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Regulus ya no soportaba ese maldito encierro.

Sabia que iba a morir


en cualquier momento. No sabia si se debía por todos sus problemas
o por su herida. Si llegaba a morir por culpa de sus frustraciones y
problemas (por que sentía que iban a consumirlo), todo seria culpa
de Pomfrey. Pues ella era la que no lo dejaba salir. Regulus demostró ,
muchas veces, que era completamente responsable de su herida.
Incluso, demostró , que podía caminar e incluso saltar (lo cual no era
cierto) sin que ninguna gota de sangre sea derramada. Pero,
lamentablemente y por desgracia, la primera vez que consiguió salir,
ocurrió el trá gico accidente de haberse desmayado en medio de la
biblioteca, la ú nica maldita vez que lo había dejado salir. ¡La ú nica!
Fue tan desastroso, que arruino sus planes a futuro, los permisos que
posiblemente conseguiría para salir, aun que sea unos cuantos días,
o menos, poder volver a sus clases, se vieron arruinados por el
absurdo desmayo que tuvo.

El saber eso era completamente frustrante.

Y todo fue de peor a peor. El cuarto día después de su primer


desmayo, Regulus tuvo la grandiosa idea de pararse a caminar.
Necesitaba movimiento, aparte del que hacia cuando se paraba para
ir al bañ o. Ese día, tenia un ambiente decaído. Lo ú nico que quería
hacer era estar recostado en su cama todo el día, pero la grandiosa
idea de caminar, ilumino su mente. Así que, al mediodía, un Regulus
todo decidido, se paro de su cama y empezó a caminar por toda la
enfermería. Había aprovechado ese momento, pues Pomfrey no
estaba.

Después de eso, lo ú nico que recuerda fue volver a encontrarse


tirado en el frio suelo.

Cuando abrió los ojos, fue una desgracia que Pomfrey se encontrara
ahí, pero fue una verdadera sorpresa que Sirius también estaba. La
maldita Pomfrey le había avisado sobre su segundo desmayo.
Después, Sirius le confeso su preocupació n sobre su salud. También,
muy extrañ amente, se disculpo por su comportamiento el tercer día
en que Regulus había despertado después de su primer desmayo.
Regulus sabia que el también estaba esperando una disculpa, pero su
orgullo eran tan grande, que no se digno a decirle nada. Envés de eso,
hablaron como si nada hubiera pasado. Cosa que lo despreocupo.

Ese mismo día, después de que Sirius se había despedido de el,


Regulus creyó que al fin podría volver a estar solo, pero una cabeza
castañ a con unos horribles lentes, se asomo por la entrada de la
enfermería. Al divisar bien quien era, la paz que se instalo a su
alrededor, se fue. Potter le confeso su inquietud ante el primer
desmayo que tuvo (pues el era el que lo había encontrado y, Dios, en
toda la conversació n que tuvieron, lo menciono cuatro veces)…pero
no se esperaba que sus míseras palabras tuvieron má s efecto que las
de su propio hermano. Le ocasiono un leve sonrojo y un revoloteo
agradable se instalo en su pecho. No le presto importancia, pues no
creía que fuese nada.

Y no se diga de Pomfrey, quien también le comentó su preocupació n,


pues ya era la segunda vez que se desmayaba por no cuidarse y
entender que debía estar en reposo. Era una completa desgracia. El
conocía sus limites, si, pero quería volver a caminar como antes, sin
necesidad de cojear o sostenerse de los estantes o de las paredes

Regulus necesitaba volver a salí, aun que sea solo por unas cuantas
horas, pero desde que la perdida de sangre lo hacia perder el
conocimiento con má s frecuencia, la posibilidad de volver a ver el
exterior, se había escurrió de sus manos como agua. Añ oraba volver
a sentir el sol, volver a respirar aire fresco. Era una tontería, pero lo
necesitaba. Su piel se ha vuelto tan pá lida que pensó que si seguía
así, terminaría como servilleta.

He incluso, Altair le repetía que su piel se había vuelto grisá cea,


haciéndolo parecer como si estuviera desnutrido. Que era otra
consecuencia de su herida. La comida ya no se le antojaba, no tenia
hambre. Lo ú nico que se dignaba a comer eran una secas barras
energéticas que tenían la enfermería. Sabían horrible, pero era lo
ú nico que su cuerpo aceptaba sin vomitarlo, aparte del agua y un
poco de fruta, pero extrañ amente solo los duraznos. No se quejaba,
los duraznos eran sus favoritos, desde niñ o. Pero sabia, que en algú n
momento, se tediaría de eso.

Después, ese día, ya nadie lo fue a ver. Era mejor así, o eso se decía
para suprimir el hecho de que se había acostumbrado a las
presencias de sus amigos, e incluso de Sirius. Se había afligido un
poco ante eso.

Lo siguiente dos días la ú nica compañ ía que tenia, eran los libros que
le habían dado anteriormente y, por desgracia, a un estudiante de
primer añ o, que por suerte era de Slyherin. Pero el niñ o no se
callaba. Se la paso contá ndole a Regulus el por que de su estadía ahí.
Se debía a un hechizo mal hecho de otro amigo suyo. El hechizo
convirtió sus piernas en gelatina y no pudieron revertirlo. Su
parloteo había sacado de quicio a Regulus, pero se mordió la lengua
incontables veces, aguantando su ganas de decirle que se calle.

Esa misma noche, Regulus se había sentido incomodísimo con la


maldita venda. Así que, le informo a Pomfrey sobre eso, y después,
hizo el típico chequeó . Cuando se aseguro que no tenia nada, Regulus
le dijo que podía limpiar su herida el solo, y así lo hizo. Y estaba
seguro de que el pobre niñ o de Slytherin quedo traumado después
de ver como la limpiaba. Incluso, Regulus considero la idea de que el
niñ o se habría desmayado, pues al principio, empezó a decir
comentarios estú pidos. Pero después de un tiempo, dejo de hablar.

Regulus agradeció a Salazar por su silencio.

***

—Tienes que dormir un poco, la poció n repone sangre tardara en


hacer efecto— dijo Altair, quien se encontraba al lado izquierdo de
Regulus, leyendo un libro mientras vigilaba la salud de su amigo.
No sabia por que, pero despertó con un humor tan radiante que era
sorprendente. No sabia si había sido el clima, la comodidad en la que
durmió , o alguno de sus sueñ os que tuvo en la noche, los cuales ya
eran historia, no sabia, pero era realmente agradable tener un día
bonito y que estuviera acompañ ado con un humor grandioso.
Incluso, la propia Madame Pomfrey le confeso su sorpresa, lo cual
era extrañ o, pero no dijo nada.

Ademá s, su hermosísima herida se había apaciguado, al fin, después


de varias semanas de tortura, la muy maldita se digno a darle un día
de paz. Pero, Pomfrey era…Pomfrey, así, por má s explicaciones que
le daba, ella lo ignoro y le dio la poció n repone sangre. No se quejaba
(tal vez solo un poco), pero sabia que era mejor así, pues si se negaba
a tomarla, Pomfrey estaría detrá s de el todo el tiempo.

Después de esa mañ ana acogedora, en la cual, fue algo extrañ o, pero
a la vez asombros, comió má s que las horribles barritas secas. Había
comido fruta (la cual no era durazno), comió también una rica tarta
de melaza y bebió jugo de calabaza. Estaba má s que feliz, el haber
comido había sido un comienzo muy bueno de su recuperació n.
Incluso, al hacer su típica caminata, no había tenido que sujetarse, la
mayor parte del tiempo, de las paredes.

Era un buen avance, del cual estaba muy orgulloso.

Al trascurrir el día, Altair había llegado de improvisto. Regulus no lo


esperaba, pero no pudo evitar alegrarse má s, aunque intentaba
esconder la alegría que le ocasiono la visita de su amigo. Pero, ahora,
el muy maldito le estaba exigiendo que se durmiese, que era parte de
su recuperació n, pero era una tontería. Había tenido un buen
progreso, aun que solo fuese un día, no necesitaba sobrecargarse de
má s.

—Pero no quiero dormir, estoy bien. —refunfuñ o Regulus. Era la


primera ves que su actitud infantil no lo hacia enojarse (algo
extrañ ísimo). Ademá s de que no quería desperdiciar su agradable
humor.

—Pero debes. Tienes que tener energías. Por lo que encontramos en


el libro, tienes que dormir lo suficiente para poder curar tu horrible
herida —dijo.

Ese bendito libro que se suponía tenia todas la respuesta, no eran


má s que puras tonterías. Era cierto que tenia distintos pá rrafos
sobre heridas no má gicas, e incluso venia como tratar una herida al
estilo muggle, cosa que desagrado a Regulus, pero nada que tuviera
que ver con la sanació n de su herida. Le comentaron a Pomfrey sobre
el contenido del libro, pero ella alegaba que no servirían. Cosa que lo
enfureció aun má s. Pensaba que Pomfrey seria má s comprensiva con
eso, pero se equivocaba.

Después de eso, Altair y Regulus decidieron seguir varias


indicaciones en secreto pero para Regulus era un tortura. La lista
decía que tenia que dormir, comer, hacer ejercicio y tomar varias
pociones. La segunda cosa no la podía hacer, la tercera menos (a
duras penas y si pudo caminar ese día), la primera era aburrida y la
ultima era imposible. No podían preparar pociones en secreto,
ademá s de que no sabían su preparació n, y buscar los ingredientes y
preparació n, los haría quedar en evidencia, lo cual no querían.

Todavía no sabia por que su herida consumía sus energías, ni como


eso afectaba su vista. No decía nada acerca de eso. Lo cual, convertía
al libro, en una basura.

—Como sea —respondió después de varios minutos estando en


silencio.

Se acomodo en su cama, que ahora que lo pensaba, ya no se sentía


tan incomoda como la primera vez que durmió en ella. El simple
pensamiento era estú pido cuando se detuvo a pensarlo. Obviamente
ya no iba a estar tan incomoda pues ya durmió varias noches en ella
(ademá s de que le lanzo un hechizo para la comodidad la primera
noche que se quedo ahí).

Su mente daba vueltas. Saltando de pensamiento en pensamiento.


Imaginando cosas sin sentido. No podría dormir y no lo haría hasta el
anochecer. Lo sabia bien. Pues los pocos rayos de sol se colaban por
una de las mú ltiples ventanas que estaban alrededor de las paredes
de la enfermería, daban directo en su cara. La cá lida luz que
emanaban era muy bien recibida, pero el picor era algo que no le
gustaba para nada, aun que fuera como una picazó n leve.

No lograba entender por que unos míseros rayos de sol lograban


colmarle la paciencia. Era algo…!Ah! Ni el mismo lograba entender
sus difusos y molesto pensamientos.

—No puedo dormir Alti —volvió a cerrar los ojos, tratando de


dominar ese sueñ o que tanto necesitaba.

—¿Alti? —pregunto confuso.

No se había dado cuenta de có mo lo había llamado, hasta después de


varios minutos. Nunca le había confesado ese apodo extrañ o que una
vez se descubrió pensá ndolo. Alti. Era un patético apodo “cariñ oso”,
que cualquier otro día le hubiera molestado en habérselo confesado.
Pero no ese día. Su atenció n se centro má s en el extrañ o calor difuso
que se instalo en su pecho, como un malestar. Pero era un malestar…
delicioso. Como si necesitara de má s.

No sabia por que le pasaba eso, pues lo ú nico que había ingerido,
aparte de su desayuno, había sido… la poció n repone sangre, pero
nunca antes había experimentado ese tipo de…sensaciones.

Después, sintió como su estomagó se revolvía, e hizo una expresió n


de incomodidad. Luego, ya no sintió nada.
No pasaron ni cinco segundos, cuando sintió una construcció n de
placer en su vientre, su rostro calentarse lentamente, de pronto, se
sentía febril. Paso una mano por su rostro, restregá ndose contra ella.
Removiendo su rizos de una manera alocada y nada elegante,
sacudiendo un poco su cabeza.

—Si, Alti. ¿Te molesta que te diga así? —su voz sonó ronca y
atrayente.

Vio como Altair palidecía. Suponía que nunca lo había visto de esa
manera desde que se conocieron, hasta ahora claro.

No sabia por que sentía eso. Nunca antes le había pasado. Sentía
como su boca tenia control propio, se sentía extrañ o. Se estaba
empezando a excitar de la nada. Algo completamente fuera de lugar.
Su vista empezaba a ponerse borrosa y sabia que no tenia nada que
ver con su herida. Sentía como si hubiera consumido un afrodisiaco,
pero no uno normal, uno que hiciera que olvidara todo y solo se
centrara en la ú nica persona que estaba frente a el. Sentía una
especie de necesidad, pero no sabia por que.

Sabia que debía de estar asustado, pero simplemente no lo estaba.


Debía de darle miedo esa extrañ a actitud suya, pero, en cambio,
quería má s. Quería averiguar, sin razó n alguna, hasta donde podía
llegaba antes de cometer una completa estupidez. Quería recordar la
vez en donde no tenia su típica expresió n y actitud amargada.

—¿Te sientes bien, Regulus? — vio como Altair dejo su libro de lado,
se inclino un poco en su asiento y toco su frente. El tacto de Altair,
quien siempre estaba frio, hizo que soltara un suspiro cuando toco su
frente. Era agradable y se sentía demasiado delicioso.

—Si Alti —escuchaba como su propia voz empezaba a escucharse un


poco distorsionada. En un acto reflejo echo su cabeza hacia atrá s,
hundiéndose en su almohada, dejando expuesto su cuello —Alti… —
jadeo.
Vio como Altair se levantaba de su lugar, exaltado. Debía suponer
que nunca lo había visto ni escuchado de esa manera. Era, en parte,
divertidísimo ver sus expresiones de nerviosismo.

Molestar a Altair era tan satisfactorio. Pero en parte le daba miedo,


no podía controlarse. Su boca no tenia control. Soltó una risa ligera
ante ese pensamiento. Pero no le importaba que era lo que decía,
solo quería averiguar si...

—Tengo que avisarle a Madame Pomfrey —aviso Altair, pero antes


de que siquiera diera un paso, agarro la muñ eca de Altair. No sabia
por que lo hizo, pero no podía importarle menos.

—No te vayas —dijo. Noto como Altair cambio su expresió n a una de


sorpresa. El cambio brusco de emociones que presento en menos de
un segundo, era extrañ o, así que supuso que también lo sorprendió .

Sabia que necesitaba ser atendido, era lo má s sensato, pero algo


impido que dejara que Altair le fuera a avisar a Madame Pomfrey,
algo que hizo sujetar la muñ eca de Altair, un sentimiento de
curiosidad e interés, pero un interés delicioso. No sabia describirlo,
pero era un tipo de necesidad. Algo que lo enganchaba a Altair y algo
que impedía que se fuera.

—¿P-por que no quieres que busque ayuda? —pregunto Altair con su


voz entrecortá ndose por los nervios.

—Te necesito —susurró con voz ahogada en excitació n y se restregó


levemente contra la almohada.

Altair soltó un jadeo nervioso.

Al volver a estar en sus cinco sentidos, se va a ahogar en vergü enza


de solo recordar esto, pero el así lo quería. Y a notar por la expresió n
de Altair, el sabia que se iba a provechar de la situació n. Sabia leerlo
tan bien. Era como meterse en su cabeza y ver sus pensamientos.
Incluso, podía adivinar -por merlín, que no sea cierto- que Altair
pensaba recordarle este momento, aun que su expresió n solo se
podía notar lo nervioso que estaba. Iba a matarlo…pero, quería,
necesitaba, sacarle provechó a la situació n.

—¿M-me…me necesitas? ¿C-có mo?—preguntó .

Altair era sú per listo, lo sabia, pero enserio se le ocurrió preguntar


eso. Regulus iba a contestarle algo sarcá stico, pero otra idea mucho
má s brillante ilumino su mente.

—Te necesito…dentro de mi —respondió rá pidamente y en un


descuido de Altair, se levanto de su cama y al estar sentando, se quito
la delgada camisa de algodó n. Lo hacia a apropó sito, pues lo hizo tan
lenta y sensualmente ante la mirada nerviosa y ardiente de Altair.
Quería ponerlo aun má s e nervioso, quería que siempre, al cerrar los
ojos, recordara esto, incluso si eso implica que lo vaya a perjudicar
en un futuro.

Escucho como Altair soltó un jadeo ahogado y vio de reojo como este
volteaba a un lado y al otro nervioso. También el sentía esa
preocupació n, no quería que nadie lo mirara, pues malinterpretarían
la situació n. Pero esa excitació n de saber que alguien lo podía llegar
a ver era deliciosa.

Y, ademá s de ver como Altair volteaba su cabeza, vio de reojo, como


cerraba las piernas, lentamente. Ante ese gesto un calor indecente
empezó a recorrer todo su maldito cuerpo. Sus manos temblaban. Su
respiració n se atascaba en su garganta. Su boca empezaba a secarse.
Su piel se erizaba. Podía jurar que escuchaba los latidos de su
corazó n latir en su oreja. Y todo por culpa de Altair Malfoy, quien
solo cerro sus largas y deliciosas piernas, que alguna vez vio en los
vestidores después del entrenamiento de Quidditch.
—¿Qu-qué haces Regulus? —exclamó con su voz terriblemente
ronca, cuando nunca antes lo había sonado así. Estaba nervioso a
má s no poder, se notaba.

Para ese momento, ya estaba de nuevo recostado en su cama.


Removiéndose entre las sabanas, pasando su dedos por la textura del
parche. Sin apartar su mirada de los bellos ojos grises de Altair.

—Tengo calor Alti. Hace demasiado calor —aparto su mano del


parche, y la subió , rozando intencionalmente sus dedos índice y
anular por su abdomen, hasta llegar a su cuello, pasando la mano por
toda la zona. Cerrando los ojos, soltando un suspiro ante su frio
tacto, disfrutá ndolo.

Después de unos segundo en donde, Regulus sabia, que Altair se


estaba bebiendo toda su expresió n de deleite ante su toque frio. Era
divertido fastidiarlo con tales expresiones. Luego, volvió a abrir sus
ojos y noto como Altair tenia un rubor en sus mejillas y observo justo
a tiempo, como se relamía los labios. Así que, cuando Altair se dio
cuenta de que Regulus estaba observá ndolo, este se sobresalto un
poco, solo un poco.

—Y-yo tengo frio. T-te vas a enfermar. —Altair rá pidamente saco su


varita de su tú nica y vio con sus manos temblando y lanzo un
hechizo para mantener la temperatura de Regulus tibia. Le agradeció
en silencio, pues tenia una leve idea de que Altair sabia que no estaba
en sus cinco sentidos, así que, al volver a su estado normal, si se
encontrada resfriado, sabia, por que lo haría con o sin enfermarse,
que le iba a lanzar la peor maldició n del mundo, después de
torturarlo.

—Quiero…tu calor Alti —solto de la nada.

No tenia control en lo que decía, pero, por Dios, su manera de hablar


era demasiado excitante. El como sus palabras ponían nervioso a
Altair, era enloquecedor. Nunca antes lo había intentando, pero
ahora. Ahora quería todo, sentir su manos recorrer el cuerpo
desnudo de Altair, cada parte que le ofrecía. Quería absolutamente
todo.

—Alti quiero tocar tu cuerpo. Sentir el calor emanar de este y


sentirlo en mis manos…te deseo —jadeo.

Vio como Altair se puso de mil colores. Incluso, sintió su propio


rostro calentarse. Eso le fascino, pocas cosas lo ponían nervioso y
llegando a tal grado, lo hacían sonrojarse. El decir lo que dijo le
provoco un sonrojo, algo que no le pasaba desde que tenia once u
doce añ os.

—¿M-mi c-cuerpo? —escucho como pronuncio la pregunta con tanta


lentitud, que una ola de excitació n recorrió el cuerpo de Regulus ante
eso.

Que delicia.

—Si…tu cuerpo —dijo. Regulus volvió a sentarse en la cama y se giro,


elevo un poco sus piernas y las coloco entre las piernas separadas de
Altair y en un parpadeo, se acerco al rubio. Coloco sus manos en las
rodillas de Altair, apoyá ndose y se acerco lo suficiente para ponerlo
verdaderamente nervioso, pero no lo suficiente como para
resbalarse y caer encima de Altair —todo tu delicioso cuerpo.

Sabia, que al día siguiente, su propio cuerpo se desmayaría al primer


instante en que recordara este momento. Se iba a morir en
vergü enza, ahogá ndose en su propia miseria y todo eso se debía a la
maldita poció n, pero fascinantemente aumento su confianza, lo cual
era desquiciante, pero, joder, la disfrutaba tan bien. También tenia el
pendiente de que alguien má s lo viese, aunque la enfermería este
má s desierta que nada, y malinterpretaría toda la maldita situació n.

Observo como Altair se pegaba má s al respaldo de la silla, intentando


alejarse lo má s posible del roce de sus piernas e intentado que sus
manos no tocaran ningú n punto delicado, pero no sin antes
asegurarse de que no caería encima de el.

—¿Q-qué haces?

Regulus observo el cuello pá lido de Altair y en un movimiento


rá pido, acerco su mano hacia el cuello de Altair. Queriendo rozar sus
dedos fríos por esa parte caliente del cuerpo del rubio. Deseando
poner su boca…morder ese lugar. Chupar con fuerza hasta dejar una
muy buena marca roja, y seguir haciéndolo por todo su cuello y
bajar, dejando un camino de besos hú medos por todo el torso de
Altair. Hasta que no pudiera sentir los labios, y que al tocarlos, los
sintiese hinchados y calientes.

Altair miraba embobado el movimiento de su mano, y no sabia como,


pero por culpa de esa estupidez, sintió má s excitació n que antes, e
incluso sintió un tiró n en la ingle. Siguió moviendo su mano,
ignorando lo anterior, dirigiéndola hacia el cuello de Altair y al
momento en que sus dedos rozaron el cuello del rubio, Altair agarro
su mano, impidiendo que lo tocase, sabia que si no lo hacia, eso se iba
a salir de control.

—Alti, déjame…sentirte —demando Regulus.

Vio como Altair se sonrojaba a un má s.

—N-no. Regulus.

Regulus quito la mano atrapada que tenia y sin que Altair se diera
cuenta, movió su mano, que estaba sobre la rodilla de Altair, hasta su
muslo. Este se sobresalto por el rose. No se lo esperaba, para nada y
cuando Regulus se dio cuenta de que no quitaría su mano, siguió
moviendo su mano, hasta quedar a centímetros de la erecció n del
rubio. Sonrió con orgullo ante eso. El había puesto a Altair Malfoy de
esa manera, todo necesitado. Cuando Altair se dio cuenta de eso, se
paro de su lugar bruscamente, haciendo que Regulus se lanzara hacia
atrá s para no ser golpeado. Apoyá ndose en la cama con sus codos,
recorriendo con la mirada la figura esbelta de su atractivo amigo.
Después, al llegar a su rostro, vio como Altair tenia un sonrojo
demasiado tierno en sus mejillas blanquecinas. Vio como sus ojos
reflejaban excitació n genuina, mientras miraban a Regulus desde los
pocos centímetros de altura y este no pudo devolverle la sonrisa,
relamiéndose los labios ligeramente. Haciendo que Altair entendiese
su doble sentido.

Altair soltó un jadeo ahogado ante el gesto de Regulus y rá pidamente


dijo:

—Y-yo, me tengo q-que ir. Nos vemos m-mañ ana.

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