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GOROSTEGUI DE TORRES – “La organización nacional”

Introduccion.

En los años comprendidos entre 1852 y 1874 coexisten elementos que podemos llamar
tradicionales con otros que tienden a modificarse drásticamente. Luego de la caída de Rosas
en Caseros, la victoria urquicista creara las condiciones para el acceso al poder de un grupo
cuyo manifiesto fue la transformación total de la Argentina. El periodo de estudio ha sido
llamado “de la organización”, término que también utilizamos, aunque complementado con la
palabra “modernización”.

Primera parte. La división.

Ni colapso total ni transformaciones violentas en el campo político siguieron de inmediato a la


batalla de Caseros; con excepción de Buenos Aires, los gobiernos provinciales sufrieron poco o
ningún cambio. Esta permanencia de hombres está vinculada con la heterogénea composición
del grupo triunfante, acorde con la eliminación del gobernador porteño pero cuyas
discrepancias latentes frenaron al principio medidas radicales en el ámbito nacional.

Los primeros indicios de conflicto aparecen ya en las etapas iniciales de la revolución a través
de discrepancias ideológicas entre los promotores del movimiento separatista. Mentalidades e
intereses económicos distintos favorecieron planteos políticos antagónicos entre lo que se ha
llamado la minoría ilustrada urbana y los sectores ligados con el agro. Pero la constitución de
una clase terrateniente a lo largo de la década que va desde 1820 a 1830 y su posterior
afianzamiento bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas, no liquido por completo el
pensamiento liberal; más aún, este comenzó a infiltrarse en los grupos tradicionales.

Es el caso del Litoral, con estructuras más tradicionales, aunque con una actividad productiva
similar, lo que explica la más tardía influencia liberal, coincidente con la fuerte expansión
ganadera de la región y una favorable coyuntura internacional para esos productos. Fue en
efecto la conjunción de ambos factores la que precipito la crisis entre Rosas y los
terratenientes del Litoral. De allí también la heterogeneidad de la coalición resultante;
tendencias modernizantes y tradicionales, extremas y conciliadoras, tanto en lo político como
en los económico, formaron un frente común y dieron batalla, pero a poco del triunfo, se
manifestaron con violencia las profundas divergencias que separaban a los grupos.

En los conflictos de la década posterior a Caseros, el grupo tradicional moderado del Litoral,
representado por Urquiza, enfrento situaciones internas más difíciles que el sector líder de la
política porteña; coincidentes con él en sus expectativas modernizantes, debieron sin embargo
apoyarse en núcleos rurales provincianos, en parte por afinidades políticas, pero sobre todo
como recurso de equilibrio frente a Buenos Aires. Los compromisos del general vencedor,
contraídos con países limítrofes para asegurar el éxito de la campaña contra Rosas,
contribuirían además a trabar su accionar y volver oscilante su política ante la más coherente y
agresiva del grupo liberal. La tensión llevo a la secesión de Buenos Aires y precipito una crisis
que duraría diez años.

1. Evolución política y crónica del periodo.

Lograda la victoria, el general Urquiza instalo su cuartel general en la quinta de Palermo, sede
del antiguo gobernador, donde dispuso las primeras medidas orientadas a dar a la provincia un
gobierno provisional. La unidad y el esfuerzo conjunto parecían estar asegurados: el doctor
Vicente López y Planes, designado gobernador, fue confirmado en el cargo por la Legislatura
de Buenos Aires. Sin embargo, estos se negaron a designarlo “encargado de Relaciones
Exteriores” con autoridad nacional, advirtiendo que la provincia no delegaría ese poder. Los
sectores activos, deseosos de conseguir plena autonomía, aprovecharon la coyuntura y su
propaganda prendió en la opinión publica conmovida, aunque no politizada.

El general por su parte, continuo sus planes de reorganización institucional. Para llevarla a
cabo, existía acuerdo general y también coincidencia en convocar a un Congreso
Constituyente. Urquiza se había asegurado la adhesión de los mandatarios provinciales del
interior, y con este apoyo, eligió la acción rápida, pues el precario equilibrio en las relaciones
con la provincia de Buenos Aires podía romperse en cualquier momento y dispersar esfuerzos.
Por lo tanto, en la sospecha de que las provincias reunidas buscarían limitar a Buenos Aires y
seguro de la resistencia que esta opondría a cualquier cercenamiento de lo que consideraba
sus derechos, Urquiza no docilito más que un permiso de asistencia, como posibilidad de no
comprometerse en forma abierta y mantener cierto equilibrio.

El general Urquiza fue nombrado director provisional y presto juramento ante los
gobernadores. A partir de ese momento quedaba facultado para aplicar y ejecutar las
declaraciones, facultades, principios y actos emanados del Pacto Federal; concentraba en sus
manos los poderes legislativo y ejecutivo y recibiría el auxilio de un Consejo de Estado
consultivo que el mismo habría de designar. El Acuerdo de San Nicolás, antecedente inmediato
de la Constitución de 1853, se aprobó el 31 de mayo de 1852.

La Legislatura porteña no había otorgado poder a su gobernador para tomar decisiones y por
lo tanto faltaba su aprobación al acuerdo; pese a ello, el general Urquiza ya había sido
investido Director, lo que indicaba la voluntad de las restantes provincias de llevarlo adelante.
Esto produjo un revuelo extraordinario en la ciudad, en las históricas sesiones de junio, el
Acuerdo se discutió en detalle y fue impugnado por varios legisladores, destacándose la
participación de Mitre y Vélez Sarsfield. Desautorizado y agredidos sus ministros, el doctor
López y Planes presento al día siguiente su renuncia, pero en esta ocasión Urquiza actuó con
rapidez, declarando disuelto el cuerpo legislativo y resolviendo asumir provisionalmente el
gobierno de la provincia.

En líneas generales, la gestión de Urquiza en la provincia siguió una tendencia progresista


similar a la sustentada por los sectores liberales porteños, pero estas coincidencias no
solucionaron la situación de enfrentamiento y el director debió apelar a la fuerza de las armas
para mantenerse; por encima de cualquier consideración práctica, su presencia era sufrida
como un avasallamiento de la autonomía provincial. La revolución estallo el 11 de septiembre,
se tomaron prisioneros a los jefes leales a Urquiza y en pocas horas se reinstalaron las
autoridades provinciales. Ciudad y campaña, civiles y militares, rosistas y emigrados se unieron
para restaurar la soberanía de la provincia, aunque sin perder de vista el objetivo nacional del
que Mitre se perfilo como líder entusiasta.

Una serie de medidas orientadas a modificar las relaciones existentes con el resto del país se
tomaron de inmediato: la provincia declaro que no reconocería ningún acto emanado del
Congreso de Santa Fe al que no aceptaba como autoridad nacional. Valentín Alsina,
gobernador electo de Buenos Aires, y su ministro, Bartolomé Mitre, pusieron entonces en
marcha una política de agresión abierta contra Urquiza con el objetivo inmediato de precipitar
los acontecimientos antes de la reunión del Congreso. Buenos Aires inicio las acciones
enviando tropas contra Entre Ríos, Santa Fe y Santiago del Estero, pero el plan fracaso. El
episodio revolucionario se cerró el 13 de julio de 1853, día en que Urquiza abandono la ciudad
de Buenos Aires escoltado por representantes diplomáticos extranjeros y a partir de entonces
la división de hecho quedo legalizada.

Simultáneamente con estos sucesos, la decisión de convocar a un Congreso Constituyente


había sido llevada a la práctica sin la presencia de Buenos Aires. El proyecto, inspirado en las
Bases de Juan Bautista Alberdi fue aprobado y adoptado como Constitución Nacional; en ella
se fijaba la forma representativa, republicana, federal de gobierno; la división de poderes en
legislativo, ejecutivo y judicial; los derechos y garantías de las personas y toda una serie de
normas relativas al funcionamiento jurídico del país. Además, a la resistencia que provocaba
en Buenos Aires la nacionalización de la aduana, se añadió la disposición sobre la
federalización de la ciudad.

Aceptado el cisma de hecho en julio de 1853, ambas partes iniciaron por separado la tarea de
organizase. Realizados los comicios, el general Urquiza fue electo presidente por seis años, y el
doctor Salvador María del Carril completo la formula como vice, cargos que asumieron el 5 de
marzo de 1854. Con excepción de Buenos Aires, las provincias juraron esta Constitución y
aceptaron el gobierno Nacional. Conviene, sin embargo, recordar que esta adhesión
mayoritaria no implicaba total unificación del Estado por puro y simple respeto a la Ley
Fundamental; el sistema de caudillos mantenía de hecho la unión sobre la base de las lealtades
personales al presidente electo. Se ha visto que la política de Urquiza fue la de manejarse con
los elementos dominantes en las provincias sin llegar a enfrentamientos abiertos, lo que
permitió más tarde mantener la unión pese a los conflictos entre caudillos que mantenían al
Interior.

En abierto contraste, el Estado porteño desconocía estos problemas; sin compromisos básicos
dentro y fuera del país y sin angustias financieras, especulo hábilmente con el deterioro de la
Confederación. Minado en lo político, reducido a un estado de falencia por falta de recursos, el
gobierno nacional era solo una experiencia condenada cuando recibió el golpe de gracia en la
batalla de Pavón. La única fuente importante de dinero era la aduana de Buenos Aires y allí
confluía el comercio y se multiplicaban los intereses extranjeros, todos factores que a su turno
habrían de pesar en la lucha diplomática por el reconocimiento de las grandes potencias.

La economía.

1. Apogeo de la Argentina tradicional y beneficios de la coyuntura. Avance de la


unificación económica.

Es preciso señalar que la unidad jurídica alcanzada en 1862 no se tradujo automáticamente en


esa unificación económica, al tiempo que en los años de la división se lograron avances en tal
sentido pese al manifiesto endurecimiento de las soluciones políticas. Un ejemplo en este
sentido lo da el acuerdo de gobernadores celebrado en San Nicolás en 1852: la abolición de los
derechos de tránsito, que implicaba la supresión de las aduanas interiores como paso previo a
una política económica única para todo el país. A medidas como esta se agregó la incidencia de
factores correspondientes al sector externo, tales como la coyuntura favorable para los
productos pecuarios en la década 1850-1860.

El fenómeno abarco prácticamente el país entero, aunque con distinto ritmo según las tres
regiones que ofrece el encuadre económico de la época. La más fuerte productora pecuaria
del país es sin lugar a dudas Buenos Aires y mantiene su hegemonía pese a las serias
dificultades que provoca en su campaña la situación política. Nos encontramos frente a la
disminución de los volúmenes producidos en la provincia cuyos “stocks” mermados como
consecuencia de las matanzas excesivas que siguieron al levantamiento del bloqueo anglo
francés. Sin embargo, la prosperidad de los sectores vinculados es bien evidente y surge solo
en parte de los buenos precios de estos productos (cueros, sebos, y en menor medida, lana) en
el mercado internacional. Como resultado de esta vitalidad la situación financiera de la
provincia en general y del gobierno en particular es cómoda y existe confianza en el futuro
económico; prueba de ello es la aceptación del papel moneda emitido por el Estado y la
suscripción de empréstitos internos. Sin apremios en el presupuesto, con el firme respaldo de
sus rentas aduaneras, el gobierno disfruto de inmejorable posición para negociar con la
Confederación y frustrar sus medidas.

Lejos de poseer una homogénea estructura productiva, la Confederación alterna zonas de


actividad económica orientada hacia el mercado externo, con casos extremos limitados a una
producción de subsistencia. En la región del Litoral, tradicionalmente ganadera, las guerras
civiles han dejado su secuela de despoblación y planteles arrasados. La merma en los “stocks”
ha disminuido los ya bajos rendimientos y empobrecido a los propietarios, que carecen de
capitales para ensayar actividades nuevas aun dentro de la ganadería, como es el caso ovino.

En efecto, la existencia de tierras disponibles, más los bajos rendimientos ganaderos, permitió
al Gobierno Nacional llevar a la práctica sus ideas en materia de poblamiento y agricultura,
orientadas a modernizar la actividad económica, y suscito la adhesión privada ante la
inesperada fuente ingresos que la subdivisión y ventas de campos ofrecía. De este modo
comenzó a lo largo de la década la radicación rural de los primeros inmigrantes, origen de la
futura expansión agrícola provincial.

Sin embargo, se agravaron los problemas financieros. La recaudación aduanera en la


Confederación no se asemejaba a la Buenos Aires, sea por su precaria organización o por los
menores volúmenes introducidos. El gobierno trato de subsanar el problema mediante la
creación de otros impuestos, tales como la contribución territorial y el de patentes, pero en
ambos casos fue claro que no se deseó incidir sobre los sectores rurales productores más
pudientes y si en los urbanos y comerciales medios; como podía preverse, el sistema funciono
mal y esto indujo a buscar nuevos mecanismos financieros entre los que cabe citar la emisión
de papel moneda y la contratación de empréstitos; el recurso de aumentar los gravámenes a
exportación no fue utilizado en ningún momento, menos tal vez por razones ideológicas que
por problemas de competencia en el mercado externo. Pero estos recursos solo traían un
alivio temporario y multiplicaban en cambio los compromisos de la administración, agobiada
por el importante aparato burocrático que debía mantener para justificar la imagen de un
Estado constituido.

2. Comienzos de la modernización económico-social: colonización, transportes.

Si bien se ha caracterizado a la década posterior a Caseros como un periodo de transición en el


proceso expansivo y modernizante que experimento el país en la segunda mitad del siglo
pasado, es posible encontrar ya entonces algunos elementos que lo anuncian y que se vinculan
por otra parte entre sí.

Hacia mediados de siglo vemos en Buenos Aires cambios en el consumo, europeización,


crecimiento urbano; todos indicios de una modernización en marcha tanto como los primeros
kilómetros de vías y la ampliación de comunicaciones telegráficas. En el resto del país las
transformaciones son menos espectaculares, y no pasan en su mayoría de proyectos oficiales
que tropiezan con dificultades financieras para ser llevados a la práctica. De ideas más
progresistas que el porteño, el Gobierno Nacional se esforzó en impulsar la expansión agrícola
desde 1853.

Al mediados del siglo, dos sistemas coexistían en el país: el terrestre, a cargo de caravanas de
carretas y mulas, y el fluvial, más importante en número y en adelantos técnicos en la medida
en que ya surcaban los ríos buques de vapor junto a los de vela. La novedad registrada en la
década se produce sobre la base de los elementos ya existentes que empiezan a funcionar de
un modo complementario empalmando la vía fluvial con la terrestre. Ahora bien, el sistema
era costoso, lento y caro, y perjudicaba a los productores más alejados de los centros de
comercialización; se explica por lo tanto la actitud favorable a la construcción de ferrocarriles,
que permitía esperar, a más de una baja radical en los fletes, rapidez e independencia de los
factores climáticos.

De las dos iniciativas que surgen en la etapa, una corresponde al Estado de Buenos Aires con el
Ferrocarril del Oeste que inaugura sus servicios en 1857 en una extensión muy modesta. El
gobierno de Paraná abordo un plan más ambicioso: el de unir Rosario con Chile, vale decir que
el proyecto no contemplaba usufructuar regiones en actividad, sino abrir posibilidades a zonas
desérticas a la par que acercar a las más alejadas. Sin embargo, las conocidas dificultades
financieras del Gobierno conspiraron contra la realización del ambicioso proyecto, puesto en
práctica solo en la década posterior.

El conflicto: alternativas en el equilibrio político.

En marzo de 1856, con la denuncia de los tratados que aseguraban el statu quo entre la
Confederación y Buenos Aires, ambas partes iniciaron una compleja red de maniobras que
ahondaron la división y prepararon el terreno para un enfrentamiento bélico. El 23 de octubre
de 1859 los adversarios se enfrentaron en Cepeda, las fuerzas de Buenos Aires al mando de
Mitre fueron derrotadas, aunque no destruidas por completo. Urquiza avanzo gasta San José
de Flores, y Buenos Aires se declaraba parte de la Confederación obligándose a verificar su
incorporación mediante la aceptación y jura solemne de la Constitución Nacional. Sin embargo,
Buenos Aires saco partido de la desconfianza que había entre Derqui y Urquiza, y consolido en
las negociaciones la autonomía que pareció haber perdido luego de Cepeda.

La lucha se entablo por lo tanto en torno de las bancas de la Cámara de Diputados. Ante la
mayoría liberal era previsible la expulsión de algunos delegados urquicistas que no llenaban el
requisito de residencia, situación tanto más grave para este grupo si era seguida por una
alianza porteña con el presidente Derqui; era preciso evitar la incorporación neutralizando a
Buenos Aires antes de la reunión oficial del Congreso y así se hizo en las sesiones preliminares.
Los porteños no fueron invitados a estas sesiones, y la cámara resolvió sucesivamente aceptar
los diplomas de los diputados con menos de tres años de residencia y rechazar los de Buenos
Aires por haber sido electos según la ley provincial. Una vez más la situación volvió a
polarizarse en abierta intransigencia y los acontecimientos que siguieron solo consiguieron
apresurar el estallido de la guerra.

el 17 de septiembre de 1861 chocaron los ejércitos cerca del arroyo del Medio, sobre los
campos de Pavón. El desarrollo del combate fue confuso y su resultado sorpresivo al retirarse
Urquiza del campo de batalla sin haber sido vencido por ejercito de Mitre. El movimiento
liberal se afianzo se expandió y se afianzo con rapidez en el Interior y el gobierno del general
Mitre asumió el mando del país con carácter provisional; hacia fines de enero de 1862 Urquiza
había aceptado esta situación y solo restaba obtener la colaboración de los elementos
autonomistas de la propia Buenos Aires. La tarea no fue fácil y el nudo del problema lo
constituyo la federalización de Buenos Aires, sede implícita del gobierno nacional
desempleado provisionalmente por el gobernador de la provincia.

Pero si bien la solmene apertura del nuevo Congreso Nacional, el 25 de mayo de 1862,
consagra el triunfo final de Buenos Aires, es también el aval a un programa nacionalista liberal
que liquidaría las aspiraciones hegemónicas de aquella en beneficio de una fuerte autoridad
centralizada, que terminara por escapar al control de la provincia.

Segunda parte. Primeras etapas del nuevo Estado nacional (1862-1874)

A principios de 1862 la mayoría de las provincias había aceptado el programa presentado por
Mitre para construir una autoridad nacional provisional delegada en el gobernador de Buenos
Aires y luego en un presidente, Congreso y Suprema Corte, de acuerdo con la formula
constitucional. Pero la existencia de gobiernos amigos no implicaba la adhesión masiva al
nuevo régimen de una población poco dispuesta a compartir un pensamiento político que
sentía extraño; de allí que uno de los problemas serios de la flamante administración fue
pacificar regiones con un alto grado de inestabilidad y donde los caudillos concitaban gran
prestigio.

Entretanto, en Buenos Aires la cuestión de la capital provocaba la división del partido liberal
porteño en la fracción nacionalista inspirada por Mitre y el grupo autonomista, encabezado
por Adolfo Alsina. El 1ro de octubre de 1862 el Congreso acepto el convenio y doce días más
tarde Mitre asumió la presidencia del país, electo por unanimidad.

Reorganización política.

1. Guerras civiles y guerra del Paraguay.

El fermento revolucionario de las provincias resurgio un año mas tarde, otra vez en torno de la
figura del Chacho Peñaloza. Las razones del nuevo estallido y de los posteriores son solo
parcialmente políticas y es preciso rastrear sus causas profundas en la deprimida situacion
económica de la poblacion; faltos de medios, sin fuentes regulaes de trabjo, los paisanos veian
con agrado la vida montonera.

En los meses de mayo y junio, las fuerzas nacionales derrotaron a las tropas montoneras en
Lomas Blancas y Las Playas aunque el Chacho mantuvo todavía en jaque a sus enemigos hasta
el 12 de noviembre, dia en que fue tomado prisionero y muerto a lanzazos por el coronel
Irrazabal. Acallada la conmocion de la montonera, otros movimientos se produjeron en las
provincias.

Mayores esfuerzos demando en cambio el ultimo episodio protagonizado por las montoneras
en el Interior, vinculado en su origen inmediato con la guerra argentino-paraguaya. Al
declararse el conflicto internacional y decretarse el reclutamiento de soldados, surgieron
problemas en ciertas provincias: en Entre Rios, una fuerza reunida por Urquiza se disperso y en
el Interior hubo que apelar no pocas veces a medidas coercitivas para lograr el enganche. La
guerra impopular y los persistentes resentimientos sociales configuraban un perfecto caldo de
cultivo para un nuevo estallido de violencia.

Felipe Varela, antiguo lugarteniete del Chacho, venia de chile con dos batallones formados por
chilenos y algunos emigrados argentinos. Ante el aumento de los contingentes montoneros
que se unian a Varela, el gobierno empeño todos sus esfuerzos para desbaratar el movimiento
que ya sumaba varios miles de hombres en combate. Finalmente fue vencido en la famosa
batalla del pozo de Vargas, y Varela dejo el país para morir en el exilio, cerrando el ultimo
capitulo de la lucha contra el sistema liberal en la región del Interior.

A estos problemas internos se sumo otro grave compromiso internacional que exigió del
gobierno esfuerzos y gastos todavía mayores; nos referimos a la guerra con el Estado
paraguayo, iniciada en 1865. Los medios con que contaba el país en la emergencia se reducían
al ejercito integrado por las unidades de línea y la Guardia Nacional en servicio activo: hubo
por lo tanto que recurrir a medidas especiales. Se ordeno la movilización de la Guardia
Nacional en todo el país y el reclutamiento en Entre Rios y Corrientes de diez mil soldados. Se
dispuso ademas la creación de un ejercito de operaciones mediante la contribución de las
provincias.

Los primeros movimientos fueron favorables al ejercito aliado de Argentina, Brasil y Uruguay,
pero a lo largo de 1867 la guerra continuo en forma lenta y difícil, dadas las características del
terreno y el poder belico que aun conservaba el presidente Solano Lopez, pero el avance
prosiguió y Asunsion cayo en 1869, hasta la rendición final posterior a la muerte de Solano
Lopez en 1870.

2. Presidencia de Sarmiento.

El general Bartolome Mitre termino su periodo presidencial en 1868 y el 12 de octubre,


entrego el mando a sucesor don Domingo Faustino Sarmiento luego de un proceso
eleccionario que señala la reciente complejidad del panorama político del país. A diferencia de
la primera elección, ahora las fuerzas se habían agrupado en cuatro tendencias bien marcadas:
frente a Mitre, se levantaba en Buenos Aires el partido autonomista acaudillado por Adolfo
Alsina, mientras Urquiza agrupaba a los electores del Litoral y Taboada a una Liga del Norte. En
el extranjero por aquel entonces, Sarmiento no encabezaba personalmente ningun partido. A
principios de 1868 Sarmiento es sostenido por el Partido Liberal de seis provincias y cuenta con
el apoyo del ejercito. Alsina, por su parte, solo es fuerte en Buenos Aires y ello decide el orden
de la formula Sarmiento-Alsina.

Durante su desempeño, se aplico a restablecer la disciplina en distintos niveles: en el ejercito


inicio un sistema de jerarquización; procedio al exterminio de los últimos brotes montoneros e
intervino con la uerza de que disponía para asegurar las elecciones provinciales en todos los
casos en que suscitaron conflictos. Finalizado el periodo presidencial, lo sucedió el doctor
Nicolas Avellaneda, designado en elecciones que fueron impugnadas por el Partido
Nacionalista que apoyaba la reelección del general Mitre. El descontento desemboco en una
revolución que estallo el 24 de septiembre, que sin embargo no detuvo al presidente, quien
organizo la defensa en forma tal que su sucesor derroto sin dificultad a los sublevados.

3. Creación de los organismos del nuevo Estado.

La instalación oficial del nuevo gobierno nacional en octubre de 1862 cierra el largo periodo de
división y señala al mismo tiempo el comienzo de profundos cambios en la estructura del
poder político. La concentración fue lenta y no estuvo excenta de conflictos; las provincias
resistieron el avance del poder central, aunque el retraso en advertirlo les seria fatal ya que
para entonces se habían montado los mecanismos necesarios para neutralizar todo intento de
conservar la vieja autonomía.

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