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LA DIVISIÓN AZUL
Ilustrado por
José David Morales
«¡RUSIA ES CULPABLE!».
LA DIVISIÓN AZUL EN SUS
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS
Hay países europeos donde la rusofobia es muy débil, como España. Cuarenta
años predicando contra la URSS no han servido de mucho. En realidad, la
propaganda franquista no iba contra Rusia y los rusos, sino contra el comunismo.
Antes de la Guerra Civil no había ni juicios ni prejuicios contra Rusia en España.
María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda Negra
sión Azul, y eso quizás explique el interés que se tomó en el tema. Pero,
que nadie se llame a engaño, porque —ya que ese 1995 se estaba con-
memorando el final de la Segunda Guerra Mundial— el principal gesto
que hizo García Vargas, fue mandar erigir en el Cementerio de Fuenca-
rral un gran monumento de «Homenaje a los Españoles Caídos por la
Libertad de Europa» (lo que quería decir, a los españoles que cayeron
formando parte de alguno de los Ejércitos Aliados), aunque lo que se im-
puso en la mitad oriental de Europa no fuera precisamente la libertad. La
División Azul (en adelante usaré con frecuencia la abreviatura DA) ya
disponía de otro monumento análogo propio, muchísimo más modesto,
pero no se había pagado con fondos públicos, sino con aportaciones de
los veteranos de la DA.
Volvamos a suelo ruso. En las zonas donde junto a caídos alemanes se
encontraban restos de voluntarios de otras nacionalidades que habían
servido en la Wehrmacht, la política de la VDK era agrupar a estos en sec-
tores diferenciados de los cementerios que se estaban creando. En el de
Pankovska (Nóvgorod), radicado en una región donde la DA había esta-
do desplegada muchos meses, se estableció un área para los caídos es-
pañoles, pero también había —por ejemplo— zonas para los restos de
los voluntarios anticomunistas del Flandes belga, que igualmente habían
combatido en la zona. No era España la única nación que había llegado
a acuerdos con la VDK, claro está. El acuerdo hispano-alemán preveía
que las familias de caídos españoles que lo deseasen podrían repatriar sus
restos, con el concurso de la Dirección de Apoyo al Personal (DIAPER)
de nuestras Fuerzas Armadas.Y como el acuerdo ha estado en vigor desde
entonces, se da la circunstancia de que bajo el gobierno socialista de Ro-
dríguez Zapatero se repatriaron más restos que bajo el gobierno conser-
vador de Rajoy.
Pero nadie hizo caso de las explicaciones que en torno a la noticia
dio la DIAPER: de lo que se trataba era de usar el tema «División Azul»
en la propaganda política, pues se sabe que en España sigue despertando
pasiones. Uno de los argumentos preferidos por la izquierda historiográ-
fica y mediática es que rendir algún tipo de homenaje a los caídos en
Rusia es algo inimaginable en ningún país democrático europeo. La fal-
sedad de esa aseveración la puede comprobar cualquier lector que tenga
la curiosidad de teclear en un buscador de Internet la frase «Tempo Sa-
los pagos a veteranos de la DA, por lo que este suceso tuvo un inespera-
do eco internacional.
Por el contrario, apenas se habló de hechos que resultaban inquie-
tantes, como el veto impuesto por autoridades municipales de ayunta-
mientos gobernados por la izquierda a que en instalaciones municipales
(como casas de la cultura) se presentaran libros que, a juicio de esas au-
toridades, eran «favorables» a la DA. La libertad de expresión y de inves-
tigación era burlada, de forma escandalosa, pero se guardó silencio. No
menos espeso fue el silencio en torno a hechos tan indignantes como la
destrucción de la tumba del general Muñoz Grandes, el primer coman-
dante de la DA (ocurrida en el año 2015) o los varios ataques sufridos
por el Monumento a los Caídos de la División Azul en el madrileño Ce-
menterio de La Almudena (el último de ellos, en febrero de 2019). Estos
hechos indudablemente reprobables por cualquiera, contrastan con el
respeto con que los ciudadanos rusos tratan el monumento que —en el
antes citado Cementerio Militar Alemán de Pankovska— recuerda a los
caídos españoles de la DA allí enterrados.
En general, se puede decir que en relación con la División Azul, los
abanderados de la «memoria histórica» se han salido con la suya y han
impuesto sus deseos. Y no solo en los numerosos casos de cambios de
nombres de calles, sino en otros muchos ámbitos. Un ejemplo fue lo que
le ocurrió a la Hermandad de la Virgen de las Angustias, que participaba
en la Semana Santa de Ciudad Real. Había sido fundada por veteranos
de la DA y del Ejército Nacional en la Guerra Civil, así que desfilaba con
pendones que representaban los emblemas de la Infantería, la Caballería,
la Artillería y los Ingenieros, pero también con otro que aludía a la DA.
En 2012, una campaña de los grupos de la memoria histórica logró que
el obispado manchego impusiera a la citada Hermandad la retirada de
ese pendón.
En el caso de España, a la opinión pública se le planteaban temas re-
lacionados con la DA, y nadie tenía que pararse a explicar con detalle
«qué era eso de la División Azul». Más o menos, cualquier persona me-
dianamente informada sabía de la existencia de esa unidad. La DA era,
quizás, la única unidad militar de la historia española que el público en
general podía reconocer, y por ello no es extraño que en series de tele-
visión tan populares como Cuéntame o Amar en tiempos revueltos hayan
ta, y lo que queda hoy de esa quimera es una patética y feroz dictadura,
hereditaria para mayor escarnio, en Corea del Norte. Nunca se recurrió
tanto al pleonasmo, y bajo el nombre de repúblicas democráticas popu-
lares lo que han existido han sido dictaduras feroces contra los pueblos
que tan enfáticamente eran usados en la denominación del engendro.
A la pregunta de cuál había sido la huella de la «Revolución de Oc-
tubre» rusa, planteada en 2017 con motivo de su centenario, Richard Pi-
pes, uno de sus más destacados historiadores, respondió sin dudarlo:
provocó una enérgica reacción en contra. Una reacción que tuvo su ex-
presión más relevante en la aparición de los movimientos fascistas.
Ernst Nolte se consagró como una autoridad indiscutible en su es-
tudio con obras como El fascismo en su época. Action Française, fascismo, na-
cionalsocialismo y La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas (Nolte,
1967 y 1971), pero conmocionó el panorama historiográfico con una
aportación posterior: La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocialismo
y bolchevismo (Nolte, 1994), ya que la nueva obra sugería que si la versión
alemana del fascismo, el nazismo, había llegado a los extremos que llegó,
había sido porque para mejor combatir al bolchevismo había copiado
muchos de sus métodos. Por decirlo en pocas palabras: la Guardia Roja
Bolchevique era anterior a las Secciones de Asalto del Partido Nazi, la
Cheka se adelantó en mucho a la Gestapo y el Gulag precedió a Auschwitz.
En una obra posterior Después del comunismo.Aportaciones a la interpretación
de la historia del siglo XX (Nolte, 1995), sintetizó esos planteamientos. De
poner el foco sobre el fascismo, como elemento clave para explicar las
dramáticas turbulencias de una época, Nolte había pasado a situarlo so-
bre el bolchevismo. Las ideas de Nolte generaron un áspero debate. Pero
su hipótesis básica, la de que el triunfo del bolchevismo provocó una
guerra civil es cierta, sin duda. Guerra civil europea, entendiendo a Eu-
ropa como un todo, pero también guerras civiles en todos los países que
la componen. En La Europa revolucionaria. Las guerras civiles que marcaron
el siglo XX, Payne ha hecho un estudio comparado de estas guerras civiles,
muy útil en nuestro caso, ya que la obra está llena de referencias al caso
concreto de España. Una idea clave de ese libro:
como oficial del Ejército Rojo soviético (Tagüeña, 1978). ¿Un caso
único y español? En modo alguno. El personaje central en la historia de
los franceses que lucharon junto a los alemanes contra el Ejército Rojo
—también los hubo— fue Jacques Doriot, quien vestido con uniforme
de la Wehrmacht participó en el intento de asaltar Moscú. Una ciudad
que conocía por haber estado en ella como miembro del Comité Cen-
tral de la Internacional Comunista (Komintern), aunque finalmente
rompió por completo con esa ideología y creó el principal partido fas-
cista francés (Norling, 1998).
Volvamos a los efectos de la Primera Guerra Mundial. El comunis-
mo y el fascismo tenían sus orígenes antes de que aquella guerra se con-
virtiera en la larga agonía que fue. Pero nunca habrían tenido el papel
que después tuvieron de no ser por la hecatombe de 1914-1918. Si al
comunismo le permitió asaltar el poder en Rusia, para el caso del fascis-
mo fue ese mismo conflicto lo que le dio alas. Y —poco después— el
temor que provocó la instauración de la «dictadura del proletariado» en
Rusia, que por unos meses pareció que iba a reproducirse en Italia, le dio
la base sobre la que expandirse. Porque el fascismo solo aparecerá con sus
perfiles ya definidos y el nombre que le será propio en 1919, bajo el li-
derazgo de Benito Mussolini, un hombre con una dilatada biografía de
militante de izquierdas. Si su Partido Nacional Fascista logró asaltar el
poder en 1922, tal velocidad de ascenso solo puede explicarse por lo
agudo de la crisis que se estaba atravesando en Italia.
En otros muchos países de Europa se impusieron formas políticas
que rompían con el modelo liberal-parlamentario, que desde hacía un
siglo progresaba poco a poco en nuestro continente. Además de los ya
citados casos de la Rusia comunista y la Italia fascista, y del singular caso
de la Turquía post-otomana, se implantaron dictaduras (en distintas fe-
chas del periodo de entreguerras) en Estonia, Letonia, Lituania, Polonia,
Rumanía, Hungría,Yugoslavia, Bulgaria, Albania, Grecia, Austria, España
y Portugal.Y Hitler creó su Tercer Reich. Para la izquierda, todas aque-
llas fueron «dictaduras fascistas», como las de Mussolini y Hitler, lo que
está lejos de ser verdad. Eran dictaduras conservadoras, simplemente. La
diferencia es fácil de percibir: Mussolini y Hitler llegaron al poder desde
abajo, aupados por movimientos de masas. El resto de las dictaduras fue-
ron instauradas por exponentes de las élites políticas (reyes, primeros mi-
nistros), que estaban ya en el poder, o bien por las cúpulas militares, sin
contribución ninguna de masas movilizadas. Lo cierto es que en la Eu-
ropa de entreguerras el modelo de democracia parlamentaria ya no se
veía, ni a izquierda ni a derecha, como ninguna panacea, sino más bien
como un modelo caduco.
A Lenin se le opuso como contramodelo el de Mussolini.Y —años
después— a Stalin se le opondría la figura de Hitler. Europa entera asis-
tió a un fenómeno de polarización entre dos bloques, el «anticomunista»
y el «antifascista». Importaba poco el que, en buena parte de los países
europeos, tanto los comunistas como los fascistas fueran solo fuerzas po-
líticas marginales, ya que lo que ocurría era que la derecha se definía co-
mo anticomunista, y tachaba más o menos en bloque a todas las izquier-
das de comunistas, mientras que —a la inversa— la izquierda catalogaba
a toda la derecha como fascista y exhibía el antifascismo como seña bá-
sica de su identidad. La dialéctica política de esta época se ha descrito
eficazmente en la obra colectiva Políticas del odio. Violencia y crisis en las
democracias de entreguerras (Rey, Álvarez Tardío, 2017).
España no permaneció al margen de esa polarización, todo lo
contrario. Cuando en 1936 estalló la Guerra Civil, la izquierda la de-
finió como una guerra «contra el fascismo», aunque lo cierto es que
en las elecciones de febrero de 1936 Falange no había sacado ni un
solo diputado. Pero la derecha apoyó el levantamiento militar porque
lo veía como un movimiento «contra el comunismo», pese a que era
notorio que si el Partido Comunista Español había logrado diputados
era por haber concurrido en las filas del Frente Popular. Por muy erró-
neas que fueran esas percepciones, eran las que pregonaban los líderes
y movían a las masas. En octubre de 1934 las izquierdas y los separatis-
tas se levantaron en armas en una acción que se trató de justificar di-
ciendo que la llegada al poder de la CEDA suponía la entronización
del fascismo, algo muy alejado de la realidad, pero muy extendido co-
mo temor. Por análogas razones, aunque con orientación contrapues-
ta, en julio de 1936, tras varios meses de un gobierno muy sectario del
Frente Popular, parte del Ejército Español se alzó en armas, y fue in-
mediatamente apoyado por amplios sectores de la derecha, por estar
convencidos de que era inminente la instauración del régimen sovié-
tico en España.