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Cecilia Vecchi

Eran las 3 de la tarde. Frenaron tres autos en el medio de la arteria, bajaron al trote los hombres
armados, golpeando con violencia la puerta, mientras otros vehículos militares rodeaban la zona.
Habían sido entrenados para enfrentar la peligrosa subversión armada y para obedecer, obedecer
y obedecer…
Al abrirse una puerta apareció una abuela con un bebé en brazos y una pequeñita de la mano:
quedaron atónitos ante el espectáculo.
Preguntaron por la dueña de casa, Susana Mujica; había ido a la clínica para su control ya que
hacía 14 días que había nacido su hijo por cesárea.
Encontraron a una alumna suya: Cecilia Vechi, que la esperaba para recibir clases de apoyo.
Los uniformados la interrogaron y la llevaron en uno de los autos estacionados afuera.
Nunca más volvió.
Cecilia Vecchi cursaba el tercer año de Servicio Social en la Universidad Nacional del
Comahue; le gustaba la carrera y disfrutaba de las reuniones con los amigos.
Cuando le vendaron los ojos y la tiraron con violencia al piso del auto, quizás pensó que no
llegaría a tiempo a la función de títeres que habían preparado para esa noche en la Escuela
Diferencial de Cinco Saltos, donde trabajaba. Los chicos la extrañarían, porque habían tejido
una relación de mucho cariño, pero seguro que sus compañeras docentes la suplirían sin
dificultades y todo saldría bien.
Sin duda sentiría miedo, pero era valiente, pese a sus pocos 21 años. Cuando terminó su
secundario en el Colegio J. Kennedy se dio cuenta de que la carrera comercial no le agradaba
y no vaciló en anotarse en Neuquén en Servicio Social, pese a tener que viajar todos los días, a
veces en colectivo y otras en un auto (Fiat 600) que su padre les compró, a su hermana y a ella
para desplazarse mejor. Eran más de 100 kilómetros diarios en rutas y caminos en no muy
buen estado y las más de las veces regresando a altas horas de la noche.
Y a la mañana siguiente ¡a trabajar! Primero en una guardería y luego en la escuela especial,
siempre con los chicos.
Tenía ese «don especial» que ellos sabían reconocer, se le colgaban del guardapolvo cuentan
sus hermanas, y muchas veces traía chicos a su casa luego de la jornada escolar.
La dulzura se le notaba en sus ojos verdes.
Amaba esos chicos y amaba la vida.
Por eso deseaba un mundo mejor para ellos y para todos. Le dolían las injusticias y las
desigualdades sociales.
Quizás por eso se enojó tanto aquella vez que le dijeron: » no entiendo porqué los chicos
pobres van al cine, sino tienen para comer…», y asumió sin vacilar su defensa: vos opinás
porque tenés la suerte de un padre que te paga todo… , de última ¡Ellos tienen derecho a la
opción de gastar su plata como quieran: no comer e ir al cine!
Así era Cecilia Vecchi: cabello largo rubio y lacio; cara algo ancha, nariz de «morrón» como su
mamá, según dicen sus familiares.
Había hecho nuevos amigos en Neuquén: con muchos estudiantes compartían horas de
estudio, charlas y debates sobre la realidad política y la necesidad de resistir esta atroz
dictadura. No ignoraban lo que estaba pasando en toda la Argentina, aunque quizás no
dimensionaron el grado de perversión y crueldad de las FFAA en el poder.
Cuando aquel 9 de junio no volvió a su hogar, su familia salió a buscarla. Al enterarse que
había sido detenida, recorrieron comisarías, centros militares. En todos lados la misma
respuesta: no sabían nada de ella.
Don Adolfo Vecchi había construido una buena familia en el pequeño pueblo de Cinco Saltos.
Eran muy conocidos, trabajadores, por eso enseguida pensó: » somos una familia honesta, de
trabajo, ¿por qué habrían de hacernos daño? Soñó desde un comienzo que le avisarían
enseguida, que debía haber un error.
Durante años esperaron su regreso. Con más fuerza y esperanza en el 82′: la imaginaban
entrando por la misma puerta de la cocina, como lo hacía antes ¡hola, ya estoy de vuelta!
Don Adolfo no se cansó de buscarla por toda la tierra, pero la muerte lo sorprendió.
Quizás, si los cielos existe, continúe por allí la búsqueda del abrazo perdido.
Mientras, su familia no tiene repuestas, no tiene consuelo.
Susana Mujica
Pero el 9 de junio no acabó allí: Los uniformados que rodeaban casi toda la manzana,
pertrechados con armas de diferente calibre, apostados en la vereda, cerca de la entrada y
adentro de la vivienda, agazapados esperaban otra persona, en la calle Irigoyen.
Llegó Susana Mujica a su casa y no alcanzó a abrazar a su bebé de pocos días. Ni a su hija de
2 años que lloraba prendida a sus piernas.
Le pidieron que se identifique y se la llevaron. Su madre corrió a ponerle un tapadito sobre los
hombros porque ya empezaba a refrescar, no pudo despedirse; se la arrancaron y llevaron a
empujones.
Fue la última vez que la vio. Eran las 8 de la noche.
Ya había oscurecido sobre la ciudad, pero hacían varias horas que fuerzas militares se habían
instalado con poderoso armamento por el lugar.
Los movimientos estaban a la vista, pero el terror se diseminó de tal manera que logró el efecto
buscado: el silencio y la inmovilidad. Igual que en toda la sociedad argentina: una rara mezcla
de alternancia entre la sumisión y la resistencia.
Susana Mujica era profesora en la Universidad Nacional del Comahue, en Antropología Social
y Cultural, hasta que asumió el rectorado un siniestro personaje: Remus Tetu. Muchos
profesores fueron perseguidos y cesanteados.
El poder militar estaba dispuesto a todo: controlar las formas de pensar, de actuar y de
organizarse. Estaban convencidos que hacía falta orden y disciplina.
Ya habían creado la monstruosa «Escuelita» en los fondos del Batallón 161, pegado al Barrio
La Sirena.
Cuando asumió José Luis Sexton como titular de la VI Brigada de Infantería de Montaña y el
General de Brigada José Andrés Martínez Waldner el cargo de Gobernador de la Provincia, ya
estaban acondicionadas las instalaciones para el funcionamiento en Neuquén de un lugar de
detención propio y clandestino, como existía en otros lugares del país.
Esta iniciativa parecía jerarquizar a la Subzona 52, ya que destacaba la labor de inteligencia de
su jefe el Mayor Oscar Reinhold, quien deseaba apresurar una brillante carrera dentro de las
FF.AA.
Para los responsables del golpe de 1976 la existencia de lugares de detención clandestinos, de
tortura y de exterminio, fueron la modalidad fundamental. Las cárceles dejaron de ocupar el eje
central. En los campos de concentración ellos eran los dueños de la vida y de la muerte, no
hacía falta tanta burocracia, ni rendir cuentas de sus Actos. Eran Dios.
Funcionaron en el país alrededor de 365 lugares del horror, y no justamente en sitios
despoblados.
Susana Mujica debía conservar intacta en su interior esa fuerza heredada de su padre, un
luchador que integró el grupo de los convencionales fundadores de nuestra Constitución
Provincial.
Desde las tierras del petróleo
Susana había nacido en Cutral Co. Allá por el 40′ el tren había dejado a sus padres en el final
de su recorrido: Plaza Huincul; luego en algún auto hasta lo que sería su hogar.
Un pueblo pequeño, quizás 4 manzanas, algunos negocios de ramos generales. Allí terminó
Susana su escuela primaria y sin duda incorporó el coraje de los hombres y mujeres capaces
de desafiar todos los peligros cuando tienen claros sus proyectos.
Quizás echó raíces en estas tierras con fuerte olor a petróleo, y por eso aunque varias veces se
fue de la provincia, siempre volvió a ella como si tuviera la necesidad de nutrirse de esa savia
para vivir.
No tuvo dudas al elegir la carrera universitaria: licenciatura en Ciencias Políticas.
Eran los comienzos de la década del 70′.
Proliferaban los grupos de debate y de acción en la búsqueda de una sociedad más justa, se
enfrentaban los modelos capitalistas y socialistas en el mundo.
Era natural y numerosa la participación de los jóvenes en la actividad política, social, gremial,
estudiantil.
También en Neuquén.
Al llegar Susana ya recibida a la zona no le fue tan fácil conseguir trabajo.
Logró alguna cátedra en la UNCo hasta la asunción en el rectorado de Remus Tetu, a
comienzos de 1975, oportunidad en que muchos profesores fueron cesanteados, sin causa ni
justificación alguna.
Disfrutaba dando clases, tenía condiciones para explicar los temas aún más difíciles. Todo
resultaba atractivo en sus comentarios. Así la recuerdan casi con admiración ex alumnos y
colegas.
Es que habría convicción en sus palabras, y compromiso y seguramente responsabilidad
intelectual al abordar las tareas docentes.
Le gustaba la música, adoraba el teatro, por eso quizás se enamoró de alguien que de esto
sabía mucho. Con este amor dieron vida a dos seres: primero a la nena y luego al varoncito.
Los dos crecieron conociendo a su madre en una foto.
Los militares que se la arrancaron esa tarde los dejaron sin las caricias tibias que despiertan,
sin el canto dulce que adormece, sin el pecho que protege.
Crecieron con otros amores, es cierto. Amores de un padre, de la abuela. De algunos tíos.
Pero esa niña de 2 años y el nene de 14 días quedaron sin la palabra mamá, y de esta
ausencia no se vuelve sin dolor.
Susana los soñó, por eso los tuvo.
Seguramente, mientras se la llevaban, vendados sus ojos y con una capucha como
acostumbraban con todos los detenidos, estas FF.AA de la patria, Susana pensó en que no
dejó anotado cómo preparar la mamadera del bebé, o si alcanzarían los pañales, o en fin…
Tampoco volvió.
Su madre salió a buscarla de inmediato, en un tortuoso peregrinar tratando de averiguar
adonde se la llevaron.
Ni la policía ni el ejército sabían nada; sin embargo el cinismo y la crueldad no tuvo límites, ya
que una semana después del secuestro allanaron nuevamente el domicilio. «fuerzas
conjuntas» destruyeron lo que quedaba y robaron lo que tuviera algún valor.
La madre de Susana aún continúa la búsqueda, y junto a las otras de pañuelos blancos grita
todos los jueves: ¡ Con vida los llevaron, con vida los queremos!
Madre coraje, esta Beba Mujica.
Cecilia Vecchi y Susana Mujica fueron vistas en «La Escuelita» de Bahía Blanca por algunos
sobrevivientes de la zona, alrededor de la segunda quincena de junio de 1976.
Luego se las llevaron quién sabe adónde…
Alicia Pifarré
Esa misma noche a Alicia Pifarré la estaban esperando en su casa, en la calle Talero, un grupo
de personas con la cara cubierta, cuyo jefe mostró credenciales de la Policía Federal.
No alcanzó a entrar en la casa paterna, se la llevaron empujándola al piso de un auto luego de
vendarle los ojos y colocarle una capucha en la cabeza.
Algunos detenidos que volvieron del horror, la vieron esa noche en «La Escuelita» de Neuquén
donde fue muy golpeada, luego trasladada en avión con otros a Bahía Blanca.
Alicia había estudiado en el Colegio María Auxiliadora, luego de su primaria en la Escuela Nº 2
de la ciudad de Neuquén. Conformó el primer grupo de egresados con el título de bachiller con
orientación pedagógica; pero se destacó de ellos porque fue el mejor promedio de los 5 años,
fue también abanderada en todos los cursos.
También se recibió muy jovencita en el Colegio de Bellas Artes, en arte Dramático, adonde
concurría simultáneamente con sus estudios secundarios. Trabajó en la Escuela de Títeres y
en escuelas primarias de la zona.
Se destacaba en el escenario; en la actuación fundía fantasía y realidad, era una artista. La
varita mágica había tocado sus sueños, y su empeño, su tesón y capacidad los habían hecho
realidad: fue muy aplaudida.
Alcanzó notoriedad con su grupo «Génesis» de 5 integrantes, que recibieron tres «Martín
Fierro» vigencia coral y teatral y que era por entonces el máximo galardón de la televisión
argentina.
Se destacaba su voz: dulce pero penetrante.
Todavía se pueden escuchar los temas que recorrieron Méjico y otros países de Latinoamérica:
…ven, vamos ahora que esperar no es saber
ha llegado la hora
no hay tiempo que perder….
que es morir por la patria
o vivir sin razón…
o aquel otro:
Carta a mi hijo soldado que está peleando
En las lejanas tierras de Vietnam…
¡ muere soldado, muere por mi,
no mueras muerto por nada,
muere gritando que no hay que morir…
Alicia Pifarré y el Grupo Génesis fueron especialmente invitados por la Universidad Autónoma
de México para actuar en el Festival de Teatro y Canto Chicano. Hacia allá concurrieron para
recibir el aplauso y el cariño no sólo del pueblo azteca, sino de Venezuela, Panamá, Estados
Unidos.
Cuentan que contestaba cuando le preguntaban cómo le había ido: recibimos más de lo que
dimos, no sólo el aplauso sino el cariño y la amistad!
Con ella Neuquén ya tenía reservado un lugar de importancia en la cartelera nacional e
internacional, pero ese espacio quedo vacío desde aquel 9 de julio
Alicia era muy sensible, le dolía la pobreza que veía todos los días en sus alumnos, en la calle,
en los barrios de Neuquén. Y se indignaba; pero no perdía su bondad: siempre pidiendo ropa
para los más necesitados.
Estaba convencida que el ser humano tiene derechos por el sólo hecho de ser persona, y eso
lo sostenía en la palabra, en el canto, en cualquier escenario.
Era valiente y no se callaba ante nada; así lo afirman quienes la vieron en «La Escuelita» de
Neuquén esa noche del horror, enfrentando con la palabra, vendada y maniatada, a las bestias
con uniforme.
También en Bahía Blanca, en la otra Escuelita, algunos que salieron vivos del lugar, la
reconocieron por sus cantos; tenía fuerzas suficientes para vencer el miedo, tenía convicción y
fe, tenía amor por lo que hacía, algo que jamás sus verdugos llegarían siquiera a percibir. Las
bestias se alimentan sólo de odio, no conocen ni la piedad.
Después que se la llevaron, las detenidas seguían tarareando la canción que les enseñara
Alicia: …
Dicen que era como un rayo
Y que galopando sobre su corcel
Que al paso del jinete todos le decían
Por nombre Manuel…
Yo no sé si volveré a verle libre y gentil
Sólo sé que sonreía… camino a Till Till…
Alicia aún no volvió.
Cuentan que su madre tardó más de once años en volver a acomodar las cosas del cuarto de
Alicia; allí quedaron intactas pensando que en cualquier momento regresaría.
Quizás también algún platito con manzanas verdes, que ella adoraba.
Su madre, autora de esa vida tan hermosa, y especial por el caudal de ternura que desborda,
escribió en 1985:
Hija querida y «ausente», si tu nombre fuera de materia, sin duda, ya se encontraría debilitado
a fuerza de tanto repetirlo.
¡Qué insondable dolor… qué densa nube ensombrece horas y aún años en esta permanente
incertidumbre donde vagan tantos recuerdos!
En la prolongación de la cruel y larga noche, como madre, exijo: esclarecimiento total y justicia,
lo hago por ti que estás sin voz y junto a todas las Madres de Plaza de Mayo y a quienes nos
acompañan con amor fraterno, lo hago por los miles de hijos detenidos-desaparecidos.
En mi largo caminar, de búsqueda incesante, ya no hay lágrimas, pues ellas se han convertido,
por obra de la fe, lo sé bien, en fuerza nutriente del alma.
Alicia… porque te llevaron viva…
Te seguiré reclamando viva…!
Mirta Tronelli
Servicio Social era una carrera muy interesante y atractiva para los jóvenes del Valle que
desechaban los profesorados o ingeniería. Les ofrecía materias humanísticas y espacios para
reflexionar sobre la realidad, problematizar lo cotidiano y hacerlo en conjunto, como toda
construcción social.
Así le pareció a Mirta Tronelli.
Cursaba en horario nocturno la mayoría de las materias en el edificio de la calle Salta esquina
Belgrano, si bien las oficinas ya habían sido inauguradas en Buenos Aires al 1400.
Cuando se enteró que había sido detenida Cecilia Vecchi, su amiga y compañera de estudios,
llamó a su padre para que la ayudara en la búsqueda al otro día.
Pero el 11 de junio fueron por ella: en horas de la mañana irrumpieron en las oficinas de
Bienestar Social de la Provincia, en la actual Galería española de la ciudad de Neuquén,
hombres de civil pero bien armados y se la llevaron en un auto Peugeot 404
celeste,posiblemente rumbo al Comando de la VI Brigada.
Mirta Felisa era su nombre completo, el segundo como su abuela paterna italiana. Había
nacido en Centenario, pero vivió sus primeros años en Vista Alegre en donde cursó su escuela
primaria; luego se radicaron en Barda del Medio. Allí transcurrió su adolescencia.
Eran inolvidables los 21 de setiembre: todos los estudiantes se encontraban a festejar en «El
Palermito», cerca del dique.
Mirta era muy estudiosa, según sus maestras; simultáneamente con el secundario estudiaba
piano, recibiéndose de profesora.
Barda del Medio era un casi pueblo: un montón de casitas en medio de una zona agrícola, a 32
km de la ciudad de Neuquén.
Mirta, su hermana y las amigas tenían que viajar todos los días en colectivo primero a Cipolletti
y luego a Cinco Saltos al Instituto Ceferino Namuncurá, de donde egresaron con el título de
bachiller con orientación pedagógica.
La jornada empezaba antes de la 7 de la mañana, pero ellas estaban vacunadas contra la
amargura; por eso los recuerdos son grandes momentos de alegría, como el viaje de
egresados a Córdoba, a Los Cocos, o los fines de semana en su casa llena de amigas que
venían a quedarse los 2 días a aprender a jugar al tenis.
A Mirta la describen como una petisa hermosa, delgada, frágil, de cabello rubio ondulado, ojos
muy verdes. Quizás de rasgos sirio libaneses como su madre, quien les hacía ropas de moda,
como si disfrutara con sus dos muñecas.
Eran gente de trabajo; la hostería del lugar les había costado años de muchos sacrificios. Pero
eso no importaba, ahí estaba la recompensa. Mirta era una hija excelente, que sólo les trajo
buenas calificaciones y títulos como si hiciera falta devolver el esfuerzo a los padres.
En la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca, donde había empezado bioquímica, no le
fue nada bien: su úlcera comenzó a provocar hemorragias. Debió internarse varias veces y
recibir transfusiones hasta que se operó y mejoró bastante.
Así empezó Mirta Tronelli a estudiar en Neuquén Servicio Social. Primero trabajó en una
farmacia en Campo Grande y viajaba todos los días, hasta que decidió quedarse en la ciudad
capital y pudo empezar en dependencias de Bienestar Social de la Provincia.
Ser joven y no soñar con un mundo mejor, más justo, es casi no ser normal. Estaba
incorporada la rebeldía en esta década de cambios:
¡él que no salta es un gorilón!
¡Perón Evita, la Patria Socialista!
No se trataba de hechos marginales, por el contrario los jóvenes combatían por sus ideales con
pasión y dando la vida…
Mirta era de las que enfrentaban con la palabra, de las coherentes, de las que no dejaban de
andar aún con el miedo a cuestas. Quizás por eso no se fue, no escapó, creyendo que los
uniformados armados que se la llevaron, razonaban….
Es pedirle mucho a la bestia.
Su familia aún la busca, aún espera la respuesta que toda la democracia adulta debería darle:
¡Juicio y Castigo a los Culpables!
¡Los desaparecidos: qué digan dónde están!
Arlene Seguel
Junio en Cutral Co. La tormenta del horror no quedó en la ciudad de Neuquén, se desplazó ese
mismo mes de junio hacia Cutral Co. Los represores consideraron necesario repetir los
operativos, capturando jóvenes en la pequeña localidad distante casi 100 km de la capital.
En un solo día varias docenas de personas fueron llevadas a la comisaría, maltratadas,
golpeadas, obligadas a permanecer horas contra la pared o tiradas en el piso, sangrando o
retorciéndose de dolor. Muchos casi adolescentes, estudiantes secundarios.
El entonces comisario Héctor Mendoza, fue «un buen anfitrión» de sus visitantes
encapuchados, ya que colaboró con todo su personal en las tareas de secuestro, de
interrogatorio, les ofreció las instalaciones de la comisaría, «siéntanse como en su casa» les
habrá dicho.
Todos vieron el horror y escucharon los gritos desesperados de los torturados, pero ninguno
recordó nada en los juicios que comenzaron con el inicio de la democracia.
Esta memoria, esta memoria…
El 12 de junio se presentaron hombres de civil con credenciales de la Policía Federal en la casa
de los padres de Arlene Seguel.
Se la llevaron pese a los ruegos de su padre que lo dejaran ir con ellos a la comisaría adonde
dijeron que irían.
Rumbo desconocido, ya que la policía de la localidad manifestó desconocer el hecho.
Arlene Seguel tenía 21 años, era estudiante de Servicio Social en laUNC. Vivía en la ciudad de
Neuquén, a veces en la residencia universitaria. No quería que sus padres gastaran la plata
que n o tenían en mantenerla. Siempre decía que con » un vaquerito y un pullóver» se
arreglaba.
Morocha, alta, delgada, pelo negro, muy vivaz, así la recuerdan algunos familiares.
Fue muy buena estudiante en primaria y secundaria, la notaban «distinta» a sus hermanas.
Siempre preocupada por lo que pasaba a su alrededor: la indiferencia no era su característica.
Tampoco se la escuchó quejarse por sus problemas de salud, siendo niña había perdido un
riñón. Algunos opinan que fue por un golpe muy fuerte en la zona lumbar al caerse un día de
«esos vientos» de Cutral Co. Fue operada en el hospital de Plaza Huincul, que en ese
entonces se podía considerar de alta complejidad.
El señor Seguel, su padre, trabajaba en YPF, de donde se jubiló como correspondía en esos
tiempos donde un trabajador tenía asegurado su presente y su futuro. La certidumbre de saber
que uno trabaja para «asegurarse una vejez tranquila» era lo cotidiano.
Arlene tenía cuatro hermanas menores; los fines de semana viajaba a su casa, pero a veces se
quedaba con sus tíos en Neuquén, o con sus amigos. En la facultad había conocido jóvenes
que pensaban como ella acerca de la vida, de los derechos, de la dignidad.
Conocía los barrios humildes de Neuquén, a los que visitaba por sus prácticas de Servicio
Social, pero también porque lo deseaba, porque le hacía bien estar allí, al lado del compromiso.
Se la escuchaba comentar: «vi chicos durmiendo sobre un cuerito, se orinaban y al otro día
como no alcanzaba a secarse volvían a acostarse sobre el mismo…» Le dolía la pobreza y
sobre todo la desigualdad.
Dicen que los uniformados y encapuchados que la secuestraron, la trasladaron junto a muchos
otros jóvenes a la Unidad 9 de NeuquénCapital y luego a «La Escuelita» de Bahía Blanca.
Sus padres la buscaron desde el primer minuto: cielo y tierra recorrieron, y también el infierno.
Nadie sabía nada: ni la policía, ni las FF.AA.
Pero la crueldad no acabó allí: dos días después fueron secuestradas 2 de sus hermanas de l8
y l7 años de edad, trasladadas primero a la cárcel de Neuquén y luego al Centro Clandestino
de detención La Escuelita, liberadas ambas después de padecer el horror, cerca de Bahía
Blanca.
Estuvieron presentes para denunciar ante la Comisión Interamericana de derechos Humanos
(CIDH) de la OEA que visitó nuestro país en setiembre de 1979.
Nunca dejaron de buscarla y de exigir Verdad y justicia. En ese camino sus padres ya
fallecieron y una de sus hermanas también.
Quizás por eso Arlene Seguel exige del pueblo de Neuquén que continúe la tarea inconclusa.
Se resiste al olvido, reaparece en junio sobrevolando la tierra del petróleo y desafía a la justicia
para que reconstruya lo ocurrido en la Dictadura Militar.
¡Ni olvido, ni perdón! Cárcel a los genocidas.
Graciela Romero (y su bebé)
Pero 1976 en Neuquén no acabó en Junio. Antes de fin de año esta metodología represiva
haría «desaparecer» otra vida.
La práctica de la tortura y el sadismo comprobado dejaría una huella estremecedora en nuestra
memoria.
La explicación suena una y otra vez: no fue obra de un puñado de enfermos mentales o
monstruos, por el contrario se trató de una acción organizada y ejecutada desde el poder
político, desde el Estado, sistemáticamente.
El Ejército Argentino había cambiado el casco por la capucha.
El 16 de diciembre de 1976 un «Grupo de Tareas» irrumpió con violencia en una casa en Cutral
Co, secuestrando a Graciela Romero y a su esposo Raúl Metz.
Ambos tenían 24 años de edad.
Dejaron a su pequeña hija, de 2 años, con algunos vecinos; sin explicaciones, sin razón alguna
que les permita robar el abrazo con tanta violencia y cinismo delante de esos ojitos atónitos,
que aún hoy no pueden borrar la imagen del pasado que se vuelve a cada rato presente.
Adrianita vio cuando se los llevaron, cuando los arrancaron de su vida y la dejaron sola.
Luego vendrían los abuelos paternos a amarla y a empezar el duro camino de la búsqueda.
Graciela Romero era gordita, algo petisa, siempre con una sonrisa preparada para contestar.
Simpática, amable, muy buena amiga, así la recuerdan cuando estudiaba economía en la
Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca.
No pudo terminar allí sus estudios: la búsqueda de algo de paz y seguridad los llevó a Cutral
Co, en momentos de mucha convulsión en el país.
Graciela tenía derecho a esa porción de felicidad que dicen existe para cada uno: la habían
criado unas tías ya que desde muy pequeña había quedado huérfana. Había recibido de ese
otro cariño que se parece pero que no es el verdadero. Por eso quizás deseaba tanto construir
una familia, su familia. Amaba a su hijita y se reiría contándole las pequitas que llenaban su
cara; en eso se parecía al papá, muy pelirroja.
Cuando se la llevaron ese diciembre de horror, Graciela estaba embarazada, de
aproximadamente cinco meses.
Cuentan que la golpearon y torturaron sin piedad pese al evidente embarazo; también a su
esposo, y que fueron llevados primero al Centro Clandestino «La Escuelita» de Neuquén y a
partir de enero de 1977 al Centro ubicado en el Comando del Quinto Cuerpo de Ejército en
Bahía Blanca.
De este último lugar aparecieron relatos de sobrevivientes que la vieron con vida hasta el parto,
producido a mediados de abril.
Sus captores la mantuvieron con vida, porque su sadismo no tenía límites: necesitaban robarle
esa otra vida que llevaba con ella.
Graciela fue obligada a hacer ejercicios físicos que consistían en caminar alrededor de una
mesa, siempre con los ojos vendados.
Alicia Partnoy, sobreviviente de este campo de tortura, describe en su libro [7] algunos de los
momentos de esta pesadilla:
…ya llevo ocho vueltas; estoy algo mareada…
ahora para el otro lado: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… uno, dos, tres, cuatro…
Deben tener algo de compasión por mi, ya no me pegan, no me manosean, hace días que no
me gritan. ¡Con esta panza! Aunque en el viaje de Cutral Có a Neuquén no les importó, sabían
que estaba embarazada.
…uno, dos, tres, cuatro…
Entonces con cada shock el miedo terrible de abortar… y el dolor, por mi y por el bebé; creo
que me dolía más saber que le dolía a él… que lo estaban queriendo matar…
Ya llevo como doce vueltas, y esta cuestión del «ejercicio» ¿será una farsa más o realmente
me dejarán vivir hasta que el chico nazca? ¿ y después…?
Mejor no pienso por un rato…
Vuelta número trece. Treinta dijo el doctor. Ese no debe ser ni doctor.
Adrianita …juro no pensar en ella… al menos hasta la vuelta número veinte.
Después voy a ir al baño. Desde hace una mes me llevan al baño de ellos… Ya no podía
mantenerme en equilibrio en la letrina, estaba tan débil. Cuando vuelva del baño me voy a
comer un pedazo de pan que guardé del almuerzo… tal vez me entretenga así un buen rato y
no piense en Adrianita; ayer pensé en ella todo el día … lloré todo e l día ¿ dónde estará mi
nenita?
Vuelta número veinte… Están pidiendo agua. A veces quisiera desaparecer, irme con el viento
que entra por la ventana … desaparecer de verdad… Esto pesa tanto… Si al menos estuviera
Raúl aquí… ¿Adónde lo habrán llevado?
Uno, dos, tres, cuatro… El bebé da vueltas alrededor de la mesa conmigo, dentro mío… Cuatro
vueltas más…. Ya estoy cansada de caminar… conozco de memoria los bordes de esta mesa,
podría reconocerla entre todas las mesas del mundo, aunque no la pueda ver.
Casi treinta vueltas… El nene se mueve … corazón ¿protegerte yo, hijo mío? Yo, tan
desprotegida …! Fuerza, hijo, valor … ! El futuro va a ser tuyo … Tu futuro, hijo; por él
renunciamos hasta al sol sobre nuestros párpados…Vuelta número treinta de un presente de
muerte….
No los perdones, hijo. Tampoco perdones a esta mesa.
A mediados de marzo Graciela fue sacada del edificio principal y alojada en una casilla rodante
en el patio del mismo centro clandestino.
Según se supo el parto se produjo el 13 de abril y el bebé fue retirado por un oficial.
Desde entonces se desconoce el destino de Graciela y de su hijo nacido en cautiverio.

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