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RECUENTO
VIDA Y LETRA

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LOS CUENTOS DE SALVADOR

Ha deleitado a escasos lectores su modesta creatividad cuentística.


Su primera influencia fue la cercanía con José G. Baeza Campos,
cuentista reconocido más allá de Morelia. Sus sueños juveniles de
poeta se trastocaron porque Baeza Campos, en un artículo
publicado en el Heraldo Michoacano, lo consideró “un joven
escritor”.

Salvador, entonces, deja su preocupación por las rimas y cae en la


prosa. La primera historia formal es “Cuando empieza el otoño”.
Trata de una dama madura que reencuentra a un antiguo
pretendiente y con la emoción de ese momento, él le da a conocer
que su sentimiento renace y la cita para fecha próxima y revivir
las fantasías del encuentro.

El relato habla de ella en un café a la hora prevista y nunca


aparece el renovado pretendiente. Ella reconoce que, por su edad,
esa fue su última esperanza amorosa.

En 1968, un grupo de estudiantes del Colegio de San Nicolás


forman el grupo “Hirepan” y durante dos años convocan a
concurso de Cuento. Salvador participa y en ambos concursos el
segundo lugar, en 1968 con “Reivindicación” y en 1969 con “El
cambio”. En 1970, el periódico “Élite” convoca a un concurso de
cuento y Salvador obtiene el primer lugar con “Las cuerdas
heridas”.

La influencia de “La tierra pródiga” de Agustín Yáñez lo


motivaron a escribir historias del ambiente rural que conoció
como maestro de educación primaria en lugares alejados de
Morelia. Esa realidad es el ambiente de sus cuentos, así nacieron:
“Bajo la parota”, “Acuérdate del año pasado”, “El primer sábado”
y agregó más tarde “Para no empolvarse”. Tiene un tono
nostálgico recordando su trabajo en la costa michoacana.

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La ficción aparece en sus nuevos intentos: “Transfiguración”, “Sin
despertar”, “Personajes en dos dimensiones”, “Laberíntica”,
“Onirilia”, “Metemsomatosis”
La imaginación retorna al mundo objetivo y escribe: “140
decibeles”, “Noche de títeres” “Soledad solidaria” y “Una vieja
historia”.

En un mitin convocado por un sindicato nacional que atacaba la


hegemonía priista de los años 70s, Salvador tiene la idea de
escribir un cuento paradójico en donde el personaje, luchador
decidido, tuviera un desenlace fatal, pero no por las fuerzas del
poder, sino por la simple delincuencia juvenil. Pasa el tiempo y no
escribe la historia hasta una década después. Así nació “Morir por
la causa”. En este cuento trata de representar dos situaciones
diferentes en la misma página, una de ellas invade el espacio hasta
hacer desaparecer a la otra situación. En 1999, decide extender su
cuento a su primera novela con el mismo nombre: “Morir por la
causa”. Dos ideas motivan su desarrollo: “Las manos sucias” de J.
P. Sartre y una carta de J-J. Rousseau. Hay una clara intención
crítica al denunciar el sistema político y crear la utopía del cambio
sin recurrir a las armas.

En el año 2000 publica los relatos de ambiente rural con el título


“Tiempo de la siembra”. Seguirán: en 2002 “Huréndahperi”,
“Cartas a una normalista”, “Onirilia”, en 2003 “Morir por la
causa”, 2004 “140 decibeles”, 2006 “Otra tentación”, 2010 “Viaje
sin retorno”. En 2013, con el título “Clemente”, unas novelas en
dos tiempos aparecen “Otra tentación” y su continuación en
“Nuevo amanecer”.

Recientemente, Colectivo Artístico Morelia, en su publicación de


Narrativa No, 56 publicó otro cuento de ambiente rural: “Qué les
dije.”

VICTORIA HUACUZ

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AIRE RURAL

• El primer sábado
• Bajo la parota.
• Acuérdate del año pasado
• Desenlace.
• Para no empolvarse

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EL PRIMER SÁBADO

Acababa de despertar. Hasta ahora pudo observar, perezosamente,


la casa que le servía de albergue en la pequeña ranchería a donde
había llegada para iniciarse en el magisterio. Al abrir los ojos y
moviéndose para quedar boca arriba con los brazos entre la nuca y
la almohada, (“no crea que es de algodón o de lana - le habían
dicho - es de pochote. Después lo conocerá”) empezó a estudiar
el techo de palapa. “Sí, al techo de palma que tienen todas
nuestras casas, así le decimos.” Recordó las palabras de don
Goyo. Como el techo, había encontrado muchas cosas nuevas,
distintas de las que conociera en Morelia durante sus años de
estudiante. El clima había sido el primer saludo de su vida nueva,
cálido y voluptuoso; una vegetación con nombres fuera de su
vocabulario; hombres y costumbres sencillas, como él, pero con
sentido distinto de la vida; música de agua y de pájaros que
llegaban a su oído en las primeras horas de los días, con ritmo
jamás escuchado.

Se levantó descalzo: aspiró profundamente el aire tibio de la


mañana. Hoy no tenía prisa de ir a la escuela, su escuela con
techo de palapa. Era sábado y quería recorrer los alrededores.

Sobre la casa de varas enjarradas, llegaron los rayos del sol


proyectando el jugueteo de las ramas de la parota. Cerca, el río
cuchicheaba con los guijarros las últimas confidencias antes de
llegar al mar. En el estero, se escuchaba a veces, el caer de la
atarraya en busca de lisas o mojarras. Algunas piedrecillas
rodaban por la vereda detrás de la casa, porque las muchachas
bajan al río con sus cántaros en la cabeza. Entre los árboles que lo
rodeaban, se extendía el parloteo de las aves y el telegrama que
transmitía un pájaro carpintero con rítmica intermitencia.

Mientras bajaba al río por otra vereda para remojarse, escuchó una
voz femenina que llegaba con aroma de azahares y hierba
húmeda:

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“Que chulos ojos,
los que se pasean conmigo,
los que se pasean conmigo
por la Alameda.”

Se zambulló una y otra vez. Cuando se enjabonaba se acercaban a


sus piernas unos pececillos que trataban de mordisquearlo y él, al
distinguirlos por la claridad ondulante del río, se regocijaba
plenamente de las experiencias nuevas.

Que chulos ojos,


¿de “quen” son?, ¿de “quen” serán?

Continuaba la muchacha cantando, mientras llenaba sus cántaros.

“A pesar de esta emoción que inunda mi pensamiento con


anhelos e ilusiones sobre mi trabajo, aún está presentes los años
de vida normalista. Por las noches, cuando a las siete y media
llego a mi casa para dormir, los minutos que hacen antesala al
sueño se vuelven páginas revueltas con rostros y palabras de
todos mis compañeros.”
“Cuando oigo el oleaje furibundo del mar, en la quietud de la
noche, recuerdo las excursiones a las playas con mi grupo, o el
baño en la fuente que se decretaba por ser el santo de alguien, o
por haber ganado un partido de básquet.”
“Cuando en la tarde vienen los muchachos a la escuela para que
juguemos volibol, mientras ellos juegan y se entusiasman,
recuerdo las horas apasionadas en los campeonatos en la Unidad
Deportiva “Morelos”, en la cancha de la escuela al disputarse un
trofeo entre Diablos y Aventureros o, el momento de emociones
supremas cuando jugaba la Normal contra la Universidad en la
cancha de la Técnica.”

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“Cuando veo al atardecer pasar cerca las ráfagas verdes de los
loros y perderse entre el penacho de palmeras que junto con la
curva azul mar forman mi horizonte, recuerdo las tardes de
Morelia, mirando otros atardeceres desde la Calzada o desde el
bosque; desde los Filtros o en plena avenida Madero, pero
pronunciando un nombre femenino o una confesión en el oído de
ella.

Ha sacado una foto de la bolsa de su camisa: suspira emocionado


queriendo expresar un mundo de palabras...

“Que chulos ojos,

- continuó de repente la voz femenina que había callado por un


momento
¿de “quen” son? ¿de “quen” serán?
“Sian “de “quen” “jueren”,
yo me los voy a robar.

Suspendió otra vez el canto. Inició su paseo, empezando por


reconocer los árboles que encontraba, con los nombres que don
Goyo le había dicho. “Estos árboles los cuidamos muchos, si no,
después nuestros hijos no tendrán con qué hacer sus casas. Esta
es una parota (pa-ro-ta, había repetido mentalmente), estos son
pochotes, estos tamarindos. (Nunca me imaginé que fueran tan
altos. Todo lo que tengo que aprender, yo, un maestro
normalista.) Estos son hujes, viera que buen café hacemos con los
granos que dan, algunos han dicho que es muy bueno pa’ los
nervios; en la casa tenemos, por si gusta probarlo. Más allá está
el manglar y otra hujera; los cóbanos, los palo de rosa y esos de
flores amarillas son primaveras.”

Había tantas cosas que aprender y tenía que hacerlo, porque pensó
que, si mostraba ignorancia, iban a desconfiar de su trabajo. En su
equipaje había traído sus libros, pero comprendía que en algunos
casos poco iban a servirle. Él quería ser un maestro, dedicarse por
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entero a su trabajo y dejar una huella profunda en cualquier sitio
donde realizara su labor. La entendía como una de las más
elevadas, más valiosas, y estaba dispuesto a hacer cuanto fuera
preciso para formarse como un maestro íntegro y llegar a círculos
más amplios con la misma misión, pero con mayor
responsabilidad.

Cuando recibió las órdenes en Morelia, fue uno de los primeros en


salir en busca de su destino. El viaje que lo alejaba por primera
vez de la ciudad de su infancia y de sus años estudiantiles, le iba
mostrando paisajes en contraste: a veces, el autobús donde viajaba
atravesaba las cumbres pobladas de pinos y aire helado; a veces,
descendía hasta los valles prometedores de mazorcas y caña de
azúcar; a veces, se detenía en algún pueblito empedrado.

Después de varias horas de viaje, de varias horas de espera,


preguntando rumbos y conociéndolos, llegó en un camioncito de
segunda, a la cabecera municipal buscada. No había labores ese
día por lo que aprovechó para recorrer el pueblo y sus pasos se
encontraron por la tarde con la escuela del lugar. “Es la principal
de toda la región” – le diría después un compañero que trabaja
ahí. La vio con detenimiento, casi con emoción. Se imaginó
cómo sería la vida de esa escuela, quienes trabajarían; todo lo que
podría hacer por el bien de la comunidad, como le habían
enseñado. “Quizás pronto pueda estar aquí – pensó, como si
hiciera una promesa – quizás ...”

Ahora, en el primer sábado reafirmaba su intención: Llegar a la


escuela más importante de la zona. Este pensamiento lo
estimulaba honradamente, lo llenaba de optimismo y ya planeaba
el trabajo a realizar con toda su capacidad y entrega.
Entre esa quietud campirana, el estallido de una bala detuvo sus
reflexiones. El disparo había salido de un “salón” (“El salón lo
usamos para cazar, así le decimos al rifle 22”.) Pronto descubrió
al cazador, quien con tiple costeño le habló:
- Dííííaz, maestro. ¡” Quejzque le jerré al venao..., jo’dé!
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Lo brusco de la interrupción trajo a su recuerdo las primeras
palabras inquietantes escuchadas al presentarse con el inspector
escolar:
- “Pues yo nomás terminé la primaria y dos de secundaria, no
entré a tercero porque me reprobaron y trabajaba de cobrador en
un camión. Un amigo de mi “jefe” ofreció conseguirme una plaza
de maestro. Yo no sabía hacer nada, así que acepté.”

No entendía cómo podía trabajar alguien así en la carrera que


amaba. Lo que escuchaba sembraba amargura y decepción...
Quiso olvidar esas palabras y silbó la misma canción que
escuchara momentos antes en el río:

“Que chulos ojos,


los que se pasian conmigo,
los que se pasian conmigo
por la alameda.”

Pero fue inútil. Volvieron las palabras de otro compañero que


conoció ahí, en la inspección escolar y, nuevamente la amargura:
“Ustedes los nuevos traen muchas ganas, pero aquí pronto se les
acaban. Todo lo que me cuentas que vas a hacer, son sueños, eso
no cuenta. De qué sirve que te pases todo el año trabajando,
nadie te lo reconoce.”

Aceleró el paso y quiso regresar pronto a un libro que lo


confortara Su pensamiento se pobló de añoranzas, de anhelos, de
sueños que trataba de dominarlos para sumirlos en la nostalgia, en
la esperanza, en el optimismo y al mismo tiempo, sin quererlo, en
la duda y en la decepción.

¿Por qué pensar en aquellas palabras?

Los tumbos del mar martillaban la playa con ondas de espuma


blanca. Los cuijes hacían crepitar, en su escapada, las hojas
caídas. Algunas aves mezclaban su trino en el concierto de las
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once. El carpintero parecía continuar con sus mensajes en Morse.
Un sol limpio, de trópico, dibujaba con las ramas arabescos en el
camino. Palmeras, viento, nubes, río y mar podrían llenar sus
pensamientos.
- “No, el trabajo no cuenta. Al inspector lo que le interesa es otra
cosa...”
“¿De quen son? ¿De quen serán?

Silbó agitando su cabeza t tratando de olvidar esas negras


palabras.

Sian de quen jueren,


Yo me los voy a robar.
¡Qué chulos ojos!

Pero la voz del compañero volvió, tajante, desilusionadora.

“... lo tienes contento y no te molesta si le traes una botella de


mezcal de la sierra... O, si fueras mujer... “

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BAJO LA PAROTA

Acabamos de salir del río. El juego fue emocionante y todavía


durante la zambullida estuvimos festejando los claves del
“Morao” y de Miguelón. Animados por la actuación del equipo,
me han propuesto que organicemos visitas a las comunidades
cercanas: en Chucutitán y en Chuquiapa hay buenos jugadores de
volibol.

Les he dicho que después hablaremos de eso. Ya es un poco tarde


y los señores que vienen a la nocturna están impacientes. Había
querido aprovechar la tarde para hacer las lecciones de hoy y, sin
embargo, hemos dejado que la penumbra nos sorprenda fuera del
salón. Es la hora de siempre, sólo que ahora, nuestros “aparatos”
están sin petróleo y tal vez no venga don Goyo, quien quedó de
traerlo.

Era inútil entrar al salón. Apenas distinguíamos nuestros rostros


que sin la dimensión de la voz se volvían bultos dispersos. Nos
quedamos bajo la parota, aquí, cerca del río. Alguien me invita a
torcerme un purito y tomo las hojas del tabaco como ellos,
simulando que tengo experiencia.

Mientras aspiro con fruición la bocanada picante del tabaco


nuevo, escucho a todos. Hablan de sus problemas; me preguntan
de todo lo que les causa novedad. Hay una mezcla de buena
información y de ingenuidad en sus preguntas. Viendo una
cajetilla de cerillos, no se explican por qué aparece una mujer sin
brazos junto al ferrocarril... “¿El tren le pasó encima y así la
dejo...?”

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En pocos minutos me entero de su situación: pronto vendrán los
compradores de copra a llevarse la cosecha. No saben a cómo les
van a pagar, pero tienen que aceptar el precio que les fijen,
irremediablemente. Si alguien quisiera pagarles más, no podrían
venderle la cosecha porque ya la tienen comprometida. Los
compradores, dueños de las grandes tiendas de la región o de los
zangarros, les han prestado dinero o fiado mercancía.

Algunos me preguntan cómo hacer las cuentas para saber cuánto


les va a quedar en efectivo. Escribo en el suelo algunas
cantidades y resto y vuelvo a restar hasta encerrar en un círculo
cantidad buscada.
-Jo’ dé –dice Arnulfo levantándose para mirar de cerca los
números- es menos de la mitad lo que me va a quedar. ¡Estamos
fregados!

Lo sabía desde hace tiempo. Quien gana es el comerciante y no


ellos, quienes verdaderamente trabajan. Ahora, sintiéndose
explotados, empiezan a despedirse. La euforía de hace un
momento es parte ya del pasado.

Es sábado. Corro por la playa con gusto primitivo, grito. Salgo al


encuentro de las olas. Me sumerjo abriendo los ojos para
deleitarme con el nado indiferente de los peces de colores. Aspiro
y paso cerca de las peñas; arranco con dificultad las ostras y
emerjo presuroso. Me tiro en la arena. Copio el vuelo de las
gaviotas. Ruedo. Las olas me arrojan entre la espuma argentina.
La luz del sol resbala por la cresta de la ola y cae en mis ojos.
Sobre la arena escribo un nombre, recuerdo una canción, imagino
unos versos...

Mar para mi sed,


Mar para mi llanto;
Para mi voz oleaje,
Para mi amor remanso.
Mar para el fuego que me habita,
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Para el desierto que me extingue, mar;
El ritmo de la sangre en mí se agita
En torbellino constante de pleamar
.
El palmar atrae mi atención. Se pierde en el horizonte
confundiéndose con la bruma del mar. Imagino el esfuerzo de los
primeros hombres que llegaron a estos lugares, su lucha
gigantesca venciendo la feracidad de la tierra; el amor con que fue
esperada la primera cosecha, el primer corte de copra, la
construcción de su nuevo mundo. Todo ese trabajo que beneficia
ahora a los comerciantes. Estos llegan siempre sin nada y al poco
tiempo tienen más que los otros. Tal vez pueda hacer algo...
Ahora, mientras tomamos café de huje, platicamos con don Goyo,
don Miguel, con Pedro, el encargado del orden; con Chote, Isaías
y doña María. Analizamos la situación; el principal problema son
las deudas. Si pudieran librarse de ellas, venderían a mejor precio
la cosecha, comprarían las cosas más baratas y quedaría algún
dinero para terminar la escuela, construir la casa del ejido y, con el
tiempo, comprar un camión para vender directamente la copra en
las fábricas de aceite.

La solución es formar una cooperativa, solicitar un préstamo al


banco, liquidar nuestras deudas personales e invertir el resto en el
trabajo. Estableceremos una tienda propia para adquirir los
alimentos y artículos indispensables; una cantidad de dinero se
destinará para formar un dispensario médico. Según los planes,
en menos de un año se liquidará el préstamo y se podrá manejar la
cooperativa sin compromisos de ninguna clase.

Con estos proyectos se hicieron reuniones, poco a poco nos


fuimos convenciendo todos, aclarando dudas, precisando las
intenciones, definiendo las acciones a seguir. No había ningún
dejo de desconfianza en las palabras. En las noches, con prisma
de ruidos agigantados por la oscuridad, bosquejábamos los
estatutos; tratábamos de prever los obstáculos. En las mañanas,
mientras desayunaba en ca’ don Miguel, comentábamos nuestras
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reflexiones, nuestros proyectos y las posibles soluciones a las
dificultades. Después, entre los dos, respondíamos a las preguntas
de todo el grupo.
Los días fueron orillándonos a las horas decisivas. Los
comerciantes se dieron cuenta de nuestros propósitos y
seguramente comprendieron que íbamos a quedar en situaciones
diferentes. No iban a quedarse con los brazos cruzados...

Estoy en el estero. Acepté la invitación para venir a pescar. En las


manos en alto traigo la atarraya. El agua ondulante nos llega casi
a la cintura. El mar fosforece horizontal. Contengo la respiración
por temor de asustar a nuestras presas. El oído trata de descubrir la
presencia de los peces entre el enmarañado ruido de la noche: el
croar de las ranas, los grillos, cientos de insectos de chillidos
agudos, el río, y, sobre todo, la rítmica armonía de los tumbos del
mar. Nos detenemos. Los brazos preparan la red para romper el
cristal bruñido del río al extenderse en círculo. Trato de grabar
todos los detalles de esta experiencia nueva. En el cielo de la
noche, las Cabrillas penden como un broche sobre los voluptuosos
senos de las nubes.

A esa misma hora, en lugares cercanos, los comerciantes decidían


qué hacer para evitar que los ejidatarios se unieran en la forma en
que pensaban. Consideraban que, de permitirlo, el modelo iba a
cundir en la región y entonces se verían desplazados.

- Llevamos la ventaja de tener comprometidos con préstamos a


casi todos los ejidatarios. Así que podemos aprovechar esta
situación para arrancar de tajo esas ideas.
- No, nada de violencia contra el profesor; no es necesario. Algo
más simple pero efectivo. A poco el cooperativismo y el
comunismo... ¿no se parecen? Es tan claro, amigo, se quieren
quedar con tus tierras...
- Así empieza el comunismo. Luego les van a quitar a los hijos,
luego nadie podrá tener nada.
- Además, el profesor nunca va a misa. Lo ven, es comunista.
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La duda cumplió su papel. Se metió como cuña, separando,
partiendo la unidad. Era cierto, el profesor no es católico. El
apenas había llegado y los comerciantes tenían años ayudándolos
como podían.

- ¿Te acuerdas de don Goyo...?


- A Isaías, ¡cómo lo ayudaron!
- Y a Chote, ¿Quién les ha prestado para comprar ropa y
medicinas?
- ¿Quién les ha prestado para la siembra? ¿Quién les ha estado
sirviendo durante tantos años, comprándoles la cosecha?

Lo ven, está claro. Los profesores vienen de un lado a otro


dejando deudas o llevándose a nuestras muchachas, como el año
pasado. Nosotros estamos aquí. Díganme si les estoy cobrando
ahora...

Es jueves. Para hoy hemos fijado la sesión en donde aprobaremos


el reglamente y se firmarán los primeros documentos. Me siento
satisfecho. Durante el día he estado esperando con ansiedad y las
horas de la tarde. He dispuesto el salón con más comunidad.
Estamos preparados con los aparatos por si se prolonga la reunión.
Tengo papel, reglamento, proyecto general, cartas, oficios, Todo
listo para ser firmado. Hoy no habrá juego de volibol.
El calor de la tarde aviva el aroma de la vegetación exuberante. El
río baja con corriente y ha crecido. El mar parece lejano porque el
viento se lleva su bramar constante. Un mayate zigzaguea a mi
alrededor; el pito real envía su mensaje intermitente. Cerca de mí,
contemplo los nidos de las calandrias que cuelgan de las ramas.
Asombra descubrir los secretos de la naturaleza. Veo llegar a la
pájara con el alimento para sus polluelos que aún no tienen el
color aurinegro.

El aroma de la hierba, de la tierra húmeda, de los frutos maduros,


eclipsan el palimpsesto sonoro. Aspiro con gula el aire del
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verano... Camino hacia la parota para atisbar los senderos que
llegan a la escuela. Hay mucha calma. Nadie ha llegado... Nadie
viene.

Aquí bajo la parota, empiezo a sentirme intranquilo. La sombra


del árbol me refresca un poco... ¿Qué ha pasado...?

Quisiera imaginar que han olvidado la reunión... pero ¿todos? Y,


don Miguel, ¿dónde está?

Se hace tarde. No quisiera comprender lo que pasar.

- ¡Prooofe – gritó don Miguel llegando por un sendero del


lado del río - ¡Véngase a cenar, ya es tarde!

ACUÉRDATE DEL AÑO PASADO

Por las tardes, los muchachos de la ranchería se reúnen en la


cancha de la escuela. Unos atraviesan el río llevando la gringa, el
bule y la perra en alto, vadeando la corriente que ahora en mayo
no representa ningún peligro. Otros llegan del cerro, sudorosos,
quemados por la resolana y la lumbre de las quemas tardías.

Todos han estado chaponeando sus parcelas, destroncando,


quemando o echando la rastra para dejar listas las tierras: antes del
día de San Isidro se tiene que sembrar.

Las casas de la ranchería están diseminadas entre los cerros a los


lados del río hasta llegar al estero.

Son las cinco de la tarde. Poco a poco van llegando los


muchachos para jugar. Ellos tienen esa oportunidad; las mujeres
se ven una vez al año, cuando las fiestas de la escuela o cuando
hay algún baile organizado por alguna familia. Entonces hacen
jornadas de seis u ocho horas a caballo para asistir a ese
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acontecimiento que rompe su rutina esclavizaste. Las gentes del
rancho son buenas; se tenía la fama de ser tranquilas y lo son en
realidad, todavía a pesar de lo del año pasado. Por eso siguen
haciendo fiestas y no ha vuelto a pasar nada malo.

Los jóvenes se ven a diario, tienen esa oportunidad de conocerse


bien. Las muchachas se recuerdan desde que fueron a la escuela,
hasta el tercer año; después se casan y las otras se quedan como
responsables del quehacer de la casa. Otras se juntan en el río,
cuando van por agua al mismo lado; las demás, sólo en las fiestas.
La cancha es de tierra; frente al único salón de clases se han fijado
dos postes donde colocan la red. El terreno es plano. No hay
zanjas ni árboles que estorben para jugar. Hay, sin embargo, tres
anonos a un lado y tres ciruelos a otro que dan sombra a quienes
observan los encuentros.

A veinte metros está el río, los ahuijotes le forman valla hasta


llegar al estero. En el sendero para subir del río a la cancha crecen
los huinares y la sierrilla; los naranjos y un limonero.

Desde el primer día que llegaste a la escuela, los invitaste a


reunirse diariamente y desde entonces cuentas con ellos para
cualquier trabajo que emprendes. Desde ese día, eres uno de ellos
en el juego. Te respetan y te aprecian. Tienen confianza para
mostrarte los pañuelos bordados que les regalan las muchachas
solteras; corriges las cartas antes de ser entregadas,
cautelosamente, cuando las amadas bajan al agua. Cuando ellas
suben con su cántaro en la cabeza, la carta escondida en el seno
tiembla y ansía ser leída tan pronto lleguen a casa.

Tú las ves subir graciosamente la vereda, mientras cantan y


bromean entre ellas. Te complace gratamente observar este
momento. Sabes que María, espera una carta tuya. Has adivinado
su pensamiento con la mirada que sorprendes cuando la
encuentras en el río. Ella busca un lugar cercano a la vereda que
va tu casa; llena su cántaro con voluptuosa calma; acaricia el
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agua; sentada de lado sobre la arena intenta mirar tu casa cuando
tú la estás viendo, para responder con una sonrisa y un leve
temblor en sus ojos.

Cuando acaba el juego, se tiran al río. Alguien lleva cocos y


sandías que son repartidos. Después del baño los has invitado a
estudiar. La “nocturna” - como dicen - ha dado buen resultado
para practicar las cuentas, cuando menos.

Quieren que nunca te vayas de aquí y apenas llevas unas semanas.

Ten cuidado con lo que vas a decirles hoy. Sabes bien que esa
cancha es el único lugar de reunión que tienen. Has visto que no
sólo los jóvenes vienen en la tarde, sino que aprovechando el
“aparato” de petróleo han venido los señores a que les leas unas
cartas, las contestes, les enseñes a firmar y te preguntan tantas
cosas que despiertan tu curiosidad; desde las leyendas populares
como la “llorona”, hasta algunos temas de política, de las cosas
del “otro lado”, de la religión, de las leyes y de las aventuras de
“Don Cacahuate”.

Si les quitas la cancha... ¿Qué van a hacer todas las tardes?


Piénsalo...
- Muchachos, sé muy bien que a todos nos interesa la escuela.
Todos queremos hacer algo por ella y los han demostrado hasta
ahora. Hemos encontrado una oportunidad para reunirnos...

“Mientras mis palabras van siendo comprendidas, veo sus


rostros. Al principio, las escucharon con indiferencia, pero el
tono convincente que trato de darle a cada frase, deteniéndome,
aclarándome, repitiendo, les ha hecho pensar que voy a decir
algo nuevo y tal vez delicado. Las primeras respuestas han sido
de aceptación, es cierto, ellos han cooperado”.

. . . todas las tardes pasamos momentos agradables. . .

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“Recorro con la vista la expresión de cada uno. Saben que lo que
voy a decirles no les gustará, lo presienten”.
. . . hasta ahora el juego . . .
“Uno de ellos ha empezado a rumiar no sé qué palabras”.
. . pero la escuela no tiene techo . . .
“No estoy convencido de lo que voy a decirles, pero no quiero
titubear ahora”.
. . . la puerta y las ventanas . . .
“Pienso que me hace falta razón, porque sin preocuparnos por
las carencias materiales, hemos trabajado muy bien hasta la
fecha”

. . . no soy partidario de las cuotas . . .


“Esos es, un argumento que parece librarlos de una
responsabilidad, para dejar caer la sentencia”
. . . queremos cultivar ajonjolí . . .
“Voy a decir la última frase sin mirar a nadie, sin emoción, para
esperar sus respuestas. ¡Protesten para reafirmar mi decisión o
cambiarla! Porque mientras he estado hablando, comprendí la
importancia de ese terreno y la necesidad de mantenerlo como
está.”
. . . y tenemos que aprovechar la cancha.

Entonces, tú los viste: comprendieron que tenías razón en cultivar


la tierra; pero no se atrevieron a protestar porque les quitabas algo
que daba sentido a su existencia obscura. La frustración
enmudeció sus rostros, hizo indiferentes sus palabras y salieron
con un callado disgusto, cada quien por su lado. Te quedabas solo.
Caminaste hasta una casa lejana, procurando poner en orden tus
pensamientos, querías escapar en el recuerdo de una amiga
ausente; encontrarte en el monorritmo lejano del mar; fugarte en
vuelo de calandrias; evadirte por el horizonte en las sombras de la
noche...

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Cuando leías las últimas líneas de un capítulo de tu libro
preferido, ellos tomaron una decisión: no quedarse sin cancha de
juego.

Conocen toda la región; cada uno de los lugares del rancho les
pertenece; saben cuántos cirianes hay en el camino, dónde está
una parota, cuantos pasos tiene la hujera, dónde está la pochota
más grande y dónde los habillos. Conocen los refugios de los
venados y a cuáles ojos de agua van a beber. Saben también, que,
en todo el ejido, no hay otro terreno disponible para jugar.
Dondequiera hay piedras, arena, zanjas, declives, pantanos,
caminos, árboles, distancias, desconfianza, soledad.

Por unos días se quedaron cerca de la escuela, te ven hablando con


los mayores; te ven ordenando la preparación del terreno; porque,
aunque no aceptas esa idea tienes que dejar lista la tierra para
sembrar, precisamente, el día de San Isidro.

¡Con qué decepción han visto pasar el tractor, borrando lugares,


abriendo cicatrices, removiendo recuerdos!

Pero la decisión estaba tomada: no quedarse sin cancha de juego.

Tampoco los viste; tú habías ido al mar. Ellos estaban en el


zangarro de Lombardo. Alguien vendió al tiempo una carga de
copra, suficiente para comprar unas cervezas.

Tú, distante, te asombrabas con la fosforescencia del mar.


Seguías a las tortugas y tus pasos quedaban brillando por un
momento sobre la arena. Los tumbos se encendían horizontales;
frotabas arena sobre tu cuerpo y competías con los alumbradores.

La arena de su nombre y sin el tuyo se borraban por las letras


iniciales y volvías a escribirlo en testimonio de recuerdo.

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Pero las cervezas quitan la tranquilidad de la gente del ejido, como
el año pasado. Sólo hay un terreno: el solar de Lombardo. Él no es
ejidatario. A nadie le compró. Hace ocho años le prestamos el
solar para que tuviera sus animales. Es tiempo de quitárselo. Él no
es de aquí, además, el profesor dice que nos explota, que se
enriquece con nuestro trabajo. Cuando llegó al rancho, no traía ni
en que caerse muerto. Vamos a quitarle el solar. ¡Quien se
raje! ...Sí, quien se raje.
Pero Lombardo no está sordo. En cuanto quisieron meterse al
solar, por la puerta de trancas, Lombardo los esperaba con el
máuser listo; el hermano con la retrocarga y la esposa con un
salón.

Los disparos de sorpresa quitaron el mareo y ahuyentó a los


jóvenes por entre los matorrales. No se volvieron a ver esa noche
y el remordimiento de que alguien estuviera herido no les permitió
dormir.
Pero mañana . . .
¿Qué vas a hacer?
Ahora estás enterado de lo de anoche. Dentro de un momento van
allegar los muchachos armados a rodear el zangarro de Lombardo.
Se la sentenciaron. Lombardo los espera. Está decidido a defender
con su vida ese pedazo de tierra que le han dado para vivir.
Los muchachos son más, algunos de los viejos del rancho están de
acuerdo con ellos, para vengarse de la usura de Lombardo. Los
niños no fueron a la escuela y es que las mujeres presienten
muchas cosas.
Piensa, ¿qué vas a hacer?

Yo sólo quiero recordarte que la gente del ejido es buena, muy


tranquila, pero... ¡Acuérdate del año pasado!

24
DESENLACE

- ¿Qué hay?
Preguntó con desenfado Felipe.
Los maizales se agitaron nerviosos; incluso, la tarde mostraba
un color impreciso que trascendía a los hombres proyectando
el temor del encuentro inminente.
Jacinto fumó largamente y contuvo el humo. Sus ojos se
fijaron tercos en Felipe con una mirada metálica, inexpresiva.
Sus pensamientos se agitaron en recuerdos pasionales, sus
músculos quedaron tensos, dispuestos a la orden sofrenada de
la venganza.
- ¿Qué hay?
Volvió a inquirir en el mismo tono Felipe.
Los hombres contuvieron el aliento y quedaron expectantes.
Las bestias relincharon inquietas presintiendo el desenlace
fatal.
25
Jacinto arrojó el cigarro; bajó y subió la mirada rápidamente y,
olvidándolo todo sus labios se abrieron para dejar salir su
áspera voz, como un eco de cavernidades insondables.

- ¿Qué hay? - respondió.

Y siguieron sus caminos opuestos.

PARA NO EMPOLVARSE...

Todas las tardes, luego que el sol caía como una moneda
reluciente sobre la línea horizontal del mar, suspendíamos el juego
de voleibol y nos sumergíamos festivos en las aguas del río que
pasaba por la escuela.

Ese año habían mandado a un maestro normalista muy joven.


Don Goyo dijo cuándo lo vio llegar: “Nos lo mandan muy
tiernitos ahora”. Por eso, la canchja de la escuela recibía a todos
los muchachos del rancho cuando volvían de sus labores, para
tener esos momentos de reencuentro y convivencia a donde los
adultos también acudían para hablar de tantos asuntos de sus vidas
determinadas por el ritmo de los ciclos agrícolas.

También gustaban de preguntar al maestro sobre tantas cosas que


despertaban curiosidad o interés en ellos y el maestro, recién
26
egresado de la normal de Morelia, se explayaba en relatar
historias, leyendas, fábulas y describir lugares lejanos en donde la
nostalgia le hacía dibujar en sus palabras, la arcada del acueducto
frente a su escuela Normal, la frondosidad de fresnos, jacarandas
y bugambilias en el bosque Cuauhtémoc, o, los atardeceres
resbalando sonrojados por las laderas del volcán de Quinceo.

Había creado un ambiente de sana camaradería porque él también


participaba en los juegos cotidianos después de clases. Ese era un
mundo totalmente nuevo para él y reconocía que más que enseñar,
estaba en una etapa de aprendizaje tan importante en su vida.

Cuando sus compañeros supieron a donde iría a trabajar, hubo


frases de aliento para que encontrara su tarea interesante, así como
presagios poco optimistas que afirmaban que el maestro rural “se
empolva” o cuando menos, “el medio lo absorbe y pierde los
valores de su formación.”

Guardó con cautela esas expresiones y no las olvidaba porque


esperaba poder comprobar su falsedad en algún tiempo. Por eso,
llevó sus libros y en cualquier momento libre volvía a sus obras
preferidas para recrear los mundos que la lectura le prodigaba.

Por eso también, cuando recibió su primer sueldo, destinó una


cantidad para comprar un radio portátil que apenas iniciaban su
comercialización. Como en el rancho no había luz eléctrica, ese
aparato iba a ser su enlace con el mundo.
Era sorprendente el adelanto tecnológico que tan sólo con dos
pilas, captaba después del atardecer las radiodifusoras de Ciudad
de México, Acapulco o Monterrey.
Después de zambullirse en las aguas del río, se dirigía a la
escuela, a unos cuarenta metros, separada por algunos árboles de
naranja, ciruelos y anonas. La luz del día iba palideciendo y los
tumbos del mar alcanzaban a escucharse en su insistente golpear
contra los riscos. Era el momento en que salían los mosquitos y
provocaban los movimientos necesarios para espantarlos, los más
27
molestos son unos chiquitos que llaman “jején”. La gente mayor
fumaba cigarro de hoja o quemaba Santamaría para ahuyentar a
los insectos.

6:45 de la tarde... Las sombras empiezan a ser más densas; en el


horizonte, las nubes pierden vivacidad del naranja y se tornan de
un gris azuloso que se va integrando a la esfera de la noche.
Algunas luciérnagas empiezan a revolotear por el camino. El
lucero de la tarde es visible en su esplendor celeste y sirio nos
atrae por su titilar y su grandeza.
6:45 de la tarde... Casi todos han tomado los senderos para sus
casas y las conversaciones se van perdiendo por las riveras del río
hacia el norte o hacia el sur o por el lado del cerro.

6:45 ... El maestro toma su radio portátil y deja la estación con


canciones de María Greever en la voz de Libertad Lamarque para
sintonizar otra. Espera con atención los sonidos de identificación
de esa radiodifusora y se dispone a disfrutar unos segundos los
compases de una melodía que anteceden al programa de
información y comentarios patrocinado por la Lotería Nacional:
“Kinopanorama”.

“Los millones de Arlequín” invadían el pensamiento del


maestro en ese momento de tranquilidad vespertina.
Tarareaba con verdadera emoción el aire melódico marcado
por los violines. Con sus brazos simulaba la dirección de la
orquesta despertando o avivando sueños y recuerdos.
Luego venía la voz clara del periodista que expresaba su
comentario sobre un asunto del momento o daba alguna
reseña de obras de la literatura, a veces una noticia o
información interesante. Volvían las notas de “Los millones
de Arlequín” que cerraban ese momento de enseñanza por los
mensajes expresados. Si encontraba discrepancia, dirimía en
un largo soliloquio esa diferencia, buscando en su formación
los vocablos precisos para argumentar su posición. Esta

28
reyerta imaginaria concluía cuando por un sendero que bajaba
del cerro, don Miguel le gritaba, como todos los días:
- ¡Prooofe, ya véngase a cenar
..................................................

34 años después de esas tardes a la orilla del mar, el maestro


reconoce que esos minutos de programas radiofónicos
contribuyeron para que “no se empolvara” cumpliendo su tarea en
el medio rural.
Cada vez que escucha “los millones de Arlequín” su pensamiento
le hace sentir ese aire fresco de las tardes que mecía los penachos
de las palmeras, el incendio del crepúsculo que se extendía en el
horizonte del mar y, con una emoción mojada de nostalgia, sus
años de juventud distante.

NOTA INNECESARIA

Salvador siempre había tenido las experiencias citadinas. Primero


en Azcapotzalco y luego en Morelia. El paisaje rural lo había visto
desde la ventanilla del autobús como una expresión de la
naturaleza. Nada sabía de vivir en ese ambiente ni lecturas. Había
leído a Daudet, Hesse, Rostand, Bradbury, Homero, Platón y otros
donde ese ambiente estaba ausente. Cuando inicia su trabajo como
maestro de educación primaria tuvo oportunidad de irse a lugares
citadinos, pero dejó que el azar lo mandaran a la zona escolar 11
de Arteaga, y allí, a un lugar ubicado en las costas del Pacífico.
Fue un cambio notable y se dispuso a aprender todo lo nuevo que
le rodeaba.

En estos cuentos se recrea el ambiente y el vocabulario propio de


esa región. Se aprecia, entonces, que la labor del maestro rural no
29
se limitaba al horario de clases mañana y tarde, sino que incluía la
nocturna para los adultos y el deporte con los jóvenes. Estas
narraciones permiten valorar ese trabajo y reconocerlas como
agradables.

Silvino Mora del Río.

VERA FICCIONES

• Transfiguración
• Sin despertar
• Metemsomatosis.

30
TRANSFIGURACIÓN

El escritor se encontraba eufórico. Llevaba muchos días


estructurando la narración en su pensamiento, intentando diversas
formas, pero sin alterar las líneas de su personaje y la decidida
intención de denunciar la represión política y los métodos
utilizados por los cuerpos policiacos. No había necesidad de
imaginar las escenas de la tortura; sabía que la imaginación
quedaba en desventaja ante los testimonios de la realidad.

Esa noche había iniciado la narración. Por eso la euforia. Sentía


que su escritura rápida era insuficiente para expresarse siguiendo
el ritmo de su pensamiento.

Varias hojas iban quedando escritas. La historia definía sus


intenciones.
31
El escritor hizo una pausa; escanció su tinto Cabernet y
golosamente lo llevó a sus labios…

Mientras, Carlos, su personaje, a la mitad de la página quedaba


desmayado una vez más por la golpiza que le propiciaban sus
inquisidores. Su cuerpo no resistía más golpes; todas sus partes
sensibles habían sido maltratadas sin piedad. Su pensamiento era
una nebulosa, una vorágine en donde en relámpagos de conciencia
aparecían los rostros de sus hijos, o, escenas de la marcha de
protesta realizada el jueves anterior y, con el ardor de las heridas,
una intuición de lo que era el infierno.

¿Intuición o certeza? Se preguntaba al observar las partes de su


cuerpo recién sometidas a choques eléctricos.

Mientras el escritor paladeaba su vino tinto y preparaba una


galleta con un trozo de gruyere del país, Carlos recobraba la
conciencia. Captó cual iba a ser la escena siguiente… Había
escuchado algunos ruidos metálicos en la pieza contigua y a las
carcajadas bestialmente festivas de sus verdugos. Escuchó además
las cervezas que eran abiertas, lo que aseguraba un mayor grado
de insensible brutalidad en el siguiente tormento al que iba a ser
sometido.

No había salida. Si quisiera pedir ayuda, sus gritos no iban a ser


escuchados por nadie; si quisiera implorar perdón - aunque no lo
había pensado - de nada le serviría porque la consigna era
debilitarlo o extenuarlo al máximo para cumplir una venganza
personal de alguien de arriba.

Los agentes sabían que Carlos no tenía ninguna culpa, ni relación,


ni conocimiento de lo que era acusado; pero esa era la orden
recibida y al día siguiente, uno de ellos le iba a decir el
acostumbrado: “Usted dispense, nos equivocamos. Ya puede
irse- “
32
Carlos revisó lo que había sucedido en las páginas anteriores y
sintió una ira profunda, ya no contra sus golpeadores, sino contra
el escritor. Sintió sus limitaciones, su estrecha existencia en dos
dimensiones sobre el papel… Las seis letras de su nombre se
estremecieron y la “S” final pareció alargarse en una línea recta,
como si lanzara un puntapié a las palabras vecinas.

Entonces ideó un plan…

El escritor tomó su pluma fuente y aspiró con profundidad, como


para concentrarse en el desarrollo de la trama. Releyó unos
renglones anteriores para recuperar el ritmo y decidió escribir el
momento siguiente. Pero escondido en la página blanca, Carlos
esperó el instante en que su nombre fuera a ser escrito para huir de
esa historia cruel, en donde era la víctima sin derecho a la
clemencia.

Y sucedió que cuando el escritor terminaba de escribir esas


adoloridas y golpeadas seis letras del nombre del protagonista,
antes de que la pluma se despegara del papel, el nombre se hizo
una línea recta y regresó al interior de la pluma fuente, como
cuando sorbemos un larga macarrón.

Este era el único plan de escape y daba resultado.


El escritor sintió una ofuscación repentina; de pronto ya no supo
qué escribir. Los rasgos de su personaje se habían desdibujado y
la historia se detuvo.

- ¿Cómo es posible? - se dijo un poco desesperado - Todo estaba


tan claro y ahora ya no sé cómo continuar.

En el interior de la pluma fuente, Carlos quedó inmerso en un


océano oscuro, sólo iluminado por ese micrométrico espacio por
donde había regresado.

33
La narración quedaba inconclusa. El escritor cavilaba y cavilaba
sin llegar a tener en claro la sucesión del texto. Así pasaron los
días hasta que el manuscrito fue guardado con otros textos que
tampoco habían sido concluidos.

Un día el escritor retomó un manuscrito que se refería al momento


de la seducción. Recordó la historia: Karla era una mujer
deslumbrante, sumamente atractiva y de una mirada entre pícara e
ingenua. Rómulo, su compañero de trabajo, había logrado,
después de muchas semanas de halagos e insistencias, que esta
noche coincidieran en esa suite del hotel en una ciudad distante, a
la que habían venido por razones de trabajo. Era el momento en
que Karla, decidida a correr la aventura, perfumaba su piel
desnuda en espera del hábil seductor - lo reconocía - aunque ella
misma había deseado este encuentro; por eso su tranquila espera
para que Rómulo abriera la puerta de la recámara.
Carlos se decidió entonces, y cuando el escritor quiso escribir
Rómulo, sin darse cuenta, escribió “C a r l o s”.
¿Qué había pasado? ¿De dónde salía él?
Pero la historia exigía acción. Los dos personajes se entrelazaron
voluptuosamente en la media luz de la suite; las caricias
conservaron la expresión de una excitante ternura que se iba
desbordando lenta pero indetenible. De fondo, música de arpa
guaraní estimulaba los sentidos.

El escritor continuaba buscando elementos para detallar ese


momento. Tanta era la concentración en la escena que deseó
vivirla personalmente y cuando quiso escribir “Karla y Carlos
caían amorosamente sobre el lecho”, escribió: “Karla y
Eleuterio…”

Instantáneamente Carlos quedó con la pluma en la mano, frente a


esas páginas escritas y se percató de la situación: Había salido de
las dimensiones de su nombre y ahora se corporizaba en el autor.

34
Releyó las últimas líneas del manuscrito y junto a la frustración de
la seducción interrumpida, brilló en su pensamiento una chispa de
venganza… Ahora, Eleuterio, el escritor estaba en el lecho con
Karla; pero él, Carlos, tenía la pluma en la mano y la historia aún
no concluía: el destino de Eleuterio quedaba a su imaginación.

SIN DESPERTAR

“¡Justo a tiempo! “Pienso al ver el reloj de la estación que marca


las 8:47. Dentro de trece minutos saldrá el tren y corro para
comprar mi boleto.

- Uno para San Luis.

Recojo el maletín y busco el andén de salida. El viaje será largo;


tendré tiempo de dormir. Subo al vagón; está casi vacío lo que me
permitirá escoger un lugar a mi gusto. A mitad del vagón
encuentro un sitio con poca luz y me parece adecuado para

35
descansar. Cierro los ojos y relajándome, en el momento en que el
tren se pone en marcha, me siento atraído por el sueño.

Imagino que, si los sueños se pudieran guardar en el respaldo del


asiento para que otra persona los disfrutara, seleccionaría uno que
me hiciera grato este viaje.

Estoy desvariando, ¿a quién se le ocurre pensar esto?

Poco a poco el trácatra trácatra,trácatra se convierte en un


arrullo monótono. Sin darme cuenta me encuentro ante un
escenario de primavera donde las bailarinas se desplazan en vuelo
de mariposas; la música sinfónica parece vibrar junto con

mi pulso. Descubro que los maestros de la orquesta siguen atentos


los
movimientos de mis manos, las señales de mi rostro y la intención
de mis miradas
Me encuentro envuelto en armonías vibrantes y gráciles
desplazamientos. La emoción se desborda por todos los poros de
mi piel al ritmo frenético del tercer movimiento…

- Su boleto por favor…


…hay unos giros en el centro del escenario siguiendo la melodía
de los violines que se rompe a contrapunto por la sonoridad
enérgica de los timbales y la tarola…

- Señor, su boleto por favor.


- ¡Ah sí, aquí está!
- ¡Gracias!
- De nada.

Ya estaba soñando y era agradable porque en el fondo, siempre


quise dedicarme a la música. En una lejana imagen de mi infancia
me recuerdo jugando a dirigir la banda municipal, cerca del kiosco
36
en la serenata de los domingos. “Miren, este niño va a ser
director de orquesta”. Comentó mi madrina Anita.

Vuelvo a cerrar los ojos y mi mente es un caleidoscopio de


imágenes recientes: la estación del tren, la carrera para llegar a
tiempo, el ambiente de mi centro de trabajo, los suburbios por los
que atravesamos en este momento, rostros de amigos y sonrisas de
amigas.
De seguir pensando así perderá el sueño y pasaré una noche
molesta, desagradable y cansada. Ya me ha pasado.

Si pudiera influir en un sueño, me decidiría por situarme en el


mar. ¡Claro, el mar…! La voluptuosidad de la ola, el sol, la arena
del tiempo regada en la playa o escapando de mi mano en
clepsidra momentánea… O, soñar con Eva, Julieta, Tania…

De pronto siento que me caigo y me muevo bruscamente. Me


reacomodo en mi lugar que siento duro en este momento. Una
extraña sensación de frío y silencio me envuelve de súbito.
Recorro un camino impreciso por donde deambulan hombres y
mujeres con rostros inexpresivos, miradas perdidas y la ausencia
absoluta de voluntad. Al encontrarme con ellos, chocamos con
indiferencia, como bultos en una bodega. Veo una fila
interminable y presiento la angustia de una pesadilla; por eso, en
un chispazo de consciencia, me incorporo y voy al baño para dejar
ese sueño en su lugar.

Ha oscurecido. Algunos pasajeros duermen y un pequeño grupo


situado en otro extremo del vagón platica animosamente de sus
planes.
Ahora escojo un lugar diferente. Me acomodo a todo lo largo y el
ruido sobre los rieles me hace caer fácilmente en el sueño.

Me encuentro en la calle. Una multitud grita entusiasmada y yo


mismo participo con igualdad de emoción en las exclamaciones.

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En la euforia del momento, a intervalos frecuentes nos unimos
para gritar al unísono:
“El pueblo, unido,
jamás será vencido”

Y corremos por la calle con decidida convicción. Al llegar a un


edificio público señalamos a los asustados empleados que,
sorprendidos, nos contemplan desde los balcones, mientras las
voces nuestras se encienden repitiendo:

“Ésos son, ésos son,


los que irán al paredón “

Y congruentes con las proclamas, irrumpimos en el edificio.


Alguien emprendió la tarea de derribar la puerta y una vez abajo,
apilaron los trozos de madera que parecían invitarnos a prenderles
fuego.

¡Vamos al Palacio de Gobierno! Grité y al instante respondieron


cientos de voces: “¡Vamos!”

Dirán que fue la sorpresa y que por eso pudimos apoderarnos del
edificio. Las jovencitas que habían sido asignadas a la entrada
como guardianas no pudieron resistir la avalancha humana que las
arrolló. Creo que salieron ilesas porque nadie pensó en hacerles
daño. El enfrentamiento violento fue con el puñado de hombres de
ruda y negra experiencia policiaca que nos esperaba detrás de
ellas. Fueron desarmados y golpeados, aunque no como se
merecían… Al caer la tarde, la euforia del triunfo recorría calles,
plazas, portales y todos los ambientes. La ciudad permanecía
embriagada en la novedad. Nosotros ya sabíamos lo que iba a
seguir.

El sol apenas caía en la línea del horizonte cuando se hizo un


silencio brusco posterior al golpe de los estoperoles de las botas y
la culata del fusil contra el pavimento… Vi a esos hombres de
38
rostro frío, insensible, como fabricados en serie esperando la
orden para cumplirla sin reflexión. Detrás de mí la multitud
permanecía en su sitio, sin miedo ni titubeos.

Cuando los hombrecillos de verde recibieron la orden de avanzar


sobre nosotros, “¡Adelante!” gritamos y con mayor prisa nos
arrojamos sobre la formación que apuntaba sus armas hacia
nosotros.

Nadie pensó en retroceder, aunque de momento creí que los


decididos éramos pocos; pero con una mirada relampagueante
confirmé la solidaridad de esa multitud revolucionaria en la
acción, más allá de los discursos repletos de frases que por mucho
tiempo satisficieron la necesidad de los cambios sociales. Ahora,
¡ni un paso atrás!

No había proporción entre los grupos del enfrentamiento: por un


lado, la emoción de actuar conforme a verdaderas convicciones
identificadas en ese momento por los gritos eufóricos. De la otra
parte, el silencio de la obediencia y el interés de saciar un
frustrado deseo de destrucción.

Los destellos de fuego y el ensordecedor tiroteo hicieron volar a


todas las aves que se habían quedado ya en los nidos de los
árboles y de las ventanas. Hubo gritos de dolor, de impotencia, de
furia y de triunfo… Vi caer hombres y mujeres; pero deduje que
la osadía popular iba a ser invencible. En este momento tengo
consciencia de mis pasos, de la ropa que cubre mi cuerpo… siente
tres golpecillos secos, precisos, luego una humedad tibia que
recorre esos tres sitios y comprendo lo que eso significa. No tengo
miedo, aunque presiento el desenlace. Quisiera alargar el hilo de
mi vida… Ahora siento un ardor intenso y el dolor nace, primero
como un piquete de aguja y luego se intensifica; irradia todo el
cuerpo… Pierdo brevemente el equilibrio y la consciencia; luego
me recobro y al intentar avanzar, caigo al suelo. Mis compañeros
avanzan y me pisan, no puedo quejarme, me siento pesado, parece
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que morir es dormir… Siento nostalgia por la vida; quisiera
dormir y al cerrar los ojos, empiezo a soñar que llego corriendo a
una estación de tren y pido:

¡Uno para San Luis!

Julio de 1997.

METEMSOMATOSIS

Nadia terminaba su trabajo del día. Había atendido en el


consultorio instalado en su propia casa a pocos pacientes; ningún
caso grave que preocupara a la doctora. Consultas de rutina que no
habían requerido de consideraciones serias para extender las
recetas.

El consultorio quedaba en la parte baja de casa, con acceso


independiente por el exterior y una puerta que comunicaba con la
40
gran sala de muebles coloniales que armonizaban con la
construcción de tipo sevillano. La doctora había arreglado con
sencillez su sitio de trabajo. No había muchos muebles, sólo el
escritorio, su silla, un cómodo diván, dos sillas más para los
pacientes, un librero y estantes con medicamentos. El lugar
alfombrado y dos pequeñas plantas se unían a los cortinajes de la
ventana para crear esa atmósfera acogedora que proporcionaba
bienestar anticipado a los pacientes. En una pared estaba colocada
la foto panorámica del grupo de la Escuela de Medicina a que
pertenecía Nadia. Se leía con claridad la referencia: “Generación
1978” y cuando alguien se detenía a observar a los integrantes del
grupo, distinguía fácilmente a Nadia, en el centro, en la segunda
fila. No había cambiado mucho. En cambio, su esposo, ya no
tenía el mismo rostro que se apreciaba en la foto. Él se colocó en
el extremo izquierdo, separada de su esposa Nadia por una docena
de compañeros. En aquel tiempo no pensaban en casarse ni uno ni
otra... En la pared de enfrente, Nadia había colocado un cuadro al
óleo que irradiaba luminosidad y la calma de un día de verano.
Era un paisaje con una arboleda cuyos ramajes se reflejaban en el
lago.
Las aguas copiaban un trozo de cielo y la superficie sin ondas
delataban su tranquilidad.

Antes de salir del consultorio, Nadia revisó que todo quedara en


orden y al pasar su vista por la foto panorámica, la detuvo un
instante en el compañero que había quedado detrás de ella. No lo
había notado, pero era Andrés... Sí, era él. Ahora descubría su
mirada con una extraña atracción. Percibía la voluptuosidad de la
pose inclinándose levemente sobre los hombros de ella.

“¡Qué raro!” - Dijo ella -. “¿Por qué nunca antes me había


detenido a mirarlo? No puede ser que haya cambiado de un
momento a otro” Y volvió la mirada sobre su compañero para
confirmar el descubrimiento.

41
Sí, Andrés no ocultaba esa intención de avasallarla entre sus
brazos. Ahora recordaba aquella solicitud de Andrés para
acompañarla a todas partes: de aparecérsele a la salida de clases o
en la biblioteca; en el camión urbano para ir al hospital y, a veces,
en la entrada del cine. Incluso llegó a ir a bailar con él algunas
tardes y presionando la memoria, recordó lejanos paseos por el
parque zoológico, remando en el lago, a veces bajo una brisa
inofensiva o bajo un aguacero que festejaban con su risa
espontánea.

¡Qué distante quedaba todo aquello...!


Desde que se casó, todas las huellas de su soltería habían
palidecido para dejar esplendentes las páginas de su nueva vida.

Ahora recapacitaba en la cercanía que llegó a tener Andrés en su


vida. Pero, hubo un día en que no se encontraron y otro día y otro,
hasta que la ausencia se hizo cotidiana y entonces apareció
Carlos...

“¡Qué raro!” – Repitió Nadia mientras avanzaba hasta la puerta


que cerró para volver a quedar inmersa en su mundo de hoy.

“Por fin, después de tanto tiempo detenido en la inmovilidad


fotográfica, Nadia me ha devuelto a la vida”, Pensó Andrés
siguiendo el impulso que lo había aproximado a su amada en
aquel momento de la fotografía. Se desprendió del cuadro y poco
a poco se fue corporizando hasta recobrar su estatura natural.
Habían pasado varios años y sus músculos requerían de tiempo
para adaptarse de nuevo al movimiento. Además, no podría salir y
aparecer ante Nadia así nomás. Aún era temprano. Caminó en
`pequeños círculos dentro del consultorio, hasta que el silencio
invadió la casa. Oyó que la sirvienta dijo sus “Buenas noches,
doctora” mientras Nadia veía un programa de televisión. Andrés
tenía necesidad de salir de ese sitio, pero su prudencia lo detenía.

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Nadia apagó el televisor y ya en la cama buscó un libro para
esperar el sueño. Un poco después, apenas alcanzó a apagar la luz.
“Es el momento de salir de aquí – se dijo Andrés.”
Salió emocionadamente decidido. Observó a su alrededor y
deduciendo la ubicación de la recámara se dirigió hacia allá. Un
ligero temblor de miedo recorría su todavía torpe cuerpo.

Abrió la puerta. Nadia dormía ya. La presencia de Andrés


parecía que la cubría de un sopor donde la vigilia cedía
totalmente.
- ¿Carlos...? ¿Ya estás aquí? – Alcanzó a balbucear al distinguir en
la penumbra la silueta masculina en bata blanca. Andrés calló. Se
quitó la ropa y ya desnudo se introdujo bajo las sábanas.

A la primera caricia, aún temeroso, siguieron otras decididas y


apasionadas sin ser violentas, que Nadia no rechazó. Vinieron
después sinfonías de ternura, sonoridades marciales con estruendo
de platillos y timbales, scherzos de las cuerdas que se prolongaron
en el pizzicato de los violines. Era la traducción de palabras
guardadas en el silencio... La ola fue después manantial y
catarata, río en descenso y lago por fin en remanso...

Hubo palabras que provocaron en Nadia la necesidad de


despertar para escucharlas con toda su claridad. Fueron
declaraciones y halagos que nunca antes había conocido. Pero el
estado casi hipnótico la mantuvo en ese desconocido nirvana.

Después, el sueño cubrió con ritmo acompasado los dos cuerpos.


Cuando la sirvienta llegó en la mañana, ellos dormían todavía.

Doña María tenía la costumbre de entrar temprano al consultorio


para dejarlo listo por si la doctora lo requería. Al empezar a hacer
el aseo, notó un defecto en la fotografía de la generación 1978.
“Qué mal se ve ese espacio blanco – se dijo – no puedo dejar el
cuadro así” Y sin pensarlo mucho la descolgó. “Ahora se ve peor
la pared.” Era natural porque la pátina dejada en el muro era
43
más notable que el blanco de la figura de Andrés detrás de Nadia.
“Mientras la doctora me dice qué hacer, voy a cambiar los
cuadros de lugar” Y así lo hizo: colocó el cuadro del paisaje en el
sitio donde estaba la fotografía y ésta en el lugar del paisaje.

Había amanecido. Andrés despertó sobresaltado t comprendió


que no debía quedarse un segundo más ahí, con Nadia. Se irguió
rápidamente y vistió su bata blanca. Nadie empezaba también a
despertar. Sentía que algo raro había ocurrido; que no esperaba
esa noche a su marido y sin embargo había estado con ella;
aunque presentía que no había sido Carlos. Temía en su lento
despertar que había sido víctima de un robo, de una violación.
¿Cómo explicarlo? No lo sabía. Por eso cuando despertó alcanzó
a distinguir una silueta masculina con bata blanca que salía de su
habitación. Sin pensarlo, se levantó gritando: “¡Carlos, Carlos!
¿A dónde vas? Y corrió tras de quien descendió vertiginosamente
las escaleras y abrió la puerta del consultorio cerrándola tras de sí
inmediatamente.

Cuando Nadia llegó al consultorio, no pudo ver a nadie... Pareció


convencerse por un momento que todo había sido un sueño...
Pero conservaba la satisfacción física de esa noche. “No hay
nadie aquí”, - dijo, como aclarando sus dudas.

Y, en efecto, todo estaba en orden; la puerta de calle cerrada por


dentro; los muebles y medicamentos en su sitio. Pero si la doctora
hubiera dirigido su mirada hacia el cuadro del paisaje, habría
notado en la superficie del lago, las ondas que se extendían hasta
la orilla, incluso, algunas gotas de agua sobre el piso delataban
que algo o alguien se había sumergido en lago,
intempestivamente.

Julio de 1991.

PARA “ENCUENTO”

44
En 1986, José Luis Rodríguez Ávalos, al frente del Colectivo
Artístico Morelia inicia los eventos anuales para invitar a los
cuentistas a participar con sus creaciones. Este evento se llamó
ENCUENTO y Salvador estuvo invitado desde el primero. Ya
figuraba como cuentista por sus premios locales. En el primer
encuentro tuvo la oportunidad de leer dos de sus trabajos: “Bajo la
parota” y “Onirilia”. Después, cada año pensaba en escribir algo
diferente y así surgieron los tres cuentos: “Transformación”, “Sin
despertar” y “Metemsomatosis”, uno de ellos, lo terminó minutos
antes de su participación ante el público.

El título a Metemsomatosis surgió de muchos devaneos para


buscar una palabra universal que lo indentificara, como no la
encontró, recurrió a la Metempsicosis, creencia hindú que explica
que la psiqué de una persona pasa a otra cuando muere. Como en
su cuento no es la psiqué la que se recrea sino es el cuerpo
(somato) surge la palabra Metemsomatosis sin considerar las
reglas estrictas de la gramática.

Salvador considera que son nombres atractivos y pueden motivar


a la lectura. Ya lo veremos.

GOG.

Recomendamos dos nuevos libros de Salvador González.

• EL SEÑOR “E”
• FALSAS PALABRAS

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CÁLAMO CURRENTE
(KALEIDONARRA)

• Sin mañana
• Noche de títeres *
• 140 decibeles *
• Soledad solidaria *
• Una vieja historia.

SIN MAÑANA

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Felipe pasó su brazo por la frente para limpiar el sudor; exhaló
sofocado, se removió y quedó con la mirada fija en las sombras
informes de la galera en espera del amanecer. Afuera llovía. Era
una noche cálida de agosto y se hacía insoportable en ese sitio sin
ventilación, largo y terroso, alojando a 32 hombres hacinados por
los rincones. Felipe desabotonó la camisa; frotó su pecho con la
mano derecha repetidas veces; se incorporó y quedó sentado sobre
el costal que le servía de cama.

Hoy le parecía un día distinto. Claro que no era la primera vez


que estaba en la cárcel. Conocía bien el sitio y los hombres; hasta
se había acostumbrado al ambiente, sin protestas ni
arrepentimiento. “No sé por qué acepto esta vida.” Dijo y nadie
lo escuchó. Mientras, la lluvia golpeaba con sonsonete monótono
la puerta de hierro, único contacto con el exterior. Ya había
estado ahí; su sombra reconocía perfectamente los muros al
amoldarse con formas grotescas de otros cuerpos que lo rodeaban.

Faltaría una hora para amanecer y decidió esperar sentado. Había


descubierto una sensación distinta, una preocupación por
reflexionar que nunca antes experimentara. “¿Por qué acepto esta
vida?” – Dijo nuevamente – “¿Qué traes...? Preguntó Valdovinos
abriendo y cerrando rápidamente la mirada perezosa.

No respondió. No tenía caso; al fin y al cabo, Valdovinos siguió


durmiendo. Fijó su mirada en el azul grisáceo que penetraba bajo
la puerta encadenada a los muros de adobe. Su pensamiento se
pobló de ayeres, horas tristes, estériles... En la inmovilidad,
surgieron torrentes de protesta en su mente; unos estertores de
horas asesinadas reclamaban justicia.

Su ser mismo, despreciado, deshumanizado, exigía vivir... Sí,


vivir. Ser hombre... ¿Qué tan difícil podría ser? Si quisiera, hoy
mismo podría salir de la cárcel y gritarle a todo el pueblo:
“¡Véanme, soy Felipe Vargas y a quien me vuelva a decir la
niña...!
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“La niña” La palabra resonó en su pensamiento; hizo apretar los
labios con odio; las manos se cerraron impetuosas, la exhalación
fue profunda, silbante, cálida, desesperada...

Sesenta minutos se recargaron sobre los hombros inclinados de


Felipe mientras sus manos se entrecruzaban nerviosas. No hizo
otro movimiento hasta que la puerta chirrió dejando entrar un
chorro de agua que desperezó a quienes se encontraban cerca.

“Es la hora de salir a barrer la plaza – recordó – y con los


detenidos que saldrán más tarde iremos a barrer. A veces nos
llevan al establo del presidente municipal para que hagamos toda
la labor, cortemos alfalfa, acarreemos agua... Pero hoy no iré...”
Dijo con seguridad.

- ¡Órale, agarren sus escobas, - dijo el humilde policía – ora, tú, tú


y tú, Ya sabes Niña que también vas; ándale!
La puerta abierta había refrescado un poco el galerón. La gris
claridad de la mañana lluviosa atrajo la mirada de Felipe. La
lluvia dejaba en los charcos su cuchicheo argentino. Felipe abrió
su camisa para aprisionar el aire fresco que descubría.

- ¡Órale, te estoy hablando, ándale!

Pero el tosco tono imperativo no fue suficiente para mover los


músculos habitualmente esclavos de la Niña.
- Yo no voy a barrer – dijo despreocupadamente, pasando su mano
por la barba hirsuta. - Ya me voy de aquí, - continuó con voz
queda, bostezando largamente al final.

- Pos ora, ¿qué comiste?

Y salió. Nadie intentó detenerlo; en realidad él no era un


delincuente; jamás había cometido una falta que la ley sancionara.
Estaba ahí, porque su hermano, hombre influyente en el pueblo, se
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avergonzaba de la Niña cuando se embriagaba con vino y
remordimientos. Entonces, era muy fácil pedirles a los amigos
que lo encerraran para conservar la dignidad familiar y que no
anduviera por las calles pregonando sus fraternas frustraciones.

“Caminaré por las calles mojadas gozando del


frío que endurece mi rostro...”
El sol empezaba a descubrirse en las copas de los árboles.
” ...aunque no tengo a dónde ir.”
Algunas mujeres enrebozadas se dirigían al templo, otras al
mercado.
“No iré a la casa de mi hermano.”
Un tendero abrió con estruendo la cortina metálica.
“Iré a buscar trabajo con los amigos...”
Una parvada de ilamas se esparció por los aires al paso de Felipe.
“Es posible que los alfareros me den trabajo.
El sol había bajado hasta la mitad de las ventanas....
“Tal vez el Ratón me dé algo de comer en su
casa...”
... y lamía con su rayo tibio el rostro de Felipe...
¿Y, si nadie me ayuda...?
...donde el vaho de Felipe encontraba dificultad para dibujar
espiral irregular entre la barba descuidada.
“¿Si encuentro las puertas cerradas?
La parvada de ilamas regresó a las copas de los árboles y el sol
ajustó su monóculo de nimbus.
“Tendré que volver a casa...”
En ese instante recordó las noches en la cárcel; sintió en la carne y
en los huesos las huellas de sus muros.
“Quien tuviera fuerzas, para irse de aquí...”
Las ilamas se convertían en nubes grises que cercaban al sol. El
día se tornaba helado. Un viento inesperado despeinaba los
árboles. Las puertas se cerraban bruscamente. Las calles se
quedaban solitarias. Sólo algunas ratas mordisqueaban los
desperdicios encontrados bajo las barracas del mercado.

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El día terminaba y Felipe no había probado bocado. Su cuerpo
buscaba el descanso en una banca del jardín. Cerró los ojos para
mirarse dentro.

“¡Claro que puedo resistir un día más...! Lo


importante es no perder las esperanzas. Total, nada me detiene en
este lugar. Hoy mismo me iré”

- ¡Hey, Felipe, vente a tomar un calientito!


- ¡Felipe, aquí está tu mezcal!
- ¡Anda, tómate esta cerveza!
- ¡Pobre Felipe, tiene todo el día sin comer!
- ¡Dale un tequila para que se anime, el pobre!
- La Niña está muy rara hoy.
- La Niña no ha tomado un trago en todo el día.
- La Niña no regresó a la casa de su hermano.
- ¡Niña! ¡Felipe ¡Niña! ¡Felipe! ¡Niña¡¡Niña!

Felipe pasó su brazo por la frente, desesperadamente; exhaló


anhelante. Se removió y quedó con la mirada fija en las
sombras informes de la galera en espera del amanecer.
Afuera llovía. Era una noche helada de invierno y se hacía
insoportable en ese sitio sin iluminación, largo y terroso,
alojando a 32 hombres, tiritando, hacinados en los rincones.
Felipe abotonó su camisa, frotó sus manos repetidas veces y
se acurrucó sobre el costal que le servía de cama.

Ya no habría días distintos. No habría preocupación por


esperar el amanecer y salir a la calle en rescate de las horas
asesinadas. Ahora su nombre y su cuerpo pertenecían con
razón a ese sitio donde sus músculos habitualmente esclavos
no esperaban descanso, ni su mente se atrevía a deletrear un
mañana.
NOCHE DE TÍTERES

- ¡Ya me voy, Carolina!


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- ¡Que te vaya bien...! - Me contestó mi esposa desde la
recámara – Si continúa lloviendo, pasaré por ti en el auto
–añadió con voz más fuerte.
- Está bien, - le respondí – allá te espero.

Hoy es una de esas noches en que el trabajo se realiza de manera


mecánica. La guitarra eléctrica que tengo en mis manos es parte
de ese oficio. Mis dedos han memorizado las posiciones y el
rasgueo preciso para cada compás. “¡Ahora!” gritamos los cinco
músicos; nos balanceamos lanzando el pie derecho hacia delante;
uno, dos, tres; ahora el izquierdo: uno, dos, tres...

El salón de fiestas es nuevo y estamos al fondo, en un mezanine


especial, lo que nos permite observar a todos los concurrentes
desde un plano superior. La fiesta empezó hace una hora, más o
menos, y, las parejas que bailan empiezan a estar más animadas.
Al pensar en el tiempo, compruebo que estoy contando las horas
que faltan para que este trabajo termine. Sí, es bueno; los ingresos
que me llegan por esta presentación son mayores a los que percibo
como maestro de piano. Ya había dicho que iba a dejar este grupo
para dedicarme a mis estudios, pero siempre accedo a venir. con
los muchachos. Sé que es falso lo que me dicen: que “soy el pilar
del grupo”; que “nadie podrías suplirme” y otras frases
semejantes. Pero eso lo dicen porque somos amigos desde hace
mucho tiempo y nunca nos hemos distanciado, a pesar de que yo
fui a Bellas Artes y ellos no. También les gusta mi voz, por eso
siempre incluimos cuatro o cinco canciones en un momento del
baile y es donde participo con más emoción. Hoy cantaré algo de
María Greever y tal vez me decida por dos canciones de Arcaraz...

Aquí estamos con el potpurrí tradicional para que los invitados se


agiten y se cansen como nunca: aquí está la Raspa, ahora aun
jarabe; otra vez la Raspa... una canción infantil: “A la víbora,
víbora de la mar.”
Abajo, la masa bailadora se alarga en varias filas que bajan bajo
los brazos arqueados de alguna pareja con alta disposición para
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este juego. Volvemos a la Raspa y vamos acelerando para llegar a
un zapateado final. Esto me empieza a gustar; siento que hay un
poco de emoción en lo que estoy tocando. Me doy cuenta que esto
es divertido: toda esa masa (así pensé “masa” por no querer buscar
una palabra que los defina mejor; pero está bien, es una masa que
se mueve al compás que nosotros les marcamos) nos pertenece en
este momento, están bajo nuestros caprichos.

Seguramente cada uno de los invitados llegó con la intención de


divertirse, pero resulta que quien más se divierte soy yo. Observar
a los gorditos siempre lo encuentro divertido. Ahí por el lado
derecho, el simpático hombre de traje café que intenta ser ágil a
pesar de sus kilitos... A las mujeres las respeto. Claro que, si me
fijo en ellas, en la elegancia de sus vestidos, en su porte, e los
peinados sofisticados que a veces usan, en su gracia y picardía
para ciertos bailes; pero no estoy acostumbrado a burlarme de
ellas. Ya dije que las respeto. Pero las admiro, sí, me gusta
detenerme a observar miradas, sonrisas, figuras, esbeltez,
tumescencias simétricas naturales... He dejado de ver al gordito
de traje café y descubro a una dama de blanco, elegante, su pelo
corto deja libre sus expresiones faciales. ¡Qué alegría se detecta
en su mirada y en el horizonte de su sonrisa! A veces ríe con
discreción y empiezo a imaginarme sus diálogos.

Las parejas vuelven a sus mesas y las voy siguiendo con la mirada
para constatar su cansancio o su emoción por seguir bailando. En
la siguiente tanda vamos a incluir música suave para que las
parejas retomen el sentido del baile; ese encuentro de un hombre
con una mujer confirmando afinidad y tal vez preludio de futuros
intercambios de ternura, a veces, en un plazo breve o
inmediatamente después del baile.

Distingo a los matrimonios con facilidad; no sé exactamente por


qué detalles, pero los distingo; también reconozco al seductor... no
sé si en la mirada, en su actitud acosante que no puede ocultar o
en una cuidada elegancia, pero no me falla. Sí, ahí en una mesa
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del lado izquierdo está un tipo de esos. Ya lo veo; parece que está
recurriendo a la estrategia de ser víctima del mundo. Seguramente
está diciendo: “Estoy solo” “Nadie me comprende”. “He iniciado
varias empresas y me he encontrado con la indiferencia, la
enemistad, la desconfianza, la soledad”. Que no puede seguir
hablando de asuntos tan delicados en ese ambiente un poco
profano e insulso; que la conversación de los dos requiere de
intimidad, de espacios que motiven la comprensión. No puede
seguir abriendo su corazón a ella, en ese sitio con tanto ruido, con
tanta frivolidad.

Ella escucha tal vez ese discurso y se convence de los


requerimientos del hombre. ¡Ah! La estoy viendo de espaldas, su
vestido escotado muestra su torso sólido, la estatura aumenta con
el peinado alto en donde luce perlas y gemas... Sí, es ella; su oreja
pequeña, la parsimonia de su hablar son inconfundibles. La veo
de espaldas, pero imagino su astuta expresión de ingenuidad
estudiada, conmovida aparentemente por todos los dramatismos a
que el hombre ha recurrido en la exposición “del amargo
momento de su vida por el que atraviesa sin merecerlo.” No sabe
que todo lo dicho por é paso como simple oralización que el oído
de Carmen captó, pero no movió ningún resorte emocional en su
interior. Sí, es Carmen, esa muchacha altiva y calculadora que se
esconde detrás de un rostro angelical y sorprendido...

La conozco bien. La he visto otras veces, una de ellas aquí, en


este salón de fiestas, en el mismo juego que concluye con la
frustración del seductor y ella feliz de haber disfrutado una noche
de baile. Es una mujer versátil. La conocí hace tiempo, en otro
sitio. Había un recital poético y durante las lecturas, ella se
mantuvo atenta a cada palabra a cada verso pronunciado por
jóvenes literatos. Vinieron después comentarios, elogios, críticas y
sugerencias; el brindis acostumbrado y luego la charla amena, la
convivencia animosa y durante todo ese tiempo, ella no expresó ni
una sola palabra. - Ni siquiera un “buenas noches a todos” cuando
partió con su padre.
53
Un día, al salir del conservatorio, mientras atravesaba el jardín,
me sorprendió la lluvia y corrí a un café cercano. Al llegar a la
puerta, llegó ella por otro rumbo, con la misma intención de
guarecerse y surgió espontáneamente el primer “hola” que
estableció la comunicación. Por eso sé que es maestra de idiomas,
porque en esa primera conversación intercambiamos “bon
giornos” “spassivas”, o “Vielen Dankes” elementales. Hablamos
de viajes y de preferencias, así pudimos coincidir con Satie, el
Pierrot lunaire de Schoemberg. Además, al mostrar mis papeles
pautados le tararée el “do-fa-fa-mi-fa-mi-re-do” de una posible
composición para piano. Terminó la lluvia y la conversación
siguió con otro café sin prisa, hasta que nos despedimos.

La primera vez que me encontró aquí, se sorprendió y noté un


expresivo reclamo en su mirada. “¿Cómo puede usted tocar este
tipo de música?” Mi mirada intentó responderle: “Es un trabajo
remunerado, véalo así.”

Ella sabe que mi propósito es dejar este trabajo, sólo que no se


han dado las condiciones. Bueno, ya lo había dejado en un tiempo
y fue cuando pude avanzar en mi género. Me inclino por la música
de cámara porque motiva la intimidad.

Carmen estuvo presente cuando estrenamos el Trío de


Mendelssohn y una `pieza de Honegger. Esa interpretación del
trío fue un verdadero alimento espiritual insustituible... Aún las
notas corren por mis venas como parte de mi propia respiración.

¡Qué contradicción...! En este momento me dice el director del


grupo que vamos a tocar Cha cha chá y salsa... uno, dos, tres,
¡Ya! Y aquí estoy, con el teclado eléctrico dando los acordes que
se necesitan para que la gente se mueva allá abajo. Aun así, no se
me borra Mendelssohn... vamos pues a divertirnos con esa masa
bailadora. Esta noche son receptivos a todo lo que les mandamos.
Sí, me toca gritar: “La bala...” Mi compañero ordena: “Hagan
una rueda” Y las parejas se desplazan en su mayoría para formar
54
círculos al compás de la música. Yo grito ahora: “Todos en un
pie...” Aprovechando la obediente respuesta gritamos: “Den la
media vuelta”, “saquen un pañuelo”, “fuera la corbata”, “a
cambiar pareja” ...” La bala... mi corazón es para ti.”

¡Qué barbaridad! Lo que tiene uno que cantar; tanta pobreza de


letra... Pero miren: la masa está feliz. Además, para que me
sorprendo si yo también he bailado esas piezas y he hecho lo
mismo que ellos. No voy a presumir de ser de otro mundo.
También he sido títere movido a voluntad del grupo musical.
Como que se ha perdido la dignidad en el baile; ya no es la pareja
que se desplaza según su habilidad e iniciativa, sino que los hilos
de sus movimientos penden de nuestros caprichos.

- Viene la canción – me ha dicho el director y como había pensado


en Arcaraz, tomó el micrófono mientras cambian las luces y
empiezo a cantar engoladamente:

Bonita, como aquellos juguetes...

Carmen me ha reconocido y voltea a verme “No estoy cantando


para ti” Ella intenta llamar mi atención; hacerme creer que le
gusta la canción y mi voz; pero yo veo a toda la masa, indiferente
a ella, presiente que la observo y a pesar de la media luz, cuida la
distancia con su pareja. El hombre intenta estrecharla
voluptuosamente, pero ella, con gracia esquiva ese impulso.

En el momento que retomo la frase:

Bonita, como aquellos juguetes,


Infantiles de ayer...

Nuestras miradas se encuentran y no puedo evitar detenerme en


sus distantes ojos... Ella me sonríe con esa picardía de mujer que
se sabe bella y admirada. Ya caí. La masa desaparece, mi
canción es parte del diálogo entre Carmen y yo.
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Imagino que dice a su acompañante: “Espera, déjame escuchar
esa canción” y se queda parada en la pista de baile. Entonces me
acerco al micrófono y con voz más suave, como una confesión,
canto:

Toda una vida,


Me estaría contigo...
Y poco después:
Por qué no han de saber
Que te amo, vida mía...

Vinieron después más momentos de baile y yo me dedicaba a


contar los minutos que faltaban para terminar. Continúo en el
teclado electrónico y mis dedos no se mueven mecánicamente,
sino motivados por llegar al fin de la presentación.
La mirada de Carmen parecía haberme confirmado que nos
veríamos al final de la fiesta. Ella sabe cómo deshacerse de su
acompañante, sin agravios ni enojo; con esa dulce diplomacia de
mujer bonita.

No quise imaginar más. Pensaba que los sucesos se iban a


presentar espontáneamente y sólo necesitaba estar motivado para
cada momento.

¡Por fin, tocamos las “Golondrinas”: agradecimos la preferencia


del auditorio; nos ofrecieron un whisky que bebimos
animosamente! Guardamos cada uno de los instrumentos; los
transportamos al vehículo y les dije a mis compañeros:
- “Los veo mañana”
Me separé del grupo dirigiéndome hacia donde se encontraba
Carmen, quien, cuidadosamente había hecho tiempo
despidiéndose de algunas amigas mientras yo bajaba.
Ahí estaba ella, convenciendo a su acompañante que había pasado
una noche gratísima, que él era un excelente bailador y que su

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compañía era una experiencia inolvidable. “Gracias” le dijo ella
y agregó con tono terminante: “Otro día nos veremos, adiós”

- ¿Estás listo? – Dijeron a mi espalda y la voz me heló. Me detuve


frustradamente y seleccionando la máscara de “Sí, ya estoy listo”,
tomé a mi esposa del brazo, dándole la espalda a Carmen y
salimos bajo una lluvia fuerte para regresar a casa en el auto de mi
suegro.

140 DECIBELES

Tina abrió la puerta de su casa y se encontró con un desesperado


Günter y antes de recapacitar por la sorpresa, él extiende la mano
violentamente, casi gritando:
- ¡Toma la llave, ahora todo está en tus manos...!
Y corrió calle abajo como delincuente sorprendido. Apenas había
llegado a la esquina de Heine Platz cuando apareció la patrulla
que, al reconocerlo, fue tras él.

Tina, desde el umbral de su casa, observó esta escena y casi


horrorizada cubrió el rostro con las manos, suponiendo la captura
inminente de su amigo. Entró a su casa caminando con torpeza
hasta llegar al sofá. Se dejó caer sintiendo que su corazón
aceleraba su palpitar de manera inesperada. La llave que apretaba
en su mano le hacía daño.

En el año 2006, los cambios políticos que se habían dado en los


países europeos desde la década anterior habían auspiciado que las
élites gobernantes se conformaran de los hombres nacidos después
del final de la época colonial en Africa. La tradición de que los
puestos recayeran en los hombres de edad avanzada, había sido
superada. Por eso, cuando en Alemania quedaba al frente del
gobierno Friedrich Schmidt, un hombre de vestir y habla no
convencionales de carácter autónomo y firme, no sorprendió que
uno de los decretos para la formación del nuevo ciudadano alemán
del siglo XXI, fuera prohibir la audición, interpretación,
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publicación y difusión de la música llamada clásica,
principalmente la de origen de las épocas anteriores a la nueva
sociedad.
Herr Friedrich, (sin el Herr en el trato cotidiano) había vivido con
otros valores musicales opuestos a los que sus padres y las viejas
generaciones, habían intentado conservar.

Ahora esos grupos humanos constituían una de las minorías


culturales en la nueva sociedad y recibieron con pasividad el
decreto. A quienes recordaban la guerra esto no les preocupó más
allá de exclamar:
- ¡Qué lástima!
Y otros sintiéndose responsables decían:

Wie die Saat, so die Ernte.


Kommt Zeit, Kommt Rat.

El “sin Ludwig, sin Franz y sin Johanes” cundía con entusiasmo


entre las generaciones jóvenes, de tal manera que en poco tiempo
la euforia novocentista produjo consecuencias radicales: Un
funcionario menor creyó oportuno invitar a una quema de
testimonios de la cultura caduca, como fonogramas, cintas, libros,
partituras, retratos, videos, films, etc., etc. Ante la jubilosa
aceptación. Se fijó la fecha: 15 de abril.

Para Gúnter, esto se veía con asombre, con incredulidad, le


despertaba una actitud contestataria que los movimientos
estudiantiles, no le habían estimulado.
Cuando leyó en la prensa el decreto de la prohibición de la música
clásica, sonrió con una marcada intención de burla, pero se dio
cuenta que, en la Universidad, sus compañeros festejaban esa
decisión.
¡No podía creerlo!
Recordó que desde 1985, en los Estados Unidos, el presidente
Reagan había prohibido por subversiva a “Romeo y Julieta” como
anticipo de la tendencia de destruir los valores clásicos.
58
Ahora, en Alemania, era el turno de la música.
Se vivía una fiebre por el novocentismo que despertaba los
siempre sometidos instintos de destrucción. El siglo apenas había
comenzado y era urgente desatar las potencialidades de las nuevas
generaciones. Se había rechazado la aspiración de cimentar el
novomilenismo porque el siglo anterior demostró la vertiginosidad
de los cambios sociales y se comprendía que lo que se
emprendiera en ese momento no podía durar mil años, pero sí un
siglo. En los países vecinos, los decretos iban prohibiendo a
Chopin, Charpentier, Smetana, Dvorak, Sibelius, Grieg,
Schoemberg, Glinka, inicialmente, mientras se preparaba la lista
de los músicos nacionales.

En Italia, por las oposiciones políticas contra los países no


mediterráneos quese daba en ese momento, esta nueva invasión
bárbara no traspasaba los Alpes y se aprovechó para reafirmar las
actitudes nacionalistas aumentando en todos los medios la
difusión de Vivaldi, Verdi y Rossini que favorecían el despertar
de un sentimiento defensivo y hostil contra los Fritz.

En la soledad de su habitación. Günter ordenó todos sus discos,


cintas magnéticas y videos. Utilizando audífonos, se sumergió en
obras de Schubert, Liszt y Wagner. Parecía que las Walkirias lo
incitaban a la rebelión, que su tropel le inyectaba la fuerza
necesaria para tomar la decisión.

Entonces recordó que no todos sus compañeros del grupo habían


participado con la misma euforia destructora a que invitaba el
decreto. Todavía con la huella de los compases wagnerianos salió
a buscar a sus amigos.

- Este es un crimen contra la cultura universal; no podemos


permitir que desconozcamos siglos de la creación humana
por una voluntad política circunstancial.
- Es como borrar el Rhin y el Elba de nuestro suelo.

59
- Es negar una parte de nosotros mismos, clausurar la
sensibilidad reflexiva para limitarnos a las sensaciones de
la percusión.
Y hubo respuestas, primero con temor, pero poco a poco el
grupo fue creciendo en una estricta clandestinidad.

Günter convenció a su abuelo para usar la cava de su casa en


los suburbios de Berlín. Ahí, acondicionaron una fonoteca
con todos los materiales que pudieron rescatar y establecieron
las precauciones de uso en el absoluto silencio ambiental.

Después del día 15, nadie podría escuchar a los clásicos y la


policía municipal y los pioneros novocentistas se encargaban
en sus rondas de cumplir con lo establecido.

El mundo sonoro de los últimos años requería de 140


decibeles de potencia para ser percibido por las generaciones
jóvenes porque sus oídos atrofiados desde la infancia les
exigía esa intensidad. En los mayores de 24 años, la sordera
era frecuente pero el juego de las luces multicolores
flasheantes e intermitentes despertaban las antiguas
sensaciones auditivas.

En esos nuevos centros de esparcimiento masivo, las sombras


y las luces provocaban la plena evasión buscada entre
capullos de humos aromáticos que cubrían a una obediente
masa que se agitaba en una diversidad de contorsiones
rítmicas.

Desde el año anterior, los maestros, solistas y directores de las


orquestas sinfónicas o de cámara habían presentido el final de
su carrera y con amargura intentaban adaptarse a una nueva
vida o morir en la incapacidad de volver a ser los intérpretes
del arte.

60
Tina y Günter formaban una pareja armónica en muchos
sentidos sus caracteres parecían complementarse de una
manera natural, salvo en el disfrute de la música. Él pocas
veces acompañaba a Tina a sus conciertos juveniles y ella
jamás lo acompañó a esa rara presentación de música de
cámara.

Cuando los nuevos acontecimientos, Günter tuvo precaución


de no comentar su sentir porque ella pertenece a la familia
gobernante, Friedrich Schmidt es su tío; aceptaban sus
diferencias, pero la nueva empresa no era confiada a su
amiga.

Tina volvía de sus vacaciones y relataba la belleza de los


fiords noruegos, los bosques y lagos escandinavos, sus
montañas y nieves; mostraba fotografías y videos de paisajes
encontrados. Entonces Günter no resistió guardar el secreto y
le dijo:
- Hay otra forma de expresar esas imágenes de Noruega, al
amanecer... Si prometes guardar el secreto, un día te lo
muestro.
- ¿Cómo? – Exclamó Tina.
- Un día te lo muestro.
Y calló; pero dejaba en ella una semilla de curiosidad que habría
el camino para confiar a su amiga su tesoro.

Otro día, ellos volvían de jugar tenis, habían compartido el baño y


el intercambio de caricias le hizo decir a Günter:
- ¡Imagínate de cuantas maneras el hombre ha expresado
sus íntimos sentimientos, más allá de las palabras, las
formas, los colores, las miradas y las caricias!
- ¿Te refieres al arte?
- Sí, ven conmigo. Quiero compartir esta emoción; sé que
para ti puede representar un peligro, pero no quiero
ocultarlo más.
- ¿De qué se trata?
61
- Ven.

Se dirigieron a los suburbios, llegaron a la casa de la abuela y


Günter abrió la entrada a la cava. Tina quiso huir, gritar, romper,
destruir, pero su amigo le pedía atención; un momento solamente.
Ella cedió porque la mano del amigo le insistía con delicadeza le
dejara explicar. Con un sentimiento frustrante de encontrarse con
el amigo en riberas opuestas, pero no con los lazos rotos
exclamaba:
- ¡Günter, Günter, Günter!
Se colocaron sendos audífonos, aunque ella, cerrando los ojos
fuertemente quisiera cerrar sus oídos...

- ¿Cómo podría decirte sin palabras esos sentimientos de ternura


que hemos compartido plenamente? Escucha esta parte del Lago
de los cisnes, cuando el príncipe deja la sala de baile pata tomar
aire fresco y encuentra en la orilla del lago a una doncella que
graciosamente se desplaza con otras compañeras; escucha en el
violín a mis propios pensamientos.

Tina resistía dejarse llevar por las explicaciones del amigo, pero
poco a poco, fue aceptando ese mundo sonoro que había
desaparecido en el exterior. Günter la fue iniciando con las obras
elementales: los “claros de luna”, los “nocturnos”, los diálogos
interiores de los “tríos y cuartetos”, el correr de los ríos para
formar la catarata de las “sinfonías”; el peso doloroso de la
tragedia de las “óperas”, en fin, las obras rescatadas que tenían
íntima relación con la sensibilidad de Günter que deseaba
compartir con Tina.
- ¿Cómo describirías el paisaje de Noruega? Escucha esta obra de
Grieg que desea comunicarnos el amanecer en su patria...

Así fueron pasando los días y aunque Tina Aceptaba todo lo que
su amigo emprendía no podía negar que estaba en el plano de lo
prohibido por la sociedad y su familia. Temía profundamente el
desenlace, pero ya no podía retroceder.
62
En los últimos meses, la policía pregonaba los descubrimientos,
decomisión y quema de materiales subversivos y el castigo a los
infractores. Las masas aplaudían esos hechos y se gritaba con
mayor énfasis el sin Ludwuig, sin Franz y sin Johanes.

En algunos lugares se permitía conservar los instrumentos como


antigüedades. Su uso no era posible porque había radares que
detectaban las ondas sonoras y comunicaban instantáneamente la
ubicación a la policía para que cumpliera con su misión.

Por la profunda admiración hacia el amigo, Tina se iba


convirtiendo en una inseparable cómplice en las tareas de
resguardo y rescate que no terminaban, porque el proselitismo
clandestino aumentaba inesperadamente.

De una manera sutil se percibía que cuando se invitaba a


destrucciones públicas de materiales encontrados por la denuncia
cívica de los ciudadanos, la euforia no disminuía, pero sí en
número de jóvenes asistentes.

Una noche de sobremesa en la casa de Tina, se comentaba que si


los jóvenes dejaban de asistir era porque adoptaban actitudes de
rebeldía hacia la norma y eso implicaba una rebeldía hacia el
régimen. Era necesario investigar las causas de esta situación. Si
los adultos no han aceptado con entusiasmo nuestras medidas lo
consideramos normal, por la lentitud de asimilar e integrarse al
cambio, pero si los jóvenes lo hacen, se ubican en posiciones de
peligro para el régimen. Habrá que intensificar la persecución
hacia esos enemigos de la actitud novocentista. Como Tina callaba
e intentaba mostrarse impasible, refrenando su respiración
temerosa ante todo lo que se expresaba, el padre la mira y le
pregunta:
- ¿Sabes algo sobre este asunto, Tina? Seguramente en la
universidad conocerás a muchos jóvenes, pero no olvides
tus obligaciones cívicas de informarnos de todos los actos
63
subversivos que puedan generarse en ese sitio. ¿Recuerdas
a tu primo Herbert de Nüremberg? No creyó en la
severidad de nuestras intenciones y ha sido desterrado
porque se atrevió a ofrecer un concierto de piano después
del día 15 de abril. No es posible concebir y proteger esas
actitudes subversivas entre la familia...

Tina callaba y su mirada conservaba la tranquilidad, pero su


pensamiento conjugaba la expresión emotiva de Günter con los
movimientos de la séptima de Beethoven que despertó su
sensibilidad adormecida por tanto tiempo.

Las precauciones del grupo de Günter aumentaron. Había


establecido la custodia semanal del recinto y sólo uno de ellos
tendría acceso para evitar que fueran sorprendidos en grupo.

- Esta llave, Tina, es la única que tenemos y semanalmente la


iremos pasando al responsable. Ya no podemos reunirnos como
antes; ahora nuestras vistas serán más individuales, en horarios
más limitados. Esta tarde escucharemos a Schubert. Te gustará.

Uno de los nuevos ingresantes al grupo comentó a una amiga las


acciones y propósitos de la asociación, los riesgos y satisfacciones
que iban adquiriendo. La invitaba a compartir una sesión
malheriana. Ella titubeaba, pero atraída por la emoción de lo
clandestino prometió asistir otro día. Ella confía a una amiga y
esta al compañero y así fue circulando la información hasta que
llegó a los pioneros novocentistas y estos empezaron a indagar
más.

No fue difícil localizar a Günter como promotor, por sus


antecedentes como estudiante de arte y por su ausencia notable en
todas las ceremonias novocentistas dedicadas a la música
establecida.

Tina apretó la llave en sus manos. ¿Qué iba a hacer?


64
La solución parecía estar clara: entregar la llave a la policía para
que cumplieran con su deber... Sabía que Günter jamás revelaría
la ubicación del sitio buscado. Aceptaría todos los castigos, pero
nunca entregaría el material conservado. ¿Sería ella capaz de
hacerlo? Por su formación familiar, reconocía cuál era su deber,
máxime después de conocer la suerte de su primo Herbert.

Pero, ¿podría permitir que el fuego y las hachas destrozaran a


Bach, Schubert, Beethoven y Malher?

- Günter tiene razón: “es como borrar el Rhin y el Elba de


nuestro suelo...”
- ¿Qué pasa, Tina? – Dijeron desde el interior de su casa. -
¿Quién llamaba con tanta insistencia?
- Era la policía; buscaban a alguien.

65
SOLEDAD SOLIDARIA

Las aguas del Orne pasan con un leve rumor bajo los puentes
antes de llegar al puerto. El gris de la tarde parece aumentar el
sentimiento de soledad que cubre la ciudad en este primer día del
año. La temperatura es baja y el viento helado hace que Christine
lleve su bufanda al frente del rostro que deja sus ojos fijos en la
susurrante corriente del río. Ella se apoya en el barandal del
puente y seguramente intenta descubrir alguna señal que venga de
las cercanías de Alençon, donde están las raíces de su vida.

Tal vez imagina la frialdad de las aguas y un sentimiento de temor


inunda su expresión para detener el impulso de arrojarse. Su
abrigo azul lo ajusta más a su cuerpo tomando las solapas con sus
manos para cruzarlas a la altura de sus hombros.

Permanezco inmóvil, a la distancia. No hay autos que rompan el


silencio ni peatones que recorran las calles. Desde aquí, desde el
jardín de Cuverville, cerca del monumento que da la espalda, la
silueta de Christine queda frente a mí, sin que perciba mi
presencia en este momento de su desesperación.

No sé si acercarme para interrumpir su decisión. ¿Con qué


derecho? ¿Quién soy yo para meterme en su vida? Cierto, no
somos extraños, también es cierto que desde que nos conocimos,
por la afinidad de escuchar a Víctor Jara, nos hemos llevado bien
y hemos compartido gratos momentos de convivencia. Pero han
sido sólo encuentros superficiales; charlas sobre las actitudes
políticas, sobre la música latinoamericana pero no sobre el “yo”
íntimo, sobre el ser profundo en sus aspiraciones y en sus
vivencias, en sus actos y sus compromisos.

A pesar de que no hemos develado el iris de nuestros


sentimientos, sé que Christine pasa por un momento desesperado
de soledad. Anoche, 31 de diciembre, quedó sola en su chambre.
No hubo un abrazo de año nuevo, ni un brindis con “Côtes du
66
Rhone” y las crepas que preparó quedaron sin ser probadas por
nadie, a pesar de que habíamos ofrecido pasar juntos esta noche.
En la tarde de ayer, cada uno de nosotros encontró un motivo para
volver con los suyos o acompañar a otros camaradas en reuniones
más animadas y alegres. No tuve valor de caminar sobre las calles
nevadas para estar con ella. Caminar desde Lebisey hasta Belles
Portes lo hubiera podido hacer. Sí, está lejos, pero otras veces lo
he hecho, aunque en horas más tempranas.

No supe que los demás rompieron su compromiso; pensé que yo


iba a ser el único en no asistir a nuestra reunión, por ello, no hice
ningún esfuerzo para encaminarme a buena hora chez Christine.

Ella había decidido quedarse entre nosotros a pesar de que su


familia la esperaba. Sabía que preferir a los amigos iba a ocasionar
una ruptura inesperada con sus padres y hermanas, pero era su
decisión de autonomía e independencia. Sabe que de su casa no
tendrá algún apoyo para sus estudios, no porque se lo nieguen,
sino porque conoce las limitaciones reales para hacerlo. Por eso
trabaja tanto, para contar con recursos que le hagan posible
cumplir con sus propias metas.

El poco tiempo que tiene libre lo dedica a estar con nosotros. El


ritual de nuestros encuentros es sencillo: preparamos café,
llevamos galletas y queso, a veces, algún tinto. Escuchamos
música, pero nunca salimos de Víctor Jara y coreamos unidos de
las manos en alto: “¡A desalambrar, a desalambrar! La tierra es
nuestra, es tuya y de aquel”.

Hay una emoción desbordante que se repite a cada momento.


Percibo que nos mira emocionada porque supone que somos
activistas revolucionarios en nuestros países; que, en Colombia o
Costa Rica, México o Chile, cada uno de nosotros participa en
movimientos sociales anti-imperialistas, anti-burgueses o
simplemente populares. Ella, aquí, está en la vertiente del P.C. y
no oculta su admiración por las intervenciones efusivas de George
67
Marchais. Repite con entusiasmo las frases sarcásticas del líder,
principalmente ese señalamiento de las actitudes y acciones de los
personajes oficiales:
C’est un scandale!

Admira las acciones de las guerrillas latinoamericanas. Hay en su


chambre dos affiches en el muro: un rostro del Che y el poema
“Te quiero” de Mario Benedetti. No habla español, pero supuso
que el poema era una concepción diferente del amor, una
declaración comprometida con la lucha social, más que un
sentimiento sensiblero común.

Ahora que lo recuerdo, dije que Christine no habla español. Para


ella el inglés es su primera preocupación porque desea obtener la
licenciatura en letras inglesas con mención sobresaliente. Sí, no
habla español, pero quiere comprenderlo. Deduce con facilidad el
significado de nuestras conversaciones. Una noche que estaba
muy intranquila traté de calmarla con una serie de ritos hipnóticos,
emulando a esos personajes que duermen al público del teatro y
pide que hagan las cosas más divertidas, sin tener su voluntad. Le
pedí que cerrara sus ojos y que imaginara paisajes, que los
describiera, que sintiera que viajaba en un tren y el golpeteo sobre
los rieles era notable. Desde la ventanilla, el paisaje iba
cambiando, entonces, yo agregaba elementos para que ella los
integrara a su imaginación. Después de recorrer los bosques,
lagos, sinfonías de cúmulos y cirros en cielos azules, grises,
estrellados; llanuras, cataratas, nieve o arena, dejamos la
imaginación y volvimos al ici et maintenant objetivo y realista.
Pedí que me describiera con los ojos cerrados el poema de
Benedetti que quedaba a su espalda y aunque primero dijo que no
lo sabía, por mi insistencia se concentró y con cierto titubeo dijo:

“Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo”

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Sí, sí, dijimos los amigos que estábamos en ese momento y la
animamos a que continuara; cada vez con más certeza iba
diciendo:
“Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia”

hasta concluir emocionada:

“La gente vive feliz, aunque no tenga permiso”

- ¡Uri Geller ! Sotero, eres un taumaturgo. ¡Brujo!

Ella, sorprendida de su hazaña me miraba con admiración


desbordante. Yo no le di importancia y traté de resaltar su
inteligencia.

Anoche, yo también me quedé solo. Hacía mucho frío y el


silencio que me envolvía no me inquietaba al principio. Cerca de
las diez de la noche hubo una interrupción de luz en un sector de
la ciudad.

No quise abrir ninguna página del recuerdo porque estaba


convencido que sólo era una fecha más en el calendario de la vida.

La significación depende no solamente de la costumbre, sino de


una posición económica y cultural. Si los astros han determinado
nuestras unidades de tiempo, entonces el verdadero inicio de un
ciclo anual es el solsticio.

Siempre he pensado que la soledad es relativa, porque, aunque no


hay nadie junto a mi está Brahms, Satie y Neruda y si abro el
recuerdo…. No, no, eso no. Ni una mirada atrás. Quise quedarme
solo, como una prueba de estar libre de las vanidades sociales. No
me afecta que, a las doce de la noche, sólo escuche la radio y
acaso beba un poco de Marnier. Tampoco quiero escribir ninguna
carta en este momento porque puedo expresar emociones
pasajeras que después no pueda aceptar.
69
Me sentí tranquilo. Tal vez en tierras lejanas alguien recordaba
algo de mí, tal vez no. ¿Qué importaba?

Antes de que la luz volviera, pasaron dos amigos para invitarme a


ir con ellos, pero no acepté. No podían creer que me quedara solo
este día. Serían las dos de la mañana cuando decidí acostarme.
Aún estaba tranquilo.
Pero esta mañana, y todo el día, sin tener a donde ir, sin saber qué
hacer, sólo con un trozo de baguette y té, caminando por todos los
rumbos, yo también estoy desesperado. No quisiera estar aquí.
Lo peor es que no sé dónde quisiera estar. Si pienso en
Barranquilla o en Santander, es la imagen de Laetitia la que
aparece en mi recuerdo con sus actitudes dominantes y posesivas,
sus prejuicios, su terca actitud de imponer su voluntad a todo lo
que la rodea. Sería un constante volver a la reyerta, más que a la
palabra o a la caricia. De ella no he recibido ninguna noticia;
nunca me ha escrito siquiera una palabra en una tarjeta postal. Yo
si le envié una desde los primeros días que estuve en estas tierras.
Mantiene firme su
propósito de acabar lo nuestro. Así lo dijo unos días antes de que
yo hiciera los trámites para venirme. “Si te vas, esto se acabó,
adiós”.
No quiero volver con ella. Pero aquí, ¿qué hago?
¿Y Christine, dónde está? Tuvo el valor de hacerlo. Por estar
divagando dejé de observarla. Debe haber sentido el agua muy
fría, pero era su decisión, el camino de su vida concluía aquí, en
las aguas del Orne que han pasado por las cercanías de Alencon
donde están las raíces de su vida. La idea de un ciclo que
concluye.

El Orne es extraño a mí, no tiene más relación conmigo que la de


estar en este momento cerca de mi como tantas otras veces en mis
recorridos vespertinos.
Pero, ¿qué importa?
¡Christine, espérame!
70
----------------------------------------------
- Voilá un flic.
- Mire estos papeles, pueden ser del hombre que ayer se tiró al río.
- Christine, tú andabas por ahí, ¿no lo viste?

Morelia, Mich., 25 de mayo de 1997.


UNA VIEJA HISTORIA

Guardó sus cuadros con una frustración que intentaba disimular y


salió de la galería. Había confiado en que las horas dedicadas a
cada uno buscando la línea, el color, el efecto, el equilibrio, la luz,
las dimensiones y las técnicas iban a ser apreciadas y sus cuadros
podrían proporcionarle lo que esperaba. No eran los francos que
podrían darle sino el reconocimiento de su trabajo, la posibilidad
de que su nombre saliera de esa densa sombra en la que se veía
sumergido junto a tantos otros artistas que seguían luchando por
arribar a una ribera salvadora de su anonimato y en la que otros
tantos se han perdido para siempre.

Cuando mostró algunas fotografías de otros de sus cuadros, le


habían dicho “interesantes, muy interesantes”. ¿Puedo traer otros
trabajos? – Había preguntado con la emoción de que sus
respuestas fueran consecuentes con las expresiones que habían
despertado las fotografías – “Sí claro, los esperamos”.

Ahora no le dieron tiempo de mostrar la diversidad de temas y


técnicas de sus nuevos cuadros. No había intenciones de nuevas
adquisiciones por una diversidad de razones que le expusieron.

De las galerías conocidas, esta era otra más que cerraba los
salones a su obra. Sentía que llegaba tarde a esta búsqueda de
espacios. Pero no podía cambiar lo pasado. Cuando conoció a un
pintor centroamericano como él, instalado en Les Halles, antes de
la construcción de la nueva plaza, no tuvo la osadía de enfrentarse
a la cotidiana angustia de luchar por la subsistencia y compartir
los espacios, las relaciones, el pan y el techo. Tomó otro sendero
71
de seguridad y dejó los pinceles como elementos de pasatiempo
esporádico, aunque no sin la intención de probar nuevos estilos
cada vez que los utilizaba.

¿A dónde iría?
Ya no podría ir a ese restaurante griego en la rue Mouffetard. Se
conformaría con una baguette con mantequilla y unos huevos
fritos que prepararía en su pieza de la calle Víctor Hugo en Pantin.

No estaba desesperado. Sabía que los rechazos a la obra de un


desconocido eran de esperarse, salvo que algún crítico descubriera
una característica sobresaliente y entonces sí, las solicitudes para
exponer lloverían. El artista realiza su creación con la intención de
verter sus emociones, sus concepciones estéticas, utilizando la
variedad de recursos disponibles y el tiempo necesario. La idea va
consolidándose en bocetos y por fin madura en la tela, que puede
llevar grandes novedades o aportaciones a la plástica
contemporánea, pero requiere ser apreciada por una autoridad
artística que podría no decir nada concreto, pero el tono, la pose,
el lenguaje, podrían sustentar la fama de un artista. (Recordó
cuando un amigo suyo, frente a los cuadros de un desconocido
dijo con voz engolada:” Hay una absorción de espacio que
dramáticamente lucha con los matices del rojo para
desencadenar los pilares de un conformismo ineludible que no
pueden superar los grilletes del amarillo. La esperanza, sin
embargo, campea estoicamente en los enhiestos tonos azules del
fondo.” Algunas de las personas que escucharon esa apreciación
consideraron que estarían frente a las obras de un futuro genio de
la pintura y compraron algunos cuadros.)

Lamentaba que su cuadro “Acuarimántica” no hubiera sido


apreciado debidamente. Había trabajado muchos meses para ir
puliendo la organización de los elementos, la expresión de un
rostro que mostraba una sonrisa clara frente a unos torbellinos que
parecían envolverla y, en contraste, su cuerpo desnudo descansaba
ondulante sobre la playa donde las olas parecían las manos amigas
72
que la protegían con suave contacto. Estaba convencido de sus
aciertos y habría que esperar el momento de su descubrimiento
por alguno de los conocedores del arte.

El presente no le angustiaba de manera profunda. Estaba lejos de


su Chinandega tranquila y estaba preparado para seguir sorteando
algunos días, tal vez semanas, de búsqueda de oportunidades para
exponer. Algunos amigos pensaban que la soledad le afectaría de
un momento a otro, porque nadie compartía su cotidianidad sous
le ciel de Paris.

Pero no había tal soledad. En realidad, parecía estar en una


encrucijada que ofrecía señales atractivas en direcciones
contrarias. Eran viejas relaciones afectivas imborrables a través de
las diferentes etapas de su vida. Nunca se había puesto un punto
final cuando aparecían señales de llegar a un término. Sólo se
ponía distancia y tiempo y en cada reencuentro renacían las
actitudes afectivas, como si no hubiera pasado nada.
Era tiempo de tomar decisiones y sopesaba cada uno de los
caminos a seguir.

¿Pero cuál seguiría?

Podría representar su situación en un cuadro: Una figura


antropomórfica llegaba por un camino. El mar y los naranjales
borraban sus huellas. Frente a este hombre aparecían tres
senderos que despertaban una expresión de asombro y hacían
extender sus dos manos abiertas a la altura de su rostro. Los
caminos se perdían en una perspectiva umbrosa con tonos
dominantes diferentes. Hacia el ángulo superior izquierdo
aparecía una mano femenina en actitud de rescatar a un náufrago
y casi tocaba una de las manos del hombre. En un recuadro de
fondo azul a partir de esta mano, se podría apreciar la
representación de un mundo estable, ordenado, propio. Otro
recuadro se extendía hacia el centro a partir del rostro incitante y
cauteloso de Afrodita. Los tonos naranjas expresaban la
73
voluptuosidad de los pensamientos que despertaban su presencia.
En el extremo derecho, un tercer recuadro se desprendía en tonos
verdes a partir de un horizonte crepuscular. En el gran fondo, un
destello luminoso daba señal de la grandeza de un astro. Los tres
recuadros formaban interesantes intersecciones en donde
aparecían los pinceles manchados de todos colores.

Sí, podría ser el tema de un próximo cuadro. Sabía que estaba


representando en símbolos convencionales las atracciones de sus
afectos, pero, era más notable su indecisión. Los tonos azules
cubriendo la mano protectora correspondían a Mme. Queneau.
Ella ha comprado todos los cuadros que le ha mostrado. Cuando
ha tenido necesidades apremiantes, sabe que ella adquirirá la obra
que le lleve. Es más, ella insiste en que deje su chambre de Pantin
y se vaya a vivir con ella por el rumbo de la Défense. Ahí
encontrará todo lo que necesite: estudio, materiales, comodidades
y la amorosa compañía de una mujer decidida a dejar su soledad
para consagrarla al artista latino, a veces desamparado y perdido
en el brouhaha de la ciudad Luz de todos los siglos. Pero, ¿su
libertad, no se perdería?

Elegir este camino podría ser fácil; sin embargo, no quiere pensar
en la palabra que merecería si optara seguirlo. No es por “el qué
dirán”, sino por sus propias convicciones, sus sentimientos
verdaderos, su integridad. Si alguna vez ha llegado a ese espacio
azul, ha sido estrictamente urgente y necesario. Quiere justificar
esta debilidad pensando que las redes de la vida lo conducirían de
cualquier manera a ese lugar, por más que hubiera querido
escapar. Si el destino está marcado, conviene dejarse llevar y no
oponerse. Cierto, también ha creído que “el hombre es el
arquitecto de su propio destino” y lo importante es encontrarse en
la encrucijada para tener la libertad de decidir. Siempre que ha
habido una decisión, nunca aparece la duda ni el arrepentimiento.
No volver atrás parece ser una regla determinante.

74
Cuando concibió la imagen de Afrodita, no estaba pensando en
alguien en particular. Podría ser Isela, Nadine, Blanca o
Argentina, quienes en un momento de su vida compartieron la
esfera de la intimidad. Fueron estaciones pasajeras en donde
nunca hubo la palabra de llegar a un destino, ni la promesa de un
mañana. Fueron oasis de ternura espontánea; como pasar por un
jardín pletórico de flores y aspirar el perfume libremente, cortarlas
y lucirlas por un momento. “Las rosas son para nosotros, para
nosotros es su aroma”, había dicho frecuentemente un antiguo
compañero de trabajo.

El horizonte crepuscular podría ser también la luz del alba. No


había una marcada definición vespertina en los contrastes de
cúmulos y cirrus, pero sí la intensa luz blanca detrás del perfil
orográfico en triángulos superpuestos. Estaba representando en el
tono convencional, la esperanza de una nueva presencia femenina
en su vida. Deseaba que existiera en la realidad. Tenía la
sensación de haberla encontrado pero las circunstancias no han
sido totalmente favorables. Tal vez aquella compañera de los
cursos de historia del arte con quien de manera natural aparecían
varios mundos afines, a veces tan diversos. Recordó como la
esfera de las amistades era en su gran parte, una esfera común. Las
coincidencias en los alimentos, en las frutas, los postres, el vino
blanco, la música, la poesía, las concepciones filosóficas y hasta el
carácter reflexivo, denotaban una identidad amplia y podría
asegurarse que, a pesar de las diferencias en la edad, eran dos
personas formadas en un mismo crisol cultural.

No lo había pensado antes, hasta aquella tarde que compartieron


una velada y la comunicación fue tan intensa olvidándose de todo
lo que había a su alrededor. Caminaron por senderos arbolados
apreciando el fuego del atardecer y compartiendo puntos de vista
en una multitud de temas vitales. Ella tuvo que darse cuenta de
esta afinidad desbordante, pero él resentía que, si fue un
descubrimiento significativo, para ella parecía no haber tenido la
misma dimensión.
75
Deslumbrado por lo que pasaba, tal vez exageró sin fundamento el
sentido real de los acontecimientos. Ella no había cambiado su
trato, afectuoso pero distante. Si ella no era la compañera de su
vida, la deseaba conservar en el umbral de lo posible. Por ello, la
imprecisión en los matices verdes del recuadro imaginado.

También, pensaría en aquella joven encontrada frecuentemente en


la parada del bus en el jardín de Luxemburgo y recorrían juntos
partes del trayecto; su conversación amistosa, entusiasta, parecía
expresar una admiración hacia su vida aún sin conocerlo bien.
Recordaba que sus frases eran directas cuando le mostraba
algunos apuntes porque decía con facilidad “no me gusta”, “es
bello”, “le falta algo”, “intenta de nuevo”, o, categóricamente:
“esto no sirve”. Nunca se molestó por estos comentarios
adversos, tal vez por el tono amable y la expresión sincera que
brotaba con naturalidad. Él observaba admirado el rostro de la
joven y no defendía sus proyectos. Cuando ella descendía cerca de
la Puerta de Orleáns, se despedían con un au revoir que podría
durar un día o tres semanas. Sólo sabía su nombre y que trabajaba
cerca de Luxemburgo. Sofía podría ser esa luz blanca del
horizonte de su cuadro.

Podría ser otra mujer, alguien que estuviera por aparecer en su


vida para integrarse en las mismas aspiraciones con los mismos
esfuerzos. La compañera para una labor cotidiana de sembrar
amaneceres y segar los frutos en las horas del zenit. Alguien con
la palabra de estímulo para emprender nuevas obras o la palabra
de admonición para reencausar los pasos desviados. Alguien con
quien fijar propósitos comunes y acciones para lograrlos. Así lo
había pensado siempre.
- ¿Aún podré encontrarla?
Pensó mientras concluía de descender de Montmartre. Seguiría
caminando porque le parecía un sueño desplazarse bajo la sombra
de tilleuls y marroniers que encontraba en muchas avenidas, a
veces, a orillas del Sena. Era cierto, él estaba ahí. No había
76
triunfado, como lo soñaba, pero ya era un triunfo en su vida ser
admirador de la obra del hombre plasmada en plazas,
monumentos y edificios. Con Reynaldo, un pintor boliviano,
recorrían la ciudad con la vista en alto, contrastando con el peatón
común que lleva la mirada hacia el frente o hacia el suelo. Así,
habían descubierto tantos detalles arquitectónicos que
normalmente pasan desapercibidos por la multitud. París se
ofrecía con todos los “prenoms” de la canción.
Recordar a Brel abría otra página de su vida. “Ne me quite pas”
estaba relacionada de una manera profunda con otra mujer que no
había sido considerada en la concepción del cuadro imaginado,
pero estaría más ligada a él que cualquiera de las damas
recordadas o por aparecer. Nora, la tica, como había llegado a su
vida en ese jugueteo de rivalidad nacional entre nicas y ticos no
podría ser olvidada.

Detuvo un poco el ritmo de sus pasos, como para cambiar de


dirección o percatarse de ir por el rumbo correcto. No quería
reconocer que la aparición de Nora en su pensamiento le había
afectado. La simple pronunciación del nombre de ella hacía
converger un tropel de recuerdos de múltiples circunstancias
enlazados por un signo constante de asperidad. Todas las
imágenes en donde aparecía la sonrisa se perdían en la sombra de
una ruda incomprensión. La severidad del trato lo hacía sentir
subyugado y por más que intentó superar esa condición con
alternativas diversas, todas caían en precipicios de
incomunicación, como semilla sembrada en tierra estéril. Habían
sido años amargos. Por eso guardaron silencio los pinceles y se
sometió a rutinas en las que, a pesar de su ligera significación,
encontraba destellos de satisfacción.

“Ella es un camino equivocado – pensó mientras observaba en una


calle la señal de tránsito prohibiendo el paso en un sentido -, un
callejón sin salida, un laberinto perpetuo, una pesadilla
interminable...”

77
Trató de volver a precisar los rasgos esenciales de su relación con
Nora, la tica, y se dio cuenta de estar presentado sólo su punto de
vista.

“Claro, todo lo que siento no tiene importancia para ella. Nora


siempre me ha estado acusando de haberme entrometido en su
vida para destruirla, para desperdiciar su juventud, para jugar con
sus sentimientos. Reniega constantemente del destino y lamenta
haberse confundido por una palabra, por la suposición de
encontrarnos en proyecto común para compartir las horas de
nuestras vidas.”

- Eres falso; creí en el amor y sólo encuentro desdén e


indiferencia.
- Debes ser muy consciente que el azar no existe. Uno
recoge lo que siembra y no debe sorprenderse si la
cosecha es de espinas.
- Es lo que mereces porque sólo eso has sembrado tú.
- Mira, si colocamos nuestras faltas en una balanza, tal vez
quede equilibrada. Tú piensas, sientes, tener ventaja y ser
la víctima de en nuestra relación. Si sólo me atengo a mi
percepción, a mi criterio, a mis puntos de vista, es natural
sentirme yo el afectado.
- ¿Tú afectado? ¿Pero en qué? No me vengas con esas
historias. Yo desperdicie mi juventud contigo y sólo me
has tratado como basura. ¿ya olvidaste todo lo que me has
hecho? ¿Quieres que te lo recuerde?
- Siempre que tocamos estos temas, te insisto que la verdad
es diferente a como tú quieres verla.
- Eres lo peor. Nada quiero contigo.

Recordar esta escena era encontrar la causa de su venida a París.


Diálogos semejantes se habían repetido una y otra vez, cuando los
puentes se rompían. Débiles puentes de minutos para salvar
abismos de meses.

78
Sí, ha habido momentos de decisión temporal y en cualquier
oportunidad buscaba distancia. Seguía siendo fiel a sí mismo para
no romper con nada de manera definitiva. Así era él, confiando en
que, si la vida da vueltas, habrá los momentos para volver a
empezar, como las estaciones del año, por muy duro que sea el
invierno, siempre llega el sol del verano.

Ahora, parecía que la decisión era diferente. Cuando volvió a


escuchar el “No quiero nada contigo” guardó silencio. Se
mantuvo erguido en la puerta de la recámara, inmóvil, como
imaginó a Sidartha al expresar su decisión de seguir a los
samanas.

“Está muy claro. ¿Qué hago aquí? Por el momento voy a esperar
si se presenta una reconvención de lo que nos hemos dicho. Si
pasando media noche no hay visos de volver a establecer un
nuevo puente, me iré. Es tiempo de dedicarme a lo mío, a la
pintura, necesito esta oportunidad. Venderé la huerta de
Chinandega y me iré unos meses a París. “
Después de estas reflexiones, miró su reloj: “las 2:10, es muy
temprano”. Esperó unos minutos más, buscó una hoja blanca,
anotó la fecha y la hora y con letra grande escribió:

Nora: Alea jacta est.


Alain.

Llegó a la parada del bus que lo llevaría cerca de su chambre en


Pantin y esperó unos minutos para abordarlo. Confirmaba no
sentir arrepentimiento ni deseos de un “volver atrás”. Por el
momento tenía limitaciones, pero estaba tranquilo. Buscó su carta
orange cuando llegó el bus y el recuerdo quedó diluido en la
observación de los pasajeros, en las líneas de edificios que
apreciaba desde la ventanilla del bus en movimiento y en estar
atento a solicitar la parada con oportunidad. Al descender, entró a
la panadería para comprar una baguette de tamaño regular y cayó

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en la tentación de llevar también un mille feuilles y un Paris-
Brest. Un pequeño lujo, reconocía.

Abrió la puerta de la casa, subió los escalones para llegar al


segundo piso y quedó estupefacto al llegar a la puerta de su
chambre. Todas las distancias en el tiempo y en la geografía
habían desaparecido. Ayer, seguía siendo hoy, tajante, concreto,
invariable. Se tambaleaba el edificio de las aspiraciones. París
estaba debilitándose en su fuerza de atracción y las sombras del
“¿ahora qué? Invadían el momento. Había una mujer con dos
maletas esperándolo.

- ¡Nora! ¿Qué haces aquí?


- Vine por ti. En San José la escuela de Bellas Artes quedó
sin director y presenté tu currículo diciendo que estabas
en un curso de perfeccionamiento y te aceptaron sin
ninguna objeción. Te presentarás el 3 de agosto a
trabajar. No me digas nada en este momento. Es una
oportunidad para que tú estés realizando las cosas que te
gustan y el sueldo no es malo. Por tu experiencia,
acordaron aumentar un 18% sobre el sueldo del anterior
director. Vamos a vivir cerca, en la casa de la tía Élfega,
50 al norte del jardín de álamos y 45 al oriente rumbo a la
pila vieja. Todo está listo y tenemos unos días para que
me muestres esta ciudad. Arregla tus cosas aquí y ya
tengo los boletos para el miércoles de la semana próxima.
Pero abre, no te quedes ahí parado. Espero que tengas
algo de comer o iremos a un restaurante porque ya es
mediodía. Vengo rendida del viaje.
- Nora, vos...
- Luego me dices; abre la puerta, Alain o ¿aquí nos vamos a
quedar?
- No, pero debo decirte...
- Luego me dices. Esta casa es vieja, mira las escaleras de
madera, está muy atrofiada. ¿No pudiste encontrar algo
mejor? O Sólo esto puedes pagar. Mira, con el sueldo de
80
director de Bellas Artes nos va a ir mejor. Tú déjamelo a
mí y verás que nos va bien. ¿Tienes algo que hacer esta
tarde? Puedes hacerlo, pero yo me quedo a descansar
hoy. Mañana si tendremos todo el día para empezar a
conocer todo lo que quieras.
- Nora, quiero decirte... Nunca me imaginé encontrarte
aquí...
- Sí. Tengo todo arreglado. No me costó mucho trabajo
organizarme para venir y volver juntos.
- ¿Volver?
- ¡Claro! No me vas a decir que pensabas quedarte aquí
toda la vida. Tú no eres de estas tierras, aquí no te
conocen, allá tienes una posición, eres respetado.

Alain intentaba decir algo sobre sus proyectos, sobre sus propias
decisiones, pero sabía que no iba a ser escuchado porque a la
primera palabra suya, ya estaba sobreponiéndose la voz estricta de
Nora. Sentía la seguridad para exponer sus argumentos, pero sabía
lo inútil de ese esfuerzo. Los espejismos de su consagración como
artista parecían disolverse a la sombra de una oficina desconocida.

“Siento que mi rostro cambió; mis labios se han cerrado y me


parecen incapaces para la sonrisa. Hay una fuerza bajando de la
frente hacia las cejas haciéndome fruncir el ceño. Todo mi cuerpo
lo siento laxo, sin voluntad de movimiento. Una página blanca es
mi pensamiento con dificultad para buscar las palabras precisas en
el tono que se requiere, siento una opresión sobre mi pecho y un
vacío en torno mío que me envuelve.”

Se abrían los caminos para continuar con la misma vieja historia


interminable.

Morelia, Mich., 6 de junio de 2000.

81
KALEIDONARRA

Con esta palabra Salvador González nos muestra una diversidad


de historias de diversos ambientes como vemos en el
Kaleidoscopio las figuras transformadas por el movimiento. Aquí
son narraciones de diferentes tiempos. “Sin mañana” obtuvo un
segundo lugar en un concurso moreliano de cuentos. Los demás
corresponden a diferentes momentos de ejercicio escribir. “Noche
de títeres” la motivo un baile donde su amiga Carmen disfrutaba
el momento y Salvador toma la escena para desarrollar una
historia. Se trataba de seguir el consejo de Heraclio Zepeda de
enunciar el final desde el principio. “140 decibeles” es
consecuencia de la obra de Ray Bradburu “Fahrenheit 451” donde
habla del fin de los libros y con esa idea Salvador se imagina que
también la música clásica iba a desaparecer.

La intención es promover el gusto por la lectura y si estos textos


lo logran no se irán fácilmente al bote de la basura.

Silvino Mora del Río.

ARTE CUENTÍSTICA

• Personajes en dos dimensiones.


• Los sueños del sueño
82
• Laberíntica
• Morir por la causa.

Personajes en dos dimensiones

Yola despierta y extiende su mano sobre el piano; siente frías las


teclas en preñez de lied y de preludio. A través de las yemas de
sus dedos comprende que ha despertado y que puede crear las
melodías para que él las escuche. Dirá: “Sergio, no profanes esas
notas…”
Pero Yola seguirá tocando. Volverá la noche; se quedará dormida
sobre el fagot con un acorde prolongado hasta que el sueño
desaparezca y Sergio se entere de que otro día pasó. Se mirará en
el espejo y pensará que él no podrá reconocerla, aunque parezcan
idénticos. Al despertar volverá a extender sus mismas manos, las
yemas de sus manos sentirán frías y pesadas las teclas del órgano,
pero él tocará otra vez, arrancando una fuga aprisionada en los
tubulares empolvados. Él dirá: “No profanes estas notas”. Pero
Sergio tocará hasta quedar dormido sobre las cuerdas del violín.
Al despertar descubrirán sus rostros idénticos: él semejante a ella;
ella idéntico a él. Otra vez extenderán sus manos sobre la guitarra
preñada de minuet y de fandango; sentirá las cuerdas cortantes,
pero seguirá tocando… Ella dirá:” Sergio, no profanes esas
notas”, pero las cuerdas vibrarán insistentes en armonías
desencadenadas.

En el silencio de la luz, otra vez dormirá sintiendo que la imagen


del espejo duerme también, mientras pueden liberarse de su estar
infinitivo.

Despertaron. Mantuvieron inalterables sus miradas por un


instante. Lanzaron sobre sus rostros un puño libertario. Con un
rictus de angustia en Yola, con un rictus de angustia en Sergio, el
espejo se rompió. Los trozos cayeron bajo el marco de madera en
estertores multiplicados.

83
Yola y Sergio se miraban dolorosamente en los fragmentos del
espejo esparcidos en el suelo. Alguien recogió los cristales
destrozados y nunca más volvieron a mirarse. La música quedaba
dormida en el arpa que se iba llenando de polvo frente al espejo
destruido.



LOS SUEÑOS DEL SUEÑO

La tarde de verano se prolongaba en los destellos sobre el mar


tranquilo. En el oriente, un azul plúmbago enmarcaba el perfil de
la ciudad. Como una flor que se cierra en el crepúsculo, la mole de
la Opera House en el centro de la bahía, mostraba sus pétalos
blanquecinos. Hacía ahí, un hombre caminaba sin prisa, por los
jardines que conducen a la pequeña península admirada por su
construcción moderna. Algunas embarcaciones rompían el leve
murmullo del mar.

A la hora precisa, el hombre llegó a la sala de conciertos. Escogió


un lugar en el centro, en la parte del órgano para apreciar al
director de frente. Apenas tomó asiento, una expresión de
satisfacción inundó su rostro. Holst, Bruch y Britten le parecía
una sugestiva combinación. Los grandes círculos luminosos se
apagaron y el público recibió ritualmente al director. Los maestros
estuvieron atentos a la batuta, el director les dirigió una mirada y
levantó los brazos para iniciar el programa.

Desde su lugar, el hombre quedó atrapado en la magia de los


movimientos del director de orquesta que hacía aparecer en el
ambiente atento, las sonoridades creadas por otros magos. En este
momento de la recreación, respiraba tranquilamente siguiendo
84
cada compás como un camino que se conoce paso a paso. Hubo
un momento cuando escuchaba “Júpiter” en que cerró sus ojos y
poco a poco su pensamiento se pobló de imágenes. Al principio
fue la imaginación partiendo de una frase melódica la originaba
esas visiones, luego fue el sueño. La música se desvanecía de su
percepción auditiva y entonces se encontró observando paisajes.

Como un recorrido aéreo pasaba rápidamente los campos


cultivados, retícula imperfecta en verdes distintos. De una
pequeña población sobresalía, de entre el blanco de su caserío, el
dedo de piedra de la torre de la iglesia apuntando al infinito. A un
lado, en el camino rústico, una carreta marcaba el ritmo de vida de
la población. Enfrente, majestuosos cúmulos emergían
voluptuosamente del horizonte cercano, limitado por elevaciones
arboladas.

Se aproximó a donde terminaban los trigales; caminaba entre ellos


aspirando ese perfume vegetal del trigo tierno; se dejaba llevar por
la oscilación producida por el viento. Se integraba al oleaje de
espigas extendiendo sus brazos en alto como parte de ese ballet.

Salía del trigal y encontraba un sendero que ascendía por entre


aromáticas pináceas; el huinumo ocasionaba frecuentes
resbalones, pero él continuaba subiendo apoyándose en los
troncos añosos. A veces se detenía a mirar algunos hongos que
crecían a orillas del camino. Atraía su atención los sombrerillos, a
veces pálidos y otras de un rojo vivo diseminados entre la hierba
húmeda. Encontraba a su paso florecillas amarillas que semejaban
pequeñas flamas de alguna hoguera. Luego, las campánulas
azules o algunas flores blancas eran reconocidas entre el pastizal.
Al llegar a la primera cima, aparecían nuevas elevaciones cercanas
que fueron recorridas velozmente. Se mezclaban los pinos y los
encinos en los follajes y en la hojarasca y, junto a ellos, la babel
de los insectos, las aves y el viento, cuya melodía era cortada a
contrapunto por el golpe de alguna hacha lejana que cumplía su
misión devastadora.
85
Desde otra cima contemplaba maravillado la variedad de los
horizontes: por un lado, los campos cultivados; por otro, las
ondulaciones orográficas con una abundante vegetación; más allá,
el descenso del terreno mostraba la disminución de los árboles
para terminar en la región de huizaches y otros arbustos que
crecían separados dejando ver la aridez de otra tierra, otra altitud y
otra temperatura.

Una nueva pendiente del camino concluía en un arroyo y


aspirando profundamente el aroma del pinar, corrió a mojar su
rostro con esa agua corriente, fría y transparente.

Jadeante, se reclinó en un árbol cercano; alzó la vista y entre el


arabesco del ramaje distinguía las parvadas de gorriones,
merodeando los sembrados.
Descubrió cerca de él una charahuesca, esa planta silvestre de
florecillas rojas cuya raíz es un tubérculo jugoso con agradable
sabor a menta. La arrancó y limpió la raíz en el agua del arroyo,
luego, lentamente la mordió para extraer su líquido fresco.
Cerró los ojos para descansar. Pronto, el sueño se apoderó
totalmente de él.
Soñaba. Las formas confusas se fueron aclarando. Primero fue
una sucesión de imágenes inconexas, como piezas de enorme
rompecabezas; luego la definición del lugar y del momento. Sí,
era él quien salía del jardín de Luxemburgo. Tras las rejas
quedaba su rincón predilecto, ahí donde arrojaba pan a las
palomas cerca de la escultura de la libertad, el modelo que hiciera
el escultor antes construir la gigantesca que Francia regaló hace
más de cien años a Estados Unidos y hoy es parte del perfil de
Nueva York. Ahora salía, como otras veces, por esa reja de
bronce y hierro. Iba acompañado de Nadine, tomados de la mano,
dejando atrás los marroniers y los tilleuls. Caminaron hacia la
librería de Joseph Gilbert para buscar el nuevo libro de Christiane
Rochefort, cuya lectura gozaban ambos, porque la autora recogía
con fidelidad el lenguaje popular de los jóvenes.
86
En la librería, subieron al tercer piso para buscar en los libros de
poche y de paso detenerse a releer algunas historias de Asterix o
de Tin Tin, sentados en la alfombra, cerca de los estantes.

Terminada la lectura salieron y se dirigieron a un café, frente a la


fuente de Saint Michel. Sentados uno junto a otro, con las manos
enlazadas, anhelaban expresar los sentimientos en constantes
presiones mutuas. La conversación se integraba con sintagmas no
verbales en las miradas y en el contacto discreto de los cuerpos
jóvenes.

Aún tenían tiempo para compartir, antes de que continuaran con


sus propias actividades del día. Ella se recargó sobre el hombro de
él, Al sentir la cabellera en su mejilla, cerró los ojos mientras
acariciaba el rostro de Nadine. La caricia se prolongó y casi sin
notarlo, el sueño volvía...

Dormía. No sabía cuánto tiempo había pasado pero el sueño


volvía, Soñaba que alguien los observaba a través de una cámara
de video y que recurría al alejamiento para ampliarla imagen a una
parte de la ciudad en donde el café quedaba en el centro, cada vez
más pequeño. Pero ahora, era él quien hacía la toma, continuando
con el alejamiento. Notaba que además de la pareja de
enamoradas sentados en ese café frente a Saint Michiel, iban
apareciendo multitud de hombres y de mujeres que se atropellaban
en sus prisas por cruzar una calle o por tomar el Metro. Descubría
los rostros angustiados, los pesarosos, los disgustados, los
soberbios, los taciturnos, Los inconformes, los apáticos, los
malvados, los déspotas, los crueles... No había olvidado que hay
hombres y mujeres que sobreviven con dificultad y que, para
ellos, cada hora del día es una lucha contra la adversidad con
increíble desventaja. Hay desempleo, carestía, miseria y hambre.
Si un parte de la humanidad lograba esbozar una sonrisa, la otra
parte estaba inmerso en el proceloso océano del dolor.

87
Conmovido e impotente ante el dolor humano, perdía sus fuerzas;
se sentía débil y su cuerpo perdía calor. Sintió sus labios resecos
y desde el interior de su cuerpo se deletreaba en débiles
palpitaciones la palabra h a m b r e.
Sabía que era otro sueño por la imagen difusa que paulatinamente
se aclaraba. Había hombre, mujeres y niños sentados formando
filas que se extendían en una gran explanada. Al fondo se
levantaba la mole impresionante de la iglesia que semejaba una
montaña. Cientos de esculturas de dioses y diosas parecían en
primer plano estratificados a semejanza de una catarata humana.

El templo mostraba la minuciosa obra de los artífices para darle a


la piedra blanca amarillenta la apariencia de un encaje eterno.

Las esculturas ofrecían los mensajes del Bhagavad Gita, que él no


había leído y sólo lo conocía por una tradición oral. Se arrepentía
de no haber aprendido a leer y a escribir. Veía en un parte de la
plaza los camiones azul y blanco, las decenas de hombres
uniformados que ordenaban a gritos la disciplina necesaria para
iniciar el reparto. La multitud clamaba desesperada su ración
prometida. Los más, incapaces de gritar alzaban sus brazos
enjutos, mendigando con imprecisos sonidos guturales y una larga
mirada de desconsuelo, el trozo de pan.

Ahora se daba cuenta de lo que pasaba: había llegado la brigada


de la Naciones Unidas para atender a miles de damnificados por
las recientes inundaciones que afectaron las cosechas, próximas a
ser recogidas. Unas semanas antes, un sismo de 6.5 grados afectó
a toda la península. El contradictorio Bharat, se estremecía:
miseria y opulencia. Tradición y cambios; un pasado glorioso
cantado en himnos inmortales y un presente lacerante, amargo,
injusto, violento y cruel...
Tenía conciencia de ese lugar; lo que pasaba fuera de él lo
comprendía; pero una angustia indescriptible invadía sus
pensamientos. ¿Quién era él...? Si hubiera aprendido a leer y a

88
escribir, estaría allí, junto a los jeeps de la UNICEF o tal vez
hubiera salido de la ciudad, muchos años atrás.

Con temor bajo los ojos a mirarse y vio sus ropas raídas y sucias,
sus brazos igualmente famélicos a los de aquellos que gruñían por
sus raciones de arroz.
Sintió en su mano derecha los bordes gastados de su escudilla y
comprobó que estaba sentado en la plaza y, para que llegaran a él
los hombres uniformados que realizaban el reparto, faltaba mucho
tiempo.

Con una profunda tristeza exhaló, mientras sus ojos se detenían en


las eróticas esculturas del templo. Ironía... La espera iba a ser
larga y cerró sus ojos mientras
pronunciaba de manera imperceptible: “Santi, shanti...”

su cuerpo, sin voluntad `para acercarse a los grandes recipientes,


quedaba en la explanada, anónimo e inmóvil... ¿Moría o dormía?
La diferencia era mínima. Su respiración siguió tranquila. Sus
párpados cayeron sin esfuerzo...

Poco a poco escuchó murmullos que luego fueron voces fuertes,


claras y enérgicas. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo sabía. Tenía la
certeza de estar soñando. Había agitación a su alrededor y abrió
los ojos.

El día había llegado. Los trabajadores del país se habían lanzado


a una manifestación permanente en todas las ciudades. Era el paso
final. La opresión del gobierno había colmado la paciencia del
pueblo. El luto de las madres y esposas por sus hombres
sacrificados en los encuentros represivos conmocionaba a todo el
país. No podían quedarse con los brazos cruzados escuchando las
justificaciones que los canales de televisión repetían manejando
los sofismas que otras veces habían dado resultado:
“Salvaguardar las instituciones”, “Preservar el orden social”.
Argumentos que ya nadie creía. Ni la alta burguesía, que,
89
comprendiendo el arribo de los momentos decisivos para cambiar
el rumbo de la historia nacional, había sacado sus riquezas para
depositarlas en bancos europeos. La fuga de capitales no se podía
ocultar. Las familias de esa clase social habían emprendido un
éxodo a los países cercanos o a España, en donde gozan del
privilegio de la doble nacionalidad.

En esa pequeña población, los trabajadores vivían por primera vez


las experiencias de la organización sindical en lucha. Los líderes
habían huído con los patrones y era necesario tomar posiciones en
el centro de trabajo para coordinar todas las acciones que se
avecinaban. Algunas estaciones radiodifusoras de la capital y de
otras poblaciones fueron tomadas por los obreros. Las otras
continuaban en poder de las cadenas transnacionales y el gobierno
se apoyaba en ellas para difundir sus proclamas antiterroristas con
los argumentos de prevenir al país de las ideas exóticas que ponen
en peligro la paz y el orden de la patria. Se invocaba en cada
emisión radiofónica a los héroes y a los símbolos patrios para que
sirvieran de escudo, “ofrendando la vida, incluso”, si era el precio
para que todo volviera a la normalidad.

Él estaba ahí, en la asamblea general de los trabajadores decididos


a secundar las acciones iniciadas en la capital ese mismo mañana.
Sabían que no habría tregua. Entre las voces que inundaban ese
recinto, en donde todos se preguntaban qué hacer y todos sugerían
simultáneamente las acciones inmediatas, creyó necesario tomar el
micrófono para encauzar todo lo que la pasión motivaba.

Dijo que era urgente formar pequeños grupos y nombrar un


comandante; dentro de diez minutos los comandantes se reunirían
para integrar un Consejo de Lucha y ahí discutirían las prioridades
y los responsables de acometer cada acción. De manera inmediata
se debía invitar a la población a sumarse a la insurgencia. Habría
que redactar proclamas especiales dirigidas a los soldados del
ejército, conminándolos a negarse a disparar las armas contra el
pueblo, del que ellos mismos forman parte. Tal vez, pedirles que
90
si en ese momento no pueden quitarse el uniforme, que salgan a la
calle con un clavel rojo, como aquel memorable 25 de abril en
Portugal. Tenemos que salir a la calle para explicar a todos los
ciudadanos las dimensiones y objetivos de nuestra lucha. Insistir
en evitar derramamiento de sangre hermana. Establecer contacto
con los grupos de otras poblaciones y mantener un sistema
continuo de información. Establecer los mecanismos de
alimentación y si fuera necesario, organizar la distribución de las
armas. Que los comandantes buscasen un distintivo rojo para
llevarlo en el brazo izquierdo y que cada grupo escogiese un
nombre para identificación. Que se estableciera una reunión de
comandantes cada tres horas para definir nuevas acciones e
informar de los avances.

- ¡Sursum popula!
Gritó emocionado y una multitud gritó tras él:
-¡Sur sum popula!

Tal como lo planteara, se fueron dando los pasos en la


organización. Él fue nombrado comandante de grupo y aceptó la
tarea de controlar la información y comunicación que fuera
preciso. Redactaba boletines, dirigía tareas telefónicas de largas
distancias, afianzando contactos con el movimiento nacional.
Atendía a los corresponsales extranjeros. Reporteros del canal ex-
oficial de México estaban cerca y habían establecido contacto con
ellos para difundir al continente las razones de su lucha, inusitada
y sorpresiva en el panorama internacional pero contundente y
firme en la región.

- ¡Fijen esas cartulinas en las calles!


- Corrijan esa palabra. Usen letra más grande.
- Lleven esa proclama a la universidad.
- Reproduzcan este documento.

91
Las noticias de otros lugares eran alentadoras. La resistencia de
los opresores era nula. Miembros del ejército, incluso oficiales,
habían aceptado el llamado y deponían las armas.

El canto fue otro elemento de cohesión y sentía que, en ese


momento, más que en otros, cobraba íntegra significación aquel
aire marcial chileno:

“El pueblo, unido, jamás será vencido;


de pie, marchar, que vamos a triunfar.
Avanzan ya, banderas de unidad...”

Sabía que, a partir de hoy, cambiaba toda su vida y le daba sentido


pleno. Sus hijos querían compartir ese momento al igual que su
esposa; pero él les pedía que salieran a la calle a hablar con la
gente, a organizar brigadas de auxilio, a recolectar alimentos y
medicinas.

Nunca antes había apreciado la importancia de su vida como en


este momento. En breves intervalos aparecían los recuerdos de su
juventud y sus primeros años de trabajo, no reconocía otro
momento igual de trascendente. No quiso elucubrar para
comparar el peso de la decisión que lo llevaba al matrimonio con
Odilia. Esto era diferente. Realizaba una de sus aspiraciones
contenidas por muchos años: la vivencia de una conciencia social
ajena a los anteriores intereses partidistas de dudosa intención; de
un pensar en nosotros, en donde ese nosotros era todo el país.

Llegó la noche y con ella las buenas noticias. La victoria estaba


próxima. A nivel internacional, algunos países como México,
Perú y Francia habían roto relaciones con el gobierno del dictador
y esperaban la inminente renovación del régimen. Pero había que
estar prevenidos contra las reacciones de otras partes. No olvidaba
que ahí, en su propia patria, había una base militar norteamericana
establecida en los últimos cinco años como parte de expansión
mundial. Como toda acción liberadora de los pueblos se dirige
92
contra ellos, era consciente del peligro de ataque sorpresivo de las
boinas verdes o de los marines.

Los hombres que estaban cerca de él se habían retirado para


descansar un poco. Él no quería despegarse de su puesto. “Váyase
a dormir un poco.” Le había dicho un compañero; pero rechazó la
proposición. No quería dormir. De repente tuvo consciencia de
otros sueños y temió quedarse dormido, despertar en otra
situación distante. ¡No! No quería cambiar su vida ahora que
encontraba una plena realización. Quería estar despierto todo el
tiempo que fuera necesario, incluso, sucumbir de cansancio, pero
no perder esta responsabilidad para con los suyos y para consigo
mismo...

Al recordar sueños anteriores, sintió una duda angustiosa para


definir su realidad.
¿Quién era él? ¿Soñaba una vez más? ¿Dónde empezó el sueño?

¿Quién soñó que llegaba a una sala de conciertos?

LABERÍNTICA

¿Cómo escribir un cuento? Iniciaré por determinar los personajes


y la situación en que se encuentran. Tomo el lápiz y escribo:
“Mira a Judith. Hemos terminado las clases y ella se ha
quedado sola al final del salón, entretenida en arreglar
sus cosas. Entonces imagina que voy a buscarla; que los
demás han ido bajando con prisa las escaleras y nos
hemos quedado solos. Entonces me acerco, tomo su
mochila para ayudarla y…”

- Ese no es un cuento, Aurelio. Piensa mejor que:


“Judith se ha quedado sola y al salir del salón se
encuentra con un enorme pasillo con piso de mármol en
donde hay dieciseis puertas de cada lado. Más que una
93
sorpresa, Judith vive el principio de la angustia. ¡Ese
pasillo jamás lo había visto! ¿De dónde salió? Camina
desorientada y al azar abre una puerta y ¿qué encuentra?
Otro pasillo con dieciseis puertas de cada lado, con la
diferencia de que el piso es de losas rojas como la puerta
que abrió. Al recorrer ese nuevo pasillo intuye que al
abrir otra puerta volverá a encontrar otro pasillo
semejante al color de la puerta seleccionada y que la
única forma de salir de ese laberinto es volviendo al
salón de clases, pero ha olvidado por cuál puerto llegó.
Entonces… “
- ¡No, no, no! Tú siempre complicando las historias. Yo estaba
ayudándole con su mochila …
“… cuando entraron los cuatro rufianes del otro grupo;
aquellos que denunciamos a la dirección porque los
sorprendimos alterando sus calificaciones en la oficina
de Control Escolar. Tuvimos miedo, es cierto… Judith
tomó mi mano y aunque yo temblaba, hice un esfuerzo
para gritarles que se quitaran de nuestro camino, que nos
dejaran en paz y …”
-Sí, eso está mejor y, entonces …

“… cuando se avalanzaban contra ustedes, un repentino


temblor hizo crujir los vidrios de los ventanales y un
sordo trepitar telúrico bajo las calles de la ciudad
despertaba un oleaje de pánico a su paso. Hubo gritos de
histeria; desmayos y huídas desesperadas. Ustedes se
quedaron paralizados mientras los cuatro rufianes
corrieron en busca de la salida. Estoicamente, tú y Judith
permanecieron en su sitio, tomados de la mano y …”

- ¡No, no, no! ¿Por qué tienes que meter el temblor?

“Yo estaba a punto de enfrentarme a los cuatro rufianes,


estaba preparándome para ser el protagonista de una
escena heroica y …”
94
- ¡Eso no es un cuento! Mira: “Tú estabas en el salón de clases y
creíste ver a Judith. En realidad, lo que pasó es que la imagen de
Judith la tienes en la mente de manera obsesiva, y, cuando Eva se
quedó sola arreglando sus cosas, tú sonaste, imaginaste que era
Judith, pero al acercarte a ella, el salón se transformó en un
ambiente primitivo…
“Eva caminaba entre majestuosos árboles; había una
exuberancia vegetal y las flores y la fauna enmarcaban el
encuentro. Tú, ya no eras Aurelio. Al mirarte en el río, tu
asombro fue impactante. Quisiste hablar, pero no
comprendías las guturaciones que producías.
Sorprendido, gritaste otras onomatopeyas
incomprensibles y Eva se volvió hacia ti, dirigiéndote con
la mirada una ansiosa interrogación: ¿Adán…?
Entonces…”

- ¿Por qué aparece Eva aquí? Esos son tus personajes; estás
invadiendo mi historia. Eva no existe en el grupo. Yo sé que desde
que escuchaste esa historia, a cada mujer que encuentras la miras
como si fuera el personaje de uno de los cuentos del maestro de
literatura que se inspiró en esa página bíblica. Eso puede
trastornar tu mente, Othón. Tendrás que ver al psiquiatra un día
de estos.

- No comprendes, Aurelio. Estabas intentando escribir un cuento;


yo sólo te aportaba elementos para que tuviera una estructura
mejor. Pero si no quieres, ahí la dejamos, mano. No hay
problema, nos vemos mañana.

- Bueno…, ¿Dónde está Judith? ¿Se fue ya?


- No la vi salir. Seguramente, en la soledad del momento…
“Entró a una dimensión desconocida y …”
- ¿Vas a seguir?
- ¿Cuál Judith? Estás imaginando.
- ¡Ya vete, Othón!
95
----------------------------------------------
-------------

- ¿Qué haces, Judith?


- ¡Ah! ¡Hola Karla! Mira, al volver a este sitio donde cursé la
Prepa, recordé a dos compañeros que siempre se quedaron
esperándome a la salida de clases. Imaginaba que uno de ellos me
pretendía, pero nunca supe quién. Siempre andaban juntos y quise
reconstruir uno de tantos diálogos que seguramente tuvieron y por
estar enfrascados en la discusión, jamás se daban cuenta de que
pasaba junto a ellos. Mira lo que escribí:

- ¿Cuál Judith? Estás imaginando.


- ¡Ya vete, Othón
- Era Eva que…
- ¡Era Judith de verdad! ¡No imaginaba!

- ¿Imaginas que era Aurelio quien te pretendía?


- Sí, se me ocurrió; aunque nunca se acercaron a mí y nunca me
enteré de sus pretensiones.
- Pero en tu escrito te delatas, Sientes marcada inclinación por
Othón. Lo consideras más imaginativo, más creativo. En cambio,
Aurelio, no tiene una personalidad fuerte.
- ¿Lo crees así?
 ¡Claro! Déjame concluir…
“En eso, al buscar a la amiga para confirmar su
presencia, la miraron con los ojos sorprendidos y
encontraron a Karla. Othón la tomó del brazo diciendo:
- ¿Nos vamos muñeca?
- ¡Desde luego - respondió Karla y agregó: - Adiós
Judith y Gracias!

Judith, sorprendida, quiso salir de ese lugar y al abrir la puerta,


encontró un pasillo de mármol con dieciséis puertas de cada lado.

96
MORIR POR LA CAUSA

- Oye, Boris, como que esto está muy aburrido ¿no crees?
- ¡Voy...! Pos si esto es lo que queríamos, ¿No? Mira:
harto chupe, viejas, las que quieras y música gruesa.
- Sí, pero ya me estoy aburriendo. ¿Tú no, Jim,my?
- La neta, sí... Todos los días siempre lo mismo.
- Es que te hacen falta unos toquecitos.
- No sé, Teclas... pero ¿por qué no hacemos algo esta
noche?
- ¿Otra vez, Nacho? Ya dijimos que aquello iba a ser lo
último y hay que cumplirlo.
- Pos sí, pero esto no tiene nada de bueno.
- Yo también quiero acción. Esto es el convento; además,
traigo el carro de mi jefe con placas oficiales. ¿Qué nos
pueden hacer?
- ¡Órales, anímense! Una vez más no nos perjudicará.

97
- ¡No! Dijimos que eso ya se había acabado; acuérdense
que nos vimos muy cerca de la cárcel, nos salvamos por
un pelito de rana.
- Miren, aistán esas viejas, vamos a divertirnos como
merecemos.
- No me falles, Boris, yo nunca creí que te rajarías tan
pronto. Ni tú, Teclas. Siempre jalaban.
- Mira, Nacho, vámonos tú y yo. Los dos la hacemos.
- ¡Sale, Jimmy! Para eso son los amigos.
- ¡Adiós, rajones...!
- ¡Oigan, no se vayan!
- Déjalos, ya están grandecitos...
- Pensemos bien lo de la asamblea porque las cosas están
cambiando a nuestro favor.
- Sí, Gabino, por eso estamos aquí, decididos a todo. ¡A
todo!
- Una palabra o una actitud puede perjudicar todo el trabajo
que hemos venido haciendo para llegar a este momento.
- Es decisivo, Tania y aunque parece que nuestro sueño se
está convirtiendo en realidad, no debemos cantar Victoria.
Aún falta mucho.
- Pero ya es un hecho: los sindicatos han sustituido a sus
dirigentes corruptos y los cuadros nuevos comparten
nuestras metas.
- Sí, ha sido una tarea larga de ustedes dos, Tania y Alicia,
para infiltrarse entre las bases trabajadoras y preparar con
paciencia estas acciones.
- Revisemos el plan. A las seis de la mañana estarán las
brigadas en las radiodifusoras locales. Tres han aceptado
recibirlos como voceros del movimiento pacifista de
integración social, pero otras no; ahí intervendrá el grupo
de asalto. Todo estará listo a tiempo.
- ¿Crees que sospechen de nuestra lucha?
- Es posible, pero no han podido detectar que todos los
movimientos de las bases sindicales han tenido una
orientación común. Nunca nos han visto juntos y a pesar
98
de la proximidad en el trabajo, nos hemos mantenido
distantes. Esta visión de formar grupos traslapados en
donde sólo el representante tiene contacto con el otro,
pensábamos que ya no iba a funcionar.
- ¡Basta, basta! No sigas, porque no hay necesidad de
descubrirnos
- Gabino, urge redactar el comunicado que será transmitido
a las seis de la mañana. Vamos a trabajar en eso.
.............
La capital del estado había sido escenario de múltiples
manifestaciones, tantas que la población no se sorprendía.
Algunos sectores de la población se mostraban molestos porque
día con día, el centro de la ciudad era cerrado al tránsito vehicular
y eso les implicaba embotellamientos enojosos y retrasos para
muchas actividades.
La costumbre de dejar las manifestaciones sin represión y con el
ofrecimiento de recurrir al diálogo posteriormente, aunque no se
resolviera nada, parecía ser la característica de la política oficial
que mantenía una imagen de tranquilidad. Había periódicos
liberales que publicaban expresiones de todas las tendencias y
emisoras de radio sin censura, lo que ayudaba a crear ese ambiente
de distensión, diferente al que prevalece en otras regiones del país.

- ¡Hemos terminado! Habrá que reproducir este texto y


tener todo preparado para las 5:55. Cada quien en su
puesto.
- Bien, hay tiempo para descansar y recuperar las energías,
Principalmente tú, Gabino, que en el primer estas tres
noches casi no has dormido nada.
- Sí, hoy hemos terminado temprano necesitamos estar en
nuestras completas facultades.
- Separémonos, pues, por si alguien nos sigue y nos vemos
en el punto a a la hora convenida.
- De acuerdo. ¡Eleuteria, ya!
- Alicia... allá nos vemos.

99
- No, no, Gabino, tú debes descansar Me voy con Tania,
amor.
- “Antier vi en el periódico una foto de Gabino que
despertó todo un mundo de recuerdos en donde él figura
en un plano inolvidable. ¡Ah, cómo ha pasado el tiempo!
- Aunque eso no quiere decir que estamos viejos o
acabados; pero Gabino apareció en mi vida en mis 17
años.
- Tal vez, fui yo quien se le apareció a él.
- Hubo una comunicación total desde el primer encuentro;
luego, despertaron múltiples afinidades en cascada que
nos unía en cada momento del día.
- Si quisiera dar un nombre a las actitudes de Gabino, todas
estarían comprendidas en la palabra ternura.
- Aún aquella comprobación de la frase escrita por
Franciose Sagan en labios de su personaje central en
“Bonjour tristesse”: “Hizo agradable lo que pudo ser
doloroso.”
- ¡Cómo poder olvidarlo...!
- Por eso, al llegar de esta ausencia tan prolongada y
encontrar su foto, decidí buscarlo, porque no fuejusto que
nos separáramos de eso forma. ¡No fue justo!

Mirna observó desde la ventana del café la figura de Gabino.


Desde que leyó el periódico, hace dos días, localizó las
oficinas del Movimiento y por las noches
ha estado en el café para estudiar la situación. Las dos noches
anteriores vio a Gabino acompañado de una mujer que se
apreciaba compartir en todo su actual compromiso. No
había cambiado: él hacía suyos los versos de Benedetti:
“Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice y todo...”

“No supe comprender en aquel tiempo ese ideal.


¡Cuántas veces insistía en ese significado del amor, más
allá de las palabras y miradas dulzonas; de mirar la
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luna y las estrellas; de serenatas y flores. Su voz se
emocionaba cuando se hablaba del compromiso social para
estar en la calle codo a codo para ser mucho más que
dos. Que me amaría si mis manos trabajaban por la
justicia.
Yo sólo veía mi mundo y mi egoísmo aceleró aquella
separación. Mucho he reflexionado desde entonces y la
situación actual de Gabino confirma la firmeza
de sus ideales sociales que permanecen y que no fue sólo
una llamarada de juventud. Rompe con el prejuicio de
comprobar la ductilidad del lider: “Dans la jeunesse, être
incendiare mais à l’âge mure, POMPIER”. “

Ahora, cuando Mirna observa que Gabino camina solo; que


va a cruzar el jardín, Supone que va a la parada del colectivo
o a tomar un taxi. Ella sale del café con
un palpitar acelerado, toma su auto y avanza rápidamente.
Llega a la parada cuando Gabino está en espera del
transporte. Se detiene frente a él, abre la ventanilla derecha
de su auto; dirige unas palabras al hombre que se había
acercado comedido, pensando que alguien requería una
información. Al descubrir a Mirna, Gabino se queda perplejo
por un momento, apoyando su mano en la
portezuela, Inclinado para poder responder en ese diálogo
inesperado.

Había una insistente invitación a abordar el auto y algunos


movimientos del varón indicaban una plena negativa. Las
expresiones de la mujer dentro del auto casi
eran suplicantes, recurriendo a sutiles argumentos que trataban de
vencer la masculina resistencia. El auto detenido empezaba a
estropear la circulación y el colectivo reclamaba su espacio para
ascenso y descenso de pasajeros. Unos autos sonaban el claxon,
exigiendo la movilización de ese auto amarillo detenido. El
hombre, presionado tal vez por esta circunstancia, abrió la

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portezuela del auto y lo abordó, aunque en la distancia se
observaba su inocultable malestar.

El auto se dirigió hacia las avenidas de mayor fluidez; iba y volvía


por los mismos sitios porque la conversación no llegaba a
conclusiones. El tono se había establecido coloquial, las tensiones
se iban eclipsando y el rodar del auto, de lento, era monótono.
Después de tantos círculos por un extremo de la ciudad, se llegó a
una casa de la zona residencial del oriente. Como en aquel
pequeño departamento con retratos del Che, ahora, en la casa
amplia de Mirna reinician el ritual de su encuentro: comparten
ahora un “Château du Pape”, un poco de rochefort y de
camambert. Los sentidos estimulados comparten a Brahms y
después, en la intimidad, el trío en re menor de Mendelssohn,
como en otras ocasiones a orllas “del Mar Bermejo” o en la ciudad
de cantera rosa que Neruda llamó: “Campana de coral ceniciento”
o, en la irónica “región más transparente del aire”.

Se revivía una ceremonia intensamente compartida en otras


épocas con el consejo marcado por Victor Hugo: “...les heures
sont des fleurs, une a l’autre enlacées; ne les effeuillez pas plus
vite que le temps” Y en esa dimensión, cada caricia tuvo su
tiempo necesario, hasta el final, en la lasitud del epílogo... El tic
tac de un reloj redescubierto en la habitación hace recobrar el peso
de los compromisos; revela los hilos que atan al hombre con las
horas del día para determinar sus movimientos.

- ¡Dos y media de la mañana...! – Exclamó sorprendido y buscó la


forma de salir de su paraíso reconquistado.
Mirna lo miró con esa comprensión a la que se había
preparado desde que Gabino accedió a llegar a su casa.
Ofreció llevarlo en su auto, porque estaba
lejos de los sitios de sus compromisos, pero él no permitió que
ella se alejará de la casa.
- Tomaré un taxi.
Y con las miradas y señas de otros tiempos se establecían
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las condiciones de un próximo encuentro sin las cadenas del
tiempo.
Gabino salió a la calle solitaria buscando un taxi para
acercarse al sitio donde tenía que estar. Había que caminar
algunas calles para llegar a la avenida donde sería más
probable encontrarlo.

Escuchó un rodar lento detrás de sí y pensó en el taxi buscado.


Descubrió en forma relampagueante las placas del auto y las
asoció con la policía federal.
Detuvo sus pasos y recobrando la serenidad para no actuar
con desesperación.

Guardó silencio mientras observaba, a los dos jóvenes que se


veían con la intención de dirigirle la palabra. Creyó que podrían
ser agentes de alguna organización oficial que lo habían seguido
para obstaculizar las acciones del movimiento y lamentaba no
haber previsto qué se tendría que hacer si a él le pasara algo esta
noche. No era tiempo de detenerse a pensar en lamentaciones;
siempre obró considerando que el pasado ya no puede
modificarse, sino que las acciones de ahora estarán determinando
los acontecimientos de mañana
- Mira a ese ruco, vamos a asustarlo
- No, busquemos otro, este no tiene pinta de traer dinero.
- Empecemos con este, ya sabes que las apariencias engañan.
- ¡Qiuhubo, amigo! ¡Cáigase con la lana, sin movimientos
bruscos; así por
las buenas!

Por la forma de hablar detectó que no eran agentes, guardias o


pistoleros; simples juniors que gozaban de poder e impunidad y
que en el anonimato de la noche daban rienda suelta a los sueños
de heroísmo comparable al de los ídolos policiacos de las series de
televisión y al pandillerismo de los sectores marginados que el
cine exaltaba. ¡Por qué se iban a privar de esas emociones de

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poder sobre los hombres, sólo por vivir en otras latitudes? Para
eso es el dinero y el peso del apellido en la política nacional.

- La lana, viejo, caite....


Gabino consideró lo inútil de una explicación racional frente a
estos inexpertos muchachos. Consideró urgente decidir por una
solución y confiando en una condición física superior, lanzó sus
puños con rapidez sorpresiva derribando a sus asaltantes. Éstos,
ante esa posibilidad de acción real, se irguieron inmediatamente,
pero ahora con una furia desmedida que avivaba la sensación
sólida y helada de las armas en sus manos.

Ese gozo sádico duró unos minutos. La impasibilidad en asestar


golpe tras golpe. Festejando el efecto de los impactos en todo el
cuerpo de Gabino se estimulaba en la resistencia de la víctima.
Cuando los ayes disminuyeron, consideraron que para empezar la
noche había estado bien y sin revisar la cartera de ese hombre
tirado en el suelo bañado en sangre, abordaron su auto para
continuar su camino.
...................
- ¡Son las 5:50! ¿Dónde está Gabino, Oscar?
- No sé, Tania... ¿y tú, Oscar?
- Tampoco.
- ¿Orlando, Orestes?
- ¡No!
- ¡No!
- El plan continúa. Todo está listo. ¡Adelante, compañeros!
Eleuteria, ¡Ya!
- Sí, Tania, adelante. Eleuteria, ¡Ya!

Como en el juego de ajedrez, cuando todas las jugadas han sido


previstas partiendo de un descuido en la percepción del enemigo,
así fueron dándose los acontecimientos. Tania, desde su sitio
coordinador iba registrando cada avance, sin graves errores ni
resultados lamentables.

104
En las primeras horas del día la ciudad quedó inmersa en un
barullo inesperado. Las emisoras de radio difundían mensajes y
explicaciones que aceleraron el despertar de la población. Los
contingentes se desplazaban con prisas diferentes: a veces la prisa
por tomar cierta posición; a veces un esconderse de algo
desconocido. En los suburbios, algunos furtivos disparos se
escucharon, luego desaparecieron sin otros testimonios de
violencia. Algunos compases marciales de otras épocas pasaban
por la radio y cundía el entusiasmo en los grupos emprendiendo
nuevas tareas encomendadas.
“De pie, marchar
que vamos a triunfar.”

Alicia había logrado infiltrarse en los altos mandos del Ejército y


tuvo cuidado de despertar el verdadero patriotismo frente a la
patria desgajada, injusta y demagógica. Por ello, el grueso de los
“defensores” de la nación, estaban en las calles “hombro con
hombro” con la multitud abigarrada y entusiasta que izaba
banderines, acordonaba calles, dirigía consignas, arengaba a los
espectadores sorprendidos que no habían asimilada la rapidez de
los acontecimientos y su trascendencia. Los titulares de los
puestos de gobierno, desconcertados y dispersos, procuraban tener
una salida expedita y segura. Algunos ya se encontraban volando
hacia el extranjero
Cerca de las ocho de la mañana, en un respiro, Tania pensaba en
Gabino. “¿Dónde estará...?” ¡Qué lástima que sus ojos no pueden
ver este desertar del pueblo! Sólo la muerte pudo impedir su
presencia entre nosotros. ¡Canallas! Si supiéramos quienes fueron
los verdugos... Pero su pensamiento, su decisión ha estado con
nosotros. Nos duele su ausencia, pero no haya tiempo para llorar;
es el tiempo de la acción y todos los hilos se están moviendo en el
momento preciso. “Mis lágrimas están reclamando un segundo
para correr; pero al tomar la coordinación, ese segundo vacío no
se ha hecho presente. Los compañeros, al no encontrar a Gabino,
han comprendido y con espontánea admiración han formado la
brigada Gabino.
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Tirado en una acera poco transitada, un bulto humano, con heridas
por todo el cuerpo, volvía en sí y lastimosamente abría sus ojos.
El dolor era múltiple porque además se sumaba esa angustia que
invadió su pensamiento cuando se percató de la brutalidad de sus
agresores. Apenas pudo moverse para dejar pasar a un grupo
gritando consignas redactadas por él unos días antes.

En otra parte, Mirna despertó por el murmullo mañanero que


recorría las calles de la ciudad y alcanzó a percibir por los
altoparlantes móviles explicando la situación e invitando a
sumarse a la causa popular. Luego, las emisoras de radio le
hicieron comprender que Gabino estaba comprometido como uno
de los líderes. Cuando escuchó la denuncia de la desaparición del
compañero Gabino, se estremeció profundamente y comprendió
que su encuentro nocturno pudo haber sido la trampa fatal de su
desaparición. Pensó en salir a buscarlo. Tenía un presentimiento.
Se abrigó y salió a la calle.

“¿Cómo pude faltar en un momento decisivo...?

Toda mi vida la dediqué a la lucha, incluso, muchas veces mi vida


peligró, pero comprendía que nada era más noble que morir por la
causa. Ahora, ¿cómo me presento? ¿Cómo justifico mi debilidad?
Y no puedo mentir diciendo que fui agredido por los enemigos.
Por estas calles debió haber salido en busca de un taxi.

Seguramente algún borracho lo atropello, porque él no podía faltar


a sus compromisos. Ahora lo conozco mejor y comprendo que su
vida no tendría significado si no se entregaba en cuerpo y alma a
su causa por la justicia. Ojalá no le haya pasado nada grave.
Presiento que está cerca. No lo puedo explicar.

- Gabino, déjame ayudarte, mira nomás cómo estás. ¿Te duele?


Deja pasar mi brazo con cuidado. Apóyate, ¿puedes? Sí, así, Te
sostengo. Vamos a curarte.

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- Gracias Mirna. Llévame primero a tu casa y cuéntame qué ha
pasado.
- Sí, vamos. No sé mucho, pero la radio nos ayudará.

¡Ay, cómo me duele todo el cuerpo! ¡Ahí, esa ropa...!

Mirna aseo con cuidado todas las heridas. Pudo percatarse que
no había fracturas en el cráneo, tal vez en las costillas.
Heridas en el rostro, abdomen y brazos.
Las informaciones describían minuto a minuto la situación
local y nacional. Había euforia en todos los mensajes. Las
armas habían cedido a la razón y al anhelo de justicia,
compartido por todos los grupos sociales. No se mencionaban
bajas en ninguna de las partes. Sólo la desaparición del
compañero Gabino era lamentable. Dedicaban minutos de
silencio en su honor en plaza, jardines y centros de reunión.

Gabino cerraba frustradamente sus puños y ojos.


- Sé lo que sientes. Ahora lo comprendo mejor. También
veo que se bare ante nosotros una senda nueva donde tu
vida y la mía pueden estar unidas. Vámonos juntos a otra
parte. Comenzaremos una nueva vida. Vámonos, yo
cuidaré de ti hasta que te restablezcas. Esta es nuestra
oportunidad de oro.

“Nos informan que por el oriente de la ciudad se está


formando un grupo armado con el propósito de atacar
nuestras posiciones. Lo forman jovencitos de los grupos
paramilitares. Vienen uniformados de negro y traen armas de
alto poder. Nos dicen, además, que tal vez vengan drogados
por lo que será difícil dialogar con ellos. Recomendamos
tomar las precauciones necesarias. La brigada Gabino se hará
cargo. Estén pendientes de nuestro próximo mensaje por esta
radiodifusora.”

- Espera, Gabino, ¿a dónde vas? ¡Espera!


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- Llévame a la calle. ¡Por favor, Mirna!

Ella Sabía que nada podría convencerlo de algo distinto, menos el


ofrecimiento de vivir juntos en otro lugar. Por eso lo ayudó a
caminar; lo dejó en la calle por donde la gente se protegía de la
amenaza de esos jovencitos de negro que avanzaban como
poderosos Atilas insensibles, pero gozando a cada paso destructor.
Vio a Gabino gritarles:
- Atrás, traidores.
Con una bandera, manteniéndose enhiesto, volvió a gritar:
- ¡Dejen sus armas! ¡Únanse al pueblo!

Las carcajadas de esos jovencitos de negro le dolieron más a


Mirna, que las ráfagas disparadas sobre ese hombre que se
atrevía a impedir el paso a la furia ciega de una juventud
adoctrinada.

Cuando Gabino cayó al suelo, una sonrisa apareció en su


rostro mientras lanzaba su grito:
- Eleuteria, ¡Ya!

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