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ESTADO DEL ARTE

SEMINARIO DE INVESTIGACIÓN I

Integrantes: Miguel Acosta, Valentina Muñoz, Santiago Bertel, Michelle Caicedo y


Santiago Garcerant.

En primer lugar, respecto a qué problemas se han investigado, podemos resaltar varias
generalidades. Primero, que la mayoría de los estudios analizan la cultura ciudadana desde
una óptica local, en tanto que es el medio común donde se devuelve este fenómeno; y
segundo, que existen dos tipos de trabajos, aquellos que buscan explicar las causas del
fenómeno y los que únicamente tiene como objetivo describirlo.

Así las cosas, por un lado, tenemos el estudio de Martínez y Lozano (2015), que no busca
explicar cuáles son las causas de la falta de cultura ciudadana, sino simplemente describir las
situaciones disruptivas que logra examinar en su trabajo. De igual forma, se encuentra la
investigación de Escobar (2014), cuyo objetivo es conocer las manifestaciones de la cultura
ciudadana, antes que explicar por qué suceden de determinada manera. Además, la
investigación de Gomez (2013) tiene como objetivo señalar cómo la planificación de la
ciudad Medellín, capital del departamento de Antioquia, se fue institucionalizando en un
plano político, con el fin de racionalizar este ejercicio a nivel de dispositivos técnicos y
disciplinarios en la construcción de la ciudadanía y la cultura ciudadana, es decir, busca
explicar las razones que se asocian con tal situación. Lo anterior partiendo de que el espacio
público es el eje o elemento articulador del desarrollo urbano.

De manera distinta, tenemos los trabajos de Reese y Rosenfeld (2008) y Alesina y La Ferrara
(2002) que, además de describir las manifestaciones de la cultura y la confianza ciudadana,
buscan encontrar el porqué suceden de la manera en que se presentan. Por otro lado, se
encuentran autores como De Oliveira (2009) o Serrano (2016), los cuales se pueden enmarcar
tanto en los trabajos cuyo propósito es describir, como aquellos cuyo propósito es explicar las
causas por las cuáles el fenómeno de la cultura ciudadana ha tomado preponderancia en
Bogotá, especialmente a través de la importancia de la transformación y comunicación como
dos procesos centrales en la construcción de este concepto.

Así también, podemos observar que ciertos estudios han analizado la cultura ciudadana a
través del impacto de la cooperación y la confianza ciudadana. Este es el caso del estudio de
Escobar (2014), que investiga hasta qué punto las personas habitantes de ciertos barrios de la
ciudad de Barranquilla manifiestan en sus comportamientos habituales conductas de
cooperación y ayuda al prójimo, partiendo de la premisa de que tales actitudes implican per
se sentimientos de confianza. Del mismo modo, la investigación de Alesina y La Ferrara
(2002) busca determinar quiénes tienden a confiar más en los demás y en las instituciones.

Desde otra perspectiva, se puede observar que otros estudios han analizado la importancia de
destacar la formación pedagógica para la convivencia ciudadana como una responsabilidad
compartida que se ve reflejada en la conducta, tal como se evidencia en el estudio de Lopez
(2007), que investiga la convivencia pacífica ciudadana para saber si es una responsabilidad
de los diversos agentes de la educación y si es derivada del concepto de educación en valores,
respecto al marco legal territorializado, donde el entorno social y personal en el que se habita
es culturalmente diverso. Igualmente, la investigación de Burbano y Páramo (2008) destaca el
papel que juega el aprendizaje por reglas como componente social, cuyas implicaciones
educativas contribuyen a la formación de los individuos, con el propósito de buscar la
autorregulación de las personas en el espacio público. Asimismo, el estudio de Moreno
(2003) analiza los acercamientos teóricos y conceptuales que se necesitan de la pedagogía
urbana y de una ciudad educadora. De forma similar, el estudio de Fernandez (2003)
investiga la importancia del apoyo en la educación ciudadana para mejorar los niveles de
cultura.

También, destacan los textos que analizan la cultura ciudadana desde el uso del transporte
masivo como escenario de interacción social en el que es aplicable la cultura ciudadana. A
propósito de ello, encontramos la investigación de Martínez y Lozano (2015), que busca
identificar las situaciones disruptivas de la convivencia ciudadana en el uso del sistema de
transporte masivo Transmetro en Barranquilla. A su vez, Rodríguez y Troya (2015) focalizan
su análisis en la importancia de la comunicación estratégica en la cultura ciudadana teniendo
como marco el Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá (SITP).

En otro orden de ideas, Guevara (2016) busca analizar la cultura política del municipio de
Caqueza (Cundinamarca) en torno a su participación ciudadana y el cumplimiento voluntario
de las normas, como temas transversales en la cultura ciudadana, por lo que se enfoca en
estudiar la relación entre capital social, cultura ciudadana y gobernanza. Guevara (2016)
posee como rasgo diferenciador, y que es posible establecer como un aspecto divergente, su
propuesta de tomar en consideración las instituciones -tanto formales, como informales- para
su análisis.
A pesar de las mencionadas divergencias, podemos resaltar varios acuerdos metodológicos
entre los distintos estudios, es decir, diferentes concordancias en cuanto a cómo se han
investigado los temas. Por ejemplo, todos los estudios emplearon un diseño no experimental,
teniendo en cuenta que la variable de estudio no se sometió a tratamiento alguno, es decir, se
trata de investigaciones donde no se hacen modificaciones en forma intencional a ningún
conjunto de variables.

Asimismo, hay investigaciones que coinciden en la encuesta como técnica de recolección de


datos. Aún más, Martinez y Lozano (2015), al igual que Alesina y La Ferrera (2002),
emplearon encuestas de fuentes secundarias, analizando únicamente las preguntas que se
relacionaban con sus temas específicos de interés. Así también, Alesina y La Ferrara (2002) y
Escobar (2014) emplearon softwares especializados para determinar si existían correlaciones
estadísticamente significativas entre sus variables de análisis, entre las cuales, cabe resaltar,
se encontraban variables sociodemográifcas, tales como sexo, edad, raza, religión, etnia, entre
otras. No obstante, Rosenfeld (2008), Rodríguez y Troya (2015) y Guevara (2016) utilizan
una metodología mixta, dado que además de las encuestas, emplean entrevistas y revisión
documental, para luego hacer una triangulación de la información obtenida. Es importante
mencionar de igual forma, que investigaciones como las de Guevara (2016) no solo utilizaron
los recursos de recolección de información ya mencionados, sino que se valen de estudios de
caso, en los que se intenta contrastar lo normativo con lo empírico.

Por otra parte, se encuentra cierta literatura que intenta establecer relaciones entre distintas
variables. Entre esta se encuentra el estudio de Reese y Rosenfeld (2008), el cual busca
explorar la naturaleza de la cultura cívica, analizando las conexiones entre ésta y la política
local, con el propósito de probar empíricamente una taxonomía de la cultura cívica local y
explorar cómo las culturas dan forma a la política de desarrollo económico. En esta misma
línea, Guevara (2016) busca analizar la cultura política de Caqueza en torno a su
participación ciudadana y el cumplimiento voluntario de las normas, como temas
transversales en la cultura ciudadana, por lo que se enfoca en estudiar la relación entre capital
social, cultura ciudadana y gobernanza. A su vez, Rodríguez y Troya (2015) pretenden
estudiar la relación establecida entre la comunicación estratégica y la cultura ciudadana.

Por otro lado, en el caso del estudio de Lopez (2007), el método que se usa para destacar la
formación para la convivencia pacífica ciudadana como una responsabilidad compartida es la
exposición de las diferencias y matices, tanto desde la perspectiva de los diversos ámbitos de
formación para la convivencia, como desde la perspectiva de integrar la formación para la
ciudadanía en la formación general. En esta misma línea, autores como Correa de Andreis
(2016) se encargan de describir concepciones del término ‘cultura ciudadana’, mientras que
da cuenta de la aplicación del mismo en las distintas áreas sociales en las que es posible
circunscribir el término. De la misma forma, la investigación de Fernández (2003) y Moreno
(2010) se relacionan con este método porque uno expone un modelo pedagógico de
educación ciudadana que supone una formación reflexiva y solidaria para la convivencia, y
por otro lado, se presentan los acercamientos teóricos y conceptuales de la pedagogía urbana.
Diferente al estudio de Burbano y Páramo (2008) en el que la técnica que se utilizó para
exponer el fenómeno del aprendizaje por reglas fue un análisis de las normas y ejemplos de
experiencias positivas que se han implementado en Bogotá y que buscan regular el
comportamiento de los ciudadanos.

También, se encuentra literatura como es el caso de la investigación de Serrano (2016) en la


cual, a partir de una metodología interdisciplinar, que compagina la comunicación con la
ciencia política, se busca analizar el proceso de construcción de cultura ciudadana por
impulsado por Antanas Mockus durante sus periodos de mandato en la capital, estableciendo
sus límites y posibilidades; de igual manera reconociendo la continuidad, la inclusión y la
institucionalización como algunos de los factores que influyen en este proceso de cambio
cultural.

A su vez, De Oliveira (2009) propone una lógica más comparativa al confrontar el caso de la
aplicación de la cultura ciudadana en Bogotá y el caso de Río de Janeiro, para así proceder a
explicar el por qué en la primera se aumentaron los niveles de cultura ciudadana
efectivamente y por qué en la segunda no. Otro aspecto a mencionar a propósito de este autor,
es que tuvieron en cuenta para su revisión documental los planes de gobierno de las alcaldías,
tal es el caso de Rodríguez y Troya (2015). De igual forma siguiendo con esta lógica
comparativa Gómez (2013) logra identificar todo un proceso de cambio en la implementación
de la planificación territorial y la cultura ciudadana para el progreso de la ciudad de Medellín,
pero haciendo mayor precisión en el análisis descriptivo-comparativo de los planes de
desarrollo de la ciudad y la agenda enfocada en dicho aspecto desde 1997 hasta el año 2007.

En cuanto a los resultados, una primera concordancia a resaltar entre los trabajos es que
algunos de estos reconocen el impacto e importancia de la confianza y la cooperación
ciudadana en los procesos de cultura ciudadana. Este es el caso de las investigaciones de
Alesina y La Ferrara (2002) y Escobar (2014). Este primer trabajo concluye, por un lado, que
los sentimientos de confianza hacia las instituciones inciden en la participación política local;
y segundo, que existen cuatro factores relacionados con la confianza interpersonal que
disminuyen la cooperación ciudadana, a saber, “una historia reciente de experiencias
traumáticas, pertenecer a un grupo que históricamente ha sido discriminado, no tener éxito
económico en términos de ingresos y/o educación, y vivir en una comunidad racialmente
mixta y/o con un alto grado de disparidad de ingresos” (p.234). También se aclara que confiar
en los demás no involucra per sé confiar en las instituciones. En esta misma línea, se
encuentra, como se mencionó, la investigación de Escobar (2014), la cual reafirma lo
propuesto por el anterior trabajo: la cooperación ciudadana, que implica de por sí cierta
confianza interpersonal, influye en la cultura ciudadana local. No obstante, una divergencia a
resaltar es que mientras el primer estudio asegura que las creencias religiosas no afecta
significativamente dicha variable, los resultados de este último indican que la creencia
religiosa sí es una característica que influye en tal dimensión.

Paralelamente, ciertos autores, como Martínez (2015) y Rodríguez y Troya (2015), proponen
que para mejorar las dinámicas de cultura ciudadana se hacen necesarios cambios
comportamentales en las personas que utilizan el transporte público. Desde la óptica del
primer autor, esto se debe hacer a través de campañas de socialización que promuevan la
colaboración entre los ciudadanos, lo que, a la vez, refuerza la importancia dada a la
cooperación ciudadana. Del mismo modo, bajo los supuestos del segundo, esto se debe llevar
a cabo de la mano de estrategias comunicativas.

Otra convergencia en cuanto a los resultados radica en la afirmación de que la cultura


ciudadana tiene cierto impacto en la política local y las actividades económicas. A través de
la taxonomía propuesta por Reese y Rosenfeld (2008) y Gómez (2013), una cultura ciudadana
robusta implica una participación política activa por parte de los ciudadanos, lo que genera,
por una parte, políticas públicas económicas locales más integradoras, mayor confianza y
atracción del sector económico y apunta hacia la formación de un ciudadano gestor y
participante de la construcción social y preparado para hacer valer sus derechos frente al
Estado. Del mismo modo, Alesina y La Ferrara (2002) sostienen que unos niveles mayores de
confianza ciudadana tienen un impacto positivo en los gobiernos locales, los cuales tenderían
a funcionar mejor y ser más eficientes, a la vez que reducirían los costos de transacción en las
actividades económicas locales.
Por su parte, se tiene que existen autores valoran el espacio público como un elemento
importante para la cultura ciudadana. En cuanto a los estudios de Lopez (2007), Burbano y
Páramo (2008) y Fernandez (2003), se puede decir que los resultados arrojados se relacionan
porque estos tres exponen al componente de responsabilidad compartida como un aspecto
fundamental al tener en cuenta al momento de la formación pedagógica en valores sobre la
convivencia en el espacio público. Se observa que esto es un desafío cada vez más agudo ante
los cuales la supervivencia dependerá de que los ciudadanos sean sujetos con las posiciones y
disposiciones adecuadas para poder discernir y deliberar lo mejor posible. Así, disminuyendo
los bajos niveles de participación y apatía a las decisiones tomadas de forma colectiva.

Asimismo, De Oliveira (2009) coincide con estos académicos, debido a que según su trabajo,
en el caso bogotano, la construcción de espacios públicos funcionales y la mejora de
estructuras físicas son parte de las causas a las que le atribuye un aumento significativo de la
cultura ciudadana en dicha ciudad. En este orden de ideas, el autor también hace referencia y
resalta el sentido de responsabilidad cívica y participación social como ejes transversales en
los resultados del aumento de la cultura ciudadana, gracias a los esfuerzos dados en el campo
educativo y la inclusión social. También hay que tomar en consideración la literatura de
Rodríguez y Troya (2015), quienes también toman como caso la ciudad de Bogotá, y
mencionan la importancia adjudicada en los planes de gobierno de Mockus y Peñaloza al
espacio público como escenario de relacionamiento de los intereses colectivos y por tanto, el
respeto por las reglas y la identidad cultural.

Por otro lado, al hablar de la construcción de la comunidad cívica, Guevara (2016) enuncia
que esta se da teniendo en cuenta ciertos elementos como la confianza, las redes y el
cumplimiento de normas. Respecto a ello, esta autora menciona que en el caso de la
comunidad de Caqueza, esta tiene hábitos que tienden a afectar e irrespetar al otro, desde el
incumplimiento de las normas, la poca importancia por temas ambientales, y la poca
tolerancia hacia el otro que desemboca en riñas y situaciones problemáticas. Ante ello,
Guevara (2016) muestra que la autopercepción del cumplimiento de la ley en en promedio un
76%, sin embargo el 86% obedece las leyes para evitar ser castigado, lo que denota que el
cumplimiento de las leyes no responde al civismo. De esta forma, las leyes no son concebidas
como normas para el mejoramiento de la calidad de vida, sino que son consideradas como
imposiciones. A su vez, las entrevistas realizadas lograron vislumbrar que se han venido
realizando trabajos pedagógicos para poder cambiar este rasgo no cívico de la sociedad y
permitieron develar como otra problemática la violencia intrafamiliar. A su vez, no solo se
tuvo en cuenta las instituciones formales y las informales; respecto las últimas podemos
mencionar que estas son incumplidas y por lo tanto, afectan la convivencia en Caqueza,
afectando áreas como la movilidad, con un 92% de parqueo de carros y motos en los andenes.
A esto hay que agregarle que predomina el irrespeto al otro con riñas bajo los efectos del
alcohol, alto ruido, daños al medio ambiente, peleas en las calles y la invasión del espacio
público por parte del comercio informal.

A pesar de divergir en ciertos aspectos, es posible conectar los planteamientos de Guevara


(2016) con los anteriormente mencionados por Oliveira (2009), en el punto de que ambos
toman como la participación política y/o electoral como un elemento importante para la
construcción de una comunidad cívica. Al respecto Guevara (2016) reconoce que en el caso
de Caqueza existe una baja concurrencia electoral, teniendo en cuenta que las encuestas
revelaron que los móviles políticos no son suficientes para animar a la ciudadanía a votar, por
lo que es un componente que le falta para poder autodenominarse una comunidad cívica.

A su vez, autores como Correa de Andreis (2016) y De Oliveira (2009) coinciden y


argumentan que la exclusión social constituye un componente muy importante cuando
hablamos de cultura ciudadana, ya que este impide la construcción del tejido social de una
forma eficiente. En esta misma línea, Correa de Andreis (2016) establece que a la luz de las
aproximaciones brindadas en su texto sobre la cultura ciudadana entran al juego político y
social las élites políticas y económicas, caracterizadas por tener ciertos intereses, apostarle a
ciertos temas, y de esta forma, deben estar en la capacidad de sobrepasar esa cultura
ciudadana suscitada a lo urbano. Por su lado, De Oliveira (2009) plantea que los logros en
materia de cultura ciudadana se deben a las mejoras duraderas que se han hecho en la vida de
los ciudadanos a través de la educación y los esfuerzos de inclusión social, que tendrán como
consecuencia, una población educada con sentido de responsabilidad cívica y participación
social, como elementos transversales al hablar de cultura ciudadana.

Dado que el estudio de Moreno (2010) expone la revisión literaria que da base teórica y
conceptual a la investigación, no pretende mostrar los resultados alcanzados, pero sí mostrar
a los lectores las categorías revisadas para analizar el problema y sentar la propuesta. Del
mismo modo, Correa de Andreis (2016) tampoco pretende mostrar una serie de resultados, al
igual que el primer autor, intenta acercarnos a las diferentes aproximaciones de lo que es
considerado cultura ciudadana. Sin embargo, desde su propio análisis menciona que la
construcción de cultura ciudadana debe ser una prioridad al hablar de desarrollo económico,
pues engloba aspectos más allá de la eficiente provisión de bienes y servicios, salud,
seguridad y educación, por el contrario, para el autor, la cultura ciudadana también implica la
cultura familiar, la cultura del debate, particularmente en la escuela y la universidad; la
cultura del trabajo y/o cultura organizacional, la cultura del espacio público, la cultura
ambiental, constituyendo así la columna vertebral de la sociedad.

Desde otro punto de vista, autores como De Oliveira (2009) y Rodríguez y Troya (2015)
reconocen que, tras el análisis realizado, teniendo como referencia lo postulado en dichos
planes de gobierno, se tuvo muy presente el respeto por las instituciones, la identidad
ciudadana y la importancia del espacio público para la construcción de los mismos. De tal
modo, el primer autor enuncia que el mejoramiento de los espacios urbanos y de la vida
social en Bogotá se logró con la cultura ciudadana. Sin embargo, teniendo en cuenta la fecha
de publicación del texto de Rodríguez y Troya (2015), se sostiene que la relación entre
movilidad y cultura ciudadana con respecto a las estrategias de comunicación tienen una
incidencia en la convivencia del espacio público, como ejemplo, se menciona que cuando los
planes de gobierno dejaron de lado el componente de la cultura ciudadana, los bogotanos
empezaron a olvidar su importancia y, por consiguiente, sus prácticas.

En otro orden de ideas y continuando con lo mencionado en el párrafo anterior, autores como
De Oliveira (2009) y Rodríguez y Troya (2015) coinciden ampliamente con respecto a los
planteamientos mencionados por Mockus (2003) respectivamente. En este caso, Mockus con
su programa “Cultura Ciudadana” el respeto por las instituciones, la identidad ciudadana y
una menor aceptación de justificaciones a la violación de la ley ha demostrado una mayor
disposición de tramitar democráticamente las tensiones presentes en el espacio público,
asimismo, la armonización de tres sistemas que conforman este espacio de intercambio
social, mencionados por el autor como la ley, la moral y la cultura es fundamental en el papel
de la comunicación interpersonal y en cómo la comunicación es esencial a la cultura
ciudadana en muchos de sus ámbitos tales como la posibilidad argumentativa que obliga al
gobierno a comunicarse con su ciudadanos. Por otro lado, Ruiz (2007) coincide con Correa
de Andreis (2016) mencionando que el miedo al crimen y la victimización criminal colectiva
lo cual conlleva a la exclusión social, impide la cohesión del tejido social. Para argumentar
esta tesis Ruiz (2007) demostró por medio de una serie de resultados que aproximadamente el
78% de los muestreados han sufrido algún delito o tienen conocimiento de primera mano de
personas que han experimentado estas violaciones a su seguridad; por lo tanto, analizando
una serie de componentes con respecto a la escala de cultura ciudadana se evidenció que
aproximadamente el 61% de los muestreados cuenta con al menos ocho componentes básicos
para una correcta manifestación de cultura ciudadana; estos componentes fueron el
compromiso por la ciudad, el respeto a la ciudad y sus habitantes, la identificación afectiva
por la ciudad, los servicios que presta la Ciudad, la participación ciudadana y el respeto por
las normas sociales.

Siguiendo con la temática de cultura ciudadana y valores cívicos que se han mencionado
anteriormente, De Pardo y Gonzalez-Ocampo (2007), analizaron que la construcción de una
cultura cívica asertiva y participativa debe provenir desde las esferas más bajas de educación,
desde una pedagogía que influya en los comportamientos ciudadanos tal y como mencionan
Fernández (2003) y Moreno (2010). Por consiguiente, para lograr estos resultados se tomó
como base el aprendizaje significativo lo que le permitiría al estudiante la apropiación de
conocimientos a partir de los ya existentes en su árbol conceptual y además, funciona como
estrategia para que aquellas personas que ya se encuentran inmiscuidas completamente en el
espacio público, como los profesores, se apropien de valores para el desarrollo de una nueva
cultura ciudadana. Por lo tanto, al tener esto en cuenta, se logran establecer tres resultados o
momentos para esta evolución de la cultura y comportamiento cívico. El primero de estos
implica el reconocimiento del otro como sujeto social y portador de cultura, luego se
promueve un escenario de aprendizaje a partir de los saberes previos que traen los estudiantes
y jóvenes y, por último, se recogen los dos anteriores momentos y se incorporan nuevos
saberes para la construcción de esta nueva idea cultural.

En cuanto a las definiciones conceptuales, se pueden resaltar distintos conceptos que merecen
atención, debido a la centralidad y relevancia misma que tienen tales en los artículos
mencionados. Así, un primer concepto a distinguir es el de “cultura ciudadana”, en torno al
cual parece existir, a grandes rasgos, un consenso dentro de la comunidad científica. Esto no
quiere decir, cabe resaltar, que todos utilicen las mismas palabras o términos, sino que, sin
importar el autor, se mantiene la esencia del concepto. En este orden de ideas, tanto el trabajo
de Reese y Rosenfeld (2008), como el de Martínez y Lozano (2015), concuerdan en que este
concepto está conformado por dos dimensiones distintas, aunque relacionadas. Por un lado,
se reconoce a la cultura ciudadana como aquel conjunto de ideales, costumbres y normas,
formales e informales, que unen a los miembros pertenecientes a una comunidad y que, por
tanto, los dirigen en una acción común, es decir, genera sentido de pertenencia a esta y
permite una sana convivencia. Por otro lado, la cultura ciudadana se entiende como aquella
situación donde hay una convivencia positiva, la cual se expresa a través de la presencia de
valores y actitudes integradoras, como aprecio por los proyectos de la ciudad, cumplimiento
de la ley, cooperación y el interés por lo público.

En el caso colombiano, autores como Guevara (2016), Correa de Andreis (2016), y


Rodríguez y Troya (2015) toman en cuenta la concepción de cultura ciudadana propuesta por
Antanas Mockus, quien representa para estos un gran referente en el tema al aterrizar a la
cultura ciudadana colombiana y sobre todo bogotana. A pesar de que las definiciones no son
esbozadas con las mismas palabras, ya que algunas están citadas textualmente y otras están
parafraseadas, estas convergen en que la cultura ciudadana es un conjunto de reglas,
actitudes, acciones y costumbres mínimas, que permiten el disfrute de una sana convivencia y
el respeto por el espacio público y el patrimonio común. En esta definición es importante
resaltar que también toma consideración la noción de espacio público, que toma mucha
relevancia, debido a que en este escenario se gestan las manifestaciones de la cultura
ciudadana.

Otro concepto a señalar es el de “cooperación ciudadana”, el cual es referido en ciertas


investigaciones como “ayuda ciudadana”. Este concepto se entiende, en primer lugar, como
una expresión de la confianza ciudadana y el sentido de comunidad, los cuales son posibles
únicamente en un entorno de sana convivencia, la cual, a su vez, es resultado de una cultura
ciudadana positiva, como se indicó anteriormente de manera implícita. Esto podría ser
sintetizado, en palabras de Escobar (2014), como “aquellas conductas que implican cierto
compromiso por el bienestar de otros miembros de la misma comunidad, a través de acciones
que los benefician y que en apariencia no se efectúan por recibir una recompensa” (p.212).
En este orden, la cooperación ciudadana se contrapone a la indiferencia social. Lo anterior es
compartido por el trabajo de Alesina y La Ferrara (2002).

En los estudios de Burbano y Páramo (2008), se aborda la categoría de espacio público como
escenario principal de las investigaciones, el cual se entiende como una trama en la que se
entrecruzan los distintos aspectos de la vida urbana y el medio en que se desarrolla la vida
pública, y donde se aprenden también las reglas de convivencia entre extraños. Es por esto
que, es fundamental la pedagogía urbana porque se entiende como un campo del saber
pedagógico que investiga y propone prácticas educativas encaminadas a la formación de
ciudadanos, mediante dinámicas formales, no formales e informales. En ese orden de ideas,
muestra cómo el espacio público se convierte en el escenario principal para la pedagogía
urbana, pues es el lugar de una gran diversidad de dinámicas propias de la vida urbana. Y por
último, estudios como el de Moreno (2010) dan importancia al uso de reglas para llevar a
cabo procesos de formación ciudadana que permita motivar dinámicas de aprendizaje basadas
en generar conciencia sobre la importancia de cumplir la norma, pues si todos los ciudadanos
acatan todos se benefician.

Otro concepto a distinguir es el que se evidencia en el estudio de Lopez (2007) de


“convivencia ciudadana” que es, en primer lugar, en tanto que convivencia, una convivencia
cualificada (pacífica) y, en segundo lugar, en tanto que ciudadana, una convivencia
especificada, es decir, relativa a un espacio de convivencia que le es propio ( espacio cívico,
ciudadano). Por el hecho de ser una convivencia especificada, el marco legal territorializado
adquiere el rango de condición sustantiva en la educación para la ciudadanía como
responsabilidad derivada de la formación para la convivencia. Pero, a su vez, por ser una
convivencia cualificada, es una responsabilidad compartida con un componente ético de
orientación de la acción. Hay un componente socioético en la educación para la convivencia
ciudadana, que surge directamente del sentido de responsabilidad compartida y derivada,
propiedades de la convivencia pacífica ciudadana. Por una parte, este componente de
responsabilidad compartida y derivada aleja este ámbito de formación de una visión parcial
orientada, de manera reduccionista, a una educación política o, de manera oportunista, a una
educación cívica propagandista de los estereotipos sociomorales afines al grupo ideológico en
el poder. Por otra parte, ese mismo componente de responsabilidad compartida y derivada
mantiene vinculada la formación para la ciudadanía a la idea de formación general de
educación en valores, respecto de la convivencia pacífica en el marco legal territorializado,
que es lo que la hace, a la educación para la convivencia ciudadana, específica, pero no
aislada y una parte sustantiva de la política educativa.

De igual forma, se establecen en Serrano (2016) los conceptos de transmisión y


comunicación. Se define entonces que, comunicar es hacer saber algo y la transmisión es un
transporte en el tiempo. La comunicación sincroniza entre contemporáneos, acorta. Este autor
sostiene que lLa transmisión abraza de manera más amplia la complejidad de aquello que se
busca transferir, en tanto lo prolonga en el tiempo, mientras que el acto de comunicar tiene un
alcance de corto plazo y es más difícil que el contenido transferido se sostenga en el tiempo.
Otro término expuesto por Fariñas (2012) es el de privatización de los público,
que hace referencia a la apropiación personal, propia del desacato a la normativa, que
el ciudadano hace con la idea de que es dueño del espacio público, las calles, las
instituciones públicas, los parques, etc.

También, se hace alusión al concepto de construcción de la ciudadanía, el cual implica una


institucionalización de las estrategias pedagógicas que despliega el Estado sobre el cuerpo
civil y que van más allá de la aplicación sistemática del corpus legal y jurídico. Es decir, las
acciones encaminadas a la educación ciudadana que comportan la capacidad de disciplinar y
amoldar al ciudadano como una estrategia pedagógica de gobierno. Dicha ciudadanía habita
en un entorno, que es denominado según Lucio (2003) y en base al antropólogo Robert Field,
como un nivel emergente de evolución cultural, o como una institución social altamente
evolucionada producto de interacciones.

Por último, siguiendo con lo mencionado anteriormente y trayendo a colación el concepto


amoldado por Antana Mockus con respecto a la cultura ciudadana, este también define la
cultura ciudadana como un proceso pedagógico que de alguna manera pone a su servicio y da
sentido a muchos proceso de comunicación, es decir, la cultura ciudadana otorga un papel
clave a la ampliación de la competencias comunicativas y, reconoce también la necesidad de
transformar la interacción entre ciudadanos en dirección a una comunicación apreciativa.
Asimismo, el autor señala que en el contexto de cultura ciudadana la comunicación puede ser
entendida desde dos visiones conceptuales: La primera de estas visiones sería definida como
la acción comunicativa de Habermas, la cual se entiende como el tejido entre compromisos y
acuerdos en una sociedad, intrínseco a la práctica de la cultura ciudadana, por otro lado, la
segunda visión vendría acompañada de las teorías fundamentadas por Berstein, las cuales
definen este proceso de cultura ciudadana como una transformación colectiva, es decir, como
la sociedad construye identidades culturales relacionadas a la identificación del contexto en
que se encuentren.

Otro concepto por citar y resaltando una palabra clave mencionada en el párrafo anterior
(Tejido), sería el definido por Ruiz (2007) en su análisis de la cultura ciudadana, miedo al
crimen y victimización, este concepto sería el de Tejido Social el cual hace referencia al:

“conjunto de relaciones, reglas e intercambios que realizan el universo de


organizaciones sociales en un territorio determinado y su capacidad para crear puentes
de interlocución y de transacciones políticas, culturales, económicas y sociales útiles
con otras esferas del orden social donde se concentran las decisiones de poder político
y económico”.

A grandes rasgos, es posible observar que, aunque sea escasa, hay literatura que vincula la
cultura ciudadana con el desarrollo. Sin embargo, en la revisión de literatura no se encontró
literatura que relacione la cultura ciudadana con el progreso social, denotando un vacío
teórico. La situación agrava cuando aterrizamos esta relación al caso colombiano, e incluso a
las ciudades principales de este país, de las que no se registra literatura en la que se asocien
estas dos variables.

Respecto a los nuevos interrogantes, y teniendo en cuenta la literatura referida, se puede


destacar que no hay investigaciones que aborden el tema de la cultura ciudadana desde la
perspectiva de los ciudadanos, es decir, cuyo objetivo sea comparar la teoría existente sobre
el tema y lo que los ciudadanos realmente consideran que es la cultura ciudadana, así como
las diferentes consecuencias que esto podría implicar. Tampoco ha sido abordada la relación
entre pobreza y calidad de la cultura ciudadana de una comunidad.

También resulta interesante, a partir de los resultados planteados por Alesina y La Ferrara
(2002) en cuanto a que en las comunidades económicamente heterogéneas hay menores
índices de confianza ciudadana, si esto se refleja en Colombia, a través de un enfoque
territorial, recordando que las periferias de nuestro país tiene grandes brechas respecto al
centro. De manera más específica, no hay trabajos sobre cultura ciudadana en Barranquilla en
los últimos dos años que demuestren el estado actual de la situación en la ciudad.

Por otra parte, en ninguno de los estudios desarrollados anteriormente se propone algún
proyecto que facilite el diálogo entre la administración mMunicipal y los ciudadanos acerca
de la evaluación de políticas públicas sobre el bienestar social,. qQue de cierta forma,
buscaría enriquecer el debate en torno al impacto que tiene la ejecución del plan de desarrollo
en los habitantes de la ciudad dentro del espacio público.

De igual forma, es preciso reconocer que una debilidad notoria encontrada en el proceso de
conceptualización y de promoción de Cultura Ciudadana y que merece ser un nuevo
interrogante es que se ha buscado analizar a través de la mayoría de las investigaciones como
algo establecido, un pacto deseable, sin importar las realidades y contextos variables del
territorio. El desarrollo de este tipo de interrogantes enriquecería la puesta en práctica de
dicho concepto en contextos variables.

En conclusión, la cultura ciudadana se entiende como el conjunto de actitudes, valores y


costumbres compartidos por una comunidad, que no solo permite una agradable convivencia
en el marco del espacio público, sino que también fomenta el sentido de comunidad y, por
tanto, el respeto por esta misma. Es por ello que la calidad de la cultura ciudadana de una
comunidad puede ser analizada a través de las expresiones conductuales de sus individuos:
qué tanto respetan las normas, cómo se integran a los proyectos de la ciudad, qué tan
cooperativos son con los otros y qué interés muestran por lo público.

De esta manera, es fundamental analizar el papel que cumple el aprendizaje por reglas para
promover comportamientos que contribuyan a la convivencia en el espacio público y la
importancia para la convivencia ciudadana en el proceso de la búsqueda de la
autorregulación, en la medida que los individuos conozcan y se formen en estas reglas. Por
otra parte, estas reglas le dan carácter a los distintos lugares públicos de la ciudad de tal
suerte que cuando el ciudadano logra identificarlas y aprenderlas se crea un mecanismo de
apropiación de dichos lugares.

Asimismo, resulta fundamental observar la cultura ciudadana desde el tejido social y poder
hallar esas implicaciones que de una u otra manera, permiten o no, la cohesión de esos
puentes de interlocución y de transacciones políticas, culturales, económicas y sociales útiles
en cada una de las esferas del orden social, para de esta manera tratar de establecer el rumbo
indicado para el correcto desarrollo de la cultura ciudadana. De igual manera, se podría
considerar que muchas de estas investigaciones, más allá del análisis del cumplimiento de las
normas ciudadanas establecidas, no desarrollan en sustancia el concepto de ciudadanía en la
Cultura Ciudadana, lo cual resulta deficiente y termina siendo solo un adjetivo en la
configuración de este concepto más importante para el desarrollo de las sociedades.

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