En los temas relativos a la gracia, a la justificación y
al pecado, hay que hacer referencia al pecado original, cometido por nuestros primeros padres (Adán y Eva) y transmitido a toda la humanidad, salvo en el caso de la Inmaculada. La culpa queda borrada por el bautismo, en el que se nos aplica la redención de Cristo, pero quedan algunas secuelas como "reliquias penosas y peligrosas" (Ser 54, 19). El tema fue aclarado en el concilio de Trento y, además de tener sus repercusiones en todo el campo de la gracia, es importante para comprender las dificultades de la vida espiritual (por los desórdenes de la concupiscencia y la debilidad de la naturaleza). En las voces de referencia ampliamos todos estos temas.
La humanidad en sus comienzos (con nuestro primeros
padres, Adán y Eva) estaba en estado de inocencia, en "justicia original" Ser 45, 138). Dios comunicó al hombre el estado de gracia (sobrenatural), además de los dones preternaturales de un equilibrio en las inclinaciones, de la carencia del dolor y de la muerte. Nuestros primeros padres "un solo lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia, que tenía uno con otro, y cada uno consigo mismo y con Dios, viviendo en el quieto estado de la inocencia, obedeciendo la parte sensitiva a la racional, y la racional a Dios" (AF cap.1, 43ss). Dios determinó que "mediante ellos gozásemos todos nosotros de la misma y vida y mercedes, participando los miembros de los bienes de la cabeza" (Ser 45, 142ss).
Toda esta riqueza primitiva se perdió por el pecado de
nuestro primeros padres (pecado original originante), que se transmitió a toda la humanidad (pecado original originado): "Pecó nuestra cabeza, que era Adán, éramos nosotros miembros suyos, y como tales fuimos culpados con culpa original y castigados con graves castigos... Adán, nuestra propia cabeza, nos dio su culpa y su nombre, porque nos hizo pecadores" (Ser 53, 74ss). "Murió nuestro padre Adán en el ánima, murió en el cuerpo, y todos cuantos de él venimos quedamos obligados a morir como él" (Ser 32, 121ss; cfr. Ser 45, 162ss). Adán "cabeza fue de mal seso" (Ser 52, 48s).
Con la justicia original, se perdió también el equilibrio
de nuestra naturaleza. "Mas como se levantaron con desobediencia atrevida contra el Señor de los cielos, fueron castigados y nosotros en ellos, en que en lugar de un lenguaje, y bueno, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e innumerables, llenos de tal confusión y tiniebla, que ni convengan unos hombres con otros, ni uno consigo mismo, y menos con Dios" (AF cap.1, 55ss). Estos son los "frutos de la raíz del pecado original" (Ser 53, 80s). "Quitáronle la justicio original, y quitada la paz, toda la paz quedó en guerra y nosotros en guerra" (Ser 22, 264s).
El Maestro acentúa las consecuencias de este pecado en
nuestras inclinaciones, como obstáculos para la vida espiritual. Todo tiene origen en la "falta de justicia original que Adán perdió" (Ser 22, 274ss). De modo especial hace hincapié en la "concupiscencia": "Se llama concupiscencia o fomes peccati, que mora en nosotros, que nos va gastando nuestra virtud y enflaqueciéndonos y siendo causa de que caigamos en pecado" (Ser 54, 426ss).
La naturaleza humana, en el entendimiento y voluntad,
tiene todavía su fuerza para lo esencial, pero todo ha quedado debilitado. "Entera se quedó el ánima, entero se quedó el cuerpo" (Ser 54, 69ss). Pero el resultado fue "que el entendimiento hirieron con ignorancia y ceguedad; a la voluntad, con deseos de acá dañosas y con hastío de las buenas" (Ser 22, 279ss). Estas son las "reliquias del pecado original, enfermedad del ánima... llámase herida del ánima, porque la deja con ignorancia... y en la voluntad aficionada a la carne y cosas de ella" (Ser 54, 24ss). "Así que todo lo bueno que el hombre tenía quedó estragado; el entendimiento ciego y la voluntad tuerta, la carne rebelde" (Ser 29, 161ss).
En Cristo Redentor, Cabeza del Cuerpo Místico, hemos sido
redimidos (cfr. Ser 53, 100ss; Ser 34, 484ss). "Más fuerte es el don que por Jesucristo nos vino" (Ser 43, 4s). Dios "diónos por remedio a Jesucristo, su Hijo bendito, y no como quiera, mas diónoslo por Cabeza, cuyo cuerpo fuésemos nosotros" (Ser 52, 69ss).