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El 

liberalismo clásico es un concepto amplio usado para englobar las ideas políticas que
suceden durante los siglos XVII y XVIII, contrarias al poder absoluto o intervención del monarca
o el Estado en asuntos civiles, y opuestas a los privilegios legales que detentaban los
aristócratas, el clero oficial y los gremios, con el objetivo de que el individuo pueda desarrollar
sus capacidades individuales y su libertad en el ámbito político, religioso y económico. Es una
corriente originaria del liberalismo que aboga por las libertades civiles bajo el imperio de la ley
y por una economía de mercado. Las ideas, clasificadas como liberalismo clásico, de John
Locke y de Montesquieu influyeron significativamente tanto en la Revolución Gloriosa como en
la Independencia de los Estados Unidos de América y en el inicio de la Revolución francesa.

En el siglo xix el liberalismo clásico pone el énfasis principal en garantizar la libertad del


individuo al limitar el poder del Estado y maximizar el poder de las fuerzas del mercado
capitalista, como una respuesta a la Revolución industrial y la urbanización en el siglo xix en
Europa y los Estados Unidos.1 Aboga por las libertades civiles con un gobierno limitado bajo el
imperio de la ley y la creencia en la política económica del laissez-faire.234 El liberalismo clásico
del siglo xix se basa en ideas que ya surgieron a en el siglo xviii, como ideas seleccionadas
de Adam Smith, John Locke, Jean-Baptiste Say, Thomas Malthus y David Ricardo, subrayando
su creencia en el libre mercado y el derecho natural,5 el utilitarismo6 y el progreso. Los liberales
clásicos eran más desconfiados que los conservadores del rol del gobierno a menos que fuese
mínimo7 y al algunos adoptar la teoría de gobierno de Thomas Hobbes, creían que el Estado
había sido creado por los individuos para protegerse unos de otros. Un referente de esta
generación del liberalismo clásico es el sociólogo y pensador inglés Herbert Spencer, quien se
aproximó a un anarquismo filosófico.

Sus bases racionales son el realismo y fundamentalmente el empirismo sustentado bajo


el derecho natural, con mucha mayor atención, por lo tanto, a los cambios observados en los
hechos, por lo que se distingue del idealismo y del deductivismo propios
del racionalismo continental europeo, más tendiente a formular verdades absolutas. Se trata
de un racionalismo analítico, más que justificativo.

Su visión de la condición humana es realista, suponiéndole una motivación fundamentalmente


egoísta en aras de la satisfacción del propio interés, esto lo vincula a dar preferencia especial
al liberalismo económico o liberismo.

Dicho laicismo, empirismo y utilitarismo, propios del liberalismo clásico, favorecen la


convención más que la convicción, mediante un programa político basado en el consenso, por
lo que considera la ley y la institución creaciones artificiales, evaluándolas por sus resultados y
omitiendo su concordancia con cualquier principio trascendente. Debido a esto último es que
aceptan la monarquía constitucional siempre y cuando esta garantice la libertad y el bien
común.

Nace en Inglaterra a mediados del siglo xvii, entre la guerra civil y la revolución de 1688, con la
elaboración de argumentos contrarios a la monarquía absoluta y el poder eclesial y su
pretensión de monopolio sobre la verdad religiosa.

Los primeros en manifestar estas posturas son los niveladores, pequeños propietarios


disidentes del ejército de Oliver Cromwell, constituido en partido político en 1646. Sus ideas
centrales hacían referencia a la comunidad política como un conjunto de personas libres que
comparten los mismos derechos fundamentales, por lo que el gobierno tenía que basarse en el
consentimiento de los gobernados. Como los gobernados son personas racionales, dicho
ejercicio de gobierno no podía ser ni paternalista ni intervencionista, sus poderes, por lo tanto
tenían que ser limitados, con una clara vocación de protección de los derechos individuales
como la libertad de expresión, de religión, de asociación y de propiedad.

El factor religioso también jugó un importante papel en la formulación del liberalismo. En línea
con lo anterior, se reclamaba tolerancia y libertad religiosa por parte de los sectores
inconformistas fuera de la Iglesia de Inglaterra. Hasta ese momento, reinaba un compromiso
doctrinal entre el calvinismo y el anglicanismo que permitió la nacionalización política,
compromiso que proporcionó en la práctica una dinámica de tolerancia religiosa. Pero en el
siglo xvii surgieron importantes discrepancias en el seno de la Iglesia de Inglaterra referentes a
su tradicionalismo y autoritarismo, desembocando en el puritanismo, cuyas reclamaciones
radicaban en la independencia eclesiástica y en una organización presbiteriana o asamblearia.

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