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La primavera árabe comenzó como un movimiento con mucha fuerza, pero quedó estancado por

instituciones como el ejército y la religión misma (Islam). El gobierno islamita se concentró en


mantener su poder mientras sus seguidores intimidaban a grupos de mujeres y disidentes (que
son las personas que se separan ya sea de la religión o del gobierno al que pertenecen porque no
están de acuerdo con su doctrina).

Estos hechos mostraron el problema de la política exterior humanitaria, es decir, las decisiones
que toma un Estado sobre su territorio. Lo que sucedió en este caso fue que el Gobierno decidió
eliminar cualquier signo de revolución y con ello cometió una violación directa a los derechos
humanos y a la justicia.

Estados Unidos, al involucrarse, apoyó las demandas establecidas por los manifestantes. Sin
embargo, existía un gran problema, y era el poder encontrar líderes que reconocieran el valor de
la democracia y no la usaran para conseguir sus objetivos y lograr dominar el territorio.

La revolución siria al principio parecía una repetición de la egipcia ocurrida en la Plaza Tahrir, pero
en el caso de Egipto se logró unificar fuerzas, mientras que en Siria se desataron grandes conflictos
entre los sunitas y los chiitas. En este punto, Estados Unidos entró a querer derrocar al presidente
Bashar, quien es chiita, y Rusia apoyó al gobierno sirio. Al principio se creía que era un conflicto
donde el dictador y la democracia eran los únicos participantes, pero en cambio, fue entre los
grupos de Siria y sus patrocinadores. Arabia Saudita apoyó a los grupos sunitas e Irán apoyó al
presidente Bashar, más tarde los sunitas se unieron a Al Qaeda, una organización terrorista y
jihadista. En resumen, el orden no pudo ser alcanzado por consenso ni es posible por la fuerza, ya
que en este momento se siguen arriesgando las vidas de miles de personas inocentes.

El problema palestino y el orden internacional

Alentado por el antisemitismo que sufrían los judíos en Europa, a comienzos del
siglo XX tomó fuerza el movimiento sionista, que buscaba establecer un Estado
para los judíos.
La región de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerada
sagrada para musulmanes, judíos y católicos, pertenecía por aquellos años al
Imperio Otomano y estaba ocupada mayormente por árabes y otras comunidades
musulmanas. Pero una fuerte inmigración judía, fomentada por las aspiraciones
sionistas, comenzaba a generar resistencia entre las comunidades.
Tras la desintegración del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, Reino
Unido recibió un mandato de la Liga de Naciones para administrar el territorio de
Palestina.
Pero antes y durante la guerra, los británicos habían hecho diversas promesas a
los árabes y a los judíos que luego no cumplieron, entre otros motivos porque ya
se habían dividido el Medio Oriente con Francia. Esto provocó mucha tensión
entre nacionalistas árabes y sionistas que desencadenó enfrentamientos entre
grupos paramilitares judíos y bandas árabes.
Luego de la Segunda Guerra Mundial y tras el Holocausto, aumentó la presión por
establecer un Estado judío. El plan original contemplaba la partición del territorio
controlado por la potencia europea entre judíos y palestinos.
Tras la fundación de Israel en 1948, la tensión pasó a ser un asunto regional. Al
día siguiente, Egipto, Jordania, Siria e Irak invadieron este territorio. Fue la primera
guerra árabe-israelí, también conocida por los judíos como guerra de la
independencia o de la liberación.

Frente a esto, Los grandes líderes han intentado resolver el conflicto al negociar por la paz basada en
los principios de Westfalia, es decir, entre pueblos organizados como Estados soberanos, cada
uno impulsado por una evaluación de sus intereses y capacidades nacionales, no centrándose solamente
en su religión.
Actualmente Dentro del Líbano, Siria y los territorios palestinos, existen
considerables fuerzas militares sostenidas por islamistas radicales que proclaman la jihad como un
deber religioso para poner fin a lo que llaman la" ocupación sionista".

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