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Sciascia era un genio.

44 años
atrás nos reveló todas las
hipocresías de nuestro tiempo.

14 DE ABRIL 2019
AUTORA: ROBERTA ERRICO

Antes de 1977 en el mundo existía un solo Cándido: el personaje, puro como su


nombre, las gestas narradas por el filósofo francés Voltaire.
El Candide, ou l’optimisme de Voltaire cambió la literatura mundial e influenció
profundamente la moderna filosofía europea. Voltaire ha sido uno de los padres
del Iluminismo: octrina filosófica y política que, en contraste con los valores de
una sociedad obtusa e intolerante, alentaba al uso de la razón y del pensamiento
científico. Voltaire con su Candide quiso contrastar la idea profesada por el
ilustre matemático alemán Leibniz que sostenía el “vivir en el mejor de los
mundos posibles” y lo hizo sumergiendo al protagonista en las tramas de un
mundo horible y sanguinario, tanto que se volvió hasta grotesco. Para Voltaire la
breve novela filosófica fue el pretexto para realizar una sátira despiadada de sus
contemporáneos: la aparente liviandad del texto apoya una crítica amarga y para
nada indulgente que provocó las iras de muchos.

Voltaire con su pequeña obra maestra creó un nuevo estilo literario,


caracterizado por el uso de tonos irónicos e irreverentes, todo esto expuesto
con una prosa clara aunque extremadamente polémica. Voltaire dedicó toda
su vida y su filosofía para contrastar las injusticias del tiempo: se volvió una
pesadilla para los poderosos y pagó las consecuencias con las persecuciones
que soportó.
Doscientos dieciocho años separan el Candide, ou l’optimisme de Voltaire y
el Candido, ovvero un sogno fatto in Sicilia de Leonardo Sciscia, pero los
intentos y la ironía son muy similares – el escritor originario de Racalmuto -
para evitar equívocos, afirmó “Voltaire es una de mis Biblias”. El Candido
de Sciascia nace en Sicilia la noche del desembarque de los anglo-
americanos, entre el 9 y el 10 de julio 1943. El protagonista crece en un
contexto burgués, sus padres son el abogado Munafò y la madre Maria
Grazia, hija de un jerarca fascista. Desde niño, Candido, desarrolla un
carácter sincero y sin prejuicios, circunstancia que condicionará de manera
negativa todos los eventos que marcan su vida.
Como el Candido de la mitad del 1700, también el joven homónimo siciliano
de la mitad del 900, enfrenta a las contradicciones de su tiempo, que no lo
asustan para nada, por la fuerza de su integridad: “ Nosotros somos lo que
hacemos. Las intenciones, especialmente si son buenas, y los remordimientos,
especialmente si justos, cada uno adentro suyo, puede jugárselos como quiere,
hasta desintegrarse, hasta la locura. Pero un hecho es un hecho: no tiene
contradicciones, no tiene ambigüedades, no contiene lo diferente y lo
contrario”, escribe Sciascia. “Las cosas son siempre simples,” murmura
Candido y será justamente su deseo de llamar las cosas por su nombre lo que
le procura la enemistad de las personas y hace posible que hasta la madre lo
defina “un pequeño monstruo”. Emblemático en este sentido es uno de los
primeros episodios que lo ven involucrado: desde niño escucha por azar la
confesión de un asesino que había acudido a su padre para obtener asistencia
legal. Candido cuenta el hecho a los compañeros del jardín y la voz corre
hasta llegar al oído de los Carabinieri que, entonces, interrogan al niño. Aquel
mismo día, atenasado por una insanable vergüenza, el abogado Munafò se
suicida.

Después del acontecimiento, Candido es puesto bajo tutela del abuelo Cressi
que en el mientras tanto, después de la guerra, había decidido reciclar sus
ideales fascistas dentro del partido de la Democracia Cristiana, episodio que
Sciascia usa para hacer visible un hecho histórico consumado: que muchos ex
fascistas confluyeron en el partido neonato de la DC. El viejo general no tiene
tiempo para dedicarle al joven, entonces decide delegar su instrucción a Don
Antonio, un cura. Las convicciones religiosas del cura – también gracias al
encuentro con Candido - empiezan a tambalear y, luego de varios
acontecimientos, el religioso decide dejar la orden sacerdotal y hacerse laico,
hasta inscribirse junto con Candido al Partido Comunista Italiano. “Ser
comunista era, para Candido, un hecho natural: el capitalismo llevaba al
hombre a la disolución, al final: el instinto de conservación, la voluntad de
sobrevivir, habían encontrado forma en el comunismo”, escribe Sciascia, “El
comunismo era entonces algo que tenía que ver con el amor (...) Don Antonio
así lo entendía, y generalmente y genéricamente, lo aprobaba; pero en
relación consigo mismo, con su ser comunista, tenía una idea diferente”.

“Un cura que no es más cura”, decía, “o se casa o se vuelve comunista. De


una manera o de otra tiene que seguir estando del lado de la esperanza: pero
de una manera o de otra, no de ambas”. Sin embargo también en el partido la
sinceridad de Candido nones bienvenida y esto le genera conflictos con los
compañeros, que al final deciden expulsarlo. La vida de Candido vive entre
tanto las felicidades del amor: el joven siciliano se enamora de Paola, la
empleada doméstica del abuelo. Y luego de Francesca, con la que se escapa
de Sicilia para ir a vivir primero a Turín y luego a París, la ciudad llena de
mitos literarios y libertarios, adonde el cuento alcanza su conclusión.
Justo como hizo su maestro Voltaire, Sciascia usa su Candido para ridiculizar
las bajezas de sus contemporaneos. Los dos Candidos tienen características
fundamentales en común. Ante todo comparten la incapacidad de evaluar las
situación según la moral común, circunstancia que los obliga a chocar con los
personajes que encuentran y que encarnan, con su mediocridad, el mundo
descrito por los dos autores: “Yo soy lo que defino como un espíritu errático
por las pasiones de los demás: o sea un imbécil”, escribió Voltaire. En
segundo lugar, Candido y Candide recibieron de sus padres literarios el don
de interpretar el mundo a través de la pura simplicidad: “Que al ver las cosas,
estas se simplifican: y nosotros tenemos la necesidad, en cambio, de
complicarlas, de hacer análisis complicados, de encontrar causas
complicadas, razones, justificaciones”, dirá el Candido de Sciascia.

Candido, ovvero un sogno fatto in Sicilia, es una novela de impetuosa ironía,


que brinda un panorama sobre las contradiciones y sobre las hipocresías
sociales y políticas de la Italia contemporánea - el escritor denuncia por
ejemplo el rol que asumió la mafia en el facilitar las operaciones de los
soldados americanos en Sicilia – pero sin pedir limosnas a la posteridad ni
ninguna indulgencia: “Todo lo que queremos combatir afuera de nosotros,
está adentro nuestro; y es adentro nuestro donde primero que tenemos que
buscarlo y combatirlo”, hace decir al cura, Sciascia.
El escritor critica a través de su obra las instituciones, incluida la Iglesia y las
bajezas y ambigüedades de los dos grandes partidos políticos de la época: la
Democracia Cristiana y el Partido Comunista.
En particular el PCI representó la más grande desilusión política del escritor
italiano: porque fue involucrado en múltiples polémicas, durante la segunda
mitad de los años Setenta, después de la revelación de los crímenes de Stalin.
El libro del escritor siciliano se cierra con una nota apta para aclarar sus
porpósitos: “Aquella velocidad y liviandad (del Candide, ou l’optimisme), ya
es imposible encontrarlas: ni en mí, que creo no haber nunca aburrido al
lector. Si no vale el resultado entonces, que valga la intención: intenté ser
rápido, ser liviano. Pero pesado es nuestro tiempo, muy pesado”.
El carácter del Candido choca todo el tiempo con la hipocresía que penetra en
las normales relaciones de la gente.
Sciascia con su obra quiso decirnos que algunas falsedades están tan
radicalizadas en el ánimo humano que a menudo se dan por descontadas. Y
que quien no logra aceptarlas o considerarlas necesarias para tejer las
relaciones sociales, es etiquetado como imbécil o hasta como “un monstruo”,
como le ocurre a Candido.
Leonardo Sciascia con esta novela insólita en comparación a su producción
artística, transmitió a los lectores el gusto por la liviandad y la propuso como
instrumento del que hay que adueñarse a diario.
Con este propósito, acuden a mí las palabras de un gran amigo y colega de
Sciascia: Italo Calvino, que en su ensayo Lezioni americane, escribió sobre la
liviandad: “Tomense la vida con liviandad, que la liviandad no es
superficialidad, pero sí es planear sobre las cosas desde arriba, no tener rocas
en el corazón”.
Traducción: Samantha Nisi

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