Está en la página 1de 2

OBISPADO CASTRENSE DEL PERÚ - ODEC CASTRENSE

Anexo III
Querer sanar para amar mejor
Tomado de Catholic.net - Paredes, Solange
Tiempo para perdonar y ser perdonado. Padilla, Carlos

¿Quién de nosotros no ha sentido alguna vez resentimiento? Una persona vino, nos hizo daño y se fue
(o peor aún, no se fue, sino que sigue en nuestras vidas, vive con nosotros ¡es familia! ¡Eres tú mismo!).
Pasar por un proceso de sanación con la ayuda del mejor médico, Dios, es un proceso largo, desafiante
y hasta doloroso porque nos insta a abrir los ojos, a ya no ignorar nuestra realidad, a dejar de
anestesiarnos por la rutina – esa misma de la cual nos quejamos y que, sin embargo, usamos como
excusa para no encarar lo que hay en nuestro corazón.

Es este mismo adormecimiento social el que nos facilita ir almacenando dolor y resentimiento sin
siquiera darnos cuenta, pequeñas cosas que se van apilando y que se van convirtiendo en heridas
dolorosamente abiertas. Por supuesto, este apilamiento no puede ser eterno, esas mismas heridas que
por cobardía decidimos ignorar, con el tiempo nos traicionan descaradamente y se hacen visibles,
amargamente omnipresentes en nuestra vida, lo invaden todo: son heridas que destilan solamente
enojo y desamor.

Es en ese momento que nos tenemos que preguntar: ¿Cómo nos hemos permitido llegar hasta
ahí? ¿Por qué se nos hace difícil entender o simplemente perdonar a los demás, incluso a nosotros
mismos? ¿Es que acaso desconocemos el amor de nuestro Dios? Ese amor que nos perdona cada vez
que regresamos a Él arrepentidos. Ese Dios que nos enseña a orar diciendo: Perdona nuestras ofensas
COMO TAMBIÉN nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt.6,12). ¿Cómo podemos ir a
confesarnos teniendo rencor, guardando resentimientos? Recordemos que la misericordia de Dios no
puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con
la ayuda de Cristo. El Catecismo nos recuerda en su N° 2843 “El corazón que se ofrece al Espíritu Santo
cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión”

¿Sentir dolor después de la ofensa? Por supuesto, ¡es natural! La palabra clave es dolor, no
rencor. El dolor solo lo podrá curar ése quien es El Amor. No está en nuestra mano no sentir ya la
ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y
purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión (Catecismo 2843). En efecto, en nosotros
está tener la mínima decencia de entregarle a nuestro Señor nuestra intención de perdonar. Algo tan
simple y honesto como decir: “Aunque ahora siento que no puedo perdonar, por amor a Ti, quiero
perdonar” es todo lo que Dios necesita para actuar. Así es como nuestro Dios, con ese verdadero amor
de Padre, nos toma de la mano con paciencia, nos fortalece para que confrontemos nuestras miserias,
nos muestra por fin aquello que está mal y lo cura…para siempre.

Igualmente, si las heridas fueron ocasionadas por nosotros mismos, tengamos presente una de las
promesas de la Divina Misericordia: “Ningún alma que ha invocado Mi misericordia ha quedado
decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en Mi
bondad” (Diario, 1541). Ahora pues, si contamos con un Dios que nos ama y se deleita en compartir
con nosotros Su misericordia, y más aún, nos espera para perdonarnos por medio de la confesión y nos
da Su propio corazón en la Eucaristía, ¿Cómo se entiende un católico que guarde rencor? ¿Que llene su
vida con resentimiento? Sólo aquel que ha conocido el verdadero perdón de Dios, será capaz de
perdonar.

Cuaresma: Tiempo de perdón y reconciliación. Una de las cuestiones más importantes de nuestra
vida es ¿cómo conseguir “deshacernos” de lo malo que hay en nosotros, de las cosas malas que hemos
dicho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos:

OBISPADO CASTRENSE DEL PERÚ – ODEC CASTRENSE – NIVEL SECUNDARIA 2022 1


OBISPADO CASTRENSE DEL PERÚ - ODEC CASTRENSE

purificar nuestra vida de lo que no es bueno, limpiar lo que está sucio: librarnos de todo lo que no
queremos de nuestro pasado.

Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y Él quiere hacerlo hasta el punto en que el perdón
de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con el Señor.
Así como respetó nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser
perdonados; es decir, que rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y nos
propongamos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través
de un gran regalo que Él mismo nos ha hecho. En su misericordia infinita nos dio un instrumento que
repara todo lo malo que pudimos haber hecho. Se trata del Sacramento de la Penitencia, al que un gran
santo llamaba el “Sacramento de la Alegría”, porque en él se revive la parábola del “Hijo pródigo”, y
termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben.

Confesión y gracia a la mano. De esta forma nuestra vida se va renovando, siempre hacia adelante,
ya que Dios es un Padre bueno, que está siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin
enojos, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; y lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de
los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida todo tiene arreglo, incluso las peores
cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo), porque Dios tiene la última palabra, y esa
palabra es de amor misericordioso.

La Cuaresma es un tiempo propicio para preguntarnos por la calidad y calidez de nuestras relaciones.
¿Sabemos lo que le preocupa e inquieta en estos momentos a nuestros padres, a nuestros hermanos y
amigos? ¿Conocemos sus miedos y anhelos, sus sueños y desafíos? Convivimos con muchas personas y
con frecuencia ignoramos lo que está vivo en sus corazones. El perdón de Dios nos salva, nos levanta,
nos redime. Nosotros necesitamos experimentar continuamente la misericordia de Dios. Ojalá la
hayamos experimentado muchas veces en la confesión. Es una gracia que nos levanta para volver a
empezar. Como decía el Papa Francisco: «La confesión no es una sesión de tortura ni una lavandería.
Jesús, en el confesionario, no es un producto de limpieza en seco. La posibilidad de avergonzarse es
una verdadera virtud cristiana, e incluso humana. Bendita vergüenza. Así es como llegamos a ser
conscientes del mal realizado. ¿Y si mañana hago lo mismo? Ir de nuevo. Él siempre nos espera. El
confesionario es el lugar donde Dios nos invita a experimentar su ternura».

Queremos pedirle a Dios que purifique nuestro corazón. Que nos quite el rencor, el odio, la envidia, la
pereza, la desidia, el desprecio, la mentira, el deseo de venganza, la soberbia, el orgullo. Cuando Jesús
nos perdona a través de la confesión, no nos pide explicaciones, no busca que cambiemos
inmediatamente de vida. Simplemente nos pregunta: «¿Me amas?” y espera por nuestra respuesta
respetando la libertad de la que gozamos como su creatura.

Y tú, ¿todavía guardas resentimientos? ¿Te has dado cuenta de lo que significa la confesión
y todo lo que implica? ¿Hace cuánto que te has ido a confesar?

OBISPADO CASTRENSE DEL PERÚ – ODEC CASTRENSE – NIVEL SECUNDARIA 2022 2

También podría gustarte