El establecimiento de criterios de salud mental y de trastorno emocional
depende de la tensión existente entre la reproducción y la innovación social. Dentro de cada universo de sentido, los criterios son experimentados como absolutos. Estas características, hasta ahora universal, comienza a ser cuestionada en las grandes culturas urbanas signadas por la coexistencia de diversas “tribus”, que se rigen por variadas racionalidades. Los conflictos relacionados con transformaciones cuya velocidad supera por ahora la capacidad promedio para encontrar un sentido que organice la experiencia vivida, atraviesan al unísono a los individuos, las familias, los grupos y las instituciones. Sobre la cuestión de la diversidad, hay una tendencia actual en los estudios sociales sobre el género sexual es la renuncia a utilizar esta categoría de forma exclusiva debido a la convicción acerca de que cada sujeto es una encrucijada donde convergen sus determinaciones de clase, etnia, género y edad. Si logramos desgajar el concepto de estructura de personalidad de sus connotaciones taxonómicas y normalizantes, si lo cruzamos y atravesamos con otras categorías, vemos que, lejos de diluirse, permanece como un recurso sin el cual no nos es posible obtener conocimientos cada vez más refinados acerca de las personas, su modalidad predominante para vincularse, el estilo comunicacional, los conflictos básicos que las ocupan, las modalidades defensivas que han aprendido a preferir, etc. El reconocimiento de la dimensión estructural no implica desconocer la importancia de los vínculos actuales. Así como el rescate de lo psicopatológico nos parece necesario como indicador de la diferencia entre estilos personales, que pueden eventualmente generar padecimiento subjetivo en el self u otros, la referencia a la flexibilidad y la potencialidad creativa resulta insoslayable como indicador de salud mental. Se requiere crear nuevos sentidos que permitan transitar por experiencias no previstas en el proyecto vital, sin significarlas forzosamente como pérdidas o injurias narcisísticas. El equilibrio forzosamente inestable que debemos mantener entre el concepto de estructura, que remite, por definición, a lo permanente, y por tradición, a lo psicopatológico, y el de creatividad, que alude al cambio y a la innovación, debe ser sostenido para evitar un vicio teórico que es frecuente en los estudios de psicoanálisis y género. La comprensión de la red vincular donde transcurre la existencia individual y de las múltiples articulaciones existentes entre los trastornos subjetivos, las relaciones familiares y los sistemas de representaciones colectivas acerca de lo moral y lo normal, no debería ocasiona un vaciamiento teórico que se manifestara en pobreza explicativa respecto de estructuras y modalidades de funcionamiento psíquico. Histeria fálico-narcisistas: su personalidad es construida sobre una enérgica contestación al destino ancestral de la feminidad. Se trata de mujeres activas e industriosas. Viven en su ley a pesar de los conflictos. Al no esperar protección del hombre ni otra consagración que la derivada del hecho de ser amada, con frecuencia su compañero es para ella algo así como un hermano menor. Estas mujeres en ocasiones fueron convocadas cuando eran niñas a desempeñar roles adultos. Se consideran una propiedad de la madre a la que no está permitido acceder. Confirmadas en su autoestima a través del trabajo, ciertas dudas y temores en cuanto a su capacidad parta ser causa del deseo de los hombres. Un carácter construido sobre la base del repudio de los aspectos denigrados de la feminidad social y familiar, y la identificación con los aspectos valorizados del padre o de la masculinidad social. Agorafobia: estas mujeres, inteligentes, generalmente educadas, llevan largos años de enclaustramiento parcial, recurso aceptado pese a la grave limitación vital que supone, debido a la intensidad de la angustia que sentían cuando encaraban la posibilidad de desplazarse en el afuera sin compañía. La conversión es la forma como el cuerpo habla sin palabras, y expresa deseos y temores de elevado nivel de elaboración simbólica y relacionados con deseos de índole sexual prohibidos por su carácter considerado transgresivo. La crianza severamente represiva es un denominador común en varios casos. Existe una fuerte relación con la madre. Tuvieron asignado el rol de ayudantes de madres dominantes pero a la vez desvalorizadas. Una relación distante con un padre valorado que no se conectaba con la niña por ser mujer o por ser pequeña, mientras que, en otros, el padre era despreciado y detestado.