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consiste exactamente?
Los que han aprendido a amar no dependen de la persona amada,
ni permiten que ella dependa de ellos, crean un espacio de
libertad para la persona amada.
Jorge Bucay
Terapeuta gestáltico y escritor
Pero otra cosa sucede con el amor nuestro de cada día. El amor que
verdaderamente somos capaces de sentir y el que esperamos que otros
puedan sentir por nosotros. Para bien y para mal, ese amor no es ningún
sentimiento sublime e ilimitado. No es, repito para dejarlo claro, no es
una emoción reservada para unos pocos, ni tampoco algo que se siente
exclusivamente en un momento de la vida frente a una única persona.
LECTURA RECOMENDADA
Y que quede claro que digo “sencilla” no para restarle importancia, sino
para restarle solemnidad y para que todos podamos entender la magia y
presencia de este sentimiento en la vida de todos.
Y por supuesto, esta mirada nunca será suficiente para aquellos que
prefieren concederle a otros el poder de hacerles enojar, de hacerles
llorar o de hacerles felices, porque no quieren aceptar que son los
responsables de sus vidas.
LECTURA RECOMENDADA
El que ama en libertad siempre será acusado, por aquellos que todavía
transitan espacios dependientes, de ser soberbio, tonto, cruel o agresivo,
en medio del reproche por ser antisocial, egoísta y hasta desamorado.
UN CUENTO TRISTE ACERCA DEL AMOR
Había una vez, en las afueras de un pueblo, un árbol enorme y
hermoso que vivía regalando a los que se acercaban el frescor de su
sombra, el aroma de sus flores y el increíble canto de los pájaros que
anidaban en sus ramas.
El árbol era querido por todos, pero especialmente por los niños, que
trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su
complicidad complaciente. Si bien el árbol amaba a la gente, había un
niño que era su preferido. Aparecía siempre al atardecer, cuando los
otros se iban.
—Hola, amiguito –decía el árbol, y con gran esfuerzo bajaba sus ramas
al suelo para ayudar al niño a trepar, permitiéndole además cortar
algunos de sus brotes verdes para hacerse una corona de hojas, aunque
el desgarro le doliera un poco. El chico se balanceaba con ganas y le
contaba al árbol las cosas que le pasaban cotidianamente en casa.
—No tengo dinero, pero tengo mis ramas llenas de frutos. Podrías subir y
llevarte algunos, venderlos y obtener el dinero que necesitas.
—Qué grande estás –le dijo emocionado–; ven, sube como cuando eras
niño, cuéntame de ti, cómo te encuentras.
—No entiendes nada, como para trepar estoy yo... Lo que necesito es
una casa. ¿Podrías acaso facilitarme una?
—No, pero mis ramas son fuertes y elásticas. Podrías hacer una casa
muy resistente con ellas. ¿Qué te parece?
El joven salió corriendo con la cara iluminada. Una hora más tarde, con
una sierra cortó cada una de sus ramas, tanto las secas como las verdes.
El árbol sintió dolor, pero no se quejó. No quería que su amigo se sintiera
culpable.
El árbol guardó silencio hasta que terminó la poda y después vio al joven
alejarse esperando una mirada o un gesto de gratitud que nunca llegó.
Con el tronco desnudo, el árbol se fue secando. Era demasiado viejo
para hacer crecer nuevamente ramas y hojas que lo alimentaran. Quizá
por eso, porque ya estaba viejo, cuando lo vio venir, años después,
solamente dijo:
—Quiero viajar. Pero ¿qué puedes hacer tú? Ya no tienes ramas ni frutos
que sirvan para vender, como antes...
Del viejo árbol quedó tan solo el pequeño tocón a ras del suelo. Dicen
que el árbol aún espera el regreso de su amigo para que le cuente de su
viaje.
Habrá amores buenos y sanos, que son los que sienten aquéllos de
corazones buenos y sanos. Y habrá también amores enfermizos, el de
los incapaces, el de los manipuladores, el de los posesivos, el de los
dependientes, el de los que nunca se dieron cuenta de que el mayor
valor de que alguien esté aparece cuando uno se da cuenta de que
podría elegir haberse ido.