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La pandemia no sólo nos tomó por sorpresa a todos, sino que su llegada evidenció
muchas de las fallas acumuladas durante los últimos años en el mundo que hemos
construido. El ser humano casi todopoderoso se ha visto derrotado ante un minúsculo
virus. Esta dramática situación ha puesto en clara evidencia la vulnerabilidad, caducidad
y contingencia que nos caracterizan como humanos, cuestionando muchas certezas que
basaban nuestros planes y proyectos en la vida cotidiana. La pandemia nos plantea
interrogantes de fondo, concernientes a la felicidad de nuestra vida y al amparo de
nuestra fe cristiana.
Uno de los aspectos que más penetraron de la pandemia en la Iglesia Católica fue la
afectación litúrgica sufrida en esos meses. Al coincidir la cuarentena con la Semana
Santa, los días en los que con más colorido y representación simbólica se vivía la
religiosidad católica tuvieron, en cambio, que ser seguidos a través de plataformas
digitales. La tele-evangelización alcanzó su punto culminante durante los meses de la
contingencia. Afincados en sus hogares, los fieles no tenían otra posibilidad más que
conectarse a sus dispositivos electrónicos para seguir a distancia los oficios al fin de la
cuaresma, las misas y otras reflexiones como retiros espirituales y pláticas doctrinales.
El impacto fue demoledor en los ministros de culto. Y es que, al cerrarse los templos y
no haber celebraciones litúrgicas en ellos, y al suspenderse también las catequesis y
reuniones grupales, los clérigos se vieron desconcertados, algunos de ellos sin saber
cómo administrar su tiempo, envueltos en crisis físicas, psicológicas, afectivas,
espirituales, económicas, entre otras. Pareciera que, si no se podía celebrar la misa en
los templos, o confesar y dirigir grupos apostólicos en ellos, no había nada qué hacer.
Por último y para finalizar como conclusión le urge a la Iglesia Católica renovar su
liturgia en dos direcciones: por una parte, buscar que sea la verdadera celebración de
una fe que, previamente, ya se ha reflexionado y vivido, de manera que no pierdan su
significado y su impacto en las personas que participan en ellos; en segundo lugar, es
preciso renovar protocolos, asignación de lecturas, cantos y escenografías, que
conviertan, en especial a las misas, en algo más cercano a los fieles, sobre todo a los
jóvenes, y que proyecten alegría y no amargura.
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realidad-los-tres-retos-reflexi%C3%B3n-fe-y-caridad