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Carolina Crespo
Desde los años ochenta en adelante los estudios en torno al patrimonio adquirieron gran
relevancia dentro de la academia en América Latina mientras iba modificándose su
conceptualización y abordaje. “Las ideas, las culturas y las historias no se pueden
entender ni estudiar seriamente sin estudiar al mismo tiempo su fuerza o, para ser más
precisos, sus configuraciones de poder” (Said, 2002: 25), y los investigadores se
lanzaron a indagar no sólo la poética presente en los procesos de patrimonialización
(sus formas de funcionamiento), sino también la política y las formas de poder que
genera. En efecto, varios cientistas sociales interesados en estas problemáticas
trasladaron a partir de entonces su foco de atención de las conceptualizaciones
esencialistas y estáticas del patrimonio y la memoria a su carácter dinámico e
históricamente construido, del estudio de la cualidad intrínseca del objeto al proceso y
contexto en el cual se van redefiniendo y seleccionando determinados referentes,
eventos y prácticas culturales como constitutivos de la identidad, la memoria y el
patrimonio de un colectivo social, de su valor como herencia proveniente del pasado a
su construcción en el presente y de su carácter auténtico o verdadero a las relaciones
sociales que expresan y la legitimación que de estas relaciones instalan, esto es, los usos
y efectos de poder que producen (Arantes 1984, 1997, Bonfil Batalla, 1989; Brow,
2000; García Canclini, 1989,1993; Hobsbawm y Ranger, 1983, Rosas Mantecón, 1998;
Prats, 1997; Rotman, 1999, entre otros).
1
Este artículo fue publicado en ingles, bajo el título “Processes of indigenous heritage
construction: Lines of discussion, axes of analysis and Methodological approaches”.
En: Olaf Kaltmeier y Mario Rufer (Eds.). Entangled Heritages. (Post-)Colonial
Perspectives on the Uses of the Past in Latin America. Routledge, Londres. 2016.
Pág. 153-174.
1998; Prats, 1997, etc.); su carácter constitutivo y sus efectos performativos sobre las
prácticas y relaciones sociales; la desigualdad en su selección, conformación,
significación y gestión (Cruces, 1998) y/o los conflictos que esta situación suscita entre
una diversidad de agentes desigualmente posicionados –no sólo los estados nacionales
sino también agentes multilaterales, organismos no gubernamentales, colectivos
sociales diferentes, sectores privados, etc. (Arantes, 1984, 1997; Rotman, 1999; Cruces,
1998; entre otros). Otros se dedicaron a analizar su activación e ingreso en el mercado
en etapas más recientes como recurso económico (García Canclini, 1993; Prats, 1997;
Aguilar Criado, 2003; etc.); su inserción dentro de las “políticas de desarrollo con
identidad” emanadas desde los organismos multilaterales que atraviesan los programas
y acciones estatales nacionales (Benedetti, 2007) y su vinculación con el turismo.
En estos últimos años, la noción de patrimonio comenzó a conjugarse con los discursos
acerca del reconocimiento de la diversidad. En el marco de lo que algunos denominaron
“multiculturalismo neoliberal” (Hale, 2004) que supuso, simultáneamente, una
profundización de la desigualdad junto a la apelación al reconocimiento de la diferencia
cultural, las políticas patrimoniales en Argentina ‒en consonancia con cambios gestados
en programas de orden internacional‒ impulsaron la activación de referentes culturales
de sectores que habían sido anteriormente invisibilizados o bien incluidos
subordinadamente en clave hegemónica al repertorio patrimonial nacional. La
incorporación de estos otros referentes culturales fue producto de la lucha de varios
movimientos etnopolíticos, de género, etc. y de programas de organismos multilaterales,
normativas internacionales y proyectos de organismos no gubernamentales que han
adquirido una notable injerencia en las políticas de los estados nacionales. Pero además
de una cuestión política, se vinculó con la lógica impresa hoy en un mercado en el que
la promoción de la cultura diferente y particular (Aguilar Criado, 2005; García Canclini,
1993, entre otros) se constituyó como recurso para el “desarrollo económico” y “salida”
de la “pobreza y marginalidad”.
2
Retomo aquí una discusión de los estudios sobre memoria dominante y subalterna. Sobre esta discusión
así como sobre la necesidad de abordar bajo otras teorías los procesos de construcción del pasado de los
grupos subordinados, véase Briones (1994).
3
En gran medida, las reflexiones que siguen son producto de mis propias experiencias de investigación
sobre memorias y procesos de patrimonialización con comunidades mapuche de la zona de la Comarca
Andina del Paralelo 42° −noroeste de la provincia de Chubut (El Hoyo, Epuyén, Lago Puelo, Cholila y el
Maitén) y sudoeste de la provincia de Río Negro (El Bolsón)− en Patagonia Argentina y de experiencias
de extensión-transferencia con la Comunidad India de Quilmes en la provincia de Tucumán ‒noroeste
argentino‒, así como del intercambio con dirigentes indígenas y funcionarios públicos y de la lectura de
otros estudios sobre memoria y patrimonio de manifestaciones culturales indígenas desarrollados en
Argentina y en otros países de América Latina.
de este escrito, a una perspectiva que entiendo logra contemplar en toda su complejidad
y dinamismo, los ejes analíticos planteados.
Las políticas patrimoniales son reveladoras por aquello que habilitan, reconocen y
producen con sus discursos, repeticiones y acciones pero también con lo que “olvidan”,
excluyen, vuelven impensable, indecible o marginal. Además de configurar el pasado y
presente legítimamente reconocido, estas políticas producen con sus activaciones,
omisiones e, incluso, con sus contrasentidos y paradojas, determinados lugares físicos y
sociales autorizados y subjetividades aceptadas versus otras negadas.
Para dar cuenta de la centralidad que adquiere el silencio en estos procesos, en especial
cuando nos referimos a pueblos originarios en Argentina, permítaseme ilustrar con un
ejemplo. En el año 2010, después de aproximadamente dos décadas de “reconocimiento
de la diferencia étnica” al menos en el cuerpo legislativo en Argentina y de muchos más
años de lucha de los movimientos indígenas por ser reconocidos, el Museo Histórico de
El Hoyo ‒Comarca Andina del Paralelo 42°, Chubut, Patagonia Argentina‒ abrió sus
puertas en forma permanente con una muestra en la que los pueblos originarios y su
patrimonio estaban ausentes. Los indígenas habían sido silenciados de la historia local
en el pasado y en el presente de este espacio y omitidos los conflictos territoriales y
demandas que manifestaban varias comunidades recientemente adscriptas públicamente
como mapuche en la localidad. Las omisiones podían rastrearse, aunque con diferencias
entre sí, según el caso, en otros dispositivos producidos y difundidos en la región de la
“Comarca Andina del Paralelo 42°” donde se inserta El Hoyo: en prácticas y
procedimientos institucionales, en documentos de archivos históricos oficiales, en
muchos libros de historia de la región auspiciados por agentes municipales, en discursos
políticos de varios funcionarios locales, en el sentido común de varios pobladores, en
4
Entiendo a la subalternidad, tal como lo plantea Coronil (1994), menos como una posición fija o la
definición de un sujeto que como un proceso de sujeción o estado de sometimiento.
monumentos, murales y esculturas alzadas en espacios públicos de localidades
adyacentes, etc5. El Museo y varios de estos otros dispositivos de poder pueden leerse
como “itinerarios o trazas de lo no dicho” que reproducen en otro contexto temporal y
con ciertas variantes, según el caso, históricos silenciamientos hegemónicos operados
en la constitución y consolidación de la narrativa histórica nacional. Regímenes de lo
callado que han funcionado como parte de la “violencia epistémica” ejercida sobre y
conformadora ‒junto a la violencia física‒ de las experiencias históricamente vividas
por estos pueblos6.
5
Las fórmulas de silenciamiento utilizadas y, concretamente, los aspectos o dimensiones silenciadas en
cada uno de estos dispositivos de poder presentan variantes.
6
Un análisis más profundo de los mecanismos de silenciamiento que se pusieron en juego en este Museo
y sus implicancias políticas, puede leerse en Crespo y Tozzini (2014).
7
Sobre la forma en que se patrimonializaron los recursos arqueológicos en determinadas provincias en
Argentina, véase (Endere 2000, Crespo, 2005, Rodríguez 2013, entre otros).
sus propios sentidos y ejercer control sobre sus producciones culturales8. Me refiero a la
relevancia de problematizar la instancia de enunciación y conformación de autoridad y
poder en cualquier activación patrimonial, es decir, de reflexionar sobre quiénes tienen
el poder de constituir y omitir algo como patrimonio de un colectivo, de hablar “sobre”
y “por” qué sujetos, y cómo lo hacen, y de transmitir, difundir y/o comercializar ese
patrimonio considerado significativo, para quién y para quiénes (Cruces, 1998).
Ahora bien, los silencios y las asimetrías impuestas son relevantes en un doble sentido.
No sólo porque se trata de procesos estructurales que tienen su expresión en las políticas
patrimoniales oficiales elaboradas en torno a manifestaciones culturales y memorias de
sectores subalternizados y alterizados indígenas, sino a la par por los deslizamientos que
producen en su transcurrir, en tanto van constituyendo sus experiencias y subjetividades
político-afectivas. Y es que, como lo señala Briones (1994), en el marco de estos
procesos de silenciamiento, omisión y ausencia ‒y no sólo del discurso elaborado y
propagado‒ en el que no todo puede ser dicho y discutido, estos pueblos se construyen
de maneras variables, positivamente o no, hacen sentido del discurso omitido y, en
ocasiones, pueden reconocer su clave política.
8
Muchos dirigentes indígenas de hecho definen estos silenciamientos en las políticas patrimoniales
diseñadas por el Estado a lo largo del tiempo e, incluso, hasta la actualidad, como parte de los atropellos,
avasallamientos y expropiaciones vividas en todas las esferas de la vida social; desde lo que refiere a su
territorio como a cuestiones simbólicas (Crespo, 2008).
9
Como lo señalan Nahuelquir, Sabatella y Stella (2011) los sentidos asociados a los silencios varían en la
subjetividad de las personas a lo largo del tiempo y según las condiciones sociales en las que se
encuentran.
visión hegemónica, que sólo define y patrimonializa las manifestaciones indígenas
“puras” que muestren una continuidad con el pasado.
En Argentina, los miembros de los pueblos originarios han reflexionado y expresado los
silencios impuestos de maneras divergentes en el terreno patrimonial. En tanto el
patrimonio es una categoría histórica y culturalmente específica ajena a la cosmovisión
indígena, en el marco de un proceso de auto-reconocimiento dentro de un ordenamiento
caracterizado por formas de dominación, algunos comenzaron a reflexionar sobre este
concepto desde una instancia reivindicativa y política (Crespo, 2005; Slavski, 2007).
Recurrieron al “patrimonio” para reclamar derechos y lo redefinieron, en principio,
menos como una selección de aspectos significativos y representativos de la cultura, que
como la cultura en sí misma; esto es, como una totalidad: “el patrimonio cultural es
todo” (Entrevista a la sub-coordinadora del Convenio de “Educación Bilingue y
patrimonio cultural Mapuche” en la zona Andina, Diciembre 2005).
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Rotman realiza un señalamiento interesante al respecto. Sostiene que “en los procesos de
patrimonialización, la „retórica de la pérdida‟ (en los términos que la plantea Gonçalves), en vinculación
con la construcción de una cultura y una identidad nacional, se conforma como discurso de sectores
hegemónicos y se estructura como práctica hegemónica. [Sin embargo,] En relación con desarrollos
identitarios étnicos del pueblo mapuche (…), tal categoría opera habilitando memorias, legitimando
experiencias y constituyendo sujetos ‒en procesos que implican tanto sujeciones y conformidades como
reacomodamientos y resistencias, en condiciones de subalternidad‒, facultando su ponderación como
práctica contrahegemónica” (Rotman, 2010: 24).
11
En su tesis de licenciatura en ciencias antropológicas, Sabatella analiza o introduce esta interesante
discusión acerca del desplazamiento del “silencio” al “secreto valorado”.
al patrimonio arqueológico en la Comarca Andina. En efecto, una mapuche con la que
interactué en esa región concebía al “patrimonio arqueológico” como un “secreto”, un
misterio sólo conocido y compartido por sus antiguos creadores indígenas y por los
mapuche mayores de la comunidad, otorgando tanto a ellos como a sus manifestaciones
culturales un conocimiento jerarquizado, poder y valor diferencial (Crespo, 2008)12.
Este desplazamiento de sentido de la “pérdida” a lo “guardado” y, en ocasiones más
puntuales, a la “práctica del secreto”13, nos invitan a repensar y poner en debate el peso
que tiene la continuidad de las tradiciones, la cultura y el pasado en la definición
hegemónica y de la antropología clásica de lo que debe “ser” y “hacer” un indígena;
cuestiona visiones hegemónicas que apelaron a la “falta” para desacreditarlo y
estigmatizarlo14 y, principalmente, ilumina las formas a través de las cuales estos
sujetos definen y redefinen, de manera variada y en cada contexto, valores,
experiencias, conocimientos, pertenencias, ejercicios de poder, “discontinuidades y
continuidades” producto de violencias impuestas como de formas de resistencia
elaboradas frente a éstas.
12
Si bien por razones de espacio, no me detendré a analizar esto, cabe mencionar que estos secretos y
misterios están en sintonía con ciertos relatos populares que circulan en torno al patrimonio arqueológico.
Un estudio sobre ello puede leerse en Crespo (2008 y 2012).
13
Considero al “secreto” como una práctica que permite en forma simultánea crear y mantener lazos de
afinidad afectiva, pertenencia, autoridad y poder así como segmentar, aislar, construir alteridades e
incluso romper relaciones sociales mediante la clausura más o menos permeable de información a la que
se le adjudica un “valor” social (sea éste positivo o negativo) (Berliner, 2005; Giraud, 2006). El secreto se
basa así en un juego o dinámica que supone cerrar y compartir información, esconderla. Puede estar
vinculado con un misterio ‒como en el ejemplo expuesto en el cuerpo del texto‒ que puede incitar
fascinación o también con el registro de algo socialmente considerado una prohibición, un estigma, lo
inadmisible o desviado. En tanto el secreto supone un silencio y un compartir; se presenta muchas veces
motivado por otros factores respecto a la práctica de silenciar y conlleva otros efectos no necesariamente
equivalentes, lo que lo hace proclive a otro tipo de connotaciones y sentidos. Véase al respecto Berliner
(2005) y Giraud (2006).
14
Por ejemplo, los relatos históricos rionegrinos elaborados luego de la provincialización del territorio en
1955, han combinado la nacionalización y extranjerización de las diferentes etnias que se insertan en su
interior con la racialización del pasado indígena, el vaciamiento de estas poblaciones pos-conquista, su
ubicación posterior en geografías específicas dentro de la provincia y al interior de una estructura de
clase, y la pérdida o extinción de su cultura en el presente. Por su parte, el discurso antropológico
dominante en Patagonia hasta entrados los años ochenta, definió al “indígena” desde la noción de pérdida
y atraso, como “legado del pasado” y a su propia practica profesional como la única capaz de “rescatar”
del olvido aquello que quedaba de esa diferencia.
Como lo señalaba en un inicio de este escrito, en los últimos años, la “diversidad
indígena” ha tenido su lugar de expresión en las políticas patrimoniales. Sin embargo,
su “valorización”, difusión y conmemoración, presenta ciertas sutilezas y ambivalencias
comparada con otras manifestaciones de otros sectores que han sido patrimonializadas.
Quiero decir que, a pesar de que se considera que la patrimonialización llevada a cabo
por agentes estatales, multilaterales u organismos no gubernamentales supone un
reconocimiento o una “puesta en valor” simbólica, política, económica, no todo aquello
que se configura como patrimonio tiene la misma jerarquía e interés. Algunas
manifestaciones culturales de determinados colectivos sociales que han sido
constituidas como patrimonio, reciben menor atención y acciones que otras, como es el
caso de aquellas vinculadas con los pueblos originarios en Argentina (Crespo, 2008).
15
Estas formas de delimitación de “lo indígena” aparece también en las acciones de algunas ONGs y está
vinculada con la forma en que desde programas de organismos multilaterales e internacionales se define
la etnicidad y las políticas a implementar sobre estos pueblos.
16
Como sostiene Gordillo (2006), la subjetividad indígena es menos algo dado y eterno que producto de
experiencias históricas culturales y políticas siempre cambiantes y contradictorias vinculadas no sólo con
su etnicidad sino también con experiencias transitadas por otros sectores sociales.
historias disímiles y configurándolos como “extranjeros u otros internos”, tal como
históricamente se lo ha hecho. Otros reivindican su integración como pueblos
autóctonos sin distinguir etnias específicas. Sea uno y/u otro caso, ninguno revisa las
historias de avasallamientos e invisibilizaciones instituidas (Benedetti y Crespo, 2013).
Cualquiera sea el caso, en sus formas de decir, hacer y/o callar, las políticas
patrimoniales producen conocimiento y van delimitando sujetos, espacios, valores
‒afectivos, políticos, económicos y simbólicos significativos‒ y relaciones que tienen
implicancias políticas y definen campos políticos en tensión. De ahí, su importancia
como práctica más que como “representación” (Hall, 1998), pues esos referentes se
vuelven prescriptivos y reguladores de la vida social, establecen un piso conversacional
y un tipo de moral, condicionan y demandan ciertas escenificaciones de la diferencia y
son internalizados y/o confrontados de formas variables, configurando determinados
tipos de relaciones inter e intraétnicos.
Entre los tópicos más recurrentes de los estudios vinculados con los procesos de
patrimonialización de manifestaciones culturales y restos humanos indígenas se
encuentran las confrontaciones suscitadas entre los diversos agentes intervinientes y, en
particular en Argentina, los recientes procesos de reclamo público del patrimonio
arqueológico, especialmente de restos humanos por parte de algunas comunidades y
pueblos originarios, según el caso (Endere y Curtoni, 2006; Curtoni y Chaparro, 2011;
Rodríguez, 2011; Oldani et al, 2011; Arenas, 2011; Lázzari, 2008; Podgorny y Politis,
1990; Di Fini, 2001; entre otros). La conversión de los recursos arqueológicos en
patrimonio provincial y/o nacional trajo aparejadas discusiones no sólo vinculados con
los sentidos otorgados a estos restos humanos y producciones culturales sino también a
17
Para un análisis del “multiculturalismo” como término paraguas, véase Hall (2010).
la forma en que fueron clasificados/categorizados18 y la posibilidad de autogestionarlos,
lo que implica, como sugiere Slavski (2007), una disputa por el reconocimiento de
derechos políticos: el derecho a la autodefinición, autodeterminación y a la participación
en aquellas temáticas que los incumbe. La historia de las relaciones interétnicas en
Argentina, la forma en que fueron coleccionados sus bienes, producciones y restos
humanos a fines de siglo XIX y la primera mitad del XX, las explicaciones otorgadas a
éstas por académicos hasta aproximadamente los años 198019 y las disputas entabladas
en torno a la patrimonialización de prácticas, bienes y restos humanos indígenas, le
otorgan –a mi entender–, entre otros factores, cierta especificidad o impronta particular
respecto a los procesos de patrimonialización de manifestaciones de otros sectores
sociales. En la disputa por redefinir su posición, los indígenas fueron apropiándose,
cuestionando y/o resignificando conceptos instalados en la agenda por los sectores
dominantes en cada contexto (Delrío, 2005) y construyendo de manera variable sus
sentidos de pertenencia, su pasado, su presente y sus esperanzas a futuro. En estos
últimos años, mientras algunos indígenas recurren a un vocabulario hegemónico como
lo es el concepto de “patrimonio”, redefiniendo su sentido para enmarcar su demanda y
poner en escena una reflexión sobre lo propio y lo ajeno y sobre la historia de las
relaciones interétnicas asimétricas y de despojos experimentados en distintas esferas de
la vida social en Argentina (Crespo, 2005); otros demandan la restitución de restos
humanos como parte de sus “antepasados/ancestros” (Di Fini, 2001; Endere y Curtoni,
2006; Lázzari, 2008; Rodríguez, 2011; entre otros) o bien de algunos sitios
arqueológicos, re-acentuándolos bajo la categoría de “espacios sagrados” sobre los
cuales disputan derechos (Crespo y Rodríguez, 2013).
18
El cuestionamiento se centra en la apropiación de este pasado por parte del estado nacional y
provinciales al clasificarlo como “patrimonio nacional y provincial” y omitir la presencia de los pueblos
indígenas.
19
En los últimos años, el afán coleccionista que impregnó a la ciencia y la violencia política implicada en
la forma en que esas colecciones fueron llevadas a cabo, han sido fuertemente criticadas dentro de la
propia academia. Estanislao Zeballos, abogado e intelectual orgánico del roquismo, conformó una
colección privada de esqueletos saqueados de las tumbas en Patagonia que luego donaría al Museo de La
Plata en la provincia de Buenos Aires. El propio Francisco Moreno, primer director de este museo y
explorador de la región patagónica, manifestó haber exhumado también restos en aquella zona. La
colección privada del comisario de la policía de Tucumán, Manuel Zavaleta, que fue a parar a manos del
Museo Etnográfico en Buenos Aires, había sido producto del huaqueo de “antigüedades calchaquíes”.
Algunos restos humanos exhibidos en el Museo de La Plata pertenecían, incluso, a indígenas que luego de
la “Conquista al Desierto” fueron trasladados a esa institución como personal de servicio y objeto de
estudio de la ciencia y, con posterioridad a su muerte, fueron agregados al acervo patrimonial de la misma
y expuestos en una de sus salas (Cf. Podgorny y Politis 1990, Di Fini 2001, entre otros).
la infancia al participar en actividades sociales” (Bourdieu 1996: 70)20. Por otro lado y,
con el objeto de despegarnos de aquellas visiones instrumentalistas mostrando las
implicancias políticas que tienen en el campo de la etnicidad, algunos analizan las
relaciones entabladas con esa memoria de más larga duración a partir de su carácter
político-afectivo (Escolar, 2007; Rodríguez, 2011a; Sabatella, 2013); esto es, la
conciben como una “afirmación voluntaria y afectiva basada en sentimientos y
percepciones y no sólo en argumentaciones y explicaciones” (Escolar, 2007: 58) o como
parte de experiencias “afectivas, alianzas y acciones constreñidas por el espacio
social hegemónico” (Rodríguez, 2011a: 2). Otros observamos también en estos
reclamos una demanda de justicia y de reparación (Arenas, 2011; Lázzari, 2008), un
intento de revertir una historia de asimetría, despojos e invisibilización todavía vigente
(Crespo, 2005; Rotman, 2010) que lleva a vincularse públicamente con sus ancestros
como miembros de un determinado pueblo o como sus “descendientes”, y a constituirse
como un espacio de movilización y apego político-afectivo (Crespo, 2005, 2011;
Rodríguez, 2011b).
20
Vale decir, “estrategias” que son producto de relaciones de fuerza en el seno de un grupo y pueden
explicarse reconstruyendo la historia del mismo, sus diferenciales condicionamientos, las circunstancias
en las que se encuentran sus miembros, las reivindicaciones formuladas en la actualidad y la trayectoria
que ha seguido la constitución y significación, en este caso, de aquello que está en disputa (Crespo, 2008).
La variabilidad en las estrategias utilizadas para reclamar reconocimientos de derechos y recursos se
relacionan no sólo con la posición ocupada dentro de la estructura social de los agentes involucrados sino
también según las circunstancias, roles sociales, trayectorias y condiciones sociales específicas en las que
éstos sectores -dentro de esa misma posición incluso- se encuentran. Como lo expondré más adelante,
prácticas culturales o memorias que pueden habilitar poder y ser efectivas como formas de resistencia en
un determinado momento, para otros que pertenecen al mismo colectivo y sector social, pueden no
visualizarse de la misma manera.
pasado muy remoto y, en paralelo, comenzaron a transmitir una interpretación de la
historia previa a la “Conquista al Desierto” que se contrapone en distintos grados con la
narrativa histórica oficial de la zona y con algunos aspectos del discurso académico
(Crespo, 2011). O bien, otros, sin realizar demandas públicas, consideran en el marco de
entrevistas y charlas más informales, que la constitución de los recursos arqueológicos
como parte del patrimonio nacional y de las provincias en Argentina, es otra forma de
expropiación y avasallamiento de la propia historia.
Pero además, me interesa agregar la importancia de comenzar a revisar que los sentidos
otorgados a ciertos pasados, producciones patrimoniales y/o tradiciones que se
consideran “indígenas” puedan asumir trayectorias más complejas, heterogéneas y
ambivalentes en lo que respecta a su adscripción, posibilidad de apropiación y
significación entre los miembros de los pueblos originarios. Es decir, ciertos fragmentos
del pasado, experiencias, prácticas, bienes, espacios, etc. pueden contener dentro de un
mismo colectivo de pertenencia visiones ambivalentes, positivas y negativas, de
continuidad o extrañamiento que denotan formas de internalización de discursos y
prácticas hegemónicas junto a visiones desafiantes frente al orden social, cuyas
implicancias políticas son a la par divergentes (Gordillo, 2006; Crespo, 2008). Entiendo
entonces que, el análisis de los procesos de patrimonialización de manifestaciones
culturales y producción de las memorias y silencios indígenas no puede soslayar estas
consideraciones. Además, que estas posiciones variables y en tensión de los sujetos,
sólo pueden comprenderse en su total complejidad si se sitúan históricamente y se
conectan tanto con procesos estructurales pasados y presentes experimentados como
colectivo social y con discursos y prácticas científicas colonialistas (Gnecco, 2005)
como con experiencias subjetivas, cuya articulación afectan diferencialmente
significaciones y modalidades de posicionamientos en torno al pasado y a las
tradiciones dentro de las relaciones de hegemonía, e influyen en sus prácticas políticas.
21
Los recursos arqueológicos y especialmente los restos humanos suelen estar cargados de
performatividad en los relatos. En muchas ocasiones he escuchado a indígenas mencionar cómo los
muertos participan e inciden en la vida de los vivos (Crespo, 2008).
Esto permitiría aportar a este campo en varios sentidos. En primer lugar, abre la
posibilidad de dar cuenta y comprender las heterogeneidades existentes al interior de un
mismo colectivo que ocupa igual posición dentro de la estructura social al explicar
cómo operan diferencialmente en la reconstrucción de la memoria y el patrimonio
procesos de sujeción, subjetividades y posibilidades de agencia indígena dentro del
marco de condicionamientos históricos y actuales como colectivo social, y tal como
sostiene Pizarro (2006), la forma particular en que se mediatizan conflictos estructurales
pasados y vigentes. En segundo lugar, permite poner en entredicho el sentido común
circulante acerca de una construcción y uso interesado, calculado y estratégico del
pasado, el patrimonio y/o la cultura –cualquiera sea– por parte de poblaciones
indígenas. En tercer lugar, permite sopesar la forma compleja en que se tensionan
experiencias, silencios y discursos hegemónicos pasados y presentes en torno a la
etnicidad en las prácticas de activación de memorias y patrimonios. Finalmente, permite
distinguir, como lo sugiere Grossberg, que ciertas prácticas culturales que habilitan
empoderamientos en una ocasión, pueden seguir el camino contrario en otras e, incluso,
que ciertas “formas de empoderamiento que son efectivas como resistencias aquí,
pueden no serlo allí” (Grossberg, 1992: 95. Traducción propia).
Sin duda, la importancia de hacer estudios más locales es porque las dinámicas de poder
prevalecientes en estos espacios pueden complementar, contradecir, superponerse con
las acciones llevadas a cabo en otros órdenes y niveles estatales y no estatales más
amplios –ONGs, organismos intergubernamentales, etc.–, pero especialmente, como lo
advertimos en otro trabajo (Benedetti y Crespo, 2013) porque es en estos espacios con
relativa autonomía, en los que los indígenas interactúan cotidianamente con agentes
locales con poder y experimentan en forma directa las habilitaciones y límites a
comportamientos y a ocupar espacios territoriales y sociales; las jerarquías y
exclusiones; las relaciones de desigualdad y subordinación; los despojos y
expropiaciones. Estudiar las dinámicas de articulación entre municipios y otros niveles
estatales e incluso no estatales, tratando de iluminar como se intersectan programas y
políticas más amplias con procesos, relaciones, trayectorias sociales y sectores con
poder locales, puede contribuir a delinear un panorama menos homogéneo y
esquemático sobre los marcos contextuales epocales. Pero, especialmente, puede aportar
a una comprensión más acabada y profunda acerca de cómo y porqué ocurren ciertos
desplazamientos y continuidades en las políticas públicas implementadas en distintos
espacios y el espesor que tiene las respuestas ensayadas por parte de la población
indígena.
Agradecimientos
Agradezco especialmente los comentarios y aportes realizados a este trabajo por Sandra
Rozental, Mario Rufer y Frida Gorbach durante el III Congreso Bienal de la Asociación
Internacional de Estudios Interamericanos, llevado a cabo entre el 6 y el 8 de Agosto de
2014 en la ciudad de Lima, Perú.
Bibliografía