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Epistemologia Etica y Ciencias de La Educacion by Jean Claude Filloux
Epistemologia Etica y Ciencias de La Educacion by Jean Claude Filloux
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
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JEAN CLAUDE FILLOUX
Facultad de Filosofía
y Humanidades
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Filloux, Jean-Claude
Epistemología, ética y ciencias de la educación / Jean-Claude Filloux. - 1a ed . -
Córdoba : Encuentro Grupo Editor, 2016.
Libro digital, PDF - (Génesis)
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ARGENTINA DEL LIBRO
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Tel/fax: (0351) 4606044 / 4691616- Pasaje España 1485 Córdoba - Argentina.
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hombre y de sociedad. En los temas que elige Filloux para trazar “el retorno a la educa-
ción” se intuyen no sólo articulaciones disciplinarias, sino modos de colocar las cuestio-
nes y cómo utilizar los saberes para aproximarnos a la educación desde otras/con otras
perspectivas heurísticas. Así, el capítulo en el que discute la pretensión de fundar una
pedagogía sobre la base de las Ciencias Cognitivas llama a la reflexión acerca de la
“naturalización” (en el sentido ontológico y fenomenológico) de los procesos cognitivos.
Naturalización que distancia a los estudiosos y prácticos de la educación de las
preguntas sobre aquello que sostiene el potencial psico-biológico del aprendizaje y que,
paradójicamente, al considerarlo natural busca automatizarlo, hacerlo eficiente...Evasión
que obtura la capacidad crítica para evaluar la escalada cognitivista que pretende racio-
nalizar las prácticas y estandarizar los procesos de aprendizaje. El capítulo en que aborda
el potencial propedéutico de la Historia de la Educación es complementario del capítulo
en el que Filloux pone en valor el potencial de Foucault para la reflexión educativa. No
obstante, esos planteos interpelan el modo y el sentido que en la mayor parte de las
instituciones de formación docente tiene el saber histórico. Saber de anécdotas, de pen-
samientos y pensadores descontextualizados con los que difícilmente se establezcan fi-
liaciones y deudas teóricas.
De igual modo, el capítulo dedicado al Psicoanálisis y la educación, invita a revi-
sar los reduccionismos esquemáticos de los procesos formativos; y resalta el valor del
psicoanálisis como teoría de la cultura, práctica de interpretación y clave de entendi-
miento de dinámicas vinculares que sostienen la educación como práctica de subjetivación
que se asienta en la intersubjetividad. Un lector atento, puede encontrar en estos textos
señales e indicios de provocaciones a las que podrá curso, según su rigurosidad e imagi-
nación intelectual.
Ocupar el campo epistémico de las Ciencias Humanas le permite a Filloux plan-
tear que la educación es una empresa ética. Desde esa perspectiva aborda la segunda
parte del libro en la que explora las posibilidades de una pedagogía ética. En los capítulos
que dedica a esta discusión, construye un lúcido contrapunto entre dos autores que han
marcado el terreno del pensamiento pedagógico del siglo XX. Durkheim y Tolstoi, re-
flexionan, intercambian, se superponen, se oponen desde la voz de Filloux, en un diálogo
que ayuda a reflexionar sobre temas tan actuales como de la violencia (social y pedagó-
gica), el sentido educativo de las sanciones y castigos en la escuela, en el marco de
procesos de disciplinamiento o de producción de la violencia, según la mirada de cada
autor. Debe agregarse que la presentación de Tolstoi pedagogo, contribuye a profundizar
el conocimiento de las ideas del precursor de las pedagogías libertarias, tan poco conoci-
do y hasta podría decirse, olvidado.
La interrogación acerca de los alcances y las posibilidades de fundar una ética en
el carácter sagrado del hombre y en los derechos humanos como base filosófica, que
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primera parte del texto y al personal de la Editorial Encuentro quien puso todo su esfuer-
zo para hacer posible esta publicación, renovando una vez más la confianza en nuestra
propuesta editorial.
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PRÓLOGO
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PRIMERA PARTE
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Por último, otra paradoja aparece cuando se quiere evocar la relación del “saber”
surgido de la investigación y las “aplicaciones” pedagógicas posibles, o que resultan de
una demanda de practicantes. A veces es el sociólogo, como Durkheim, quien propondrá
aplicaciones “pedagógicas” del saber producido; otras veces, es el pedagogo quien hará
una demanda al sociólogo. Se podrá observar, de todos modos, que un saber científica-
mente elaborado puede ser rechazado o ignorado por el “practicante” pedagogo, porque
choca con hábitos, convicciones o ideologías que se niega a poner en tela de juicio. Se
puede observar igualmente que la tendencia a sacar directamente consecuencias pedagó-
gicas o didácticas de resultados “científicos”, puede significar el deseo del científico de
ser “el que da lecciones”, es decir una especie de toma de poder del mismo científico.
Esas interrogaciones sobre la relación con las disciplinas de conocimiento, con los
saberes sobre la educación y con las prácticas pedagógicas, pueden expresarse de mane-
ras diversas. Puesto que se ha hecho referencia a las Neurociencias ¿qué hay que hacer?;
a la Historia de la Educación: ¿es una propedéutica pedagógica?; al Psicoanálisis: ¿se
debe deducir una pedagogía psicoanalítica? a la Etnometodología: ¿qué nos enseña sobre
lo cotidiano de la escuela?
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CAPÍTULO I
En el texto que sigue, se plantea que el paso de las ciencias pedagógicas a las
ciencias de la educación no corresponde a una simple adecuación del vocablo, a un aco-
modamiento según el gusto de moda. Se trata de una descentración radical respecto de
los problemas pedagógicos. Al inicio de una investigación “pedagógica”, encontramos
casi siempre una exigencia operatoria de mejora de una práctica educativa: está centrada
en el problema del pedagogo. ¿Con qué herramienta es mejor aprender a escribir? ¿Con
qué método enseñar la lectura?
La intencionalidad de las ciencias de la educación tiene una aspiración diferente:
la de un saber, de una investigación fundamental sobre el hecho educativo. En ese senti-
do, las ciencias de la educación podrían estar lo más alejadas de la aspiración del pedago-
go que procura mejorar o ajustar su práctica educativa. En ese sentido también, podrían
estar menos preocupadas por los problemas de desarrollo educativo.
Sin embargo, porque las perspectivas de las ciencias de la educación son descon-
certantes para el pedagogo, se puede pensar que ellas pasarán a ser, en cambio, el ámbito
que puede iluminar el conocimiento de todas las variables que entran de hecho en el
campo pedagógico, pero que el educador no habrá podido ver o sabido prever.
Se puede decir que el educador puede esperar de las ciencias pedagógicas una
mejora, por ejemplo, del proceso enseñanza-aprendizaje tal como es establecido en las
instituciones escolares. En cambio, puede esperar de las ciencias de la educación que
replanteen ese mismo proceso, destacando su falta de especificidad o su inconsistencia; o
si se prefiere, que el proceso enseñanza-aprendizaje institucionalizado no es sino un
avatar sociológico, que no es posiblemente el terreno del aprendizaje, o más aún, el
terreno del aprendizaje menos significativo para la persona.
La investigación llamada pedagógica es una investigación cerrada, porque se en-
cierra en el lugar mismo donde surgió el interrogante, en el problema tal como se lo
plantea al pedagogo. La contribución de las investigaciones en ciencias de la educación
para el desarrollo educativo está, en principio, en la novedad de los interrogantes que
ellas abordan.
***
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“Des sciences pédagogiques aux sciences de l’education: le processus enseigner-apprendre et la recherche
en sciences de la éducation”, Orientations, N° 37, 1971.
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descubrimiento.
Si una propuesta semejante es verdadera y generalizable, eso podría significar que
el paso de la idea de “ciencias pedagógicas” a la idea de “ciencias de la educación” tiene
a la vez significación y consecuencias importantes. La idea de ciencia pedagógica parti-
cipa de la idea misma de pedagogía: de la idea de una problemática de intencionalidad
técnica y normativa. ¿Qué tipo de ejercicio educativo va a permitir el aprendizaje del
dibujo? ¿De qué manera el maestro va a “dictar” tal lección de historia natural? El pro-
blema operatorio es primordial puesto que, es en función de una dificultad promovida
por la acción educativa que se trata de buscar racionalmente, “científicamente”, las va-
riables relevantes o que se suponen relevantes para la solución del problema. Aunque se
utilicen los procedimientos de la pedagogía experimental, que los conocimientos útiles
sean buscados en el cuerpo no específico de la psicología genética (en general casi no se
va más allá), de la psicología social, o de otras ciencias humanas, se trata solamente de
una investigación aplicada, encerrada a priori en la manera misma en que el problema ha
sido planteado al comienzo.
La idea de una ciencia de la educación es, en cierto modo, de orden inverso. Ya sea
que se trate de estudiar, como sociólogo, las correlaciones entre la pertenencia sociocultural
de los alumnos y su éxito en los exámenes; como psico-sociólogo, las incidencias de las
actitudes y de las ansias del maestro en la dinámica del grupo de maestro-alumnos; o las
incidencias de la representación que los alumnos tienen acerca de las salidas laborales
futuras sobre el trabajo escolar; como psicólogo, el efecto Pigmalión; en todos estos
casos la intención es de conocimiento. La perspectiva es utilizar, no los resultados no
específicos, sino la metodología de las diversas ciencias humanas para construir una
sociología, una psicología social, una psicología del hecho educativo que introduzca
nuevos conocimientos.
Al comienzo de una investigación no encontramos entonces un problema inmedia-
to operatorio, cuasi tecnocrático, sino una problemática congénita común a todo trabajo
científico fundamental: la búsqueda de una ciencia que anhela su propio crecimiento. Se
efectúa de este modo, un des-encierro, una des-regulación de la problemática pedagógica
clásica susceptible, precisamente, de quebrar lo que podrían llamarse “obstáculos
epistemológicos” a nivel del proceso del saber (lo que remite probablemente a resisten-
cias a nivel del sujeto comprometido con la búsqueda del saber), y lograr sacar a la luz
algunas variables imprevistas del pedagogo, de las que no se sabe si debemos decir que
son desconocidas o poco conocidas.
Al tratar aquí de desarrollar estas hipótesis y algunas consecuencias relativas a los
aspectos de la investigación en el campo educacional, así como también a la naturaleza
del investigador en ciencias de la educación, nos limitaremos a esta parte del campo,
constituido por el acto de enseñar en el seno de la estructura enseñanza-aprendizaje. En
principio porque un artículo corto no puede sino invitar a poner límites. Y luego porque
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Estas tres categorías de variables están explícitamente presentadas por Gage como
interdependientes; aunque investigaciones diferentes puedan considerar en algunos mo-
mentos, a unas como dependientes, a otras como independientes. En el espíritu de su
obra está fuera de cuestión -y nosotros adherimos totalmente a esta posición- pretender
que alguna sea jerárquicamente más fundamental que otra, al menos a priori. De este
modo la variable “psicología de un educando tal” no es predominante con relación a la
variable “psicología de un educador tal”; es su consonancia lo que es significativo a nivel
de la exploración y de la comprensión del acto de enseñanza.
De esto se deduce (contrariamente a la representación que nos hacemos a veces de
la “ideología” de los investigadores comprometidos en una exploración particular de la
relación educador-educando) que no sería cuestión -desde una óptica de naturaleza
estructuralista- pretender, o bien que exista una relación pedagógica en sí, abstracta,
aislable de los obstáculos administrativos, de las características de personalidad del maestro
y de los alumnos, de sus expectativas de roles; o incluso que todo el proceso enseñanza-
aprendizaje sea de orden relacional. Al pasar del interés de las ciencias pedagógicas,
exclusivamente centradas en el desarrollo del niño, a un interés creciente por la interacción
entre el niño (o educando) y las expectativas, las actitudes del educador, se intenta, sim-
plemente, sacar de la oscuridad algunas dimensiones inscriptas aún en filigranas en el
proceso del desarrollo de la “ciencia del acto de enseñar”.
A la vez, los trabajos relativos al maestro en situación -que un esquema como el
del tipo de Gage permite abordar- pueden ser ubicados significativamente frente a lo que
se convino en llamar psicopedagogía o sociopedagogía. Si esos términos tienen un senti-
do, refieren a una aplicación a la práctica de enseñanza de conocimientos psicológicos
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G. Mialaret, “Théorie, pratique et recherche en pédagogie”, in Debesse M. et Mialaret, G. Traité des sciences
pédagogiques, PUF, 1969. NR: traducido al español como Tratado de Ciencias Pedagógicas, Oikos-Tau,
Barcelona, 1982.
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La investigación, por esto, pretende dejar atrás los estereotipos sobre la “autoridad
del maestro”6, por ejemplo, al buscar la significación misma de esos estereotipos en el
discurso de los educadores, mediante un análisis de los aspectos institucionales y psico-
lógicos de las relaciones de poder, entendidas como relaciones conflictivas de ascenden-
cia-sumisión, del deseo de dependencia y de contra-dependencia; así como dejar atrás
otros estereotipos relativos a la simpatía o a la antipatía, mediante la referencia a las
ansiedades de separación y de fragmentación, al deseo del pedagogo7, a las proyecciones
recíprocas de los protagonistas de la aventura educativa; ir por último, eventualmente
más allá de los “dichos” tradicionales sobre el buen grupo, cohesivo y disciplinado
microsoma de la vida social, mediante el planteo de hipótesis y de conclusiones sobre el
inconsciente de la clase 8.
Si evocamos estas diferentes dimensiones, no es para situarlas en la cúspide de
alguna jerarquía, sino porque su carácter de variables “poco conocidas” resurge en gran
medida del examen de la literatura pedagógica al respecto. Pensamos que se trata de
variables que intervienen a nivel de los procesos estudiados por la pedagogía experimen-
tal, sin que se hayan tomado recaudos con ellas; lo que contribuyó a distorsionar la apli-
cación de múltiples resultados de investigación pedagógica en la situación real de la
clase-grupo. No es sino a partir de ciertos trabajos sobre la afectividad en la clase, por
ejemplo, cómo una pedagogía científica sería susceptible -teniendo en cuenta el proble-
ma de la afectividad en relación con el efecto estudiado de un método pedagógico- de
lograr cumplir sus propios objetivos.
Se podrían hacer algunas observaciones análogas considerando el caso de las
variables sociológicas, tales como la percepción que los alumnos tienen de las salidas
laborales posibles, variables que intervienen igualmente -siempre que las demás condiciones
no varíen y sin que se trate de jerarquizarlas con respecto a las variables afectivas- en la
dedicación al trabajo, el aprendizaje, etc. Lo que nos da la ocasión de subrayar nuevamente
que una de las dimensiones de la actitud empírica en la óptica de las “ciencias de la
educación” del hecho educativo, es precisamente rechazar dar a priori un peso mayor a la
afectividad que a la percepción de las salidas laborales; a las exposiciones en clase más
que a la influencia de la perspectiva de los exámenes. La intención sería más que nada
buscar el impacto a nivel afectivo de la incertidumbre de las salidas laborales, o el impacto
a nivel de las exposiciones del sistema institucional, del control mediante exámenes.
Nos parece, en este contexto, que las investigaciones enmarcadas en la psicología,
la psicosociología y la sociología de la educación, al menos en lo que respecta al ámbito
6
La obra de R.M. Mosse-Bastide (L’autorité du maître, éd. Delachaux et Niestlé, 1968) es un verdadero
manifiesto de estos estereotipos y ofrece un perfecto ejemplo de una pseudo-investigación sesgada por a
prioris pedagógicos sin distanciamiento.
7
Cf sobre la problemática del deseo del pedagogo, Rabant, C. “L’illusion pedagogique”, en L’Inconscient,
oct, 1966.
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poner en evidencia algunas conclusiones relativas al poder del profesor (sobre todo el de
causar reacciones emocionales); al pedido de sumisión por parte del profesor, y la marca-
da discordancia significativa entre la percepción recíproca de ciertos deseos (el de reco-
nocimiento en el caso del alumno, de contactos amistosos en el caso del educador).
Ahora bien, al validar, en poblaciones más extensas, estos resultados obtenidos a
partir de esta encuesta en profundidad, resultó que eran significativos, y por consiguien-
te, generalizables a nivel del conjunto de escuelas secundarias (lógicamente en Estados
Unidos y en la época considerada). Algunos trabajos de ese tipo están por otra parte
desarrollándose en Francia. Lo que quisiéramos destacar al respecto es precisamente
que, utilizando el método “clínico” que consiste en una exploración en profundidad de
las muestras delimitadas al comienzo, así como a procedimientos de análisis de conteni-
do que dan un lugar importante a interpretaciones teóricas estrechamente ligadas al cuer-
po de conocimientos psicológicos (que incluye eventualmente al psicoanálisis y a la
psicolingüística), tratamos de obtener clínicamente “generalizaciones” que respondan a
la demanda planteada por Travers.
Es por esto que, contrariamente a algunos prejuicios sobre la noción de “investiga-
ción clínica”, tales investigaciones no podrían ser identificadas con monografías, brin-
dando únicamente un conocimiento individualizado y parcial. Al contrario diríamos: en
la medida en que la exploración clínica aborda actitudes que pueden ser constantes por
profundas11, ella alcanza, de entrada, el nivel de la generalización. Una de las ventajas de
la utilización de entrevistas de estilo no directivo es precisamente que tocan -más allá de
los estereotipos que los cuestionarios de opinión clásicos se limitan a hacer aparecer-
sentimientos y motivaciones que se ubican en un nivel poco explícito, a veces pre-cons-
ciente; eventualmente contradictorios con las opiniones inmediatas, pero que orientan de
hecho las conductas.
A nuestro entender, las situaciones educativas ponen en juego a la totalidad de las
personas (y a la persona como totalidad) en el juego interactivo de las comunicaciones,
por lo que su investigación requiere particularmente de los métodos clínicos empleados
en el marco actual de la psicología social y de la sociología clínica; sin perjuicio que, una
vez obtenidas las hipótesis, se combinen esos métodos con procedimientos experimenta-
les análogos a los utilizados por los autores de la investigación sobre el efecto Pigmalión.
Esto introduce lógicamente a la idea de equipos donde clínicos y experimentalistas, tanto
como psicólogos y sociólogos, contribuyen para delimitar el fenómeno educativo que se
manifiesta así, como un fenómeno total.
De este modo, una investigación sobre la educación a través de películas de ense-
ñanza, a través del audiovisual en la clase o a nivel de la televisión escolar, debería
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N.T. El autor utiliza la expresión profunda en el contexto del psicoanálisis, lo que remite al sentido constante
y generalizable de los psicodinamismos profundos de la personalidad.
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mostrar cómo la película induce diversas actitudes en los alumnos (tanto frente al medio
como al maestro), suscita tipos particulares de interacciones que condicionan el efecto
sobre el aprendizaje. Ninguna investigación sistemática sobre estos puntos ha sido ini-
ciada en nuestro país, según tenemos entendido, cualquiera sea su lógica. Puesto que
requiere producir películas y emisiones: debería reunir experimentalistas, clínicos,
psicosociólogos y expertos en comunicación de masas.
La mayoría de las investigaciones de este tipo se efectúan, al menos al principio, in
situ, es decir en las clases, en los establecimientos escolares. A través de esta afirmación,
quisiéramos abordar una dimensión característica del tipo “ciencias de la educación” que
no ha sido siempre subrayado. Está fuera de duda que un estudio sobre las comunicacio-
nes en clase no puede no sensibilizar al/los educador/es y a los alumnos objeto de la
observación con los problemas de comunicación e interacción. Si la técnica de recolec-
ción de datos contiene entrevistas no directivas en profundidad, a menudo de larga dura-
ción y de fuerte implicación, el mismo momento de la entrevista puede ser la ocasión de
una reflexión sobre sí mismo, planteando alguna pregunta a sí mismo.
En síntesis, la investigación puede, por el mismo hecho de ser una investigación
situada, transformarse en factor de cambio a nivel del objeto situado sin que por ello
abandone su status intrínseco de investigación fundamental. Nos encontramos aquí fren-
te a una incidencia de la investigación sobre el objeto. Ello evidencia una dimensión
original en relación a la acción, la cual, sin ser específica de las ciencias educativas,
puede ser deliberadamente sistematizada.
Cuando la intervención de la investigación y sus resultados en la dinámica del
proceso educativo investigado hic et nunc es deliberada, entramos, en efecto, en una
situación donde una voluntad de cambio puede transformarse en co-extensiva a la inves-
tigación. Decimos “puede”, pues ésta co-extensividad de una voluntad de cambio no
existe necesariamente al comienzo. De este modo, luego de haber desprendido un cierto
número de resultados sobre los numerosos errores que los profesores cometen en su
apreciación de las percepciones que los alumnos tienen de ellos, Jenkins y Lipitt decidie-
ron entonces (pero sólo entonces) remitir a los profesores de la escuela, la totalidad de
esos resultados. Este feed-back de la encuesta, que fue por otra parte objeto de otra
investigación relativa a las posibilidades de cambio de actitudes mediante la toma de
conciencia, se hizo en momentos en que estaban reunidos profesores y alumnos. Según
los autores, esto provocó modificaciones importantes en el comportamiento interactivo
de unos y de otros en las clases; cambios que se orientaron hacia direcciones que depen-
dían de los mismos actores sociales.
Cuando la investigación participa de una voluntad inicial de intervención median-
te la re-introducción de sus resultados a nivel de la organización o del grupo objeto de
investigación, pasamos de la investigación fundamental a un tipo de investigación que no
es “aplicada” sino que es acción: lo que Lewin llamaba “investigación activa”. Nosotros
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solamente formación con orientación hacia los métodos, técnicas y actitudes de investi-
gación, sino explicitación operatoria de ese deseo.
Aún cuando el investigador está confrontado con una investigación-intervención, es
decir, inscripto en un movimiento donde el feedback de una encuesta es elemento facilitador
de un cambio en el objeto, la esencia de su accionar está en la constitución del saber que será
materia del feedback. Su accionar no es, no puede ser como tal, del mismo orden que el
accionar del actor social, objeto de conocimiento y agente de cambio. Distinguimos aquí
fuertemente el agente de investigación y, en el caso límite de la investigación-intervención
(eso sería evidentemente aún más verdadero en el caso puro de la investigación fundamental),
del agente de cambio, que eventualmente es el actor social. Dicho de otra manera, el
investigador que lleva a cabo una investigación en un establecimiento escolar es, esencialmente,
diferente de cualquiera de los actores sociales comprendidos: educadores, administradores,
alumnos.
Una observación semejante permite aclarar algunos equívocos afines a las relaciones
entre el practicante y el investigador. Por ejemplo, se dice frecuentemente que un buen
investigador debe tener por sí mismo una experiencia vivida de la realidad que él pretende
investigar y, más precisamente, la práctica de enseñanza en una clase para cualquiera que
pretende hacer alguna investigación en el ámbito educativo. Nos parece, al contrario, que,
como lo quería Durkheim, la actitud científica implica un tomar distancia de las prenociones
adquiridas en la inserción en lo vivido en el campo estudiado. El practicante no podría ser
definido a la vez y por sí mismo como una parte de la “naturaleza” del investigador, porque
entonces habría en éste una parte opaca que no podría en ningún momento ser puesta en
situación, en perspectiva. Nos parece particularmente importante en las ciencias de la
educación, separar lo que la escolástica llamaría la “quidditas” del practicante (del educador)
y la “quidditas” del investigador; dicho de otra manera, diferenciar la esencia del investigador
de la del practicante.
Para explicitar esta diferencia tan esencial, habría que ubicarla a nivel del deseo: el
deseo del pedagogo es diferente al del investigador. Para éste no se trata de asegurar la
apropiación de un saber, sino de constituir ese saber; no se trata de asegurar la apropia-
ción de una materia: lo enseñado, por un saber constituido, que es su saber, lo que él
quiere transmitir. Desde nuestro punto de vista, no es indiferente que sea a nivel de una
ciencia pedagógica, es decir de la intencionalidad de una pedagogía experimental, que se
pretenda que el investigador sea al mismo tiempo practicante. Se trata de un corolario de
lo que hemos llamado investigación cerrada, es decir de una investigación que se encie-
rra desde el comienzo, en el universo de la experimentación sobre el problema tal como
se manifiesta al pedagogo, al actor que enseña. Probablemente, el paso de la investiga-
ción centrada en-el-problema-del-pedagogo, a la investigación centrada en el campo-
donde-el-pedagogo-se-plantea-el-problema signifique el paso de un tipo de curiosidad a
otro tipo: es decir el paso a una perspectiva nacida de una curiosidad científica sobre la
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sería a la vez investigador de la enseñanza, del hecho educativo. Puesto que un profesor
persigue este tipo de objetivos, tiene que desprenderse de sus propios objetivos pedagó-
gicos “en situación”; buscar otros campos de investigación distintos de aquellos en los
que él es parte integrante; pasar de su naturaleza de docente a la de investigador, de una
quidditas a otra.
Acabamos de evocar la idea de formación en investigación. ¿Cómo formar en
investigación? Emerge aquí otra problemática pedagógica. Sugerimos solamente que,
hasta el presente, no se ha brindado la atención necesaria a la formación de investigado-
res. Un campo de estudio está ciertamente abierto: ¿De qué manera se forman los inves-
tigadores? ¿Qué objetivos se persiguen? ¿En qué sistema institucional? ¿Con qué postu-
lados a priori? No insistiremos en ese punto: simplemente destacaremos, con Wright
Mills14 que esta formación es actualmente solidaria, en numerosos países con una suerte
de burocratización de la investigación (institutos clausurados, fidelidad a “patrones” au-
toritarios, fetichismo metodológico), lo que orienta la formación de investigadores y
aliena en gran medida la investigación. Una sociología de la formación orientada hacia la
investigación sería un prolegómeno útil para la elaboración ulterior de una pedagogía de
la investigación, y, por el lado de las investigaciones-intervención en ese ámbito, para
una evolución de la investigación científica.
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Merton R., Theory and Social Structure, Free Press, 1957. NR: traducido al español como, Teoría y
estructuras sociales, Fondo de Cultura Económica, México, 1965.
18
Filloux J-C. “Quelques considérations sur la recherche en éducation”, Actes du Colloque international
D’Alencon, Editions Matrice, 1990.
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especialistas ajenos a la pedagogía le permite aprender más a los pedagogos que los
cuestionamientos rituales ligados a sus propias investigaciones? Por ejemplo, nadie, en
los medios pedagógicos había evocado el efecto creador de la predicción del “efecto
Pigmalión” y su incidencia en el proceso enseñanza-aprendizaje. ¿Por qué? No había allí
acaso un bloqueo significativo del universo pedagógico, que traía como consecuencia
hacerlo indiferente a los discursos que no son los suyos. El discurso pedagógico tiene
una intencionalidad operatoria, mucho más que una intencionalidad de producción de
conocimientos. La tendencia a confortar a los que van solos, a los a-priori, a lo instituido,
es muy fuerte; todas ellas son reacciones a la angustia de encontrar algo diferente, según
la perspectiva de Deleuze.
Tal comprobación y los interrogantes que de ella se desprenden, de ningún modo
pretendían significar que la investigación en educación debería limitarse a los diferentes
registros de las ciencias fundamentales (madres). Las ciencias de la educación deben
construir su objeto como cualquier otra ciencia. Por el contrario, sería un error pretender
limitarse a aplicar, en su campo, saberes elaborados por otras disciplinas. No se trata de
transponer los modelos de Piaget a la pedagogía o las adquisiciones de la psicología
social y de la dinámica de grupo a la inteligencia del grupo clase. Por su parte, las
metodologías de investigación por tener la reputación de científicas, no deben necesaria-
mente limitarse a los modelos experimentales. Hay igualmente metodologías clínicas.
Estas pueden tener una gran importancia para la comprensión de la relación enseñanza-
aprendizaje. La posición de investigación promueve, de hecho, efectos sobre el objeto de
investigación. Este se transforma por ese sólo hecho. Los resultados de la investigación,
a su vez, provocan interrogantes en los investigadores-practicantes. Al final de este artí-
culo, se insistía sobre la importancia de la distinción entre estar en investigación (que
puede ser el caso de cualquier pedagogo practicante) y conducir una investigación. Muy
frecuentemente aún en los medios pedagógicos la confusión subsiste entre investigador y
practicante. La “quidditas” de este último y la “quidditas” del investigador no pueden
reducirse a una sola.
1. Si evoco hoy este artículo, es porque la mayoría de las ideas que se encuentran
allí enunciadas me parecen siempre actuales; con la única diferencia que no sería
tan optimista en cuanto a las investigaciones emprendidas en el campo de otras
disciplinas, en tanto incorporables al cuerpo de saber propio de las ciencias de la
educación. Sigue siendo necesario, casi veinte años más tarde, hacer un esfuerzo
considerable para escapar al encierro mencionado anteriormente. Siempre nos
sorprendemos por las reacciones que aún siguen suscitando los artículos y expo-
siciones en coloquios, cuando es necesario acudir a referentes psicoanalíticos.
Las resistencias siguen siendo considerables en los pedagogos. Por su parte, los
enfoques aparentemente pluridisciplinarios se revelaron desalentadores, porque
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M. Tardy, “Sciences de l’éducation, considerations épistémologiques”, Publications du CNDP de Strasbourg,
N° 2, 1984.
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G. G. Granger, Pour la connaissance philosophique, Odile Jacob, 1988.
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síntesis de los trabajos sobre la relatividad, desde Bohr y la física molecular además de
los avances más recientes de la biología y de la genética, se hizo evidente que una nueva
epistemología se puso en marcha en las ciencias duras. La rigidez metodológica, parodia
del rigor, debe dar lugar a la imaginación metodológica que se traducirá en la creación de
técnicas nuevas, imprevistas, a través de la utilización de hipótesis que ya no respondan
a los criterios de falsificación de Popper, sino de la aceptación de lo que se puede llamar,
al decir de Michel Foucault, “el extravío de aquel que conoce”. En la ideología canónica
de las ciencias duras, la estrecha relación entre el sujeto que observa y la realidad obser-
vada sigue siendo inmediata. No es mediatizada. Ahora bien, el modo no es exterior al
sujeto que sabe, porque éste último está en el mundo. Volvemos a encontrar las relacio-
nes de incertidumbre de Heisenberg.
Actualmente, los especialistas de las ciencias llamadas exactas vuelven a cuestio-
nar, ellos mismos, la noción de objetividad. Es o bien el abandono de la creencia en una
verdad total o el fin de la ciencia misma. La dominación del lenguaje científico por las
matemáticas, el imperialismo de la cuantificación, ceden de este modo terreno en prove-
cho de lo cualitativo. Como lo dice muy acertadamente el físico Gerard Horton, las
ecuaciones son incapaces de agotar las riquezas de lo real21. Los signos de la presencia de
una epistemología semejante son múltiples en el campo epistemológico post-Bachelard.
Es por demás sorprendente que al cabo de las últimas décadas, las ciencias del
hombre y dentro de esa unidad, las ciencias de la educación, se hayan aferrado, so color
de cienticifidad, a la imitación de los procedimientos de la época pre-einsteiana; al adhe-
rir paradójicamente a una epistemología criticada severamente por las mismas ciencias
duras. Aún hoy, la psicología y la psicopedagogía procuran eliminar, o al menos reducir,
la subjetividad del investigador. La sociología que opera con estadísticas superpuestas
aspirará a ser objetiva, por positiva. La objetivación de los datos, en este caso lo vivido
por los actores sociales, intentará traducirse en modelos cuantificables correspondientes.
Todo sucede como si la epistemología actual de las ciencias humanas estuviera aún de-
trás de una “epistemología” con respecto a las ciencias de la materia. Posiblemente esta
sea una de las razones de la falta de imaginación, de rechazo a un cierto extravío, incluso
de la tristeza que reina en una buena cantidad de laboratorios. Podría extraerse una con-
clusión de estas observaciones. Si se debiera hacer un encuentro entre ciencias humanas
y ciencias duras, en el plano de la cientificidad, éste se llevaría a cabo probablemente en
el marco del rechazo del cientificismo de antaño, de la tendencia a regresar al entusias-
mo, a una liberación metodológica.
21
G. Horton, “Sur les processus de l’invention scientifique dans les perceés révolutionnaires”. Colloque de
Tsukuba, Sciences et simboles, Albin Michel, 1985.
37
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
38
JEAN CLAUDE FILLOUX
39
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
22
Cf. Los textos de J.P. Astolfi, “Le paradoxe de la recherche”, de M Huteau y E. Loarer, “L’éducation
cognitive”, Sciences Humaines, N° 12, 1996; los textos publicados en el N° 344 de Cahiers pédagogiques
sobre el tema “Aprender a razonar”; también de F. Richard “Las actividades mentales”; de M. Develay,
“Razonar y resonancia” y de A. Giordan, “Concepciones y razonamientos”.
40
JEAN CLAUDE FILLOUX
23
G. Mialaret, “Etude scientifique des situations d’éducation”, L’ année de la recherché en sciences de
l’education, PUF, 1988. “Toda situación de educación está sostenida por un número infinito de variables
independientes, un número cuasi-infinito de variables dependientes”; ello habla “de las complejidades de
toda situación de educación”.
24
J. Ardoino, “Approche multiréférentielle”, en Les avatars de l’éducation, PUF, 2000.
41
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
42
JEAN CLAUDE FILLOUX
CAPITULO II
Prólogo
En 1984, acababa de aparecer El hombre Neuronal25 libro provocador a más no
poder. Con fórmulas a menudo terminantes, J. P. Changeux elaboraba allí una teoría del
psiquismo basada en los resultados de investigaciones sobre la actividad neuronal del
cerebro. No puede decirse que el psiquismo tiene como “substrato” la máquina neuronal,
sino que se ubica en el “interior” de la red compleja de neuronas. El hombre no es sino
neuronal.
Fue entonces cuando Charles Hadji publicó un artículo titulado: “Neurobiología y
pedagogía: el hombre neuronal en situación de aprendizaje”26. Dice allí: “Es posible, si
no urgente, aplicar y utilizar directamente las tesis de Changeux en las prácticas pedagó-
gicas, y más aún, los resultados de las neurociencias en la construcción de una “pedago-
gía revolucionaria”. En El Hombre Neuronal no aparece en ningún momento la idea de
una aplicación pedagógica de las investigaciones sobre el funcionamiento neuronal pero,
según su lectura, Hadji se manifiesta fascinado por esta figura de un hombre que no sería,
en definitiva, más que un cerebro neuronal.
En el texto que sigue27, me propuse analizar la seducción ejercida por Changeux
sobre un Hadji que representa en cierto modo al pedagogo. ¿Qué es lo que hace “buscar
afanosamente” al pedagogo enfrentado a una teoría del aprendizaje “por estabilización
selectiva de sinapsis en vía de desarrollo”? También era importante hacer una pregunta
de fondo: ¿Qué quiere formular Changeux? ¿Qué sentido debemos dar a sus provocacio-
nes: ¿materialismo reduccionista o simple sistema de hipótesis de estilo “científico”?
¿Hadji pretende ser cómplice del llamado “materialismo metodológico”?¿Qué quiere y
qué no quiere ver Changeux en las tesis que sospechan de la idea misma de la realidad
psíquica?
A pesar de la fecha, este texto, publicado como respuesta al de Hadji, me parece
siempre pertinente. Por una parte, parece que a pesar de las posiciones críticas en el
25
Jean-Pierre Changeux, L’homme neuronal, Fayard, 1983. Notas del revisor: las citas de la obra de Changeux
que utilizó el autor en este capítulo, están indicadas con el acrónimo HN. Traducido al español como El
hombre neuronal, Espasa Calpe, Madrid, 1985.
26
Charles Hadji, “Neurobiologie et pédagogie, l’homme neuronal en situation d’apprentissage”, Revue
Francaise de pédagogie, N° 67, 1984. Nota del revisor: las citas de la obra de Hadji que utilizó el autor en
este capítulo, están indicadas con el acrónimo RFP.
27
Filloux, J-C, “Le pédagogue et l’ “homme neuronal”, Revue Francaise de Pédagogie, N° 70, 1985.
43
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
ámbito mismo de las neurociencias, J.P. Changeux mantiene siempre sus posiciones. Por
otra parte, algunos pedagogos, como Hélene Trocmé28, quieren, a la manera de Hadji,
plantar las bases de una “neuropedagogía”. Las preguntas de los años 1985 siguen te-
niendo vigencia.
44
JEAN CLAUDE FILLOUX
Se puede preguntar, entonces, cómo y por qué un texto -que no solamente no deja
lugar ni a la psicología y ni siquiera a una psico-biología en provecho de la biología; y que
llega incluso a teorizar si para el hombre es suficiente ser un Hombre neuronal- puede ser
propuesto para tener un impacto decisivo en el pensamiento pedagógico.
El artículo de Hadji introduce dos líneas de preguntas. Una tiene que ver con el
pedagogo; la otra con la ambición misma de Changeux. ¿Qué (de la obra) de Changeux
puede fascinar o atraer al pedagogo? Esta pregunta introduce a una problemática pedagógica.
Pero está ligada a una reflexión inevitable sobre la lectura que Changeux hace de los datos
neurobiológicos a disposición de la epistemología que la funda.
Desde las primeras páginas de El Hombre neuronal, Changeux enuncia su inten-
ción filosófica: abatir el espiritualismo, demostrar que para comprender al hombre, no es
de ninguna manera necesario recurrir a la noción de Espíritu (a partir de ahora, ¿para qué
hablar de “Espíritu”?). Para lo cual se propone establecer que “las posibilidades
combinatorias ligadas al número y a la diversidad de conexiones del cerebro del hombre,
parecen efectivamente suficientes para dar cuenta de las capacidades humanas” (HN,
364). Toda la argumentación del libro consiste en una descripción muy detallada, segura-
mente notable, de la red neuronal y sináptica del cerebro; red conectada gracias a señales
químicas o eléctricas; gigantesco ensamblaje de decenas de miles de millones de “telas
de araña” neuronales, encajadas unas con otras y en las cuales “crepitan” y se propagan
miríadas de impulsos eléctricos relevadas, aquí y allá, por una rica paleta de señales
químicas (HN, 171). Si a esto agregamos la intervención del código genético, diremos
que la acción de los genes y de las propiedades neuronales mensurables, explica el fun-
cionamiento cerebral lo suficiente como para decir que la actividad global, “reducida a
propiedades fisico-químicas” se hace descriptible con los mismos términos que los em-
pleados por el físico y el químico” (HN, 130).
Pero esta argumentación, dirigida en contra del espiritualismo (el “espíritu” inde-
pendiente del cuerpo, incluso el alma inmortal, etc.), alcanza, de hecho, otra cosa: la
noción misma de psiquismo, de la realidad psíquica. De este modo Changeux concluye
proponiendo un modelo de hombre que deja de lado a priori, como sin interés explicati-
vo, lo que él es como sujeto, proveedor de sentido, es decir, humano. El hombre es Neuronal
(físico-químico, etc.) y sólo es eso. Vemos el paralogismo inicial, que asegura el substrato
filosófico de la tesis: se identifica el Espíritu de los espiritualistas con lo “psíquico” o con
lo “mental” de los psicólogos. En cambio, cuando el discurso psicológico habla de “vida
del espíritu”, conciencia o inconciencia, se ubica en el universo de las determinaciones
propiamente psíquicas cuya relación con determinaciones neuronales se plantea efecti-
vamente, pero que no podrían ser identificadas con el alma del espiritualismo clásico.
Este paralogismo permite a Changeux, por una parte, negar cualquier aproxima-
ción al sujeto (que epistemológicamente no existe) en términos que no sean estricta y
objetivamente mensurables. De allí la reactivación, de hecho, de un radicalismo
45
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
***
El capítulo de “El hombre neuronal” que parece haber fascinado a Hadji es el que
30
André Green, “L’homme machinal”, Le temps de la réflexion, t. IV, Gallimard, 1983.
46
JEAN CLAUDE FILLOUX
está consagrado a lo que Changeux llama los “objetos mentales”. Como vimos, el encé-
falo del hombre es un gigantesco ensamblaje de telas de araña neuronales, del que se
trata de comprender cómo él justifica las “facultades consideradas tradicionalmente como
dependientes del “psiquismo” (HN, 173). Changeux retoma el lenguaje psicológico que
habla de percepciones, de imágenes, de memoria y de conceptos, para aplicar esos térmi-
nos a “formas o estados diversos de unidades materiales de representación mental” u
objetos mentales. La escalera levantada para “reducir” la fortaleza de lo “mental” con-
cluye en una materialización (electro-química) de las imágenes (“materialidad de las
imágenes mentales”) y más ampliamente, de la conciencia (“la conciencia se define como
un sistema de regulación global”). El objeto mental, si se comprende bien, es del orden
del objeto; es decir de la organización neuronal, pero…es mental. ¿Cómo es eso posible?
Yo me represento el mundo exterior, lo memorizo y lo pienso. Estados de concien-
cia, se dice a veces. Estados “mentales”, también. Ahora bien, la tesis de Changeux sólo
tiene en cuenta lo neuro-biológico: se trata de pasar de lo electroquímico a la representa-
ción conciente. Es muy simple: basta con plantear que la máquina cerebral “es” repre-
sentación del mundo que la rodea. El texto más sorprendente se ubica en la página 229 de
El hombre neuronal: “la máquina cerebral construye representaciones mentales porque
ella es representación del mundo que la rodea. Su organización anatómica, es decir, el
ensamblaje de sus neuronas y de sus sinapsis contiene esas representaciones, y esta
organización caracteriza a la especie”. La máquina contiene y construye lo conciente de
alguna manera, por preterición31. Y puesto que se interpretó así, mediante una verdadera
digitación, lo que sería necesario fundamentar en teoría neurobiológica (pero que es
justamente inexplicable en la mencionada teoría), es cómodo hablar de psicología sin
reconocer el psiquismo. El “percepto” será la entrada en actividad de una “asamblea” de
neuronas luego de una estimulación “exterior”; la “imagen” de cuya “materialidad” no
quedan dudas, provendrá de una estabilización selectiva del acoplamiento entre neuronas.
El “concepto”, por último, será solamente una imagen simplificada, “esquelética” que
refiere a la misma “materialidad neuronal” (HN, 179). En la medida en que estos “obje-
tos mentales” se liguen, en el marco de las operaciones y de cálculos, se forman algunas
combinaciones. Changeux no duda en retomar por su cuenta la expresión “lenguaje del
pensamiento” puesto que las imbricaciones, el desarrollo en el tiempo de las cadenas así
formadas “constituye”, en definitiva, el pensamiento (HN, 181). Y, de ahí en más, todo el
vocabulario del campo psicológico que postula al sujeto de pensamiento, podrá ser
retomado en acepciones no dichas que deniegan el sujeto.
31
“El número de neuronas involucradas en la grafía de un objeto mental no es conocido: ¿cientos de miles,
millones? Se concibe que si estos conjuntos poseen cierta autonomía aparecen propiedades nuevas… ¿Quiere
decir que la conciencia “emerge” de ellas? Sí, si se toma la palabra “emerger” al pie de la letra, como cuando
se dice que el iceberg emerge del agua. Pero es suficiente decir que la conciencia es ese sistema de regulación
y funcionamiento (HN, 227).
47
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
¿Se puede en esas condiciones afirmar -siguiendo a Hadji- que la teoría de los
“objetos mentales” es para el pedagogo, el “aspecto más estimulante” de El hombre
neuronal, al punto de arriesgarse a proponer una representación esquemática? Por ejem-
plo, que las especulaciones sobre la elaboración del “lenguaje del pensamiento” deberían
contribuir para una mejor comprensión de los procesos de abstracción y de pensamiento
racional; de la manera cómo se ejerce y cómo puede “ejercer el espíritu”? Al decir que la
“puesta en memoria” no es sino el resultado de la estabilización del “acoplamiento”
entre neuronas, el hombre neuronal confirmaría “de manera sorprendente, un punto esen-
cial para los pedagogos: no se retiene nada si no se hace nada” (RFP, 43).
Cuando Hadji extrae de la teoría de los objetos mentales, consecuencias pedagógi-
cas relativas al aprendizaje del pensamiento abstracto, la introducción del orden y de la
coherencia en el discurso, la vigilancia en cuanto a las relaciones con la realidad, la
exigencia de estar atento en la escuela, la puesta en pie de una educación que “no tiene
miedo de la abstracción” (no se puede dejar de pensar que finge creer que bajo los térmi-
nos de percepción, memoria, ejercicio mental Changeux pone el mismo contenido que
él, o que el pedagogo, hablando de atención, ejercicio mental o voluntad). O que, si no es
cuestión de ficción, una complicidad objetiva que hay que descifrar, fundamenta su dis-
curso.
Esta ficción, o esta complicidad, se las encuentra cuando Hadji se apoya en otro
tema dominante de El hombre neuronal, que ya hemos evocado, los mecanismos del
aprendizaje. No se puede, ciertamente, pensar que la neurobiología aporta elementos
nuevos, puesto que establece que en un conjunto de conexiones posibles provistas por el
programa genético, la actividad estabiliza algunas de ellas. Por consiguiente, el aprendi-
zaje se caracteriza por la “creación” de grafías particulares; y depende a la vez de meca-
nismos genéticos y epigenéticos en el marco de las interacciones con el medio.
Genéticamente habría una redundancia de conexiones sinápticas utilizables lo que pro-
duciría una estabilización selectiva, que traduciría (o ¿expresaría? ¿representaría?) una
falla que origina la adquisición de nuevas performances. La noción de “envoltura genética”
tomada de Changeux, lleva a Hadji a comentar esos textos en términos deliberadamente
psicológicos: hacer trabajar al espíritu a fin de estabilizar las conexiones, darse cuenta
que “cada uno no es justamente tan inteligente como lo es naturalmente, ni aunque lo
quiera”, etc. La cuestión pedagógica sería hacer que un alumno sea capaz de “convocar”,
de la manera más pertinente, el mayor número posible de neuronas, para estabilizar el
máximo posible de ellas de manera óptima (RFP, 39).
Ahora bien, Hadji parece no ver las redundancias que intentan hacer más sólido el
discurso de Changeux; redundancias que algunos comentarios de científicos pusieron en
evidencia. De este modo, destacamos que Changeux se abstuvo de defender su
reduccionismo frente a tesis muy diferentes de otros biólogos como John Eccles o Robert
48
JEAN CLAUDE FILLOUX
Sperry32.
La discusión más necesaria a nivel de las aplicaciones pedagógicas (es decir, de la
transposición de un modelo “científico” a un modelo “pragmático”) debería, sin embar-
go, tratar sobre la idea misma de sujeto humano que es comunicada a través del discurso
de Changeux. Dijimos negación de la realidad psíquica; más aún, una suerte de rechazo
del sujeto, que sin embargo no debería para el pedagogo, pasar a las pérdidas y ganancias
de la identificación neurobiológica.
André Green retoma en la revista El tiempo de la reflexión33, el texto ya citado de
Changeux (“ la máquina cerebral…es representación del mundo que la rodea”), demues-
tra que más allá de acusar el temor epistemológico, la idea que la traducción psíquica de
lo biofísico neuronal no es sino representación, expresa bien algunas elecciones funda-
mentales en cuanto a las relaciones del sujeto con el medio, y a tener en cuenta el sentido
de sus conductas.
Solas en principio, las llamadas funcionas cognitivas están en juego. Lo “mental”
es reducido a las representaciones (“los objetos mentales”); las representaciones son
reducidas al comportamiento cerebral. “Toda la esfera de las representaciones del deseo
y de sus lazos con el afecto y los sentidos” está excluida. Por lo demás, al darse el mundo
exterior en el comportamiento cerebral (a instancias del principio de un objeto exterior
unido al objeto mental), Changeux escamotea el problema teórico planteado por la iden-
tificación de lo neuronal y de lo mental: ¿cómo el hombre neuronal entra en diálogo con
el mundo exterior y con los otros hombres neuronales? Green insiste con justa razón
sobre la dificultad con que se encuentra Changeux de elaborar un modelo de la relación
del sujeto con el medio físico y humano. No basta con pasar del lenguaje neurobiológico
al lenguaje psicológico (percepto, imagen, concepto) para que se explique (excepto a
instancias del principio neural=mental) la conciencia de objeto. Si hay escamoteo, dice
Green, es que hay “negación del hiato que separa la representación que el biólogo se
hace de la actividad cerebral y que supone ser la que el cerebro se da a sí mismo y la
representación del objeto exterior según los datos de la introspección, traduciendo ésta
en términos del procedimiento precedente” (TR, 356).
32
John Eccles, premio Nobel, enseña neurobiología en la Universidad de Nueva York. En The Human Psyche
y en una obra recientemente traducida (al francés) Le mystère humain (Mardaga, 1981), él se opone a la idea
de considerar al hombre como un robot y su cerebro como una computadora. Ha escrito junto con Karl
Popper una obra titulada The Self and his Brain.
Robert Sperry, igualmente premio Nobel, dirigió investigaciones de neurofisiología en California. Es conocido
por sus trabajos sobre “el cerebro hendido” y por un libro titutlado Science and moral priority. Escribe, “una
de las enseñanzas del laboratorio es que los últimos descubrimientos de la biología implican una interpretación
marcando una ruptura directa con el pensamiento materialista y conductista que ha dominado la ciencia
neurológica desde hace décadas”.
33
André Green, “L’homme machinal”, Le temps de la réflexion, t. IV, Gallimard, 1983. Nota del revisor: las
citas de la obra de Green que utilizó el autor en este capítulo, están indicadas con el acrónimo TR.
49
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Maurier que utilizó el autor en este capítulo, están indicadas con el acrónimo S.
50
JEAN CLAUDE FILLOUX
Changeux, afirma Maurier, plantea que “con sus neuronas, sinapsis…”, el hombre
neuronal tiene todo lo que es necesario…para vivir como una máquina. Y sin embargo,
todo ese sistema neuronal, todo ese complejo juego ¿No depende siempre de la existen-
cia de una falla? ¿o más bien, de fallas? Las sinapsis forman tantas grietas, discontinuidades
con las que, si se admite el psiquismo, el hombre puede “jugar”. “El hombre puede vivir
con la “cabeza hendida”35 como una necesidad (solamente) biológica pero esencial para
su existencia humana: en ésta medida es como se hace Hombre de deseo, y puede cum-
plir su especificidad humana” (S, 62).
La noción de estabilización selectiva neuronal, tal como Changeux la utiliza, se
niega precisamente, como lo vio Green, a implicar un sentido de desarrollo del sujeto.
Ahora bien, según Maurier, ¿esta estabilización no implica corte, renunciamiento? Po-
dría ser puro caos, viaje insensato, puesto que un orden se alcanza por el renunciamiento
mismo. Deseo, falta, renuncia, no podrían leerse tal como lo observan los investigadores
contemporáneos. Y Maurier concluye que el hombre neuronal no existe. “Es una abstrac-
ción útil e interesante. Un modelo del que el sistema de la ciencia neurobiológica necesi-
ta probablemente para avanzar más lejos.”… Pero Changeux va más lejos cuando, en
nombre de la Ciencia (y realmente en nombre de una ideología) nos invita a ser “pri-
sioneros inmóviles que miran una comedia de neuronas que habremos escrito nosotros
mismos” (S,69).
Pero, después de todo ¿no es acaso derecho del biólogo proponer un modelo de
pensamiento de lo humano? Sea como fuere, lejos de otros modelos, tales como el de
Eccles e incluso de Freud (sabemos que Freud fue quien contribuyó a abrir la vía de la
teoría de la neurona, aunque se desprendió de la neurología para correr una aventura
diferente, según su modo de ver, más difícil)36; una cosa diferente es que este modelo
pueda ser propuesto por aplicación inmediata a la pedagogía como modelo de acción. Y
la pregunta vuelve a aparecer: ¿Qué puede, de ese modelo de pensamiento, fascinar al
35
El concepto de “cerebro hendido” o “cabeza hendida” reenvía a Sperry y a las prácticas experimentales de
separación de los dos hemisferios del cerebro (Split-brain) que ponen en evidencia el fenómeno de la asimetría
cerebral, los dos hemisferios desempeñan funciones diferentes. Aquí Maurier amplía el sentido del término,
a los espacios o “hendiduras” sinápticas.
36
Freud por sus investigaciones sobre las células nerviosas en el laboratorio de neurología de Brucke en
1878-1879, contribuyó a abrir la vía a la teoría de la neurona. El había advertido muy pronto y de manera
clara la unicidad morfológica y fisiológica de las células nerviosas y de las fibrillas, independientemente de
sus maestros. En 1883, una conferencie en la Sociedad de Psiquiatría muestra que él está a punto de descubrir
la neurona, base de la neurología moderna (La teoría de las neuronas data de Waldmeyer, en 1891).
En su libro La vie et la ouvre de Sigmund Freud, Jones muestra que, más tarde, en 1896, cuando escribe su
Ensayo de una Psicología Científica, Freud se embarca definitivamente en la vía de exploración del psiquismo
humano. Un gran esfuerzo debió costarle nutrirse de la neurología y luego desligarse para aventurarse en un
campo desconocido. Las razones son espinosas y no es nuestro propósito. “Ah, si solamente el psiquismo
pudiese ser descripto con la ayuda de las terminologías de las neuronas, de sus procesos y de sus sinapsis!
¡Esta idea debía parecerle agradable!” (Ernest Jones, 54, 421).
51
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
pedagogo? ¿No será acaso que tiene como objetivo un dominio del saber sobre el hom-
bre; y a la vez la negación de lo que del sujeto, es inaccesible a la racionalidad?
El texto de Hadji nos parece muy representativo de una suerte de idealización,
propia de la reflexión pedagógica, de todo aporte que tenga algún aspecto “científico”,
sobre todo si se trata de las ciencias biológicas. Está claro que Hadji admite como obvio
el salto epistemológico efectuado por Changeux; la asimilación del “aprender” a nivel de
la inteligencia y del ejercicio del pensamiento, a un aprendizaje conductista relacionado
con acontecimientos neuronales; todo ello remite a la negación de una determinación
psíquica de los acontecimientos mentales ( la famosa Bastilla). Hadji admite o finge
admitir (esto es lo que es significativo) para ir más lejos que el mismo Changeux.
Vimos que él interpreta en Changeux, una teorización del pensamiento abstracto
que debe dar lugar a una pedagogía del aprendizaje de la abstracción que sólo está en
filigrana en El hombre neuronal. Igualmente presenta una teorización de la autonomía
del individuo en su relación con los otros (y sobre todo con los pedagogos) a medida que
se desarrolla37. Con más perspicacia, habría podido ver lo que destaca Green: que el
problema de la relación de los hombres neuronales con los otros hombres neuronales es
precisamente lo que no plantea Changeux; o para el que no propone un modelo serio.
Todo sucede como si Changeux colmara una expectativa del pedagogo o de la pedagogía.
¡Qué importan las fallas del modelo, si él encuentra un deseo!
Lo que quiere decir que estamos remitidos al deseo del pedagogo; aunque lo que
puede satisfacerlo (la teoría del hombre máquina), excluye cualquier modelo de deseo.
Al menos hay correspondencia entre la concepción pedagógica presentada por
Hadji y un cierto tipo de fantasma “científico” representado por Changeux. Efectivamen-
te, en Changeux, está presente sin ningún lugar a dudas, el fantasma de un saber neuro-
biológico relativo al cerebro, sus neuronas y sus sinapsis, que lograría ser “integralmente
explicativo” del hombre y de sus conductas (incluso las más delirantes y las más inquie-
tantes), según la reiterada expresión del autor (HN. 1er capítulo).
Pero este Hombre, enfocado desde el saber neurobiológico integral con el que
sueña Changeux, no puede sino ser objeto, nunca sujeto, puesto que el precio del sistema
de El hombre neuronal es el de no existir sino a través de una negación del psiquismo.
Asimismo, esta ausencia del sujeto alcanza proporciones epistemológicas notables pues-
to que, como lo entendieron la mayoría de los exegetas de la obra que hemos citado,
Changeux no se pregunta sobre su propia posición de “sujeto que busca” o de “sujeto que
37
“El ejercicio mental” corresponde a una combinación de actividades nerviosas, que contribuyen a la
conectividad en cortex cerebral, dice Changeux citado por Hadji, que concluye: “no es necesario tener miedo
a la abstracción. Decir que los ejercicios escolares son demasiado abstractos es, en este punto, un absurdo”
(RFP, 42). En cuanto a la autonomía, ella no es más que la marca de aquello que ha extraído el mejor partido
de las potencialidades ofrecidas por la máquina neuronal para construir el número más grande posible de
modelos de comportamiento eficaz, dicho de otra manera devenir verdaderamente capaces de pensar”.
52
JEAN CLAUDE FILLOUX
conoce”. A Maurier le resulta “molesto” que “en ningún momento en el libro se dude en
lo más mínimo, que un investigador pueda ser a la vez objeto de su propia mirada cientí-
fica y sujeto que observa, sin que ello quite validez a la hipótesis filosófica que él extrae
de los resultados de esa mirada” (S, 59). Green subraya, por su parte, “la ausencia total de
reflexión sobre las relaciones entre el saber obtenido y las características inherentes a los
medios para obtenerlo”. Sin embargo, Changeux no puede evitar plantarse en el interior
de su sistema cerebro-neuronal, máquina neurobiológica que edifica la teoría del cerebro
neuronal y de máquina. “Si existe una identificación supuesta, según Green, ésta no
existe entre lo mental y lo neural, sino entre el experimentador y la máquina. El biólogo
se convierte en objeto mental de la máquina” (TR, 368).
¡Éste es el sujeto neuronal que negaría, en el modelo que construye, su esencia
misma de sujeto! En un artículo publicado bajo el título “El físico neuronal”38, el físico
Claude Darzens plantea la cuestión a partir del sistema de leyes físicas que, se supone,
organizan el funcionamiento del hombre “neuronal”. La actividad mental está descripta
en términos de materia sometida a leyes físicas, pero el físico en su proceso de conoci-
miento, “¿Es un hombre neuronal, y en consecuencia, sujeto por su pensamiento a las
leyes mismas que él estudia?” Si reducimos, como Changeux, el acto de observación a
procesos físico-químicos que se desarrollan en el cerebro, los observadores, al estar so-
metidos a la misma física no tienen más un estatus especial que los distinga de los obje-
tos observados”.
Nos parece que todo contribuye para descifrar, en Changeux, hombre (¿neuronal?)
de ciencia, un fantasma compartido ciertamente con otros “científicos”; que expresa a
través de una contradicción flagrante de la tesis propuesta: el hecho de que se trata de un
sujeto que elabora; y que elabora una teoría del no-sujeto, una teoría del hombre-máqui-
na. ¿Paranoia científica? Nuestro objetivo no es señalar, sino solamente hacer una hipó-
tesis sobre lo que puede haber de complicidad con la fantasmática del pedagogo.
Esto quiere decir, si se interpretara más a fondo la “cripta” (en el sentido de María
Torok)39 del texto de Hadji, que allí se expresa algo del fantasma del pedagogo que po-
dría tener, después de todo, todo el poder sobre un alumno decididamente neuronal.
Fantasma de dominación presente en Emilio, adaptado a la moda neurobiológica; fantas-
ma de poder que se ejercerá sobre el alumno por la llegada de la era de las máquinas;
alumno máquina, según la apelación de la ciencia neurobiológica.
Habría pues complicidad con un cierto fantasma de dominio total, pero también
con un sistema de denegaciones y hasta rechazos (el hombre no es sino, etc.), que son los
38
En el excelente artículo de 1984 en Monde, Claude Darzens se posiciona en el punto de vista del físico
frente a su objeto, que es el cerebro humano como constructor de conocimiento físico. El problema
epistemológico planteado es general, pero se le pone un énfasis particular cuando un cerebro neuronal
teoriza la neuronalidad, si se puede decir así, del cerebro.
39
Cf. Nicolas Abraham et Maria Torok, Cryptonymie, le verbier de l’homme aux loups, Flammarion, 1976.
53
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
54
JEAN CLAUDE FILLOUX
Posfacio
A continuación de este texto, dos tipos de preguntas aparecen. ¿Las posiciones de
Changeux se modificaron, evolucionaron desde 1984?¿Qué hay de un concepto tal como
el de neuropedagogía elaborado, por ejemplo, por Héléne Trocmé?
A lo largo de algunos diálogos con Paul Ricoeur, publicados en 1998 con el título
Lo que nos hace pensar, la naturaleza y la regla40, Changeux es inducido, tanto luego de
las objeciones de Ricoeur, como en los momentos de reexposición de su sistema, a reafir-
mar la ideología de base que fundamenta la teoría del “hombre neuronal”. El objetivo
de los diálogos era plantear la pregunta: ¿Cómo un hombre “neuronal” puede ser “su-
jeto moral”? Se enfrentan entonces la fenomenología hermenéutica de Ricoeur y lo que
hay que nombrar como materialismo de Changeux. Igual crítica de una noción de “Es-
píritu” identificada con lo que los psicólogos llaman psiquismo, afirmación de la exis-
tencia epistemológica del “materialismo razonado, consecuente y responsable” (NR,
192), y de un procedimiento que es “evidentemente reduccionista, pero, que no puede ser
de otro modo” (NR, 90). Se puede, de allí en adelante, según Changeux, hablar de estado
mental en términos físicos, “una física de las representaciones producida por nuestro
cerebro; que tienen que ver con la percepción sensorial, la acción sobre el mundo o
cualquier estado íntimo orientado hacia sí mismo ó hacia el mundo” (NR, 88).
Así, todo sucede en el cerebro y puede decirse, entonces, que “el cerebro piensa”.
Paul Ricoeur objeta que se trate de una transposición de un discurso psicológico a un
discurso intrínseco a la neurobiología, de una “amalgama semántica, sobre todo en lo
que atañe a la noción de objeto mental, palabra híbrida y bastarda”. Changeux le res-
ponde sosteniendo que el objeto mental es “un estado psíquico del cerebro” que movili-
za un conjunto de neuronas, un estado psíquico singular, interno de nuestro cerebro (NR,
117).
En efecto, Ricoeur quiere admitir (y es bergsoniano en eso)41 que la red neuronal y
sináptica puede ser denominada “substrato”, “soporte” de la actividad psíquica. Pero
Changeux recusa esas nociones en nombre de su propia epistemología. El espacio de
pensamiento no tiene a la red neuronal como “substrato”, es “el medio interior cerebral”;
tampoco se trata de soporte, puesto que las neuronas son lo psíquico.
En una extensa carta dirigida a la Revista Francesa de Pedagogía, con el título
“Del buen uso de la neurobiología…”, algunos meses después de la aparición del texto
que lo cuestionaba, Charles Hadji citaba a Alain, diciendo que “la admiración es el es-
40
Jean-Pierre Changeux, Paul Ricoeur, Ce qui nous fait penser, la nature et la règle, Odile Jacob, 1998.
41
Se puede leer en la introducción a la séptima edición de Matière et mèmoire (1911) esta comparación de
Henri Bergson: “es incontestable que hay solidaridad entre el estado de conciencia y el cerebro. Pero hay
solidaridad también entre el vestido y el clavo en el que está colgado, porque si se arranca el clavo, el vestido
cae. ¿Se dirá que la forma del clavo diseña la forma del vestido o nos permite de alguna manera presentirla?”
55
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
tricto método para la formación del espíritu”; reconociendo a la vez que la voluntad
firme de Changeux de reducir lo mental a lo neuronal es “sin lugar a dudas, ideológica”.
Pero, agrega, “intentar una descripción neuronal de los mecanismos de aprendizaje no
implica una aceptación de esta reducción ideológica”. Tal descripción es un elemento de
respuesta a la pregunta “qué es aprender” y la cuestión es saber si es errónea o no. Es así
como la neurobiología puede ser “legítimamente invocada” con el fin de aclarar la acción
pedagógica, de “esbozar una estrategia pedagógica que tienda a salvaguardar la capaci-
dad de aprender del sujeto”42.
Charles Hadji, prudentemente no se ubica- a pesar de su admiración por Changeux-
en el marco de la elaboración de una neuro-pedagogía. Hélene Trocmé no duda en “Apren-
do luego soy”, en hacer un llamamiento a investigadores menos reduccionistas que
Changeux, para que construyan un modelo pedagógico que esté en concordancia con la
estructura de nuestro cerebro, y funcione como herramienta para el pedagogo. Los edu-
cadores, afirma, manifiestan un verdadero “desconocimiento” de los mecanismos
neuronales (y hormonales) implicados en la acción de aprender; lo importante es ense-
ñárselos… Una parte importante del libro está efectivamente dedicada a una síntesis de
los descubrimientos recientes en el campo de las neurociencias. El “modelo pedagógico”
propuesto plantea primero que el conocimiento de los “correlatos neurológicos” del de-
sarrollo de la inteligencia, por ejemplo, debe “instruir programas diseñados para el desa-
rrollo cerebral” (JDJ, 55).Las indicaciones dadas por los neurólogos sobre las “definicio-
nes de la memoria neuronal y hormonal deben llegar a ser “palabras-clave” para cons-
truir una pedagogía de exploración, de consolidación y de entrenamiento de la memoria
(JDJ, 74). Sobretodo el pedagogo neuro-pedagogo está obligado a evitar “cometer erro-
res contra el cerebro”, como por ejemplo presentar “pasivamente” la información, “com-
batir la representación del alumno en lugar de aprovecharla”, ideas comunes en el ámbito
de los métodos cognitivos….Más estimulante es, posiblemente, la propuesta de una “pe-
dagogía de la respiración”, destinada a dar oxígeno al cerebro” (id.128, 147).
¿La neuro-pedagogía será el Sésamo de una apertura pedagógica? O, más bien,
¿un avatar del deseo de dominación inscripto en el fantasma de un alumno máquina-
neuronal? De todas formas, la llamada neuropedagogía se propone interrogar el proceso
de aplicación de los datos científicos en el campo pedagógico. En el texto de Michel
Tardy ya citado43, se puede leer una crítica de la tendencia a fundamentar las decisiones
pedagógicas “sobre los descubrimientos de las sabios”, mediante un método “categórico
deductivo” que es precisamente, el de la neuropedagogía. Agreguemos que en el caso de
las neurociencias como maestras de pensamiento, no es cuestión de aplicar las ciencias
psicológicas a las ciencias pedagógicas, sino del paso de los interrogantes que se plan-
42
Ch. Hadji, “Du bon usage de la neurobiologie”, Revue Francaise de Pédagogie, N° 72, pp. 135-139, 1985.
43
M. Tardy, “Sciences de l’éducation, considérations épistémologiques”, CNDP, Strasbourg, 1984.
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CAPITULO III
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a través de su trabajo y a través del de los historiadores que han abordado el mismo
campo de exploración, una doble pregunta: ¿Cuál es el lugar de la historia de la educa-
ción en el cuerpo de lo que se convino en llamar “las ciencias de la educación”? ¿De qué
“historia” se trata? Siendo la pregunta de orden epistemológico, la respuesta dada debie-
ra tener incidencia sobre el valor formador de una toma de conciencia “histórica” del
hecho educativo.
Pues se trata más bien de una anamnesis. Escribe Durkheim: hoy “sabemos que,
para conocerse bien, no es suficiente poner nuestra atención en la parte superficial de
nuestra conciencia…lo que hay que observar son los hábitos, las tendencias que se han
constituido poco a poco a lo largo de nuestra vida pasada; esas son las verdaderas fuerzas
que nos conducen”. Ahora bien, ellas se disimulan en el inconsciente. Por lo tanto, sólo
podemos llegar a descubrirlas reconstituyendo nuestra historia personal y la de nuestra
familia. Lo mismo que, para poder realizar como corresponde nuestra función en un
sistema escolar, hay que conocerlo y no desde afuera, sino desde adentro, es decir por su
historia.
La búsqueda de este inconsciente histórico que el historiador realiza para
desenterrarlo, Durkheim lo ve como un esfuerzo para encontrar lo originario, en un
trabajo sobre todo arqueológico. Escuchemos entonces su discurso: para comprender la
organización de la enseñanza en su significación actual, “no hay que temer remontarse
hasta sus orígenes más alejados; hay que remontarse hasta que hayamos alcanzado el
primer núcleo de ideas pedagógicas y el primer embrión de instituciones escolares que
existieron en la historia de nuestras sociedades modernas”.
El maestro en formación está de esta manera invitado a integrar su pensamiento
profesional en el acto social histórico de regresión al origen. Y es por eso que, encontran-
do el origen de “nuestra” escuela, no solamente en la educación de la antigüedad sino en
el siglo V, cuando se crean las escuelas monacales, Durkheim trata con un cuidado parti-
cular al período que precede al Renacimiento.
Al origen se lo encuentra en las relaciones que se establecen entre la Iglesia primi-
tiva y la enseñanza, el paso de las escuelas monacales a las escuelas cercanas a las cate-
drales y, sobre todo, en el famoso “primer” Renacimiento: el Renacimiento Carolingio
del siglo IX hasta mediados del siglo XI. Durante este último período se constituye en
particular el quiebre último de “las humanidades” y de “las ciencias de la naturaleza”,
con la organización de las disciplinas en “trivium” y “quadrivium”, es decir, en materias
que tienen por objeto “enseñar el espíritu a sí mismo”, por un lado, y conocimientos
“relativos a las cosas”, por el otro45. También aparece el espacio, tomado y cuidado en
45
El trivium incluía la gramática, la retórica y la dialéctica, el cuadrivium la geometría, la aritmética, la
astronomía y la música. Durkheim escribe: “Estas palabras que, a primera vista, nos parecen muy arcaicas,
tan lejanas, ocultan, en realidad, ideas que, en un sentido, son actualmente interrogantes que siempre se
formulan. ¡Que interesante es reencontrarlas así, en sus formas antiguas!
60
JEAN CLAUDE FILLOUX
nuestras clases, dice Durkheim, por la exégesis de textos ya sean antiguos o modernos.
La laicidad no es de manera alguna el problema congénito en la escuela ya que la iglesia
ha sido la primera “institutriz” que pesará fuertemente en la evolución posterior, lo que
suscita problemas y conflictos desde la Alta Edad Media.
Todo este período es reconstruido de manera inteligente. El relato, apoyado en
documentos disponibles, hace referencia al mismo tiempo a un esquema interpretativo
que sirve de base a todo el curso. El sistema escolar en un momento dado de la historia
posee un “continente” (la organización institucional) y un “contenido” (las materias de
estudio). El sistema debe ser relacionado con los parámetros ideológicos a nivel de las
representaciones colectivas, económicas, políticas. Cuando se produce una mutación en
el desarrollo de la enseñanza, Durkheim la muestra en función de una nueva mentalidad,
creadora de “nuevas necesidades” en la conciencia pública, que origina ella misma nue-
vas “aspiraciones pedagógicas”, traduciéndose en modificaciones del sistema escolar.
Conviene señalar que este esquema socio histórico sostiene un discurso atravesa-
do por una suerte de pasión histórica, de búsqueda de comprensión, de inteligibilidad por
simpatía que despierta innegablemente un interés, en el sentido profundo del término, en
el lector. ¿A ese deseo de saber sobre los orígenes será lo que él llama raíz de la función
del conocimiento? O simplemente que a través la reconstitución de la escuela de la Edad
Media se siente la búsqueda cierta de una “objetividad”, pero que participa de la manera
en que Durkheim vive y quiere hacernos vivir ese pasado.
Del pensamiento de la Alta Edad Media -explorado hace casi un siglo por Durkheim-
un historiador, Pierre Riché, dió recientemente una visión quizás más árida, pero que nos
parece igualmente confiable. La obra de Riché, Escuelas y Enseñanza en la Alta Edad
Media, es un perfecto ejemplo de la historia documentada de hoy. Sin pretender contra-
decir a Durkheim, aunque a partir de una documentación más vasta, Riché sabe suscitar
el sentimiento de lo que pasaba (el pasado, es lo que pasó, lo que las personas han hecho)
en las escuelas episcopales, después en las escuelas monacales (con el descubrimiento
del niño ¡antes de Rousseau! y la introducción de la lectura en silencio) y que nos impor-
ta todavía.
Los documentos en bruto, unidos al libro, toman después o durante la lectura, un
color, una vida; es decir, nos hablan. El relato inteligente y comprometido de Riché nos
muestra literalmente al maestro explicando un autor, al alumno recitando los Salmos, tal
como una madre que escribe para su hijo un verdadero tratado de pedagogía (la famosa
práctica de los espejos). Imagen también de la verdadera “internacional de la inteligen-
cia” que constituían los maestros, eruditos y monjes de la época, copiando esos textos
antiguos latinos y griegos, de los cuales nosotros jamás hubiéramos tenido conocimien-
to, viajando desde el Sur de Italia hasta Irlanda en búsqueda del tesoro del conocimiento.
Una historia de la educación, de hechos educativos si se quiere, participa innegablemente
de ese esfuerzo comprensivo, más que interpretativo, conducido por Durkheim a pesar
61
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
46
Cf. Jacques Verger, Les Universités au Moyen Age, PUF, 1973
47
Jacques Verger cuenta, con respecto al Doctorado, que después de recibir la insignia de su grado, el nuevo
doctor ofrecía a los asistentes un suntuoso banquete, acompañado de diversiones y regalos, lo que resultaba
muy caro, al punto que muchos estudiantes, no teniendo como objetivo enseñar, renunciaban al doctorado.
La tradición del “banquete de Tesis”, data desde hace mucho tiempo.
62
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responden a las mismas necesidades? ¿Es un hábito inútil? ¿Los “artificios pedagógicos”
y los estímulos ficticios que se usan en nuestras clases, son simplemente el resultado de una
tradición? “Estamos tan habituados a eso que creemos que esta organización es natural.
Pero precisamente uno de los beneficios que puede tener un estudio histórico como el que
hemos realizado, es disipar esos prejuicios, simples productos del acostumbramiento”.
Sea como fuere, Durkheim ve en las universidades un producto surgido “por la
fuerza de las cosas”, salido de las entrañas mismas de la sociedad medieval que quizás se
exprese mejor que cualquier otra institución”. Una de sus características ocupa particu-
larmente su atención: su vocación universalista. Para retomar la expresión de Riché, la
Edad Media ha visto constituirse una suerte de “Internacional de la Inteligencia” y
Durkheim hablaba de las universidades como órganos internacionales de la vida intelec-
tual y escolar. Se pregunta Durkheim, ese carácter universalista ¿no nos debería ayudar a
comprender lo que es normalmente una universidad hoy? La tendencia al chauvinismo
de las Universidades en los comienzos del siglo XX, ¿no es una perversión de su voca-
ción original? ¿No mienten ellas sobre su naturaleza no queriendo ser, para la Europa
actual, lo que las Universidades de la Edad Media fueron para la Europa cristiana?
Vemos aquí como Durkheim concibe el “interés” de una perspectiva histórica so-
bre la educación. El análisis socio-histórico de las causas de la formación de un sistema
de enseñanza en una época dada de la historia, es susceptible de cuestionar lo que sobre-
vive en el presente, o de diagnosticar eclipses lamentables. Además, este análisis sensibi-
liza el carácter contradictorio de todo sistema escolar que, por un lado se remonta al
contexto cultural, económico, político (la educación tiene por función asegurar las bases
de supervivencia de una sociedad dada) pero posee al mismo tiempo una autonomía
relativa de desarrollo. Y es esta autonomía relativa la que le permite, en cambio, ejercer
una influencia en el proceso social: el estudio de la pedagogía y del funcionamiento de
las escuelas de los Jesuitas después del Humanismo y del Enciclopedismo del Renacimien-
to, lleva a Durkheim a mostrar la influencia de un sistema de educación que establece al
comienzo una naturaleza humana idéntica y uniforme, sobre el individualismo abstracto
de los filósofos del siglo XVIII; y sobre la primacía otorgada a la cultura clásica.
También, un vuelo rápido de la Enseñanza Secundaria después de la Revolución y
del Imperio, lo conduce -en 1904- a proponer superar el formalismo de la enseñanza de
entonces, por una enseñanza del “hombre” que recurre a la historia y a preconizar una
“enseñanza de la naturaleza” que sea un elemento de cultura, lógico y racional.
***
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64
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50
En el curso sobre L’éducation moral, PUF.
65
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
sacrificado, generoso por naturaleza ¿no subyace todavía en los dispositivos de forma-
ción “moral” de los instructores?51 ¿Y no estamos prisioneros de algo arcaico cuando
queremos ver en el maestro no a un instructor, sino un “educador”?
Igualmente hay que tener en cuenta que, dejada de lado la decisión de 1904 de dar
un curso de pedagogía a los futuros asociados, la formación no era considerada como una
herramienta solamente en los escalones inferiores de la jerarquía de los maestros, es
decir en el nivel de los instructores. Es que la formación al oficio de maestro era conside-
rada, como acabamos de ver, esencialmente como una formación moral, destinada a
producir maestros que supieran educar “moralmente” al ciudadano, dándole hábitos
morales al niño, desde la escuela primaria. La “relegación” de la formación pedagógica
en la preparación del rol de instructor puede también interpretarse, como lo sugiere Léon,
en términos de una tradición intelectualista, aristocrática y jerárquica que afecta el fun-
cionamiento del sistema educativo en Francia; en virtud de esta tradición se establece
una relación inversa entre el prestigio de los contenidos de enseñanza y la formación
prevista por los maestros que deben impartirlos.
Las dificultades con las cuales se chocan los que pregonan una formación para los
maestros del nivel secundario y del nivel superior, no tienen otro origen, y, en esta hipó-
tesis ¿no convendría cuestionar (a partir de la perspectiva histórica) la imagen subyacen-
te de una sociedad tradicional, jerarquizada y respetuosa del saber con la representación
de que saber quiere decir competencia pedagógica? Esto es indudable, pensemos que una
de las resistencias de los maestros “de alto nivel” no solamente de la formación pedagó-
gica, sino también psicológica tiene sus raíces actualmente en el prejuicio intelectualista.
Ciertamente, la crisis de identidad que nos complace señalar en el maestro de colegios y
de liceos, lo empuja a un pedido de formación metodológica y personal: pero se contra-
dice con el remanente en sí mismo de un prejuicio, heredado del pasado, que pesa sobre
futuras soluciones.
***
51
Podría referirse al famoso Código Sol, todavía en vigencia…
66
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68
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Sin embargo, si la historia puede (y debe) ser eso, diremos que la historia de la
educación debe evitar dos escollos: el del simple enunciado de hechos y el del postulado
anticipado de una “educación” preexistente a sus formas.
Los manuales conocidos de “Historia” de la pedagogía (Historia de las Institucio-
nes educativas, Historia de las doctrinas pedagógicas) se limitan en general a presentar
una sucesión “en el tiempo” de ideologías, de textos, de documentos. En los ejemplos
que nos da de una historia de la pedagogía experimental, de la noción de aptitud o del
estatus de las disciplinas enseñadas, Antoine Léon no evita la trampa de la historia como
sucesión. El mismo Durkheim, y a pesar del esfuerzo por situar en cada momento la
educación en la ambigüedad de su dependencia (o de su autonomía) relativa frente al
sistema político, concibe a la educación como una sucesión continua de hechos o de
sistemas pedagógicos.
Además del hecho de que el sentido de las prácticas educativas podría aparecer a
través del relato de su sucesión en el tiempo, hay que preguntarse si el prejuicio continuista
subyacente, no conduce a esconder lo que hay de discontinuo en la historia. Las rupturas
en las concepciones del niño en las diversas épocas, en el rol atribuido a las mujeres en la
enseñanza, informan más sobre la problemática actual de la postura del pedagogo, que lo
que haría una simple enumeración de ideologías sucesivas. La ruptura es signo de otra
experiencia de los actores sociales, de otra postura pedagógica, que suscita desde enton-
ces la intervención en el historiador de esta actividad hermenéutica de la que hablan
Veyne y Putman.
Es el momento de decir que este reconocimiento del “otro” (que debe permitir
tomar el sentido específico de un pasado “educativo” y por consecuencia del específico
“presente”) es exclusivo de una epistemología que establecería anticipadamente una de-
finición de educación o de “los hechos educativos” preexistentes. La tendencia de la
historia de la educación (y quizás más generalmente de las ciencias de la educación) no
es la de considerar que existe un objeto (el educativo, el pedagógico) que preexiste como
una esencia platónica, respecto del conocimiento que se puede apoyar en él. A nivel
histórico, esta esencia, vivida en el espíritu del historiador, lo conduciría desde entonces
a ver en la sucesión de los hechos educativos, solamente especificaciones diversas, más o
menos exitosas, la llamada esencia de la educación. Escollos posibles de prevenir, si se
sigue precisamente la lección de Michel Foucault, cuyo aporte a la problemática
epistemológica de la historia es evidente54. Sabemos, en efecto, que para Foucault el
concepto de “locura” por ejemplo, no habría sido concebido anteriormente o preexistiría
en el momento en que ciertas prácticas (encerrar en asilos) de alguna manera, crearon la
54
Nos referimos al Foucault de La Historia de la locura en la edad clásica, del Nacimiento de la clínica, de
La Historia de la sexualidad, y sobre todo, de La Arqueología del saber. En la edición de 1978 de Cómo se
escribe la historia, Paul Veyne dedica un capítulo importante a Foucault: “Foucault revoluciona la historia”.
69
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
locura. Dicho de otra manera, la “locura” no debe ser dicha, debe existir como objeto en
relación al cual se habrían situado históricamente prácticas diferentes: son esas prácti-
cas, por otro lado, las que deben ser dichas, tener objetividad entre los “objetos”; entre
ellos, la locura. Es por eso que primero están las prácticas -prácticas sociales- pero tam-
bién discursos, “prácticas discursivas” que conviene alcanzar y en donde conviene inven-
tar (o reinventar) el sentido constructivo de los objetos. Las prácticas son creadoras de
objetos naturales, y es ese proceso de creación, de objetivación que será retomado por la
historia, y no a la inversa.
En esta perspectiva, lejos de considerar que a través de los documentos, los textos
de leyes, los discursos de los que toman decisiones o las ideologías pedagógicas se deben
reencontrar los avatares de una educación eterna, y se exigirá reconstituir
“arqueológicamente” lo que esas prácticas fundan como “objeto”, es decir qué objeto
educación producen. Los documentos indican prácticas sociales y discursivas, lo que en
una época las personas hacen y dicen; unas personas que supuestamente saben y otras
que supuestamente aprenden. De esta manera se constituye lo que se llama educación,
pero que era otra, que puede ser solamente asimilada por lo que nuestras prácticas engen-
dran con el nombre de educación, hic et nunc.
Agreguemos que Foucault nos invita a descubrir, en ese proceso de objetivación,
una especie de gramática latente que funciona a menudo a espalda de los locutores (también
de los autores de textos y también de los “maestros”) en la acción practicante; gramática
a ser reencontrada por la historia. El objeto, resultado de la objetivación, no habría sido
cómodamente reconocido, delimitado: y se sabe que precisamente el método llamado
arqueológico debería permitir este reconocimiento de la gramática latente constitutiva de
sentido, uniendo las prácticas “emergentes” a otras que forman con ellas una constela-
ción que da, cada una, significado a la otra55.
De esta manera, para retomar en este punto la relación maestro alumno en relación
con los estatus asignados “en la historia” y a las imágenes sucesivas de esta relación,
podríamos decir que el estudio histórico del estatus y de la imagen del maestro puede ser
dirigido, en un último análisis “útil” solamente si se busca comprender cómo se constitu-
ye un “maestro” y un “alumno” a partir de la relación misma concebida como práctica
social fundadora de los términos de la relación.
Durkheim pensaba que el modelo explicativo de los hechos educativos que él pro-
ponía en La evolución pedagógica en Francia, era susceptible de ser aplicado, mutatis
mutandis, en la explicación, es decir en la búsqueda de inteligibilidad de los hechos
55
Agreguemos que para Foucault, las ciencias se sitúan idénticamente, en un momento dado de la historia,
como constitutivas de sus “objetos” en el marco de un conjunto de prácticas discursivas y de reglas que
forman el campo del saber, episteme. Las ciencias humanas tratan como su objeto lo que es solamente condición
de posibilidad: lo propio de las ciencias humanas no es el “hombre”, sino la disposición general de la episteme
que los instaura.
70
JEAN CLAUDE FILLOUX
educativos presentes. Principio de transposición al presente que era, a sus ojos, uno de
los intereses epistemológicos del trabajo histórico. En la perspectiva introducida después
de Marrou, por Veyne y continuando las lecciones de Foucault, ese principio puede ser
retomado. El toma el sentido de la posibilidad de una lectura clínica de la “historia”
aplicada a la observación del presente.
Si, por ejemplo, como Foucault nos invita a hacerlo, aparece que en la historia de
las prácticas sociales y discursivas específicas se han constituido esos “objetos natura-
les” que son el maestro y el alumno, resulta que por transposición, debemos estar alertados
sobre el proceso por el cual nuestras propias prácticas (también el tipo de relación vivído
e institucionalizado en la relación maestro alumno) infieren, no solamente ese contenido
del concepto abstracto de “educación”, sino también una relación de posición determina-
da entre el objeto maestro y el objeto alumno, como objetos de conocimiento.
A nivel epistemológico, la “utilidad” de la historia así concebida sería invitar a un
cierto tipo de mirada sobre lo actual. En particular, sensibilizar a los psicólogos y soció-
logos que trabajan en el campo de la investigación en educación, para la explotación
necesaria de este inconsciente sociológico del cual hablaba Durkheim, anclado en los
valores que daban sentido -e inteligibilidad para el historiador- a prácticas pasadas, a
veces a espaldas de los contemporáneos, inscriptos sin saberlo en la originalidad misma
del presente.
En el marco de lo que se ha convenido llamar las “ciencias de la educación”,
aparece ahora un complemento entre una historia que se pretende hermenéutica (a través
de la reconstrucción de documentos) y avances psicológicos y sociológicos atentos a los
significados inconscientes, implicando para el pedagogo, un recorrido hacia el pasado y
a los orígenes.
Una historia fundada para liberar del peso del pasado, como lo quería Marrou, a
través de la puesta en escena (la escena de la historia…) del inconsciente sociológico,
pero que al mismo tiempo libera y dice de qué se trata, de una filiación de las prácticas de
los discursos con un pasado no rechazable. Doble función de la historia: función crítica,
en la medida en que desenmascara la alteridad, la diferencia (“la frecuencia del pasado
ayuda a liberar la originalidad del presente”, dice Antoine Prost) y, es además suscepti-
ble, como lo ve De Certeau56 de experimentar modelos psicológicos o sociológicos posi-
bles de falsificar; función catártica, por el surgimiento liberador de un saber social sobre
los orígenes, las continuidades y las discontinuidades de procesos en donde las institu-
ciones educativas son el resultado final57.
56
Michel de Certeau, “L’opération historique”, in ob. cit. Faire de l’histoire.
57
René Remond muestra cómo las requisitorias dirigidas por los sociólogos contra la enseñanza, desconocen
el “rol histórico que juega la institución” en la medida en que “ha sido a lo largo de las épocas el principal
71
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Por lo tanto, si las ciencias de la educación deben tratar al “objeto” de las prácti-
cas, habiendo constituido en cada época el enunciado “educación”, ellas deben a partir
de esta arqueología, situarse como constitutivas del objeto “científico” educación, en el
seno del conjunto de los discursos que instauran el objeto “hombres” (discursos de la
psicología, de la sociología, etc.)58.
Jürgen Habermas ha planteado en Conocimiento e interés la cuestión de los intere-
ses de conocimiento. Si nuestros análisis son justos, la historia obedece
epistemológicamente a un interés reflexivo, participa del deseo -que origina los mitos y
la historia- de un saber sobre los orígenes. En su rol de conocimiento, conjuntamente con
las otras ciencias humanas, la historia opera al nivel de una toma de conciencia (crítica o
catártica, como ya lo vimos) reveladora de una escena que es también (si hablamos de
inconsciente colectivo) otra escena. Y, es a partir de allí que conviene establecer, más allá
de las instituciones durkheinianas, su función formadora, al nivel del pedagogo -o futuro
pedagogo- incitado así, a través de la historia, a una reflexión sobre sí mismo y su posi-
ción.
Podríamos equivocarnos al considerar que la historia “enseña” como tal, lo que
sea. ¿No es ilusión del pedagogo el querer proyectar sobre la historia una posición maes-
tra identificando, como hemos visto lo sugiere A. Léon, el saber histórico con un sujeto
docente? La historia no puede ser llamada “enseñanza” más que capturada en la red de
una voluntad pedagógica de enseñanza surgida de la misma historia.
De allí la equivocación de permanecer en el plano de dos “ilusiones” contra las
cuales la enseñanza de la historia garantizaría: sobreestimar el impacto de la escuela y su
propio rol de maestra sobre el devenir social (todo se puede hacer con voluntad) o desani-
marse ante los fracasos de las tentativas de cambio (no se puede hacer nada). Si uno se
ubica al nivel de una historia supuestamente vivida, sentida directamente por el sujeto
(maestro) ya formado -y en la perspectiva de una visión de la historia que pueda jugar el
papel de aclarador de un inconsciente social- el proceso formativo se constituye entonces
en y por el interrogatorio, por la historia, del fantasma de omnipotencia (infantil) inscripta
en la posición del pedagogo, cuya tentación megalomaníaca (Durkheim hablaba de
“megalomanía escolar” como un peligro congénito para la situación pedagógica) y la
tentación de renuncia son caras complementarias en lo idéntico. La historia pone en
cuestión lo que hace, por ejemplo da cuenta de tal abuso de poder o de tal decir de
impotencia en relación con el sujeto y con la historia. Pero también, interrogando tal
psicología o tal sociología sobre la contención que le da a ese fantasma. Así, ciertas
sociologías cuantitativas de las desigualdades no tienen incidencia en el abandono del
instrumento de emancipación de las colectividades y de pronunciación social de los individuos”, en el Prefacio
para la Histoire Génèrale de l’enseignement et de l’éducation en France, por Michel Rouche, François
Mayeur y Antoine Prost, 4 tomos, Nouvelle Librairie de France, 1981.
58
Cf. Michael Foucault, Capítulo X: “Las ciencias humanas” en Las palabras y las cosas. Ed. Siglo XXI.
72
JEAN CLAUDE FILLOUX
Como complemento…
Agregaré solamente en continuidad con este texto, la referencia a algunas lecturas
de artículos y de obras más recientes, susceptibles de precisar cómo una cierta historia
de la educación puede tener un rol formador a nivel, no solamente de las personas, sino
también de los actores-practicantes de la enseñanza.
Es así que Pierre Caspard en una aclaración sobre “la historia de la educación en
Francia”59, plantea que si antes de la época de Jules Ferry la “preocupación de la histo-
ria” había aparecido muy temprano en las autoridades que tenían títulos diversos y
niveles diversos para conducir los establecimientos educativos, para jugar el papel de
“dirigentes”, es finalmente a fines del siglo XIX que esa preocupación se volvió un ins-
trumento de “conciencia profesional” de los maestros. Incluso hay que agregar que se
trataba, entonces en el espíritu de Jules Ferry, de promover una ética moralizadora diri-
gida a “sublimar la rutina cotidiana de la profesión”, de dar a los maestros “un súper yo
prestigioso”. Vimos que Durkheim, en esta época, iba más allá y quería suscitar a través
de la “historia propedéutica pedagógica” nuevas relaciones y nuevos objetivos en las
clases cotidianas. No solamente inculca un civismo abstracto, sino también quiere mos-
trar suscitando el espíritu de la disciplina, la unión al grupo-clase, la autonomía de la
voluntad; es decir, ayudar a los maestros a crear un espíritu nuevo.
En la actualidad conviene tener en cuenta, el tipo de pregunta realizado por Michel
Foucault al historiador, en el marco de su oficio como historiador: el “objeto” pasado
que estudia la historia no es el mismo que el “objeto” presente, incluso si el concepto
necesariamente utilizado sea el mismo. En su libro tan importante titulado Doce leccio-
nes sobre la historia60 Antoine Prost dedica un capítulo al riesgo de anacronismo ligado
59
Pierre Caspard, L’éducation, son histoire et L’Etat, Annali di storia dell’educzione, Nº 5, Editrice la scuola,
1998.
60
Antoine Prost, Doce lecciones sobre la historia, Ed. Du Seuil, 1996.
73
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
61
Paul Ricoeur, La memoire, l’ histoire et l’oubli. Ed. Du seuil, 2000. NR: versión traducido al español como,
La memoria, la historia, el olvido, Ed. Trotta, Madrid, 2003.
74
JEAN CLAUDE FILLOUX
CAPITULO IV
En los textos de Michel Foucault, se pueden encontrar los elementos de una verda-
dera filosofía pedagógica, vinculada directamente con sus concepciones epistemológicas
de la historia. En el texto que sigue, escrito con motivo de la publicación de la obra de un
autor inglés sobre Foucault y la educación, subtitulado “Disciplinas y conocimiento”,
se muestra que las ciencias de la educación deben tomar en cuenta esta “filosofía peda-
gógica de Foucault” elaborada a partir de una historia de prácticas y discursos sucesi-
vos que construyeron el orden de lo pedagógico62.
75
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
cimientos” se trata de reconstituir la historia del sujeto que piensa y es pensado, que
habla y de quien se habla para analizar el presente. Paul Veyne, en un texto titulado
Foucault revoluciona la historia, puso precisamente el acento sobre la originalidad de la
historia foucaultiana, que se interesa en principio por prácticas y discursos que constitu-
yen, fabrican, de alguna manera objetos de conocimientos. Para Foucault, señala Paul
Veyne, no hay “gobernantes” o “gobernados” a través de la historia, sino solamente prác-
ticas que “objetivan” a unos y otros en épocas diferentes65.
La historia se convierte así en el instrumento de un proceso/ procedimiento/enfo-
que que debe dar origen al nacimiento, a la genealogía de categorías de pensamiento, lo
que las hizo posible. Ellas fundan por ejemplo nuestras evidencias sobre la locura, la
sanción, la sexualidad; cómo fueron problematizadas y se convirtieron en “susceptibles
de ser pensadas” las prácticas médicas del siglo XVII y XIX, las prácticas educativas del
siglo XVIII, las mismas ciencias humanas que plantean al hombre como un objeto. En la
cuestión/ discusión los discursos –textos y documentos- son ellos mismos de alguna
manera “prácticas” y es por ello que Foulcault crea el término “prácticas discursivas”.
En una entrevista, con fecha de mayo de 1984, explicita su proyecto de genealogía
(“llevar el análisis a partir de una pregunta presente/actual”) en estos términos: “reencontrar
las problematizaciones”, es decir, “el conjunto de prácticas discursivas o no discursivas
que hace entrar algo en el juego de lo verdadero y lo falso y lo constituye como objeto
para el pensamiento”. Esta búsqueda debe constituir una verdadera “actualización”, a
través de “las cosas dichas” en los diferentes ámbitos del pensamiento, de una especie de
gramática profunda que construye los objetos del pensamiento. De esta manera las prác-
ticas y los discursos sucesivos construyeron el orden de lo médico y de lo pedagógico.
Es en Vigilar y Castigar donde Foucault analiza explícitamente las prácticas -
discursivas y no discursivas- educativas en el contexto de sus reflexiones sobre el tema
poder-saber. Pero nos parece que es conveniente situar estos análisis en los primeros
trabajos de Foucault, preguntándose si sus últimas obras no implican -como lo sugiere
por otra parte uno de los autores del libro citado más arriba- una especie de filosofía
pedagógica del ser humano. La noción de “objeto” como “construido” por discursos y
prácticas, remite efectivamente a la de un “sujeto” que plantea estos discursos y es plan-
teado por estos discursos.
Clásicamente, se divide el itinerario foucaultiano en función de tres etapas, que
corresponden en líneas generales a los años 60, 70 y 80. Recordemos lo esencial relacio-
nándolo precisamente con los tres tipos de enfoque del “sujeto” abordado sucesivamente
como objeto de saber, como objeto de poder y finalmente, como sujeto de una conducta
individual.
65
Este texto se sitúa como anexo de Cómo se escribe la Historia, Paris, Seuil, 1971.
76
JEAN CLAUDE FILLOUX
77
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
78
JEAN CLAUDE FILLOUX
III. Interrogaciones al pasado a partir del presente: método genealógico. Muy bien.
El lector de las páginas más fuertes de Vigilar y Castigar -del cual solo indicamos
el esquema- no puede evitar interrogar el sentido, la actualidad de los análisis de
Foucault en su relación con la educación escolar contemporánea en Francia. Está
claro que ellas tienen algo que molesta, lo que puede explicar que sean margina-
das por los profesionales de la educación. Pero es necesario decir además que
ellas reafirman los trabajos clásicos de sociólogos que muestran la dependencia
de la distribución escolar del conocimiento frente al poder político y económico.
En El orden del discurso, 1971, Foucault plantea que las significaciones de los
“discursos” no provienen del lenguaje, sino de las prácticas institucionales de
poder; y en lo que respecta a la educación, escribe; “Todo sistema de educación
es una manera política de mantener o modificar la apropiación de los discursos,
con los conocimientos y los poderes que llevan consigo”. Estamos cerca de
Bourdieu, Baudelot, y Establet.
Sin embargo, es conveniente reconocer la especificidad de su enfoque, de no otor-
gar un contrasentido a propósito del concepto poder-saber. En la entrevista citada, Foucault
se defiende de haber dicho “que el saber se confundía con el poder, que sólo era una
delgada máscara arrojada sobre las estructuras de dominación y que éstas, eran siem-
pre opresión, encierro”. De esta manera, Foucault no quiere decir que la escuela es sólo
una “micro-sociedad disciplinaria”, sino que ella participa de un tipo social que surgió
entre los siglos XVII y XIX, basado en una relación nueva poder-conocimiento del cual,
79
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
por ejemplo, el paralelismo del encierro del loco con la elaboración del saber psiquiátri-
co es una ilustración.
La escuela es un analizador, al mismo tiempo que un campo de análisis, de un cierto
punto de vista: aquel en donde se encuentra al sujeto alumno que se convierte en objeto de
pensamiento, de saber objetivado y, en consecuencia, de un cierto tipo de “poder”.
Es por ello que “lo analítico del poder” en el cual toma lugar el estudio de la
escuela se distancia de una óptica de estilo marxista y no apunta a la constitución de una
teoría económica-política del poder. Dejando de lado un discurso marxista sobre el po-
der, nos volvemos atentos a su unión indisoluble con la fabricación de saberes que pre-
tenden verdades.
La noción de efectos de verdad-efectos de exclusión o de invalidación de otros
conocimientos, de descalificación permite a Foucault mostrar cómo en una sociedad
dada, los efectos que surgen de los discursos calificados como verdaderos, son a la vez
producidos y legitimados por “técnicas” de poder.
Muchos de lo autores reunidos por S. Ball en la obra que nos orientó hacia Foucault,
intentaron ser sensibles a la vigencia de Foucault, tratando de permanecer cercanos a la
especificidad de su enfoque, y de extender el campo de sus análisis de la escuela. No es
de extrañarse que en su tentativa de “exploración de la obra de Foucault en el campo de
la educación” se destaque su “fascinación por la “disciplina” y el “examen”.
Señalaremos especialmente/particularmente con S. Ball la manera en la que
Foucault sabe jugar con el doble sentido de la palabra disciplina, rama de conocimiento
y sistema de corrección y control a la vez, de modo tal que se puede decir que “la disci-
plina hace posible la disciplina” (pudiendo invertirse el orden de las palabras...) Así, la
clasificación del conocimiento en disciplinas siempre forma parte de prácticas de divi-
sión que se observan tanto en el uso objetivado de los tests, la separación en filas, como
en la especialización de diversas ciencias que pretenden acercarse al campo de la educa-
ción: la psicología cognitiva, la didáctica, etc. La sociología de la educación, que se
desarrolló en Inglaterra con Basil Bernstein, es según S. Ball, típica de las prácticas de
división, al proponer un modelo sofisticado de patología social que presenta a la familia
obrera con una deprivación cultural para el niño. “Se considera que el fracaso escolar
está situado más allá de los comportamientos del maestro, determinado culturalmente e
inevitable… Los maestros están provistos de un vocabulario que justifica una clasifica-
ción de las insuperables diferencias de performances intelectuales entre clases socia-
les… Los conocimientos surgidos de las ciencias de la educación constituyen -en los
términos de Foucault- modos de clasificación y de dominio, a menudo ligados paradóji-
camente a una retórica humanista de progreso”.
En cuanto al examen, no podemos negar que, cada vez más, está en el centro de los
procedimientos educativos. Uno de los autores, Keith Hoskin, plantea incluso la hipóte-
sis que combinando “observación” y “evaluación–control”, el examen constituye un ter-
80
JEAN CLAUDE FILLOUX
cer término que otorga su fisonomía propia a la pareja saber-poder en la sociedad educa-
tiva; y es de esta manera, el mediador que une a la disciplina como vía de poder y a las
disciplinas como sectores de conocimiento. Nos encontraríamos así en presencia de un
triángulo poder-examen-saber que sería la llave misma de la relación de enseñanza...
Ampliando el campo de análisis presentado por Foucault, sería necesario interrogar
el sentido de la tendencia gestionaria creciente que se percibe en las prácticas administra-
tivas y en los discursos de estilo “management” (gerenciamiento) de las “autoridades”
pedagógicas. Como si una “buena administración” se convirtiera en la mejor manera
de concebir el ejercicio de la enseñanza en los establecimientos escolares y en las
Universidades.
Se podría, en la línea de S. Ball, evocar las referencias al modelo industrial de
“dirección por objetivos” de la misma “pedagogía por objetivos”. Se podría igualmente
analizar en términos de poder-saber el sorprendente sistema de directivas sucesivas que
rigen la organización universitaria en el período actual, cuyo sentido es, evidentemente,
la tecnificación del poder y la burocratización del conocimiento, a la vez.
IV. Sin embargo, no es suficiente referirse a Vigilar y Castigar para destacar la im-
portancia del enfoque foucaultiano del proceso educativo. Vimos que en sus ulti-
mas obras, Foucault supera la problemática poder-saber y se interroga sobre la
posibilidad de un “gobierno de sí mismo”, de un “sujeto” que se convierte en
“sujeto para sí-mismo”, posiblemente de un estilo educativo diferente del de la
escuela.
En el curso de la entrevista de 1984, Foucault dice, a propósito de sus dos obras El uso
de los placeres y La inquietud de sí, que se trataba “de saber como gobernar su propia vida
para darle la forma que sea la más bella/linda posible” y que, en esta perspectiva, el estudio de
prácticas discursivas y de problematizaciones relativas a la sexualidad en la Grecia antigua
trataba/intentaba “reconstruir la formación y el desarrollo de una práctica de sí, que tiene por
objetivo constituirse a sí mismo como el hacedor de la belleza de su propia vida”. Se trata,
agrega, de plantear “el problema de una ética como forma de dar a su conducta y a su vida”.
En las páginas que Keith Hoskin consagra a un “examen de Foucault” (Foucault under
examination), no duda en plantear que al buscar, de esta manera, describir las vías por las
cuales los hombres de nuestro pasado greco-romano se habían formado y habían actuado
sobre ellos mismos, Foucault se situaba “todavía -y aún más- en un cuestionamiento de orden
pedagógico y educativo”.
En El uso de los placeres, el “discurso” en los textos griegos y latinos de la antigüedad
relativos a la sexualidad y al deseo manifiesta…elaborar la aparición de una ética, “una moral
de hombres, pensamiento, escrita, enseñada por hombres y dirigida a hombres, evidentemente
libres” así como todo un conjunto de prácticas que permitan asegurar el “dominio” sobre los
deseos y su control, de “permanecer libres de toda esclavitud interior con respecto a las
81
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
pasiones”. Foucault agrega que estos textos son significativos del “esfuerzo que se hacía para
desarrollar estas prácticas de sí, perfeccionarlas y enseñarlas”. (UP pp. 29-38).
La inquietud de sí, marca aún más el interés de Foucault por las prácticas pedagógicas
del gobierno de sí. En un capítulo titulado “La cultura de sí”, se citan textos que tienden a una
verdadera internalización de una voz pedagógica que requiere que los adultos se constituyan
en “escolares envejecidos” y que sigan “formulas diversas” relativas al cuidado del cuerpo,
meditaciones, lecturas de manera que “ocuparse de sí no sea una carga” (Pp .64-66). En
Epictète y otros, Foucault encuentra verdaderas “formas especificadas de examen y ejercicios
codificados”. Así, sucede con los “procedimientos de prueba” que tienen “ejercicios de
abstinencia”, la sumisión al examen de conciencia cotidiano, la “necesidad de un trabajo del
pensamiento sobre sí mismo” que tenga la forma de un “filtro permanente de representaciones
a fin de examinarlas, controlarlas y seleccionarlas” (Pp.75-79).
A través de la noción de “examen de conciencia” es el examen lo que encontramos,
pero esta vez en el contexto no del sometimiento, sino de la subjetivación, de la pedagogía de
técnicas de desarrollo de sí. Una vida sin examen no merece ser vivida, hace decir Platón a
Sócrates -aforismo que Epictète retoma y que Foucault comenta citando el De ira de Séneca-
donde el desafío del examen es “reforzar, a partir de la constatación recordada y reflexiva de
un fracaso, el equipamiento racional que asegura una conducta prudente”(P.79)
El método “genealógico” permite pues plantear que los procedimientos de objetivación
puestos en evidencia en Vigilar y Castigar están inscriptos en alguna necesidad de la historia,
que los procedimientos de “subjetivación” están de una cierta manera en los orígenes de una
educación del hombre y existieron en todos los casos. Foucault, desde entonces, se muestra
atento a una pedagogía que se convierte en el instrumento de una incitación a una búsqueda
de la “gobernabilidad” que iniciaría al sujeto en un dominio de sí, la autonomización individual
y lo invitaría a “construirse a sí mismo” de manera de hacer de su vida “una obra de arte”.
No se trata aquí de proponer algún retorno imposible y nostálgico a una ética específica
ligada a la cultura antigua sino, nos parece, de formular la hipótesis que es posible -para
responder a cuestionamientos actuales- una educación que evite la triangulación poder-examen-
saber en el marco de la ética ocuparse de sí. Aún cuando la referencia “arqueológica” no
significa ni formular juicios de valor ni “decir lo justo” -sino solamente autorizar a pensar
que hay otra cara posible- otro sentido inscribible en reglas de conducta integradas por el
sujeto, ya no “objetivantes” sino factores de” subjetivación”.
Una moral posiblemente elitista, de la que Foucault toma recaudos en proponerla
explícitamente como alternativa a la “disciplina” escolar, pero cuya investigación es
significativa en él, de lo que podríamos llamar -pensamos- una preocupación pedagógica que
marca su itinerario filosófico. El “secreto dinámico” de la obra de Foucault reside seguramente
en la voluntad originaria de “una elaboración de sí por sí, una transformación estudiosa, una
modificación lenta y ardua, por una preocupación constante de verdad” (entrevista ya citada);
82
JEAN CLAUDE FILLOUX
68
Claude Rabant, “La nouvelle illusion pédagogique”, Orientations, Nº 38,1968, Marie-Claude Baietto, Le
désir de enseigner, ESF, 1982.
83
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
En un texto titulado “La genealogía del maestro urbano”, Dave Jones plantea la
cuestión –precisamente- de los “códigos” que en Inglaterra especifican la misión “mo-
ral” del docente, el modelo ético que debe representar desde finales del siglo XIX, donde
se inscribe una “tendencia tenaz” a ver en el docente -especialmente en los medios des-
favorables- el modelo que por su ejemplo favorece la educación “moral” de los jóvenes.
En lo referente a Francia, parece que las preocupaciones “éticas” ceden su lugar -en
todos los casos en la evolución del llamado Código Sol- a preocupaciones más adminis-
trativas. En estudios de “documentos” de este género, podrían reencontrarse en una pers-
pectiva tomada de Foucault una interrogación sobre el sentido de una historia (“genealo-
gía”) y una interrogación sobre los que “escribieron” esta historia y que fueron productos
de esta historia.
84
JEAN CLAUDE FILLOUX
CAPITULO V
Psicoanálisis y educación:
algunos puntos de referencia69
Freud y su tiempo
Estamos en 1909. Freud publicó la Interpretación de los sueños (1900), la
Psicopatología de la vida cotidiana (1901), los Tres ensayos sobre la teoría de la sexua-
lidad (1905). Y ya se preocupa por el “psicoanálisis aplicado”: un texto sobre “El psicoa-
nálisis y el establecimiento de hechos en materia judicial” en 1906; otro, en 1908, sobre
“La creación literaria y el sueño despierto”. Ese mismo año, uno de sus primeros discí-
pulos, Sandor Ferenczi pronunció en Salzburgo una conferencia sobre el tema “Psicoa-
nálisis y pedagogía”, en la cual cuestiona, en nombre del psicoanálisis, el carácter repre-
sivo de la educación de entonces y ve en la pedagogía un “caldo de cultivo de las neurosis
más diversas”, que ignora la verdadera psicología del hombre, cultiva el rechazo de las
emociones y lleva a una “ceguera introspectiva”70. Al año siguiente, un pastor pedagogo,
apasionado por el psicoanálisis, Oscar Pfister, envía a Freud dos textos que recuerdan el
proyecto de una pedagogía que tiene en cuenta los descubrimientos del psicoanálisis:
uno se titula “Delirio y suicidio en los escolares”, el otro “Cuidado psicoanalítico de las
almas y pedagogía moral”. Freud le responde, en marzo de 1909, que se adhiere a un
proyecto que se inscribe en la posibilidad de extender el psicoanálisis a otras disciplinas,
entre ellas, la pedagogía. Éste es el comienzo de toda una correspondencia entre los dos
hombres71.
Cuando en 1913, Pfister escribe un libro sobre El método psicoanalítico, que tiene
el propósito de introducir el psicoanálisis en el programa de enseñanza de educadores y
pastores, Freud redacta un Prefacio en el que encontramos estas palabras:” ¡Ojalá pueda
la utilización del psicoanálisis al servicio de la educación, ayudar a la realización de las
esperanzas que educadores y médicos depositan en él! Un libro como el de Pfister, que se
propone hacer conocer el psicoanálisis a los educadores, podrá entonces, contar con la
gratitud de las generaciones futuras72. Posteriormente, Pfister publicará con el título El
psicoanálisis al servicio de los educadores (1921) un conjunto de conferencias, y Freud
69
Publicado originalmente en Études psychotérapiques, N° 3, octubre de 1986.
70
S. Ferenczi, “Psychanalise et pédagogie”, Oeuvres complètes, I. Payot.
71
Correspondance de Sigmund Freud avec le pasteur Pfister, Gallimard, 1967.
72
S. Bernfeld, Sisyphe ou les limites de l’éducation, trad. Payot, 1975; A. Aichorn, Jeunesse à l’abandon,
trad. Payot, 1973.
85
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
73
De hecho se trata de la 34° Conferencia, en la numeración de Freud, recuperada en la reciente traducción
de las Nouvelles conférences (Nouvelles conférences d’introduction a la psychanalyse) publicada en la
colección “Conocimiento del Inconciente”, de Gallimard. Las citas que incluímos son de esta última traducción,
pese a que utilizamos el título habitual (6ta Conferencia)
86
JEAN CLAUDE FILLOUX
dad y la sublimación. Al mismo tiempo, Freud destaca el aspecto educativo del proceso
terapéutico, siendo la cura una suerte de educación tardía, de post-educación.
En 1913, educación y terapia son concebidas como complementarias, así lo atestigua
el Prefacio del libro de Pfister. La educación debe ser profiláctica, tener como objetivo
impedir la formación de la neurosis. Por su parte, la psicoterapia corrige una evolución
mórbida a través de su acción reeducativa. Una orientación psicoanalítica de la educación
debería largamente, impedir la formación de neurosis. En un texto de 1913, publicado en
la revista italiana Scientia, y que trata sobre El interés del psicoanálisis74, se lee: “Cuando
los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis, les parecerá
más fácil reconciliarse con algunas fases del desarrollo infantil, y, entre otras cosas, no
arriesgarán en exagerar mociones pulsionales socialmente inútiles o perversas en el niño…
(puesto que) nuestras mejores virtudes nacieron como formaciones reactivas y
sublimaciones de nuestras peores disposiciones. La educación debería evitar cuidadosa-
mente cegar esas fuentes de fuerzas fecundas y limitarse a favorecer los procesos a través
de los cuales esas energías son llevadas hacia el buen camino. Lo que nosotros podemos
esperar de una profilaxis individual de las neurosis, depende de una educación formada
en el psicoanálisis”. ¿Será, acaso, que el advenimiento de una nueva generación de hom-
bres sea posible de ahora en adelante? Optimismo de entonces, se dijo.
A este “optimismo” ya no se lo encuentra en el Prefacio del libro de Aishhorn, en
1925. Por una parte, Freud complejizó entretanto, su esquema de formación de las neuro-
sis; y además sostuvo que la educación, y más precisamente la pedagogía, no pueden ser
sólo concebidas desde el punto de vista de una profilaxis. El trabajo educativo es un
trabajo sui generis, que no podría ser confundido con la intervención psicoanalítica, ni
reemplazado por ella. Surge entonces la noción de educador analizado o informado en
psicoanálisis, que no tiende a una “profilaxis individual”, sino a la elaboración de un
proceso educativo que permita una “educación sobre la realidad”.
El texto de la “6ta Conferencia” de 1933, va en esa misma dirección. Freud, luego
de haber evocado los problemas planteados por los psicoanalistas de niños, busca deter-
minar de qué manera la educación puede “beneficiar al máximo y dañar lo mínimo”.
Algunas tareas difíciles son devueltas al educador en el camino que debe encontrar “en-
tre Scyilla del dejar-hacer y el Charybde de la frustración”, para “reconocer la naturaleza
particular de la constitución del niño, adivinar, gracias a indicios débiles, lo que se desa-
rrolla en su vida psíquica inacabada, dispensarle la medida justa de amor y conservar sin
embargo, una parte eficaz de autoridad”. ¿En esas condiciones, una formación
psicoanalítica, no será la única preparación apropiada para la profesión de educador? “El
análisis de los maestros y educadores parece una medida profiláctica más eficaz que la de
los mismos niños”.
74
Capítulo: “L’intérêt du point de vue pédagogique” en Résultats, idées, problèmes, T. I, PUF.
87
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Este texto sigue siendo, sin embargo, lo suficientemente ambiguo como para dar
lugar a numerosas exégesis75. Ciertamente queda claro que Freud, cuando evoca la apli-
cación del psicoanálisis en el campo de la educación, distingue una educación
psicoanalítica; es decir, una educación actualizada en el marco escolar o familiar que se
inspira en los trabajos del psicoanálisis. A pesar de ello, el “cómo” de esta actualización
casi no es explicitado, excepto la sugerencia de análisis de los maestros. Además, Freud
es muy prudente en cuanto a las posibilidades reales de un proyecto semejante (retomado,
en esta época, por algunos autores de la Revista para una Pedagogía Psicoanalítica, pero
considerado imposible por otros y, en resumidas cuentas, para el mismo Freud). Por otra
parte, una cuestión de fondo se deja entrever en ese texto, relacionada esta vez, con el
estatus mismo del concepto (ó de la operación misma) de aplicación. Si “la aplicación”,
como en el texto de 1913, tiene un “interés” indiscutible y es mostrada como innegable,
se deben señalar algunas objeciones radicales: la tarea exigida a los educadores corre el
riesgo de ser “insoluble”, es difícil llevarla a cabo sino “idealmente” (¿tarea utópica?).
Además, Freud dice hacer “totalmente abstracción de que se rechazará al psicoanálisis
cualquier influencia sobre la educación, si ésta hace profesión de intenciones que son
inconciliables con el orden social existente”.
¿Será que entre el psicoanálisis, que tiene sus propios objetivos y su propia “ver-
dad”, y la educación, cuya función es la adaptación a un orden, hay alguna disparidad?, y
aún más, ¿la “aplicación” estará marcada con el sello de la irreductibilidad y conducirá a
un impasse?
De todas formas, aquellos que escriben entre 1926 y 1932 en la Revista para una
Pedagogía Psicoanalítica, no hacen ese tipo de preguntas y si aportan algunas respuestas,
prueban, en cierto modo, el movimiento andando. La “pedagogía psicoanalítica” está
pensada para constituirse en una rama autónoma del psicoanálisis, se trate de psicoana-
listas como Fritz Redl o Heinrich Meng, o de pedagogos, como Oscar Pfister o Hans
Zulliger. Si la idea general es la de utilizar conocimientos adquiridos por el (o por un)
psicoanálisis, para crear nuevos métodos educativos, la manera de “utilizarlos” deja ver
vías diferentes entre las cuales hay algunas que pueden hacer pensar en el preámbulo de
un verdadero vuelco en la concepción del proceso de “aplicación”.
En efecto, a la par de textos que se refieren a problemas planteados por el análisis
de niños, la sexualidad infantil y su educación, la terapia de los diversos traumas infanti-
les -que conforman una recopilación de experiencias a nivel de la familia, de los jardines
75
Citamos los comentarios de Geneviéve Lombard, “Sur la notion de psychanalyse appliquée, notamment
appliqué à l’éducation” en L’apport des sciences fontamentales aux sciences de l’éducation, Epi, 1974, T. 1,
412-419; y Janine Filloux, “Elements de réflexion sur l’application des données de la théorie psychanalytique
au champ de la pratique enseignante”, en Revue Francaise de Pédagogie, N° 54, 1981, 32-39; Mireille
Cifali, capítulo 3, en Freud pédagogue?, Inter-editions, 1982 (NR: traducido al español como ¿Freud
pedagogo?Psicoanálisis y educación. Siglo XXI, México, 1992.
88
JEAN CLAUDE FILLOUX
de infantes, de las escuelas- hay otros textos que van más allá y se comprometen con una
exploración analítica de la relación del educador con su proyecto educativo. En un pri-
mer momento, se trata sobre todo de teorizar la idea de un “educador psicoanalítico
“provisto de medios que le permiten ser más sensible a la realidad educativa, inventar
técnicas de “ayuda educativa”. Pero, en un segundo momento, es la personalidad misma
del educador (del pedagogo) lo que se convierte en objeto de estudio.
En un artículo que data de 1936, Ruth Weiss destaca que la evolución del trabajo
de los colaboradores de la revista va de un interés por la psicología del alumno a un
interés creciente por la psicología del pedagogo. “¿De qué manera uno se hace pedago-
go?”. Tal es por ejemplo la pregunta a la cual el psicoanálisis puede ayudar a responder;
y cita con este propósito textos de Willy Kuendig y Ernest Schneider, que pueden ser
escritos bajo la rúbrica “Del inconsciente del pedagogo”. Tres textos de la revista, que
estudian la relación del educador y del alumno, desde la perspectiva de la transferencia,
pueden ser considerados como un verdadero prólogo de la concepción de conocimientos
analíticos capaces de servir para elucidar la relación educativa.
Edmund Fischer, en 1929, plantea en “El sexo y la transferencia” que la transfe-
rencia juega un papel decisivo en la armonía de la relación docente-alumno. Advierte
contra el establecimiento o la aceptación en la escuela de una transferencia positiva del
alumno sobre el maestro, particularmente cuando se trata de educadores varones en cla-
ses de niñas. En su respuesta, Zulliger (“El espanto del vínculo”, 1930) intenta clarificar
la noción de “vínculo”, tal como resulta de la transferencia que Fischer y otros habrían
malinterpretado76. Wilhelm Hoffman por su parte (“El odio del maestro”,1929) evoca el
problema del educador que es objeto de odio y de su actitud con respecto a su propia
contra-transferencia.
Es interesante destacar que estos textos han sido publicados antes de la “6ta. Con-
ferencia” de Freud y están en cierto modo adelantados respecto de los desarrollos ulterio-
res de un psicoanálisis aplicado a la educación que sólo puede leerse muy tímidamente,
en Freud77. Son al mismo tiempo indicadores de una tendencia a distinguir, mejor de lo
que lo hacía Freud, la cuestión de la educación (que implica educación familiar y educa-
ción escolar) de la cuestión pedagógica, en el marco específico de la escuela, de las
relaciones maestro-alumno que se instituyen y de la personalidad del pedagogo.
Después de Freud
Dado que no se trataría de una transposición directa del modelo de funcionamien-
76
Contrariamente a lo que afirma Fisher, dice Zulliger, el caso de las niñas “parece ser de lejos el más
favorable a condición que el apego se dirija a un enseñante como objeto de amor heterosexual. Si no se trata
de niñas neuróticas, caer amorosamente por el maestro no marca más que una transición en el desarrollo, a
ver el pasaje del amor infantil al amor completo del adulto”. Por el contrario, el apego homosexual a una
maestra puede dejar a la niña incapaz para siempre de establecer vínculos heterosexuales.
89
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
90
JEAN CLAUDE FILLOUX
79
Walter Schraml, Initiation à la pédagogie psychanalytique, 1968, Salvator.
80
Aida Vasquez y Fernand Oury, Vers une pédagogie institutionelle, 1967, Máspero. Los autores se asombran
que “la obra de Freud que hace del infante el padre del hombre, parece ignorado por los pedagogos” (p. 199).
Conviene “utilizar las nociones psicoanalíticas para esclarecer, explicar lo que pasa en una clase…” pero
“toda tentativa de introducción del psicoanálisis en la clase requiere de una formación mínima de los maestros”
(pp. 233, 228)
81
Xavier Audouard, L’idée psychanalytique dans una maison d’enfants, 1970, Epi.
82
Jean-Pierre Bigeault y Gilbert Terrier, L’illusion psychanalytique en education, 1978, PUF.
91
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Si existe saber o “Saber”, se puede indicar con este término aquello que del corpus
general interesa más particularmente a la educación: teoría de la sexualidad infantil, el
Edipo, las identificaciones, etc.; o aquello susceptible de ser producido por la investiga-
ción en el ámbito específico del campo educativo.
83
Octave Mannoni, “Psychanalyse et enseignement”, Revue de Psychologie et Sciences de l’education, 1970.
Reimpreso en Un commencement qui n’en finit pas, Seuil.
84
Claude Rabant, “L’Illusion pédagogique”, en L’Inconscient, 8, 1968.
92
JEAN CLAUDE FILLOUX
85
Congrès international des Sciences de l’éducation, 1973. Rapport de la Commision “Psychanalyse et
Education”, en L’apport des Sciences fondamentales aux Sciences de l’education. T. 1, pp.410-411, Epi,
1974.
86
Piera Aulagnier ha aportado una contribución útil a la elaboración de este tipo de problema de educación en
un artículo titulado “Le désir de savoir dans ses rapports à la transgression”, en L’Inconscient, 1, 1967. El
deseo de un saber sobre el deseo es mostrado como el corazón mismo de la relación del sujeto con el
conocimiento, de ese deseo que es confrontado al propio deseo del educador.
87
Marie-Claude Baietto, Le désir d’enseigner, ESF, 1982; Daniel Hameline, Du savoir et des hommes, Gauthier-
Villards, 1971; Le domestique et l’affranchi, Ed Ouvrières, 1977.
88
Janine Filloux, Du contrat pédagogique, le discours inconscient de l’école, Dunod, 1974. Reeditado en
1996 por Harmattan. Ver también “Clinique et pedagogie”, en Revue Francaise de Pédagogie, N° 64, 1983
donde, a partir de una reflexión sobre la práctica educativa como puesta en escena de una relación de generación
y filiación simbólica, se interroga sobre la naturaleza de las resistencia en juego y la necesidad de un diálogo
entre la pedagogía y la clínica.
93
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
94
JEAN CLAUDE FILLOUX
con el saber y de los fracasos de la educación. Nosotros no haremos sino retomar final-
mente, estas líneas del resumen de la Comisión “Psicoanálisis y Educación” del Congre-
so de 1973, que se refieren a la posición del educador respecto de las investigaciones de
tipo psicoanalítico: “Hay una posibilidad para que la lectura del campo pedagógico y
educativo, y la lectura de sí mismo en ese campo, pueda cuestionarse sobre su práctica y
ponerlo en situación de crear”.
Complemento
Según las publicaciones más recientes, los interrogantes que aporta el psicoanáli-
sis, puesto que trata de comprender, de “esclarecer” lo que sucede en el campo pedagó-
gico desde la perspectiva de la aplicación en las prácticas, están relacionados siempre,
con la situación del alumno en su relación con el maestro y con el saber, la relación
educador-estudiante, el grupo maestro-alumnos. ¿Qué hay de aquello que puede deno-
minarse el “juego de los deseos” en la relación pedagógica, de su inscripción en una
relación latente de violencia? ¿Qué hacer con las transferencias y contra-transferen-
cias, en el sentido psicoanalítico del término, en la práctica de las relaciones entre el
maestro con el alumno, con los alumnos, con el grupo?92
El deseo de saber se arraiga, según Freud, en una pulsión de investigación. Pulsión
muy primitiva, cuyo “destino” está ligado a las satisfacciones, negaciones, sublimaciones,
tanto en la vida familiar como en el marco de la escuela. En la vida escolar, al niño se le
exige en su relación con el maestro, realizar un trabajo de adquisición del saber; ese
trabajo se convierte en fuente de desarrollo intelectual y cultural. De este modo, encuen-
tra el deseo de enseñar del maestro - o de no enseñar - del que el psicoanálisis quiso
explorar su arraigo. Que haya o no “intención de instruir”; puesto que el educador está
en posición de enseñanza, se movilizan en él como en todos, una necesidad de amar y de
ser amado, de reconocimiento, de odiar también…; pero, a la vez, lo que ha sido anali-
zado por Freud con el término “pulsión de dominación”, de voluntad, o de necesidad de
seducir.
En un libro llamado El deseo de saber, Roger Dorey ve en la “dominación” una
apropiación, con características violentas; una voluntad de grabar su mella, un “atenta-
do contra el otro como sujeto que desea”93 Se podrá agregar, a las citas de Octave Mannoni
del texto precedente, la aparición en el maestro de lo que Gastón Bachelard denomina
“Complejo de Casandra”; es decir una tendencia a profetizar el futuro de sus alumnos,
que “arma un sadismo de educador”94. La “posesión” pedagógica es pues más que una
simple tutela, y no juega únicamente con el deseo o placer de dominación; en la medida
92
Se puede remitir a Jean Claude Filloux, Champ pédagogique et psychanalyse, 2000, PUF.
93
Roger Dorey, Le désir de savoir, chap V. “La relation d’emprise”, Denoël, 1988.
94
Gaston Bachelard, Le rationalisme appliqué, PUF, 1949.
95
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
en que la dominación pueda ser que pase, a lo mejor, necesariamente por el deseo de
seducción.
Seducir quiere decir gustar, pero también equivocar al otro para ejercer poder.
En El vínculo educativo, contraluz psicoanalítico95, Mireille Cifali muestra cuánto la
dominación seductora es un elemento “obligado” del poder educador. Sin embargo, si
estamos de acuerdo con Roger Dorey, el mecanismo de seducción psicológica es ambi-
guo; implica un saber sobre el deseo del otro, de manera de captarlo, de utilizarlo para
sus propios fines; y por eso, el deseo de enseñar se confunde con el deseo de ser querido
y reconocido: “acción de disuasión y de conquista que logra sus objetivos a través de la
presentación de sus encantos y de sus sortilegios, es decir a través de la construcción de
una ilusión en la cual el otro va a extraviarse”. Es por esto que la “intención de sedu-
cir”, si participa de la “intención de instruir”, está fundada en definitiva sobre el narci-
sismo. Es por esto que también, hay placer en seducir y en sacar satisfacción de ser
querido sin discusiones. Es por esto que, por último, M. Cifali sostiene: “detrás de la
seducción, hay una destrucción…Un adulto, recurre a la seducción para esconderle al
niño la violencia contenida en su relación”.
Está claro que el “juego de los deseos” ocupa el espacio de una escena en la que
se desentrañan relaciones de fuerza, en donde pulsiones de vida y muerte, Eros y Thanatos,
amor y odio, se enfrentan y se combinan. El niño, adolescente, reacciona a la domina-
ción desde el momento en que es percibida como autoridad sádica, “violencia pedagógi-
ca”. Según la manera en que ha evolucionado su propio deseo de saber, las inhibiciones
inesperadamente venidas, sus rechazos, la manera en la que él administra sus propias
pulsiones destructoras en la relación con el maestro, la relación pedagógica puede pa-
sar a ser el espacio donde hay una relación conflictiva abierta. Sin embargo,¿es necesa-
rio asimilar el espacio escolar como un lugar donde se desarrolla “el teatro de la violen-
cia”? Esto sería minimizar el rol de la institución que puede ser también mostrada como
factor de una armonía al menos aparente, significando que un arreglo ha sido encontrado,
que el conflicto ha encontrado una solución. El rol de la institución escolar será entonces
analizado en términos de mediación, de ritualización salvadora de las violencias latentes.
El enfoque psicoanalítico debería permitir, además, comprender mejor, “analizar” esos
momentos en que la escuela se transforma en un lugar de enfrentamiento y no consigue
encontrar los medios para elaborar un orden de las cosas; superando, en la apariencia al
menos, lo que existe latente del conflicto en el centro de la relación pedagógica, en
provecho de un orden contractual fundado en el reconocimiento recíproco de los actores;
orden a menudo frágil, a merced de lo que aporta el mismo medio en el que se ubica el
campo escolar, cuya autonomía no es, ya se sabe desde Durkheim, sino relativa…
95
Mireille Cifali, Le lien éducatif, contre-jour psychanalytique, PUF, 1994.
96
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97
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
hacia otras posibilidades, hacia otras salidas”. Así sucede, el menos, en la interpreta-
ción de F. Imbert, “El maestro ya no es más el único objeto de amor-odio. En los talleres,
equipos, clases de niveles, cada niño trabaja con otros (y no olvidemos a los pares).
Entre ellos esto sucede”. La transferencia de los alumnos sobre el maestro es desplazada
por el maestro hacia los alumnos que se transfieren entre ellos.
Comprobemos simplemente que esta descripción de transferencias de transferen-
cias retoma voluntariamente un concepto propio del campo analítico, pero en un sentido
diferente. F. Imbert se refiere explícitamente a Jean Laplanche que utiliza en su libro
Nuevos fundamentos para el psicoanálisis, el concepto “transferencia de transferen-
cia”. Pero es en el marco de una teorización del final de una cura (problema clásico del
análisis sin fin, del análisis concluido…) La terminación de una cura analítica, dice
Laplanche, no puede significar en ningún caso la “disolución” de la transferencia. Pue-
de significar solamente la transferencia de ese proceso de transferencia en uno o varios
lugares, en una o en varias diferentes relaciones. La única terminación concebible es
pues “la transferencia de la transferencia”
Estamos aquí en presencia de un caso típico de transposición de un concepto del
campo analítico al campo pedagógico. En este caso, la cuestión es saber si una tal
transposición es pertinente: ¿la problemática de la finalización del análisis es idéntica,
o equivalente a la problemática de lo que sucede cotidianamente en la clase, sea ésta
cooperativa, institucional o de otro tipo? o, ¿No se trata acaso de una utilización poco
prudente de los conceptos surgidos de la experiencia analítica?
En el texto anterior, la problemática de la “aplicación” o del “uso” del psicoaná-
lisis en el campo pedagógico estaba planteado de manera tal de excluir la idea de una
clase que funcione imitando el modelo de la cura analítica. En cambio, el saber analítico
surgido de la cura se manifestaba como susceptible de “inspirar”, de “fertilizar” las
teorías y las prácticas pedagógicas, y permitir también una “lectura” del campo peda-
gógico a partir de ese “saber”. Ahora bien, podemos plantearnos si las monografías de
experiencias presentadas por F. Imbert sobre todo, los “elementos teóricos” no van más
allá de una “inspiración” para encaminarse hacia una transposición del modelo de la
cura al modelo de una práctica pedagógica de grupo que funcione como la relación
analista-analizante. Aparentemente, la “transposición” descripta por F. Imbert recae
sobre los conceptos. Se puede leer, por ejemplo: ¿“Del concepto de transferencia, qué
retenemos, puesto que lo transponemos -lo transferimos- del marco de la cura al marco
del campo educativo pedagógico?”. Pero en realidad, como aparece en el caso de “la
transferencia de transferencia” al menos, de lo que se trata es de una transposición de
prácticas. Hacer como un analista.
Podemos igualmente interrogarnos acerca de la tendencia, cuando se habla de
transferencia, a hacer de ellas, hechos observables olvidando que el educador se en-
cuentra en presencia -eventualmente- de “efectos” de transferencias, de fenómenos
100
JEAN CLAUDE FILLOUX
transferenciales, siendo la transferencia, como tal, inconsciente. Lo que puede ser desta-
cado, descifrado, reconocido de la transferencia, tiene que ver con las expresiones
afectivas de lo que puede ser interpretado, conceptualizado bajo la forma de transferen-
cia. De este modo, podría evitarse considerar la dinámica transferencia-contra-transfe-
rencia como posible de transformarse en una especie de herramienta, una mecánica
manejada de manera tal que funcione en el marco de la clase cooperativa, para, even-
tualmente, allí “resguardarse”.
Estas reticencias frente a posiciones que postulan en definitiva una “equivalencia
explícita entre relación analítica y relación pedagógica”, según la expresión de Janine
Filloux no deben por ello llevar a dudar de una formación inicial o continua de los educa-
dores “inspirada” por el aporte del saber psicoanalítico además de las investigaciones
sobre el campo educativo surgidas del psicoanálisis. Si “el conocimiento real de la trans-
ferencia” por ejemplo, pasa, por el “marco de la cura”, lo cierto es que, una formación
que implique al futuro educador o al maestro que vive su relación con el grupo-clase en
situación de comprender que hay fenómenos transferenciales en juego en el campo peda-
gógico, es susceptible de llevar a cuestionamientos sobre la o su práctica educativa.
El psicoanálisis debe tomar su lugar, en el campo de los conocimientos aportados
por esas otras ciencias humanas como la psicología, la psicología social, la sociolo-
gía… Su “virtud formativa” se ubica entonces a nivel de los conocimientos sobre la vida
infantil, el Edipo, las pulsiones, el rechazo, las identificaciones, que forman el cuerpo
del saber analítico. Pero ella se ubica, según nosotros más específicamente, a nivel de
una apreciación de los trabajos efectuados a partir del referente analítico sobre la espe-
cificidad de la posición educativa desde el punto de vista del juego de los deseos, del
deseo de dominación, de la relación del niño tal como se la percibe en clase, con su
propia infancia, de lo que se llama a veces el “inconsciente del pedagogo”. De este
modo el maestro podrá estar sensibilizado en darse cuenta, en él y en los alumnos, de las
expresiones transferenciales, de controlar las reacciones de agresión o de sadismo, de
administrar los momentos en los que las relaciones de violencia alteran las relaciones
contractuales sobres las que funciona la clase.
Desde la perspectiva de una formación inicial, no hay ninguna duda de que los
cursos teóricos, no sean útiles. Pero si ellos no guían a los futuros maestros hacia un
trabajo más personal, hecho con tantas lecturas como reflexiones sobre sí-mismo, corre
el riesgo de tomar la forma de un saber muerto, dogmático, frente al cual, o bien se
resiste, o bien se lo utiliza para acrecentar el deseo de manejo y dominación. Este traba-
jo sobre sí, no puede sino enriquecerse, en el maestro enfrentado con “sus” alumnos,
“su” clase, de la experiencia cotidiana y de la reflexión sobre esta experiencia. No hay
ninguna duda de que algunos grupos de maestros que intercambian sus problemas de
enseñanza, en una referencia analítica, no puedan permitir interrogantes relativos al
sentido de sentimientos, actitudes que pueden diferenciarse unos de otros en función de
101
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Referencias
1. Études psicotheràphiques, n° 3, octubre de 1986.
2. S. Ferenczi, “Psicoanálisis y Pedagogía”, Obras completas, I, Payot.
3. Correspondencia de Sigmund Freud con el pastor Pfister, Gallimard. 1967.
4. S. Bernfeld, Sísifo o los límites de la educación, Trad. Payot, 1975; A. Aichorn,
Juventud abandonada, Trad. Payot, 1973.
5. En realidad, se trata de la conferencia n°34, según la numeración de Freud,
retomada en la reciente traducción de las Nuevas Conferencias (Nuevas conferencias de
Introducción al psicoanálisis) publicada en la colección “Conocimiento del Inconscien-
te”, en Gallimard. Las citas que hemos mencionado fueron extraídas de esta última
traducción, aunque hemos conservado el título original (“6ta Conferencia”).
6. Capítulo: “La importancia del punto de vista pedagógico” en Resultados, ideas,
problemas, t. I, PUF.
7. Citemos los comentarios de Genevieve Lombard, “Sobre la noción del psicoa-
nálisis aplicado, sobre todo aplicado a la educación”, en Aporte de las ciencias funda-
mentales a las ciencias de la educación, Epi, 1974, t. I, 412-419; Janine Filloux, “ Ele-
mentos de reflexión sobre la aplicación de los datos de la teoría psicoanalítica al campo
de la práctica educativa”, en Revista Francesa de pedagogía, n°54, 1981, 32-39; Mireille
Cifali, capítulo 3, en ¿Freud pedagogo? Inter.- Ediciones, 1982.
8. Contrariamente a lo que afirma Fisher, dice Zulliger, el caso de las niñas parece
“ser de lejos lo más favorable a condición que la unión se haga a un educador como
objeto de amor heterosexual.
102
JEAN CLAUDE FILLOUX
CAPITULO VI
99
Nota de lectura a propósito del libro de Alain Coulon, Ethnométhodologie et éducation, PUF, 1993; publicada
en Revue Francaise de Pédagogie, N° 107, 1994. NR: hay traducción al español de la obra de Coulon
Etnometodologia y Educación, Paidós, Madrid.
103
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
niales tomados de las relaciones cotidianas y concebía la vida social como una escena
teatral donde los actores interpretan -en el doble sentido del término- pero sin director.
Aunque se trate de enfoques actuales como los de un Peter Woods o de un Harold
Garfinkel, no se puede hablar de “cambio” o de ruptura; no sólo en razón de una real
filiación con las perspectivas anteriores sino también porque a menudo esta “nueva”
sociología se desliza sobre terrenos ya bien preparados por la psicología social e incluso
por el psicoanálisis. Es significativo que E. Goffman sea habitualmente considerado como
uno de los autores que han dejado sus huellas en las investigaciones psico-sociológicas.
Mas allá de estas consideraciones epistemológicas, la cuestión que interesa a las
ciencias de la educación es evidentemente explorar en qué medida y de qué manera las
perspectivas aportadas por el interaccionismo simbólico son susceptibles, no quizás de
transformar la investigación en educación, sino al menos, de otorgarle un nuevo impulso.
Es a esta cuestión a la que el libro de Alain Coulon quiere responder. Por cierto,
algunos trabajos enmarcados en la “nueva sociología de la educación”, habían sido ya
registrados en la Revista Francesa de Pedagogía, por J.C. Forquin en 1983; los relativos
al enfoque etnográfico de la escuela habían dado lugar a una Nota de síntesis en 1987;
otra nota había sido dedicada a la etnometodología en 1988 por el mismo A. Coulon.100 A
pesar de que algunos elementos de la nota son retomados en el libro, sin embargo faltaba
un panorama completo, coherente y sobre todo, más informado de las investigaciones
que en el ámbito escolar se requieren de los enfoques específicos; no sólo de la
etnometodología en el sentido estricto, sino también del enfoque etnográfico y del
interaccionismo.
El libro abarca en efecto, estos diversos ámbitos y se agregan dos capítulos relati-
vos a los propios trabajos de Alain Coulon. Conviene, en principio, no generar un contra-
sentido entre los términos “etnográfia” y “etnometodología”. Cuando Peter Woods, en
una perspectiva surgida de G.H. Mead, pero también de un Marcel Mauss, propone abor-
dar las interacciones sociales en la clase con una mirada “de estilo etnográfico”, quiere
decir que se trata de mirar las poblaciones “como tribus extranjeras, con sus costumbres
y su cultura propia”, a la manera de un etnólogo, sobre el terreno101. El término
etnometodología, utilizado por H. Garfinkel en su Studies in ethnométhodology102 no
remite a la mirada o al método del investigador, sino al objeto mismo tal como está
conceptualizado en sus investigaciones, los métodos, los procedimientos, e incluso las
100
J-C. Forquin “La nouvelle sociologie de l’education en Grande-Bretagne”, RFP, nº,1983; A. Henriot Van
Zaten, J-L. Derouet, R. Sirota, “Approches ethnographiques en sociologie de l’education: l’école et la
communauté, l’établissement scolaire, la clase, RFP, nº 78 y 80.1987; A. Coulon, “Ethnométhodologie et
éducation” nº 82,1988.
101
Peter Woods, L’ethnographie à l’ècole, Armand Collins, trad. al frances. 1990. Traducido al español como
La escuela por dentro. La investigación etnográfica en la educación. Paidós-MEC, Madrid, 1987.
102
Publicado en 1967 por Englewood Cliffs, Prentice Hall, 1967.
104
JEAN CLAUDE FILLOUX
estrategias que los individuos utilizan para llevar a cabo las diferentes acciones que rea-
lizan en la cotidianeidad. La sociología se convierte por lo tanto en la ciencia de estos
“etnométodos” tales como -por ejemplo- pueden ser percibidos en un establecimiento
escolar, en una clase.
Uno de los postulados enunciados por Garfinkel es que, en la elaboración del
“razonamiento práctico” de los actores en interacción, éstos ponen en marcha una “racionali-
dad” específica que convierte el mundo cotidiano en inteligible. Racionalidad diferente a
la evocada por ejemplo por Michel Crozier o Raymond Boudon en sus trabajos103, en el
sentido que ella no está dada a priori en el ánimo del investigador, en términos de una
lógica de estilo “científico”, pero debe precisamente, ser encontrada a partir de las prác-
ticas interactivas de los sujetos.
Alain Coulon conoce toda la literatura inglesa y americana relativa a las investi-
gaciones que pueden ser clasificadas bajo el rótulo de “perspectivas interaccionistas”
(entre ellas, las etno-investigaciones) y trabajos de inspiración etnometodológica en el
ámbito de la educación; título de dos capítulos fundamentales del libro que aportan una
cosecha de información que es evidentemente difícil de resumir. Mi lectura fue guiada
por esta pregunta: ¿Cuáles son los mayores aportes nuevos relacionados con lo que Alain
Coulon llama “vuelco metodológico? En la medida en que los trabajos citados se refieren
esencialmente a lo que pasa en el aula escolar y su entorno, es interesante preguntarse
cómo se los puede adaptar a nivel de la producción de conocimientos.
Que la escuela es el ámbito de rituales, de ceremonias, de escenificaciones fue
dicho en muchas ocasiones…. Que de manera general el trabajo escolar se desarrolle,
particularmente en función de la relación con el profesor, y que el fracaso escolar no sea
independiente de la percepción que los maestros tienen de sus alumnos, no sorprende. El
“grupo–clase” ha sido también el objeto de numerosos estudios.104 Si las sociologías
interaccionistas descubren algo, lo es sólo a nivel de lo que las observaciones de lo coti-
diano, de lo habitual en lo cotidiano, permiten descubrir. Al leer a Coulon, parece que las
etnoinvestigaciones permitirían descifrar mejor el sentido dado por los maestros y los
alumnos a sus intercambios en función de sus “razonamientos prácticos”. Y, por otra
parte, detectar cuáles son los mayores conflictos de poder a fin de analizar mejor cómo
funciona la evaluación escolar.
103
El análisis “estratégico y sistémico” de Michel Crozier (El actor y el sistema, Alianza, Madrid, 1990),
postula a un actor que “actúa” en función de una lógica “racional” en este sentido, sin que, sin embargo, las
elecciones “razonadas” no sean también afectivas. Raymond Boudon, más radical, plantea que para el sociólogo,
el sujeto debe ser supuesto como “racional”, aunque de una racionalidad “limitada”. (Effet pervers et ordre
social, PUF,1977).
104
Cf en particular: P. Furstenau, “Psychanalyses de l’école en tant qu’institution”, Partisans, 1964; G. Ferry,
La pratique du travail en groupe, Dunod, 1970; M.Gilly, Maître-éleves, rôles institutionnels et représentations,
1980; R. Sirota, L’ école primaire au quotidien,, PUF, 1988; M.Postic Observer les situations éducatives,
PUF, 1989.
105
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
105
R.P. Mc Dermott, “Social Relations as Context for Learning in School”, Harvard Education Review,
1977; H. Mehan, Social Organization in the Classroom, Harvard University Press, 1979.
106
P. Willis, Learning to Labour, Gower Publications, 1979.
107
El hecho de que “las interacciones en el aula son a menudo una lucha” ¿es como lo piensa A. Coulon, un
“descubrimiento fundamental” de la perspectiva interaccionista en educación? De todas maneras, convendría
ir más lejos en el análisis. Cf. por ejemplo Janine Filloux, Du contrat pédagogique, Dunod, 1974 (reéd.
L’Harmattan, 1996).
106
JEAN CLAUDE FILLOUX
108
H. Becker, Outsiders, Estudios de la sociología de la desviación, trad. Ed. Métaillè, 1985.
109
Curiosamente, A. Coulon cita solamente a Claude Pujade-Renaud sobre su estudio de las formas no-
verbales de la relación pedagógica, pero no sobre lo que ella ha aportado al nivel de las representaciones
respectivas que formulan de su apariencia física los participantes en la interacción: cf. El cuerpo del docente
en el aula, así como El cuerpo del alumno en el aula, ESF 1983.
110
A. Cicourel, La sociologie cognitive, PUF, 1979.
111
A. Coulon, Le métier d’etudiant, Univ. De Paris VIII.
107
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
reglas, explícitas, y sobre todo, aprendió a interpretar las reglas disimuladas; a descubrir
sus “marcas”. En todo grupo -y esto se aplica en el aula- el convertirse en miembro
implica a la vez el hecho de considerar “naturales” ciertos esquemas de conducta; una
manera de lenguaje cotidiano propia y también actitudes que muestran, dice Coulon, los
aspectos “razonables” de las acciones así como las reglas que se deben respetar.
De esta manera puede ser resumido el aporte de las investigaciones evocadas en un
libro muy pedagógico, que aporta informaciones sobre textos y obras anglosajonas no
traducidas. Libro que pretende ser introductorio, no exhaustivo, pero susceptible de mo-
tivar investigaciones en el marco de las ciencias de la educación.
La manera entusiasta de presentación de los “nuevos enfoques” puede sin embar-
go impacientar al lector: no toma en cuenta trabajos y conocimientos, a menudo más
estudiados, provenientes de otras vías. Se sorprenderá al enterarse que “los educadores
tanto como los investigadores ignoran totalmente lo que la escuela significa verdadera-
mente para los niños” pero que “el estudio de las acciones prácticas hace surgir fenóme-
nos de cuya existencia ni siquiera se suponía hasta los trabajos fundacionales de H.
Garfinkel”.
En esta óptica, el hecho de que en la “primera clase se construyen las relaciones
futuras de poder entre el docente y los alumnos, es presentada como un descubrimiento
del enfoque etnometodológico. O aún más, la idea de que se elabora en el aula un contra-
to que surge de negociaciones implícitas. Entonces, ¿No se conocía nada sobre esto antes
de la etnometodología?
Es igualmente legítimo preguntarse si los métodos de investigación utilizados para
identificar los “etnométodos” estratégicos o procedimientos utilizados por los actores en
el espacio escolar no forman parte en definitiva, del arsenal clásico de la sociología o de
la psicología social: observación, entrevistas, etc. ¿Es necesario hablar de un “vuelco de
la problemática habitual”; por ejemplo, en el estudio de la manera cómo funciona la
relación educativa con respecto a las reglas en el aula?
La observación participativa aporta elementos, sin duda alguna, concretos, dife-
rentes a los que surgen de las entrevistas. Pero la cuestión sigue siendo profundizar aque-
llo que pasa en lo que se convino en llamar la “caja negra”.
Desde este punto de vista, nos preguntaremos cómo un enfoque que pretende apre-
hender la manera en que se construye lo social a partir de “razonamientos prácticos”
termina, la mayoría de las veces, en mostrar cómo los sujetos -alumnos o estudiantes-
saben afiliarse y hasta conformarse con las reglas (explícitas, implícitas, o las que “van
de suyo”).
Esto conduce a interrogarse sobre la llamada “racionalidad” de los actores tal como
es postulada no sólo por el interaccionismo y la etnometodologia, sino también por todo
un movimiento micro-sociológico. ¿Es necesario identificar esta “racionalidad” con el
hecho que los actores quieren dar un sentido a su acción? Pero entonces, ¿por qué restrin-
108
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109
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
110
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SEGUNDA PARTE
111
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
112
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CAPITULO VII
113
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
113
Publicado en Archives de Sciences sociales des religions, N° 69, “Relire Durkheim”, 1990.
114
Además de las referencias de las obras clásicas: De la división del trabajo social, 1983, (DTS); El suicidio,
1987, (SU); La educación moral, 1920, (EM); Las formas elementales de la vida religiosa, 1912, (FE); se
utilizarán para esta lectura artículos como: “El individualismo y los intelectuales”, 1898, en Las ciencias
114
JEAN CLAUDE FILLOUX
La persona humana se volvió una cosa sagrada, incluso “la cosa sagrada por exce-
lencia”; “el hombre se volvió un dios para los hombres” (SU). El individuo es puesto en
el rango de las cosas sacro-santas: “es una religión en la cual el hombre es a la vez, el fiel
y el Dios” (SSA). “Uno de los axiomas fundamentales de nuestra moral, podríamos decir
el axioma fundamental, es que la persona humana es una cosa santa por excelencia. Ella
tiene derecho al mismo respeto que el creyente de todas las religiones reserva a su dios
(EM). La persona humana está “investida” de un “carácter sagrado”. (SP). Estas
formulaciones datan de 1897,1898, 1902, 1906 y marcan una constante en el discurso
durkheinmniano. Ya en 1893, en La división del trabajo social, él observaba que “el
individuo se vuelve el objeto de una religión”, que “por la dignidad de la persona tene-
mos un culto, que como todo culto fuerte, tiene sus supersticiones”. Ese culto, diría más
tarde “tiene como primer dogma, la autonomía de la razón y como primer ritual, el libre
examen”.
Esta constante de un discurso deliberadamente humanista hace referencia tanto al
aspecto formal como al contenido de los que hemos llamado El proyecto durkheimniano
original. Durkheim pensaba al hombre en una misión: la ciencia de la sociedad debía ser,
desde su perspectiva, instrumento de acción, práctica para ella misma.
Le interesaba menos poner en evidencia la sacralización de la persona humana en
la sociedad moderna, que la posibilidad de esta sacralización de volverse el axioma ético
determinante del consenso social. Durkheim, habla de moral (es decir de cimiento so-
cial) por lo que está siempre en la encrucijada de “lo que es” y de lo que “debe ser”. La
sociología debe contribuir a la producción de una nueva sociedad, de una nueva religión,
partiendo de un “nuevo sagrado”.
Durkheim creía constatar el declinar ineludible de las grandes religiones tradicio-
nales, al mismo tiempo que la desacralización concomitante. A partir del Siglo de las
Luces observa un renacimiento de lo sagrado, paralelo a la descomposición religiosa;
sagrado que puede y debe tener una función unificadora en las sociedades modernas. Lo
sagrado concierne a la humanidad del hombre individual, lo que él designa como persona.
Se trata pues de convocar a los hombres a una santificación del hombre, de legitimar una
nueva religión: la “religión del individuo”; un nuevo sagrado: la “sacro-santa persona”.
Este proyecto implica también, una demostración sociológica de los derechos del
hombre que debe permitir la conciliación de la dignidad del individuo (del individualis-
mo bien entendido) y de la integración social (socialismo bien entendido). La historia de
las sociedades y el análisis de las sociedades modernas desmembradas por los progresos
de la división del trabajo social (como de la división social del trabajo), demuestran que
sociales y la acción, (SSA); “La determinación del hecho moral”, 1916, en Sociología y filosofía, (SP);
“Educación sexual y salud social”, 1911, en Textos, (TE). A continuación, las obras son en su mayoría
designadas por los acrónimos señalados.
115
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
“no le quedan a los hombres nada que puedan amar y honrar en común, más que a él
mismo” (“El individualismo y los intelectuales”, SSA). Durkheim piensa justificar pre-
cisamente la religión “individualista” que inscribe en los estandartes: homo hominis deus.
Agreguemos que el sentimiento de una misión, el de deber jugar el rol de un sacer-
dote laico, incluso de un profeta, participaba en Durkheim de la esperanza de una socie-
dad comunal, marcada por el imaginario de un grupo unido, fusionado. Imaginario que
dificulta la consideración de los conflictos y de la violencia en su percepción del males-
tar social. Si la persona humana es cosa sagrada y “si no se intenta violarla, se la mantie-
ne a distancia” es mejor preservar “ese bien por excelencia, la comunión con el otro”. El
discurso durkheimniano está marcado por una suerte de himno a la sociedad (que nos
alimenta, nos hace ser lo que somos, etc.) cuyas raíces subjetivas son profundas: el mis-
terio sagrado de lo comunal que obsesiona a Durkheim.
Querer por lo tanto, fantasma quizás, una sociedad en comunión por el amor y el
respeto de la persona -con la convicción de que el papel del sociólogo es trabajar para la
producción de esta sociedad- son los ingredientes que conducen a Durkheim a observar
el surgimiento incesante de un nuevo sagrado y a dar un contenido religioso a ese nuevo
sagrado.
Se podría pensar que las formulaciones citadas más arriba, no son más que metá-
foras. O también expresiones que se sitúan en su contexto inmediato. En 1893, el indivi-
duo es el objeto de una suerte de religión; se trata “si se quiere” de una fe común (DTS).
En 1897 el individuo es llamado, nos parece, a participar de la naturaleza sui generis que
la religión presta a sus Dioses (SU). En 1898, la persona es considerada como sagrada, en
el sentido ritual de la palabra, “por decirlo así”, (SSA, “El individualismo y los intelec-
tuales”). En 1906 la persona es llamada a la vida moral, como lo sagrado, prohibida y
amada a la vez.
Esas expresiones de apariencia análoga o metafórica, deben sin embargo ser in-
terpretadas en función de la posición que le atribuye Durkheim al sujeto social. En efec-
to, en los textos consagrados a la sacralización del hombre -en varios pasajes de Las
formas elementales de la vida religiosa- él se ubica como desde lejos, desde el punto de
vista de los actores sociales; es decir, en su sistema, en el nivel de las representaciones
colectivas. Es conveniente tener en cuenta aquí el aspecto fenomenológico de la empresa
durkheimniana: la realidad social se sitúa en la conciencia colectiva, de la cual las repre-
sentaciones son el sustrato propiamente psíquico.
De esta manera, en 1897, el individuo es considerado nosotros, parece participar
de lo divino, porque a los ojos de los pueblos, la persona se volvió sagrada. En 1898, el
ideal individual puede ser considerado tanto aparecer religioso, como ser una religión.
La persona es considerada como sagrada, a los ojos del sujeto social, del actor que parti-
cipa de un mundo de representaciones colectivas, las que hacen del hombre los represen-
tantes simbólicos de la sociedad-Dios. Pero ella es sagrada a los ojos del sociólogo que
116
JEAN CLAUDE FILLOUX
***
117
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
el ser bueno, amado y buscado” (SP). Él atrapa y rechaza a la vez, porque prohíbe.
Ahora bien, esta dualidad se vuelve central en la descripción que hace Durkheim
de las actitudes y sentimientos del actor social ante “lo sagrado” de la persona humana.
Volvamos entonces a los textos. Todo “atentado” dirigido contra el hombre “nos causa el
efecto de sacrilegio”, porque “viola ese carácter sacro-santo que está en nosotros y que
debemos respetarlo tanto en nosotros como en los otros”; el hecho de destruir violenta-
mente una vida humana nos rebela como un “sacrilegio” (SU), de allí viene la reproba-
ción del suicido. La educación moral precisa que, en virtud del principio (que la persona
humana es santa por excelencia) “toda especie de impiedad sobre nuestro fuero interior,
se nos muestra como inmoral, pues se comete un acto de violencia a nuestra autonomía
personal”. De allí proviene esta idea de “culto del hombre” que “tiene como primer
dogma a la autonomía de la razón”. En La educación moral sostiene: “Jamás una manera
de pensar se nos debe imponer obligatoriamente”, “en nombre de una autoridad moral”.
“Es una regla, no solamente de lógica, sino de moral, que nuestra razón debe aceptar
como verdadero sólo lo que ella ha reconocido espontáneamente como tal”. El respeto
por el otro va más lejos e implica, como lo dice el texto de 1898, que “es necesario dar
razones a mi razón para que se incline ante la razón de otro” (SSA, El individualismo y
los intelectuales).
El texto de 1906, La determinación del hecho moral, insiste muy particularmente
en lo que podemos designar como la ambivalencia constitutiva de la relación con lo
sagrado de la persona. En ese texto se lee que si la persona humana “es cosa sagrada”
(ella lo es y no es como una cosa sagrada), eso quiere decir: “no se la puede violar, se
debe mantener la distancia del recinto de la persona”. Al mismo tiempo, “ella es el objeto
distinguido de nuestro interés”, pues “el bien por excelencia es la comunicación con el
otro”. Durkheim agrega que si ella nos inspira en el “otro” un sentimiento religioso que
nos mantiene a distancia, como rodeado de una aureola de santidad que la “aparta”, ella
se vuelve el “ideal” -subrayamos- que nos esforzamos por realizar en nosotros, del modo
más completo posible.
Para el actor que vive su “carácter sagrado” la “persona” es a la vez ideal y realidad,
prohibida y amada, lo que hay de “dios para el hombre en ella”. Sacralización que es desde
entonces piedra de toque para el juicio moral que debe determinar si un actor individual, lo
mismo que un “grupo” obedece a los imperativos que permiten desde ahora la cohesión de
nuestra sociedad. El caso del Affaire Dreyfus, que dio lugar al texto de 1898, es el ejemplo
preciso de un atentado a lo sagrado de la persona humana; la condena injusta de la víctima,
Dreyfus, es un atentado a los derechos del hombre, como también a los “intereses” mismos
de la sociedad y del Estado. Violación de los derechos de un hombre que merece nuestro
interés, fisura que debe unir de ahora en más, nuestra sociedad.
***
118
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
bién vuelve frágil la demostración del “individualismo” bien entendido que propone
Durkheim.
Es en este estado de cosas que deviene una glorificación, que es la convicción ética
unificadora del cuerpo social en la sociedad emergente. “Vemos acercarse el momento
en el que no habrá nada más de común, entre todos los miembros de un mismo grupo
humano, o solo habrá la necedad de los hombres” (SU). “Nos encaminamos poco a poco
hacia un estado… en el que los miembros de un mismo grupo social no tendrán nada más
en común entre ellos que su calidad de hombre, que los atributos constitutivos de la
persona humana en general”. La “idea de la persona humana” no solamente se va reali-
zar, sino que es ya la única que se mantiene, inmutable e impersonal, por encima del
oleaje cambiante de opiniones particulares…; no queda más nada que los hombres pue-
dan amar y honrar en común que no sea el hombre mismo” (SSA).
La nueva religión que proyecta lo sagrado, salido de la divinización de lo social
sobre el mismo individuo, existe pues y de hecho, y de derecho, incluso si no conoce
todavía su desarrollo completo. Se trata de quererla, pues es precisamente desde ahora,
el único cimiento que puede unir a los “grupos sociales”; el único “lazo social verdade-
ro” en definitiva. Si, en 1893, “la fe común” que “hace del individuo el objeto de una
suerte de religión” no constituye un lazo social verdadero, es sobre eso que trata El
suicidio.
De hecho, asistimos desde De la división del trabajo social, hasta los textos tales
como “La determinación del hecho moral” en 1906, a una verdadera demostración socio-
lógica del individualismo, es decir de la necesidad funcional del respeto de los derechos
humanos en la sociedad civil y política, nacida de la división del trabajo, del industrialis-
mo, de la modernidad. Demostración que contribuye al mismo tiempo, a definir al indi-
vidualismo “verdadero” como ética personalista, en oposición a algunos alejamientos y
a deducir consecuencias en el nivel de la contribución del sociólogo en la evolución
social. Esta contribución se sitúa en el marco de la problemática original: para encontrar
las vías de un reencuentro del individualismo y del socialismo, conviene primero deter-
minar, a través de la ciencia social, cómo se “sostiene” una sociedad.
***
120
JEAN CLAUDE FILLOUX
las capacidades, realización de las vocaciones. Los valores comunes anteriores, a través
de los cuales la sociedad aparecía directamente como objeto de fe social, tienden a
substituirse por valores propios de los grupos profesionales. Al mismo tiempo, le es
permitido a cada uno vivir plenamente su profesión, para poder cumplir su tarea diferen-
ciada de “funcionario” social. Estos procesos de personalización y norma de
personalización van a la par; los valores individualistas nacen por la imposición. Los
sentimientos comunes presentan un nuevo contenido, se concentran en la promoción del
individuo.
Desde El suicidio, Durkheim está persuadido de haber encontrado en el culto de la
persona ese mínimo de conciencia colectiva necesaria para la cohesión de toda sociedad
moderna. Es que a la demostración del progreso de especificación de roles, se agrega ese
nuevo ingrediente, nacido de la teoría del lazo religioso: “la fe común” evocada en 1893
que deviene, en tanto toda religión simboliza y trasfigura en la relación con lo social, un
dominio natural de lo sagrado. La teoría de la religión y de la naturaleza de lo sagrado le
permite a Durkheim superar el punto de vista de 1893, para demostrar (o deducir) des-
pués de 1895, que es a partir de ahora el hombre quien en las sociedades modernas, se
vuelve el objeto sagrado común, para que la integración de una sociedad sea posible. La
persona que está en el nivel funcional de la división de los roles y de las tareas como
objetivo de su realización, es en el nivel del análisis de la integración por los valores
comunes, objeto de respeto, a la manera de un Dios.
En ese contexto, la noción misma de individualismo gana desde entonces su signi-
ficación específica. La primera edición del texto de 1898, que responde a un artículo de
Brunetière y que pone en cuestión un individualismo creador de anarquía, se lo muestra
sin “equívoco”. No se trata, ni del utilitarismo de los economistas, ni de la promoción del
egoísmo individual. Se trata del tipo de individualismo que “ha sido profesado desde
hace un siglo, por la más grande generalidad de pensadores: Kant, Rousseau, los
espiritualistas, los que han intentado traducir la Declaración de los Derechos del Hombre
en formulaciones; los que se enseñan corrientemente en las escuelas y que se convirtie-
ron en la base de nuestra catequesis moral”.
Esta referencia a la filiación de los “Iluministas” no debe, sin embargo hacer olvi-
dar, por un lado las ambivalencias de Durkheim respecto de los autores que cita115, pero
sobre todo su deuda –explícita- a Renouvier. Se puede pensar que de él toma su concep-
ción de un individualismo ético; que implica a la vez un elemento de “ternura” y de razón
y que tiene por objeto, no un individualismo singular en el individuo, sino “la calidad de
115
Durkheim plantea que “es un hecho remarcable que todos esos teóricos del individualismo son tan sensibles
a los derechos del hombre como a los del individuo”, pero no han sabido siempre adoptarlos “para fundir
juntos esos dos aspectos de sus métodos” (SSA 266). Por otra parte, “nuestros padres tenían exclusivamente
por tarea liberar al individuo de los obstáculos políticos… Por lo tanto, la libertad política es un medio, no
un fin” (ib., p.276).
121
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
116
La obra de Renouvier titulada El Personalismo, data de 1903. Se publicaron los Ensayos de crítica
general, 1864. La Ciencia y la moral, 1869. La Crítica filosófica, 1889. La Crítica religiosa, 1885, en el
momento en que Durkheim elaboraba su tesis sobre el individualismo.
117
Ese concepto de humanidad en Comte remite al conjunto histórico de los hombres desde los orígenes,
mientras que en Durkheim reenvía al ser humano a su naturaleza a la vez “individual” y “social”. Convendría,
en todo caso, diferenciar la religión de la humanidad durkheimniana, de las posiciones “religiosas”, no
solamente de Comte, sino también de Sain-Simon.
122
JEAN CLAUDE FILLOUX
sociedad que podrá ser llamada democrática, socialista, “meritocrática”, desde el mo-
mento en que se inscriba en sus banderas, la religión del hombre, el culto de la persona.
Para Durkheim, esas consecuencias -prácticas- de una demostración teórica de los
derechos humanos, deben tomarse en cuenta para evaluar el significado profundo de la
demostración. De esta manera, después de haber expresado que la sociedad ha hecho del
hombre “un dios y ella se ha convertido en la sirvienta”, Durkheim concluyó en el texto
de 1898 que se trata de “completar, aplicar, organizar el individualismo”, de “suavizar”
el funcionamiento de la máquina social, tan dura todavía para los individuos, para traba-
jar; en fin, para hacer una realidad del famoso precepto: a cada uno según sus obras”.
Confrontado desde De la división del trabajo social a los problemas planteados
por las desigualdades sociales y económicas específicas de las sociedades industriales,
su análisis lo llevará a retomar, en una perspectiva saint-simoniana, la idea del mérito (a
cada uno según su mérito, fórmula que concreta “a cada uno según sus obras”, para
lanzar las grandes líneas de una sociedad meritocrática, respetuosa de los dones y aptitu-
des de cada uno.
A la pregunta propiamente política, Durkheim responde con una perspectiva
personalista. La realización de transformaciones económicas que deben asegurar la pro-
moción de una sociedad individualista, supone un órgano político susceptible de ser el
artesano. Se tratará de investigar lo que es y lo que debe ser la “forma del Estado” para
que cumpla con su vocación de ahora en más, de garantizar la existencia de una sociedad
unida por la religión común del hombre.
En las Lecciones de sociología, obra que reproduce los cursos de los años 1897-
1899, Durkheim define al Estado como “un grupo de funcionarios” cuya función es de
pensar y de decidir; que saca su poder del de la sociedad civil y que elabora su política en
nombre y en respuesta a las necesidades de la sociedad. En las sociedades modernas, los
problemas de comunicación política y de ventilación del poder están estrechamente liga-
dos a la naturaleza de los fines últimos que “debe” perseguir el Estado. Este no puede
tener, de ahora en adelante, más que una vocación individualista; su rol es el de ser un
instrumento de cohesión y de unión.
Durkheim expresa que esta vocación solo puede ser realizada por el estableci-
miento de un sistema que implique una relación triangular entre el Estado, el individuo y
los grupos secundarios (profesionales); sistema de equilibrio, cuya efectividad responde
precisamente a las nociones de “democracia” y de “socialismo”. La primera, ligada a la
idea de transparencia: en el Estado democrático, la “conciencia gubernamental” está en
permanente comunicación; y en un segundo sentido, con la “masa de las conciencias
individuales”, de manera que se puede decir que la democracia es “la forma política por
la cual la sociedad llega a la más pura conciencia de ella misma”. El socialismo implica,
por su parte, la “conexión” de las funciones económicas a la conciencia gubernamental,
conexión que puede ser directa o indirecta.
123
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
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JEAN CLAUDE FILLOUX
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
violar los límites, al penetrar ilícitamente en el otro hay una suerte de profanación. “….En
el acto sexual, esta profanación logra una excepcional intensidad, pues las dos personali-
dades en contacto se lastiman, una en la otra”. En la visión de la moral individualista, en
este acto “tan curiosamente complejo” hay un germen de “la inmoralidad básica”.
Lo que compensa “en ciertas condiciones” esta “inmoralidad constitutiva”, es que
“esta profanación produce una comunicación, la más intima que pueda existir entre dos
seres concientes”. “Las dos personas que se unen, hacen solo una; los límites que primi-
tivamente circunscribían a cada una de ellas, son desplazados y enviados más lejos…”
La condición para que la profanación desaparezca será que esta fusión sea cróni-
ca, “que la nueva unidad sea durable”. El matrimonio permite esta cronicidad, pues per-
mite “que haya sólo dos personas distintas y separadas, pero al mismo tiempo, una sola”.
Si los dos individuos, después de unirse, se separan; si después de haberse entregado el
uno al otro cada uno retoma su independencia, entonces “la profanación permanece inte-
gra y sin compensación”.
¿Desde el momento en que se aplica concretamente el principio de sacralización no
nos encontramos en un callejón sin salida? La dialéctica de la distancia, de lo prohibido
y del amor, la presencia de lo abstracto “humano” en la relación del individuo singular. Si
en el caso del Affaire Dreyfus, la condena de un inocente puede hacerse fácilmente,
faltando a la simpatía por lo que es humano y atentando contra el consenso social; si
incluso fue cómodo para Durkheim en El suicidio, condenar todo crimen cometido hacia
sí mismo, él parece permanecer fiel a lo que podemos llamar su ideología “individualis-
ta”. Esta fidelidad es al costo de una psicología suscinta, incluso ilógica (¿Qué pasa en
efecto con la representación que en el matrimonio dos personas solo hacen una?).
***
Sin embargo sería erróneo sacar argumentos de análisis quizás precipitados y tor-
pes, para denegar todo el peso de lo que podemos llamar hoy las inquietudes y también
las impaciencias de un Durkheim que quiere mostrar lo ineluctabilidad de un último
recurso, el homo homini deus.
Nadie duda que a nivel real de la evolución de las sociedades, los análisis de
Durkheim estén lejos -y es un eufemismo- de ser verificados totalmente. El tenía la
convicción de que la democracia terminaría por desbordarse, que el culto del hombre
terminaría por dominar y volverse el valor central de las sociedades, que las religiones
tradicionales se apagarían en beneficio de ese nuevo hecho religioso que hace del hom-
bre un Dios.
Anticipaciones en parte desordenadas por la historia. Si las religiones tradiciona-
les no siempre tienen el impacto de antaño, están lejos de desaparecer. Algunas como el
126
JEAN CLAUDE FILLOUX
Islam, tienen un rebrote vigoroso y son, en varias sociedades, el centro de los valores
sociales. La sociología, por su parte, ha abandonado la ilusión teórica (o imaginaria) de
una “sociedad” siempre buena, generosa, centro de aspiraciones y de deseos de cada uno
(a pesar de sus “imperfecciones”).
La psicología optimista de Durkheim pesa poco ante el aporte freudiano. La insis-
tencia sobre los fenómenos de integración social, con una relativa minimización de los
conflictos sociales, de la violencia, de los problemas de poder, refleja en espejo una
concepción del hombre que pone más en evidencia el “egoísmo” que el impulso de muer-
te. Él no llega al misticismo de Durkheim, su sentimiento de una misión, de ser el sacer-
dote y el profeta de esta nueva religión que, a cien años de distancia, parece muy utópica.
Es cómodo remitir a Durkheim a la extensión de los ataques a los derechos huma-
nos, no solamente en los países “despóticos”, según su clasificación, sino también en
varias sociedades llamadas democráticas. Y sin embargo, también se puede sostener que
ningún sociólogo más que Durkheim ha intentado “trabajar”, como él dice, en la justifi-
cación y en el desarrollo de lo que J. Prades llama humanismo, decidiendo superar la
ideología de Las Luces, para fundarlo sociológicamente. Quizás habrá que retomar -se
puede decir renovar- la demostración durkheimniana; devolver a la “elite intelectual” en
ese nivel, el “gusto de la acción”.
Hay que remarcar que el designio durkheimniano de elaborar (sociológicamente,
es decir científicamente) el esquema de un socialismo fundado sobre el culto del hombre
-con rostro humano, diríamos hoy- permanece actual; que la noción de transparencia en
la concepción de una democracia que optimice la comunicación política se impone en
sociología política; que, en fin, si “el culto de la persona humana” no es el valor univer-
salmente reconocido, e incluso inscripto en los comportamientos, el desarrollo y en mu-
chos casos, en la eficacia de las organizaciones humanitarias que fundan su acción en una
lucha por los derechos humanos, va en el sentido de las anticipaciones durkheimnianas118
. Rosa Luxemburgo veía el destino de la humanidad en la elección del socialismo o
barbarie. Durkheim (imbuido de la convicción de que el socialismo humanista era in-
eluctable) diría mejor: culto del hombre o desintegración social. La renovación de lo
sagrado debe “necesariamente” advenir para que la barbarie (es decir la anomia, el reino
de la violencia) no domine las sociedades emergentes.
Completar, desplegar, organizar el individualismo -como lo define Durkheim- es
un mensaje que una lectura actual no puede considerar obsoleto. Se podría agregar que
Durkheim preconizaba un patriotismo “abierto”, que pretende que los hombres no se
aten a sus “patrias” y que, in abstracto va de alguna manera en el sentido de las preocu-
118
Durkheim no se contentó sólo con escribir su artículo de 1898 sobre el Affaire Dreyfus. El participó, en
abril de ese año, de la creación de la Liga de los derechos del hombre y del ciudadano, y trabajó inmediatamente
como Secretario de Sección en Bordeaux.
127
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
paciones del mundo moderno119. Y, como el término “in abstracto” puede cuestionarse a
nivel psicológico, como dije antes no nos debe hacer olvidar que él recubre (como lo
sagrado) algo en el orden de una distancia evidente, pero también de una unión, e incluso
de una calidez. Uno de los últimos textos que Durkheim escribió a comienzos de 1914, se
corresponde con el texto de 1898 en el que afirma: la “fe profunda” que anima a los
individualistas, sus “ardores generosos”, se enraízan en esas “fuentes de calidez que
nuestras sociedades llevan implícitas” (“El futuro de la religión”, SSA).
119
Cf. Intervención de Durkheim en 1907, en una sección de la Sociedad Francesa de Filosofía: “Hay que
hacer amar a la patria en abstracto” (SSA. 300)
120
Publicado originalmente en Occasional papers, nº 1, British Centre for Durkheimian Studies, Oxford,
1993.
128
JEAN CLAUDE FILLOUX
Durkheim y el individualismo
La teoría del “individuo” y de la “individualidad” debe ser reubicada en el “pro-
yecto” durkheimniano, que era a la vez un proyecto político de reforma social y un pro-
yecto pedagógico de enseñanza del grupo.
Es conveniente notar que el enfoque durkheimniano de la sociedad encuentra su
origen en una voluntad reformadora, presente desde la decisión que tomó Durkheim de
hacer existir la sociología como ciencia. Si la sociología debe evadirse de la filosofía o de
la ideología, es para convertirse en un instrumento confiable del cambio social. El pro-
yecto durkheimniano es a la vez político y pedagógico: una interrogación sobre el deve-
nir de las sociedades humanas dedicadas al industrialismo; la voluntad de enseñar a los
hombres el valor del grupo y del “estar juntos”. Le corresponde al análisis sociológico
decirnos cuales son las condiciones de existencia y de funcionamiento de la sociedad
industrial.
Ahora bien, para elaborar el modelo de una sociedad unida e integrada, le pareció
necesario a Durkheim construir una ciencia que a sus ojos no existía todavía: la ciencia
social, la sociología. Tal ciencia no podía existir sin objeto específico, distinto del biológico
y del psíquico, al que denominó la Sociedad; y sin un método de explicación igualmente
específico: la regla de la explicación de lo social por lo social. Y es así que aparentemente,
desde el comienzo, el individuo, en tanto factor de explicación de fenómenos sociales,
estaba como sacrificado a la ciencia.
Pero a pesar de las afirmaciones perentorias de Durkheim -la sociedad es un ser
sui generis que tiene una existencia propia, más allá de las conciencias individuales- se
puede demostrar que la sociología de Durkheim está “enclavada”, “apuntalada” por con-
cepciones de orden psicológico. Por ejemplo, teorizando una sociedad cuyo resorte
central es lo que él llama “conciencia colectiva”, le plantea dos interrogantes:
¿Cómo se constituye una conciencia colectiva? ¿Cómo se construye un grupo a
partir de la asociación?
¿Cómo las “representaciones colectivas” se inscriben en las conciencias indivi-
duales?
De allí formulaciones alternativas a las anteriormente citadas, que tienden no a
separar, sino a unir individuo y sociedad. En 1912 escribe en Las formas elementales de
la vida religiosa: “la sociedad no puede existir más que en las conciencias individuales y
por ellas”. Podemos plantear la hipótesis que los textos en los que Durkheim expresa una
dicotomía radical entre individuo y sociedad, se sitúan en el marco de una concepción de
lo psíquico concebido como estrictamente biológico, de un individuo abstraído de todo
lazo social; que son textos polémicos, que utilizan el vocabulario de los adversarios, que
hacen de lo psíquico el desarrollo puro y simple de un legado. Él evoca un grupo
“hipostasiado”, connotado como independiente de cualquier referencia a los hombres
129
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
que son el grupo; está en contrapunto de una teoría del individuo considerado, abstrac-
ción hecha de lo que es él como actor inserto en la existencia social. Esteban Luquez ha
contribuido precisamente a poner en evidencia la polisemia del término “individuo”, que
mas allá de esta polémica, participa de la idea de una homogeneidad del individuo socia-
lizado y de la sociedad inmanente al hombre (y no, a partir de allí, “trascendente”).
Una lectura que rehusa instalarse a priori en la única visión de un imperialismo
radical de lo social, tomará en cuenta a partir de allí, por ejemplo, las referencias domi-
nantes de la psicología del individuo en la determinación de las causas del suicidio, la
situación de anomia. Durkheim, sociólogo, sí, pero también del sujeto social; psicólogo,
ciertamente, pero del actor social.
Sin ese interés de Durkheim por el sujeto, cualquiera sea el estatus epistemológico
acordado al grupo, no hubiese podido escribir en 1887121 en el linde de su carrera de
sociólogo: “Si la vida individual no vale algo, por poco que sea, el resto no vale nada y el
mal no tiene remedio”.
Además la sociedad moderna demanda cada vez más la individualización y la
personalización del sujeto social. Podemos pensar que Durkheim retoma estrictamente a
Aristóteles: el hombre es un ser viviente social, y por lo tanto doble, ya que lo social se
superpone a lo biológico. Ahora bien, las cosas son más complicadas. El hombre debe
por naturaleza estar supuestamente dedicado a la existencia social, a establecer lazos
sociales. No sería hombre, sujeto, si no fuera miembro de un grupo. De allí las expresio-
nes reiteradas de Durkheim: “es la sociedad quien hace al hombre”, sin ella él permane-
cería en estado animal, etc. Durkheim quiere decir que, a pesar de que en la naturaleza
humana haya una aspiración a la socialización, una vez que esta socialización se efectúa,
el grupo existente tiene exigencias propias. En El dualismo de la naturaleza humana y
sus condiciones sociales, Durkheim plantea en 1914 que la sociedad no es sino “el
desarrollo natural y espontáneo del individuo”, que “ella no puede formarse ni mante-
nerse sin reclamar de nosotros permanentes sacrificios que nos cuestan”.
Es en esta óptica que Durkheim sitúa su teoría de la individualidad; ella es insepa-
rable de la teoría de la socialización que hace del individuo biológico (abstracto) un
individuo social, que desarrolla por ejemplo, gracias a los roles profesionales, aptitudes
naturales. También se observa en Durkheim todo un conjunto de tesis de resonancias
freudianas, como por ejemplo:
- La tesis de la falta de límite potencial de los “deseos” del hombre, ser de deseo;
- La del rol del imaginario en los deseos humanos socializados;
- La del desequilibrio producido por la ausencia de frenos a los mencionados deseos;
- El concepto mismo de socialización, como transmisión de reglas, valores, mode-
121
“La moral positive en Allemagne”, 1887, en Textes, Vol. I.
130
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131
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
122
“El individualismo y los intelectuales” aparecido el 2 de julio de 1898 en la Revista Azul, en respuesta a
un artículo de F. Brunetière, que estigmatizaba a los “intelectuales” que apoyaban la causa de Dreyfus. Le
permitía a Durkheim precisar la perspectiva en la cual convenía analizar el Affaire, y también comprometerse
públicamente (artículos retomados en La ciencia social y la acción (SSA).
132
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
123
“Les principes de 1789 et la sociologie”, 1890, repris in SSA.
134
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tuales). Es que el sistema educativo y los maestros, que son sus agentes, están en defini-
tiva invitados a una suerte de militancia de la clarificación; clarificar entre los jóvenes
ideales ya latentes, pero confusos para ellos y también para la sociedad misma. Que
muestre a los jóvenes que hay que “amar la vida colectiva”, afirmando que la escuela
debe enseñar a los niños, desde la más temprana edad el “placer de decir nosotros”, el
“gusto por la vida colectiva”. Durkheim quiere sensibilizarlos a un sentido del grupo que
de ahí en más implica en sí mismo el sentido de ese nuevo sagrado, que es la persona
humana.
Es en este contexto que conviene interpretar las nociones del “espíritu de discipli-
na” y de “unión al grupo”, los dos primeros elementos de la moralidad. A decir verdad,
“el espíritu de disciplina” no constituye sino el aspecto “formal” de la vida moral. Con-
viene desarrollar en el niño el dominio de sí, primera condición de toda libertad, enseñar-
le a conducirse con coherencia, obedecer a la autoridad, sin que esta “disciplina” sea
ciega. El segundo elemento concierne, por el contrario, al contenido mismo de la moral.
Hay que enseñar a los jóvenes el sentido del grupo -familia, Estado, incluso Humanidad-
mostrarles el rol posible de los Estados en la realización del “ideal humano”. Los actos,
para ser llamados “morales” no deben perseguir fines “personales”, al menos directa-
mente, sino fines “impersonales”, “supraindividuales”, de un “interés colectivo”, la unión
al grupo significa una apertura a la acción de la Sociedad. Y Durkheim agrega que por
una suerte de transferencia, la unión al grupo recae sobre los individuos del grupo.
Cuando se está unido a la sociedad de la cual uno forma parte, es psicológicamente
imposible no estar unido a los individuos que la componen y en los cuales ella se reali-
za…. Es muy natural que los sentimientos que tenemos para con ellas, se presenten sobre
aquellos en los cuales ella se encarna parcialmente… Cuando el ideal del grupo no es
sino una forma particular del ideal humano; cuando el tipo del ciudadano se confunde en
gran parte con el tipo genérico del Hombre, es al Hombre como Hombre, al cual nos
encontramos unidos, sintiéndonos más estrechamente solidarios con aquellos que reali-
zan más especialmente la concepción particular que nuestra sociedad se hace de la huma-
nidad (La educación moral).
Este texto es significativo, por la manera muy psicológica con la que Durkheim
argumenta muy frecuentemente, para resolver la antinomia ya evocada entre la
sacralización del individuo y la primacía de lo social.
135
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
siguiente: estar formado con un espíritu de disciplina, para unirse al grupo, implica que
el alumno reciba del exterior una obligación -la obligación de disciplina, de unión- es
estar puesto en una situación de dependencia, incluso de pasividad, contradictoria con el
mismo ideal individualista. Este ideal demanda que el alumno aprenda a querer por sí
mismo la moral, y a consentir en ella libremente, para obedecer voluntariamente a las
reglas que reflejan las grandes ideas morales.
Se lee en La educación moral: “Si la regla moral es obra colectiva, nosotros la
recibimos mucho más de lo que la hacemos. Nuestra actitud es mucho más pasiva que
activa. Hemos procedido menos, hemos actuado menos. Ahora bien, esta pasividad está
en contradicción con uno de los axiomas fundamentales de nuestra moral; podríamos
decir que con el axioma fundamental, es que la persona humana es la cosa santa por
excelencia. En virtud de este principio, toda especie de usurpación de nuestro fuero inte-
rior se nos presenta como inmoral, puesto que es una violencia hecha a nuestra autono-
mía personal”.
“Explicando la moral a los niños”, dándoles -según la fuerte expresión de Durkheim-
“la inteligencia de la moral”, se induce justamente en los alumnos un estado de espíritu
que se puede calificar de “racional”, pues ellos saben y sienten cuáles son las “razones de
sus deberes”. El espíritu de autonomía pasa por esta inteligencia, por esta “compren-
sión”.
Este razonamiento muy próximo a la famosa “necesidad deseada” de los filósofos
estoicos, puede sorprender. Enseñar los “grandes ideales”, entre ellos el ideal personalista,
sería violencia si, en nombre de este ideal fuese necesario hacerlos encontrar por el alumno
de alguna forma. Es precisamente en esas páginas de la Educación Moral que Durkheim
aporta, para la época, una base totalmente original para la elaboración de una educación
de los derechos humanos, mostrando que es por la actitud pedagógica misma del maes-
tro que se transmite de cierta manera esta educación. Si los derechos humanos pueden
ser objeto de una enseñanza (de una “inculcación”), ellos no pueden ser verdaderamente
“enseñados” si el medio escolar no lo permite. Dos factores de esta enseñanza son toma-
dos en cuenta por Durkheim: por un lado, hay que poner a los alumnos frente a la racio-
nalidad de los ideales de justicia, de respeto de los individuos; por otro, se tiene que
poner a los maestros frente a su propia propensión a una cierta violencia pedagógica, que
sería justamente contradictoria con los nuevos ideales.
El espíritu de justicia, decía Renouvier, no puede ser más que de orden racional. El
acento puesto en la misma época por Durkheim sobre la necesidad de una enseñanza de
las ciencias, que den la medida, a la vez, de la complejidad y de la racionalidad de lo real,
va en el sentido de un aprendizaje, un ejercicio de la razón, que permita justificar al
individualismo moral en sí mismo. La demostración sociológica del individualismo te-
nía como sentido en Durkheim, asegurar su racionalidad. Enseñando a los alumnos a
136
JEAN CLAUDE FILLOUX
Conclusión
Quisiera terminar con algunas observaciones.
No debemos olvidar que la preocupación primera de Durkheim, en su época, ha
sido justificar -en y por la construcción de una ciencia de las sociedades- la necesidad
histórica de un consenso social fundado sobre el reconocimiento de los “derechos huma-
nos”; es en ese sentido que un socialismo humanista está, según su expresión, “inscripto
124
“Pedagogie”, en F. Buisson, Ed. Nouveau Dictionnaire de Pédagogie, Hachett, 1911.
137
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
138
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CAPÍTULO VIII
Tolstoi y la Pedagogía
¿Será Tolstoi un mal amado de la pedagogía? ¿Se habrá olvidado que el autor de
Guerra y paz, Ana Karenina y Resurrección durante toda su vida vivió atravesado por un
profundo deseo de instruir que lo condujo, desde la edad de 30 años, a fundar una escue-
la en las tierras de su propiedad de Iasnäia Poliana y luego, mucho más tarde, a querer
ser el pedagogo de la no violencia en nombre de una prodigiosa fe en el hombre? ¿Acaso
no ha sido considerado, a justo título, como el que ha renovado en la mitad del siglo XIX
la reflexión pedagógica? Agreguemos que en la traducción francesa de las Obras com-
pletas de Tolstoi aparecida entre 1902 y 1923 en las ediciones Stock, dos tomos muy
densos están consagrados en 1905 y 1906 a sus “Obras pedagógicas”.
Pero desde aquellos años, no se ha realizado ninguna reedición de los textos
contenidos en esos dos tomos. Permanecen prácticamente desconocidos, puesto que no
están disponibles, salvo en algunas bibliotecas. Sin embargo, se encuentra allí no sólo
una prefiguración de lo que se designa como “pedagogías libertarias”, sino también de
ciertos métodos activos y de una verdadera ética de la pedagogía que plantea la cuestión
del sentido último de la acción pedagógica. Luego funda en una casa solariega situada
en Iasnäia Poliana “luminoso claro”, una escuela para enseñar a los hijos de sus cam-
pesinos el espíritu de libertad en y por la instrucción. Ello en nombre de una convicción
nunca desmentida, de que el mundo de los hombres puede evolucionar hacia más huma-
nidad a través de la escuela. Enseña allí durante dos años ayudado por estudiantes que
han venido a unírsele y lo hace de nuevo diez años después.
Teoriza su propia experiencia al mismo tiempo que la transforma en una escritura
que da testimonio de una filosofía pedagógica, cuya significación supera la época y que
aún hoy nos habla. ¿Cómo llevar al niño a través de la enseñanza de los contenidos para
que encuentre el sentido de su propia creatividad? ¿Cómo ligar una no violencia peda-
gógica con la necesaria autoridad del maestro? ¿Cómo -más tarde, frente a la voluntad
de enseñar a los hombres una fe casi religiosa en el hombre- hacerse además pedagogo
de la libertad?
Estas cuestiones plantea Tolstoi a partir de los textos publicados en 1962 en la
Revista Iasnäia Poliana y que retoma en textos ulteriores en los que habla de la “educa-
ción del pueblo”. ¿Qué hacer? Esta pregunta remite más que a una problemática relati-
va a los métodos del pedagogo, a la ética que él asume. Una ética enseñante, que pone al
pedagogo frente a responsabilidades que son las suyas, frente a los valores de amor y de
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
libertad que deben conducir lo que él hace. Una ética enseñada también, en la medida en
que precisamente el sentido de esta acción pedagógica, es la de suscitar en el niño y el
adolescente en la escuela, un espíritu de no-violencia y de respeto de la libertad del otro.
En el primer texto que sigue, surgido de un curso universitario durante el año
1970-71 se presentan los puntos fundamentales de una pedagogía que se puede llamar
“libertaria”. El segundo texto, más reciente, retoma una conferencia que deseaba inter-
pretar la pedagogía de Tolstoi como la expresión de una pasión de enseñar enraizada en
la relación de un sujeto con su propia infancia. Al final se agregan algunas consideracio-
nes sobre la ética tolstoiana de la escuela.
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126
“Contes et fables”, traducción de Halpérine Kaminsky, Plon 1891.
127
“Pour les enfants”, traducción de Tscytline y Jaubert, Savine, 1891
128
Del Tomo XIII se analizan los siguientes artículos pedagógicos de la revista Iasnäia Poliana, (1905).
“Sobre la instrucción pública”; “Sobre los métodos de la enseñanza de la lectura y escritura”; “Proyecto de
un plan general para las escuelas populares”; “La educación y la cultura”; “El progreso y la definición de la
instrucción”; “¿Quién debe enseñar el arte literario y a quién?”; “La escuela de Iasnäia-Poliana en noviembre
y diciembre”; “Las bellas artes”; “El dibujo”; “El canto”.
Del Tomo XIV, que incluye artículos pedagógicos, composición y adaptación para los niños (1906) se
analizaron: “Sobre la instrucción del pueblo”; “El prisionero del Cáucaso”, “Ermak”; “Relatos de física, de
zoología, de botánica”; “Indicaciones generales para los maestros”.
141
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
Pedagogía y cuestionamiento
Una ubicación socio-histórica, que aquí no es nuestro objeto, nos indicaría en qué
medida la situación política y económica de Rusia en los años 1850-1875 ha podido
suscitar una ideología pedagógica tal como la de Tolstoi. Digamos solamente que en esa
época en Francia se constituía una enseñanza pública que se confrontaba con la proble-
mática de la elección de los maestros de la enseñanza primaria y de los métodos de
enseñanza. Tolstoi pertenecía pues a un período de tanteo y de búsqueda. Su apuesta en
una suerte de investigación activa en pedagogía se debía ante todo a la importancia que él
le atribuía a los contenidos y a las modalidades de la enseñanza para el porvenir de su
país.
Lo que sorprende primeramente en los textos de Tolstoi y sobre todo en el relato
colorido de “lo que pasó” entre noviembre y diciembre de 1861 en Iasnäia-Poliana es el
aspecto interrogativo de la reflexión pedagógica o el aspecto cuestionador de su reflexión
pedagógica. La primera interrogación recae sobre las “necesidades” del pueblo y las
“necesidades” de los niños o de los alumnos en general. Es en función de estas necesida-
des que hay que responder a las cuestiones siguientes: ¿qué escuela debe constituirse “en
nuestro país”, en Rusia? ¿A quién se debe instruir y cómo? A través de las respuestas a
estas preguntas deberá aparecer lo que Tolstoi llama el “criterio de la pedagogía”.
El pueblo, dice él quiere la instrucción, y la clase más instruida parece dispuesta a
transmitir conocimientos a la clase menos instruida. Parecería que semejante coinciden-
cia debiese satisfacer a las dos clases, pero lo que se produce es lo contrario.
La “sociedad enseñante” escribe en “Sobre la instrucción pública”… planteó siem-
pre que “la instrucción que ella poseía era en cierta forma un bien para un determinado
pueblo en una determinada época; por su parte, las teorías pedagógicas desean “adivinar
lo que es necesario al hombre”; todo se conjuga entonces para que la escuela no tenga en
cuenta las necesidades del pueblo, ni tampoco las del alumno, de su naturaleza, de sus
problemas. Todo ocurre como si la escuela estuviese organizada a priori para responder
ya sea a los intereses de las categorías dominantes o más simplemente a los deseos de los
pedagogos.
“Y la escuela está así constituida, por que el objetivo de la escuela pública se
establece generalmente desde lo alto, no para formar al pueblo sino para someterlo a
nuestro método… Las escuelas formadas desde lo alto y por la fuerza no son el pastor
para el ganado, sino el ganado para el pastor. La escuela no está establecida de manera tal
que a los niños les resulte fácil aprender, sino de manera que le sea cómodo enseñar al
maestro (XIII Sobre la instrucción pública).
Una crítica de la escuela tal como ella existe, no solamente en Rusia, sino también
en Alemania, subyace en las cuestiones que plantea Tolstoi. El punto nodal es que el
maestro se identifica con un saber, tanto a nivel de los conocimientos como de los méto-
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
“Marsella”, Francia. Encuentra allí el mismo divorcio entre la escuela y la vida, que en
las escuelas rusas; la pedantería, una fe ciega en los “métodos”, aunque fuesen nuevos; y
sobre todo, una incomprensión fundamental del niño.
La actividad pedagógica debe partir de una no-ciencia pedagógica. Para descubrir,
hay que investigar primeramente, experimentar y, por consiguiente, dudar. “Casi todo lo
que se ha escrito en las escuelas en el mundo pedagógico está separado de la realidad por
un abismo infinito”. Continuador de Pestalozzi y de Fröebel, reniega porque lo “todo
hecho” le repugna y porque sus ideas se han convertido en doctrina. Agreguemos, porque
ellas han dado lugar a una práctica que las contradice: un niño teórico e imaginario,
objeto de métodos rígidos, encadenados a un pretendido saber pedagógico.
Tolstoi vuelve en 1860 de su viaje a Europa persuadido del hecho que, enseñar
es aceptar “enseñar sin saber qué”; aceptar instruir a los otros, no sabiendo nada él
mismo de lo que es necesario enseñar; es sesgar su propio deseo de enseñar, creer que
se puede enseñar el medio de llegada para instruir a los otros según un saber pedagógico
determinado129.
Resulta de esto que las necesidades del pueblo y de los alumnos no pueden ser
enunciadas a priori, sino que deben poder emerger del pueblo y de los alumnos en ese
lugar que es la escuela; allí, los niños sabrán elegir “la vía del progreso que les agrade”.
De ello resulta que la escuela no puede tomar otra forma que no sea la de un laboratorio
pedagógico, un centro de experiencia; es decir un lugar donde se realiza el desarrollo de
la experiencia combinada de alumno y de docente.
“Cuando la experiencia esté en la base de la escuela; cuando cada escuela llegue a
ser, por así decir, un laboratorio pedagógico, recién entonces ella no se quedará detrás del
progreso general y la experiencia podrá aportar bases sólidas a la ciencia de la educación.
Reconozcamos finalmente esta ley que tan claramente nos dice que para saber lo
que es bueno y lo que no lo es, aquel al que uno instruye debe tener el pleno poder de
expresar su descontento o al menos de esquivar la instrucción que no lo satisface… La
base de nuestra actividad pedagógica, es la convicción de que no solamente no sabemos,
sino más aún, que no podemos saber en qué debe consistir la instrucción del pueblo; que
la definición de la pedagogía y de su objetivo es imposible, inútil y dañino. Nosotros no
aceptamos toda la filosofía de la pedagogía, porque no podemos admitir la posibilidad de
que un hombre sepa lo que otro hombre tiene necesidad de saber. (“Sobre la instrucción
pública”).
Estos textos hablan por sí mismos. El pedagogo está movido por el deseo de ense-
ñar. Pero enseñar es, primeramente, cuestionar el objeto de ese deseo. La pedagogía no
puede ser “verdadera” si no se cuestiona sobre el sentido del saber que se debe enseñar;
129
“Me es extraño hoy recordar como sesgaba para realizar mi deseo de enseñar” (Las confesiones 1880.
Ediciones completas. Tomo XIX traducción de Bienstock).
144
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del saber sobre los métodos y sobre el alumno; del saber adquirido por una generación y
que ella quiere transmitir. Ascesis de la duda y aceptación del cuestionamiento; el peda-
gogo encuentra entonces una certeza en la cual Tolstoi resumirá su mensaje, si se quiere:
el único criterio de la pedagogía es la libertad; el único método, la experiencia.
Si ser pedagogo es cuestionar y cuestionarse, si las necesidades del pueblo y de los
alumnos no podrían sino emerger del pueblo y de los alumnos, eso implica que la única
praxis pedagógica es aquella que funda la libertad. De esto surgen algunas consecuencias
relativas a la naturaleza de la enseñanza, a la relación que se establece entre enseñantes y
enseñados, docentes y alumnos, en la práctica misma de la libertad.
145
EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
ya hace mucho tiempo. La cuestión está así planteada: ¿tiene o no un hombre el derecho
de educar a los otros? Hay que decir sí o no.
La educación así entendida se identifica con una cultura por la fuerza, mientras
que ella quiere representarse como teniendo derecho. Ella se inmiscuye en lo que es del
campo del libre desarrollo de cada uno, la libre adquisición por cada uno de una cultura
que responda a su deseo. El escolar, el estudiante secundario y el estudiante universitario
están descriptos por Tolstoi como sin “libertad de elección”, sometidos a ese “derecho
reconocido a un hombre o a un pequeño número de hombres para hacer de los otros lo
que ellos deseen”.
Entre las causas de este derecho que él no reconoce y que por otra parte “toda la
joven generación que se educa, en todas partes y siempre, se revela contra la educación
forzada a la que no reconoce y no reconocerá nunca. Tolstoi cita: el deseo de los padres
de hacer de sus hijos lo que ellos son o desearían ser; la religión; la “necesidad que
experimenta el gobierno de educar hombres que les sean necesarios para algunos objeti-
vos o fines”; la “necesidad de la sociedad en el sentido estrecho de la palabra” (Nobleza,
burocracia).
Al contrario, la escuela debe ser el lugar en el que la instrucción se identifique con
la adquisición espontánea de una cultura. La cultura, entonces, deriva de una “relación
libre entre los hombres”, cuya base es transmitir lo que se ha adquirido”. Y la instrucción
no hace sino facilitar esta comunicación.
Para hacer esto, Tolstoi propone la aplicación de un principio que él llama de “no
intromisión de la escuela en la formación de las creencias, de las convicciones, del carác-
ter de aquel que se instruye”. “Esta no intromisión se obtiene dejando al alumno la total
libertad de aceptar el estudio que está conforme a sus exigencias; de aceptarlo tanto
como le sea necesario y en tanto lo desee; y de liberarse de él cuando no le sea más
necesario y no lo desee más. Las conferencias públicas y los museos son los mejores
modelos de la escuela, sin intromisión en la obra de la educación… La escuela no debe
tener más que un solo objeto: la transmisión de diversos datos científicos, tratando de no
pasar al campo moral de las convicciones, de las creencias y del carácter…No debe tratar
de prever las finalidades de la ciencia; al transmitirlas debe respetar la plena libertad de
su aplicación. La escuela no debe mirar como necesaria ni una ciencia, ni una serie de
ciencias, pero debe transmitir los datos que posee dejando a los alumnos el derecho de
asimilarlos o no”.
Todo conduce así a reducir los poderes de la escuela; a dejar hacer a la vida, que
posee en ella recursos que nosotros ignoramos; y al libre desarrollo para el cual nuestra
intervención es a menudo nefasta. Se trata de intervenir lo más discretamente posible y
de imaginar en los diversos órdenes de enseñanza una nueva escuela, muy diferente de la
de hoy.
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La escuela no será tal vez la escuela como la comprendemos hoy, con mesas,
bancos, será tal vez un teatro, una biblioteca, un museo, una conferencia; el ciclo de las
ciencias, los programas, tal vez serán muy diferentes…”. Tolstoi presiente así la llegada
de una suerte de desescolarización, si se entiende por escuela la casa donde se instruye, al
mismo tiempo que la instrucción se confundirá con una educación que opera espontánea-
mente en todos los instantes, a través de la experiencia social de la vida. Todo deja pensar
que para Tolstoi las “jóvenes” generaciones se encuentran ante el problema de su propia
y libre educación, y que la escuela basada en una “cultura que no existe sino en la violen-
cia” es un obstáculo para un cierto desarrollo social. Se comprende entonces que si la
educación misma se transforma a partir de la transformación de la escuela hasta su des-
aparición, en tanto lugar material determinado de enseñanza, ella llegará a confundirse
con lo que es del orden de la instrucción, es decir de la experiencia y de la libertad, en la
concepción que de ellas tiene Tolstoi.
La relación pedagógica
El curso tolstoiano sobre la relación maestro alumnos es inseparable del que él
tiene sobre los métodos pedagógicos. El único método dice, es la experiencia. Eso signi-
fica varias cosas: primeramente -como más tarde para Dewey- se trata de que el maestro
pueda encontrar las necesidades (nosotros diríamos más bien deseos) de los alumnos, sin
imponérselos, de manera de facilitar el desarrollo de su “experiencia personal”. Luego,
que en la escuela-laboratorio el mismo maestro aprende perpetuamente, acrecienta su
propia “experiencia”. Finalmente, que en esta óptica cualquier método es bueno si parti-
cipa del espíritu de la primacía de la experiencia. El verdadero método es en ese sentido,
la negación de la magia del método.
Tolstoi escribe a este respecto: “El mejor maestro es aquel que siempre tiene pron-
ta la explicación de lo que detiene al alumno. Para esto le es necesario conocer el mayor
número de métodos, tener la capacidad de inventar nuevos y principalmente de no seguir
un solo método, sino estar convencido de que cada uno tiene sus ventajas y que el mejor
sería el que podría obviar todas las dificultades que pueda encontrar el alumno… Debe
tratar de desarrollar en sí la capacidad de inventar nuevos métodos”. (“De la lectura y de
la escritura”, XIII).
Para él los métodos de enseñanza de la escritura, de la lectura, de la ortografía, de
la historia, que estudia a menudo en detalle se parecen a técnicas. El problema funda-
mental es el de la actitud global del maestro, esencialmente la actitud respecto de su
propia evolución. Todo método preciso es una herramienta. Tolstoi cuenta que inspeccio-
nó una clase donde se aplicaba rigurosamente el “método” de Iasnäia Poliana. De hecho,
el resultado era decepcionante, porque se trataba para el maestro de copiar un modelo, no
de participar en una experiencia pedagógica creadora.
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“El recitado de las lecciones y los exámenes son los restos de la superstición de la
escuela de la Edad Media, son absolutamente dañinos y están en contradicción con las ideas
modernas. Allí donde se introducen los exámenes (entiendo por esto toda obligación de
responder a las preguntas planteadas) aparece un nuevo objeto completamente inútil y que
exige un trabajo particular, capacidades particulares; ese objeto se llama preparación para los
exámenes o para la lección. Un alumno del liceo aprende historia, matemática y principalmente
el arte de responder en los exámenes. No considero este arte como un objeto de enseñanza
útil. Todos los exámenes no son más que engaño, mentira y obstaculizan la enseñanza”. (Id).
Ciertamente la razón de ser de los exámenes es apreciar el grado de conocimiento;
pero la interrogación de examen es incapaz de hacerlo. Tolstoi quiere sustituirlo por una
suerte de control recíproco de los conocimientos por los mismos alumnos. Un punto además.
Hemos visto que Tolstoi criticaba violentamente la enseñanza prodigada en las universidades
de su época: ausencia de cualquier forma de tomar en consideración las “necesidades del
pueblo”, distancia entre profesores y estudiantes, privilegio de la palabra papal. Abreviando,
las universidades son malas y -con un bello optimismo- las ve transformarse radicalmente de
ahí a un siglo, es decir en 1962. En su proyecto de Reforma de las Universidades, Tolstoi se
inspira evidentemente en Iasnäia Poliana. Por una parte ellas serían, como toda escuela, un
centro de experiencia relacionada con el entorno social y cultural; entorno que sería la verdadera
fuente de conocimiento y de aprendizaje. Por otra parte se encontraría allí una incesante
cooperación entre profesores y estudiantes. A los cursos (“simple formalidad necesaria
solamente para ir a los exámenes”) encarados “como los soldados encaran el ejercicio”,
Tolstoi quería sustituirlos por círculos de estudiantes y de docentes, charlas con los profesores”.
“Varios se reúnen, leen, charlan y finalmente deciden de qué manera les es necesario reunirse
y charlar entre ellos: he allí la verdadera Universidad (“La educación en la cultura”)
¿Tolstoi precursor?
En su libro El maestro camarada y la pedagogía libertaria130 JP Schmit ve como
justo título en Tolstoi el de un “gran aislado”. En su voluminosa tesis sobre La naturaleza y
la educación131 Ullman no le consagra más que una nota. Sería necesario ciertamente hacer
un censo sistemático de las referencias a Tolstoi entre los pedagogos de los métodos acti-
vos. Nosotros lo hemos intentado, pero parece que ese gran aislado de Tolstoi, es también
un gran olvidado. Sin embargo, en la época en que Iasnäia Poliana era conocida, y como lo
hemos dicho, era visitada no solamente por rusos sino por europeos, Tolstoi ha estado de
hecho -como lo subraya justamente C. Baudoin- en “la entrada de casi todas las avenidas de
la nueva pedagogía; sus principios conducen directamente a las escuelas nuevas”132.
130
J-P Schmit, Le maître-camarade et la pédagogie libertaire. 1936 reedición 1971, Máspero.
131
J Ulman, Nature et education, 1964.
132
Charles Baudoin, Tolstoi éducateur, Delachaux et Niestlé, 1921.
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133
Publicado originalmente en Bulletin des “Amis de Léon Tolstoi”, N° 17, 1998.
134
Journaux et carnets, Gallimard, “La Pléïade”
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hija de sirvientes está siempre sentada sobre la mesa alta: con el rostro atento,
ella parece beber cada palabra…para la escritura, los mayores se instalan en
forma de estrella alrededor de la gran mesa; uno de ellos lee, los otros repiten
mutuamente lo que han leído. Los pequeños toman un libro entre dos, leen como
nosotros leemos, se acercan a la luz y experimentan un placer manifiesto”.
En la misma época el Diario evoca en varias ocasiones las preocupaciones prácti-
cas del “maestro” Tolstoi: elaboración de programas, previsión de lecciones; intentos de
responder a la pregunta ¿cómo enseñar, si no se desea recaer en la escuela del bastón?
“6 de mayo, a la noche preparar el programa de la escuela y una lección”.
8 de mayo. Hasta las 12 preparando una lección de historia. Leído y tomado nota
hasta la cena.
Viene mayo. Lección de historia excelente.
11 de mayo. Lección de historia buena…
25 de junio. La escuela marcha ordenadamente”.
Ordenadamente, es pues en orden libre.
En los artículos teóricos de la Revista se revela la idea directriz de la experiencia
tolstoiana. Revista, como una partitura contrapúntica, cuyo leit motiv es la fórmula cla-
ve: Reconozcamos que no hay sino un único criterio de la pedagogía, la libertad; un solo
método, la experiencia.
No es posible aquí nada más que evocar algunos aspectos esenciales de la teorización
que emprende Tolstoi; teorización que proseguirá mucho más allá de los años 1861-
1862, en particular en el momento del segundo período pedagógico (de los años 1872-
1875) sobre lo que volveremos más adelante.
La escuela tiene una función de unión. Unión de todos en el saber, en la puesta en
común de los conocimientos, aprender unos de los otros, alcanzar la igualdad del saber;
permitir el desarrollo de la capacidad de creatividad de los alumnos, a fin de que puedan
prepararse ellos mismos para vivir creativamente en una sociedad a construir.
No se trata pues de “educar” en el sentido de la imposición de modelos de compor-
tamiento preconcebidos de una manera autoritaria, sino de dar, por la “instrucción”, ese
gusto del saber “que libera al sujeto y lo ayudará a encontrar su propio devenir”. En este
espíritu, la educación debe tomar la forma de una relación libre de instrucción, cuya base
es la conjunción de la necesidad de adquirir conocimientos y del deseo de transmitir lo
que se ha adquirido. El “mejor maestro” es aquel que sabe constituir una suerte de ósmosis
entre “las personas que desean aprender y las que desean enseñar”. En el corazón de lo
pedagógico es lo relacional lo que está en juego y el orden pedagógico no puede ser sino
un orden de libertad, excluyente de toda violencia que perturbe “el libre desarrollo del
niño”. De allí proviene el cuestionamiento de las recompensas, los castigos y los exáme-
nes… libertad del maestro y libertad del alumno recubren indisolublemente la noción
misma de orden libre.
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ción social de una enseñanza basada sobre “la igualdad y la libertad”. Técnicas de ense-
ñanza y libertad para aprender; lejos de ser antinómicas se conjugan en una relación
maestro-alumno libre de obligaciones, de cualquier tipo de violencia, en una colabora-
ción de trabajo. En el fondo el mismo mensaje, cuya repetición diez años más tarde,
muestra hasta qué punto Tolstoi había invertido y estaba comprometido.
Vuelve allí, mucho más tarde. Después de la crisis religiosa, elabora la doctrina de
la no resistencia a la violencia por la violencia. Propone al mundo entero una revolución
espiritual, cuando escribe La muerte de Iván Illitch, La sonata de Kreutzer, Resurrec-
ción… Durante los últimos veinte años de su vida se interesa en la creación de ediciones
populares, de obras literarias, escribe letras a maestros, o a amigos. Toda una actividad
“pedagógica” paralela donde se agrupan cuentos, relatos históricos y fábulas destinados
a los niños.
En una carta a Paul Biroukov con fecha de 1901, responde a su amigo y biógrafo
que, exiliado cerca de Ginebra, había organizado en su casa una pensión familiar para
niños y le pedía algunas orientaciones. Allí se lee que la educación es la irradiación
espontánea de nuestra vida, de nuestro ser moral sobre el niño, que el único medio de dar
una educación buena es la de reformarnos, la de educarnos nosotros mismos. Verdadero
defensor de la fraternidad de los hombres y la no violencia en la educación. En 1909, un
año antes de su muerte, en una carta a B. Boulgakov, amplía el concepto de libertad, que
no significa solamente ausencia de límites, sino ausencia de todo interés extraño al obje-
to mismo de la instrucción (interés por las recompensas, los resultados cualquiera que
puedan ser los resultados de la instrucción). Concierne también a los maestros: quienes
no deben pensar más que en su interés por la tarea educativa, hecha de abnegación, de
concepción del sentido de la vida, de relación con un ideal moral…
¿Por qué el interés de Tolstoi por la educación? ¿Cuál es su sentido? ¿Cuáles son
sus raíces? Intentar responder a estas cuestiones puede aportar algunas luces sobre lo que
hemos llamado en el marco de investigaciones sobre las motivaciones de los enseñantes
“la intención de instruir” de todo pedagogo. Pero lo que importa aquí no es solamente
intentar comprender por qué el deseo de educar a los niños lo asaltaba regularmente, sino
más aún comprender como esta necesidad, o este deseo adquiere sentido al nivel de las
contradicciones y la evolución de una personalidad compleja, que guarda sus misterios.
Tolstoi nos pone sobre el camino de los significados esenciales en dos cartas diri-
gidas a su prima Alexandrina y una en la que responde a Paul Biroukov.
“Tengo una ocupación deliciosa, poética, de la que no puedo desprenderme, mi
escuela. Cuando acierto a alejarme de mi gabinete de trabajo y escapar de los
mujiks que me asedian por los cuatro costados de la casa, voy a la escuela. El
maestro realiza sus clases según mis instrucciones, pero no es igual y los niños lo
sienten. Ellos me prefieren. Y nos ponemos a conversar tres o cuatro horas y nadie
se aburre. Imposible describir a estos niños, tendrías que verlos…”
159
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
¿Ética o Poética?
No hay que desorientarse en lo que respecta el sentido y lo que está en juego en la
pedagogía tolstoiana. Se pueden hacer varios tipos de lectura. Se puede no ver allí más
que respuestas circunstanciales a los problemas de una época. Un espíritu resueltamente
crítico marcará los aspectos idealistas, hasta quiméricos; actitudes que le daban una con-
fianza absoluta en la libertad del alumno; se hablará hasta de ingenuidad y de manipula-
ción en la cuestión de: ¿Cómo excluir toda violencia de la escuela? ¿Es posible? Será
fácil, desde ahí, poner en evidencia contradicciones tanto en la práctica como en el dis-
curso mismo de Tolstoi “pedagogo”. Se observarán eventualmente el carácter de combi-
nación paradójica de ese “sean libres” que él dice querer imponer a los maestros y a los
alumnos. Otra lectura posible estará, por el contrario, atenta a la manera en que Tolstoi
sabe tener en cuenta lo que se pueden llamar las tensiones propias de toda gestión y de
toda intencionalidad pedagógica; la “intención de instruir” en la relación misma que se
instituye entre maestro y alumno. Mas allá de la letra del discurso, interesa la significa-
ción del proyecto.
La palabra “libertad” es el leit motiv de este discurso; término mágico, simbólico,
que adquiere sentido en el marco de una intersubjetividad esencial en la que maestro y
alumnos van a mantener relaciones de respeto recíproco, y en el seno de una dinámica en
la que se instalan obligaciones; un “orden” que garantiza la autonomía relativa de cada
uno de los participantes. Una “libertad” que lejos de inscribirse en un “dejar hacer” o en
una “no directividad” se da -en lo que un comentador de la pedagogía de Tolstoi definió-
como una “delicada tensión entre libertad y orden”135. Al escribir en el artículo
introductorio de la Revista Iasnäia Poliana: “reconozcamos que no hay sino un único
criterio de la pedagogía, la libertad”, Tolstoi planteaba un principio que debía guiar las
135
Daniel Murphy Tolstoi and Education, Irish Academic Press, Dublin, 1997.
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
le requiere evitar toda “maldad”, ser “ejemplar” en su rechazo de toda violencia pedagó-
gica. La pasión de enseñar no debe conducir a ejercer un poder fácil sobre el niño. Cier-
tamente no hay que minimizar el aspecto de “sugestión” y “autoridad” del trabajo del
maestro, pero éste debe cuidarse de toda violencia no sólo física, sino moral. Escribe en
1901 a Paul Biroukof, poco tiempo antes de su muerte, “¿Cómo decirle a un alumno que
la violencia es mala, si yo ejerzo sobre él la peor de las violencias, la violencia moral?”.
Es por ello que, en principio, los castigos están prohibidos en la escuela de Iasnäia Polai-
na, en tanto actos de violencia.
Esta actitud anti-violencia expresa, en Tolstoi pedagogo, convicciones de natura-
leza religiosa, en el sentido ético del término. Esta nace muy pronto en él, aun antes de
fundar su escuela, que soñaba con una nueva religión despojada de la fe y de los miste-
rios, “que da beatitud en la tierra”. Ello mucho antes de su inmersión, los treinta últimos
años de su vida, en una suerte de misticismo que se llamó tolstoismo; una ideología de la
no-resistencia al mal.
Tolstoi estaba persuadido que el maestro estaba en una situación crucial, en la
medida en que su manera de ser en la relación con los alumnos era capaz de inspirar en
ellos el espíritu de amor, el aprendizaje de fraternidad, de la comunidad. Formar el espí-
ritu de altruismo, en el marco de la realización práctica en la clase, de una libertad que
respete la libertad del otro, debería ser un factor en el adulto del deseo de creación de una
comunidad atenta a las libertades. Brevemente, una vez más aparece aquí una preocupa-
ción de orden ético.
Es por ello que las contradicciones y las paradojas están en el corazón mismo de
una pedagogía que desea tomar a su cargo el trabajo del pedagogo, confrontado siempre
con la necesidad de conciliar contrarios: la actitud “libertaria” no es sino un medio de
asegurar la posibilidad de obligaciones; técnicas que en definitiva forman a un sujeto
apto para superar en el desarrollo de su ser, los riesgos de alienación que resultan de una
educación “modelizada y forzada”; la enseñanza de contenidos determinados no es con-
tradictorio con el espíritu de libertad, si ella se sitúa en el contexto del aprendizaje pro-
gresivo de lo que puede ser un “orden libre” en la clase.
Un orden libre que más tarde como adultos, los alumnos así formados, podrán
contribuir a crear en el nivel de una comunidad social. Un “espíritu de creación” que
intervenga en la búsqueda, la investigación y la producción del saber. La tarea de la
escuela es a partir de ahí -y en eso supera nuestro “presente” que plantea una misma
cuestión a todos y siempre - la formula empleada en una página de su diario: “aportar no
el saber, si no el gusto y la idea de saber”.
Tolstoi no utiliza el término ética, pero busca a través de su vida misma de ciuda-
dano, de artista, de filósofo, de pedagogo, una suerte de “verdad” a enseñar: primero en
su clase y luego al universo entero. Esta verdad concierne el respeto del otro, una fe
fundada en religión, en “su” religión en las capacidades de fraternidad humana. Enseñar
164
JEAN CLAUDE FILLOUX
esta ética si se lo quiere; practicar esta ética en una enseñanza libertaria. Nosotros
estamos ciertamente más allá de una simple pedagogía libertaria. Leyendo los textos
pedagógicos de Tolstoi podremos preguntarnos si se trata de una ética -enseñante/ense-
ñado-docente/alumno- o de una poética pedagógica, de una visión poética que busca
comunicar, a través del difícil concepto de libertad, algo que concierne al porvenir de lo
humano.
165
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CAPÍTULO IX
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
historia de un alumno, un cierto Fiodor quien robaba lápices, libros y hasta instrumen-
tos del gabinete de física. Descubierto, Tolstoi dejó la responsabilidad del castigo a los
alumnos de la clase, quienes propusieron colgarle un cartel con la palabra ladrón en la
espalda. “A partir de ese momento, pareció que aprendía menos bien, no participó más
en las conversaciones de sus compañeros fuera de la clase”... y de pronto, Tolstoi tuvo la
convicción de “que hay misterios del alma oculta en nosotros, sobre los cuales la vida
sola puede obrar y no la moral y los castigos”. . . El castigo del cartel, aceptado, era
puro “salvajismo”139.
Es interesante por más de una razón, evocar las páginas de La educación moral.
En ellas Durkheim toma posición frente a textos de Tolstoi relativos al castigo. Se trata
solamente de tres páginas que se sitúan en el marco de las “lecciones” sobre la “disci-
plina escolar” y la “penalidad escolar”. Tolstoi, dice él, piensa que una regla escolar,
una moral escolar “que el castigo protege y hace respetar” no tendría razón de ser. Se
trata aquí de una concepción que va manifiestamente contra todo lo que nos enseña la
historia140. El texto que sigue desea analizar las críticas que Durkheim opone a Tolstoi
desde un doble punto de vista.
Se interrogará primeramente, la relación de la crítica iniciada así por Durkheim
con la manera con la que él mismo plantea la problemática del castigo ¿Qué percibe él,
en esta perspectiva, de la posición de Tolstoi? ¿Qué hace él con los relatos de la revista
Iasnäia Poliana? ¿No deja de tener significación que Durkheim trate el castigo en el
marco de una lección sobre la penalidad escolar? Utiliza el término “castigo” para
designar no sólo el medio de respetar la ejecución efectiva de una obligación (a pesar de
que la defina aparentemente como tal) sino como una pena infligida al autor de una
infracción, un sufrimiento infligido a un culpable; lo que precisamente quiere evitar
Tolstoi.
A nivel de una interpretación más general de las páginas consagradas al “espíritu
de disciplina” y a los castigos en la escuela, se interrogará in fine el hecho de que
Durkheim no llega a tener en cuenta la violencia inscripta en todo castigo represivo.
Violencia cuestionada por Tolstoi mientras que, por otra parte, él es consciente del ries-
go de “megalomanía escolar” del maestro. ¿Sería que el enfoque del mundo social ela-
borado por Durkheim tiende a minimizar de hecho las relaciones de violencia, conside-
radas como fuera de la normalidad, como “anormales”? ¿Estaría la violencia fuera de
lo denominado o llamado normal? Si se retiene esta hipótesis, ella no puede sino fragilizar
la demostración durkheiniana de un respeto de la humanidad en el hombre, llamado a
ser de ahí en más el cimiento último de toda sociedad porvenir.
139
Se encontrará una reproducción del relato de Tolstoi en Jean Claude Filloux, Tolstoi pédagogue, 1996,
Pág. 94-97.
140
L’éducation morale, PUF, Coll, Quadrige, pp- 149-151.
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Publicado originalmente en Durkheimian studies, Vol III, 1997, Oxford, p. 83-95.
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“Los niños no traen nada con ellos, ni libros ni cuadernos; no tienen lecciones que
aprender en su casa. No tienen nada que traer en las manos, tampoco nada que llevar en
sus cabezas. No se los obliga de ninguna manera a recordar hoy lo que hicieron ayer; el
pensamiento de la lección futura no los atormenta; el alumno no lleva otra cosa que a sí
mismo: su naturaleza impresionable. No piensa en la clase antes de que ella haya empe-
zado. Nunca se lo reta, nunca hay atrasados”.
“Los alumnos se sientan donde quieren: sobre los bancos, sobre las mesas, en los
bordes de la ventana. El maestro llega a la clase. Todos los alumnos lo rodean”. Cuando
Durkheim evoca que, según Tolstoi, “la enseñanza modelo, ideal es aquella que los hom-
bres van a buscar espontáneamente en los museos, en las bibliotecas, en las conferencias,
en los cursos públicos” agregando “en todos esos casos ninguna obligación es ejercida, y
sin embargo ¿por qué no aprendemos nosotros de esa manera?, ¿por qué el niño no
gozaría de esa misma libertad? El retoma a su manera la letra misma del discurso de
Tolstoi, publicado en un artículo de la Revista llamado “Educación y cultura”.
“La palabra escuela yo la entiendo no como la casa donde se instruye, no los
profesores o los alumnos, no una cierta dirección de estudios, sino en el sentido más
general la influencia consciente de aquel que instruye… La no intromisión de la escuela
en la obra de la cultura, significa la no intromisión en la formación de las creencias, de
las convicciones, del carácter de aquel que se instruye. Se logra dejando al alumno toda
la libertad para aceptar el estudio que está conforme a sus exigencias, de aceptarlo en
tanto le sea necesario y de dejarlo a partir del momento en que no lo desee más. Las
conferencias públicas, los museos son los mejores modelos de las escuelas sin intromi-
sión en la obra de educación. Entonces la escuela no será tal vez la escuela como nosotras
la comprendemos, con las mesas, los bancos, las sillas, será tal vez un teatro, una biblio-
teca, un museo, una conferencia; el ciclo de las ciencias, los programas serán tal vez
otros”.
En la escuela de Iasnäia Poliana, continua Durkheim, los castigos son desconoci-
dos. “Está bien, en sustancia, lo que escribe Tolstoi: en el principio la escuela “no tiene el
derecho de recompensar y de castigar, la mejor policía y administración de la escuela
consiste en dejar a los alumnos la plena libertad de aprender y arreglarse entre ellos como
lo deseen”. Digamos sin embargo que las cosas no son tan simples como Durkheim las
formula.
Tolstoi cuenta casos de castigo en su escuela; los castigos no son allí pues verdade-
ramente “desconocidos”. Esos casos le sirven para analizar el sentido profundo de todo
castigo. Así hay páginas que cuentan la historia de ese alumno que había robado y al cual
Tolstoi le engancha un cartel de “Ladrón” pero que no tarda en arrancarlo, lleno de ver-
güenza. El comentario es significativo: “Nuestro mundo de los niños debe quedar libre
de la ceguera de las creencias inquebrantables, de la legitimidad del castigo, de la fe y de
la falsa convicción de que el sentimiento de venganza deviene justo, a partir del momen-
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EPISTEMOLOGÍA, ÉTICA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
143
Herbert Spencer, De l’Éducation intellectuelle, morale et physique. (De la educación intelectual, moral y
física). Textos aparecidos de 1849 a 1854, presentados por R. Ganzo, Marabout, Université 1974.
172
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“reacción natural”. Es por ello que todo sistema pedagógico debe acercarse a esa educa-
ción espontánea, automática por así decir, en una suerte de mimetismo anticipado. En la
escuela se debe inventar literalmente un sistema de castigos que sea apto para hacer
funcionar un “tipo normal” de educación espontánea144 .
Ahora bien, prosigue Durkheim, “es sobre esa misma idea que reposa la pedago-
gía de Tolstoi”. Idea justa puesto que de hecho en el transcurso de su vida “los hombres”
van a buscar una enseñanza en los museos, las bibliotecas, las conferencias, sin que
ninguna obligación sea ejercida sobre ellos, libremente. Pero las mismas objeciones pue-
den ser hechas tanto a Tolstoi como a Spencer. No se puede extraer de esta idea conse-
cuencias que conciernen a la vida escolar. Los niños no pueden “gozar de la misma
libertad” porque precisamente ese medio no es “natural”; y la cuestión es volverlo
analógicamente “natural” haciendo de tal manera que el universo de los castigos produz-
ca consecuencias “naturales” del error o de la falta.
El principio es a la vez “indudable” y “merece ser conservado” pero, paradójica-
mente, las consecuencias libertarias que, se supone, se deducen de Tolstoi deben rechazarse.
“Se puede decir que las reacciones espontáneas de las cosas o de los seres que nos
rodean constituyen las sanciones naturales de nuestras conducta. Pero este prin-
cipio, una vez admitido, no implica de ninguna manera que el castigo propiamente
dicho deba desaparecer de nuestro sistema de educación moral. ¿Cuál es, en efec-
to, la consecuencia natural del acto inmoral sino el movimiento de reprobación
que él produce en las conciencias? La reprobación que sigue a la falta resulta
necesariamente de ella. Y puesto que el castigo mismo no es más que la manifesta-
ción exterior de esa reprobación, el castigo también es la consecuencia natural de
la falta… sin duda puede ocurrir que nos demos cuenta, en una primera impre-
sión, más claramente del lazo que une estos dos términos uno a otro. No se ve el
término medio que las une… una vez que él es percibido, el encadenamiento con-
tinuo de los hechos aparece con evidencia”.
Esas consecuencias deben rechazarse en la medida en que la reprobación relacio-
nada en el medio escolar con el castigo, está destinada a permitir en el niño esa educación
que al principio se hace “directamente bajo la acción de las cosas”, siendo aquí “las
cosas” la existencia de la moral escolar.
Lo que Durkheim objeta a Tolstoi es su propia concepción del rol de la regla,
evocada en la lección once. No se trata solamente de la cuestión de la manera de la
administración de la sanción, a propósito de la cual Durkheim dice abordar a Tolstoi,
sino de la cuestión de la función de la sanción. Ahora bien, Tolstoi precisamente no
postula en absoluto que el castigo tenga una función positiva145.
144
11° Lecon, pp. 142-143; 12° lecon, p. 148.
145
12° lecon, pp. 149-150.
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Nos hace falta volver a nuestro punto de partida, es decir a este discurso de Durkheim
sobre la violencia pedagógica, que él parece olvidar totalmente en el momento en que
aborda la pedagogía de Tolstoi. A través del tema de la libertad, del rechazo de castigos
sistemáticos, es el tema de la violencia y de la no violencia lo que está subyacente en la
pedagogía tolstoiana. También es la idea de la violencia como un mal absoluto lo que da
su unidad en definitiva a la obra de Tolstoi. La acción pedagógica en la escuela de Iasnäia
Poliana no es sino una etapa en la elaboración de lo que se ha llamado el “Tolstoísmo”.
Tolstoi al fin de su vida ¿acaso no desea ser el profeta de la no violencia? El rechazo de
toda violencia es lo que se expresa en los textos a los cuales Durkheim hace alusión
explícita. Si Tolstoi niega lo que se puede llamar pedagogía del castigo es, se lo ha visto,
a propósito del relato que él hace de sus reacciones ante el castigo de un alumno ladrón,
porque este castigo no es sino la expresión de una necesidad de venganza. Antieducativa,
entonces.
174
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sión, una relación de violencia no interviene sino en formas “anormales del lazo social”.
Dicho de otra manera Durkheim no lee, no ve lo que hay de violencia fundamental
en el corazón mismo de lo social. Allí reside el “punto ciego” que nos permite diagnosti-
car el desacuerdo entre Durkheim1-Durkheim2146 .
Una interpretación a nivel de lo no dicho, aún de lo no percibido durkheiniano debe-
ría descifrar o desprender, lo que nos hace sospechar la suerte o el destino dado a Durkheim
1 por Durkheim 2. Como se ha dicho anteriormente, el discurso sobre la “melagomanía
escolar” no tendría más que una significación abstracta; la realidad social no sería más que
una “fuerza contraria” que interviene siempre. Durkheim no podía pensar sino en una so-
ciología de la integración, verdaderamente porque algo de su personalidad misma estaba en
juego. Se puede suponer a partir de ello que el moralismo intransigente de Durkheim, su
manera de poner en escena el “deber” contra el placer (el niño debe trabajar en la escuela
por deber no por placer, es lo inverso de Tolstoi), todo eso que se orienta hacia una apología
del castigo y por la expresión de una ambivalencia nuclear: una angustia ante la violencia
que implica a la vez su reconocimiento y su negación.
146
La violencia evocada en el caso de la relación colonizador colonizado no es en efecto sino una forma
“anormal” de la relación social. En el campo pedagógico, la violencia no es sino un riesgo en la relación del
docente con el alumno, que no puede ser pensada por Durkheim ni escrita en el nivel de la “penalidad
escolar”.
176
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C APÍTULO X
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Bajo el término de “educación moral” Émile Durkheim sigue siendo aun en nues-
tros días una referencia en la materia. El planteaba la cuestión de la formación de la
“conciencia moral” en el niño a nivel de la escuela primaria. En su curso sobre la educa-
ción moral, él se preguntaba “¿cómo constituir en el niño elementos de la moralidad?”.
Elementos que implicaban esencialmente una atadura o una unión para con las reglas de
la comunidad social y el aprendizaje del respeto de la “persona humana” al lado (o al
mismo tiempo) que la “educación intelectual”. Una educación con objetivo de socializa-
ción en el que se avecinen el sentido del grupo y lo que él llama “la autonomía de la
voluntad”, en el marco del advenimiento de una “inteligencia de la moral”.
No hay duda de que el concepto de “educación moral” no haya sido marcado
posteriormente por esta teorización durkheiniana. Puede haber divergencias sobre el conte-
nido, los métodos de enseñanza de la moral, sus fundamentos, la relación de la moral y
de los valores, pero hay acuerdo respecto a la idea misma de que la moral se aprende a
nivel de las relaciones sociales; que se produce la formación del “juicio moral” (pense-
mos en Piaget), de la aparición de un súper yo (pensemos en Freud). Esta idea resiste a la
invasión en la escuela de las enseñanzas de tipo puramente cognitivo o tecnológico.
Pero Durkheim no se limitaba a hablar de aprendizaje de regla, de normas de
origen social, sino que planteaba que la “función propia de la educación era, ante todo, el
de desarrollar los gérmenes de humanidad que están en nosotros”148. Las palabras mis-
mas “desarrollar”, “gérmenes”, “humanidad”, son igualmente significantes puesto que
no hay lo que esté “ya ahí”, sino algo que hay que hacer fructificar (a pesar de todo lo que
se opone allí en nosotros: a saber, lo “humano”. Hay que observar al pasar que esta
filosofía personalista lo conducía, por ejemplo, a intervenir en el affaire Dreyfus en nom-
bre de lo que él llamaba, la imprescriptible religión de la persona humana, la sacralización
de los derechos del individuo. ¿Pero cuál era ese “humano” como valor? ¿Cómo el sujeto
en tanto persona podía serlo o convertirse en el sujeto de una “conciencia ética” en una
relación de intercambio no sólo con el otro, en virtud de reglas morales admitidas y
reconocidas en la comunidad, sino en el otro en virtud del hecho de que hay en él un
“universal humano”?
Durkheim se queda a mitad de camino en este cuestionamiento, pero nos pone en
la dirección de una educación moral que se fundaría o se superaría a sí misma, para
convertirse -en momentos en los que el sentido de lo humano es una cuestión insoslaya-
ble- en educación ética...
En las páginas finales de una obra llamada Enseñar la moral hoy, Louis Legrand149
se pregunta si es aún posible hablar de educación moral en la escuela, sin una “transfor-
mación profunda” de tal escuela. Él agrega que sólo una “introducción seria de la forma-
ción ética en la escuela”, es lo que debería ser el sentido de esta transformación.
148
En La evolución pedagógica en Francia PUF, página 386.
149
Enseigner la morale aujourd’hui, PUF 1991.
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¿Pero se va verdaderamente hacia una educación ética? ¿Qué ética es posible de-
finir? ¿A partir de qué se trata de “formar” al sujeto en el campo escolar para la llegada a
una conciencia ética? Una reflexión amplia y a la vez necesaria. Desearía simplemente
indicar al comienzo qué concepción de la ética basa mis palabras, la que también es
capaz de dar significación al concepto de educación ética o a la ética; y aún de interrogar
sobre “la educabilidad ética” de un sujeto, no en tanto agente o actor en una perspectiva
simplemente sociológica, sino como sujeto psíquico.
En una “conferencia sobre la ética”, Wittgenstein introduce el concepto de “de-
seo” para significar que “la ética” no puede ser ciencia (afirmaciones limitadas de una
investigación o de una doctrina positivista), en la medida en que la ética nace del deseo
de decir algo sobre la significación última de la vida, del bien absoluto, de lo que tiene un
valor absoluto150. Resulta de esto que el sentido ético aparece no como un cuerpo de
saber, no remite a un saber como tal, sino que es del orden de una intencionalidad, de una
exigencia, de una interrogación.
Cuando el concepto es utilizado como sustantivo, el término corre el riesgo de
remitir a algo que sería de un orden monolítico. Lo que no es el caso cuando es utilizado
como adjetivo de coyunturas, exigencias, movimientos “éticos”. Entonces una intencio-
nalidad, una búsqueda, una intención, trasciende de alguna manera lo que está contenido
en el concepto al cual el término está ligado. La ambigüedad del concepto tomado como
sustantivo, no debe hacer olvidar que su sentido es del deseo del que habla Wittgenstein.
Es ese deseo, esa búsqueda que se trata de limitar, lo que hace a su intencionalidad. A
menudo, el concepto está tomado de cualquier manera.
Me ocuparé de los problemas de los ritos de iniciación estudiantil en algunas gran-
des escuelas. Nadie negará que esta iniciación implica violencia; la que bajo formas
graves ataca a la dignidad de las personas. He aquí que un grupo, los Quatzards151 como
ellos se denominan, sostiene este ritual de iniciación y la justificación se titula grupo
ético y tradiciones. La ética concierne a lo humano y lo inhumano, el respeto al otro,
hacia los otros. Concierne lo que en nosotros y en el campo social es alienación, destruc-
ción, muerte.
La significación profunda de la realización ética es fundamentalmente -en la con-
cepción heredada de Aristóteles- la búsqueda personal de la felicidad. Ella no implica
responder a la pregunta “¿cómo vivir?”; no pregunta “¿qué es lo que es bueno para mí o
para el otro?”. O más bien, si la felicidad está al fin del camino (supuesto que excluye la
violencia, la justicia y la destrucción en una idealización absoluta) no podría ser ese el
sentido de un enfoque de lo humano sin ilusión sobre el hombre, la humanidad y el sujeto
150
L.W. Wittgenstein. Lecciones y conversaciones sobre la Estética, la psicología y las creencias religiosas,
seguidas de conferencias sobre la ética, traducción Gallimard, 1987
151
Se trata de la Escuela Nacional Superior de las Artes y Oficios.
180
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mismo. La realización ética es una contra-realización, un deseo que pone al sujeto frente
a lo que él es como sujeto consciente, pero también como sujeto de lo inconsciente. Esto
es lo que nos pone en el camino de una distinción esencial entre “moral” y “ética”.
Digamos que la moral conforma, mientras que la ética interpela, lo que es otra
cosa. Es por ello que si las reglas o normas “morales” pueden variar, esencialmente en
función de las condiciones de vida de una sociedad (cada pueblo tiene la moral que le
hace falta, decía Durkheim), la pluralidad de las interpretaciones posibles de lo que es
ético o no lo es, no se sitúa en el nivel de reglas o de valores comúnmente admitidos en tal
o cual grupo social. Esas interpretaciones se sitúan a nivel del modo de interrogación que
va más allá del grupo y recae sobre el universal humano.
En un libro llamado precisamente El deseo de ética152 Patrick Guyaumard, que es
psicoanalista, liga ese deseo a los múltiples aspectos de la relación con las leyes, escritas
o no escritas, con la libertad. Alcanza, escribe él, “a las razones de vivir y de obedecer, a
las carencias o a las imperfecciones de la ley moral”. “Y es porque la ética es distinta de
la moral, siempre codificada”. Ella es “un debate, una decisión, una crisis”. Y esta crisis,
cuando se produce, no implica solamente agregaría yo, mi “relación en tanto sujeto a una
norma, a una ley abstracta” sino a una voluntad de intercambio con el otro, un deseo que
deposita sobre el otro, su propia libertad. Por su parte, Paul Ricoeur dice: “Se entra
verdaderamente en la ética” cuando la afirmación para sí de la libertad, se acompaña de
la voluntad de que la libertad del otro exista153. Es por ello que esta “entrada” viene en
socorro tanto contra el legalismo, el respeto de las órdenes y de la ley, como de su iniqui-
dad cuando las normas mismas son impotentes para ayudar, para encontrar en definitiva
lo que es del orden del bien y del mal, de lo humano. Si hay un “deseo de ética”, del que
Guyaumard nos dice que se arraiga en el psiquismo inconsciente, no es tal vez a nivel de
la voluntad, sino de un deseo que va hacia el otro en su propia libertad.
Por su parte, Levinas154 plantea una filosofía fenomenológica del sujeto que ayuda a
orientarnos hacia la cuestión de las posibilidades de una “educabilidad ética del sujeto”.
La interrogación ética, plantea Levinas, nace de un “sujeto ético” definido prime-
ramente como un sujeto en relación originaria con “el otro como tal” que es puesto en
escena. El yo no es yo sino porque debe salir de sí mismo, confrontado a la vez con la
inquietante extranjería del otro hombre y obligado a responder a una llamada que provie-
ne de él. Se reencuentra aquí una perspectiva hegeliana (la reciprocidad de los reconoci-
mientos que fundan al sujeto), interpretada en términos de una relación intersubjetiva
constitutiva del sujeto, que funda de alguna manera el hecho ético, “presupuesto de toda
152
P. Guyaumard, Le desir d´ éthique, Aubier ,1998.
153
En Soi-même comme un autre, Seuil, 1990.
154
E. Levinas, Humanisme de l’autre homme, Livre de Poche, 1973. Cf también P. HAYAT, Emmanuel
Levinas, Ethique et societé. KIME, 1995.
181
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saberes adquiridos y experiencia de las relaciones con el otro; el deseo de tomar posición
en el proceso de progresión de una moral de los derechos humanos, en el reconocimiento
del “otro humano” ante pulsiones de odio, de muerte; de la posibilidad de destrucción del
hombre por sí mismo, de los conflictos que imponen elecciones, más allá de una moral
“ética”.
Para terminar, si es posible, y a la vez concluir, una primera observación que con-
cierne a los docentes y el encuadre escolar. Hablar de la formación ética de los alumnos
“dentro de la enseñanza” implicaría analizar la formación inicial o continua de los do-
centes para el ejercicio de una educación ética (lo que cuestiona, a la vez, las modalida-
des de formación, seminarios, grupos de trabajo, estudios y análisis de casos) y una
“ética del docente” que en la práctica supera los análisis que se hace sobre la manera de
enseñar una disciplina, de decidir en el trabajo pedagógico lo que es ético y qué no lo es
“para el maestro” o para el director del establecimiento. Pero quiere incluir el deseo
mismo de tomar a cargo una educación ética, en la enseñanza inseparable de la voluntad
de tomar conciencia de lo que es en él, en su relación pedagógica, del orden de la violen-
cia, del deseo de poder, de lo anti-ético, del no respeto eventual del “otro” alumno.
Jean Pierre Obin en su libro Los establecimientos escolares entre la ética y la ley156
habla del “infierno de la ética” queriendo decir con eso que las situaciones donde se
impone una elección ética son infernales, porque son problemáticas; porque en el mo-
mento en que ellas se producen ponen al sujeto en una “soledad insuperable”. Si hay
infierno, parece que esté fuera de ahí: en la temible confrontación con la inhumanidad
misma del hombre en sí, en el otro, en lo que es del orden de lo inconsciente, del conflic-
to entre las fuerzas de vida y de muerte. Pues la ética no refiere por esencia a la felicidad
sino a la desgracia inscripta en el hombre y que la conciencia ética tiene por tarea, a la
vez, asumir y trascender. Y si es a lo “humano” que refiere la ética, no es en el nombre de
la grandeza del hombre, sino de su fragilidad. Cuando Rousseau se dirigía a los hombres
para decirles: “Hombres, sean humanos” quería decir que el hombre tiene siempre la
libertad de destruir en él esa “humanidad” que permanece como valor.
También convendría convocar a Freud. No hay “política del hombre” dice Edgar
Morin sin “teoría del hombre”; o, más aún, “no hay todavía teoría del hombre”. Sin
embargo, Freud nos confronta no a una teoría del sujeto, sino a una teoría del hombre;
cuando en el final de Malestar en la civilización, evoca el “destino de la especie humana”
en términos del conflicto inscripto en la naturaleza humana entre las fuerzas de vida y las
fuerzas de muerte y destrucción. Hay una apuesta en la idea misma de una educación
ética, de un humano en el que lo inhumano no saldrá victorioso. Es la lucha entre el Eros
eterno, dice Freud “contra un adversario no menor inmortal”, ¿”quién puede prever si él
triunfará y con qué resultado?”
156
Les établissements scolaires entre l’éthique et la loi, Ediciones Hachette 1996
186
JEAN CLAUDE FILLOUX
En la experiencia del horror de los campos de la muerte nazi, del cual hizo el relato
en La especie humana, Robert Antelme157 ha visto la fuerza de la lucha por la vida en “la
reivindicación furiosa (y casi siempre solitaria de permanecer hasta el final) de los hom-
bres, “de expresar como única y última reivindicación, un sentimiento último de perte-
nencia a la especie”. Él agrega: “decir que uno se sentía entonces interpelado como hom-
bre, como miembro de la especie, puede aparecer como una explicación posterior. Es
eso, sin embargo, lo que fue más inmediatamente y más constantemente sensible y vivi-
do. Y es eso, por otra parte, exactamente eso, lo que fue deseado por los otros. El
cuestionamiento de la calidad de hombre provoca una reivindicación casi biológica de
pertenencia a la especie humana”.
Citemos el comentario que hace Maurice Blanchot158 del libro de Robert Anselme:
“él nos conduce a una reflexión esencial: el hombre es lo indestructible, y sin embargo
puede ser destruido… que el hombre pueda ser destruido, ciertamente no da seguridad;
pero que, a pesar de eso, en ese mismo movimiento, el hombre permanezca como indes-
tructible, he allí lo que es verdaderamente agobiante, porque nosotros no tenemos más
ninguna posibilidad de vernos nunca desembarazados de nosotros, ni de nuestra respon-
sabilidad”.
Ninguna posibilidad de ya no ser, un día, responsables -nosotros humanos- de un
porvenir, como de un presente que denuncia lo que es alienación, destrucción puesta en
acción de la pulsión de muerte
Ciertamente, la escuela no es la única que debe darse cuenta de su rol en la llegada
de un mundo en el que nunca se cometería lo que es crimen contra la humanidad. La
experiencia de los campos es la prueba límite de una voluntad inhumana. Se habla de un
deber de memoria: ¿eso no quiere decir que esa memoria debe conocerse, aprenderse,
enseñarse? Una misión esencial de la escuela, es la de combatir contra la violencia
destructiva de lo humano, su propia violencia, como la violencia que ganará cada vez
más a las sociedades humanas.
Se puede abogar para que la escuela no rechace esta responsabilidad fundamental
de participar en la construcción de una humanidad humana. Si el término de educación
“ética” no conviene ante la visión de una concepción de la ética diferente de la que aquí
adoptamos, importa poco después de todo, mientras permanezca la idea de una educa-
ción que, más allá de los derechos humanos, se sienta responsable del sentido que nues-
tros niños darán al porvenir de lo humano159
157
Robert Antelme L’éspece humaine, Gallimard, 1947, reedición 1996.
158
Maurice Blanchot L’ entretien infini, Capítulo 2, “L’expérience límite” Gallimard, 1969
159
Se lee en Jacques Lévine y Jeanne Moll, Je est un autre, ESF 2001: “descubrir cada vez mejor las trampas
de lo inhumano, construir una escuela humana para todos” tales son las finalidades de un trabajo escolar que
se orienta “hacia la búsqueda de una cierta ética de la relación y del desarrollo”. (Capítulo 6 “Vers plus
d’humain”)
187