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Capitalismo versus Felicidad

Vivimos la era del enojo o “truño”. Los dominicanos y dominicanas


andamos engruñados, estresados, insatisfechos y quejosos. La alegría
se está disipando ante tantos sobresaltos que nos depara la
cotidianidad, porque la violencia social cada día avanza, engrosando
estadísticas fatales teñidas de sangre, que nos barrenan de dolor.

La pobreza, la inequidad social, la inseguridad ciudadana y otros


componentes se rebelan en contra de la tranquilidad de la gente. Estos
elementos laceran a las grandes mayorías, pero también los fantasmas
internos de las personas, -demonios sórdidos e inverosímiles- manejan
la sique para convertir en infelices a la franja que tiene solucionadas
todas sus necesidades humanas materiales y a los que no.

El sistema capitalista vigente define de exitosos solo a los individuos que


alcanzan riquezas financieras: “pilas” o “moñas” de papeletas, cuartos,
plata, billetes, molongos –o llámele como usted quiera-, y ahí radica el
problema. Vivimos en un mundo de sujetos estresados, que no son
felices, porque el sistema de valores a partir de los cuales se configura
nuestra educación privilegia erróneamente la adquisición solo de
riquezas materiales, echando a un lado la satisfacción de las
necesidades espirituales y la concreción de otros sueños no financieros.

La postmodernidad ha convertido en pieza de museo al humanismo y la


ética. Esas columnas de la socialización humana fueron derribadas por
el pragmatismo capitalista.

El paradigma del éxito personal se mide por la abundancia económica.


Ser exitoso implica disponer de abundante plata, propiedades
inmobiliarias, poder y lujo, que dan un estatus al individuo. Los
mandantes, dueños del sistema, dividen la sociedad en dos: ganadores
y perdedores, e inculcan, a través del marketing, que quienes logran
acumulación material son los ganadores, y por tanto, alcanzan la
felicidad.

Pero no es exactamente así: la vida tiene innúmeros placeres alejados


de lo material que proporcionan felicidad. La simple compañía familiar,
el buen sexo, una comida creativa, pasear por el campo, una buena
caminata, pasear en bicicleta, la lectura de un buen libro, la escritura,
una buena conversación, visitar un amigo o vecino, ir a la playa o el río,
jugar en el patio o en una plaza pública con los hijos, hacer trabajos
comunitarios, entre otras muchas actividades, provocan plenitud y
satisfacción y quizás felicidad.

Pero no nos educan para la felicidad o para intentar ser felices. El


modelo curricular de la escuela universal y en particular el de la escuela
dominicana, debería incluir como un área programática o asignatura
definida, la enseñanza de la felicidad.

Probemos algunas de estas tareas simples, a ver si logramos ser felices


y aminoramos el enojo, el “truño” y la violencia social.

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