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3.

2 Masculinidades y corresponsabilidad en la salud sexual y


reproductiva
La masculinidad lleva implícita un conjunto de valores, funciones y conductas
“esenciales” atribuidas tradicionalmente a los hombres, usualmente ligadas a la
idea de racionalidad, productividad, fortaleza, heterosexualidad, la obligación de
tomar decisiones, así como ostentar posiciones de poder.

Siguiendo a Badinter (1993), “hacerse” hombre requiere de tres procesos


interrelacionados: primeramente, desprenderse de la madre y de todo el mundo
femenino que ella representa, lo que conlleva supresión o negación del mundo
considerado femenino; segundo, entrar en un mundo de códigos masculinos con
fronteras simbólicas delimitadas; y tercero, estar inserto en una suerte de
pruebas públicas para demostrar que se es hombre (Rodríguez, 2011).
Sin embargo, es válido afirmar que existen muchas formas de ser hombre, ya que
en cada cultura se encuentran presentes mecanismos y códigos aprendidos que
soportan y explican esta diversidad. Factores como la etnia, la orientación sexual,
la condición o clase social, hasta la pertenencia a algunos grupos, son factores de
diferenciación masculina (CNDH, 2018).

Para efectos didácticos podríamos catalogar las distintas masculinidades de la


siguiente manera:
Masculinidad hegemónica: El patrón del deber ser de los hombres que se ha
impuesto social y culturalmente, es el “hegemónico”, término utilizado para
denominarlo desde 1985, originando una situación de desigualdad porque
conlleva una posición dominante de los hombres y la subordinación de las
mujeres, en él, los hombres intentan reproducir el modelo de un hombre exitoso
que valida su poder en todos los espacios de la vida incluida la cultura. Dentro de
este modelo de masculinidad hegemónica, el ser hombre es rechazar todo lo
femenino. Valorar el
ser hombre significa:
buscar ser importante,
tener poder y status,
tomar riesgos, ser
agresivo, duro y no
mostrar sentimientos.
Todo ello ha
ocasionado tensiones,
frustraciones y dolor
en muchos hombres y
mujeres, porque no
corresponde a su
realidad cotidiana ni a
sus inquietudes e
intereses (SRE, 2016).
Dentro de esta construcción social se etiqueta a los hombres con los adjetivos de
ser: importantes, independientes, autónomos, activos, productivos,
heterosexuales, y a nivel familiar, proveedores y con un amplio control sobre sus
emociones (Montesinos, 2015).
Masculinidad subordinada: En este caso, algún o algunos rasgos de la
masculinidad dominante están ausentes; se trata de hombres que no son tan
fuertes, cuya capacidad económica no es grande, no comparten rasgos como el
autocontrol emocional, pertenecen a una minoría, y no se identifican con el
estereotipo o prototipo masculino hegemónico.
Masculinidades alternas: Algunos hombres, al analizar las masculinidades
anteriormente señaladas, han llegado a la conclusión de que no desean ejercer
ninguna de ellas; que, por el contrario, están dispuestos a analizar y elegir otras
conductas, características y actitudes nuevas. De ahí que actualmente haya
hombres que toman lo bueno de una y otra forma, obteniendo la posibilidad de
elegir cómo relacionarse con otros; reconociendo que la relación no debe ser
necesariamente violenta ni implicar atracción sexual; respetar el derecho a
definir la preferencia sexual asumir que los hombres tienen derecho a
experimentar los mismos sentimientos que las mujeres y de igual forma evaluar
positivamente la amistad entre hombres.
Machismo y micromachismo

El machismo incluye una serie de comportamientos estereotipados de


supremacía masculina, de dominio y control, cuyas
manifestaciones son diversas y tienen
impacto diferenciado en las personas a
quienes se dirige. Pueden ser sutiles, como
sugerir la comida o vestimenta para
alguien, o extremos, como forzar a otra
persona (a través de algún tipo de violencia)
a realizar conductas no deseadas justificando
de cualquier forma la agresión.
Los micromachismos son mecanismos sutiles de
dominación, ejercidos por los hombres hacia las
mujeres.
Se caracterizan por no ser abiertamente violentos e incluso pueden ser
advertidos como aceptables y esperados; por ejemplo, no consensuar o tomar en
cuenta a la pareja en las decisiones que impliquen a ambos o descalificar sus
opiniones. Una manera sofisticada y socialmente aceptada es la falsa
“caballerosidad” (Bonino, 1998; Castañeda, 2013).
Hay muchos ejemplos del micromachismo (Bonino, 1998; Castañeda, 2013) como
los siguientes:
• Aprovechando que todo lo doméstico y
los cuidados de la familia son actividades
“de las mujeres”, el hombre no participa
en ellas.
• Para una mujer es más difícil decidir
llevar una carrera y ser madre al mismo
tiempo.
• Le quita autoridad descalificándola,
ridiculizándola o haciendo notar
aspectos positivos como negativos
delante amistades o parientes.
• Los hombres aparecen en la publicidad
como grandes profesionales y expertos,
capaces de aconsejarnos sobre cualquier
cosa.
• La mujer se representa en los medios de comunicación como madre
cuidadora, ama de casa, responsable del hogar, dependiente del hombre,
preocupada por su imagen, y en ocasiones, representada como objeto
sexual.
• Logra que la mujer deje de considerar su desarrollo profesional como algo
importante.
• Cuando ella realiza actividades sola y las disfruta, la hace sentir mal, para
que piense que solo estando con él las puede disfrutar.
• Intimidar con el tono de voz, la mirada o la postura.
• Control de las finanzas para asegurar su poder sobre el uso del dinero.

Algunas razones que obstaculizan el romper con los micromachismos:

• La mujer depende
económicamente del hombre.
• La sociedad en general los ha
normalizado, los tolera y los justifica con
frases como: “es un poco brusco”, “es muy
exigente”, “es que tiene un carácter muy
fuerte”, “es que a él también lo
maltrataban” o “tiene problemas de
comunicación”.
• A través de las nuevas tecnologías y
los medios de comunicación los
micromachismos llegan a muchos
adolescentes y jóvenes, quienes también
los van adoptando y normalizando.
• Falta de autoestima y autoconfianza de la mujer para salir de una relación
así.
• Falta de apoyo de la sociedad para erradicarlos porque no se visibilizan.
• La perpetuación a través del tiempo de ideas como: “Una mujer no es
nadie sin un hombre”, “si tienes un compañero no debes perderlo”, “como
te las vas a arreglar sola”, “una separación es algo traumatizante”.

La violencia que ejercen los hombres tiene una triple vertiente, ya que pueden
desplegarla contra las mujeres, contra otros hombres e incluso contra ellos
mismos. A esto, se le denomina “La triada de la violencia”. La violencia contra las
mujeres ha sido legitimada a través de la supuesta supremacía de lo masculino
frente a lo femenino, que se ha expresado en la distribución inequitativa de los
espacios, las dobles y triples jornadas de trabajo, la falta de oportunidades, el
hostigamiento, etc.
Respecto de la violencia hacia otros hombres es posible decir que con ella se
justifica un estatus o nivel de poder; maltratar a quienes son más débiles o por
alguna circunstancia no pueden o quieren defenderse, apoyando la idea errónea
de que hay hombres que pueden doblegar no sólo a las mujeres, sino que
también pueden mostrar “más virilidad al abusar de otros hombres”.
La violencia autoinfligida es otra manifestación de los problemas de poder, ya
que el descuido, la negligencia, mostrar a otros que se es más fuerte, que no se
teme al dolor o la enfermedad, ha sido un signo característico de algunos
hombres que siguen roles estereotipados

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