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El anarquismo y la opinión pública europea

En 1898, con la estrepitosa derrota en la guerra contra los Estados


Unidos, la visión de España como nación moribunda, decadente y
desfasada respecto al resto del mundo alcanzó su culmen. Al año siguiente,
Emilia Pardo Bazán usaba por primera vez en castellano la expresión
“leyenda negra” para referirse a las acusaciones vertidas por la prensa
estadounidense sobre la crueldad de la dominación española en Cuba, y
advertía: “La leyenda se pega; la comunicamos a los extranjeros porque la
llevamos en la masa de la sangre; y esa funesta leyenda ha desorganizado
nuestro cerebro, ha preparado nuestros desastres y nuestras humillaciones”.

Pero el escándalo cubano no fue el único que ensombreció la imagen


internacional de España en aquel momento finisecular. Tras el atentado
terrorista perpetrado en Barcelona al paso de la procesión del Corpus en
junio de 1896 que provocó 12 muertos y múltiples heridos, la represión del
gobierno de Antonio Cánovas del Castillo fue durísima e indiscriminada.
Más de 400 arrestos y 5 penas de muerte, juicios militares y extradiciones
que recibieron el nombre genérico de Proceso de Montjüic. La carencia de
pruebas y las torturas a los reos suscitaron fuertes reacciones de protesta en
la prensa extranjera, encabezadas por La Revue Blanche y
L'Intransigeant de París, en las que se comparaba el gobierno español con
la antigua Inquisición. Los propios condenados por el proceso de Montjüic
gritaban al ser ejecutados: “¡Somos inocentes! ¡Abajo la Inquisición!”.

Uno de los acusados de haber participado en el atentado de la calle


Cambios Nuevos de Barcelona, junto con su amigo Anselmo Lorenzo, fue
Fernando Tarrida del Mármol. Encarcelado en la prisión de Montjüic el 21
de julio de 1896, pronto sería liberado gracias a las gestiones de su
influyente familia paterna, tras lo cual se refugió en Francia. Tarrida había
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nacido en Santiago de Cuba en 1861 de padre catalán y madre cubana. Tras


enviudar su progenitor en 1873, regresó con él a Catalunya. Estudió en
Barcelona y Pau, donde asimiló la enseñanza francesa, y obtuvo el título de
ingeniero industrial en la Universidad de Barcelona. Profesionalmente, se
dedicó a la docencia y fundó la Academia Politécnica, un próspero negocio
donde se preparaba a los alumnos para el ingreso en la Escuela de
Ingenieros industriales.

La conversión de Fernando Tarrida del Mármol al anarquismo hizo


que su padre, un rico industrial del calzado muy bien relacionado con los
círculos gubernamentales, que suministraba borceguíes a las tropas
españolas en Cuba y Filipinas, acabara desheredándole. Por el contrario,
mantuvo siempre un vínculo estrecho con la rama materna de la familia, los
Mármol, que pertenecían a la oligarquía independentista cubana. Uno de
sus parientes fue el general Donato Mármol Tamayo, que luchó a las
órdenes de Máximo Gómez y otros insurgentes destacados de la primera
guerra de independencia cubana.

Al salir de la prisión de Montjüic en julio de 1896, Tarrida huyó a


París, donde trabajó activamente en la campaña de sensibilización de la
opinión pública europea contra el gobierno español, exigiendo la liberación
de los compañeros encarcelados y torturados y la revisión del proceso de
Montjüic. Con esta finalidad publicó su libro Les Inquisiteurs d'Espagne,
Montjuich, Cuba, Philippines (1897), una contundente y documentada
denuncia de las atrocidades cometidas por el gobierno español, al que
describe como una nueva Inquisición por su brutal actuación en las
colonias de ultramar y en la represión de los atentados anarquistas de la
década de 1890.

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Tras el asesinato de Cánovas del Castillo por el anarquista Angiolillo


en venganza por los procesos y ejecuciones de Montjüic, Tarrida fue
expulsado de Francia el 10 de agosto de 1897, por lo que emigró primero a
Bruselas y luego a Londres, donde estableció su residencia. Desde la
capital inglesa continuó su campaña de denuncia del proceso, a través de
sus colaboraciones en Nineteenth Century y de sus relaciones personales
con las primeras figuras del anarquismo internacional: Kropotkin,
Malatesta, Max Nettlau y otros. Partidario del internacionalismo obrero y
del anarquismo sin adjetivos, Tarrida se integró en varios clubes
anarquistas, colaboró con la revista libertaria londinense Freedom, además
de ser corresponsal de La Dépêche de Toulouse y de otros diarios. Asumió
la representación de “los compañeros anarquistas de España y Cuba” en los
foros, conferencias y congresos europeos que culminaron con la creación
de la Internacional Libertaria reunida en Amsterdam en 1907.

El propósito del libro de Tarrida, Les Inquisiteurs d'Espagne,


Montjuich, Cuba, Philippines, era demostrar que el gobierno español,
apoyado por el clero, ostentaba el record mundial de la represión, como lo
había hecho en tiempos de la Inquisición: “En Barcelona, en Cuba, en las
Filipinas, persigue, tortura, asesina sin descanso, retrocediendo hasta la
época bárbara de la Inquisición. Tanto en la Península como en las
colonias, las libertades están inscritas en la Constitución, pero desaparecen
en la práctica. La prensa es rigurosamente perseguida… La libertad de
reunión es tan ilusoria como la de prensa… En cuanto al sufragio universal,
hay que ser ingenuo para creérselo… El clericalismo se ha apoderado de
las instituciones; los ejércitos son comandados por generales pertenecientes
a la frailunocracia y el ministro de guerra es un jesuita”.

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Otro personaje que desempeñó el papel de dinamizador de las


denuncias internacionales del proceso de Montjüic fue el anarquista
Charles Malato, quien en el prefacio que escribió para el libro de Tarrida
reitera el leitmotiv de la Inquisición “La tortura nominalmente abolida
existe en España como en el tiempo en que Torquemada y sus discípulos
asaban los cuerpos a fuego lento para el mayor bien de las almas. La
fustigación, la inmersión en el mar, la privación de agua y de sueño, el
arrancar las uñas, las quemaduras con hierro candente, la torsión de los
órganos genitales, las descargas eléctricas en la cabeza… tales son los
procedimientos por los cuales, al otro lado de los Pirineos, los defensores
del orden afirman la sublimidad de su misión. Los torturadores chinos, que
tienen no obstante una gran reputación de ingeniosidad, no han encontrado
nada mejor”.

Malato, figura clave en la vertebración del cosmopolitismo libertario


desde que fundara el Club Liga Cosmopolita y el periódico La révolution
cosmopolite (1885), lanzó en 1896, desde L’Intransigeant, virulentas
críticas contra la monarquía española, “empeñada en una guerra colonial en
Cuba y lanzada a una sangrienta represión contra el movimiento
anarquista”. Fue uno de los fundadores del Comité Francés de Cuba Libre
y, en paralelo con Fernando Tarrida del Mármol, promovió la campaña
internacional en solidaridad con los represaliados en el proceso de
Montjüic. Orador vehemente, participó en los mítines organizados en favor
de la revolución cubana y contra la “Inquisición española”. En la primavera
de 1898, se trasladó clandestinamente a Cataluña para apoyar la evasión
fallida de Ramón Sempau Barril, preso en Montjüic bajo la acusación de
haber disparado dos tiros de revolver, el 3 de septiembre de 1897, al
teniente de la guardia civil Narciso Portas Ascanio, considerado el verdugo
y principal torturador de los presos de Montjüic.
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Años más tarde, Malato fue acusado de proporcionar las dos bombas
que el 31 de mayo de 1905 lanzaron unos anarquistas contra el cortejo del
presidente de la República francesa Émile Loubet y del rey Alfonso XIII de
España, entonces de visita en París, como resultado del cual 17 personas
resultaron heridas, muchas gravemente, mientras los jefes de Estado
salieron indemnes. La justicia francesa acusó a Malato de haber conseguido
las bombas para el atentado, pero él alegó que todo era un montaje
preparado por la policía española y, ante la falta de pruebas, fue absuelto.

En 1906, el ilustrado anarquista catalán Mateo Morral lanzó desde un


balcón una bomba oculta en un ramo de flores al paso de la comitiva de
Alfonso XIII por la calle Mayor de Madrid, el día de su boda con Victoria
Eugenia, que causó 25 muertos y un centenar de heridos. Pío Baroja llegó a
decir de él: “España hoy es un cuarto oscuro que huele mal; pero la pobre
juventud de los rincones españoles quiere salir de su ahogo y, como no
puede, de cuando en cuando se entrega a la desesperación. Ahí está Mateo
Morral; rabioso, enfermo, furioso, pero joven, el único joven que ha habido
en España desde hace tiempo”.

Valle Inclán, que también conocía a Mateo Morral de la tertulia de la


cervecería de la calle Alcalá, le dedicó el poema Rosa de llamas donde
habla de él como de un héroe trágico de “las utopías de nuevas
conciencias”, de su “dolor negro” y de “su alma enconada que estalló en las
ruedas del Carro Real”. El anarquista catalán que comparte cárcel con Max
Estrella en Luces de Bohemia está basado en la figura de Mateo Morral.
Ante la aplicación de la ley de fugas contra los presos anarquistas, Max
Estrella sentenciará: “La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la
Historia de España”.

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Francisco Ferrer y Guardia, que apoyaba sus creencias


revolucionarias con la fortuna capitalista heredada de su discípula parisina
Ernestine Meunier y era amigo de Mateo Morral, al que empleó como
traductor y bibliotecario en la Escuela Moderna, es muy posible que
ayudara a financiar el frustrado regicidio, por lo que fue detenido y acusado
de complicidad en el atentado contra Alfonso XIII. Juan Avilés, en su
biografía Francisco Ferrer y Guardia. Pedagogo, anarquista y mártir,
después de examinar las pruebas, sostiene que Ferrer, junto a Pedro
Vallina, Alejandro Lerroux, Nicolás Estévanez y Charles Malato, formaba
parte del complot que culminó con el atentado de Mateo Morral contra
Alfonso XIII. No obstante ser absuelto, este primer proceso de Ferrer, que
contaba con relevantes conexiones con el movimiento anarquista
internacional y con la francmasonería, provocó una nueva oleada de
protestas en toda Europa.

La campaña comenzó en París bajo el impulso de Charles Malato y


el periódico en el que colaboraba, L’Action. A ella se sumaron la Liga de
los Derechos del Hombre, a la que Ferrer aportaba importantes sumas de
dinero, y el Gran Oriente de Francia, en cuya sede se llevó a cabo un
concurrido mitin en enero de 1907. En Bélgica, Inglaterra e Italia hubo
reuniones y manifestaciones que convocaban a la acción inmediata contra
el régimen español. Las protestas pusieron de manifiesto el complejo
entramado de relaciones que mantenía Ferrer en el extranjero y la conexión
internacional entre anarquistas, librepensadores, masones y grupos políticos
de izquierda.

Entre el 25 de julio y el 2 de agosto del año 1909 la revuelta popular


conocida como la Semana Trágica provocó una represión durísima. En
relación con aquellos dramáticos sucesos, la Internacional Socialista

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publicó un comunicado a primeros de agosto de 1909, en el cual decía: “En


España, los trabajadores se han levantado contra una guerra, cuyas cargas
recaían todas sobre la parte más pobre de la población”. Recordando las
resoluciones del Congreso de Stuttgart, “invitaba a los trabajadores de
España y Francia a emprender una vigorosa campaña para detener las
expediciones a Marruecos”. Poco después, el Congreso de la Internacional
Sindical, celebrado en París, a propuesta del delegado alemán Sassenbach,
aprobaba una resolución “expresando sus más vivas simpatías a los
compañeros españoles que han opuesto la huelga general a la orden de
movilización. Esperan (los delegados) que los trabajadores de todos los
países conseguirán, por el empleo de todos los medios, impedir la guerra”.

Sin embargo, fue la actuación represiva del gobierno de Antonio


Maura contra el movimiento anarquista, y sobre todo la detención y
condena a muerte de Francisco Ferrer y Guardia, considerado el jefe de la
rebelión barcelonesa, lo que desató una unanimidad en la protesta europea
contra el gobierno español sin precedentes históricos. Libros, folletos,
artículos en la prensa, reuniones, mítines, manifestaciones, huelgas
generales y telegramas de protesta al gobierno de España se sucedieron en
las principales ciudades de Francia, Italia, Bélgica, Inglaterra y otros países
de Europa. La universalización e intensidad de las protestas demostró por
primera vez el peso que podía tener la opinión pública internacional,
provocó la caída del gobierno de Antonio Maura y dio a la figura de Ferrer
la estatura simbólica de un mártir laico de la represión y de la intolerancia
de un gobierno inquisitorial.

A principios de septiembre de 1909, en cuanto se supo que Ferrer


había sido detenido, sus amigos constituyeron en París un Comité de
defensa de las víctimas de la represión española, que contó con el apoyo de

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la prensa de izquierdas, intelectuales, logias masónicas, el partido


socialista, la Liga de los Derechos del Hombre y la Confederación General
del Trabajo (CGT), el sindicato mayoritario. Las adhesiones llovieron en
breves días.

Además de conocidos anarquistas como Kropotkin y Malato, el


primer manifiesto del Comité lo suscribían, entre otros, Alfred Naquet, uno
de los políticos más influyentes de la Tercera República y autor de la ley de
divorcio; el diputado Gustave Hervé, principal exponente del ala izquierda
del socialismo; destacados científicos (Haeckel, Mathiez y Hadamard) y
dos escritores posteriormente galardonados con el Premio Nobel de
Literarura: el dramaturgo y ensayista belga Maeterlinck y el novelista
francés Anatole France, que ya se había posicionado con Zola en el affaire
Dreyfus y contribuido a fundar la Liga de los Derechos del Hombre en
1898. Anatole France envió un telegrama de apoyo al Comité donde decía:
“Mi querido Jaurès, publicad mi indignación contra los torturadores de
Ferrer y mi culto a la memoria de gran mártir del librepensamiento”. Más
tarde, escribiría que el pedagogo catalán había sido ajusticiado por “ser
republicano, socialista y librepensador”, “haber creado la enseñanza laica
en Barcelona” y “haber instruido a miles de niños en la moral
independiente”. 

Cuando el 13 de octubre de 1909 se cumplió la sentencia de muerte y


Ferrer fue fusilado en el castillo de Montjüic, una ola de indignación
recorrió Europa. En París, unas 30.000 personas convocadas por las
ediciones extraordinarias de L'Humanité y La Guerre Sociale se
manifestaron aquella misma noche en la Avenue Villiers ante la embajada
de España. Las cargas de la policía no lograron acallar los gritos de “¡Viva
Ferrer!” y “¡Abajo Alfonso XIII!”, ni frustrar el asalto a la embajada que se

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saldó con la muerte de un policía y quince heridos. En Bruselas, también se


registraron manifestaciones, mientras que el alcalde de Roma, Natham,
hacía fijar carteles por las calles, diciendo que la ciudad se asociaba al
duelo del mundo civilizado por la muerte de Ferrer.

Durante una semana, las protestas continuaron con Francia como


epicentro, donde además adquirieron un tono muy violento. El semanario
insurreccional La Guerre Sociale, fundado por el socialista Gustave Hervé
y por el anarquista Miguel Almereyda, avisaba a Maura que podría ser
asesinado como Cánovas, y advertía al “joven macaco real” (Alfonso XIII)
que si iba a Francia, lo hiciera con una buena escolta, pues aunque había
salido ileso de las bombas de París y Madrid, podía ser abatido por un buen
pistolero, como le había sucedido a su primo “el cerdo real de Portugal”. El
hebdomadario ácrata Les Hommes du jour publicó un número especial
titulado “Francisco Ferrer, asesinado por los frailes”, donde afirmaba:
“Pagaréis cara la vida de Ferrer” y advertía que el próximo atentado contra
Alfonso XIII no fallaría. El anarquista Sébastien Faure, uno de los
abanderados de la defensa de Alfred Dreyfus en 1894, exhortó a forzar la
liberación de los presos españoles atacando “la bolsa y la vida de la
burguesía gobernante” y tomando rehenes que pagaran con su vida la de
Ferrer y sus compañeros.

L'Humanité, el influyente diario del dirigente socialista Jean Jaurès,


jugó un papel fundamental para que la masa del partido se sumara al
movimiento, aunque se esforzó en que la campaña no se centrara sólo en
Ferrer, sino que tuviera en cuenta a todas las víctimas de la represión. En el
territorio francés se llevaron a cabo más de 135 manifestaciones de protesta
que culminaron con la gigantesca marcha del domingo 17 de octubre,

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cuando unas sesenta mil personas se manifestaron pacíficamente por las


calles de París, desde la plaza de Clichy hasta la de la Concordia.

La muerte de Ferrer produjo también en Italia un clamor general


contra el gobierno de Madrid. En las multitudinarias manifestaciones, a
veces violentas y acompañadas de huelgas generales, resonaban las mismas
consignas: "¡Viva Ferrer!", "¡Abajo el gobierno clerical español!",
"¡Muerte al rey Alfonso!". En Bruselas, miles de manifestantes, muchos de
ellos con un retrato de Ferrer en el sombrero, recorrieron las calles hasta
llegar ante las estatuas de los condes de Egmont y Horn, ejecutados en
tiempos de Felipe II, conectando así a las víctimas antiguas y modernas de
la intolerancia española. El ayuntamiento de la capital belga erigió un
monumento en homenaje al anarquista catalán, “mártir de la libertad de
conciencia”. En Londres, se celebró un gran mitin en Trafalgar Square, en
el que tomaron parte varios diputados. El anciano Kropotkin responsabilizó
a las autoridades españolas de las torturas de Montjuïc, de la ejecución de
Ferrer y también de las bombas que habían explosionado en Barcelona,
que, según él, habían sido colocadas por la policía.

Aunque Ferrer se había distanciado de la francmasonería, siendo


excluido del Gran Oriente de Francia en 1907, a raíz de su trágica muerte
proliferaron los actos de las logias en su honor, convirtiéndole en un héroe
del panteón masónico. La indudable capacidad de movilización de los
masones europeos, que se volcaron en la celebración de actos públicos y
publicaron un número importante de libros y folletos denunciando la
injusticia que el Estado español había cometido con Ferrer, contribuyó a
dar la impresión de que toda Europa y América clamaban contra el
gobierno y la monarquía española. Para el Gran Oriente de Francia, “los

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jesuitas reinaban en España como amos absolutos” y “la Santa Inquisición


no había muerto, había pasado de las manos dominicas a las jesuitas”.

Ferrer, cuya fama como promotor de una enseñanza laica y moderna


procede más bien de su trágica muerte que de la originalidad de sus ideas
pedagógicas, fue sucesivamente republicano, masón, librepensador y
anarquista, con ideas ciertamente poco definidas. Sin embargo, su figura se
convirtió en el máximo exponente de la represión del gobierno de Maura
tras la Semana Trágica y devino el catalizador de la leyenda negra sobre
una España clerical e intolerante que contribuyó al desprestigio de nuestro
país en Europa.

Antonio Fernández Luzón

PARA SABER MÁS

José Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español (1868-


1910), Siglo XXI, Madrid, 1991.

Gonzalo Capellán de Miguel, “La opinión secuestrada. Prensa y opinión en


el siglo XIX”, Berceo, nº159, 2010, págs. 23-61.

María Cruz Seoane, Oratoria y periodismo en la España del siglo XIX,


Fundación March/Editorial Castalia, Madrid, 1997.

Luis Simarro, El proceso Ferrer y la opinión europea, Eduardo Arias,


Madrid, 1910.

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