo con las palabras. Si no está siendo sincero, o no está
muy convencido de lo que dice, es posible que su auditorio lo note.
Y quizá a ellos también se les ocurra algún bonito gesto con el que
premiar su disertación…
PNL

Cada vez más métodos, manuales de oratoria, talleres, y cursos que


preparan a sus alumnos para hablar en público, incorporan la PNL,
siglas que corresponden a las palabras Programación
Neurolingüística. ¿Qué es exactamente esta disciplina y en qué
consiste? ¿Cuáles son sus orígenes? Y más importante aún, ¿tiene
algún tipo de aplicación en el ámbito de la oratoria?

En primer lugar, trataremos de definir que es la PNL sin entrar en


explicaciones farragosas. Se trata una disciplina o un método que
trata de explicar cómo funciona nuestro cerebro y definir sus
patrones mentales, facilitándonos el conocimiento de nosotros
mismos y permitiéndonos cambiarlos utilizando determinadas
técnicas con el objetivo de optimizar nuestra capacidad de
comunicación. De manera que si somos capaces de aprender cómo
se procesa la información, podemos descubrir nuestros patrones de
conducta, y hasta cambiarlos con determinadas técnicas
específicas. Lo siento, esta es la explicación poco farragosa.

El caso es que ese enunciado nos lleva a una conclusión, y es que,


a través de la PNL, entre otras cosas, adquirimos consciencia del
lenguaje y de la importancia de su buen uso. Podemos afirmar que
esto nos da la llave para comunicarnos de forma eficaz en nuestras
relaciones personales, y también nos ayuda a romper nuestras
limitaciones y lograr profundos y duraderos cambios en nosotros.

La PNL nos permitiría conocer, incluso, qué estrategias internas


seguimos para estar tristes, alegres, deprimidos, eufóricos,
motivados. Dicho lo cual, y conociendo estas estrategias, podemos
gestionar de una forma mucho más eficaz nuestros estados
emocionales. Todo lo hasta ahora explicado nos permite ver en el
horizonte un estrecho vínculo con esta estrategia y el objetivo de ser
hábiles comunicadores.

Los orígenes de este “método” también son realmente interesantes.


Sintetizando mucho, en los años setenta, la obra de tres de los más
reconocidos terapeutas a nivel mundial es estudiada y analizada por
el lingüista John Grinder, y por el matemático Richard Bandler.

Estos tres importantísimos terapeutas son: Virginia Satir, reconocida


como la mejor terapeuta familiar de nuestros tiempos; Fritz Perls,
creador de la terapia Gestalt que posibilita el desarrollo total del ser
humano; y el Dr. Milton H. Erickson, máximo exponente de la
Hipnosis contemporánea. Estos magos de la terapia moderna tenían
comportamientos en común que hicieron que destacaran de manera
muy prominente en comparación con el resto de su generación.

Pues bien, Grinder y Bandler lograron estandarizar dichos patrones


en común y los ofrecieron como un modelo propio de aprendizaje.
Grinder y Bandler, en su primera obra, La estructura de la magia
(1975), se centraron en identificar los patrones verbales y
conductuales particulares de los terapeutas.

Sin duda alguna estos hallazgos además de apasionantes eran


altamente aplicativos. Permítame que le mencione una sola de las
presuposiciones de la PNL: “Si es posible para alguien, es posible
para mí: la identificación y/o creación de modelos eficaces nos lleva
directo a la excelencia”.
Esta propuesta quiere decir que si alguien tiene la capacidad de
hacer algo, se puede extraer el modelo o estrategias que
fundamentan tal capacidad y enseñarlas e instalarlas en otras
personas. La PNL posee modelos para identificar la estructura de
las capacidades o habilidades de las personas para luego
duplicarlas en otra persona.

Así que si somos capaces de extraer ese modelo que fundamenta la


capacidad de determinada persona como excelente orador público,
y la aprendemos e instalamos en nuestra persona… aleluya,
seremos una especie de clon de ese genio de la oratoria, pero sin
alterar ni un poquito nuestro espectacular físico. Solo importamos e
instalamos en nuestro cerebro su excelente capacidad
comunicadora. Como quien instala un software nuevo en su
ordenador.

Quizás a estas alturas de lectura haya percibido una realidad: en


este exiguo y reducido capítulo solo podemos hacer una somera
aproximación al mundo complejo e infinito de la PNL.

En el mercado hay infinidad de libros sobre esta materia, numerosos


cursos y muchísimas conferencias que analizan esta disciplina
desde diversos ángulos. Actualmente, por ejemplo, varias
organizaciones recurren a la PNL y sus conceptos más difundidos
para capacitar a su personal, con el fin de optimizar la
comunicación, el servicio a los clientes y las relaciones
interpersonales.

Empresas como Disney aplican muy bien la técnica del PNL. Siendo
como es un gigante empresarial que engloba parques infantiles,
estudios de cine, tiendas de mercadeo, etc., tiene un ejército de
trabajadores que, si por algo destacan, es por la magnífica atención
que siempre dan al cliente, y por las ganas de ayudar al público.
¿Casualidad? En absoluto. Parece que la PNL funciona en este
marco.
Muchas veces, las personas que, cuando vamos a un
establecimiento nos atienden de mala manera, no siempre es
porque estén estreñidos o tengan menos vida sexual que un
playmobil. Frecuentemente tienen una actitud negativa porque no
son capaces de alterar sus patrones o mapas de conducta para
crear un ambiente de trabajo agradable.

En contraste, empresas como la citada Disney, aplican técnicas de


PNL para formar a todo su personal y ayudarles a mejorar su actitud
hacia la vida, lo cual se traduce automáticamente en mejor actitud
en el trabajo.

Así, aunque en esta aproximación a la PNL no le vamos a indicar


una serie de ejercicios o trucos que usted pueda aplicar, entre otras
cosas porque no es nuestro campo, sí le queremos animar a que
amplíe sus conocimientos sobre este método que sin duda le
aportará diferentes claves muy útiles para seguir creciendo como
discursante público.

Y piense que, en otras disciplinas que se interrelacionan con la


oratoria, la PNL también es indispensable. Como por ejemplo:
▪ Aplicaciones organizativas y de coaching empresarial
▪ Motivación y persuasión entre compañeros y directivos
▪ Resolución de conflictos terminales y de personalidad
▪ Coordinación de encuentros y reuniones de negocios o/y políticas
dirigidos a influir en programas o decisiones
▪ Preparación de entrevistas
▪ Desbloqueo de negociaciones
▪ Establecimiento de sistemas de comunicación claros y
convincentes
▪ Cambio de actitudes de insensibilidad
▪ Preparación y desarrollo de la formación
▪ Aplicaciones en procesos de selección y evaluación real de
candidatos

Como ve el espectro de aplicación es amplio y diverso. Le


recomendamos que adquiera alguno de los muchos libros que
abordan este interesante método, que vea videos sobre el tema en
YouTube, y si puede asista a alguna ponencia o realice algún curso
que se imparta en su ciudad sobre la PNL.

Por supuesto en cualquiera de estos casos, filtre la paja del grano.


Entreténgase antes de nada en contrastar opiniones del manual que
pretende adquirir, así como del autor. Quizás una buena opción sea
empezar por el divulgador científico Eduard Punset, que además de
publicitar de maravilla el pan Bimbo, hizo en su programa Redes
diversas entrevistas muy útiles sobre la PNL.

Vea, por ejemplo, y escuche con atención la entrevista que hizo a


Shlomo Breznitz, psicólogo y ex profesor de la universidad de Haifa
en Israel. La entrevista comenzaba con una frase magistral del
propio Punset:
“Estamos en una nueva era donde enseñaremos a vuestros
cerebros a corregirse solitos, que se corrijan ellos mismos”

Ahí queda eso. El resto depende de usted.


CONCLUSIONES EFICACES Parte I

En el año 1993, Tom Hanks y Meg Ryan protagonizaron un remake


de la película de 1957 “Tu y Yo” (“An affaire to remember”),
originalmente dirigida por Leo McCarey y protagonizada por Cary
Grant y Deborah Kerr. Como suele ocurrir en estos casos, la versión
moderna resultó pasable tirando a malilla, mientras que la original
era una auténtica obra maestra.

“Algo para recordar” fue el título de la más actual, y quizá muchos


de ustedes la hayan visto. El arquitecto Sam Baldwin (Tom Hanks)
está abatido por la pérdida de su mujer. Su pequeño hijo Jonah,
preocupado por la situación, llama a un programa de radio para
contar la historia de su padre, considerando que éste necesita una
mujer para recuperar la ilusión de vivir… en fin, cosas de niños.

El asunto es que a Annie Reed ( Meg Ryan ) y a dos millones más


de mujeres les seduce la idea de conocer al viudito con cara de
náufrago, resolviéndose la trama con una cita en el edificio Empire
State, en clara alusión al filme original. Sinceramente, un final flojo y
previsible. En cambio, el final de la película original es sencillamente
sublime. Sorprendente, (a partir del vigesimoquinto visionado he de
decir que la sorpresa disminuye), emocionante, inteligente y mil
calificativos más, todos ellos positivos.
Aparte de llorar como si no hubiera un mañana, y gastar al hacerlo
todas las reservas de kleenex, al finalizar de verla uno se queda con
la sensación, gracias precisamente a la magnífica conclusión, de
haber visto una película redonda.

Justo lo contrario ocurre con decenas y decenas de filmes. Cuentan


una historia decente, te tienen más o menos enganchado, y al llegar
al final… efecto gaseosa. Todo se viene abajo y uno se queda con la
sensación de haber perdido una hora y media de su vida, o cuatro si
era en Antena 3, donde las películas son eso que ponen para
rellenar entre bloque y bloque de anuncios.

De la misma manera, y aquí llega la aplicación al campo de la


oratoria, incluso la mediocridad en un discurso puede pasar
inadvertida, e incluso justificarse, si la conclusión está bien meditada
y redactada. Por el contrario, una excelente ponencia puede
fácilmente perder la fuerza, el interés y la eficacia, si el final no
cumple con las expectativas o sencillamente desencanta a los
oyentes.

La razón de esto es muy simple: Lo último que se dice es lo primero


que se recuerda.
Permítame que no le narre el final de la película de Cary Grant y
Deborah Kerr (a la que por cierto tuve el placer de conocer en
persona meses antes de su muerte). Cualquier explicación
desmerecería la fuerza y el impacto emocional que aporta esa
escena mágica. Pero si me voy a permitir un pequeño spoiler:
Cuando Cary Grant, desconcertado ante lo que ocurre, y a punto de
abandonar al amor de su vida, decide en el último segundo entrar en
la habitación donde está el cuadro que pintó, abre la puerta, se gira
y ve… Bueno, aquello que ve, lo explica todo.

Por favor vea esa maravilla de conclusión y reflexione en el valor e


importancia que tiene el que aplique este método en el cierre de sus
discursos. Para aplicarme el cuento, y finalizar con eficacia,
permítame que le recomiendo otros dos finales apoteósicos de
películas que están a la altura de la mencionada: Hora 25,
protagonizada por Anthony Quinn, y Luces de la ciudad, de Charles
Chaplin.

Visualícelas cuidadosamente, y de ahora en adelante, trate de


emocionar con las conclusiones de sus disertaciones, como lo
hacen las tres películas referidas. Si lo consigue, se habrá acercado
enormemente a ser un orador excelente

¿Aún no sabe exactamente cómo hacerlo? Tranquilo, en otros


artículos daremos más pistas…
CONCLUSIONES EFICACES Parte II
En un anterior artículo ya se consideró la importancia que tiene la
conclusión dentro de la estructura de una conferencia. Ahora
alistaremos una serie de premisas que se deben tener en cuenta y
no dejar al azar para conseguir que nuestra conclusión logre su
propósito.

Que sea impactante . En el año 2008 visité Emiratos Arabes. Ya


había estado varias veces en la ciudad de Dubai, pero en esta
ocasión tuve una reunión en el hotel Atlantis, al borde de una de las
famosas islas artificiales con forma de palmera. En Noviembre de
aquel año fue inaugurado aquel imponente edificio de 1.539
habitaciones. Robert de Niro, Michael Jordan o Kylie Minogue fueron
solo algunos de los que asistieron a aquella celebración. Sin
embargo quizás una de las cosas más recordadas fue la conclusión
del evento. El cielo se iluminó con un gran despliegue de fuegos
artificiales que, afirman, fue siete veces superior al de la
inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing en agosto. Como
para olvidarse.

Su conclusión debe causar este efecto en sus oyentes . No le


animamos a que, como recurso, lance un cohete al cierre de su
conferencia o tire un petardo. Si lo hace, declinamos toda
responsabilidad. Pero intente que sus últimas palabras llamen la
atención. Sorprenda a su auditorio con algo que les deje emocione,
algo que luego puedan comentar. Algo que habiendo pasado
semanas o meses sigan recordando.

Una conclusión eficaz e impactante requiere de tiempo y


ensayo . Este aspecto se cuida especialmente por los compositores
de música clásica o como ahora se le denomina música culta.
Algunos son especialistas en dar relevancia al final de sus obras.
Incluso el profano que está sentado en la butaca sabe que aquello
que suena está próximo a concluir. Tras ello está no solo la
intención del creador de la obra, sino que también hay horas y horas
de ensayo por parte de multitud de músicos que, guiados por la
batuta del director de turno, ensayan una y otra vez la conclusión
para que cumpla con las expectativas.

Así que, lejos del “Chim-pom“ final del pasodoble español, las
cuidadas e impresionantes conclusiones de las sinfonías de
Beethoven nos deben inspirar como modelo a copiar. Escúchelas y
reconozca el ingente trabajo que hay implícito en lograr esos
maravillosos desenlaces.

Que el tiempo no le arruine una conclusión eficaz . Seguramente


usted no conciba que en un restaurante de lujo, cuando llega el
momento de los postres, le avisen que por falta de tiempo no se los
pueden servir, que ya tienen que cerrar. Como tampoco sería
admisible que le colocaran en la mesa aquel pastel del que tanto ha
oído usted hablar, pero que estuviera a medio hacer, porque el
cocinero no calculó bien el tiempo que le quedaba para terminarlo.

Si no tenemos cuidado, nuestra conclusión podría cumplir esas dos


premisas. Podría ser espectacular, llamativa e idónea para realzar el
valor de nuestra ponencia, podría tener detrás horas de tiempo
invertido para escoger cada una de las palabra ideales que deben
utilizarse en un brillante cierre. Pero todo ello se tira por la borda y
queda inutilizado, si ahora ya no dispone de tiempo para
desarrollarlo.
Así que permítame un consejo. No se exceda del tiempo estipulado
para su conferencia, para que sus escuchantes no se pierdan esa
ocurrente y trabajada conclusión que había preparado.

Pero, por buena que sea la conclusión que tenía preparada… si ha


llegado el tiempo de acabar, concluya sin florituras y salve el tipo.
No hay nada peor para un conferenciante que un auditorio que
empieza a mirar el reloj, y a preguntarse unos a otros “¿A qué hora
decíais que acababa esto?”.
Que mueva a nuestros oyentes a la acción . La gente sabrá que
está llegando al final de su conferencia si eleva el volumen, cambia
el ritmo, y hace ademanes adecuados. Esa parte final puede estar
muy bien redactada, enlazar hábilmente con la introducción, y sin
embargo carecer del elemento más importante.

Nos referimos a que debe incidir de alguna manera en la voluntad


de las personas que componen su auditorio. Si no, para que tanta
floritura, si no nos llevamos el gato al agua.

Si es un evento comercial, el verdadero éxito de su ponencia y de su


desenlace, es que al concluir, no queden hojas de pedido, y que los
que han escuchado su disertación, se endeuden si es necesario,
tiren de tarjeta de crédito o pidan dinero a un familiar, para adquirir
ese artículo imprescindible del que usted habló. Si es una charla
motivacional, debe conseguir que los invitados salgan de allí
queriéndose comer el mundo, justamente lo contrario que deben
querer hacer los oyentes si lo que estaba promocionando era una
dieta adelgazante.

Y así, en los diferentes campos en los que se podrían desarrollar


sus ponencias, póngase como claro objetivo para sus conclusiones
mover a la acción a todo aquel que le haya escuchado.

Intente apelar a las emociones de sus escuchantes. Una vez se


active la parte emocional de un individuo, la voluntad de este es
mucho más maleable y podrá influir decididamente en la toma de
decisiones de estas personas.

De manera que, si alguien que le escucha con atención se


emociona, derrama lágrimas, solloza o hasta le da hipo con lo que
usted le ha contado, su conclusión habrá alcanzado el cum laude.
Ahora ya le puede vender un helicóptero con asientos eyectables,
un salvavidas de plomo, o la estatua de la libertad.

Y me despido de este recomendándole lo siguiente:


No hay mejor manera de concluir una pelea con su pareja que
haciéndole un regalo, pongamos por ejemplo el libro titulado “Así se
habla”. Le estará diciendo que la ama y ella le perdonará acto
seguido.

No hay mejor manera de concluir el día que leer una publicación


amena, instructiva y con gancho. Se me ocurre el libro… “Así se
habla”.

Si concluyen su vacaciones, tenga mucho cuidado no se venga


abajo anímicamente. La depresión post vacacional no es algo para
tomarse a broma. Seleccione una buena lectura que le anime en su
regreso a la rutina. Desde aquí le aconsejamos el manual de
oratoria “Así se habla”.

En conclusión, sea que usted lo lea, lo regale o lo aconseje, a los


autores de este libro nos parecerá un final feliz, una conclusión
eficaz, cualquiera de las tres opciones.

THE END
LAS TRES E

Eche por favor un vistazo y fije la mirada en cualquier objeto que


tenga a su alrededor. Me vale un reloj, un bolígrafo, el portarrollos
del papel higiénico, e incluso, si no quiere complicarse buscando
nada, la pantalla donde está leyendo estas líneas. Pues bien, todos
esos artículos, o cualquier otro que haya elegido, han sido
realizados teniendo en cuenta tres parámetros: el diseño, la calidad,
y el precio.

Cualquier diseñador o ingeniero intenta que su creación sea primero


visualmente atractiva, después que los materiales elegidos cumplan
unos requisitos de calidad, y por último que pueda competir en
precio con artículos similares. Es cierto que hay marcas de lujo que
priman el diseño y la calidad sin importarles demasiado el precio
final, y que los chinos hacen exactamente lo contrario con lo que
venden en sus tiendas, pero si uno quiere alcanzar a un sector
mayoritario de la población con su producto, deberá equilibrar
correctamente esos tres parámetros.

Seguro que esto tiene un nombre súper molón en inglés, pero viene
a ser lo que nuestras madres toda la vida han llamado LAS TRES B
que debíamos buscar al comprar algo: que fuera bueno, bonito y
barato.
Ahora, piense en cualquiera de los miles de conferencias, discursos,
tesis, sermones y charlas que se presentan cada día alrededor del
mundo. Es posible que usted mismo tenga que ponerse delante de
un público hoy, mañana, o en unos pocos días. Pues puede que le
interese saber que, no importa si va a hablar de la crisis del
petróleo, de las profecías del apocalipsis, o de la reproducción en
cautividad del berberecho salvaje, existe una regla similar a la
anteriormente mencionada. Todas y cada una de esas
intervenciones, para tener éxito deben cumplir tres parámetros.

Los dos excéntricos autores de este libro, haciendo un homenaje a


nuestras madres, lo llamamos la regla de LAS TRES E, a saber:
enseñar, entretener y emocionar.

ENSEÑAR: En principio éste es el propósito principal de toda


disertación pública. En muchas ocasiones va usted a presentar a su
público algo que éste desconoce. Y para eso ha preparado tablas,
gráficos, y un buen número de datos relevantes. En futuros artículos
hablaremos de cómo dosificar la información y adaptarla al nivel del
auditorio. Pero lo verdaderamente difícil de este primer requisito es
cuando va a hablar sobre un tema que su auditorio ya conoce. Pues
bien, incluso si ese es el caso, debe esforzarse para que, al
terminar, sus oyentes tengan la impresión de que han aprendido
algo. Para conseguir esto deberá aportar un enfoque nuevo, o
mencionar datos poco conocidos sobre el asunto, tales como
fechas, anécdotas históricas, citas de otros autores, etc.

Pero de nada le va a servir que la información a presentar sea


apasionante, si no cumple con el siguiente de los objetivos.

ENTRETENER: La gente no busca solamente información. De


hecho, en internet está toda la información que uno puede desear
sobre cualquier tema. Hace tan solo treinta o cuarenta años, uno
podía mantener razonablemente la atención de un auditorio tan solo
con hablarles de algo que desconocían. Pero hoy estamos tan
absolutamente saturados de informativos, programas de
investigación, emisoras de radio, prensa escrita y digital,
enciclopedias en papel y en línea, y eso sin contar lo que se
propaga a través de las redes sociales, que quien quiera captar la
atención de un grupo de personas durante más de tres minutos, no
puede limitarse solo a transmitir información. Deberá entretenerlas.
¿Cómo se consigue eso? Bueno, eso daría para varios artículos.
Puede usar medios visuales, utilizar el humor, interactuar con el
auditorio… Si quiere alguna idea, hay artículos en este libro que
seguramente le servirán de ayuda.

Enseñar y entretener adecuadamente le garantizará la atención de


su público mientras dure la conferencia, pero si lo que quiere es que
su disertación quede grabada en sus mentes durante días, meses o
incluso años, deberá ineludiblemente cumplir el tercer requisito.

EMOCIONAR: Si hace al auditorio pensar, recordarán su discurso


durante días. Si les hace sentir, lo recordarán toda la vida. Esto que
suena tan poético tiene una razón fisiológica. Las conexiones
neuronales que se generan cuando experimentamos emociones
mientras recibimos información, son infinitamente más duraderas
que las que generamos cuando tan solo estamos escuchando datos.

Retrocedamos en el tiempo, a nuestra época de adolescentes, y


pensemos en los nombres de nuestros compañeros y compañeras
de clase. Seguro que nos cuesta recordar a la mayoría. ¿Pero,
quién se olvida del nombre de la chica, o el chico que le gustaba?
Quizá nunca reunimos el valor de decirle nada. Es posible que lo
viéramos en una fiesta y tan solo le saludásemos un par de veces.
Pero su nombre se nos quedó grabado a fuego, porque había
sentimientos implicados. El buen conferenciante utiliza eso en su
provecho, y genera sentimientos en su auditorio que le ayudan a
grabar en sus mentes la información que está transmitiendo. De
nuevo, existen técnicas muy eficaces para conseguirlo. Lea artículos
anteriores sobre storytelling y verá algo de lo que le hablo.

Y ahora ya sabe la prueba a la que tiene que someter todas las


presentaciones que se prepare de aquí en adelante. Analice la
conferencia que va a dar y vea si aporta información nueva, lo hace
de manera que resulte entretenida, y usa recursos para emocionar a
su auditorio.

Si busca ejemplos de lo que le decimos, le invitamos a ver en el


congreso de los diputados el próximo debate sobre el estado de la
nación. Así al menos, (salvo contadísimas excepciones), verá como
NO hay que hacerlo.
CONCLUSION
La historia de la humanidad nos ha dejado para el recuerdo una
interesante colección de magníficos oradores. De algunos de ellos
hemos hablado en este libro: Churchill, Martin Luther King, Steve
Jobs, Barack Obama… Seguramente que usted añadiría algunos
nombres más a la lista, como John F. Kennedy, Nelson Mandela,
Gandhi…

Y si es un poco más friki, como quienes escriben estas líneas, le


vendrán sin duda a la mente genios de la oratoria como Susan Lynn,
Robin S. Sharma, Tony Alessandra, Simon Sinek, Jessica Cox…

Todos y cada uno de ellos, cada uno con su estilo, han sabido sacar
el máximo partido a esa herramienta tan maravillosa que tenemos
los seres humanos, y que no posee ninguna otra especie animal: el
habla.

Estos hombres y mujeres no hablan en público por necesidad, para


mantener un puesto de trabajo, porque un amigo les ha puesto en el
compromiso de hacerlo, o porque cuando el jefe pidió un voluntario
se tropezaron y fueron los últimos en salir huyendo de la oficina. Lo
hacen porque les gusta. Porque disfrutan hablando en público, y
porque la gente disfruta escuchándoles. (Y porque les pagan. Y muy
bien, por cierto).

Sabemos que muchos de ustedes que han tenido a bien leer este
libro, a pesar de haber demostrado un gusto exquisito para la
lectura, jamás llegarán al nivel como oradores de los antes
mencionados. Pero tampoco se trataba de eso. Tan solo hemos
intentado que descubran que para hablar en público no hay que
tener un don especial. Cualquier persona que se esfuerce, y aplique
las técnicas adecuadas, puede llegar a ser un orador más que
correcto. Y lo más importante, puede conseguir que el hablar en
público deje de ser un suplicio, y se convierta en algo agradable.
Déjennos para concluir contarles la historia de otro personaje
histórico de la antigüedad. Se trata de Demóstenes, ciudadano
griego nacido en Atenas en el año 322 A.C.

El joven Demóstenes soñaba con ser algún día un gran


conferenciante, pero ciertamente no lo tenía fácil. Trabajaba
duramente a lo largo de toda la jornada, y apenas sacaba el dinero
necesario para mantenerse, cuanto menos para pagarse los
servicios de un maestro. Y, por si eso fuera poco, tenía otra
particularidad que, digamos que no ayudaba en su propósito de ser
un gran orador.

Era tartamudo.

En este punto de la historia, si alguno de nosotros hubiese tenido la


oportunidad de conocer a Demóstenes y aconsejarle, seguramente,
con la mejor de las intenciones, hubiésemos tratado de disuadirle en
su empeño. Más o menos lo que haría la Pantoja si su hijo le dice
que quiere dedicarse al ballet clásico. Pero Demóstenes tenía una
virtud: no se rendía fácilmente. Así que se embarcó en la aventura
de superar todas y cada una de las adversidades que se le
presentaban.

Lo primero que hizo fue raparse la cabeza. De esa manera, y como


la gente se reía de él, no le quedaba más remedio que quedarse en
su casa para practicar. Al atardecer, corría por la playa gritando con
todas sus fuerzas para ensanchar sus pulmones. Y por la noche, se
llenaba la boca de piedras para fortalecer los músculos faciales y
aprender a hablar sin tartamudear. Y así pasaba las horas,
ensayando una y otra vez hasta el amanecer. ¿Logró su objetivo?

Parece ser que sí. Demóstenes, de hecho, ha pasado a la historia


como uno de los mejores oradores de todos los tiempos. Según el
historiador Longino, Demóstenes "perfeccionó al máximo el tono del
discurso idealista, pasional, abundante, preparado, rápido". Cicerón
le aclamó como "el orador perfecto" al que no le faltaba nada, y
Quintiliano le alabó dirigiéndose a él como "lex orandi" ("la norma de
la oratoria") y diciendo de él que "inter omnes unus excellat" ("se
encuentra solo entre el resto de oradores").

Creo que no hace falta decir mucho más. Si, como decíamos en la
introducción de este libro, no ha sido usted bendecido con un don,
no se preocupe. El esfuerzo y la constancia a veces pueden llevarle
más lejos que el talento natural. Vaya aplicando poco a poco las
sugerencias que haya encontrado más interesantes, y cuando tenga
más o menos dominado un aspecto de la oratoria, intente
perfeccionar otro diferente. La oratoria es un campo fascinante en el
que nunca se deja de aprender. Incluso el mejor orador del mundo le
diría que el mejor discurso de su vida aún está por llegar.

Deseamos que haya disfrutado de la lectura de este libro, al menos


tanto como nosotros al escribirlo. Y que sepa que amenazamos con
volver.

Cuídese,

JAL, MBL
¡GRACIAS!

Gracias por el tiempo que le has dedicado a leer «Así se habla.


Claves para ser un buen comunicador». Si te gustó este libro y lo
has encontrado útil te estaría muy agradecido si dejas tu opinión en
Amazon. Me ayudará a seguir escribiendo libros relacionados con
este tema. Tu apoyo es muy importante. Leo todas las opiniones e
intento dar un feedback para hacer este libro mejor.
Si quieres contactar conmigo aquí tienes mi email:

ashthebook@gmail.com

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