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Virus y bacterias: qué son y en qué se

diferencian
 23 noviembre, 2020
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Los virus son más pequeños que las bacterias y tienen una gran capacidad de
mutación y contagio. Las enfermedades causadas por estos dos tipos de gérmenes
se tratan de maneras muy diferentes. 
Aunque poco a poco se va conociendo más información, en el mundo son muchas las dudas que giran en
torno al nuevo coronavirus. Si bien hay varios estudios clínicos en curso, por el momento no se ha
obtenido una vacuna ni tratamiento farmacológico específico contra el virus SARS-CoV-2 que causa
la enfermedad COVID-19.

Entre tantas preguntas, por desconocimiento o desinformación, a menudo en la población surge la duda
acerca de si el coronavirus se puede tratar con antibióticos. La respuesta es no: ningún virus se puede
tratar con antibióticos, que sólo se utilizan para tratar las infecciones causadas por bacterias. Las
enfermedades provocadas por virus y por bacterias se tratan de maneras muy diferentes porque no
actúan del mismo modo en el organismo al que afectan.

Los virus y las bacterias tienen un tamaño microscópico, están en casi todas las superficies y son la
causa de muchas enfermedades. Pero no son lo mismo. Conocer las características de cada uno ayuda a
entender mejor sus efectos en el organismo y cómo evitar posibles contagios.

¿Qué son las bacterias?


Las bacterias son organismos unicelulares que obtienen sus nutrientes del ambiente en el que viven.
Pueden causar problemas, como las caries, las infecciones del tracto urinario, de oído o la faringitis
estreptocócica, por mencionar algunos ejemplos. Pero las bacterias no siempre producen
enfermedades: algunas de ellas poseen una acción beneficiosa y, por ejemplo, contribuyen al buen
funcionamiento del sistema digestivo, ayudando a procesar y obtener los nutrientes de los alimentos e
impidiendo que entren bacterias nocivas en su interior. Inclusive, algunos tipos de bacterias son
utilizados para fabricar medicamentos o vacunas que salvan vidas. 

¿Qué son los virus?


Los virus son más pequeños que las bacterias. No son células completas: sólo son material genético
empaquetado dentro de una cubierta proteica. Necesitan otras estructuras celulares para
reproducirse, lo que significa que no pueden sobrevivir por sí solos salvo que vivan dentro de otros
organismos vivos como humanos, plantas o animales. 

Algunos virus pueden matar bacterias o combatir virus más mortales. Son los llamados
bacteriófagos o fagos (del griego “devorar”): infectan y destruyen bacterias específicas que se
encuentran en la membrana mucosa que reviste los aparatos digestivos, respiratorios y reproductivos.

Los virus pueden vivir durante una cantidad reducida de tiempo fuera de las células vivas. No
obstante, una vez que se introducen en el cuerpo de una persona, proliferan rápidamente y pueden
enfermarla. Causan algunas enfermedades de poca importancia, como el resfriado común, y otras graves,
como la viruela o el SIDA, provocado por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). 

Tienen una gran capacidad de mutación y esto no significa que necesariamente se vuelva más
agresivo, sino que ha cambiado su material genético, es decir, la estructura de su genoma viral ubicado
en el interior de la partícula que puede ser ADN (ácido desoxirribonucleico) o ARN (ácido
ribonucleico). 

Los virus también presentan un alto poder de contagio, llegando a provocar pandemias, cuando una
enfermedad epidémica se extiende a muchos países, tal como sucede con la enfermedad COVID-19.
Las principales diferencias
Tamaño: las bacterias son hasta 100 veces más grandes que los virus. Y eso teniendo en cuenta que
en ambos casos son imperceptibles al ojo humano y sólo se detectan a través de un microscopio especial.
Las bacterias pueden verse con un microscopio óptico, mientras que los virus sólo pueden detectarse
mediante un microscopio electrónico, empleando una lente electromagnética.

Estructura: Los virus tienen una composición algo más simple formada por una partícula de genoma de
ARN o ADN encerrada en una cubierta de proteína. En cambio, las bacterias presentan una estructura
interior algo más compleja con una pared celular donde se localizan el citoplasma, los ribosomas y el
genoma bacteriano.

Reproducción: Es otra de las cuestiones que no comparten virus y bacterias. Las bacterias tienen la
capacidad de crecer y reproducirse por sí mismas. Y de esas células resultantes pueden salir más
divisiones. Los virus no tienen la capacidad de dividirse por sí mismo, se replican sin parar y atacan a
otras células para transmitir su información genética. Hacen copias de sí mismo, pero en las células
vivas de su huésped, al cual infectan y enferman.

Resistencia: Presentes en casi todos los hábitats del planeta, las bacterias cuentan con mecanismos que
las vuelven muy resistentes. Por este motivo, a diferencia de los virus, son capaces de sobrevivir a
temperaturas extremas y durante largos periodos de tiempo fuera de otros organismos. También aumenta
su capacidad de supervivencia el hecho de que puedan obtener alimento de muchas fuentes diferentes,
tanto orgánicas como inorgánicas. 

En el caso de los virus, en general, pueden sobrevivir durante horas e incluso días, sobre todo en
superficies duras de acero inoxidable o plásticas, pero con el tiempo se vuelve menos infeccioso porque,
sin poder replicarse, el virus se descompone con el tiempo.

Tratamiento: Es la mayor diferencia entre los virus y las bacterias. Los antibióticos no son eficaces
contra los virus –no los mata- y además pueden suponer un riesgo grave para el paciente, ya que
aparecen resistencias bacterianas. En tanto, para atacar a determinados virus se han desarrollado
medicamentos antivirales.

Si el origen de la enfermedad es bacteriano y se dispone de un antibiótico adecuado, el tratamiento es


relativamente asequible y completando el esquema de tratamiento, se  suele volver a un estado normal en
pocos días o semanas. Si el origen de la enfermedad es viral, la situación se puede llegar a complicar –
dependiendo del virus- porque no se dispone de un arsenal antiviral al mismo nivel, ni en cantidad ni en
efectividad. En muchas ocasiones, el sistema inmunitario es el único aliado.

Los profesionales de la salud se encuentran entonces ante infecciones bacterianas muy patógenas que
cuentan con un tratamiento eficaz y ante infecciones víricas, causadas por virus, que no son tan
patógenas pero que no cuentan con un tratamiento eficaz, por lo que pueden resultar muy graves en
pacientes de mayor edad, con un sistema inmunitario debilitado o con patologías previas. 

Esto último es lo que ocurre hoy en día en el mundo con COVID-19, la enfermedad que provoca el
nuevo coronavirus. Lo que hoy sabemos de este nuevo virus es que para evitar que se transmita hay que
insistir con el lavado de manos, desinfección de las superficies y mantener la distancia social
Los protozoarios intestinales en humanos pertenecen a cuatro grupos: amibas, flagelados, ciliados
y coccidias. Todos los protozoarios son formas microscópicas cuyo rango en tamaños varía desde 5
a 100 micrómetros, dependiendo de la especie. Las variaciones de tamaños entre los diferentes
grupos pueden ser considerables. Los ciclos biológicos de estos organismos unicelulares son
simples en comparación con aquellas de los helmintos. Con la excepción de coccidias, existen dos
estadios de crecimiento importantes, trofozoíto y quiste, y sólo ocurre un desarrollo asexual. Las
coccidias, por otro lado, tienen un ciclo biológico más complicado involucrando generaciones
asexuales y sexuales y varios estadios de crecimiento. Las infecciones intestinales por protozoarios
se transmiten principalmente de humano a humano. Con excepción de Sarcocystis, no se
requieren los hospedadores intermediarios, y con la posible excepción de Balantidium coli, los
hospedadores reservorios no son importantes.

La Organización Mundial de la Salud define que la diarrea es la segunda causa de


morbilidad y mortalidad en menores de 5 años, dentro de este grupo de enfermedades
se encuentran las producidas por parásitos intestinales, principalmente protozoarios
intestinales, siendo los más importantes Entamoeba histolytica, Giardia
lamblia y Cryptosporidium.

El diagnóstico de infecciones parasitarias a menudo es complicado, especialmente


cuando el paciente no proviene de zonas endémicas o no tiene muchos factores de
riesgo para adquirirlas. Dentro de la gran variedad de parásitos que afectan a niños,
los protozoarios intestinales suelen ser de difícil identificación debido a factores como
variaciones en la cantidad eliminada de sus formas de resistencia (quistes) o la
detección de los trofozoitos no es posible por que las muestras no llegan a laboratorio
en buenas condiciones.

La eosinofilia frecuentemente es considerada como indicador de parasitosis, pero esta


se presenta en infecciones por helmintos, pero son pocos los proto-zoarios que se
relacionan con la misma; este es un motivo más por el que surge la necesidad de
contar con pruebas más orientadoras.

Las técnicas de diagnóstico parasitológico para pro-tozoarios intestinales pueden


dividirse en directas e indirectas. Las directas permiten observan al parásito ya sea
como trofozoito o quiste, en cambio las pruebas indirectas detectan antígenos del
parásito o anticuerpos generados en el hospedero producto de la infección.

Giardia lamblia y Entamoeba histolytica, son considerados como los protozoarios


intestinales más frecuentes en niños, quedan otros que pueden coexistir con los antes
mencionados o no ser tomados en cuenta debido a que el común de los laboratorios no
informa su presencia o porque no solicitamos las pruebas correspondientes para
evidenciarlos. Entre estos tenemos al Cryptosporidium, muy frecuentemente asociado
a Giardia lamblia, también debemos considerar a Ciclospora y Blastocystis hominis,
este último, cada vez mas mencionado como agente de cuadros diarreicos agudos
dejando de lado la suposición que solo se trata de un comensal. A continuación se
realiza un recordatorio breve de las características más importantes de estos parásitos.

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