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¡Nubes putas!, grita al viento el Turco Antonio, hippie delirante y atormentado, en un momento de
la novela. Después de una larga convalecencia decide olvidar su pasado y reorganizar su presente
(pues este, como la mayoría de los personajes de "Sueño de Lobos", carece de futuro). Comienza
por ordenar su cuchitril, pero cuando termina sale a la calle y ve nubes en el cielo de Quito.
Entonces comprende que nada cambia, que no hay luz para él. Y es aquí, hacia la mitad del libro,
después de una pequeña pausa, cuando la historia vuelve a comenzar. ¿La historia del atraco a un
banco? No. El atraco en sí se resuelve en pocos párrafos cuando no se obvia en una elipsis
memorable. ¿La historia de su preparación, entonces? Tampoco, ya que el plan no se revela hasta
unas páginas antes de que se produzca el golpe, y este no es nada espectacular. La historia que se
nos narra es la de un puñado de hombres condenados por ellos mismos a la soledad. Esto no es nada
nuevo. Es un tema básico en la literatura universal, más aún en la literatura latinoamericana del siglo
XX. Pero eso no supone ningún problema. La soledad tiene tantas caras como personas existen en el
mundo, y de todas ellas se puede hablar en una novela. Y en esta vemos distintas caras de ella. La
de los pequeños rateros, la de los grandes rateros (ese odioso don Nacho, capo de barrio bajo, que
desprecia por igual a propios y extraños), la de las clases medias (representadas por Sergio, el
hombre-lobo, pero también por su mujer, sus padres y, en el epílogo, su hijo) y, sobre todo, la de la
ciudad. La soledad de una ciudad que es Quito, pero que podría ser cualquier otra capital del mundo
(también podemos ver que la soledad de Quito es más clara, metida en un valle entre altas
montañas, ciudad que guía al resto del país pero que, de alguna manera, vive a espaldas de él).
Empecemos por el principio. En el primer capítulo nos encontramos a Sergio, el Oscuro, insomne
crónico, que rellena sus noches vagabundeando por la ciudad, buscando algo que ni siquiera sabe
qué es. Tiene una vida tipo, con mujer, hijo, casa propia y asistenta. Trabaja en un banco, le pone
los cuernos a su señora, visita a sus padres en año nuevo. Pero no puede dormir. La suma de sueños
pasados y perdidos han hecho de él un perdedor. Y decide hacer algo para redimirse. Un atraco a su
propio banco. No es porque necesite el dinero, es porque necesita reiniciar su vida, y nada mejor
para ello que un corte drástico. Para ello se rodea de un grupo de perfectos perdedores, como el
Turco Antonio, el Gavilán, el Patojo Gonzalo y el Maestro. Todos y cada uno de ellos necesita dar
el golpe para cumplir sus proyectos (todos menos quizás el Maestro, que lo hace en realidad por
gregarismo, para evitar la disolución del grupo). A partir de este momento el autor deja el
pretendido atraco en un segundo plano y empieza a hablarnos de los personajes. Y estos son unos
personajes que merece la pena conocer. Personajes con pasado, pero cuyo presente es estático. De
hecho, al final de la novela, vemos que los cambios que realizan los personajes tienen consecuencias
definitivas (cuando por fin Sergio, en el mismo día, participa en un atraco, se tira a la loca Marcela,
fuma marihuana, y duerme varias horas seguidas, acaba dando capotazos a los coches en medio de
la autopista). Todas las novelas tienen, o deberían tener, un contexto geográfico y temporal, que de
alguna manera sobrevuele por encima de la historia. En "Sueño de lobos" nos encontramos en el
Ecuador de principios de los años ochenta. Acaba de finalizar la década del boom del petróleo, pero
también la de las dictaduras y la de la lucha social. Son tiempos difíciles, de incertidumbre, de
buscar un lugar en el mundo. Y Abdón Ubidia consigue plasmar a la perfección ese sentimiento.