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LA EUCARISTÍA

La presencia real de Cristo


en la Eucaristía
L ino E milio D íez V alladares , SSS*

Fecha de recepción: julio de 2021


Fecha de aceptación y versión final: septiembre de 2021

Resumen
En el ámbito del cristianismo hay un amplio reconocimiento del misterio de la
presencia de Cristo en la Eucaristía o Cena del Señor. Cosa distinta es el modo de
explicarla; en esto sí hay posturas encontradas. Por un lado, es difícil negar lo que el
texto sagrado relata en relación con las palabras y gestos de Jesús en la Última Cena
(«esto es mi cuerpo», «esta es mi sangre”); pero, por otro, es compleja su representa-
ción conceptual. Es el Misterio de nuestra fe; ante él, el lenguaje humano se agota y
la teología «balbucea» al tratar de expresarlo. Sólo el lenguaje de la imaginación, el
lenguaje simbólico, puede hablar adecuadamente de la Eucaristía.
Palabras clave: Liturgia, Eucaristía, presencia, celebración

The true presence of Christ in the Eucharist

Abstract
Within Christianity there is widespread recognition of the mystery of Christ’s
presence in the Eucharist or Lord’s Supper. How to explain it is a different mat-

* Instituto Superior de Pastoral, UPSA. Párroco de Nuestra Señora del Santísimo


Sacramento. Madrid. ssslediez@planalfa.es

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ter; that is where opinions differ. On the one hand, it is hard to deny what the
Bible says in relation to the words and actions of Jesus at the Last Supper (“this
is my body”, “this is my blood”); on the other hand, it is difficult to represent it
conceptually. It is the Mystery of our faith; before it, human language falls short
and theology “stutters” when it tries to express it. Only the language of the imag-
ination, symbolic language, can talk properly about the Eucharist.
Key words: Liturgy, Eucharist, presence, celebration.

Los discípulos se encuentran en una barca en medio del lago, de no-


che, abandonados al capricho de las enormes olas de un mar encrespado
acompañadas de violentas ráfagas de viento. Su situación parece desespe-
rada. Entonces perciben en la oscuridad una figura luminosa que se dirige
a ellos caminando por la orilla, o ¿sobre el agua? No lo sabemos bien,
pues el texto, a decir de los expertos, es ambiguo, lo cual añade misterio
a la escena. La figura majestuosa anuncia su identidad divina: «Soy yo». Y
les invita a la confianza: «No temáis». Los discípulos quieren recogerle a
bordo, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían;
están ya en lugar seguro.
La historia se relata en el capítulo sexto del evangelio de Juan (Jn 6, 16-
21), capítulo enteramente dedicado a la enseñanza eucarística. Podemos
pensar, entonces, que quiere hacernos comprender algo importante acer-
ca de la Eucaristía. Tal vez era que las comunidades, que se reunían para
la Eucaristía, eran sacudidas por vientos desfavorables, en forma de acon-
tecimientos desestabilizadores, personales o colectivos. Mientras celebran
la Eucaristía, mientras realizan el rito eucarístico, los cristianos saben que
Jesucristo, el Señor resucitado y victorioso, está con ellos. Viene de la
otra orilla, del Reino del Padre, les guía en la noche, conduciéndoles sin
peligro a su destino.
No podemos ignorar que el Señor, que sale al encuentro de su Iglesia en
los momentos de peligro, viniendo desde ‘la otra orilla’, desde la orilla
más lejana hacia la que nosotros nos dirigimos, es Aquél que viene a no-
sotros ahora desde el Padre; consecuentemente, no viene a nosotros del
pasado sino del futuro. Como todos los relatos de resurrección, pascuales,

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su presencia tiene algo de transitoria –está con ellos, desaparece–, pero


también algo de perdurable –se le puede encontrar una y otra vez.
Comencemos subrayando, por tanto, esta paradoja. Si afirmamos que el
Señor está verdaderamente presente en el sacramento eucarístico, lo está
sin embargo bajo un modo de ausencia; por otro lado, si su presencia pue-
de ser denominada permanente, es también, por su naturaleza, transitoria.
Parecería un juego de palabras, pero no lo es1.
Es obvio que Cristo se hace presente en la Eucaristía, como realmente
existe ahora, esto es, en su condición gloriosa. La necesaria insistencia en
que Cristo está presente en la Eucaristía ha podido hacer olvidar que todo
sacramento es también signo de una ausencia. La Eucaristía es sacramento
no sólo por hacer memoria del pasado y por realizar una gracia presente,
sino que es también sacramentum futuri. Mediante la Eucaristía hacemos
presente a Cristo, pero lo hacemos donec veniat, hasta que vuelva.

1. La presencia eucarística de Cristo

La Eucaristía no se agota en su celebración litúrgica. Una vez consagrados el


pan y el vino, permanecen como símbolos de una presencia real y viva del
Señor en medio de su pueblo2. De este modo, la Eucaristía es en verdad sa-

1. Cf. A. Novo – J. Gibert – M. D. Valencia, «Esto es mi Cuerpo... Éste es el


cáliz de mi Sangre», en COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, La
Eucaristía, alimento del pueblo peregrino. IX Congreso Eucarístico Nacional, Edice,
Madrid 2000, 109-123.
2. Para una mayor profundización sobre el tema remito a estudios publicados,
en los que se podrá encontrar también abundante bibliografía: J. Aldazábal,
La Eucaristía, (Biblioteca litúrgica 12), Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona
1999; D. Borobio, Eucaristía, (Sapientia Fidei 23), BAC, Madrid; J. Caste-
llano Cervera, El Misterio de la Eucaristía, Edicep, Valencia 2004; X. Pikaza,
Fiesta del Pan, Fiesta del vino. Mesa común y eucaristía, Verbo Divino, Estella
2000; F. Marinelli, L’Eucaristia presenza del Risorto. Per la chiesa e la storia degli
uomini, EDB, Bologna 1996; y naturalmente, la imprescindible obra de refe-
rencia para este tema en español, J. A. Sayés, La presencia real de Cristo en la
Eucaristía, BAC, Madrid 1976.

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cramento permanente, porque es signo que permanece, presencia real que


perdura, oferta y don constante, memoria de una entrega salvadora para
siempre. Dios, que plantó su tienda entre los hombres por la encarnación
de su Hijo, quiere que esta tienda permanezca por la Eucaristía.
«El misterio eucarístico es el centro de la liturgia y, por lo mismo, de
toda la vida cristiana. Por misterio eucarístico se entiende la eucaristía
en la totalidad de sus aspectos, comenzando por la celebración del
memorial del Señor. Esta celebración es también el centro de la vida
de la iglesia local y universal»3.
«La Eucaristía es el centro de toda la acción sacramental de la Iglesia.
En torno a ella crece el pueblo de Dios. En la Eucaristía se revela
en plenitud de significado la estructura sacramental de la existencia
cristiana. De la Eucaristía procede la vida y la energía de la comu-
nidad eclesial. La celebración eucarística eclesial provoca y sostiene
la vida sacerdotal del bautizado; renueva el compromiso testimonial
de la Confirmación; exige la conversión y la comunión plena, que la
penitencia sacramental reconstruye y refuerza constantemente; realiza
de modo específico el servicio ministerial del presbítero; nutre y con-
solida los vínculos de la unión esponsal y la unidad en el amor; ayuda
a los enfermos a unirse al misterio de la pasión y de la resurrección en
la espera del encuentro con el Señor»4.

1.1. Naturaleza de la presencia de Cristo


Sin duda alguna, Jesucristo resucitado está presente en la Palabra, en el
pobre, cuando dos o tres se reúnen en su nombre, en la Iglesia. Pero en
el Pan y en el Vino consagrados se hace presente de una manera que, valga
la expresión, supera todas las demás. La oración que se desarrolla ante es-
tos dones, aprovecha la riqueza típica de esta presencia que no se cierra en
sí sino que es abierta, dinámica, para el crecimiento de la comunión con

3. J. López, «Culto eucarístico», en D. Sartore – A.M. Triacca (ed. esp. J. M.


Canals), Nuevo Diccionario de Liturgia, Paulinas, Madrid 1987, 517.
4. Eucaristia, comunione e comunitá. Documento pastorale dell’Episcopato italiano
(22 Maggio 1983), Paoline, Torino 1987, n. 90.

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Dios y con los hermanos. La presencia eucarística es el modo elegido


por Dios para transformar a su pueblo en el Espíritu.
Por tanto, si la adoración es una oración que busca leer los signos de la
Eucaristía, ¿qué pueden decir el pan y el vino consagrados a quien los
contempla con fe?
Necesariamente remiten a la celebración del memorial, de la que proce-
den, el sacrificio de la muerte del Señor que nos ha obtenido la reconci-
liación sellando en su sangre la nueva y eterna alianza. Pero esta realidad
vital se realiza si nosotros nos abrimos a la acción del Espíritu, nos deja-
mos transformar por él, y nos sentimos llamados personalmente a cerrar
el pacto de la nueva alianza del hombre nuevo.
En el Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la
Misa (RCCE), al referirse al culto eucarístico y a la piedad eucarística en
general, han encontrado derecho de ciudadanía muchas expresiones que
son herencia de un desarrollo y tradición pluriseculares. Aun en la rica
variedad de expresiones, hemos de subrayar que la oración de adoración
se dirige a la Persona de Cristo. Expresiones como: «culto de las sagradas
especies», «culto debido al Sacramento», «adoración del Santísimo Sacra-
mento», «adorar el misterio», incluyen una intención que dirige el culto a
la Persona significada y contenida.
Es importante afirmar que, hablando de adoración dirigida a la persona
de Cristo, se trata de Cristo presente y dado en alimento. Es una presencia
enriquecida de todos aquellos valores que provienen de la celebración de
la que procede5.
Resulta esencial, desde el comienzo, destacar la expresión «dado en ali-
mento», que se convierte en fundamental, obligándonos a abandonar

5. Cf. L.E. Díez Valladares, Acoger la Presencia. El culto eucarístico fuera de la


Misa tras la reforma litúrgica del Vaticano II, Secretariado Trinitario, Salamanca
1998; Id., «El culto eucarístico fuera de la Misa en la parroquia», en Canals Ca-
sas J. M. (ed.), Liturgia y parroquia, hoy. Jornadas Nacionales de Liturgia 2008,
Edice, Madrid 2009, 269-297; Id., «Entrar en el dinamismo de la Eucaristía.
Para mejorar la adoración eucarística»: Phase 330 (2015) 628-634.

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expresiones habituales hasta no hace mucho como: «superar los velos sa-
cramentales» para encontrar la persona de Cristo. Dado que la presencia
sacramental del Señor está ligada a los signos del pan y el vino, y tiene
como fin la comunión, no es ignorando el signo, sino acogiéndolo en
su significativa plenitud, como obedeceremos al mandato del Señor. Por
ello, la respuesta a esta presencia, para ser respuesta adecuada, deberá ser
acogida del don de Cristo que se ofrece en alimento y bebida, aceptando
comer su cuerpo y beber su sangre. Toda expresión del culto eucarístico
encuentra su razón de ser en la realización, prolongándola también fuera
de la Misa, de la gracia del sacrificio, que es la comunión con Cristo hasta
formar un solo cuerpo y un solo espíritu, sacrificio agradable a Dios. En
una frase: «¡Adorar es comer!».
Las palabras y gestos de Jesús en la institución de la Eucaristía, referidas
en los textos evangélicos y repetidos en la celebración litúrgica, muestran
los varios aspectos «dinámicos» de la presencia eucarística.
El signo sacramental eucarístico no se limita a una indicación genérica de
la presencia de Cristo, sino que revela y actualiza, «hace actual», su gesto
salvífico: el pan y el vino, consagrados y ofrecidos como alimento y bebi-
da, son «signos» del Señor que se nos dona realmente y nos hace capaces
de compartir su vida, haciéndonos entrar en comunión real con él.
«Tanto en la fracción del pan, gesto con el que se pone a disposición
de los comensales el mismo pan, como el único cáliz, que pasa de
mano en mano, signo de un único destino (cáliz) al que todos son aso-
ciados, expresan que Jesucristo pone al alcance de todos la salvación
definitiva [...] Con tales acciones Jesús nos dice que la salvación, que
él da y él es, es ofrecida a todos»6.

Lo que Jesús manifestó en su ministerio apostólico, en el estilo de su


acción, y particularmente en su misterio pascual –una existencia ofre-
cida gratuitamente– es entregado a la Iglesia en el don sacramental de
sí mismo. Los gestos que Jesús hace sobre el pan y sobre el cáliz (tomar,

6. G. Crocetti, “Adorazione eucaristica e grazia del sacrificio”: La Nuova Alleanza


83 (1978), 393.

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bendecir/dar gracias, partir, dar, decir): «…son indudablemente gestos de


donación; indican el don sacramental de sí mismo a la Iglesia, don que
tiene su culmen en la Pascua, entrega obediente a la voluntad del Padre,
don por amor a los hombres. En pocas palabras, es el don de sí mismo
para nuestra salvación»7. También las palabras que acompañan estos ges-
tos revelan la riqueza de una presencia que es siempre manantial de nueva
vida en el Espíritu: sangre, igual que cuerpo, designa toda la persona de
Jesús; persona que se dona realmente mediante el sacramento, que entra
en la profundidad física del comulgante. Ambos modos de decir –comer
su cuerpo y beber su sangre– sintetizan la obra salvífica de Jesús, realizada
a lo largo de toda su vida de entrega.
Por lo tanto, no se puede considerar la presencia eucarística en una vi-
sión puramente «estática», limitándose a localizar de modo casi material
la presencia de Cristo. Los creyentes que participan en la Eucaristía son
llamados a reconocer y a acoger al Señor, entrando en comunión con él,
asimilando su cuerpo y su sangre, y dejándose llenar por su mismo Espí-
ritu de amor.
Si la celebración eucarística es verdaderamente el «origen y el fin del culto
que se tributa fuera de la Misa»8, es evidente que la presencia real del
Señor, ante la cual nos postramos en adoración, ha de ser vista a la luz de
estos aspectos sacramentales, y nos conduce a revivir la riqueza del don
recibido en la misma celebración.
Una deficiente visión global del misterio eucarístico y una escasa valori-
zación del signo sacramental llevan a una consideración «empobrecida»
de la misma presencia real y, a veces, a plantear ciertas formas de culto a
la Eucaristía fuera de la Misa casi «en competencia» con la participación
litúrgica, o en contraste con el espíritu litúrgico.
Afortunadamente, hoy, la presentación unitaria y sacramental de la Euca-
ristía nos ayuda a descubrir la verdadera riqueza y la expresión auténtica

7. G. Crocetti, Questo è il mio corpo e lo offro per voi, EDB, Bologna 1999, 105-
106.
8. Instrucción Eucharisticum Mysterium (=EM) 3e.

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del culto a la presencia real, en estrecha y evidente relación con la cele-


bración de la que deriva. «[La gracia invisible] con tanta más seguridad y
eficacia penetrará en el espíritu y en la vida de los fieles, cuanto más aptos
y claros sean los signos con que se celebra y venera»9.
Además, afirmando que Cristo es objeto y término de la adoración en el
culto eucarístico, no se trastoca su función mediadora, ni su posición en
el seno de la Trinidad. Cristo es siempre el camino que conduce al Padre.
Colocando la presencia eucarística en su cauce natural de la celebración
eucarística, y consecuentemente en su perspectiva trinitaria, experimen-
taremos también el gozo de participar del don del Espíritu que contiene
el Cuerpo de Cristo y que Él distribuye abundantemente cada vez que
comemos su carne vivificadora.

1.2. Riqueza de la presencia eucarística


La celebración de la Misa debe ser el centro de toda devoción eucarística:
de esta convicción debe partir toda pastoral y catequesis referente a la
presencia eucarística. El sentido de esta presencia se ha de buscar en la ce-
lebración, sin separarla nunca del memorial, sacrificio-comunión. Para
que el encuentro con la Eucaristía sea auténtico, necesita un contexto
sacrificial y debe realizar las finalidades del sacrificio o, citando el RCCE,
debe «prolongar la gracia del sacrifico»10, que se resume en la persona del
Señor y en toda su obra salvífica, hechas presentes y donadas para la salva-
ción de todos los hombres. Gracia en la que se participa con la comunión
sacramental o espiritual, entendida ésta no como sustitutivo de aquélla
sino como su complemento. He aquí la razón por la cual todo el discurso
eucarístico debe hacerse en clave de comunión.
La celebración eucarística supone la presencia de personas evangelizadas,
que alcanzan, sentados a la mesa del Señor, el vértice de un camino de
fe, suscitado y sostenido por el anuncio de la palabra de Dios. El creyen-
te que ha acogido el Evangelio, en la fuerza del Espíritu, ha abierto el
corazón al don de la conversión y se ha confiado al Señor, entrando en

9. EM 4; cf. SC 33 y 59.
10. RCCE 4; cf. EM 3g.

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comunión vital con él. El itinerario de formación en la fe, vivido en la


comunidad cristiana, tiene su centro dinámico en la adhesión a la persona
de Cristo y su momento culminante en la participación en la Eucaristía,
«lugar» de la opción de fe renovada constantemente:
«La Eucaristía se redescubre continuamente. Como Pedro, somos
puestos siempre ante la opción de fondo: poner o no a Cristo en el
centro de nuestra vida; decidir si comer de su cuerpo o beber de su
sangre, para vivir una vida de comunión con Él; si edificar su comuni-
dad sobre la comunión con Él; si dominar o servir»11.

La Eucaristía es misterio y sacramento de alianza: sinergia de Dios y del


hombre; alianza vital, siempre susceptible de renovación y profundiza-
ción, hasta llegar a la comunión vital: «El que me come, vivirá por mí»
(Jn 6, 57). El pan eucarístico debe ser comido para que quien lo recibe
pueda ser transformado en Cristo. Si en la Misa Cristo se ha hecho pre-
sente en el signo del pan consagrado, es obvio que lo sea para ser comido.
Sin olvidar que la recepción de un alimento no es fin en sí misma: es
necesaria pero el fin es la nutrición. He aquí por qué sería equivocado
quedarse en la mera comunión sacramental. Se debe tender a la vida en
Cristo, aquélla que Él infunde en todos los que se acercan a su presencia
eucarística con las debidas disposiciones.

1.2.1. Presencia personal, sacrificial, gloriosa


Los relatos de la Institución muestran que Jesús, con la Eucaristía, nos en-
trega toda su persona. En la antropología bíblica «cuerpo» indica toda la
persona, el ser en su forma concreta. San Juan lo expresa claramente: «El
que me come...» (Jn 6, 57). Tenemos, por tanto, la presencia de Cristo,
hombre-Dios, en cuerpo, sangre, alma y divinidad, en virtud de las mis-
mas palabras pronunciadas por Cristo Señor y la acción transformadora
de su Espíritu. Lo mismo hemos de decir de su «sangre», con el añadido
de la específica referencia a la dimensión sacrificial. Decir presencia perso-
nal significa ponerse al nivel intencional y espiritual, de conocimiento y

11. Eucaristia, comunione e comunitá., n. 65.

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de amor. Y porque es personal en su máximo grado, abierta al encuentro,


al don, a la comunión, se hace presencia oblativa: Cristo está presente
donándose. Es, consecuentemente, una presencia sacrificial, como nos ha
sido entregada en la celebración; es la persona de Cristo ofrecida al Padre
y dada a nosotros los creyentes como alimento. Y si esta presencia de Cris-
to, como víctima, no se puede separar de su existencia, que fue un cons-
tante ofrecerse, tampoco lo puede ser de su condición actual, gloriosa. En
la gloria perdura el aspecto formal del sacrificio de Cristo, que es su sí
constante a la voluntad del Padre que lo dona para la salvación del mun-
do. Todo ello se realiza para nosotros mediante la realidad sacramental12.

1.2.2. Presencia sacramental


Es verdad que las fórmulas «culto de las sagradas especies», «culto del San-
tísimo Sacramento» se usan como equivalentes de «culto debido a Cristo
Señor presente en el Sacramento»; ello se justifica en cuanto que el culto
no se detiene en el signo, sino que se transfiere a la realidad del Cuerpo
y la Sangre de Cristo. Pero ello no significa que se agote la función del
signo. Se hace necesario recordar aquí la invitación a «considerar el mis-
terio eucarístico en toda su amplitud»13: sólo en el contexto de la acción
simbólica que es la celebración eucarística, se puede acoger la riqueza del
signo. Contexto de la celebración eucarística significa contexto del ban-
quete pascual, en el que las especies expresan mucho más que la simple
presencia de Cristo: son presentación visible del Cuerpo de Cristo en el
acto de su donación y de la Sangre de Cristo en el acto de su efusión o
derramamiento. El Vaticano II nos enseñó que la Liturgia es un complejo
de signos sensibles que «significan y, cada uno a su manera, realizan la
salvación del hombre» (SC 7). Sólo a través del signo se puede llegar a la
presencia real y sustancial del Señor, y no tratando de saltarlo como si fue-
se un velo que estorba. Ni siquiera Cristo se nos dona directamente, sino
que lo hace por medio del signo sacramental del pan: el pan representa y
presenta el don que es Cristo mismo.

12. Cf. F.-X. Durrwell, L’eucarestia presenza di Cristo, Qiqajon, Comunità di Bose
1998.
13. EM 3g.

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1.2.3. Presencia real, sustancial, espiritual


Hablando de presencia real, resulta espontáneo referirnos a las otras pre-
sencias de Cristo, no sólo para afirmar que todas son reales, sino para
subrayar la particularidad de la presencia eucarística, al tratarse de una
presencia sustancial. No constituye solamente el máximo grado de las
múltiples y graduales presencias del Señor (en la asamblea, en el ministro,
en la Palabra), sino que por ser precisamente realizada en la asamblea ecle-
sial mediante la Palabra del Señor pronunciada por quien lo personifica
como presidente, no constituye una presencia casual, sino su culmen. Es
la culminación espontánea, natural, madurada a lo largo de las diversas
fases de la celebración, o sea las diversas presencias, por la acción del Es-
píritu Santo implorado por la invocación de la Iglesia que subyace a lo
largo de toda la plegaria eucarística: primero para la transformación de
los dones en el Cuerpo de Cristo, después para la formación del Cuerpo
eclesial. Podemos, entonces, definirla como presencia espiritual, fruto de
la acción del Espíritu.

1.2.4. Presencia eclesial


Existe un estrecho vínculo entre Cuerpo eucarístico y Cuerpo eclesial:
porque el Sacramento se realiza en la Iglesia y a través de la Iglesia;
porque el pan es un signo del banquete de comunión incluso más allá
de la celebración. Pero también porque, además de con la participación
en el banquete de la comunión sacramental, también en la adoración
contemplativa se invita a los creyentes a vivir ese momento de oración
asumiendo la dimensión eclesial de la vocación a la unidad en el único
Cuerpo.

1.2.5. Presencia de comunión


Esta presencia de comunión se manifiesta en el mandato del Señor: «co-
med» y «bebed». Él se hace presente para darse como alimento. Y en la
celebración eucarística, desde el primer momento del rito sacrificial y
desde el primer instante de la presencia de Cristo en los dones «eucaris-
tizados», hay una referencia estructural al banquete. La aserción central
de la teología eucarística: «tomad y comed», debe ser aplicada también al

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culto eucarístico fuera de la Misa. Cristo presente debe ser adorado, ora-
do, honrado, pero precisamente por el hecho de estar presente en el signo
del pan, dice que todo ha de orientarse a la comunión.
«Acuérdense (los fieles) de prolongar por medio de la oración ante
Cristo, el Señor, presente en el Sacramento, la unión con él consegui-
da en la comunión y renovar la alianza que los impulsa a mantener
en sus costumbres y en su vida la que han recibido en la celebración
eucarística por la fe y el Sacramento»14.

Acogiendo el don de Dios, se realiza el plan de la alianza; asimilando


ese alimento, el hombre es asimilado por Cristo y se capacita para
transferir a la propia existencia el estilo del don y la gratuidad que
desemboca en el servicio fraterno. La memoria eucarística florece en
memoria existencial.

1.2.6. Cristo, comensal y servidor de la mesa


¿Cómo recuperar en el culto a la Eucaristía fuera de la Misa este aspec-
to de la presencia de Cristo, como Aquél que se sienta a la mesa con
nosotros y a la vez la sirve, además de ser el mismo alimento que se
comparte? El camino adecuado parece el de revalorizar, también en la
adoración eucarística, la función mediadora de Cristo, función peculiar
en el misterio eucarístico: aprender a adorar la Eucaristía, pero también
a «adorar con la Eucaristía». Cristo es siempre el sacerdote mediador que
intercede por nosotros ante el Padre en el Espíritu. Es el camino trazado
por las anáforas: por tanto, es necesario aprender a recrear el clima de la
celebración. En ella los dones de la creación y los esparcidos a lo largo
de la historia de la salvación, pasan a través de la mediación de Cristo y
retornan al Padre en la acción de gracias que el mismo Cristo eleva a la
fuente de todo bien. Todo esto es ‘ambientado’ en el banquete sacrificial
donde Cristo, antes de ser «alimento», es comensal. Y así nos situamos
de nuevo en una visión trinitaria, donde el Padre es el punto de partida
y el Espíritu Santo el punto de llegada. Éste, como don supremo del

14. RCCE 81.

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Padre, es el alimento en el que Cristo comulga con nosotros; el Espíritu


dado en plenitud al Resucitado, a través de la Eucaristía es comunicado
a los fieles. Y así conquista nueva densidad la presencia de Cristo en esta
realidad del convite eucarístico.
Sentirse comensales de Cristo es una de las disposiciones fundamentales
para sentarse a la mesa del Padre: es él, el Padre, el supremo dador del
alimento ofrecido, aun sin quitar nada a la realidad de Cristo que invita a
su mesa y se ofrece en alimento a los creyentes. Más aún, una de las dispo-
siciones del RCCE, anima a valorizar la misma ambientación litúrgica de
la adoración eucarística, de modo que manifieste que ese pan sigue siendo
el término del acto de donación de Cristo. La exposición del Sacramento
sobre el altar proclama todo esto, recuperando la antigua simbología del
altar. Y ello nos sugiere ya cuánto ganaría en autenticidad una piedad
eucarística centrada en Cristo Señor, pero sin olvidar su posición al inter-
no de la Trinidad.

1.2.7. Presencia de alianza


La Eucaristía, sacramento de la nueva Alianza, contiene en sí misma la
alianza, porque contiene sacramentalmente la persona del Redentor; re-
capitula toda la obra de la salvación y la pone a disposición de los fieles.
Aquí se re-presenta y se aplica todo el acontecimiento de la salvación. Un
estudio pormenorizado de los relatos de la institución de la Eucaristía nos
ayudaría a encontrar una demostración de todo esto en los textos cristo-
lógicos y soteriológicos del Nuevo Testamento, que podrían alimentar
nuestra oración de adoración contemplativa15.
Considerada de este modo la presencia eucarística, es decir, íntimamente
vinculada con la celebración del memorial-sacrificio en el contexto del
discurso eucarístico orientado en clave de comunión, es lógico concluir
que la razón de ser del culto eucarístico no es la presencia real vista como
valor en sí mismo, sino que es la comunión de vida con Cristo Señor o vida
en el Espíritu, que es además el fin y la gracia de la Misa.

15. Cf. Ga 1, 4; 1 Tm 2, 6; Tt 2, 14; Ef 5, 2.25; Jn 10, 11-18.

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A modo de conclusión

La reflexión sobre este tema no es fácil. La teología que se acerca al miste-


rio nunca lo es16. Pudiera quedar la impresión de que la teología se pierde
en especulaciones y conceptualizaciones tan complejas que, de pronto,
una verdad tan cotidiana como la celebración del misterio salvífico de
nuestra salvación en la Eucaristía se nos aleja. Hay que decir que, a pesar
de las apariencias, no es así. La teología nunca es un lenguaje primero.
Antes está la fe y la vida que la acoge; en este caso, la celebración que la
expresa. La teología es un discurso segundo, dependiente y al servicio de
la fe y de su buena vivencia (y es que entender las cosas de una forma u
otra puede ayudar o complicar). Pero ha de quedar muy claro que llega
un momento en que la teología, ante el misterio, su vivencia y celebra-
ción, ha de callar y dejar espacio al silencio y a la contemplación. Con el
tema de la presencia real de Cristo en la Eucaristía así ha de suceder.

16. Cf. V. Botella Cubells, “Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Transubstan-


ciación y nuevos lenguajes”; Ponencia en el XVII Simposio de Teología Histórica
‘El cáliz de la misericordia. La redención que nuestro mundo necesita’ (Valencia, 9
Noviembre 2016). Con el mismo título se publicó en 2018 el volumen de Actas
del Simposio en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer.

Sal Terrae | 109 (2021) 841-854

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