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TEMA 35.

EL PENSAMIENTO POLÍTICO MODERNO: DEL HUMANISMO A LA


ILUSTRACIÓN

ÍNDICE
Introducción: Fin de la Edad Media y crisis secular del XIV.
1. PENSAMIENTO POLÍTICO EN LOS SIGLOS XIV Y XV.
1.1. Crisis del poder eclesiástico: Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham y herejías.
2. PENSAMIENTO POLÍTICO EN EL SIGLO XVI
2.1. Precursores: nacimiento del Estado nacional. Maquiavelo, Giucciardini.
2.2. Inglaterra: Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro.
2.3. España: Domingo de Soto y Francisco de Vitoria.
2.4. Protestantismo y política: Lutero y Calvino.
3. ABSOLUTISMO EN EL SIGLO XVII
3.1. Teóricos iniciales: Juan Bodino y Hugo Grocio.
3.2. Inglaterra y Francia: Hooker, Hobbes y Bossuet.
4. CRÍTICA AL ABSOLUTISMO: hugonotes (monarcómacos), jesuitas (Juan de Mariana, Fco
Suárez y Belarmino). Althusius.
5. INGLATERRA: IUSNATURALISMO Y UTILITARISMO: Locke, Hume, Adam Smith,
Jeremy Bentham y John Stuart Mill.
6. ILUSTRACIÓN
6.1. Generaciones y exponentes: monárquicos, enciclopedistas, idealistas, Aufklärung, España.
6.2. Despotismo ilustrado: Carlos III, José I, Federico II, Catalina II.

Introducción: el fin de la Edad Media. Crisis secular.


Para entender el giro copernicano que caracterizó el Renacimiento hemos de tener claro el
panorama de crisis generalizada que caracterizó el siglo XIV. Desde una perspectiva materialista
(Hilton) entendemos que este cambio tiene sus raíces profundas en un derrumbe generalizado, pero
paulatino, de las estructuras sociales y económicas que sustentaban el orden feudal.
Se postula que a finales del siglo XIII ya el lento pero sostenido crecimiento demográfico que se
veía desde el siglo IX tocó a su fin, debido a que la tecnología existente no podía sostener el
volumen de población en muchos lugares. La situación se agravó con el fin del óptimo climático
medieval, con un descenso generalizado de las temperaturas que trajo picos especialmente
catastróficos en el siglo XIV, con nefastas consecuencias generales para una economía agraria.
Por otro lado el orden social existente, fundamentado en las relaciones de vasallaje con la
legitimidad de fondo de la Iglesia de Roma, empezaba a resquebrajarse. En 1337 comienza la
Guerra de los Cien Años, en la que se disputaba el control de las tierras acumuladas por los
monarcas ingleses en tierras francas del continente. Esto trajo consigo un recrudecimiento de los
conflictos militares, con el consiguiente rompimiento de las cadenas de vasallaje que aseguraban
una relativa estabilidad en el continente.
Sucintamente, el cambio más importante fue el proceso de refeudalización, por el cual la alta
nobleza fagocitó a la baja nobleza en tiempo de crisis. Las monarquías, otrora con débil sustento, se
vieron en la necesidad de pactar con las noblezas más grandes y así constituir el embrión de lo que
posteriormente serían las monarquías absolutas: las monarquías autoritarias.
Tampoco podemos olvidar el golpe de gracia definitivo que sufrió el orden feudal: la Peste Negra
(circa 1348), que aumentó más si cabe el clima popular de desamparo, descontento y desconfianza
en la Iglesia. También la Peste Negra contribuyó, debido a su altísima mortalidad, a que los nobles
acumularan más títulos y a que los comerciantes acumularan capital en forma de herencias. Las
desigualdades sociales para los ⅔ de la población europea que sobrevivieron a la calamidad se
recrudecieron.
Las consecuencias de este colapso social dejaron su impronta, como no puede ser de otra manera,
en el pensamiento político. A grandes rasgos, asistimos al paso de un panorama dominado por la
escolástica y la sumisión a la autoridad papal, a otro en el que se perfilan los rasgos del humanismo
y se pone en duda la autoridad terrenal de la Iglesia.

1. EL PENSAMIENTO POLÍTICO EN LOS SIGLOS XIV-XV

1.1. Crisis del poder eclesiástico


El comienzo del siglo XIV es difícil para la legitimidad de la Iglesia Católica, que hasta entonces se
había asegurado la sumisión de los príncipes y había controlado las herejías sin mayor problema. El
siglo comienza con las luchas de poder contra Felipe el Hermoso de Francia (Bula Unam Sanctam
de 1302), que culminarán con el papado de Avignon, sumiendo a los Estados Pontificios en el caos
y la anarquía. Llegamos al Cisma de Occidente de 1378, que no se resolvería hasta el siglo XV con
el Concilio de Constanza, aunque con la legitimidad papal gravemente dañada.
Durante el Pontificado de Avignon tiene lugar el violento enfrentamiento entre el papa Juan XXII y
Luis de Baviera, autoproclamado emperador del Sacro Imperio sin consentimiento del Papa. Luis de
Baviera es una figura importante al acoger en su corte a Marsilio de Padua y a Guillermo de
Ockham, dos de los adversarios intelectuales más temidos por las pretensiones terrenales del
papado. Estos dos intelectuales fueron figuras clave en el Prerrenacimiento y la causa formal de que
Luis de Baviera fuera declarado hereje.
Puede decirse que Marsilio de Padua en su obra Defensor Pacis (1324) inaugura el pensamiento
político moderno, al postular que la necesidad de paz compete al gobierno y no a la Iglesia, al ser el
gobierno delegado de la voluntad común. Además, establece que este fin es puramente humano, no
ético ni religioso. Posteriormente, Guillermo de Ockham en su Dialogus deja muy claras las
atribuciones del monarca y lo que compete al Papa. Su punto de vista nominalista influiría en
pensadores posteriores como Hobbes y Locke.
En la segunda mitad del siglo XIV se abren paso “herejías” de amplio apoyo popular, relacionadas
con un particularismo y un renacimiento cultural (Polonia y Bohemia no sufrieron las calamidades
de la Peste) propiciado por el distanciamiento con la Iglesia de Roma. Así, nacen los movimientos
precursores de la Reforma Protestante, como Wycliff y los lolardos en Inglaterra y Jan Huss y los
husitas en Bohemia y Praga. El Norte de Italia verá el enfrentamiento entre güelfos y guibelinos,
donde Florencia, de tradición güelfa, instaurará un modelo autocrático de mano de los Médici.
Entendemos que estos procesos acaecidos en Europa más o menos de forma simultánea son el
embrión de las Naciones posteriores, avivadas además por conflictos como la Guerra de los Cien
Años o la Reconquista ibérica.

2. EL PENSAMIENTO POLÍTICO EN EL SIGLO XVI

2.1. Precursores: el nacimiento de la concepción del Estado Nacional


Fueron precisamente las consecuencias de la crisis secular del siglo XIV las que perfilaron los
rasgos del poder en el otoño de la Edad Media. Volviendo a una perspectiva materialista (HILTON),
el fenómeno fundamental es la concentración de poder en manos de monarcas, alta nobleza y una
burguesía aún minoritaria pero influyente, donde antes el poder estaba disgregado.
El estado nacional surge allí donde tenía primacía el parlamento, el ayuntamiento, el señorío, el
clero y las ciudades libres. Esto es posible gracias a la acumulación de títulos nobiliarios debida, en
gran parte, a la alta mortandad de la guerra y la peste. En la nobleza se produce un proceso de
refeudalización, que sumariamente es la alta nobleza fagocitando a los pequeños señores dispersos,
ocurriendo en el clero un proceso análogo.
Pero sobre todo, lo que sustenta el nacimiento de la nueva actividad mercantil es la acumulación de
capital en forma de herencias por parte de la naciente burguesía. Esto da un impulso al campo
creando el trabajo rural domiciliado, donde las pequeñas manufacturas rurales eran amparadas por
los créditos de las ciudades. El modesto crecimiento acaecido en el siglo XV aumenta la demanda
de alimentos y, por tanto, la disponibilidad de mano de obra y la puesta en marcha de tierras
abandonadas por la crisis anterior.
Los mercaderes adquieren peso específico en la sociedad. Las monarquías les permiten acumular
riquezas con el objetivo de financiar sus campañas expansivas, donde ante las estructuras locales
solo imponían limitaciones. Apoyados en esta casta de mercaderes y fundidos en la alta nobleza, los
monarcas pueden consolidarse en el poder eliminando a sus adversarios y convertir sus monarquías
autoritarias en modelos superadores del constitucionalismo medieval.

En esta acumulación de poder que culmina en el siglo XV está el origen de los estados modernos,
pudiendo rastrear aún más su génesis en los particularismos del siglo XIII y XIV, aunque no hay
consenso al respecto. Los primeros intelectuales apologistas de las monarquías autoritarias carecen
de base ideológica propia, como Claude de Seyssel (se limitaban a exaltar la monarquía hereditaria
haciéndola compatible con los valores cristianos), de ahí que se considere al primer autor
metapolítico moderno a Maquiavelo.
La obra de Maquiavelo, tanto en El Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio
(circa 1515) sorprenden a día de hoy por su actualidad y su sentido crítico. Para bien y para mal es
el mejor cronista de los grandes hombres de Estado de su tiempo, a los que les da una voluntad
propia desechando la moral religiosa y la propaganda. Su obra es eminentemente laica y busca
referentes de los valores de Estado en la antigüedad clásica.
En El Príncipe elogia a Fernando de Aragón, entre otros, reconociendo que la religión y la liturgia
es instrumentalizada por una razón de Estado, y se lamenta de la falta de unidad de Italia. Establece
que la República es la mejor forma de gobierno posible, en la que el príncipe ha de manejar
hábilmente la opinión pública para contentar al pueblo. Evita toda discusión de valores y fines,
rechaza cualquier idealismo. La razón de Estado se justifica a sí misma, y la tendencia natural del
mismo es expandirse. En la concepción de Maquiavelo subyace, a fin de cuentas, una concepción
realista y empírica de la política, lo que le confiere una gran actualidad.
Hay que decir que existe un “Maquiavelo desconocido”, defendido por su contemporáneo
Guicciardini, que es un incansable denunciante de la corrupción y que, al contrario de lo que
sugieren las apariencias, está lejos de dejar la ética de lado. Esto es mucho más evidente al leer los
Discursos de la primera década de Tito Livio, pero se ha tendido a asociar a Maquiavelo únicamente
con El Príncipe.

2.2. Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro


Hablaremos de las dos principales figuras del humanismo cristiano en Europa. Ambos coincidieron
en la corte de Enrique VIII y su labor como traductores de obras de la antigüedad fue prolífica. No
es casualidad que ambos aunasen, a su manera, una concepción de la moral cristiana unida
profundamente al sentido crítico y al nuevo modelo de racionalidad que se gestaba en el
Renacimiento disociado de la antigua escolástica. Hay que decir que aunque la obra de Moro y
Erasmo tuvo influencia en la configuración del protestantismo (más por su criticismo que por sus
doctrinas), éstos nunca renegaron del Papa y sus polémicas contra el protestantismo fueron célebres.

Erasmo de Rotterdam fue sin duda el paradigma de intelectual inquieto, austero y errante.
Aprendiendo en Inglaterra del teólogo John Collet, desarrolló un vivaz sentido crítico que lo llevó
a denunciar las trabas al libre pensamiento, vinieran de instituciones laicas o de la Iglesia. En este
afán se convirtió en un erudito de la antigüedad clásica, acudiendo a las fuentes originales y
buscando la manera de hacerlas compatibles con la fe cristiana.
Desarrolló una espiritualidad particular. Para él, era responsabilidad de todo creyente acercarse a
Cristo a través de una lectura rigurosa y honesta de las Sagradas Escrituras, donde la Iglesia había
de tener el papel de guía. Señalaba que la escolástica no permitía conocer a Cristo al haber
desarrollado un diálogo con la Divinidad absorto en formalismos. El exceso de liturgia, para
Erasmo, llevaba a alejarse de Dios y fomentaba la pereza intelectual del creyente. Las críticas de
Erasmo iban más dirigidas a la institución eclesiástica que a la religión, lo que le granjeó no pocas
polémicas.
Su vocación era universalista y humanista, eligiendo el latín en un estilo sencillo en el afán de ser
comprendido en toda Europa. Su éxito es indisociable de la imprenta, ya que su obra Elogio de la
locura alcanzó las siete ediciones en vida del autor. Esta obra (1511) constituye una sátira mordaz
en la que la alegoría de la Locura (la estulticia o la estupidez) logra conmover a un tribunal,
convenciéndolo de las ventajas de la estupidez frente a la razón. La obra, que destila erudicción y
sátira a partes iguales, ataca la hipocresía de laicos y religiosos sin dejar títere con cabeza. Denuncia
de forma irónica la avaricia, el hedonismo, la vanidad, el orgullo y la pereza intelectual de todos los
estamentos sociales, eclesiásticos incluidos. Para su desgracia el libro, que pretendía evidenciar la
necesidad de reforma de la Iglesia, fue leído en clave de comedia por muchos de sus
contemporáneos.
Tomás Moro trabajó en la corte de Enrique VIII y su labor fue prolífica como traductor, jurista,
filósofo y estadista. La muerte le llegó al negarse a prestar juramento antipapal y al no reconocer el
divorcio de Enrique VIII, por lo que fue ejecutado. Era considerado como uno de los mejores
autores de la época, y se ganó el respeto de los eruditos europeos con su obra Utopía. En ella
describe una comunidad idealizada en una isla ficticia, contada por boca de un explorador también
ficticio que regresa a Europa. Se trata de un lugar cuyos habitantes son el epítome de la virtud tanto
cristiana como clásica, con una sociedad protodemocrática, patriarcal y con propiedad comunal de
la tierra y los bienes. En la obra subyace una denuncia a la corrupción, la avaricia y la falta de
piedad religiosa como moraleja. La denuncia a las monarquías europeas es explícita: pone en boca
del explorador que las repúblicas no son más que el afán de los ricos de procurarse sus propias
comodidades en nombre del bien común y el interés general.
De talante moralista y con una gran confianza en la capacidad humana para alcanzar la virtud por sí
mismo, advirtió al rey en numerosas ocasiones sobre los peligros de la tiranía. El rey ha de ser el
pastor del rebaño, no el lobo. Ha de tratar a sus súbditos como hijos y no como siervos.

2.3. España: Domingo de Soto y Francisco de Vitoria


En tierras ibéricas el Renacimiento estuvo ligado a la lucha contra el protestantismo, siendo quizá la
diferencia más importante la falta de ruptura total con la escolástica. Así, las traducciones de Tomás
de Aquino jugaron un papel muy importante, esbozando un aristotelismo tomista que sería la espina
dorsal de la Escuela de Salamanca.
La Escuela de Salamanca se debe a la labor filosófica y pedagógica de Domingo de Soto (teólogo y
confesor de Carlos V) y sobre todo a Francisco de Vitoria. El segundo es conocido por sus
teorizaciones en materia económica desde el punto de vista moral (teoría del justo precio),
exculpando a los mercaderes y señalando su afán de lucro como indispensable para el bien común.
Rechazó las jerarquías feudales y señaló que ni siquiera el rey o el papa estaban por encima de la
ley. El pensamiento de Vitoria es inequívocamente renacentista en el sentido de ruptura con el
escoramiento medieval, pero es conservador en el sentido de un proceder escolástico. Tanto
Domingo de Soto como Francisco de Vitoria representaron al emperador en Trento y fueron
acérrimos detractores del protestantismo.
Pero quizá la aportación intelectual más importante del Renacimiento temprano español sea el
derecho de gentes, precursor del derecho internacional. A diferencia de Maquiavelo, Francisco de
Vitoria no creyó que el Estado tuviera la legitimidad de expandirse por sí mismo, sino que subrayó,
partiendo de la moral cristiana, que los bárbaros y los infieles tenían derechos. Junto a Fray
Bartolomé de las Casas, de Vitoria denunció ante las Cortes las atrocidades cometidas contra los
indios durante la conquista temprana. Así, en 1542 se promulgaron las Leyes de Indias que
protegían los derechos y las propiedades de los indios.
Al margen de los hechos reales, sin duda la preocupación de estos religiosos por el bienestar y los
derechos de los conquistados era genuina. Puede decirse que gracias al humanismo cristiano se puso
freno a las atrocidades y los abusos de la conquista temprana. En este punto, también son
importantes las consideraciones de Francisco de Vitoria acerca de la guerra justa, en las que
introduce el concepto de proporcionalidad frente a la agresión y el de la legitimidad de los
conflictos.
2.4. Protestantismo y política
Muy sucintamente, la raíz de la Reforma Protestante fue más política y económica que propiamente
religiosa. En los territorios alemanes controlados por los Habsburgo la alta nobleza, que ejercía el
señorío en sus tierras era muy difícil de controlar. La baja nobleza, arruinada, pretendía apoderarse
de las tierras eclesiásticas, por lo que no es casualidad que las ideas humanistas que criticaban la
pompa y el boato de la Iglesia romana tuvieran tanto calado.
El pensamiento de Lutero en materia política fue marginal y ocasional, donde existe una separación
clara entre Ley y Fe. La doctrina política que emana del luteranismo es dejar a los príncipes los
asuntos terrenales con la salvaguarda de que actuarán conforme a Dios (Lutero en el contexto de las
revueltas campesinas, los campesinos no habían de inmiscuirse en los asuntos del Estado, ni la
Iglesia tampoco, pero que era deber del Estado acabar con los insurrectos). Formalmente, la
competencia de Lutero son las almas, pero en la práctica acabó por apoyar los designios de la alta
nobleza y del régimen autoritario alemán de aquel momento.

Las implicaciones políticas de Calvino fueron más claras, llegando a gobernar en Ginebra. Una
generación más joven que Lutero, se convirtió a su doctrina con veinte años y acabó por establecer
algunas diferencias doctrinales (doctrina de la predestinación). Para Calvino la Iglesia y el Estado
están separados, pero ambos han de seguir la ley de Dios. Para 1531 Calvino era el líder protestante
más influyente de Europa, asumiendo sus doctrinas gran parte de Suiza y Holanda, junto con los
hugonotes, presbiterianos y puritanos de Inglaterra, siendo estos últimos los que marcharían a
colonizar Norteamérica. Se negó a fusionarse con las iglesias luteranas alegando diferencias
doctrinales, la más importante la de la predestinación, según la cual Dios decide quién se va a salvar
de antemano, pero que los predestinados a salvarse llevan vidas rectas. Por ello, en las sociedades
calvinistas se instaló un rigorismo moral exagerado y una dedicación abnegada al trabajo, factor que
junto con la permisión de la usura, Max Weber coloca en la génesis del espíritu del capitalismo
industrial.

3. ABSOLUTISMO EN EL SIGLO XVII

3.1. Teóricos iniciales del absolutismo


La victoria definitiva de la monarquía absoluta sobre los particularismos feudales permitió el
desarrollo del capitalismo mercantil. La dialéctica entre estados a finales del siglo XVI y principios
del XVII exigía líneas de actuación distintas, y así es como se fueron perfilando las primeras
visiones plenamente absolutistas. Las visiones de esta época empiezan a independizarse de la
religión, estableciendo bases laicas a la legitimidad del Estado y a la vida pública, confiando cada
vez más en la razón.
En Francia tenemos el ejemplo de Juan Bodino (1530-1596), que teorizó la república como un
pacto entre las familias y el Estado, del que emana por supuesto un soberano que legisla sin
consultar para mayor estabilidad y orden de la república. Considera que solo la ley de Dios y la ley
de la naturaleza está por encima del rey, y que una monarquía es ilegítima si pretende lo contrario.
Por otro lado, el advenimiento de una geopolítica entre estados mercantiles, propicia la necesidad de
reformar el derecho internacional. A comienzos del siglo XVII, el holandés Hugo Grocio teoriza
acerca de la legitimidad de los conflictos entre estados, estableciendo que las guerras son justas
cuando se hacen en nombre de la paz social. Así, el Derecho Natural (“lo que es justo por sí
mismo”) evoluciona de bases teológicas a poner en el centro la concordia, la prosperidad y un
Estado fuerte que las garantice en un territorio. Y para garantizar la prosperidad de los ciudadanos
un Estado debe expandirse.

3.2. Inglaterra y Francia


El siglo XVII es especialmente convulso para Inglaterra por las tensiones entre la monarquía, el
parlamento y las iglesias, que culminarían con la revolución Gloriosa de 1688 que pondría en jaque
al absolutismo inglés.
En el marco de estas luchas, los defensores del rey absoluto (Carlos I y posteriormente Carlos II de
Estuardo) asumieron posiciones por un lado religiosas (Hooker) o laicas, como es el caso de
Thomas Hobbes. Debido a que intentó abordar la vida política y social desde las mismas
coordenadas que el mundo físico se considera un antecedente de la sociología moderna. Partiendo
de la dicotomía del orden natural y del orden civil (Leviatán, 1651), establece que el orden civil es
un pacto que realizan los hombres y el soberano para la protección de la integridad y la propiedad.
En este sentido, el rey es la máxima expresión del orden civil, por lo que no caben intromisiones del
anárquico orden natural. Solo la razón es óbice para que el rey ejerza la tiranía.

La justificación ideológica al absolutismo en Francia estaría estrechamente ligada al clero debido a


la emergencia de personajes como el cardenal Richelieu y posteriormente Mazarino. En este
contexto aparece el galicanismo, doctrina análoga al anglicanismo en Inglaterra según la cual la
iglesia francesa debe desligarse de los intereses de Roma.
El obispo Bossuet esbozó el fundamento ideológico para esta doctrina en su Discurso sobre la
Historia Universal (1681) construyendo una de las teorías más originales. Salvando las distancias
con Hobbes, parte de la dicotomía del pecado original y de la providencia: para Bossuet, el pecado
original son los enfrentamientos entre hombres, siendo el rey un instrumente de la providencia para
instaurar el orden divino. Yendo más lejos, la historia en sí misma puede leerse como los designios
de la providencia, lo que justificaría que el Estado y el rey absoluto, firmemente apoyados sobre la
religión, puedan considerarse divinos y superiores a la anarquía.

Por supuesto, el poder absoluto encontró detractores en ambos países. En Inglaterra la oposición
venía de la aristocracia, que en tiempos de Carlos I proponía una república de aristócratas libres,
defendiendo la libertad de expresión y el tiranicidio. Durante la Guerra Civil inglesa surgen dos
corrientes opositoras: los levellers (reformadores) y los diggers (cercanos al proletariado,
extremadamente religiosos y proponían la abolición de la propiedad privada). En Francia también
hubo una fuerte oposición aristocrática que luchaba por recuperar los privilegios que el rey les
arrebató, y al estar el absolutismo francés tan fuertemente ligado a la religión, los Jansenistas y los
Hugonotes (en el exilio) fueron grupos muy importantes.

4. CRÍTICA AL ABSOLUTISMO
En el marco de la acumulación de poder progresiva de los monarcas fueron surgiendo
inevitablemente voces contestatarias. Así, a mediados del siglo XVI los MONARCÓMACOS
(hugonotes franceses en el exilio) esbozaron primitivamente la idea de que la monarquía era un
pacto social y que el pueblo derecho a deponer monarcas si vulneraban el pacto.
Pero quizá las críticas más sólidas al absolutismo vienen de la Escuela de Salamanca, discípulos de
Francisco de Vitoria del siglo XVII tales como Juan de Mariana y Francisco Suárez. Fueron
jesuitas, quintaesencia del pensamiento Contrarreformista, que defendieron a ultranza la
superioridad del Papa dentro de la autodeterminación de los Estados.
En Juan de Mariana encontramos un interesante precedente a la idea del pacto social y
discutiblemente, al comunismo primitivo. Felipe II le encargó un tratado didáctico para el futuro
Felipe III, y en él esboza ideas que parecen adelantadas a su tiempo. Establece que el orden natural
de la Ley de Dios es una tierra generosa que permite desarrollarse y prosperar a todas sus criaturas,
y que solo la avaricia de unos pocos puede enfrentarse a la Naturaleza en nombre de su propio
beneficio. La labor del monarca es limitar la avaricia y favorecer el orden natural de las cosas, y
cuando esto no ocurre, es legítimo el tiranicidio. No es casualidad que en el juicio de Carlos I de
Inglaterra se esgrimieran las ideas del padre Mariana.
En la misma línea, Francisco Suárez hace desde la escolástica renovada importantes aportaciones
al Derecho en De Legibus (1612). Aunque no fuera defendido por todos los católicos, su
pensamiento iba en la línea de la necesidad de reformar la Iglesia de Roma, estableciendo la
monarquía como el mejor sistema posible, dentro de que tenía que obedecer los dictámenes
espirituales del Papa y obedecer al pueblo, que era el fundamento de su poder. En esta corriente
destaca también Belarmino, acerca de las discusiones en cuanto a las atribuciones del Papa.
En Alemania, el calvinista Johannes Althusius desarrolló una teoría radicalmente antiabsolutista en
favor de dar poder al pueblo, pero en absoluto relacionada con la visión jesuita ni tan siquiera
“protodemocrática”. Se trata más bien de un comunitarismo corporativista que recupera ideas del
particularismo medieval, si bien se sabe que ejerció influencia en la constitución del liberalismo en
el siglo posterior.

5. LIBERALISMO ANGLOSAJÓN: IUSNATURALISMO Y UTILITARISMO

Tras un siglo XVII convulso, la restauración de Carlos II de Estuardo da en el traste a las reformas
parlamentarias, si bien a finales de siglo la “Revolución Gloriosa” termina por instaurar el orden
propiamente inglés de monarquía parlamentaria. Inglaterra y Escocia se unen bajo una corona
común, se abolió la censura y la prohibición religiosa y se da más importancia a la Cámara de los
Comunes.
Es así que a finales del XVII aparece el iusnaturalismo, doctrina manifiesta en las obras de John
Locke, que fallece a principios del XVIII. Se considera al pensador inglés el padre del liberalismo
moderno, aunque se sabe que leyó las obras de la Escuela de Salamanca y su influencia está patente.
Juan de Mariana respondería al homo homini lupus de Hobbes “homo homini hominum”, respuesta
que Locke hace suya para determinar las relaciones del hombre con el Estado. Precisamente la
soberanía del Estado ha de aceptarse si respeta y garantiza la armonía entre los hombres; de lo
contrario la revolución es legítima e incluso una obligación. Con una visión del mundo mecanicista,
como buen hombre de su tiempo, coloca en primer lugar a la razón humana que considera investida
por Dios. Y precisamente partiendo de la existencia de Dios considera unos derechos inalienables
del hombre tales como la vida, la libertad o la propiedad, considerando que unas leyes justas solo
pueden partir de estos supuestos.
Con un carácter más laico, las diversas doctrinas utilitaristas de finales del XVIII y principios del
XIX vienen a contestar los fundamentos sobrenaturales del Antiguo Régimen. Hume, padre del
empirismo, defiende el Estado como un recurso meramente artificial que existe para armonizar los
intereses dispares de los hombres. Y al carecer de fundamento natural y divino, contempla el poder
como algo corrompible y postula la necesidad de la división de poderes y un régimen
constitucional. En el campo económico y de la misma época, Adam Smith va más lejos al defender
la iniciativa privada como verdadera impulsora del crecimiento mercantil y de la armonía social,
situándose en contra del mercantilismo imperante. En La riqueza de las naciones deja muy claro que
la labor del Estado ha de limitarse a garantizar la libertad de comercio, puesto que solo a través del
libre intercambio puede florecer una sociedad de individuos libres e iguales.
A principios del XIX Jeremy Bentham desarrollará la doctrina del utilitarismo propiamente dicho
en el campo jurídico y político. Crea el principio de utilidad: “el mayor bien para el mayor número
de personas”, base de las reformas sociales que propone. Coge el relevo de Adam Smith y junto con
John Stuart Mill se convertirán en referentes ineludibles de las democracias representativas
contemporáneas y laicas. Aúnan propiedad privada, mercado, democracia representativa y una
noción primitiva del “bien común” más allá de dioses y reyes, en sintonía con la libertad de los
individuos. Su pensamiento tendrá gran influencia en la reforma de la administración del gobierno
británico a finales del XIX.

6. LA ILUSTRACIÓN

Kant (1784) define la ilustración como el movimiento que pretende al ser humano superar su estado
de ignorancia a través del conocimiento, “Sapere aude”. En realidad se trata de un movimiento
complejo, heterogéneo y difícil de delimitar en términos absolutos, ya que sus figuras conspicuas
provenían de varios ámbitos geográficos y disciplinarios. En líneas generales, podemos decir que en
Europa occidental la tónica dominante es la oposición o el ataque a las vías establecidas de la
sociedad sometiéndolas al juicio de la Razón. Epistemológicamente es racionalista por esencia y
empirista (Hume) por transacción; y en la política tiende a un utilitarismo (Bentham) de marcado
carácter anticlerical.
La Razón erigida por los Ilustrados del siglo XVIII se diferencia de la del siglo XVII en su
orientación crítica. Con la Naturaleza como la “gran recuperada”, que se ve como una indiscutible
fuente de orden y armonía (Rousseau, Diderot…), se trata de someter el resto de manifestaciones a
sus imperativos. La educación en este punto alcanza una importancia hasta entonces insospechada,
como una herramienta destinada a que el hombre se emancipe de las cadenas de la ignorancia,
fuertemente ligada a la religión y el absolutismo.
Se hace necesaria la construcción de una nueva antropología al servicio de descubrir la naturaleza
humana en consonancia con la Razón natural (Helvètius), con el objetivo de desarrollar una nueva
educación que haga al hombre transformar el mundo y llevarlo, junto a él mismo, a una noción
universal de Progreso. Es por ello que la Historia, tras las ciencias empíricas, es de enorme
importancia en la jerarquía racionalista de los Ilustrados.

Su difusión es imparable a pesar de la fuerte censura ejercida por los estados Absolutistas, sobre
todo en Francia y en Inglaterra. Esto es posible gracias, en primer lugar, a un cambio de paradigma
en la edición de obras: nacen las ediciones de bolsillo, más asequibles, y con un lenguaje claro que
llegaba a un público más amplio. También nacen las suscripciones a los magazines que distribuían
artículos por fascículos. Tampoco puede olvidarse la importancia de la prensa diaria (Daily
Courrent de 1702), que dieron una notable difusión a los artículos filosóficos, científicos y morales
de la época. Para esquivar la censura era frecuente que las impresiones se realizaran en Holanda y
luego se distribuyeran por el resto del continente.
Por otro lado, cabe destacar la presencia de clubes ingleses (extendidos posteriormente al resto de
Europa) y los cafés de las distintas ciudades europeas (Marsella, París, Venecia… fundados a finales
del siglo XVII), que sirvieron como lugares de encuentro donde se esbozarían las líneas maestras de
los futuros partidos políticos (jacobinos, cordeliers…). Pero lo más importante para la difusión y la
influencia de las ideas ilustradas fueron los salones regidos por mujeres, creados por primera vez en
Francia bajo la iniciativa de la marquesa de Rambouillet (1620). Aparte de servir como punto de
contacto de las personalidades más conspicuas de la época, sirvieron sobre todo como núcleos de
actividad política al margen o en contra de la Corte.
Mención aparte merecen las Academias y las Logias. Las primeras tienen su origen en el
Renacimiento, pero a partir del siglo XVIII fueron lideradas por los burgueses en su incursión en
los campos de las artes liberales y los oficios. Las Logias masónicas fueron, por su talante
(hermandad universal, tolerancia, racionalismo, carácter prometeico…) excelentes para acoger las
ideas y la influencia de los Ilustrados. En 1717 nace la Gran Logia de Londres, primer exponente de
la masonería moderna.

6.1. Generaciones y exponentes


La etiqueta de la Ilustración se ha puesto sobre autores sumamente diversos y distribuidos en el
tiempo que además se han relacionado, erróneamente, con nociones presentes de igualdad o
separación de poderes. Podemos establecer tres generaciones de pensadores ilustrados.
Una primera generación en torno a la primera mitad del siglo XVIII, capitaneada por el barón de
Montesquieu y por Voltaire. Montesquieu es defensor de una monarquía poderosa, si bien es verdad
que fue el primero en teorizar acerca de la separación de poderes – legislativo, ejecutivo y judicial-;
aunque más que “separar” lo que propone es “armonizar”. Voltaire, por su parte, fue célebre por sus
ataques a la religión en nombre del sentido común y un acérrimo defensor del racionalismo. Ambos
orbitantes en torno al sector privilegiado, fueron defensores de las jerarquías sociales, la monarquía
y compartían cierta aversión al populacho, hecho que hizo que a la postre sus ideas fueran acogidas
por la reacción.
Un punto de inflexión en la difusión de las ideas ilustradas fue la aparición de la obra de Dennis
Diderot. Hijo de un maestro cuchillero, su inquietud intelectual, sentido crítico y erudicción casi no
tienen parangón en la historia. En 1750, junto a 130 colaboradores (Helvétius, Quesnay, Voltaire,
Rousseau...), inicia la dirección de la obra magna “La Enciclopedia”, en 28 volúmenes. La edición
de la obra supuso un excepcional exponente de las ideas de la burguesía de la época, esgrimiendo el
estandarte de la razón y el progreso científico y técnico.
Paralelamente, surge una tercera generación de autores ingleses (Daniel Defoe, Hume…) con unas
ideas particulares, con nexos con Rousseau en Francia. Todos estos desconfiarían de la
entronización de la razón y se acercarían a una sensibilidad especial que emanaba de una
concepción mecanicista de la naturaleza. Tanto Hume como Rousseau son pilares del idealismo
filosófico occidental, siendo aún influyente la pedagogía basada en este último.
Mención aparte merece la Ilustración alemana, llamada Aufklärung, que se ocuparía de temas
morales y religiosos. No es que los ilustrados alemanes fueran más religiosos, sino que estudiaban
la moral y la religión con talante científico. De esta generación nace la mitología comparada y la
semiología, de la mano de autores como Herder y Leibniz, que influirían en el pensamiento de
autores posteriores como Hegel, Schopenauer o Nietzsche.
En España, por su parte, las ideas ilustradas entran de la mano de eclesiásticos como el Padre Feijóo
o Enrique Flórez. Feijóo es un gran divulgador de la nueva ciencia newtoniana y un incansable
crítico de la superstición y la idolatría, defensor de la razón y el pensamiento crítico como única
manera de lograr una verdadera unión con Dios. Pero la Ilustración alcanza su madurez de mano de
las grandes personalidades de la aristocracia administrativa como Floridablanca, Jovellanos o
Campomanes. Debido a diversos factores como el atraso económico de España respecto a Francia e
Inglaterra, el poder de la Iglesia católica y la censura de la Inquisición, además de la solidez de
tradiciones filosóficas anteriores como la Escuela de Salamanca, el movimiento ilustrado toma
cauces propios. Nunca llega a penetrar el anticlericalismo, el materialismo ni los valores
democráticos, convirtiéndose los filósofos ilustrados en políticos atrincherados en las instituciones,
en liza constante con la Iglesia e instrumentalizados por el despotismo ilustrado.

6.2. Despotismo ilustrado


Se trata de un término acuñado en el siglo XIX para referirse a la actuación de ciertos monarcas
absolutos durante el XVIII, como fue el caso de Carlos III de España, José I de Portugal, Federico
el Grande de Prusia o Catalina de Rusia. Existe la discusión histórica si su comportamiento se debía
a un desarrollo lógico de las prerrogativas de la monarquía absoluta o si respondían por el contrario
a una crisis generalizada del absolutismo. En cualquier caso, estas personalidades proyectaron en su
persona el modelo del “rey filósofo” de Voltaire (este incluso estuvo presente en la corte de
Federico II), además de cumplir con las características del “hombre honesto” del siglo XVIII:
intelectual, protector de las artes y las ciencias e innovador en política. Cabe destacar sin embargo
el componente paternalista con el que ejercían sus funciones.
Poniendo el ejemplo de la España del siglo XVIII, el despotismo ilustrado alcanzó su paroxismo
con Carlos III, aunque las personalidades de su gabinete (Floridablanca, Campomanes, Aranda,
Jovellanos…) acometieron proyectos desde la llegada de Felipe de Anjou. Las reformas
emprendidas en el campo agrícola (sobre todo), cultural, militar, educativo… etc, no tuvieron el
alcance esperado. Y es que estas medidas, si bien de talante racionalista y con unas buenas
intenciones genuinas, no llegaron a atacar el núcleo duro de las causas de la decadencia de España:
la jerarquía nobiliaria, la desigualdad jurídica y el alcance de la Iglesia. Tanto los Borbones como su
administración necesitaron parapetarse en la élite del país, establecida desde hacía centurias; por lo
que los proyectos estaban destinados a fracasar desde el principio.
Algo análogo sucedió en el resto de Europa. Precisamente la inoperatividad del Antiguo Régimen
para solventar problemas como la desigualdad jurídica y la jerarquía terrateniente, amén de un
imparable avance de la burguesía, fue lo que desencadenó las futuras revoluciones liberales, que
habían encontrado legitimante filosófico en las ideas ilustradas del XVIII.

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