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LOS MUROS CAÍDOS

5Octubre de 1989. En la mirada y en la actitud de los alemanes que cruzan, en una


y otra dirección, los restos del muro que sólo horas antes separaba a las dos
Alemanias, la pasión y el desconcierto eran alentados por un saber compartido en
todos ellos: había caído algo más que un muro. El 16 de octubre en el diario El
País,  de España, un artículo de Fukuyama sugería las consecuencias: «El fin de la
historia».

6Ni fin, ni principio. Simplemente la historia parecía cobrarle una vieja apuesta a
las burocracias estalinistas que olvidando la sentencia de Fourier, en el sentido de
que anular la contradicción entre la sociedad civil y el capitalismo no implicaba
matar a ambos al mismo tiempo, hicieron precisamente lo contrario: en nombre de
su lucha contra el capitalismo, fueron acabando con la sociedad civil. El resultado:
un creciente rencor de sus ciudadanos, cada vez más interesados en el
reconocimiento del individuo y de las libertades democráticas, y que al no verlas
cristalizadas en el socialismo «realmente existente», terminaron imaginándolas,
maniqueamente, como categorías consustanciales al capitalismo.

7Sin capacidad para asumir la articulación del socialismo y la democracia, y bajo


una colosal presión de las masas populares en sus países, las burocracias de
Europa oriental terminaron rindiéndose al ya no tan discreto encanto de las
burguesías supranacionales que les ofrecían, en el marco de una globalización
capitalista sin precedentes, el paraíso perdido. Era la revancha de la Revolución de
Febrero de 1917 contra la Revolución de Octubre. Después de 73 años los
bolcheviques devolvían el poder al fantasma de Kerensky.

 3 En El horror económico, Viviane Forrester (1997) puntualiza que entre 1979-1994


en el G-7, los des (...)

8Las imágenes de sociedades opulentas y «democráticas» que las trasnacionales


supieron vincular con el proceso de mundialización bajo su liderazgo,
encandilaron a las resentidas poblaciones de la órbita socialista. Sus deseos de
tránsito a la otra orilla, a pesar de que no todos resultarían beneficiarios de la
agenda de reingeniería mundial,3 eran tan contundentes que, desde 1990, los
gobernantes que no quisieron adaptarse a esta tendencia empezaron a caer uno a
uno. «Antes que apertura económica, crecerán peras en los manzanos de
Bucarest», dijo Ceausescu. Esa misma tarde, los estudiantes de teatro salieron a
colgar en los manzanos peras hechas con papel plateado. Al día siguiente, una
sublevación militar derrocaba a Ceausescu, y, en un sumarísimo proceso, lo
fusilaban.

9Con la caída del muro, la historia parecía dispuesta a cobrarse, además, otra vieja
apuesta: esta vez contra los estados-naciones bajo cuyas estructuras la triunfante
burguesía de Francia levantó un modelo político paradigmático para el resto del
mundo. Un modelo, instituido como el dogma de la modernidad y que se impuso a
nivel planetario, aún cuando no existieran, en cada caso concreto, las dos
condiciones que lo hicieron viable en la sociedad francesa: la articulación
capitalista del mercado interno y la avanzada cohesión étnica de sus poblaciones
regionales. El resultado fue que, haciendo de lo económico la instancia básica, las
burguesías de Europa y de sus ex colonias integraron discriminatoriamente, bajo
sus nuevos estados-naciones, a otras colectividades étnicas, dejando larvados
conflictos sociales cuya naturaleza explosiva sólo pudo ser atenuada por la
represión militar y política.

 4 Mumford, Lewis, 1945(tomo 11): 222.

10Como no hay crimen perfecto, ya en 1945 Lewis Mumford advertía una realidad
subversiva donde todos veían coherencia: a través de la tenue envoltura de la
unidad nacional, afloraban, para él, los colores básicos de las realidades
geográficas, económicas y culturales presumiblemente desaparecidas. En una
visión anticipada de lo que está sucediendo hoy día, Mumford indica: «Desde que
se inició el movimiento regionalista, ciertos observadores inteligentes como
Auguste Comte, y más tarde Le Play, no solamente observaron que estaba
destinado a culminar, dado que satisfacía las condiciones básicas de la existencia
política, sino que, además, Comte predijo que dentro de un siglo Europa contaría
con algo así como ciento sesenta entidades regionales. Aunque esta predicción no
se ha cumplido totalmente, el hecho es que hay en existencia ahora un número
mayor de estados que a mediados del siglo XIX; y, lo que es más importante quizá,
se habla en la actualidad un número mayor de idiomas que hace un siglo». 4

11Ello explica que cuando el poder de las trasnacionales logra -al margen de los
estados- la globalización de los mercados a nivel mundial por la expansión de la
industria y el comercio, y por la integración de los circuitos financieros, se
desestabiliza la homogeneidad estructural en la que primaba la función
integradora de la política desde el estado-nación, y se reactivan, al mismo tiempo,
expectativas de autonomía en las colectividades étnicas sujetas al interior de esos
estados. Consecuentemente, si es a través de la lucha por la hegemonía en el
mercado interno que la burguesía nacional procede a homogeneizar a la
población, al margen de su diversidad étnica y regional, será en la
desnacionalización de los mercados -léase mundialización- que la burguesía
trasnacional «sacará la vuelta» a los estados-naciones, con el consiguiente
reacomodo de las tradicionales lealtades étnicas y regionales.

 5 Gorbachov, reelecto en 1990, en el XXVIII Congreso del PCUS con un programa de


distensión mundial (...)
12Esta compleja relación entre expansión del mercado y autonomía cultural y
regional es común a todos los estados conformados por diversidades étnicas. Si
Ceaucescu no quiso comprender la necesidad de la apertura económica,
Gorbachov comprendió demasiado tarde que no bastaba sólo la apertura
económica, pues no obstante iniciar la «perestroika» se vio desbordado por los
habitantes de ciento dieciséis nacionalidades que exigieron no sólo una economía
de mercado, sino también un nuevo estatuto nacional. La resistencia de Gorbachov
a reformar el estado multinacional soviético terminará catapultando a Yeltsin,
quien, alentando reformas liberales en un marco de autonomías nacionales, logró
encumbrarse en el gobierno.5

13Situaciones similares, insinuándose y extendiéndose en uno y otro continente,


indicaban la presencia de un nuevo punto axial en la historia, donde se
condensaban dos hechos aparentemente contradictorios: por un lado, el
rompimiento del mundo bipolar Este-Oeste y la ampliación del proceso de
globalización de la economía capitalista; y por otro, la exigencia de autonomías (el
Québec francófilo, los vascos, Galicia, Cataluña, la minoría húngara en Rumania o
la minoría rumana en Moldavia), de emancipación (Irlanda, Escocia, Gales,
Palestina), de separación estatal (checos y eslovacos; croatas, serbios y bosnios, en
Yugoslavia; lituanos, letones y ucranianos al interior de la URSS), de cambio de
correlación de fuerzas en estados multiétnicos (Burundi, Sudáfrica), de cohesión
nacional (Alemania, Corea, China); así como de integración-restitución de
pertenencias nacionales (toma de Kuwait por Irak, que trata de rehacer sus
fronteras, cercenadas en los años ‘20 por la corona británica).

 6 Debray, Regis. Entrevista. Diario La República.  Lima, 2 de abril, 1995.

14El factor étnico adquirió tanta o más actualidad que el conflicto de clases. Un
proceso dialéctico en que cada paso hacia adelante por la unificación económica
mundial suscita en los pueblos un reclamo de autonomía cultural y política. Cada
nuevo equilibrio definido por las integraciones en curso provoca un reequilibrio
étnico. Regis Debray anota: «El planeta se globaliza cada vez más en sus objetos,
pero también se vuelve más tribal en sus temas».6

 7 Nandy, Ashis, 1996.

15Este fenómeno cobra fuerza inusitada no sólo en los países del Tercer Mundo,
donde se asientan las culturas «tradicionales» que son la mayoría del planeta, sino
también en los países de Europa. La cultura ha mostrado más elasticidad de la
esperada en relación con la «razón de estado» siempre dispuesta a reproducir los
patrones de modernización trasnacional. Ashis Nandy advierte que cuando
entidades culturales relativamente grandes se han opuesto a las necesidades y
razones de sus estados, a menudo es el estado el que ha cedido frente a la
cultura.7
 8 Touraine, Alain, 1998: 215.

16Cabe anotar que, como consecuencia de las reivindicaciones culturales y


regionales, sobre todo en la década de los ‘90, en Europa el número de estados se
ha duplicado, mientras que en África y Asia se ha triplicado. El continente
americano, en un hecho que debe ser estudiado con mayor detenimiento, ha sido
la excepción. Para el caso de América latina, en 1990, los problemas económicos y
la atracción ejercida por la apertura neoliberal como solución a ellos, no estaban
asociados con la preocupación sobre las cuestiones étnicas y regionales. Ello no
obstante que, como apunta Alain Touraine, sólo una parte de la sociedad se halla
integrada al estado a través de un sistema político relativamente abierto, mientras
que la mayor parte es marginada y reprimida, sobre todo cuando su identidad
étnica es diferente de la del centro como sucede en la mayoría de los países
andinos.8 Las propuestas neoliberales toman impulso bajo el liderazgo de Collor
de Mello en Brasil; de Carlos Menen en Argentina; de Violeta de Chamorro en
Nicaragua, y de Patricio Alwyn en Chile, quienes asumen la presidencia de sus
países denunciando la impotencia de los programas «nacionalistas» para superar
los problemas sociales en la región. Una región donde (según el Informe sobre el
Desarrollo, publicado por el Banco Mundial), los contrastes entre la pobreza y la
riqueza son los más notables del mundo. En términos individuales, los
latinoamericanos estaban peor que hace 10 años. Mientras los países de Asia
meridional crecieron en la década al 5,5 % anual, América latina lo hizo al 1,6 %.
Un porcentaje menor a su crecimiento demográfico.

17Casi en forma paralela a la «Iniciativa para las Américas», con la cual el


presidente estadounidense Bush prevé un Mercado Común en todo el continente, y
a su invitación a México a integrarse al Pacto de Libre Comercio (NAFTA), Brasil y
Argentina promueven el MEKCOSUR e invitan a Uruguay, Paraguay y Bolivia en ese
intento. Ampliando la coincidencia en potenciar el rol de América Latina en la
economía mundo, se realiza, en ese mismo año, la reunión cumbre de los países
andinos. El viejo sueño integracionista de Bolívar se puso a andar nuevamente.

18Mas, sumergidas bajo la ola expansiva de los provectos trasnacionales, las


muchedumbres mestizas y las «culturas vencidas» de América latina replanteaban,
paso a paso, sus viejas reivindicaciones. En 1990 Octavio Paz, al recibir el premio
Nóbel, resume en la imagen de un México mágico y mestizo -cuya cultura
proviene de pasados superpuestos: mercantilismo anacrónico español y misticismo
trascendentalista indígena-, la compleja realidad social de los pueblos de este
continente. En cuanto a los sujetos de la cultura mexicana (y de gran parte de
Latinoamérica) dirá: «Los mestizos destruimos mucho de lo que crearon los
criollos y los indios, y hoy estamos rodeados de ruinas y raíces cortadas. ¿Cómo
reconciliarnos con nuestro pasado?»

19Hoy sabemos que los indios y mestizos de Chiapas se estaban haciendo la


misma pregunta.

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