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6Ni fin, ni principio. Simplemente la historia parecía cobrarle una vieja apuesta a
las burocracias estalinistas que olvidando la sentencia de Fourier, en el sentido de
que anular la contradicción entre la sociedad civil y el capitalismo no implicaba
matar a ambos al mismo tiempo, hicieron precisamente lo contrario: en nombre de
su lucha contra el capitalismo, fueron acabando con la sociedad civil. El resultado:
un creciente rencor de sus ciudadanos, cada vez más interesados en el
reconocimiento del individuo y de las libertades democráticas, y que al no verlas
cristalizadas en el socialismo «realmente existente», terminaron imaginándolas,
maniqueamente, como categorías consustanciales al capitalismo.
9Con la caída del muro, la historia parecía dispuesta a cobrarse, además, otra vieja
apuesta: esta vez contra los estados-naciones bajo cuyas estructuras la triunfante
burguesía de Francia levantó un modelo político paradigmático para el resto del
mundo. Un modelo, instituido como el dogma de la modernidad y que se impuso a
nivel planetario, aún cuando no existieran, en cada caso concreto, las dos
condiciones que lo hicieron viable en la sociedad francesa: la articulación
capitalista del mercado interno y la avanzada cohesión étnica de sus poblaciones
regionales. El resultado fue que, haciendo de lo económico la instancia básica, las
burguesías de Europa y de sus ex colonias integraron discriminatoriamente, bajo
sus nuevos estados-naciones, a otras colectividades étnicas, dejando larvados
conflictos sociales cuya naturaleza explosiva sólo pudo ser atenuada por la
represión militar y política.
10Como no hay crimen perfecto, ya en 1945 Lewis Mumford advertía una realidad
subversiva donde todos veían coherencia: a través de la tenue envoltura de la
unidad nacional, afloraban, para él, los colores básicos de las realidades
geográficas, económicas y culturales presumiblemente desaparecidas. En una
visión anticipada de lo que está sucediendo hoy día, Mumford indica: «Desde que
se inició el movimiento regionalista, ciertos observadores inteligentes como
Auguste Comte, y más tarde Le Play, no solamente observaron que estaba
destinado a culminar, dado que satisfacía las condiciones básicas de la existencia
política, sino que, además, Comte predijo que dentro de un siglo Europa contaría
con algo así como ciento sesenta entidades regionales. Aunque esta predicción no
se ha cumplido totalmente, el hecho es que hay en existencia ahora un número
mayor de estados que a mediados del siglo XIX; y, lo que es más importante quizá,
se habla en la actualidad un número mayor de idiomas que hace un siglo». 4
11Ello explica que cuando el poder de las trasnacionales logra -al margen de los
estados- la globalización de los mercados a nivel mundial por la expansión de la
industria y el comercio, y por la integración de los circuitos financieros, se
desestabiliza la homogeneidad estructural en la que primaba la función
integradora de la política desde el estado-nación, y se reactivan, al mismo tiempo,
expectativas de autonomía en las colectividades étnicas sujetas al interior de esos
estados. Consecuentemente, si es a través de la lucha por la hegemonía en el
mercado interno que la burguesía nacional procede a homogeneizar a la
población, al margen de su diversidad étnica y regional, será en la
desnacionalización de los mercados -léase mundialización- que la burguesía
trasnacional «sacará la vuelta» a los estados-naciones, con el consiguiente
reacomodo de las tradicionales lealtades étnicas y regionales.
14El factor étnico adquirió tanta o más actualidad que el conflicto de clases. Un
proceso dialéctico en que cada paso hacia adelante por la unificación económica
mundial suscita en los pueblos un reclamo de autonomía cultural y política. Cada
nuevo equilibrio definido por las integraciones en curso provoca un reequilibrio
étnico. Regis Debray anota: «El planeta se globaliza cada vez más en sus objetos,
pero también se vuelve más tribal en sus temas».6
15Este fenómeno cobra fuerza inusitada no sólo en los países del Tercer Mundo,
donde se asientan las culturas «tradicionales» que son la mayoría del planeta, sino
también en los países de Europa. La cultura ha mostrado más elasticidad de la
esperada en relación con la «razón de estado» siempre dispuesta a reproducir los
patrones de modernización trasnacional. Ashis Nandy advierte que cuando
entidades culturales relativamente grandes se han opuesto a las necesidades y
razones de sus estados, a menudo es el estado el que ha cedido frente a la
cultura.7
8 Touraine, Alain, 1998: 215.