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Comotoda una señorita

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y otras consideraciones
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Índice
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Primera parte • Me presento y presento 6
Sin temor a equivocarse y Te quiero 8
Segunda parte • Privado, casa y habitación. 17
Cautivar
La jaula dorada 19
Las celdas 22
La naturalización 25
Florituras “femeninas” 26
Designación, el deber ser 32
Precepto y procedimiento 33
La institución educadora 34
Hay un pero 36
Lo que se enseña y sobrevive 37
Tercera Parte • Objetos y elementos 39
Sobre Jeanne Dielman 40
Los aretes mágicos 45
El problema de las flores 47
Mujer-objeto: 50
Rosado, por favor 52
Womanhouse 54
Cuarta parte • Como toda una señorita 59
Lado A. Señorita
Niña bien
La nena y la niña grande 60
Hacer una señorita 61
Valores señoritescos 63
Lado B. Las contrarias 68
Ser un cuadrado 69
Quinta parte • Yo 73
Referentes 75
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Primera parte
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Me presento y presento

En algún momento, inexacto, comencé a hacerme preguntas sobre mi manera de proceder, de actuar,
esto me llevó a observarme, ver mi casa, el cuarto, ver a mi mamá; nuestra historia. Recordé haber
vivido en diferentes lugares, estando siempre en la población sanduche, volviendo a pintar las paredes
de color rosa en cada nuevo cuarto. Ahora miro las cortinas, la cama, las sábanas, la mesa de noche y
la bata de dormir. Todo sigue siendo rosa, nuestra manera de habitar, de hacer propio nuestro espacio.
Desde hace tiempo, las visitas se refieren a nuestra casa como acogedora, comentan: es muy “femeni-
na y rosa”. Siempre he sido consciente de las connotaciones de esas palabras; han sido mi campo de
investigación, en cuanto imagen, desde hace tiempo.

Paralelamente ocurrió en mi historia el mudarme al actual cuarto y comenzar a estudiar artes. Por lo
tanto, lo primero lo utilicé para lo segundo, desde repasar constantemente los objetos, las texturas,
el color, la luz a las diferentes horas del día, hasta llegar a convertir mi trabajo en una especie de ex-
tensión de mi cuarto. Así, las visitas siempre reaccionan poco sorprendidas al ver donde duermo, se
limitan a decir “es como tú, rosado”. Esta afirmación tiene dos caras, por un lado, es la imagen pro-
yectada de adentro hacia afuera; sin quererlo. Sin proponérmelo, muchas cosas son similares, depende
del gusto, pero también de las uniones existentes entre todo. A veces, niego destapar el amor guardado
por el color rosa y, por otra parte, lo acepto con firmeza porque lo he escogido, he decidido hacerlo
una parte importante de mi vida.

Vengo de una familia de mujeres longevas, duras de la limpieza y comprometidas con el hogar. Son
las características primeras al pensar en mi tatarabuela, bisabuela y tía abuela; parte de lo recogido a
través de historias contadas por mi mamá, por lo que han sido destacadas y recordadas. Limpieza, casa
siempre limpia, todo limpio, ordenado, cuidado, muy “femenino” y flores puestas (infaltables) son los
preceptos esenciales familiares. En mi familia de dos, madre e hija, la limpieza… es la limpieza, sím-
bolo de bienestar, alegría y tranquilidad, ni hablar de las flores. Aunque, de vez en cuando me puedo
dar el lujo de ser desorganizada, no sin el cargo de conciencia, la culpa y la mirada de indiferencia.
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En segundo lugar, el recuerdo familiar general suscita la frase “esto no se cuenta en sociedad”, porque
el qué dirán es muy importante. La imagen de la familia, personas organizadas, disciplinadas, muy
limpias y siempre de “punto en blanco” no es más sino una extensión de las ideas primeras sobre tener
la casa arreglada; en perfecto control y orden. En la historia familiar, el “qué dirán” continuamente
está penetrándose en todas las instancias; las relaciones se vuelven un poco frías si partimos de una
preocupación por la apariencia, ya sea del hogar o la propia. ¿Quién tiene la casa más bonita? es una
pregunta metida en una conversación sobre guerra de poderes; si se me pregunta, es la mía porque es
menos estricta, por lo tanto, más feliz. Ahora bien, así como la casa, todos en la familia estamos bien
arreglados, tanto hombres como mujeres. Al ser estas últimas mayorías, las connotaciones del estar
“bien” son más sobresalientes e importantes, vienen de una comprometida y larga tradición familiar.
Siempre se hablará de mamá Lolita, mi tatarabuela, como la más glamurosa y culta; de mi abuela Lucía,
mi bisabuela, como la más estricta, dura y psicorrígida en cuanto al orden; sobre mi tía Lolita se sabe,
es extremadamente limpia y ordenada, en mi parecer es la más exigente, oscila entre la apariencia de
mujer vulnerable y frágil mezclada con un exagerado deseo de tener todo bajo control y en perfecto
estado. De mi abuelita Marthica no hablo aquí porque es un paréntesis histórico, una variante en el có-
digo familiar. Si alguien se pregunta por qué esta persona está hablando de su tatarabuela, la respuesta
es porque la conocí, ella murió de 85 años y en épocas de mis abuelas se tenían hijos a los 15 años.

¿Y el rosado? El rosa, sencillamente es el color de mi casa, es el color de mi mamá, es el tono predilec-


to para hablar de quién soy, me rodea y viceversa. Claro está, este color no lo escogí en un principio,
crecí sola con mi mamá y con sus gustos, ella y el rosa han marcado, determinado, quién soy; mi mane-
ra de ver las cosas. Partiendo de crecer con la imagen de una madre atenta, amorosa, cariñosa y, sobre
todo, luchadora, “berraca”. Es entendible, considero, como el rosado significa todo esto y desde hace
mucho dejó de ser un simple color. Aunque, también pertenece a esa rigurosidad y cuidado de la casa.
Y, volviendo a mi mamá, ella me educó de la mejor manera posible, con mucho rosado y como toda
una señorita; entre delicadeza y cuidado. Por esto, se trata del espacio de una señorita: la conozco bien,
me siento robusta en autoridad para hablar de ella. Hablar de los imaginarios y representaciones en
torno a la señorita; de las normas, valores, educación y significados de esta. Confieso, soy una, me
criaron para serlo, me enseñaron a estar orgullosa de un deber ser y ser un “cuadrado”. Sin embargo,
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no desconozco todas las implicaciones negativas consecuentes, lo doloroso frío y solitario que puede
ser; la falta de aspiraciones y propósitos; la discriminación y el clasismo. En mi propia familia he sen-
tido el escarnio y señalamiento por tener menos dinero (o no tenerlo en general), por no estar vestida
a la altura, no haber viajado al exterior, no comer exactamente según la norma, por ser pecosa, por no
estar informada de la “cultura general” o simplemente por tener las uñas desarregladas o los zapatos
sucios (aquí entra todo a juicio, cualquier cosa es susceptible de). He estado expuesta a duras críticas
provenientes de la guerra de poderes y llamada en algún momento “harina de otro costal”, al parecer
no me quieren, pero me tratan bien por educación. Ni mi madre se salva a las críticas siendo más cer-
cana, habiendo crecido en la principal casa familiar.

La pregunta de muchos será por qué seguir siendo familia, la respuesta es: primero las familias no
son perfectas y segundo, es una cuestión de educación, no me enseñaron a criticar a la familia, eso fue
la universidad; se me enseñó a mejorar, competir y tener las uñas arregladas, los aretes discretos, los
zapatos limpios, comer bien, hablar educadamente, sentarme bien, comportarme en sociedad y, en
especial, tener la casa limpia.

Sin temor a equivocarse y Te quiero

En la biblioteca, tengo un libro llenando un gran espacio y se titula Sin temor a equivocarse, edición
de 1981 y escrito en 1973. Se trata de un manual, pretende ser una guía de conducta, aborda temas
como los buenos modales, la cortesía, el cuidado personal, el cuidado del hogar, cómo comportarse
en sociedad, entre otros; recomienda la mejor manera de proceder en diferentes momentos y/o situa-
ciones de la vida. Según mi mamá, la historia de este libro se remonta a los años 80 cuando mi abuelita
Marthica tenía un novio llamado Mauricio Rivadeneira, la madre de él decidió regalarle el libro a mi
abuela; ella nunca lo leyó, pero desde que se lo regalaron a donde se trasteó se lo llevó y así fue hasta
su fallecimiento a sus cortos 52 años. Entre las pocas cosas conservadas de ella por mi mamá, el libro
tiene algo especial: es importante, nos apropiamos de él y es prácticamente la única gran herencia.
No obstante, el libro parece un traste arrumado, cuando me detengo a leerlo encuentro un paralelo
entre las costumbres familiares y el contenido. Confieso, me puedo reír y lamentar al mismo tiempo
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de las normas y reglas, algunas pasadas de moda, otras un poco, pero necesarias y otras inútiles y muy
vigentes. En definitiva, es el tesoro de la casa.

Otro tesoro heredado es el álbum de mi abuelita que llenaba ya adulta: Te quiero de 1980 de PANINI
e ilustrado por Sarah Kay. Honestamente, no sé si es para niños, adolescentes o adultos. Es bastante
educativo, para algunos bastante cursi, tiene imágenes muy “femeninas”, sobre la infancia, los juegos
y la importancia del cuidado del hogar. Va desde animales favoritos, el primer amor, el cuidado de la
casa, el cuidado personal hasta el “cuando sea grande quiero ser…”. En realidad, son niños y, en su
mayoría, niñas, hablando de sus “gustos”, “sueños”, el amor y un mundo idílico. El álbum fue muy
popular entre señoras ochenteras, a la moda y, por supuesto, mi abuela siempre estuvo a la moda. De
este no tengo historia, solamente ha estado conmigo desde que tengo memoria y, puedo decir, pasé
horas enteras mirando, detallando cada página; sin darme cuenta, tenía otro tipo de manual en mis
manos, uno mucho más educativo. Lo importante es el recuerdo de mi abuela en este tipo de objetos;
uno verdaderamente contrario si pienso en ella en comparación a su herencia. Era hermosa, indepen-
diente, decidida, con autoridad, de esas mujeres con la habilidad de maquillarse perfecto cuando van
en un taxi en movimiento; tuvo muchos novios, era muy fiestera, amiguera, hizo lo que quiso y por
muchos años trabajó siendo secretaria en la empresa de licores de Cundinamarca, permitiéndole tener
esa independencia sin importar la familia o malos comentario sobre ella. Fue una mujer luchadora,
como cuando dicen “berraca en la vida” y siempre dispuesta a defender a los suyos. Ella siempre
arrolladora.

Como dos gotas, una de aceite y otra de agua, mi abuela siempre fue una imagen opuesta, contraria
por completo a su hermana y no siempre aceptada; a mi parecer fue incomprendida. Las relaciones
entre la familia y ella fueron raras, quedaron entre mi mamá y ella cosas pendientes; otras por per-
donar. Agradezco a mi familia, nunca me dijeron nada malo sobre ella, sé que lo pensaron, y, lo más
importante, me transmitieron con cariño su recuerdo y su determinación. Me alegra haberla tenido
como abuela, como figura positiva, ejemplo de otra opción de ser y totalmente distinta, porque gra-
cias a esto puede comenzar a tener una mirada crítica frente a los roles estipulados.
•Reader’s Digest: Sin temor a equivocarse (1981). Imágenes tomadas del libro.
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•PANINI: Te quiero (1980). Imágenes tomadas del álbum.
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Segunda parte
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Privado, casa y habitación

Cautivar

Preguntarse por lo público y lo privado suele ser difícil, a veces pensar en esto deja la inquietud sobre
lo que podría ser lo uno o lo otro, más aún hoy, existe una gran presión por sacar o guardar, depen-
diendo de y según las conveniencias. Para entender esto mejor, hay que empezar por la distinción en-
tre la razón y el deseo. Filósofos de la razón, se dedicaron a escribir, no solo de esto, si no de enseñar a
los seres humanos la manera correcta de estar en el mundo. “La dicotomía entre razón y deseo se tras-
lada a la teoría política moderna a través de la distinción entre el ámbito público y privado (...). Lo que
se segrega del ámbito público será recluido en al ámbito privado y configurará su definición”. (Carro,
2010: 21) Quiere decir, todo lo relacionado con lo racional puede pertenecer a lo público, mientras el
deseo, los sentimientos, todo lo afectivo de la vida, deben quedarse encerrados en lo privado, quedar
ocultos a la vista, en lo posible nada de esto ser “sacado a la luz”, puede hacer parte de la vergüenza y,
en lo posible, manejarse con decoro y recato. De esta forma, nació la división entre los hombres y las
mujeres en relación con los espacios que pueden apropiarse, habitar y en los que se pueden proyectar.
De aquí en adelante, el proyecto educativo se consolidará, dejará claras las diferencias y distinciones
para lo femenino y lo masculino.

Volviendo a los filósofos de la razón, Nietzche, Rousseau, Hegel, Schopenhauer, entre otros, reali-
zaron una gran producción de teorías sobre hombres racionales y mujeres emocionales, lo otro de la
razón. Se estableció que lo privado sería el lugar natural de la mujer, confinada a este, lo doméstico
sería su lugar y sería expulsada del ámbito público. Las mujeres serían madres-esposas, entregadas,
hacendosas, obedientes, sumisas y educadas para servir; en comparación a los hombres, débiles, pa-
sivas y dependientes. Para justificar esto, Rousseau como un paladín propuso: la mujer es naturaleza,
su fin es la maternidad y no tiene dominio sobre las pasiones; la labor del hombre es domesticar al
peligroso género femenino y conseguir una esposa virtuosa y sacrificada:
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“Las mujeres deben aprender muchas cosas, pero solo las que les conviene que sepan [...].
Dad sin escrúpulos una educación de mujer a las mujeres, procurad que amen las labores
de su sexo, que sean modestas, que sepan guardar y gobernar su casa [...]. (Carro, 2010:23)

De esta forma, las mujeres quedaron por mucho tiempo rotunda y completamente sentenciadas a lo
privado, mientras el hombre podía tener la libertad y fortuna de gobernar el mundo, a la mujer se le
impuso la prolongación de la estirpe patriarcal y la imposibilidad de tener pretensiones, mejor ado-
rables, bellas y tiernas. Rousseau tenía muchos seguidores y sus principios fueron bien aceptados y
prolongados hasta hoy. Entre esos, principios educativos opuestos, para niños y niñas, en destinos
sociales enfrentados: lo público y lo privado, la autonomía y la sumisión (Carro, 2010: 24). De ahí en
adelante, las mujeres serían reprimidas en todos los ámbitos de su vida, cuando lograban llegar a lo
público se convertían en figuras opuestas a la madre-esposa y, cuando conquistaban terrenos mascu-
linos, se veían forzadas a cumplir de igual manera sus “obligaciones” domésticas; aún hoy, siempre se
recuerda, por uno u otro lado, que en el ámbito privado está la labor principal de las mujeres.

Por otro lado, el filósofo asumió como un asunto natural la correspondencia de la mujer con el ámbito
privado, estaba dicho: su lugar estaba en la casa, encargarse de ella y guardar todo lo que no debía ser
mostrado. Los prejuicios del filósofo fueron legitimados por la ciencia, se acreditó la dominación de
los hombres sobre las mujeres, la desigualdad y la idea de esta como una posesión. Adicionalmente
a esto, no solo se esperaba que las mujeres se sometieran y fueran serviles, sino entregaran sus sen-
timientos sin límites. El hombre podía poseer en su totalidad a su otro sin reciprocidad alguna. Ser
dueño del cuerpo, de los afectos y aspiraciones. Y, para este cometido, la educación fue la mejor
herramienta.

Sin embargo, para Mary Wollstonecraft, Rousseau era incapaz de distinguir entre la naturaleza y la
representación de las mujeres. Ella encuentra que el sometimiento era causa de las costumbres y los
hábitos sociales, más no es una cuestión de “naturaleza”, rasgos innatos o facultades naturales, como
para el filósofo. Para Wollstonecraft, nuestros gustos están socialmente dirigidos; socialización que
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conduce a las niñas hacia el artificio, las desigualdades heredadas:

“Las mujeres se encuentran por doquier en estado deplorable, porque, para preservar su
inocencia, como se llama cortésmente a la ignorancia, se les esconde la verdad y se les hace
asumir un carácter artificial antes de que sus facultades hayan adquirido fuerza. Como
desde la infancia se les enseña que la belleza es el centro de la mujer, la mente se adapta al
cuerpo y, vagando por su jaula dorada, solo busca adorar su prisión”. (Carro, 2010:26).

Por esto, la soberanía del hombre se ha nutrido de dirigir los pensamientos de las mujeres a la par-
te más insignificante de ellas mismas. No es por nada, a muchas niñas se les enseña como primera
idea ser bonitas y cuidar de su belleza como el tesoro más preciado. Y, hay que tener cuidado, Mary
Wollstonecraft lo dijo hace dos siglo y medio y la cita es, a mi parecer totalmente actual. Porque sin
duda alguna, la belleza sigue siendo la percepción más importante de las mujeres; la herramienta de
sujeción moderna en todos los ámbitos y sentidos. En este sentido, las mujeres se encuentran en dos
prisiones, la primera en el espacio privado y la segunda en el eterno femenino, ambos ligados estre-
chamente gracias a la naturalización; cuando logran salir de estos hallan que siempre van a estar ata-
das de una u otra forma con cualquiera de las dos formas de sometimiento.

La jaula dorada

Una vez explicadas las razones por las cuales a las mujeres se les dejó fuera de construcción de la vida
pública, comenzaré abordando la descripción general de la casa: es el límite físico, la primera estruc-
tura contenedora de los principios patriarcales y la que le da apellido a la “ama de casa”, dentro esta
se forma el hogar, habitado y reservado. La casa hace la distinción entre vida pública y vida privada,
en el hogar se mantiene la estructura familiar, la privacidad familiar, y a su vez cada integrante puede
tener una privacidad, una vida privada autónoma de la familia. En esa privacidad se guardan los se-
cretos familiares y los secretos personales, el hogar es cuidadosamente protegido de las miradas aje-
nas. La privacidad individual, como tal, en relación con la distribución de la casa, llegó a inicios del
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siglo pasado cuando se crearon los dormitorios individuales. Solo hasta la configuración familiar de
esposos e hijos y con la invención de la vivienda sencilla como se conoce hoy en día (cuartos, baños,
biblioteca, sala, cocina...) se definieron los espacios de acuerdo con el papel en el hogar. Inicialmente,
a excepción de las zonas propias de los hombres, las habitaciones eran compartidas por la mayoría de
los miembros de la familia debido a su gran tamaño (abuelos, suegros, hijos, hermanos, primos...),
en la mayoría de los cuartos dormían varios integrantes y solo se hacían pequeñas diferenciaciones
según el caso particular familiar. Solo las familias con un alto nivel social y económico podían definir
los espacios de sus casas. 1 Independientemente de esto, una mujer difícilmente podía tener uno pro-
pio ya que se designaba para todas las integrantes de la casa. Únicamente las mujeres con un título,
con capital económico, autonomía y/o participación en la administración de sus viviendas, adquirían
la libertad de una habitación individual, era una especie de “lujo”. A pesar de ese “lujo”, muchas
mujeres sin gran riqueza consiguieron tener una habitación propia 2, no siempre física ni en todo el
sentido de la frase; crearon espacios propios sin importar las condiciones, se apropiaron a su manera;
sus habitaciones, aunque compartidas de una u otra forma, fueron suyas gracias al ingenio, la persis-
tencia y la audacia.

Para aclarar, al pensar en el funcionamiento de la familia tradicional, el padre tenía un fuerte control
sobre su esposa e hijos, se consideraba el jefe de la familia y encargado de llevar al sustento. A las
madres se les confería únicamente las tareas domésticas, la administración del hogar y la crianza, por
medio de argumentos equívocos como la “identificación natural”, creando la mujer-casa. La verda-
dera causa de esta unión va más allá de la figura de la madre. El origen de la sujeción de las mujeres,
de su papel en el hogar, no estaría en causas biológicas sino sociales. En la aparición de la propiedad
privada y la exclusión de las mujeres en la esfera de la producción social. Según Engels en su obra El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. (Varela, 2005: 73).

En esa exclusión se aprisionó a las mujeres en el hogar. En principio, las encerraba en la unión

1.Prost. Historia de la vida privada, ed. Philippe Ariès y George Duby. (Madrid: Tauros, 1987), 11-94.
2.Frase de Virginia Woolf.
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conyugal, ya que las familias se creaban con el lazo matrimonial: “casarse para formar un hogar”.
Al mismo tiempo se pretendía, la vida de las mujeres cobrará sentido y se definiera desde el hogar,
adquiriendo un sentido casi ontológico: la mujer como “ser-en-su-casa”. Su vida era digna si hacía
parte de la existencia del esposo o los hijos, se le impedía la vida pública y se le relegaba a la inma-
nencia.3 Socialmente, no se permitía que las mujeres se realizaran fuera de su residencia o que su
proyecto de vida trascendiera los límites del hogar. Entonces, las mujeres quedaban encerradas en el
hogar, era un confinamiento socialmente impuesto y la vida privada terminaba siendo una de reclu-
sión infringida y de opresión.

Aquí viene la ambivalencia, cuando para las mujeres las ataduras con en el hogar, encarcelador, es
al mismo tiempo refugio. Cuando no tienen un espacio propio e individual y sí lo tienen, porque lo
han construido. Las promesas rotas se convierten en oportunidades, las mujeres buscan su propio
proyecto de vida independientemente de su atadura o cuánto se pretenda reglamentar. Logran es-
tablecer su vida privada, separada de la familiar, aunque tengan que continuar disponibles por com-
pleto para esta y, finalmente formarse una vida pública. De ahí que, la casa pasó de celda a refugió, se
convirtió en el punto de partida de la creación de saberes de las mujeres, porque tener una habitación
propia permitía eso; crear.

A saber, en la vida privada los límites se encuentran indefinidos, hay una constante distribución
cambiante, esto quiere decir, lo que ha estado oculto o ha querido permanecer inmutable se puede
hacer público en cualquier momento con consecuencias positivas o negativas dependiendo desde
donde se mire. Las mujeres finalmente han lograron decidir sobre esto, luego de toda una revolu-
ción sexual y de género, han conseguido convertir el hogar en refugio, recluirse voluntariamente y
determinar cuándo salir.

Así es como las mujeres se ven en la posición de defender su espacio, de buscarlo, crearlo o a veces
ocultarlo. Protegerlo y protegerse de los vigilantes, de los husmeadores, de los indiscretos. En sus

3. Véase Simone de Beavoir. El segundo sexo.
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espacios, adecuados por ellas mismas, pueden estar recluidas y ser libres a su manera. Esa es una ha-
bilidad inesperada, de hacer suyas las jaulas, de tomar lo malo y convertirlo en bueno, de lo negativo
a lo positivo. El ser mujer imprime una particularidad, deja una impresión que viene de la reclusión
en un espacio, de la larga historia de mujeres que se vieron obligadas a estar encerradas en el ámbito
privado y lo convirtieron en territorio de sueños, esperanzas, deseos y de libertad.

Las celdas

Las ideas contrarias entre la prisión y el refugio fueron planteadas, puestas en discusión, por Louise
Bourgeois, desarrolladas a partir de su vivencia en su taller, en relación con su papel de mujer, madre
y esposa. Ella reflexionó sobre lo doméstico, hizo pública su privacidad y expuso su reclusión volun-
taria; “una mujer sin secretos”. Su intención era revelar en lo público su aislamiento obligado, pero al
mismo tiempo pretendido, un productivo retiro y cobijo, su aislamiento de lo cotidiano. Su taller, era
su madriguera, un lugar protegido para refugiarse con una puerta secreta de escape.4 La noción de
madriguera, de refugio, es parte de la vida misma de la artista en unión con su hacer, está presente en
sus obras. La madriguera con puerta de escape, en comparación, era imposible en el ámbito doméstico
a menos de que se poseyera una habitación propia física. De esta forma, difícilmente existían refugios
físicos, pero de alguna manera, se podían encontrar.

En los años noventa, Bourgeois realiza las Cells, instalaciones compuestas en ocasiones por puertas
montadas en forma circular, espiral o rectangular, realizó seis en total. El término cell en inglés tiene
dos significados, el primero se refiere a las células, origen y unidad mínima de la vida y el segundo a
la prisión. Esta palabra es una muestra de la ambivalencia entre la casa y las metáforas de la artista:
entre biología y arquitectura, la célula que es guarida y al mismo tiempo celda, prisión. En su carác-
ter de cárcel, particularmente en Cell I, la relación entre la instalación y el espectador es igualmente
ambigua, entre las barreras, por las ventanas, huecos o cristales se puede vislumbrar el interior, no es

4. Carro, Mujeres de ojos rojos,14.
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posible entrar, más si mirar desde afuera y rodearla; al ser una habitación, se crean tensiones entre lo
asequible y lo prohibido, lo público y lo privado. (Mayayo, 2002: 59-61).

Las Cells proponen eliminar las líneas entre el interior y lo exterior, destruir las fronteras entre lo
privado y lo público. Para Bourgeois, son una especie de laberinto en donde se expone el corazón
más profundo y al mismo tiempo se esconde. La creación de estas obras coincide con el grado de
libertad conseguido por la artista, con el reconocimiento de su obra, ocurrido a sus 60 años, por lo
que en varios momentos agradeció ese retiro, las fronteras de la casa convertidas en abrigo y refugio
necesarios.5 Las Cells son una consecuencia de su experiencia vivida como artista y como mujer, su
pensamiento sobre estas, su explicación y su manera de concebirlas son lo verdaderamente valioso;
cómo decidió mostrar la dualidad, disponer de esta y darla a las miradas de las personas ajenas que en
algún momento fueron evitadas. Lo oculto deja de serlo para transformarse en observado.


5. Ibíd., 36-41.
•Louise Bourgeois: Cell I (1991). Dimensiones variables. Imagen recuperada de: https://bit.ly/2Kxh66V
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La naturalización

Ahora, si se pregunta ¿Quién es ella?, desde la naturalización, respaldada por discursos filosóficos,
biológicos y ontológicos, en la respuesta no existe ella en singular, solo ellas en general; una idea de
mujer aplicada a todas las mujeres, porque lo natural es igual para toda persona del sexo femenino. Si
se pregunta por la ella inexistente, las respuestas se dirigen a los valores “naturalmente femeninos”,
a los argumentos sobre la inferioridad y la diferencia como hechos naturales. Sobre este último, de-
bido a la “diferencia natural” se creó una mujer ficticia universal, sometida, sin autonomía y liber-
tad; un ser homogéneo femenino-mujer sin nada en común al hombre. Por su “naturaleza”, se asumió
que las mujeres carecían de individualidad, todas eran iguales debido a su feminidad (lo femenino
como objeto filosófico), las mujeres se convirtieron en “la mujer” y cualquier afirmación sobre esta,
era válida para todas sin importar nada.6 La supeditación se logró gracias a una premisa natural y
definitoria: la mujer es femenina.

Históricamente, las características supuestamente naturales fueron (algunas siguen) utilizadas como
argumento de control, represión, generalización, sujeción y subordinación sobre las mujeres. El creer
que las mujeres eran débiles en todo sentido, en todos los ámbitos y categorías dio suficientes motivos
para creerlas incapaces de ciertas tareas y solamente capaces para aquellas consideradas como natu-
rales. Así se fue subestimado la capacidad de las mujeres, sus habilidades y, al final, fueron utilizadas
como medio para perpetuar las naturalidades; por medio de la educación, de la longevidad discursiva
patriarcal y las generaciones. Todavía, se enseñan nociones equívocas con el único propósito de pri-
vilegiar a unos sobre otros.

En definitiva, la naturalización hace parte de las normas, aquellas entendidas como innatas, al igual
que otras benefician la empresa patriarcal. Estas naturalidades no son más que consideraciones sobre
el deber ser e igualmente represivas que las figuras definitorias de las mujeres. En el caso de las madres,


6.Valcárcel. La política de las mujeres, 25-27.
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modelo principal por las asociaciones de naturales de antaño: mujer-creadora-concebir hijos-prolon-


gar la descendencia, este debe ser puede enunciarse como: entregada y amorosa; “una madre nunca
abandona un hijo, siempre velará y cuidará por él”. Para aclarar, el asunto no se trata de debatir si
realmente la madre es entregada o amorosa, el punto radica en las ideas de aquello natural implan-
tadas y por las cuales van a ser juzgadas. Como en los casos de la mujer que decide no ser madre, al
contrario, la que decide serlo sin cumplir con las cualidades esperadas o aquella que decide abortar. Si
se compara, algunos hombres pueden decidir abortar: evadir su responsabilidad, irse y no asumir la
paternidad sin mayor comentario.

Aunque algunas de las naturalidades fueron aclaradas y borradas del mapa, dejaron consecuencias
de su existencia. Tanto estas, como las que lograron sobrevivir y las actualizaciones, van a influenciar
en los diferentes arquetipos, sobre todo actuales, debido a prejuicios. Algunos de los sobrevivientes/
transformados: la ley del más fuerte, la larga lista de virtudes femeninas y el discurso de la belleza
natural/ naturalmente bella. Enunciados con un trasfondo de “lo natural” que logran convertirse
socialmente en norma.

Florituras “femeninas”

Para hablar de feminidad, he decido comenzar con la definición del diccionario porque reúne en
una trinidad, el ser mujer, sus características de acuerdo con su biología y su “naturaleza” según el
orden establecido, las normas y las jerarquías. Igualmente, el diccionario réplica a la perfección el
pensamiento androcentrista y representa la distorsión de la realidad, planteada por el hombre como
medida de todas las cosas, dejando graves consecuencias en la cotidianidad (Varela, 2005: 175). La
palabra mujer, es igual a femenina en su definición, para el diccionario todo aquello femenino es
de mujeres y, a su vez, corresponde a su sexo. Se ha pensado por mucho tiempo los conceptos en
unanimidad, habiendo diferencias entre género y sexo femeninos, superficialmente parece obvio,
pero cuando se destapan las mentiras deja de serlo. Entonces, la definición de mujer de diccionario
resume todo lo anterior.
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femenino, na

Del lat. feminīnus.

1. adj. Perteneciente o relativo a la mujer. La categoría


femenina del torneo.

2. adj. Propio de la mujer o que posee características atribuidas


a ella. Gesto, vestuario femenino.

3. adj. Dicho de un ser: Dotado de órganos para ser fecundado.

4. adj. Perteneciente o relativo al ser femenino. Célula


femenina.

5. adj. Gram. Perteneciente o relativo al género femenino.


Nombre femenino. Terminación femenina.
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mujer

Del lat. mulier, -ēris.

1. f. Persona del sexo femenino.

2. f. mujer que ha llegado a la edad adulta.

3. f. mujer que tiene las cualidades consideradas femeninas por


excelencia. ¡Esa sí que es una mujer! U. t. c. adj. Muy mujer.

4. f. Esposa o pareja femenina habitual, con relación al otro


miembro de la pareja.
•www.rae.es
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29

Las diferencias no existen para el diccionario, no hay interés en nombrarlas, solo hay una manera de
nombrar dentro de este, de llamar a los sujetos, no existen las nominaciones propias de lo femenino, lo
que no se nombra no existe. Mientras que fuera de este la diferencia sí se encuentra en la comparación
con su opuesto, con lo masculino igual a hombre, más no en pro de una crítica hacia el hombre como
representación de la humanidad entera. Partiendo de lo femenino y lo masculino son consecuencia
de las construcciones sociales, las diferencias de género no tienen relación con la condición biológica,
más sí con las normas y conductas asignadas a hombres y mujeres en función de su sexo (Varela, 2005:
181). Siendo así, femenina, como ya dije, es ser mujer, poseer todas aquellas habilidades consideradas
naturales, características exclusivas y necesarias para su vivir. Todo esto, no son más que imposicio-
nes a favor del género opuesto, intento de prolongación de la hegemonía masculina y de su sosteni-
miento. La “naturaleza femenina” se mantiene estable, se sostiene y permanece debido a lo entendido
como natural, a la insistencia en la diferenciación de los sexos, de las correspondencias biológicas y el
condicionamiento del género a estas. Igualmente, se defiende creando falsas ideas de cariño, felicidad,
realización y proyecto de vida, teniendo en cuenta el deber ser y no el querer ser real de las mujeres.

Si existe la feminidad, también una autoridad patriarcal (presente u omnipresente) para prolongarla
y definirla. El patriarcado se impone, todos los hombres reciben de una u otra forma los privilegios
de este sistema y su modus operandi reside en el dominio económico, social, psicológico y emocional
sobre las mujeres. Para Dolor Reguant:

Es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de


autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las
mujeres; del marido sobre la esposa; del padre sobre la madre, los hijos y las hijas; de los
viejos sobre los jóvenes y de la línea de descendencia paterna sobre la materna. El patriar-
cado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se apro-
piaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto, los hijos, creando
al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetúan
como única estructura posible. (Varela, 2005: 177)
•• •••
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En otras palabras, el patriarcado se ha colado en todas las instancias posibles de la vida, se ha en-
cargado de hacer creer que la única misión de la mujer es la realización de su propia feminidad, una
intuitiva, proveniente desde el origen de la vida y tal vez nunca llegada a comprender por el hombre.
Una feminidad especial, natural, diferenciando la mujer del hombre en un sentido de inferioridad.7
¿Qué significaba encontrar la realización en la feminidad? Ser feliz, entregándose exclusivamente a la
crianza de los hijos, a los esposos y al hogar. Ahora es similar, pero enunciado diferente y con adicio-
nes. El patriarcado sigue siendo voraz, se ha superado hasta el punto en el que cualquier persona que
se identifique con cualquier género recae en machismos, sexismos e incluso en la misoginia. Como
organización política está presente en toda instancia por más insignificante, ha superado cualquier
denuncia, se aprovecha de las revoluciones y libertades adquiridas para instaurarse de una manera
más injusta. La jerarquización social en relación con el género se ha acentuado, los roles están de
una u otra forma más definidos y en constante movimiento y cambio. No se debe dejar engañar por
supuestas “libertades sexuales” porque terminan siendo cosificaciones de los sujetos; por la “libertad
de género” convertida en heteronormatividad aplicada; supuestos “deseos de vida” / “ideales de
vida” que terminan siendo proyectos de vida impuestos. Las figuras de lo femenino y masculino no
solo conflictúan con antiguos modelos 8, sino entre sí, debido a que cada vez son más definidas por
medio de los objetos de consumo, la publicidad y los “ideales de vida” vendidos. Tal vez esto suene
un poco general, pero si me detuviera a enunciar cada una de las cosas presentes en el día a día donde
los abusos del patriarcado están más instaurados, la lista sería eterna. Sin embargo, quiero mencionar:
el excesivo control sobre el cuerpo de las mujeres, las intensas búsquedas por la perfección de esta, la
cosificación por medio de la sobreproducción de imágenes, la hipersexualización aplicada a cualquier
cosa, el voyerismo exagerado sobre cualquier acto, las malintencionadas críticas (porque de todos, las
mujeres son las más criticadas por ser las más observadas), los micromachismos y machismos respal-
dados por la cultura, entre otros. Es importante darse cuenta, se toleran muchas de estas cosas bajo
premisas como: es gracioso, es noticia, es tendencia, es normal o es moda. En definitiva, es necesario
actuar con cautela porque el patriarcado sabe cómo adaptarse y/o camuflarse.

7. Véase Betty Friedan, La mística de la feminidad.
8. Gamboa. Diccionario de estudios de género y feminismos, 287.
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Esencia femenina
Encanto femenino
Naturaleza femenina
Habilidades femeninas
Conocimientos femeninos
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Designación, el deber ser

¿Cómo se describe a una mujer? ¿Cómo empezar a hablar de ella? Inicialmente se vienen a la mente
todas las características y/o virtudes atribuidas a lo femenino: es bonita, delicada, amable, dedicada,
cariñosa… En su contrario: es una bruja, histérica, dramática y demás connotaciones mal entendidas.

En el mundo hay ciertas ideas sobre el cómo ser mujer, ciertas particularidades que encasillan y pre-
tenden definir de manera interesada. Estos lineamientos, han sido y son establecidos históricamente
por hombres bajo la premisa: la mujer deber ser según se define el hombre. Es decir, es definida con
relación al hombre, no se define por ser ella en sí misma, sino es determinada, delimitada y configu-
rada según clasificaciones generales y normativas. De acuerdo con la premisa aceptada y asimilada
desde hace tiempo por la sociedad, hay dos formas de catalogar a las mujeres: madres y como objeto
de deseo (ésta anula a la primera por ser contraria). A partir de estas dos opciones de figuras vendrán
a ser definidas las demás de manera reducida y limitada; según las condiciones sociales, culturales y
económicas. Adicionalmente, las figuras conformadas son distintas representaciones de lo femenino,
parte del imaginario dentro del universo masculino y creadoras de imágenes arquetípicas femeninas
dentro la historia cultural (Diego y Vásquez, 2002:11).

Una vez encajadas las mujeres en los diferentes tipos, estas se encuentran con la dificultad de saber
quiénes son realmente, conocerse a sí mismas, definirse y encontrar su identidad. Siempre hay algo
que las gobierna y les está diciendo para qué deben ser, cómo deben actuar, para quienes deben actuar
o cómo se deben comportar (entre un sin fin de pautas). Constantemente hay alguien comentando:
“aquí tu lugar es este”, “tu deberías...”, “debes comportarte de esta manera”. En todo momento, hay
alguien vigilando muy atentamente para corregir lo fuera de la norma o existe alguna cosa recordan-
do el deber ser. Todo esto tiene un propósito de privilegiar, ante todo y primordialmente a los varones,
luego vienen las conveniencias sociales, económicas y educativas. Al comprender al hombre como
medida universal se ha obligado a los demás a existir según el ser masculino.

Actualmente, las mujeres terminan siendo objetos de vigilancia, terminan en jaulas, pero ya no
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físicas como la casa. Siempre se quiere saber qué andan haciendo, en dónde están, con quién están…
He escuchado de cuatro mujeres caminando en la calle y se les pregunta “¿por qué van tan solitas?”
Se trata de una excusa de protección convertida en control. ¿Cuál es el miedo de que anden solas?
Ya sea en la calle o vivan solas. Esta es simplemente una de las ataduras, impuesta, con la que las
mujeres se enfrentan constantemente. Igualmente, las jaulas metálicas se convirtieron en ideales de
un deber ser mezclado con el ideal de la perfección: perfecta en el hogar, como madre y perfecta en
su carrera, profesional. Sobre todo, se espera siga ideales de perfecciones ficticios, de belleza, sobre
proyectos de vida, hijos, parejas, familias perfectas, las vacaciones, la casa ideal… Al parecer, nada
se escapa a “la vida perfecta”.

El deber ser, en definitiva, es todo aquel impedimento a las mujeres de ser ellas mismas, aquello que
estorba y veda la identidad propia. Debido a las formas correctas o incorrectas implementadas, el
resultante es un papel de segundo plano en sus vidas; inferior en la sociedad, en el mundo. Se vuelven
accesorios, artículos o existen para alguien más y no por ellas. Es difícil hallar una auténtica defini-
ción, propia, porque ha estado siempre permeada por decisiones ajenas instauradas sólidamente en la
forma de existir de las mujeres.

Precepto y procedimiento

Desde el largo tiempo histórico en donde las mujeres han estado sujetas a las diferentes formas, en-
cajadas en los distintos modelos y representaciones, han podido desenvolverse y tomar lo peor con-
virtiéndolo a su favor. Han tenido que arreglárselas para hallarse a sí mismas en medio de imagi-
narios existentes sobre ellas; enfrentarse, y corregir constantemente todo aquello supuesto. Ni con
el tiempo, ni revoluciones se ha frenado el continuo establecimiento de las diferentes figuras de las
mujeres, no han podido ser superadas; muchas quieren persistir estáticas, eternas e inmortales. A
veces llega la ilusión de un sí, llegaron los cambios, pero en realidad las imágenes han mutado y
antiguas figuras de mujer renacen en versiones actualizadas. Y más lamentable, cuando se ha lo-
grado superar distintos estereotipos llegan los mismos renovados o se crean nuevos a partir de los
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presuntos superados. Entiendo, el mundo tiene ansias de continuar clasificando y generalizando. Los
arquetipos nocivos son reconocibles y algunos ¡están ahí muy claros! Entonces, ¿de qué se trata este
juego? El feminismo ya lleva muchos años luchando, insistiendo y repitiendo constantemente: todo
ser humano puede ser lo que quiera ser sin importar las clasificaciones de sexo y género; cada uno es
artífice, hacedor y dueño de su destino. Sin embargo, se persiste con la misma intensidad de hace si-
glos, con el deber ser. Yo protesto, ahora más que nunca está más consolidado el control, la vigilancia
y muchos pretenden tener opinión sobre los cuerpos y formas de vida; muchos quieren expresarse
perniciosamente, encontrando los argumentos necesarios, reafirmando las mismas posiciones dolo-
rosas, colocando a las mujeres en sujeción desde distintos puntos más perversos y dañinos en com-
paración a décadas anteriores.

Por esto, observando algunas de las tantas figuras dañinas de ser mujer, reuniendo elementos consti-
tuyentes de estas imágenes, se visibiliza que son perpetuadas de distintas maneras, validadas, aproba-
da y entendidas como normal sin mucho detenimiento en pensar cuánto se está permitiendo o cuánta
violencia, discriminación, segregación y subestimación se está generando. Las representaciones so-
bre las mujeres, en este sentido, pueden ser peligrosas y posesivas.

La institución educadora

Antes que cualquier otra institución, la madre es por excelencia, en especial con sus hijas, la insti-
tución educadora. Si los hijos “salen descarriados” la primera culpable es la madre, la encargada de
educar y enseñar desde el hogar. De ahí, la figura de la madre sea sumamente importante, no solo en
el hogar sino en la sociedad, economía y programación patriarcal. Entonces una madre es el ejemplo
para seguir, la primera y principal figura de mujer, a partir de ella se establecieron y diseñaron las
demás figuras. La madre es la imagen arquetípica por excelencia, representación de valores cristianos
y familiares; no por nada la figura icónica, número uno y más importante ha sido la Virgen María,
inspiración de la figura maternal.
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¿Quién es madre? Por historia, mujer generosa, abnegada, sacrificada, comprensiva, pura, desin-
teresada… Los hijos: eran su exclusiva razón de ser, existía por ellos, a través de ellos es (Diego y
Vásquez, 2002: 19). Su deber ser, como idea única, era velar por los hijos, ser buena esposa y cuidar el
hogar. Ideas erróneas que en algunos casos terminaban en prospectos de vida infelices. Como resul-
tado, en conjunto con otras ideas, podía terminar en bajas aspiraciones y pocas expectativas dentro
de una vida monótona, inerte y estéril. No por nada, esta situación llevó, en el caso de Betty Friedan
a escribir La mística de la feminidad y más adelante fue uno de los puntos tratados en la revolución
feminista de los años 60, en donde algunas mujeres profesionales o estudiantes universitarias se die-
ron cuenta que sus proyectos de vida escogidos, como tener una carrera profesional, generaba con-
flicto con el ser madres.

Ahora bien, la relación madre e hija se ha querido complejizar, partiendo de la elaborada construc-
ción se esperaba que las hijas fueran “mejores”: mejores madres, esposas y mucho más hacendosas.
Se dio por sentado, una mamá debía enseñar todo lo apropiado a su hija, incluso inculcarle falta de
aspiraciones. Lo cierto es, esperar la superación por parte de las hijas es desafortunado cuando cae en
la máxima: la realización de la mujer es ser madre. En comparación con los hijos, se esperaba un amor,
cuidado y sacrificio desmedidos; un hijo podía ser rebelde y contradictorio con los valores estableci-
dos en el seno familiar y pretender ser apoyado por su figura materna. Para las hijas se había definido
un camino y estaban en problemas al trazar su propio recorrido. Al pretender replicar en las hijas las
figuras maternas, se continuaba prolongando el deber ser, lo “natural” y demás valores femeninos; se
creaban ideas constantes y sobrevivientes en el tiempo; pasan de generación en generación.

Con el tiempo las madres se convirtieron en sinónimo de hogar; en una representación que hace
parte de un imaginario colectivo. Se trata de mujeres-casa asociadas con: cocinar, ordenar y limpiar;
símbolos de la casa limpia y arreglada, de la comida servida, el café preparado en la mañana, la ropa
lavada, abrigo y protección. El trabajo de una madre siempre ha sido exigente y para algunos “poco
glamuroso”, con la adición de estar siempre disponibles y cuidando cada detalle.

Para aclarar, a pesar de todos los intentos de unificar y crear una figura maternal ideal, existen muchos
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tipos de madres. Y voy a resaltar, aquellas que buscan una vida distinta para sus hijas, obstinadas en
llevarlas lo más alto dentro de sus posibilidades, con todo y limitaciones sociales, enseñarles a sus hijas
a tener un proyecto de vida independiente de su sexo, determinadas a verlas llegar lejos y realizadas.
Se trata de otro tipo de entrega, de sacrificio y dedicación, donde el objetivo es romper con la cadena,
quebrar con la secuencia de vidas hechas y proponer vidas propias. Otras madres, subvierten el signi-
ficado de velar siempre por sus hijos cuando defienden sus libertades en pro de vidas alternativas, sin
importar el sexo o el género con que se identifiquen, en vez de velar por sus hijos a partir de valores
patriarcales. Finalmente, las madres que deciden serlo cuando ya tienen vidas distintas, fuera de la
heteronormatividad.

Hay un pero

Desafortunadamente, cuando las mujeres logran salir del espacio privado e involucrarse con el es-
pacio público se encuentran que siempre van a estar atadas al primero, el peso del hogar estará en
sus espaldas. Las mujeres logran estudiar, trabajar, tener una carrera y al mismo tiempo la sociedad
continúa exigiendo el completo cuidado de los hijos, siempre madre, ante todo. Hay tres problemas:
el primero, el más detestable, es el cambio en la configuración familiar, ahora muchas familias son
de dos, lo que significa, han quedado muchas madres con la completa responsabilidad de los hijos (si
antes la participación de los hombres era poca, ahora pueden decidir tener ninguna sin mayor escán-
dalo social). El siguiente conflicto resulta cuando los valores de antaño pretenden ser inmutables y no
aceptan cambios en las conformaciones tradicionales (si la fuente principal de ingreso familiar es el de
la madre y no puede cuidar a sus hijos es poco aceptable la inversión de los papeles, un padre toman-
do el “rol de madre” es bastante criticado y conflictúa socialmente). En última instancia, cuando las
mujeres deciden no tener hijos por diferentes razones, sin importar las cuales, van a terminar siendo
víctimas de las críticas sociales, entre prejuicios y juzgamientos absurdos. Incluso renacen argumen-
tos reprochables biológicos.
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Lo que se enseña y sobrevive

“Me declaro en contra de todo poder cimentado en prejuicios aunque sean antiguos”.
Mary Wollstonecraft

¿Por qué sobreviven estas cosas? ¿Por qué se continúa sometiendo a las mujeres, cual es la verdadera
intención dentro de los sistemas jerárquicos de poder? Será, el peso de la historia es demasiado fuerte
o las ansias de poder están codificadas en el ADN del ser humano y seguiremos en una cadena conti-
nua y perpetua.

En cualquier caso, las mujeres son persistentes, han logrado sobrevivir a todo aquello que ha pretendi-
do someterlas. Han conseguido hacerse una vida y decidir su destino. Esto lo he explicado en el texto,
pero no he dicho la importancia de reconocer esa sobrevivencia. Se ha subestimado la historia de las
mujeres, invisibilizada; solamente su hipervisibilidad consiste en ser imagen y objeto de representa-
ción, en cambio se ha insistido en su invisibilización como creadora, inventora o en cualquier cosa que
haya sido definido exclusivamente para los hombres. De esta forma, sobrevivir se trata de algo muy
grande, abarca muchas cosas, desde las historias de las grandes figuras (escritoras, artistas, poetas,
científicas, investigadoras, entre otras), hasta las historias individuales de cada mujer, en las casas, con
acciones cotidianas y que logran darle la vuelta a su situación. Históricamente a las mujeres no se les
permitía la rebeldía, si lo eran terminaban marginadas, exiliadas e incluso asesinadas. Entonces no era
cuestión total de rebeldía, se trataba de resistencia, perseverancia, incluso de acciones estratégicas y
en definitiva de supervivencia. Al conocer bien su propia situación, muchas mujeres han sido resilien-
tes, se han enfrentado a todas las privaciones, a la crueldad, la injusticia, la exclusión y la marginación.
Comprender la supervivencia de las mujeres lleva a entender por qué continúan peleando, sobre todo,
por qué es importante tener un criterio frente a las relaciones de poder y desenmascarar las mentiras.
El sobrevivir de las mujeres es actual porque todavía existen demasiadas mentiras en cualquier cosa.
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Tercera Parte
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Objetos y elementos

En tiempos pasados, los sujetos no tenían como tal una vida privada, la privacidad residía exclusi-
vamente en los objetos propios. En aquellos heredados e impregnados de significados y recuerdos.9
Podía ser cualquier objeto y no se dependía como tal de un espacio. Todo esto antes de la dicotomía
entre lo público y lo privado. Después de definidos los espacios y asignados los papeles, igualmente,
los objetos no dejaron de ser una parte fundamental de la vida privada y mucho menos, se salvaron
de ser objeto de culto, secreto u ocultamiento. Los elementos más importantes en la vida continúan,
independientemente de toda la exposición de lo privado hacia lo público existente, siendo parte de
la casa. Si partimos de esto y lo juntamos con la fuerte unión, el peso histórico, de la casa sobre las
mujeres. No queda más que resaltar, los objetos adquieren una relevancia importante y pueden ser
objeto de la más interesante observación sobre la intimidad. Pero, también son parte y testigos de las
más indignantes represiones.

Pero antes de hablar de los objetos de las mujeres… Hay en los objetos un mundo mágico, misterio-
so y lleno de presencias. ¿Esto de dónde salió, a quién le pertenece? La respuesta puede estar en la
frase “las cosas se parecen a su dueño”. La clave se ubica en la palabra dueño, quien posee ese objeto
y le pertenece. Por lo tanto, existe un poder atribuido a los elementos, porque existen en unión a su
propietario y se sitúan en el mundo según decisión de este; el poder en decir “esto es mío”, lo propio.
¿Quién posee? Quien habita y hace suyo un lugar: “Un lugar habitado por la misma persona durante
un cierto periodo dibuja un retrato que se le parece a partir de los objetos (presentes o ausentes) y de
los usos que estos suponen” (Certeau, 1999: 147). Entonces, los elementos en conjunto crean un re-
trato, casi se puede decir son una extensión del poseedor, de su forma de estar en el mundo, su cultura,
creencias, costumbres… Hacen parte de los recuerdos, de la memoria, están unidos (objeto-dueño)
por ese parentesco producto del recordar y se complementan en su existencia. Así, algunos artículos
se convierten en algo verdaderamente importante lejos de su valor utilitario o práctico y pasan a ser

9. Prost. Historia de la vida privada, ed. Philippe Ariès y George Duby. (Madrid: Tauros, 1987), 11-94.
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apropiados por completo. También, se puede pensar en cómo los objetos educan, enseñan y con-
servan tradiciones; pasan la información de una persona a otra por medio de su misma existencia y
cargados de sentimientos, significados, simbolismos, relatos, entre otros. Dicen más que las palabras,
tienen su propia forma de decir un asunto. Son la letra cursiva dentro de un escrito sobre un espacio
porque su razón de ser viene de alguien en particular, como un extranjerismo.

Pero, en especial, los objetos son sólidos, macizos, parecen inmutables e incluso se mantienen por mu-
cho tiempo. Esto quiere decir, sus significados, debido a su forma, son fuertes, visibles y perdurables.
No se trata de solamente de simples cosas, tienen un destino designado, un mensaje claro y conciso.
Hay elementos representantes de otro tipo de poder, de poseedor, aparentemente inofensivo, sutil
y casi imperceptible. Parece un fantasma, pero es una segunda sombra, ajena a la relación primaria
objeto-dueño, esgrime ideas sobre deber ser, debe tener… para poder ser…

Sobre Jeanne Dielman

Hace algún tiempo leí el capítulo Artes de alimentarse en el libro La invención de lo cotidiano 2. Debo
confesar, quedé bastante decepcionada por cómo se hacía referencia a las “labores femeninas”, a los
“conocimientos de mujer”, la “naturaleza femenina”... Entiendo, el libro tiene sus años, cuestionar
los roles no está en el interés de los autores y, tampoco, llevar la discusión de lo cotidiano a la profun-
didad de las estructuras del género; el papel ocupado por las mujeres en el hogar, en la cocina y como
madres, aunque mencionado dentro de una jerarquía y como una forma de trabajo se queda en una de
las tantas posturas frente a la mujer: en el cocinar como “esencia de lo femenino” o “habilidad feme-
nina”. Una especie de privilegio dado por las condiciones sociales y culturales, con una explicación
escueta de las consecuencias.

Lo anterior es una astilla clavada en mi dedo. La alusión de este capítulo es para introducir uno de
los referentes utilizados: el filme, bastante interesante, Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080
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Bruxelles, sobre el cual son citadas las palabras de su directora Chantal Akerman.

Partí de algunas imágenes muy precisas de mi infancia: mi madre que veía yo en el rega-
dero; mi madre con los brazos cargados de paquetes. No quería hacer naturalismo, sino, a
partir de una imagen muy estilizada, alcanzar la esencia misma de la realidad.

En definitiva, Jeanne Dielman es un filme hiperrealista sobre la ocupación del tiempo en la


vida de una mujer atrapada en su hogar, sumisa al conformismo impuesto de las acciones
cotidianas... Revaloricé entonces todas estas acciones al volverles a dar su duración real,
filmándolas, en planos-secuencias, en planos fijos, con la cámara siempre
frente al personaje, cualquiera que fuese la posición del personaje. Quise mostrar el justo
valor de lo cotidiano femenino. Encuentro más fascinante ver a una mujer —que puede
ser todas las mujeres— cuando tiende su cama al cabo de tres minutos, que una carrera de
automóviles que dura veinte minutos.

Sin embargo, para mi cine, tengo más bien la impresión de que la palabra más conveniente
es fenomenológico: siempre es una sucesión de acontecimientos, de pequeñas acciones
que se describen de manera precisa. Y lo que me interesa exactamente es esa relación con
la mirada inmediata, con el cómo miras estas pequeñas acciones que pasan. Y también es
una relación con la extrañeza. Todo es extraño para mí, todo lo que no sale a la superficie
es extraño. Una extrañeza ligada a un conocimiento,
ligada a alguna cosa que siempre has visto, que siempre está allí en torno tuyo. Lo que
produce un sentido. 10

¿Qué es insignificante? ¿Para quién qué es insignificante? Me pregunto esto, pensando en las pala-
bras escritas en el capítulo y dejando a un lado el tema de la cocina, con la intención de revisar con
detenimiento los objetos, su relación con la figura madre ama de casa y la particularidad del tiempo
(fuertemente resaltado en la película). Si se habla de insignificante, puede ser dos cosas: una muy

2. De Certau, Giard y Mayol. La invención de lo cotidiano 2, 157.
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pequeña o algo sin importancia. ¿Qué es un pequeño detalle? ¿Simplemente algo pequeño o un objeto
irrelevante? En los pequeños detalles pueden existir ambas cosas, dependiendo de quién esté mirando
o desde dónde se esté mirando. Mientras un detalle, puede ser sencillamente algo mínimo para alguien
(nada más), para otro, por más ínfimo, puede serlo todo. Existe una dualidad entre lo irrelevante del
tamaño y lo relevante del significado. Así mismo, con los objetos ocurre algo en particular, depende
de su dueño y su relación con este, de si se trata de objetos personales cargados de significados, del uso
diario, de la convivencia, el tiempo gastado con ellos, el espacio, el lugar habitado…

Ahora bien, Jeanne Dielman es una madre ama de casa, atrapada en su cotidianidad, en su día a día,
en las mismas situaciones, en los mismos quehaceres, en una rutina… Con atrapada, quiero decir, en
cada tendida de cama, hacer la cena, lavar los platos, limpiar los zapatos y cafés se infiere un aburri-
miento. En la dificultad para responder una carta, sin encontrar algo para contar, solo se explica en un
“no pasa nada”. La larga búsqueda de un botón, de tienda en tienda, deja entrever un “no sé qué más
hacer con mi vida”, ella no lo dice, pero está latente. De esta forma, cada objeto adquiere relevancia,
su presencia es fuerte y constante, deja de ser un botón cualquiera el que ella quiere coser, se convierte
en la tarea más importante de su día, tanto para gastar la mayor parte de este.

Ahora bien, hay objetos en particular llenos de detalles, algunos de estos son la cafetera y el café. En
las escenas, se ve claramente el puesto de la cafetera en la cocina, cómo tiene el cable enrollado en su
cuerpo, se reconoce su sonido, el goteo, incluso en la imagen queda plenamente identificada la taza y
los momentos establecidos para el cafecito (en la mañana lo prepara y en el almuerzo lo toma). Por
otro lado, está el momento de tomarlo afuera, en la tarde, en el mismo local, mesa y ritual de siempre.
Cuando hay una mujer ocupando la mesa, en su esquina y no está la camarera de siempre, Jeanne
Dielman no puede tomarse su café. Algo se ha impuesto en su rutina. Hacia el final de la película ocu-
rre algo, Jeanne no se puede tomar su café con tranquilidad, no le sabe igual, ella está inquieta y se ve
cómo impacientemente lo prepara de nuevo, se vive cada minuto y se siente cuánto se puede tardar
en estar lista la bebida.

Hay una gran diferencia entre saber que el café se prepara en la cafetera y en conocer cada pequeño
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detalle a la perfección, producto de la repetición de la acción, se ha convivido día a día con el mismo
objeto, en las mismas horas y se ha cuidado con meticulosidad cada detalle de la preparación. Se puede
decir, hay una relación estrecha entre dueño y objeto. Jeanne Dielman conoce a la perfección cada uno
de los objetos de su casa, cuida de ellos, conoce sus puestos, limpia y organiza. Pone tremendo cuidado
en todos los quehaceres y en el cuidado de sí misma. Como siempre, está bien arreglada y es reprocha-
da por su hijo cuando la encuentra despeinada. La meticulosidad con la que es mostrada cada acción en
la película, el tiempo transcurrido, los objetos y como ella desempeña su papel de madre-ama de casa,
hace más presente, fuerte y potente cada uno de los elementos. Hay una conciencia poderosa en lavar
los platos, servir las papas, adelantar el tejido, hacer las compras, hasta en verla bañarse y peinarse; en
cada una de estas acciones el tiempo es marcado, incluso llega a parecer excesivo, es el real. Las cosas
pequeñas, cotidianas, simples, casi imperceptibles, en cada escena adquieren gran importancia.

En definitiva, Jeanne Dielman es la madre-ama de casa perfecta, solo son ella y su hijo, su casa en
limpia, organizada y reluciente, cada cosa en su lugar. Pero sabe, su vida no es más que eso, no tenía
otro propósito alguno, siempre fue consciente de su destino y de lo que le correspondía como mujer.
En una conversación con su hijo antes de dormir hablan de cómo ella llegó a casarse y fue un milagro:

-No sabía si quería casarme, era lo que la gente hacía. Era lo que uno hacía. Los tíos dije-
ron: “Es decente y tiene dinero. Te hará feliz”. Pero aún tenía dudas. De verdad quería un
lugar propio y un hijo. De pronto su negocio se hundió y luego nos casamos. Estas cosas
pasaban después de la guerra. Entonces mis tíos me dijeron que una chica como yo podía
haberlo hecho mejor. Podría haber conseguido un hombre que me diera una buena vida.
Decían que era feo y otras cosas, pero yo no escuchaba.
- ¿Aún querías casarte con él si era feo?
- Feo o no, eso no importa. Y dormir con él era sólo un detalle. Y te tenía a ti. Él no era
tan feo.
- ¿Quieres volver a casarte?
- No, acostumbrarse a alguien otra vez…
- Con alguien a quien quieras.
•• •••
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- Bueno…
• Chantal Akerman: Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975). Imagen recuperada de:

- Si fuera mujer no podría acostarme con alguien a quien no amara.


- No lo sabes, no eres mujer. 11
https://bit.ly/33wRjTE


11. Akerman. Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles. 1975
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Los aretes que le faltan a la luna


Los tengo guardados para hacerte un collar
Los hallé una mañana en la bruma
Cuando caminaba junto al inmenso mar
Privilegio que agradezco al cielo
Porque ningún poeta los pudo encontrar
Yo los guardo en un cofre dorado
Son mi única fortuna y te los voy a dar
Los aretes que le faltan a la luna
Los tengo guardados en el fondo del mar

Vicentico Valdés, Los aretes de la luna.


•• •••
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Los aretes mágicos

Aretes, también llamados pendientes o zarcillos. Hay variedad entre sencillos o recargados,
pequeños o grandes, económicos o lujosos, de fantasía o de oro, de imitación u originales, una
lista sin fin. Hay topitos, candongas, perlas, perlitas, colgantes, candelabros, circones y una gran
variedad de acuerdo con al tipo de ocasión. ¿Cúales son los aretes que le faltan a la luna?
•• •••
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El problema de las flores.

El problema con las flores reside en que nunca pueden


faltar; la casa no está arreglada sin las flores. Las flores
llegan a morir a una sala, a un florero puesto en una
mesa. Las flores de esta forma traducen: una mujer está
pendiente de su vivienda, una atenta y cuidadosa.
•Reader’s Digest: Sin temor a equivocarse (1981). Imágenes tomadas del libro.
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Mujer-objeto
Mujer-casa
Mujer-muñeca
Mujer-vestido
Mujer-rosado
Mujer-cocina
Mujer-accesorio
Mujer-trofeo
Mujer-instrumento
•Imagen fuente propia.
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Rosado, por favor

“El rosa es femenino, representa el gusto y la aceptación de sí mismo”.


Louise Bourgeois.12

En el ámbito de lo privado a mediados del siglo XIX el color rosa, inicialmente, fue utilizado para la
vestimenta de los bebés; hacia los años 1930-1940, en Estados Unidos comenzó la distinción entre azul
para los niños y rosado para las niñas. Desde los años 30 con la llegada de los electrodomésticos, la la-
vadora eléctrica y demás artículos para la cocina y el hogar y, posteriormente, la fabricación de jugue-
tes rosados para niñas, se estableció el rosado como el color principal asociado con lo femenino; lleva-
do en la posmodernidad al extremo y conformando parte de los estereotipos de género. Actualmente
se encuentran todo tipo de elementos asociados a la feminidad de color rosa: artículos del hogar, para
la cocina o el cuarto se han elaborado y publicitado con color rosado enfatizando en los espacios ad-
judicados “propios de lo femenino”. Quiere decir, este color está fuertemente presente en la vida de
las mujeres, es definitorio y hace de agente regulador en la manera en que se proyecta como individuo
en la sociedad. Hace parte fundamental de la educación y alude a todas aquellas características atri-
buidas como femeninas. Siendo así, el rosadito, pretendido como binomio de la mujer, es femenino,
delicado, suave, frágil, dulce, tierno o infantil. Un ejemplo, existen un gran número de habitaciones
completamente rosas y juguetes de todo tipo: cocinas, secadores, muñecas, ponys, animales, entre
otros. Finalmente, se trata de una niña educada bajo las diferentes tonalidades de rosados.

En principio, a las niñas se les enseña a ser lo opuesto a los niños, todo lo contrario. Se enseña, son
dos posiciones distintas y delimitadas por la dicotomía entre el espacio privado y el espacio público.
A muchas niñas se les inculca la idea de princesas; en el código de la feminidad se les instruye en la
dominación de espacios específicos y en resaltar todas las “habilidades femeninas”. El color rosa en
los objetos y como un elemento más, participe en cualquier etapa de las mujeres: a las niñas se les

12.Véase Louise Bourgeois. Destrucción del padre / reconstrucción del padre: escritos y entrevistas 1923-1997.
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enseñan ideas sobre lo tierno y el ser princesas, luego construye ideales sobre las señoritas o mujeres
delicadas y, más adelante, hace parte de la infantilización, formando “niñas grandes”. En cualquier
forma, el color rosa ha hecho parte de los imaginarios acerca de lo femenino y ha sido una las tantas
herramientas utilizadas para definir, delimitar y reglamentar la vida de las mujeres (lo que consume,
su personalidad o su comportamiento.) Hoy, todavía luego de tener una cantidad de significados
distintos, incluso reivindicados, hace parte de construcciones estereotipadas, ideales de belleza, ideas
sobre los espacios propios de las mujeres, entre otros.

Así, el color rosado binomio de la mujer, en todas sus implicaciones, se ha transformado en algo na-
tural, normalizado, digerido por completo… Herramienta poderosa de control, generadora de uni-
formidad y delineamiento. Por un lado, es susceptible de relacionarse únicamente a los estereotipos y
figuras negativas de mujeres, asociadas con la fragilidad o la dependencia. Adicionalmente, estatutos
patriarcales insisten en las diferenciaciones femenino-masculino por medio del color, con fines de
preservar intereses tradicionales, lo opuesto a formas distintas de vida. Se ha elaborado un discurso
sobre la normalidad en decidir imponer un color en la formación de las niñas y hacerlo característico
de su identidad. Desde antes de nacer se pone la bomba rosada en los babyshower con la frase escrita
“es niña”. Volviendo a las princesas, el problema está en no haber superado al príncipe caballero,
apuesto y salvador, en la idea de “la más hermosa” y en la inclusión contemporánea de la gama mo-
nocromática de rosa; históricamente las princesas eran niñas en preparación para el matrimonio, por
lo tanto, educadas con valores “propios de lo femenino”, toda la reglamentación de una corte o, en
su defecto, sin importar su proveniencia, en la unión con el príncipe se le es otorgado el título y los
valores; fantásticamente eran niñas de extraordinaria belleza y extraordinarios dotes. En conjunto, si
exclusivamente prevalecen las cualidades definidas por hombres, sobre princesas, de niñas teñidas de
rosa, se perpetúan los falsos ideales y el deber ser.

Entonces, en la sociedad hay una serie de construcciones, ideologías, políticas, controles, delimi-
tantes, entre otros., que tiene como abanderado el rosado. Sin embargo, el rosa puede ser un acto de
rebelión, una acción frente a una opresión, un antónimo, adquirir significados contrarios: decisión,
independencia, autonomía, fuerza... Por medio del rosado se puede renombrar, apropiarse, redefinir
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y deconstruir. Puede hacer parte de la identidad de una persona, la cual acepta y se identifica con este
color. Una niña, de nuevo el ejemplo, llega a este mundo a un cuarto rosado, para luego darse cuenta
de que hace parte de una construcción, un ideal y un imaginario. Cuando crece puede decidir tomar-
los como suyos, hacerlos algo propio; vivir con el rosado en un acto consensuado. Puede ser princesa
para siempre o puede escoger ser una princesa militante.

Para problematizar e incluso fisurar es necesario mirar las redundancias; entender desde adentro para
revelar. El rosa puede ser un medio para develar los discursos mentirosos que quieren ser inamovi-
bles. Así, para poder señalar las problemáticas es mejor haberlas vivido. Es indispensable entender el
uso del rosado en las redundancias y en las mentiras; el significado de este en el discurso patriarcal,
para convertirlo en contestatario. Se puede jugar con la misma cara de la moneda, enfrentarse desde
adentro a las ideologías predominantes y a los discursos inflexibles. Por esto vemos como cada vez es
más frecuente, en la actualidad, el uso del color rosa en papeles activos, poderosos e incluso haciendo
parte de discursos de empoderamiento. El rosa se emancipó de la inocencia, de la ternura, de la dul-
zura, de lo delicado y suave para convertirse en el color de sujetos decididos.

Womanhouse

Womanhouse, la casa de la Mariposa Avenue fue un proyecto de Judy Chicago y Miriam Schapiro,
parte del programa feminista educativo de CalArts, cuyo objetivo consistía en la creación de una co-
munidad de mujeres, con experiencias comunes, trabajando en hacer efectivas las teorías feministas.
La idea original fue de Paula Harper, historiadora del arte en el programa de arte feminista. La casa
se encontraba deteriorada y en abandono, las estudiantes inscritas en el programa la restauraron y
reformaron para hacer posible un espacio artístico. Las artistas reunidas logran hacer de la casa en
su totalidad una habitación propia, la Womanhouse puede leerse como homenaje al cuarto propio.13
También, logran convertir la casa en un espacio público, al replicar los espacios crean una estrategia

13. Carro. Mujeres de ojos rojos, 94-102.
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de reflejar los propios mecanismos del sistema y realizan una eficiente crítica de este. De esta forma,
lugares como la cocina, el baño o el comedor se son reproducidos críticamente, acentúan los valores
tradicionales a modo de denuncia y ponen en discusión las situaciones vividas por las mujeres.

Particularmente la obra de Nurturant kitchen de Vicki Hodgetts, Robin Weltsch y Susan Frazier (1972),
fue un arquetipo de cocina rosada. El color rosa puesto en todos los elementos, muebles y utensilios,
de piso a techo, junto con la pulcritud y limpieza del espacio, hacen de la cocina un lugar de crítica a
la imagen de la ama de casa, del papel de las mujeres como “buenas para la cocina”, “caseras”, encar-
gadas exclusivamente de la alimentación y de todos los asuntos de este espacio. Normas del ámbito
privado fueron utilizadas para representar la figura de la madre en su espacio cotidiano como tarea
perdurable. Igualmente, la cocina se mostró como un lugar de recuerdos infantiles, de educación de
las hijas en ”gobernar” la cocina, y en donde la vida de la madre es una repetición continua que no
lleva a ninguna parte.14 En esta obra, el color rosa adquiere un carácter distinto, ya no es solamente
el representante de imaginarios sobre lo femenino o de la ternura y la inocencia, se convierte en una
estrategia de enunciación, devela el trabajo invisibilizado al teñir cada objeto, resalta su relevancia y
participación en la vida doméstica. El rosa es utilizado en todo para hablar de ese exceso, es repetitivo
como la vida, la vida doméstica y pesado como la carga de las mujeres. El rosa es usado junto con
otros elementos para criticar las relaciones de poder dentro de la cocina.


14. Ibíd., 100-102.
•Vicki Hodgetts y Wanda Westcoast: Eggs to Breasts y
Curtains en Womanhouse (1972). Imagen recuperada de:
https://bit.ly/2H3w56h
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•Vicki Hodgetts:The Kkitchen en Womanhouse (1972).


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Imagen recuperada de: https://bit.ly/31G3pZf


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Por otra parte, la obra The doll house de Miriam Schapiro y Sherry Brody (1972), una casa de muñe-
cas con todas las partes propias de una, pero con la particularidad de no ser estrictamente para niñas,
tiene arañas, plumas, pájaros y un diminuto sujeto con botas. Cada una de sus partes da una mirada
peculiar de los espacios tradicionales, alejándose de las típicas casas para niñas, sin otro fin que el de
enseñar los roles domésticos. En esta casa hay un oso mirando por una de las ventas o un castillo a
lo lejos, incluso hay un estudio de artista y dos habitaciones que no corresponden a la matrimonial o
a la de los hijos. También, al mirar con cuidado, por ejemplo, en la cocina hay un par de relojes, los
cuales se pueden asociar a la gobernación del tiempo de las mujeres. Esta es una obra que se enfrenta
a las ideas normales de las casas de muñecas, esta no está abierta para jugarse o simplemente para ser
observada, está abierta para ser cuestionada. Se trata de la resignificación de los espacios más que el
juego tradicional de reproducción de roles.
Madera y técnica mixta. Imagen recuperada de: https://s.
• Miriam Schapiro y Sherry Brody: Dollhouse (1972).

si.edu/2Z9pVMx
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Cuarta parte
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Como toda una señorita

Lado A. Señorita

¿Quién podría ser una señorita? Si lo pienso, la pregunta no es tan difícil de contestar, pero, no es algo
a lo que se le “de vueltas” normalmente. Quiero decir, al ser tan común, tan constante y repetitiva
la palabra, se pasa por alto su significado, pero este ha estado mucho tiempo en la historia familiar.
Presiento, estamos muy cómodos y felizmente acomodados en el significado de señorita; aún más con
los supuestos sobre la vida de esta.

Comenzando por la definición casi de diccionario de señorita, puede ser una mujer refinada, hija de
una persona importante, distinguida, de buena posición social y económica; puede tratarse de una
mujer soltera o sencillamente de una mujer desempeñando un trabajo en el cual adquiere el título,
como lo es ser secretaria (se le dice señorita por antonomasia). Cabe resaltar entre todas estas con-
notaciones, el factor económico (por decisión aparentemente unánime) se ve como el atributo más
representativo y sobresaliente. Pero, el factor dinero no siempre aplica y no siempre hace señoritas.

Independientemente de algunas de las características ya enunciadas, no toda señorita se caracteriza


por tener una buena posición económica, ni pertenecer a la llamada alta sociedad y mucho menos ser
heredera de una familia pudiente. Se necesitan una serie de elementos, más allá del diccionario, como
lo son tener una educción, una determinada familia e incluso un gusto por lo tradicional. En cualquier
caso, todo esto hace parte de un imaginario; de los diferentes ideales atribuidos a las vidas de las se-
ñoritas. Y con esto me refiero a todas aquellas cosas normalizadas y entendidas, pero incluidas en el
paradigma entre lo dictaminado socialmente y lo que los sujetos hacen con eso.

Niña bien.

En un sentido un poco más estricto, una señorita significa ser una niña bien, ¿qué implica? Se trata de
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una serie de supuestos. Primero, como peso mayor, está la educación: una niña bien “es educada”. Lo
es prácticamente todo, desde aprender a comportarse en sociedad, comer en la mesa, hablar o cami-
nar. También hay una serie de códigos establecidos sobre la apariencia personal, maquillaje, ropa,
aretes, perfume… Hasta en las relaciones interpersonales, amistades, familiares, novio… Incluso
pensar en el tipo de trabajo a desarrollar o no.

La nena y la niña grande.

Ahora bien, con respecto a la edad, se asocia en primera instancia a la señorita con la juventud. Pero,
hay niñas bien, de toda clase de edades y más aún de las que se hacen llamar señoritas por decisión
propia. Siempre ha existido el caso particular en donde se trata de una mujer casada con hijos, varios
años encima y sin importar qué, siempre será la niña de la casa. Aún más, siempre está la mujer auto-
denominada señorita, “niña grande” o “niña vieja” y por supuesto, esta mujer gusta de clasificar entre
los códigos señoritescos. Y, por último, está la sutileza, aquella mujer que, sin importar las generacio-
nes, entre nietos y bisnietos, se embarca en la aparentemente atemporal imposición de solo dejarse
llamar por su nombre. Así, la edad prevalece como un misterio por varios años. Hasta aquí en cuanto
a significados.
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Hacer una señorita

Así, como muchas otras cosas que nadan en las ideas sobre el eterno femenino, ser señorita es un
comportamiento transformado en algo natural. Suena feo utilizar la palabra impuesto, para algunos
es exageración, pero sí es impuesto, porque se llega sin escoger a la familia que decide hacer de su
hija toda una señorita. Entonces, antes de llegar a este mundo, la ropa, las cortinas y el cuarto ya son
rosa; antes de llegar, los padres ya han decidido cómo se va a forjar la identidad de su hija. Sin em-
bargo, ya es cuestión de cada uno decidir seguir o no con la imposición. Escoger reaccionar, enfren-
tarse, revelarse o aceptarlo. Hay distintas formas de aceptación, en una se puede cuestionar y revelar
dentro de ese mismo conocimiento y aceptación; en la otra se puede seguir fielmente los ideales ya
establecidos por la familia.

Por lo tanto, dentro de las múltiples e infinitas formas de vivir, dentro de la vida cotidiana y en el
ámbito de lo privado, donde se forma el individuo para proyectarse en lo público, existen elementos
claves como la herencia, la tradición familiar, la constitución del hogar, las buenas costumbres, la
moral o los valores conservadores. Cuestiones que hacen a su vez una moral y unos valores señorites-
cos. Es decir, dentro de todas estas cosas hay características exclusivas de la crianza de una señorita;
constituyen una niña bien.
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Decálogo de una niña bien


Bien peinada
Bien portada
Bien vestida
Bien educada
Bien sentada
Bien puestecita
Bien bonita
Bien cuidada
Bien recatada
Bien modesta

Dentro de estos valores señoritescos se encuentran las típicas frases como “calladita te ves más bo-
nita” o “la niña de mis ojos”. Pero no solo existen valores, también existen objetos que fortalecen
la identidad de una señorita como tocadores o las típicas cocinitas de juguete. En definitiva, hay un
conjunto de elementos primordiales, característicos, distintivos y normativos.

Objetos que toda señorita debe tener


La muñeca
El espejo
Cepillo para el cabello
Los topitos

Ahora bien, aunque todo esto parezca de 50 años atrás, aunque hayan cambiado las épocas, las genera-
ciones... estos valores acerca de lo femenino aún sobreviven, no han desaparecido, insisto, solo se han
transformado. No es por nada que hoy en día a las niñas se les sigan regalando cocinitas y cada vez
más exista en la sociedad la distinción extrema del color rosado frente a otros. El color por excelencia
de lo femenino.
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Valores señoritescos.

Deber ser Valores

Calladita te ves más bonita Congraciadita


La niña de mis ojos Respetuosa
Delicada como una flor Cuidadosa
Una niña muy dulce Delicada
Con carita de ángel Bonita
Una niña ejemplar Juiciosa
Como toda una señorita Cortés
Mi niña bonita Noble
La princesa de la casa Hacendosa
Siempre serás mi niña Recatada
Hágase necesaria Entregada

Sinónimos de mujer

Muñequita
Princesa
Nena
Mujercita
Damita
Nenita
Princesita
•Imágenes fuente propia. Bordados. 10 x 5 cm aprox.
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•Imagen fuente propia. Grafito sobre papel. 10 x 5 cm aprox.
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Lado B. Las contrarias.


La casquivana
La rebelde
Callejera
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Ser un cuadrado

En torno a todas las figuras de mujeres se crean un sin fin de violencias, varían según las condiciones
económicas, sociales y culturales. En el caso particular de las señoritas, el mismo nombre es un di-
minutivo, subestima sus capacidades. Igualmente, en la exagerada cantidad de normas: siéntate bien,
camina bien, habla bien, come bien, mira bien e infinidad de “bien”, existe un exceso que no permite
dejar ser. No hay posibilidades de un querer ser verdadero, la reglamentación solo deja una gigantesca
idea ficticia, se trata del deber ser, el cual cubre el verdadero ser de una señorita. En otras palabras, con
tantas normas difícilmente se sabrá cómo es en realidad, porque, en lo posible, evitará descubrirse
debido a todo lo que la aprisiona. Una señorita vive constantemente en el aparentar, en una falsa vida
y, probablemente, lejos de lo quiere ser o mucho menos de lo que puede alcanzar.

Es curioso, en mundo lleno de normas (para las mujeres) hechas con mentirosos propósitos de
organizar, mejorar y facilitar la existencia, demostrado su pésimo funcionamiento, se continúan
creando. No siempre se logra una mejor vida, una mejor manera de proceder, sino que, al contrario,
todo se hace más difícil. La desmesurada reglamentación no hace mujeres más felices. Si fuese
necesaria una norma sobre cómo vivir, cada mujer debería tener la libertad de crearla para sí misma
y decidir por ella. Pero, eso no pasa, la presión, de cualquier lado llega, familiar, social, la que sea. Es
como si se viviera dentro de una retícula, las más dura, rígida y normativa, pero en vez de aligerar
la carga, facilitar el trabajo o buscar practicidad, todo se hace más complicado. Es un cuadrado muy
sólido rígido e imponente.

En este mundo de nomas están mal vistas las variables. Es como si fuese necesario reescribir todo
nuevamente para poder lograr un cambio.
•Imágenes fuente propia. Técnica mixta. 10 x 5 cm aprox.
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Quinta parte
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Yo

Indago en mi cotidianidad para poder enfrentar. He necesitado revisar mi historia familiar, estudiar
la de las mujeres e investigar sobre la del feminismo, para buscar respuestas, formar opiniones, ela-
borando listas y clasificando. ¿Entender por qué personas me dijeron infantil, inmadura, me hicieron
sentir tonta o poco capaz? ¿Por qué no tengo papá? ¿Por qué a mi mamá le pagan menos en su pro-
fesión? Y, ¿por qué mi vida es rosa? Sí, son preguntas personales, pero parte de las respuestas las en-
contré en los libros, en las diferentes autoras leídas, en las artistas estudiadas y mientras escribía estos
textos. Me tomó más de un año aceptar, realmente lo supe hasta el final, toda esta indagación dependía
de enfrentarme a mi casa, a mi hogar, a mi mamá y a mí misma, para luego conciliar. Encontrar en mi
cotidianidad cómo hacer frente al patriarcado.

Mi vida es en rosa, he sobrevivido en rosado (luego de responder parte de mis preguntas, encontré mis
supervivencias). Existe un detrás del “siempre regia”, “vas muy bonita” y “como toda una señorita”,
frases de mi mamá que hacen referencia a un “yo veré, hija de su mamá”; traduce a decidida, lucha-
dora, trabajadora y preparada para enfrentar al mundo. Después de estas y otras despedidas, viene
un beso y un “chao que te vaya bien”. El punto es, detrás de estas frases hay un sentido de lucha, mi
mamá conoce la hostilidad del mundo, las injusticias, sabe muy bien por qué se excluyen a las mujeres
y por qué razones son subestimadas. Ella ha procurado darme todos los elementos para sobrevivir a
esto. Adicionalmente, se las ha arreglado para sacarme adelante y darme un futuro contra todo pro-
nóstico, siendo madre soltera, trabajando duro en malos empleos, donde le pagan poco, la han tratado
mal. Andando siempre “alcanzada” de dinero, endeudándose para pagar mis trabajos de la univer-
sidad, peleando con los bancos, buscando la plata del recibo de la luz, un sin número de luchas. Mi
mamá asumió la responsabilidad de un padre que decidió abandonarme y como hija pasó por el mis-
mo abandono. Sin importar la crudeza, la mejor lección es la persistencia, siempre en rosa. Como ella,
me enseñó a protegerme, seguir adelante, levantarme y defenderme sin perder “el estilo”, porque el
maquillaje, las uñas pintadas y el cabello arreglado se convirtieron en autonomía e independencia. La
delicadeza, suavidad y ternura de ese rosadito, después de toda una vida peleada se subvirtieron en
determinación. Decidir seguir siendo rosadas porque hace parte de nuestra supervivencia.
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Prevalecer en rosa.
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Referentes

Akerman, Chantal. 1975. Jeanne Dielman, 23 Quai Du Commerce, 1080 Bruxelles. Bélgica: Corinne
Jénart Evelyne Paul. Film, 201 min.

Ariès, Philippe, y Duby George, Trans Historia de la vida privada. Madrid: Tauros, 1987.

Beauvoir, Simone de. El segundo sexo. Bogotá: Penguin Rando House, 2014.

Bourgeois, Louise. Destrucción del padre / reconstrucción del padre: escritos y entrevistas 1923-1997 /
Louise Bourgeois. Madrid: Síntesis, 2002.

Carro, Susana. Mujeres de ojos rojos. Del arte feminista al arte femenino. Gijón, Asturias: Ediciones
Trea, 2010.

Certeau, Michel de, Giard, Luce y Mayol. Pierre. La invención de lo cotidiano 2. Habitar, cocinar.
México, D.F.: Universidad Iberoamericana, 1999.

Diego, de Rosa y Vásquez Lydia. Figuras de mujer. Madrid: Alianza Editorial, 2002.

Gamboa, Susana Beatriz. comp. Diccionario de estudios de género y feminismos. Buenos aires:
Editorial Biblos, 2007.

Mayayo, Patricia. Louise Bourgeois. Hondarribia (Guipúzcoa): Editorial Nera, 2002.

Valcárcel, Amelia. La política de las mujeres. Madrid: Ediciones Cátedra, 1997.

Valera, Nuria. Feminismo para principiantes. Barcelona: Ediciones B, 2005.


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Este trabajo se terminó el día


10 de mayo del año 2019.
gracias a las caídas del cielo.
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