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ÍNDICE
Introducción: Fin de la Edad Media y crisis secular del XIV.
1. PENSAMIENTO POLÍTICO EN LOS SIGLOS XIV Y XV.
1.1. Crisis del poder eclesiástico: Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham y herejías.
2. PENSAMIENTO POLÍTICO EN EL SIGLO XVI
2.1. Precursores: nacimiento del Estado nacional. Maquiavelo, Giucciardini.
2.2. Inglaterra: Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro.
2.3. España: Domingo de Soto y Francisco de Vitoria.
2.4. Protestantismo y política: Lutero y Calvino.
3. ABSOLUTISMO EN EL SIGLO XVII
3.1. Teóricos iniciales: Juan Bodino y Hugo Grocio.
3.2. Inglaterra y Francia: Hooker, Hobbes y Bossuet.
4. CRÍTICA AL ABSOLUTISMO: hugonotes (monarcómacos), jesuitas (Juan de Mariana, Fco
Suárez y Belarmino). Althusius.
5. INGLATERRA: IUSNATURALISMO Y UTILITARISMO: Locke, Hume, Adam Smith,
Jeremy Bentham y John Stuart Mill.
6. ILUSTRACIÓN
6.1. Generaciones y exponentes: monárquicos, enciclopedistas, idealistas, Aufklärung, España.
6.2. Despotismo ilustrado: Carlos III, José I, Federico II, Catalina II.
En esta acumulación de poder que culmina en el siglo XV está el origen de los estados modernos,
pudiendo rastrear aún más su génesis en los particularismos del siglo XIII y XIV, aunque no hay
consenso al respecto. Los primeros intelectuales apologistas de las monarquías autoritarias carecen
de base ideológica propia, como Claude de Seyssel (se limitaban a exaltar la monarquía hereditaria
haciéndola compatible con los valores cristianos), de ahí que se considere al primer autor
metapolítico moderno a Maquiavelo.
La obra de Maquiavelo, tanto en El Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio
(circa 1515) sorprenden a día de hoy por su actualidad y su sentido crítico. Para bien y para mal es
el mejor cronista de los grandes hombres de Estado de su tiempo, a los que les da una voluntad
propia desechando la moral religiosa y la propaganda. Su obra es eminentemente laica y busca
referentes de los valores de Estado en la antigüedad clásica.
En El Príncipe elogia a Fernando de Aragón, entre otros, reconociendo que la religión y la liturgia
es instrumentalizada por una razón de Estado, y se lamenta de la falta de unidad de Italia. Establece
que la República es la mejor forma de gobierno posible, en la que el príncipe ha de manejar
hábilmente la opinión pública para contentar al pueblo. Evita toda discusión de valores y fines,
rechaza cualquier idealismo. La razón de Estado se justifica a sí misma, y la tendencia natural del
mismo es expandirse. En la concepción de Maquiavelo subyace, a fin de cuentas, una concepción
realista y empírica de la política, lo que le confiere una gran actualidad.
Hay que decir que existe un “Maquiavelo desconocido”, defendido por su contemporáneo
Guicciardini, que es un incansable denunciante de la corrupción y que, al contrario de lo que
sugieren las apariencias, está lejos de dejar la ética de lado. Esto es mucho más evidente al leer los
Discursos de la primera década de Tito Livio, pero se ha tendido a asociar a Maquiavelo únicamente
con El Príncipe.
Erasmo de Rotterdam fue sin duda el paradigma de intelectual inquieto, austero y errante.
Aprendiendo en Inglaterra del teólogo John Collet, desarrolló un vivaz sentido crítico que lo llevó
a denunciar las trabas al libre pensamiento, vinieran de instituciones laicas o de la Iglesia. En este
afán se convirtió en un erudito de la antigüedad clásica, acudiendo a las fuentes originales y
buscando la manera de hacerlas compatibles con la fe cristiana.
Desarrolló una espiritualidad particular. Para él, era responsabilidad de todo creyente acercarse a
Cristo a través de una lectura rigurosa y honesta de las Sagradas Escrituras, donde la Iglesia había
de tener el papel de guía. Señalaba que la escolástica no permitía conocer a Cristo al haber
desarrollado un diálogo con la Divinidad absorto en formalismos. El exceso de liturgia, para
Erasmo, llevaba a alejarse de Dios y fomentaba la pereza intelectual del creyente. Las críticas de
Erasmo iban más dirigidas a la institución eclesiástica que a la religión, lo que le granjeó no pocas
polémicas.
Su vocación era universalista y humanista, eligiendo el latín en un estilo sencillo en el afán de ser
comprendido en toda Europa. Su éxito es indisociable de la imprenta, ya que su obra Elogio de la
locura alcanzó las siete ediciones en vida del autor. Esta obra (1511) constituye una sátira mordaz
en la que la alegoría de la Locura (la estulticia o la estupidez) logra conmover a un tribunal,
convenciéndolo de las ventajas de la estupidez frente a la razón. La obra, que destila erudicción y
sátira a partes iguales, ataca la hipocresía de laicos y religiosos sin dejar títere con cabeza. Denuncia
de forma irónica la avaricia, el hedonismo, la vanidad, el orgullo y la pereza intelectual de todos los
estamentos sociales, eclesiásticos incluidos. Para su desgracia el libro, que pretendía evidenciar la
necesidad de reforma de la Iglesia, fue leído en clave de comedia por muchos de sus
contemporáneos.
Tomás Moro trabajó en la corte de Enrique VIII y su labor fue prolífica como traductor, jurista,
filósofo y estadista. La muerte le llegó al negarse a prestar juramento antipapal y al no reconocer el
divorcio de Enrique VIII, por lo que fue ejecutado. Era considerado como uno de los mejores
autores de la época, y se ganó el respeto de los eruditos europeos con su obra Utopía. En ella
describe una comunidad idealizada en una isla ficticia, contada por boca de un explorador también
ficticio que regresa a Europa. Se trata de un lugar cuyos habitantes son el epítome de la virtud tanto
cristiana como clásica, con una sociedad protodemocrática, patriarcal y con propiedad comunal de
la tierra y los bienes. En la obra subyace una denuncia a la corrupción, la avaricia y la falta de
piedad religiosa como moraleja. La denuncia a las monarquías europeas es explícita: pone en boca
del explorador que las repúblicas no son más que el afán de los ricos de procurarse sus propias
comodidades en nombre del bien común y el interés general.
De talante moralista y con una gran confianza en la capacidad humana para alcanzar la virtud por sí
mismo, advirtió al rey en numerosas ocasiones sobre los peligros de la tiranía. El rey ha de ser el
pastor del rebaño, no el lobo. Ha de tratar a sus súbditos como hijos y no como siervos.
Las implicaciones políticas de Calvino fueron más claras, llegando a gobernar en Ginebra. Una
generación más joven que Lutero, se convirtió a su doctrina con veinte años y acabó por establecer
algunas diferencias doctrinales (doctrina de la predestinación). Para Calvino la Iglesia y el Estado
están separados, pero ambos han de seguir la ley de Dios. Para 1531 Calvino era el líder protestante
más influyente de Europa, asumiendo sus doctrinas gran parte de Suiza y Holanda, junto con los
hugonotes, presbiterianos y puritanos de Inglaterra, siendo estos últimos los que marcharían a
colonizar Norteamérica. Se negó a fusionarse con las iglesias luteranas alegando diferencias
doctrinales, la más importante la de la predestinación, según la cual Dios decide quién se va a salvar
de antemano, pero que los predestinados a salvarse llevan vidas rectas. Por ello, en las sociedades
calvinistas se instaló un rigorismo moral exagerado y una dedicación abnegada al trabajo, factor que
junto con la permisión de la usura, Max Weber coloca en la génesis del espíritu del capitalismo
industrial.
Por supuesto, el poder absoluto encontró detractores en ambos países. En Inglaterra la oposición
venía de la aristocracia, que en tiempos de Carlos I proponía una república de aristócratas libres,
defendiendo la libertad de expresión y el tiranicidio. Durante la Guerra Civil inglesa surgen dos
corrientes opositoras: los levellers (reformadores) y los diggers (cercanos al proletariado,
extremadamente religiosos y proponían la abolición de la propiedad privada). En Francia también
hubo una fuerte oposición aristocrática que luchaba por recuperar los privilegios que el rey les
arrebató, y al estar el absolutismo francés tan fuertemente ligado a la religión, los Jansenistas y los
Hugonotes (en el exilio) fueron grupos muy importantes.
4. CRÍTICA AL ABSOLUTISMO
En el marco de la acumulación de poder progresiva de los monarcas fueron surgiendo
inevitablemente voces contestatarias. Así, a mediados del siglo XVI los MONARCÓMACOS
(hugonotes franceses en el exilio) esbozaron primitivamente la idea de que la monarquía era un
pacto social y que el pueblo derecho a deponer monarcas si vulneraban el pacto.
Pero quizá las críticas más sólidas al absolutismo vienen de la Escuela de Salamanca, discípulos de
Francisco de Vitoria del siglo XVII tales como Juan de Mariana y Francisco Suárez. Fueron
jesuitas, quintaesencia del pensamiento Contrarreformista, que defendieron a ultranza la
superioridad del Papa dentro de la autodeterminación de los Estados.
En Juan de Mariana encontramos un interesante precedente a la idea del pacto social y
discutiblemente, al comunismo primitivo. Felipe II le encargó un tratado didáctico para el futuro
Felipe III, y en él esboza ideas que parecen adelantadas a su tiempo. Establece que el orden natural
de la Ley de Dios es una tierra generosa que permite desarrollarse y prosperar a todas sus criaturas,
y que solo la avaricia de unos pocos puede enfrentarse a la Naturaleza en nombre de su propio
beneficio. La labor del monarca es limitar la avaricia y favorecer el orden natural de las cosas, y
cuando esto no ocurre, es legítimo el tiranicidio. No es casualidad que en el juicio de Carlos I de
Inglaterra se esgrimieran las ideas del padre Mariana.
En la misma línea, Francisco Suárez hace desde la escolástica renovada importantes aportaciones
al Derecho en De Legibus (1612). Aunque no fuera defendido por todos los católicos, su
pensamiento iba en la línea de la necesidad de reformar la Iglesia de Roma, estableciendo la
monarquía como el mejor sistema posible, dentro de que tenía que obedecer los dictámenes
espirituales del Papa y obedecer al pueblo, que era el fundamento de su poder. En esta corriente
destaca también Belarmino, acerca de las discusiones en cuanto a las atribuciones del Papa.
En Alemania, el calvinista Johannes Althusius desarrolló una teoría radicalmente antiabsolutista en
favor de dar poder al pueblo, pero en absoluto relacionada con la visión jesuita ni tan siquiera
“protodemocrática”. Se trata más bien de un comunitarismo corporativista que recupera ideas del
particularismo medieval, si bien se sabe que ejerció influencia en la constitución del liberalismo en
el siglo posterior.
Tras un siglo XVII convulso, la restauración de Carlos II de Estuardo da en el traste a las reformas
parlamentarias, si bien a finales de siglo la “Revolución Gloriosa” termina por instaurar el orden
propiamente inglés de monarquía parlamentaria. Inglaterra y Escocia se unen bajo una corona
común, se abolió la censura y la prohibición religiosa y se da más importancia a la Cámara de los
Comunes.
Es así que a finales del XVII aparece el iusnaturalismo, doctrina manifiesta en las obras de John
Locke, que fallece a principios del XVIII. Se considera al pensador inglés el padre del liberalismo
moderno, aunque se sabe que leyó las obras de la Escuela de Salamanca y su influencia está patente.
Juan de Mariana respondería al homo homini lupus de Hobbes “homo homini hominum”, respuesta
que Locke hace suya para determinar las relaciones del hombre con el Estado. Precisamente la
soberanía del Estado ha de aceptarse si respeta y garantiza la armonía entre los hombres; de lo
contrario la revolución es legítima e incluso una obligación. Con una visión del mundo mecanicista,
como buen hombre de su tiempo, coloca en primer lugar a la razón humana que considera investida
por Dios. Y precisamente partiendo de la existencia de Dios considera unos derechos inalienables
del hombre tales como la vida, la libertad o la propiedad, considerando que unas leyes justas solo
pueden partir de estos supuestos.
Con un carácter más laico, las diversas doctrinas utilitaristas de finales del XVIII y principios del
XIX vienen a contestar los fundamentos sobrenaturales del Antiguo Régimen. Hume, padre del
empirismo, defiende el Estado como un recurso meramente artificial que existe para armonizar los
intereses dispares de los hombres. Y al carecer de fundamento natural y divino, contempla el poder
como algo corrompible y postula la necesidad de la división de poderes y un régimen
constitucional. En el campo económico y de la misma época, Adam Smith va más lejos al defender
la iniciativa privada como verdadera impulsora del crecimiento mercantil y de la armonía social,
situándose en contra del mercantilismo imperante. En La riqueza de las naciones deja muy claro que
la labor del Estado ha de limitarse a garantizar la libertad de comercio, puesto que solo a través del
libre intercambio puede florecer una sociedad de individuos libres e iguales.
A principios del XIX Jeremy Bentham desarrollará la doctrina del utilitarismo propiamente dicho
en el campo jurídico y político. Crea el principio de utilidad: “el mayor bien para el mayor número
de personas”, base de las reformas sociales que propone. Coge el relevo de Adam Smith y junto con
John Stuart Mill se convertirán en referentes ineludibles de las democracias representativas
contemporáneas y laicas. Aúnan propiedad privada, mercado, democracia representativa y una
noción primitiva del “bien común” más allá de dioses y reyes, en sintonía con la libertad de los
individuos. Su pensamiento tendrá gran influencia en la reforma de la administración del gobierno
británico a finales del XIX.
6. LA ILUSTRACIÓN
Kant (1784) define la ilustración como el movimiento que pretende al ser humano superar su estado
de ignorancia a través del conocimiento, “Sapere aude”. En realidad se trata de un movimiento
complejo, heterogéneo y difícil de delimitar en términos absolutos, ya que sus figuras conspicuas
provenían de varios ámbitos geográficos y disciplinarios. En líneas generales, podemos decir que en
Europa occidental la tónica dominante es la oposición o el ataque a las vías establecidas de la
sociedad sometiéndolas al juicio de la Razón. Epistemológicamente es racionalista por esencia y
empirista (Hume) por transacción; y en la política tiende a un utilitarismo (Bentham) de marcado
carácter anticlerical.
La Razón erigida por los Ilustrados del siglo XVIII se diferencia de la del siglo XVII en su
orientación crítica. Con la Naturaleza como la “gran recuperada”, que se ve como una indiscutible
fuente de orden y armonía (Rousseau, Diderot…), se trata de someter el resto de manifestaciones a
sus imperativos. La educación en este punto alcanza una importancia hasta entonces insospechada,
como una herramienta destinada a que el hombre se emancipe de las cadenas de la ignorancia,
fuertemente ligada a la religión y el absolutismo.
Se hace necesaria la construcción de una nueva antropología al servicio de descubrir la naturaleza
humana en consonancia con la Razón natural (Helvètius), con el objetivo de desarrollar una nueva
educación que haga al hombre transformar el mundo y llevarlo, junto a él mismo, a una noción
universal de Progreso. Es por ello que la Historia, tras las ciencias empíricas, es de enorme
importancia en la jerarquía racionalista de los Ilustrados.
Su difusión es imparable a pesar de la fuerte censura ejercida por los estados Absolutistas, sobre
todo en Francia y en Inglaterra. Esto es posible gracias, en primer lugar, a un cambio de paradigma
en la edición de obras: nacen las ediciones de bolsillo, más asequibles, y con un lenguaje claro que
llegaba a un público más amplio. También nacen las suscripciones a los magazines que distribuían
artículos por fascículos. Tampoco puede olvidarse la importancia de la prensa diaria (Daily
Courrent de 1702), que dieron una notable difusión a los artículos filosóficos, científicos y morales
de la época. Para esquivar la censura era frecuente que las impresiones se realizaran en Holanda y
luego se distribuyeran por el resto del continente.
Por otro lado, cabe destacar la presencia de clubes ingleses (extendidos posteriormente al resto de
Europa) y los cafés de las distintas ciudades europeas (Marsella, París, Venecia… fundados a finales
del siglo XVII), que sirvieron como lugares de encuentro donde se esbozarían las líneas maestras de
los futuros partidos políticos (jacobinos, cordeliers…). Pero lo más importante para la difusión y la
influencia de las ideas ilustradas fueron los salones regidos por mujeres, creados por primera vez en
Francia bajo la iniciativa de la marquesa de Rambouillet (1620). Aparte de servir como punto de
contacto de las personalidades más conspicuas de la época, sirvieron sobre todo como núcleos de
actividad política al margen o en contra de la Corte.
Mención aparte merecen las Academias y las Logias. Las primeras tienen su origen en el
Renacimiento, pero a partir del siglo XVIII fueron lideradas por los burgueses en su incursión en
los campos de las artes liberales y los oficios. Las Logias masónicas fueron, por su talante
(hermandad universal, tolerancia, racionalismo, carácter prometeico…) excelentes para acoger las
ideas y la influencia de los Ilustrados. En 1717 nace la Gran Logia de Londres, primer exponente de
la masonería moderna.