Roberto Ceamanos: “El reparto de África: de la Conferencia de Berlín a los conflictos
actuales” Introducción En la segunda mitad del siglo XIX (1850-1890), las potencias europeas pugnaban por imponer su poder en todo el mundo: presentes en América y en Asia desde finales del siglo XV, su penetración en África estaba aún limitada a determinadas regiones costeras, si exceptuamos la ocupación francesa de Argelia y la expansión holandesa y luego británica en el extremo más meridional (sur) del continente. En los otros casos, se trataba de enclaves para asegurar las rutas marítimas y comerciar, principalmente a través de las vías fluviales, con el interior del continente. Esta situación cambió a partir de los años 1880, cuando diversas circunstancias aumentaron el interés de los europeos por África. Las potencias iniciaron entonces una carrera por ocupar el continente. Entonces, la Conferencia de Berlín fue el principal encuentro entre las potencias. En ella resolvieron los problemas planteados hasta entonces y establecieron las normas básicas a aplicar en el reporte de África, si bien la ocupación efectiva del territorio se realizó en las décadas siguientes: salvo Etiopía y Liberia, toda África fue ocupada y, en 1914, el reparto colonial de África se podía dar por concluido. Solo el resultado de la Primera Guerra Mundial lo variará cuando los vencedores se dividan las colonias del derrotado imperio alemán. Como hemos dicho anteriormente, las fronteras forjadas por las potencias coloniales fueron arbitrarias y no tuvieron en cuenta la realidad africana. Sin embargo, llegada la independencia y para evitar males mayores, se aplicó el principio de intangibilidad de las fronteras. Esta decisión supuso mantener, en la mayoría de los casos, las fronteras coloniales, que fueron heredadas por los jóvenes estados africanos. Al heredar sus límites, también heredaron sus litigios. En tal sentido, las diferencias políticas, étnicas y religiosas en unos países con fronteras artificiales aparecen como las causas más aparentes de los enfrentamientos, pero detrás de ellas se encuentra, frecuentemente, la lucha por el control de los recursos naturales que ha caracterizado al neocolonialismo. Esto, muestra cómo la herencia colonial sigue presente en África. Capítulo 1. La Conferencia de Berlín La presencia europea previa a Berlín Hacia 1880, la penetración europea estaba limitada a la costa africana: en un principio, los europeos lucraron con el tráfico de esclavos dirigido hacia el norte, el océano Índico, y el continente americano. En tanto, la abolición de la esclavitud en el siglo XIX no supuso el fin inmediato del tráfico con seres humanos, sino que, contrariamente, la esclavitud constituyó un lucrativo negocio hasta bien avanzado el siglo XIX. Además, fue sustituida por el trabajo forzado de la población africana en unas condiciones tan terribles como las de la propia esclavitud. En este marco, los europeos participaron en el comercio de marfil, oro, cacao, cacahuate, aceite de palma, alcohol y armas. Estos eran sus principales objetivos: entablar un comercio ventajoso con los pueblos africanos y abastecer a sus buques en tránsito hacia sus imperios mundiales. En el norte, exceptuando Marruecos donde reinaba la dinastía alauita, la costa mediterránea formaba parte un debilitado imperio otomano, por lo que uno tras otro estos territorios cayeron en manos de Europa: Argelia quedó en manos de Francia, mientras que Túnez, Egipto y Libia serán ocupadas por franceses, ingleses e italianos, aunque finalmente con el establecimiento de un doble protectorado, español y francés sobre Marruecos, todo el norte de África quedó en manos europeas. En este sentido, Gran Bretaña y Francia tenían su mirada puesta en Egipto. Aquí, el proyecto principal fue el canal de Suez, el cual era fundamental para la conexión con Asia, donde los británicos tenían la perla de su imperio que era la India. Dicho canal, se inauguró en 1869 y su impacto sobre el comercio internacional fue decisivo ya que redujo el viaje entre Gran Bretaña y la India a poco más de un mes, cuando, con anterioridad, a su construcción, era de unos cinco meses. Con el paso del tiempo, en 1875 el gobierno egipcio decidió vender sus acciones a Gran Bretaña, el cual se convirtió en el principal accionista. En la Convención de Constantinopla (1888) se estableció la libertad de navegación, pero el control del canal estaba ya en manos británicas, mientras que Francia no ofreció más resistencia a la dominación británica sobre Egipto, que se convirtió en un objetivo prioritario de la política exterior de Londres, ocupando el territorio hasta 1951. Por lo que se refiere al África Occidental, los europeos se habían instalado en sus costas: el control de enclaves costeros estratégicos les aseguraba el comercio con los pueblos del interior, que se canalizaba a través de los grandes ríos que desembocaban en el océano Atlántico: el Senegal, el Níger, y el Congo. Básicamente, hasta finales del siglo XIX los europeos se contentaron con comerciar con los africanos, debido a que hasta ese momento desiertos hostiles selvas intrincadas, pueblos desconocidos y enfermedades tropicales no hacían atractiva la penetración en un territorio que se empezó a conocer de a poco gracias al sacrifico de exploradores. Aquí, los portugueses, que ocupaban las islas de Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, avanzaron hacia el interior desde las costas de Guinea, Angola y Mozambique; los españoles habían establecido enclaves costeros frente a las islas canarias, en las islas de Fernando Poo y Annobón y en la costa de Río Muni; los franceses habían extendido sus bases atlánticas a las costas de Guinea, Costa de Marfil, Dahomey y Gabón, y tenían su principal colonia en Senegal desde donde habían penetrado hacia el interior; los británicos, instalados en Gambia, Sierra Leona, Lagos y Costa de Oro; Liberia, que surgió de la iniciativa de afincar en tierras africanas a antiguos esclavos norteamericanos, se convirtió en una república independiente en 1847. En el sur del continente africano, la penetración europea había sido temprana. En 1652, los holandeses habían fundado El Cabo, una importante base en la ruta hacia las Indias Orientales Holandesas. Pronto comenzó la penetración hacia el interior, no solo con el deseo de comerciar, sino con la intención de conquistar y colonizar tierras. Tras las guerras napoleónicas, El Cabo cayó en manos de los británicos, quienes también ocuparon Walvis Bay, en Nambia, siendo posiciones que aseguraban la ruta hacia la India. En este sentido, la llegada de colonos británicos y la abolición de la esclavitud llevaron a muchos bóeres –descendientes de los holandeses– a avanzar hacia el interior en busca de nuevas tierras lejos del dominio británico, para dedicarse a la agricultura y la ganadería: fundaron en 1839 la República de Natal, pero Gran Bretaña, que no podía permitir la creación de un estado rival en las costas índicas, se anexionó a la joven república en 1843. Por ende, los bóeres iniciaron un nuevo éxodo, esta vez hacia el norte del río Orange, fundando las repúblicas del Estado Libre de Orange y de Transvaal. Entonces, se consolidaron dos colonias británicas –El Cabo y Natal– y dos repúblicas bóeres – Orange y Transvaal–. El descubrimiento en 1868 de yacimientos de diamantes en esta región, impulsó el desarrollo del territorio e hizo que la Colonia del Cabo asumirá en 1872 su propio gobierno. Desde este entonces, se atrajo más población, la división racial aumentó, la población negra se quedó con los trabajos no cualificados y peor remunerados, mientras que los mejores trabajos y salarios fueron para los blancos. Además, la misma dinámica se desarrolló cuando en 1886 se encontró oro. Por lo tanto, el crecimiento económico de Sudáfrica incrementó las diferencias raciales en un territorio que no se consolidó políticamente hasta que una de las dos comunidades colonizadoras se impuso por la fuerza de las armas: a los enfrentamientos entre europeos y africanos, se sumaron las dos guerras anglo-bóer (1880-1881 y 1899-1902), que tuvieron un elevado coste para ambos contendientes y concluyeron la victoria británica. Las razones de la carrera por África En el último cuarto del siglo XIX (1875-1900), las potencias europeas estaban en condiciones de ocupar África: los viajes de exploración habían proporcionado un mejor conocimiento del continente; también fueron fundamentales los avances de la medicina, que redujeron la elevada mortalidad que las enfermedades tropicales causaban entre los europeos, mientras los africanos habían desarrollado cierta inmunidad hacia ellas; la gran superioridad del armamento europeo también cumplió un papel importante, debido a que los ejércitos coloniales vencieron, salvo contadas ocasiones, a los ejércitos africanos, más numerosos, pero con peor armamento, producto de que los fusiles de cerrojo, el uso de la ametralladora Maxim y el empleo de artillería hacían casi invencibles a los ejércitos europeos. Por estas razones, desde este momento, además de querer conquistar África, los europeos ahora van a poder. En un principio, los gobiernos de Europa fueron reticentes a emprender aventuras colonialistas de elevado coste y cuyos resultados no estaban asegurados, pero en el último cuarto del siglo XIX, las potencias ya no se contentaban con sus posesiones en la costa: varias circunstancias se conjugaron para hacer atractiva la conquista del interior del continente, en donde los argumentos económicos jugaron un papel determinante. Prácticamente, ante la crisis de 1873, en donde había que dar salida a la sobreproducción, los europeos buscaron nuevos mercados para sus productos y la idea de que África podía proporcionar esos mercados se abrió paso en la mente de empresarios y políticos, iniciándose una carrera por hacerse con ellos. Entonces, el continente africano se convirtió en el destino de parte de la producción y de los capitales europeos, que cada vez tenían más dificultades para encontrar negocios rentables. En este marco, África se convirtió en el mercado donde colocar los productos europeos y en el territorio que proporcionaba materias primas y mano de obra, no ya esclava, pero sí forzada. Otro de los principales factores que explican el interés europeo por colonizar el continente africano fue el factor demográfico. La población europea entre el fin del periodo napoleónico y el inicio de la Primera Guerra Mundial, pasó de 190 millones de habitantes a 450, y, a lo largo de este periodo unos 40 millones de europeos emigraron a otros continentes, entre ellos a África. Junto a factores económicos y demográficos, el colonialismo debe también mucho al nacionalismo. Su patriotismo expansionista llevó a las potencias europeas a enfrentarse a sus rivales en una reñida competencia. En este contexto, el colonialismo tuvo mucho que ver con la idea de la superioridad de la raza blanca. Las potencias europeas se atribuyeron la misión de llevar la civilización al continente africano, poblado por supuestas razas inferiores. Esta superioridad blanca se basaba en el darwinismo social, que aplicaba a las sociedades humanas la teoría de la selección natural de las especies: había razas superiores e inferiores, y las primeras, mejor preparadas, estarían en su derecho de dominar a las segundas, al tiempo que tenían la obligación de transmitirles su civilización superior. En pocas palabras, la inferioridad de los negros explicaba, y justificaba, la dominación europea. Entre la opinión pública europea se difundió la idea de que los pueblos africanos eran inferiores. Tal es el caso, que entre 1877 y 1912, en el Jardin d’acclimatation, ubicado en París, se sucedieron las exhibiciones etnológicas. En ellas, junto a las plantas y animales exóticos, se presentaban, como si de animales se tratara, a familias de distintos pueblos africanos: se trataba de verdaderos zoos humanos. Estas exposiciones internacionales, llevadas adelante por las diferentes potencias, son un buen ejemplo de la forma de exponer y valorar a los pueblos colonizados, al tiempo que contribuyeron a difundirla y a fortalecer un racismo de base popular. La Conferencia de Berlín Lo esperado hubiera sido que los europeos compitieran por establecer sus áreas de influencia en la cuenca del Congo, pero este proceso se vio interrumpido por la constitución de una colonia tan singular como extensa: el Estado Libre del Congo, posesión personal de Leopoldo II, rey de los belgas, que frustró las esperanzas de expansión de los franceses desde Gabón y de los portugueses desde Angola. Ahora bien, ¿cómo surge este Estado? Leopoldo II llevaba tiempo buscando un territorio donde fundar un imperio colonial, pero Bélgica era un país demasiado pequeño para hacer frente a los riesgos y gastos que generaban una colonia, sumando que tampoco contaba con una flota capaz de mantener colonias en ultramar, ni quería intervenir en conflictos internacionales que pusieran en riesgo su neutralidad. Por ello, fue Leopoldo quien, a título privado, decidió adquirir su propia colonia africana: en 1876 manifestó su intención de intervenir en África central, pero solo con fines filantrópicos, para combatir el comercio de esclavos y abrir el territorio a la civilización europea. Sin embargo, pronto se advirtieron las intenciones reales del rey de los belgas: adquirir y explotar una colonia en el Congo. Para llevar a cabo dicho objetivo, contó con la ayuda del explorador británico Henry Morton Stanley, quien desde 1879 y a lo largo de cinco años, estableció diferentes bases a lo largo del río y firmó el mayor número posible de tratados con los jefes locales, que legitimaran las concesiones territoriales. Leopoldo pasó a hablar de “Estado Libre” al referirse a una amplísima zona todavía sin delimitar que abarcaba los territorios sobre los cuales Stanley había comenzado a instalar bases comerciales y logrado la cesión de su soberanía. A esta firma de tratados y apropiación de territorios, se sumó la creación de fuerzas militares al servicio del citado Estado Libre. Al poco tiempo de ello, Leopoldo II, Francia y Portugal se disputaban la desembocadura y la cuenca del río Congo, y las potencias europeas penetraban hacia el interior del continente africano. Fue entonces cuando, para resolver los litigios existentes y establecer unas reglas básicas para organizar el reparto de África, se convocó un encuentro internacional promovido por Bismarck, canciller de Alemania, que deseaba evitar un conflicto que alterase el equilibrio europeo. A ello, se sumaba el hecho de que Alemania ya tenía pretensiones concretas en África. A mediados de los años ochenta, y de manera prácticamente paralela a la celebración de la Conferencia de Berlín, Alemania contaba con un imperio colonial formado por Togolandia, Camérun, África del Sudoeste y África Oriental. La Conferencia de Berlín tuvo lugar entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, y, aunque el peso de las decisiones recayó en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Portugal y la Association Internationale du Congo, estuvieron también presentes representantes de Bélgica, España, Italia, Estados Unidos, Imperio austrohúngaro, Imperio otomano, Rusia, Suecia y Dinamarca. Cuantos más países firmasen, mayores legitimidades tendrían los acuerdos finales. Pero un detalle: nadie representó a los principales afectados, los africanos. Durante poco más de tres meses, las potencias coloniales discutieron sobre cómo repartirse África. Se trataba de asegurar la libre navegación y comercio en los grandes ríos africanos que desembocaban en el océano Atlántico –Níger y Congo–; fijar las normas básicas a la hora de legitimar la ocupación de un territorio y dar solución a la cuestión del Congo. El día de la clausura de la Conferencia, los diplomáticos europeos firmaron el Acta General de la Conferencia de Berlín. Comenzaba mencionando el objetivo principal del encuentro: alcanzar el mutuo acuerdo entre las partes para evitar conflictos en la ocupación del territorio africano. Con este propósito, se iba a “asegurar a todas las naciones las ventajas de la libre navegación de los dos principales ríos de África, que fluyen en el océano Atlántico”. Se trataba de garantizar que los estados europeos, principalmente a través de empresas comerciales, pudieran penetrar y ocupar el interior de África. Entremezcladas con estas ideas principales, venían las justificaciones europeas a la ocupación de las tierras de los africanos, argumentados cargados de prejuicios sobre su inferioridad. El desarrollo del comercio vendría acompañado de la imposición de la civilización europea para “fomentar la moral y el bienestar material de las poblaciones indígenas”. Pero las consecuencias para la población africana de la conquista y explotación colonial estuvieron muy alejadas de estos altruistas objetivos. La esclavitud fue sustituida por el trabajo forzado, y la imposición de la civilización europea quebró las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales de los pueblos africanos. Uno de los grandes beneficiados por estos acuerdos fue el rey Leopoldo II de Bélgica quien, a pesar de las reticencias de británicos, franceses y portugueses, maniobró con habilidad para lograr que la Association Internationale du Congo fuera reconocida como el Estado Libre del Congo, con capital en Boma y salida al océano Atlántico por la desembocadura del Congo. Este inmenso territorio, pasó a ser propiedad privada de Leopoldo II. En este sentido, cuando se desechó la idea de alcanzar las costas índicas, Alemania no dudó en reconocer al nuevo Estado Libre; para ganarse la voluntad de los británicos, Leopoldo II se comprometió a garantizar el libre comercio en el Congo, prometiendo además a los comerciantes británicos la firma de sustanciosos contratos; Francia quedó convencida luego de que Leopoldo II le conceda a los franceses un derecho preferencial sobre el Estado Libre en caso de que este se hiciera ingobernable; por último, si los portugueses no podían ocupar el territorio, siempre preferirían la presencia del Estado Libre del Congo que la de la poderosa Francia, razón por la cual apoyarían la consolidación de la colonia de Leopoldo II. Por ende, ya resignadas, Francia y Portugal firmaron, pocos días antes de la clausura de la Conferencia de Berlín, sendos tratados en los que reconocieron las fronteras del Estado Libre. Partiendo de una sociedad con fines teóricamente filantrópicos, se impondrá en el Congo uno de los regímenes de explotación más brutales de la historia. Además, el 1 de agosto de 1885, Leopoldo II aceptaba la plena soberanía sobre el Estado Libre y el Reino de Bélgica se eximía de cualquier responsabilidad. Por otra parte, una de las cuestiones importantes que se estableció en la conferencia: la potencia que tomara posesión de un nuevo territorio en la costa debía notificarlo a las demás potencias signatarias, de manera que quedara proclamado su derecho de soberanía. Esta notificación precisaba de un requisito fundamental, que era la ocupación efectiva del territorio reclamado. Fue por ello que las potencias se lanzaron con rapidez a la firma de tratados con los gobernantes africanos para que estos cediesen su soberanía, y, a continuación, ocupar y administrar estos nuevos territorios. Quien llegase primero y ocupase un territorio de manera efectiva, se quedaba con él. Los acuerdos de la Conferencia de Berlín se referían a las costas, pero ya ocupadas estas en su mayor parte, lo que se produjo en los años siguientes fue la anexión del interior: fue una carrera en toda regla. Tal es el caso, que con anterioridad a la Conferencia de Berlín, las potencias coloniales apenas controlaban el 10% del continente, pero en apenas tres décadas, la mayor parte de África cayó bajo su dominio. En la Conferencia de Berlín, también se establecieron otras disposiciones que pretendían justificar su ocupación. Las potencias europeas se comprometían a “velar por la preservación de las tribus nativas” y a “ayudar en la supresión de la esclavitud, y especialmente el comercio de esclavos”. Cada potencia firmante debía de “emplear todos los medios a su alcance para poner fin a este comercio y para castigar a quienes incurran en él”. Además, las potencias protegerían y favorecerían a las entidades cuyo objetivo fuera “instruir a los nativos y traer a estas tierras las bendiciones de la civilización”, así como a “todas las instituciones religiosas, científicas o de beneficencia”. Se establecía “el ejercicio libre y público de todas las formas del culto divino” y “el derecho a construir edificios con fines religiosos”. En conclusión, la Conferencia de Berlín fue un encuentro importante, pero no decisivo. De ella surgieron las reglas básicas para proceder el reparto de África, pero no decidió la división del continente. Esta se hizo efectiva en las décadas siguientes, atendiendo no solo a las disposiciones allí establecidas, sino a toda una serie de circunstancias económicas, políticas, militares y estratégicas que llevaron a la firma de nuevos acuerdos. Fue decisiva la estrategia internacional, así como la fuerza armada de cada Estado podía exhibir en la mesa de negociaciones. Sin embargo, siempre se alcanzó un entendimiento pacífico, si exceptuamos las dos guerras entre británicos y bóeres. La historia del reparto de África está repleta de discusiones por diferentes territorios que se resolvieron por la vía diplomática. Capítulo 2. El reparto de África De Fachoda al Rif En África del Norte, Gran Bretaña aseguró su control sobre Egipto y Sudán; Francia, que ya poseía Argelia y Túnez, estableció su protectorado sobre Marruecos, salvo una franja norte que quedó en manos de España, e Italia se apropió de Libia. Fue un reparto conflictivo, pero la diplomacia evitó un enfrentamiento armado. El incidente más célebre tuvo lugar entre Gran Bretaña y Francia, en la localidad de Fachoda (1898), situada en el actual Sudán del Sur. Un poco más tarde, a principios del siglo XX, la pugna entre franceses y alemanas por Marruecos estará, en dos ocasiones, a punto de provocar una guerra europea. En relación al primer incidente, se debe saber que Gran Bretaña tenía en claro que la seguridad de Egipto precisaba del control del Nilo, y ello suponía también dominar las tierras sudanesas y las fuentes del Nilo. Sin embargo, conquistado por Egipto entre 1820 y 1842, Sudán había estado sometido a los impuestos y a la corrupción de los gobernantes egipcios hasta el estallido, en 1881, de una rebelión: los sudaneses declararon la guerra a los ocupantes egipcios y a los extranjeros cristianos que ocupaban importantes puestos de la Administración egipcia, mientras que la rebelión terminó triunfando gracias al apoyo de gran parte de la población sudanesa. En principio, el gobierno británico no quería enviar un ejército a someter a los sudaneses debido a que su costo político y económico era demasiado elevado. Aun así, fue con el paso del tiempo cuando la necesidad de controlar el conjunto del Nilo y el temor a que otra potencia europea llegara a tierras sudanesas –los italianos desde Eritrea o los franceses desde el Congo– impulsó a Gran Bretaña a reconquistar Sudán en 1898. Por lo tanto, Gran Bretaña reconquistó Sudán en el momento oportuno, debido a que Francia tenía el propósito de unir su imperio colonial de oeste a este, entre su África Occidental y la Somalia francesa, pero este objetivo chocaba frontalmente con los intereses británicos que propugnaban un eje norte-sur, que uniera Egipto con la Colonia del Cabo. Por esta razón, ambas potencias necesitaban ocupar efectivamente el territorio que ambicionaban: la primera en llegar fue la expedición francesa en julio de 1898, poco después llegaron los británicos. Ante esta situación, los británicos exigieron la retirada francesa, mientras que Francia no se atrevió a entrar en guerra y cedió, firmándose una convención franco-británica que estableció los límites entre las posesiones francesas y el Sudán anglo-egipcio. Prácticamente, la crisis quedó resulta en favor no de quien había llegado antes, sino de quien poseía una flota más poderosa para vencer en un hipotético enfrentamiento armado. La resolución de la crisis de Fachoda y el recelo ante el poderío del Imperio alemán, explican la nueva dirección que tomaron las relaciones franco-británicas, en donde ambos países dejaron atrás un largo periodo de enfrentamientos e iniciaron uno de entendimientos: en 1904 se firmó la Entente Cordiale, a la que se sumó el Imperio ruso. En pocas palabras, los tres estados tenían un enemigo en común que era Alemania, unida al Imperio austro-húngaro y a Italia en la Triple Alianza (1882), quedando así formados los dos bloques se enfrentarán en la Primera Guerra Mundial. Por su parte, Libia, donde mantenía su presencia un debilitado Imperio otomano, quedó en manos de Italia. En esta región, el mayor problema de los italianos fueron las tribus del interior, por lo que Italia en el transcurso de la Primera Guerra Mundial decidió reducir su presencia militar y concentró sus efectivos en la costa. Sin embargo, con la llegada al poder de Mussolini en 1922, Italia inició la “pacificación” de Libia, reconquistando su colonia de manera costosa y lenta, dándose por culminado el conflicto bélico en 1931, cuando el líder libio, Omar Mukhtar, fue capturado, juzgado y ejecutado públicamente. Solo Marruecos permanecía independiente del dominio europeo, y así se mantuvo hasta 1912: Francia tenía puestos sus ojos en Marruecos, pero sus ambiciones despertaban las inquietudes de Gran Bretaña, y, sobre todo, de Alemania. Además, España tenía esperanzas de recibir parte del territorio. Ya el nuevo clima de entendimiento entre británicos y franceses, favoreció las posiciones de estos últimos y el país se repartió en dos zonas de influencia para Francia y España: el sultán permaneció al frente de la nación, pero convertido en un poder nominal, en donde Francia obtuvo su protectorado sobre Marruecos, salvo una zona al norte que quedó en manos de España. Ante estos hechos, Alemania reaccionó con el envío de un barco de guerra al puerto de Agadir, siendo el objetivo presionar para obtener también ganancias territoriales en esta zona de África. Sin embargo, la firme posición francesa, con el apoyo británico, le hizo desistir y aceptó el protectorado francés sobre Marruecos a cambió de la cesión de territorios en el Congo francés. Durante la guerra del Rif (1911-1927), el desastre de Annual (1921) desestabilizó gravemente a la política española y permitió al líder rifeño Abd el Krim proclamar la República del Rif (1921- 1926), la cual rechazaba el protectorado como una medida impuesta por las potencias extranjeras y se legitimó como Estado. Finalmente, la resistencia rifeña fue sometida tras el desembarco en 1925 del ejército español, con apoyo francés –la guerra se había extendido a su protectorado–. En estas acciones militares, se denunció el uso de armas químicas no solo contra las fuerzas enemigas, sino también contra la población civil. Una carrera entre franceses y británicos Franceses y británicos compitieron en África Occidental por hacerse con el mayor número posible de territorios. Desde sus enclaves costeros, avanzaron hacia el interior estableciendo colonias de explotación, mientras que los barcos de vapor y los ferrocarriles transportaban la producción hasta los puertos, marchando desde allí a los mercados europeos. Francia logró la mayor parte de los territorios y creó el África Occidental Francesa, un inmenso territorio que ocupaba Mauritania, Senegal, Sudán francés –Malí–, Guinea francesa –Guinea–, Costa de Marfil, Níger, Alto Volta –Burkina Faso–, y Dahomey –Benín–. La ocupación de estos territorios se realizó a través de la cuenca del río Senegal y del Alto Níger, mientras que a diferencia de los británicos, más dispuestos a entablar conversaciones con los jefes africanos, los franceses recurrieron a la conquista militar. Por otro lado, la economía colonial se basó en la producción agrícola. Los colonizadores impusieron a los africanos aquellos cultivos que tenían mejor salida comercial –cacahuate, algodón, aceite de palma y cacao–, al tiempo que daban salida a las manufacturas metropolitanas en los mercados africanos. Este comercio generó unos beneficios que, junto a la tributación, hicieron rentables las colonias. Para su desarrollo se hizo necesaria la construcción de carretera y ferrocarriles con el fin de conectar las regiones productoras con los puertos allí donde no era posible utilizar las vías fluviales. Miles de trabajadores africanos, exhaustos por las largas jornadas laborales y las duras condiciones del trabajo, debilitados por una deficiente alimentación y victimas de enfermedades tropicales, fallecieron durante la construcción de estas infraestructuras. Tal es el caso que, en 1921 los franceses iniciaron la construcción del ferrocarril Congo-Océano, el cual fue concluido en 1934 y conectó Brazaville con el puerto de Pointe-Norte: para su construcción se emplearon cerca de 130.000 trabajadores, de los cuales fallecieron unos 20.000. Por su parte, las colonias francesas fueron organizadas en dos grandes federeaciones: el África Occidental y el África Ecuatorial. La primera de ellas había sido constituida a finales del siglo XIX, con capital en Dakar; sobre su modelo se construyó, en 1910, el África Ecuatorial Francesa, con capital en Brazzaville, siendo fruto de los territorios de Gabón, Congo francés –República del Congo–, República Centroafricana y Chad. Estas grandes federaciones estaban dirigidas desde París por el Ministerio de las Colonias, mientras que en África existía una Administración centralizada. Básicamente, al frente de cada federación estaba el gobernador general, apoyado por un consejo de gobierno y una burocracia colonial. Esta fue una de las principales características que distinguieron el sistema colonial francés del británico: la mayor implicación del Estado en la organización colonial francesa, aunque los franceses también acudieron a los poderes políticos y religiosos preexistentes para controlar sus colonias. En ambos casos, francés y británico, se establecieron dos sociedades paralelas, la europea y africana. Es cierto que se dio cabida a la asimilación y que los africanos podían alcanzar un estatus similar al de los europeos, siempre y cuando se adaptaran completamente a sus normas y estilo de vida, pero, frente a una inmensa mayoría, fueron casos minoritarios y propios de las regiones costeras, que llevaban más tiempo bajo dominio europeo. El avance francés, si bien venció la resistencia de los estados africanos, se vio frenado por la presencia británica en diversas partes del África Occidental. Desde sus posesiones costeras, los británicos avanzaron hacia el interior, estableciendo colonias en Gambia, Sierra Leona, Costa de Oro y Nigeria. Esta última, fue su principal colonia y la ocuparon penetrando hacia el interior desde Lagos y la región de los Oil Rivers. En su avance, intentaron llegar a acuerdos con los poderes africanos, pero estos no siempre estuvieron dispuestos a doblegarse sin resistencia. En estos territorios, el sistema económico impuestos por los británicos se basó en la producción de cultivos comerciales, así como en la explotación maderera y minera. La rentabilidad de estos negocios, el pago de tributos y los ingresos por tasas aduaneras permitieron sufragar los gastos de la administración colonial y de la construcción de infraestructuras. En cuanto a lo administrativo, se fue implementando un sistema de gobierno indirecto que delegaba gran parte de la administración en las instituciones africanas. Este modelo defendía el colonialismo siempre que llevara al autogobierno a los pueblos colonizados e introdujera sus economías en el mercado mundial. De esta forma, Gran Bretaña justificaba la explotación colonial, encomendando gran parte de las funciones a las jefaturas locales o a otras nuevas si los líderes africanos se habían resistido a la conquista. Los jefes africanos continuaron ejerciendo su autoridad, manteniendo el orden, aplicando la justicia, desarrollando la economía y cobrando los impuestos. Por encima de ellos, la autoridad británica estuvo representada por el gobernador general y una exigua administración. Una tercera potencia con presencia en África Occidental fue Alemania, que estableció dos colonias –Togolandia y Camerún–, que, junto a Neukamerun –territorio del Congo Francés cedido a Alemania durante la segunda crisis marroquí–, constituyeron el África Occidental Alemana. Sin embargo, a pesar de las pretensiones de crear un gran imperio colonial germano que uniera las costas del océano Atlántico y las del Índico, con la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial el sueño culminó y los germanos perdieron todo su territorio colonial, repartiéndose las tierras entre franceses y británicos en forma de mandatos. Por su parte, España y Portugal tuvieron una escasa presencia en esta parte de África. Los españoles poseían el Sahara Occidental, las islas de Fernando Poo y Annobón y Río Muni, mientras que los portugueses seguían asentados en Guinea y las islas de Cabo Verde, Puerto Príncipe y Santo Tomé. El único territorio del África Occidental que se mantuvo independiente fue Liberia. Los descendientes de los libertos monopolizaron el poder hasta bien avanzado el siglo XX, marginando a la población autóctona. El sistema de gobierno tomó como modelo el estadounidense; la bandera fue muy similar a la de Estados Unidos; y el nombre de su capital, Monrovia, en recuerdo del presidente estadounidense James Monroe, quien había contribuido a la liberación de los esclavos. El saqueo del Congo En el centro del continente, se llevó a cabo uno de los principales expolios cometidos durante la colonización. Una parte de la explotación del inmenso territorio del Estado Libre del Congo quedó en manos del propio Leopoldo II y otra fue a parar a manos de compañías concesionarias que le entregaban parte de sus beneficios, explotando a cambio de invertir en la construcción de infraestructuras. En esta línea, al comercio del marfil se sumó el del caucho que, a partir de 1895, experimentó una gran demanda por el desarrollo de la industria automovilística. En el mercado internacional, el caucho adquirió unos precios desorbitados y los colonizadores del Congo se lanzaron a su obtención, sin importarles el coste humano. Este negocio, produjo grandes beneficios a Leopoldo y a las compañías que explotaban el Congo. En la cuenca del Congo, la explotación adquirió un carácter brutal. Lo que se había planteado en las cancillerías europeas, como la creación de un Estado con fines filantrópicos, se convirtió en una verdadera pesadilla para sus habitantes. Si bien se había prohibido la esclavitud, la población africana se vio sometida al trabajo forzado y sin más retribución que una deficiente alimentación y baratijas europeas, entregadas a los africanos a unos precios muy superiores a los reales. En tanto, el trabajo se realizó en pésimas condiciones y en horarios agotadores, que causaban la extenuación de los trabajadores. En este sentido, para reclutar la mano de obra se impuso un régimen de terror, ya que con el fin de asegurar que los hombres acuerdan a trabajar sus familias eran retenidas como rehenes y, en el caso de fugas, se sometía a las mujeres e hijos de los fugitivos a duros castigos físicos, cuando no eran asesinados. Además, los castigos iban desde los azotes hasta las torturas y mutilaciones. En ocasiones, si no se cubrían los objetivos de producción, los trabajadores eran asesinados y, para demostrar el cumplimiento de las ordenes, se les decapitaba o amputaba una mano. Para aplicar el régimen del terror se creó la Force Publique, formada por mercenarios de todo el mundo, los cuales apenas llegaban a los 20.000 hombres, pero bien armados constituyeron el ejército privado de Leopoldo II, que le permitió controlar el territorio y sofocar las rebeliones de la población. En consecuencia, el trabajo forzado, la violencia directa, las hambrunas y las enfermedades provocaron una cifra de víctimas difícil de calcular que, según las diferentes fuentes, se sitúa entre los 5 y los 15 millones de muertos. Mientras tanto, se ofreció a la opinión pública una imagen que nada tenía que ver con la realidad de lo que estaba sucediendo en el corazón de África, afirmándose que el proyecto colonizador tenía un carácter altruista, que iba a traer a los africanos las excelencias de la civilización y a poner fin al tráfico de esclavos. Sin embargo, a pesar de algunas críticas, Leopoldo seguía afirmando las bondades de su régimen en África y deslegitimando a todo aquel que lo criticaba. Ante esta situación, el escándalo estalló definitivamente cuando el periodista británico Edmund D. Morel difundió con éxito al resto del mundo lo que estaba sucediendo en el Congo. Dicho individuo, comprobó que del Congo procedían cargamentos de caucho y de marfil, en cambio, los barcos que partían hacia el Congo solo portaban armamento y munición: el Congo estaba siendo saqueado de forma violenta. Entonces, Morel contactó con quienes, desde el propio lugar, le podían proporcionar información fidedigna de lo que allí acontecía, logrando emprender una documentada campaña de denuncia. Ante estos hechos, la prensa europea se hizo eco de sus denuncias y la opinión pública, en especial la británica y la francesa, exigió a sus gobiernos que se conocieran toda la verdad sobre lo que estaba pasando en el Congo. Además, el Gobierno británico protestó oficialmente por los crímenes y en 1904, se fundaba la Congo Reform Association para difundir la información procedente del Congo y presionar sobre los gobiernos. Básicamente, el escándalo era imparable. Finalmente, en 1908 el Parlamento belga tomó el control del territorio, en donde Leopoldo recibió una gran indemnización por una colonia que ya no era tan lucrativa, en cuanto que los procesos del caucho en los mercados internacionales se habían reducido por la aparición de nuevos productores. Bélgica asumió la administración de tan extenso territorio con el nombre de Congo Belga, al que se sumaron Ruanda y Urundi cuando, tras la primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones otorgó a Bélgica un mandato sobre ambos territorios, anteriormente colonias alemanas. Ahora bien, esta cruel explotación no se limitó al Estado Libre del Congo, sino que se extendió a las vecinas colonias francesas: Francia también recurrió a compañías concesionarias que disfrutaron del monopolio para obtener marfil, caucho y madura, mientras que a cambio el gobierno francés recibía dinero que era destinado a sufragar los gastos de ocupación. Francia envío una comisión de investigación con el fin de conocer de primera mano la situación en las colonias centroafricanas francesas: se quería demostrar que la conducta francesa era irreprochable. Esta comisión recorrió los territorios franceses y sus integrantes fueron testigos de que, también allí, la población africana sufría vejaciones y trabajos forzados, y las familias eran tomadas como rehenes para asegurar el trabajo de los hombres; todo ello con el silencio cómplice de las autoridades coloniales. Sin embargo, el informe fue silenciado y no fue hasta 1965 cuando el archivo fue dado a conocer a través de la historiadora Catherine Coquery-Vidrovitch. Los pobladores europeos En el África Oriental y Austral, con menor o mayor fortuna, italianos, británicos, alemanes, portugueses y bóeres se instalaron en las tierras de los africanos, creando sociedades paralelas que controlaron la vida política, económica y social, y que, llegado el momento, se resistieron a la descolonización. En principio, solo Etiopía se mantuvo independiente, luego de derrotar un intento de invasión italiana que buscaba no solo un espacio donde ubicar a parte de la población emigrante y encontrar nuevos mercados y recursos, sino también un medio para dar cohesión al Reino de Italia. Básicamente, la excusa para invadir provino de la diferente redacción del Tratado de Wuchale (1889), en donde dicho documento estaba redactado en las dos lenguas de los países firmantes, pero los textos diferían: el italiano establecía que Menelik II tenía que tratar sus relaciones exteriores a través de las autoridades italianas, por el contrario, la versión en amárico hacía referencia, tan solo, a la recomendación de consultarlas. La diferencia era importante, ya que, con base al texto italiano, Italia reclamó el protectorado sobre Etiopía: la oposición etíope dio lugar a la primera guerra ítalo- etíope (1895-1896), que concluyó con una humillante derrota italiana. Sin embargo, cuarenta años más tarde vendrá la venganza italiana, cuando tras la segunda guerra ítalo-etíope (1935-1936), el régimen fascista invadió Etiopía, anexionando el territorio, que, junto a Eritrea y Somalia, constituyeron el imperio italiano del África Oriental. Por su parte, franceses y británicos se instalaron en las costas del golfo de Adén, ya que la construcción del Canal de Suez había dado una importancia estratégica de primer orden a la salida del mar Rojo: los franceses ocuparon Yibuti y los británicos Somalilandia. Al sur del Cuerno de África, se sitúan los actuales estados de Kenia, Uganda, Ruanda, Burundi, Malaui, Tanzania, Mozambique, y frente a las costas mozambiqueñas, la isla de Madagascar. En gran parte de estos territorios, los árabes ejercían una gran influencia, en donde el comercio de esclavos, las especias y el marfil eran los pilares de la economía. En tanto, los europeos se enfrentaron a estos comerciantes árabes y sus intermediarios africanos, primero por el control de la costa, y pronto, por el de las rutas comerciales del interior. En síntesis: con el Tratado de Heligoland-Zanzíbar (1890) tanto Alemania como Gran Bretaña se repartieron la costa oriental africana y el sultanato de Zanzíbar. En tanto, el área quedó dividida en dos zonas de colonización, una situada al norte por donde penetraron los británicos y que, además de Zanzíbar, ocupaba la costa keniana para avanzar hacia Uganda, punto clave para controlar las fuentes del Nilo, y otra al sur, territorio alemán que, desde las costas de Tanganyika, abarcó hasta Ruanda y Urundi. Por otro lado, a estos territorios llegaron colonos que se quedaron con las mejores tierras y contaron con una mano de obra africana obligada a trabajar en las plantaciones europeas para pegar sus necesidades básicas y tributos coloniales. La emigración fue mucho mayor en el caso de África Austral, mientras que en el de África Occidental fue menor y paulatina. Separada del continente africano, la isla de Madagascar era ambicionada por Francia, que presionaba sobre el reino de Merina. La primera guerra franco-malgache (1883-1885) culminó con la firma de un tratado de paz, que fue interpretado de manera diferente por cada uno de los contendientes. El reino de Merina entendía que no ponía en cuestión su independencia; sin embargo, a juicio de Francia, le permitía conducir las relaciones exteriores del reino malgache, interpretación que suponía la imposición del protectorado. El reconocimiento de Gran Bretaña de este tratado –a cambio de fijar con el Gobierno francés las fronteras occidentales de Nigeria– fortaleció la posición de Francia, que finalmente en 1896 unificó toda la isla bajo su mandato. En este momento, Gran Bretaña prosiguió su expansión desde el sur, ocupando Bechuanalandia, las dos Rhodesias y Nyasalandia. Por su parte, los portugueses, situados en Angola y Mozambique, intentaron crear un gran imperio africano uniendo las costas atlánticas e índicas, proyecto que se frustró por la citada presencia británica en las dos Rhodesias y Nyasalandia. A su vez, esta penetración británica hacia el norte se vio frenada por la incorporación de la región de Katanga al Estado Libre del Congo. Estábamos antes algunos de los principales episodios de la carrera por África. En este marco, el gobierno británico se opuso con firmeza a las pretensiones portuguesas, negando que Portugal hubiera logrado hubiera logrado la efectiva ocupación del interior del continente, uno de los requisitos fijados por la Conferencia de Berlín. De consumarse el proyecto luso, el imperio colonial británico quedaría partido en dos. Por ello, el gobierno británico envió al portugués un ultimátum a comienzos de 1890: Portugal tenía que retirarse del interior del continente y no avanzar más allá de sus colonias de Angola y Mozambique. En tanto, sin capacidad para enfrentarse a los británicos, ni interés en oponer a un país tradicionalmente aliado, Portugal cedió ante Gran Bretaña y ponía fin al sueño de un gran imperio en África. En esta línea, la violencia caracterizó también a la ocupación alemana del África del Sudoeste, en donde en un contexto de expropiación y explotación, estalló a comienzos de 1904 la sublevación de los herero: el 11 de agosto estos fueron derrotados en la batalla de Waterberg, mientras que en su retirado se internaron en el desierto de Omaheke, en donde la mayoría de ellos murió de hambre y sed. Pronto, el pueblo namaqua, que sufría las mismas condiciones de explotación, se sumó a la resistencia logrando algunos éxitos iniciales, pero fue finalmente derrotado y corrió la misma suerte que los herero. De ello, se puede decir que la actuación alemana contra ambos pueblos fue una campaña de exterminio: los pozos de agua fueron envenenados, no se hizo prisioneros, se ejecutó a ancianos, mujeres y niños, y los supervivientes fueron internados en campos de concentración, donde fueron forzados a trabajar en la construcción de infraestructuras. En tanto, se calcula que de una población de 80.000 hereros, el 80% fue exterminado; la comunidad namaqua sufrió la pérdida de la mitad de sus 20.000 miembros. En otro sentido, la segunda guerra anglo-bóer (1899-1902), siendo este el conflicto más grave acontecido entre europeos en el continente africano, decidió la suerte del extremo meridional de África: el ejército británico alcanzó una victoria, pero su coste económico y humano fue elevado, agregando que también sufrió su prestigio por lo mucho que le costó doblegar la resistencia de un ejército de agricultores y ganadores mal armados. Terminada la guerra, la República de Transvaal y el Estado Libre de Orange se incorporaron, con cierto nivel de autogobierno, al Imperio británico. En 1910, las colonias del Cabo, Natal, Río Orange y Transvaal constituyeron la Unión Sudafricana. El núcleo industrial y minero de Witwatersrand permitió la creación de un entramado financiero y el desarrollo de la ciudad de Johannesburgo que, después de El Cairo, se convirtió en la ciudad con mayor población de África. Sin embargo, este crecimiento económico no benefició a todos, debido a que la segregación racial dejó a la población africana fuera del reparto: quienes más sufrieron la segregación racial fue la población negra, que tomó conciencia de vivir sometida en su propia tierra. Capítulo 3. África independiente Del Partido Único a la Primavera Árabe La presencia de colonos europeos fue muy importante en Marruecos y Argelia, hasta el punto de consolidar su propia sociedad y ejercer ampliamente el poder sobre la mayoría musulmana. Con el paso del tiempo, las fuerzas nacionalistas se fueron consolidando en ambos países, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, que mostró al resto del mundo la debilidad de Francia para mantener un imperio mundial: Marruecos –también su zona española– y Túnez alcanzaron la independencia en 1956, mientras que Argelia la obtuvo en 1962, tras una cruenta guerra que se desató en 1954. En este sentido, la descolonización del Magreb dejó abiertos varios problemas territoriales a causa de la arbitraria delimitación de las fronteras coloniales, dificultando así las relaciones entre los estados de la región: estos ambicionaban el control de los recursos naturales situados en los territorios cuya soberanía se discutía. Tal es el caso, que en 1963, Marruecos y Argelia se enfrentaron en la guerra de las Arenas, en donde en un contexto de Guerra Fría, los Estados Unidos apoyaron a Marruecos, mientras que la Unión Soviética y Cuba proporcionaron armamento a Argelia. Este conflicto, terminó con una mediación de la Organización para la Unidad Africana, sin que Marruecos logre sus pretensiones territoriales. Sin embargo, la enemistad entre Marruecos y Argelia se volvió a poner de manifiesto con motivo de la descolonización del Sahara español, siendo en 1975 cuando 350.000 civiles marroquíes invadieron el Sahara, mientras que la dictadura franquista agonizaba y procedió a una rápida retirada del territorio, que quedó en manos de Marruecos y Mauritania. En tanto, no se tuvo en cuenta la voluntad de los habitantes del lugar, agrupados en el Frente Polisario que proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) e inició con el apoyo de Argelia una guerra contra los ocupantes marroquíes y mauritanos. Estos últimos, se retiraron en 1979, ocupando dicho territorio el ejército marroquí, aislando en el exterior al Frente Polisario con una serie de muros defensivos. Concluida la guerra, Marruecos ha mantenido su presencia en la antigua colonia española, promoviendo la emigración, mientras que la RASD exige la independencia, y la comunidad internacional está a la espera de organizar un referéndum en el cual votaría una población muy diferente al a que habría votado en 1975. Con este último objetivo, Naciones Unidas estableció en 1991 la Minurso, misión que tiene como mandato organizar un referéndum para que la población del Sahara Occidental se pronuncie sobre su futuro. Por otro lado, en casi todos los estados magrebíes se instauraron regímenes de partido único, surgidos de la lucha por la independencia y sostenidos en el tiempo producto de un férreo autoritarismo. En Marruecos, si bien no se constituyó un partido único, la dinastía alauita se mantuvo frente a las presiones democratizadoras de la oposición. En lo referido a Túnez, la continuidad del Neo-Destour solo se vio alterada por un golpe de Estado en 1987, que llevó al poder a Ben Ali, dirigente expulsado por la Revolución de los Jazmines, por lo que desde entonces la nación tunecina ha iniciado una difícil transición hacia la democracia, aprobando una nueva Constitución en 2014. En cuanto a Argelia, el país comenzó a andar de la mano del FLN, que estableció un régimen de partido único, aunque tras la frustración de los militares al Gobierno del Frente Islámico de Salvación, ganador de la primera vuelta en las elecciones de 1991, se desató una guerra civil entre el Gobierno y los islamistas que culminó en 2002; en la actualidad, el Gobierno argelino dirigido con mano férrea por Abdelaziz Buteflika, se enfrenta a graves problemas, sobre todo económicos. En la actualidad, la mayor inestabilidad se encuentra en Libia, en donde en 1951 se proclamó la independencia del Reino de Libia con un régimen federal formado por tres territorios autónomos que eran Tripolitania, Cirenaica y Fezzan, estableciéndose también dos capitales siendo estas Trípoli y Bengasi. En sus primeros años, el país dependió de la ayuda de occidente, pero la situación cambió cuando se descubrió petróleo, siendo en este momento en el que se produjo el golpe de Estado de 1969 que llevó a Gadafi al poder. Durante más de cuatro décadas Gadafi estuvo al frente de Libia. En el interior, reprimió a la oposición política, nacionalizó las empresas privadas y la riqueza petrolífera permitió desarrollar el país. En el exterior fue especialmente beligerante, intentando la unificación de Libia con Egipto y Siria, defendiendo la expansión del islam y de las fuerzas políticas que lo representaban en África, y siendo su estrategia desestabilizar a los gobiernos vecinos para sacar diferentes réditos dependiendo de la situación. Además, no debe pasar como desapercibido que estuvo vinculado en la organización de atentados contra intereses occidentales, en donde el apoyo al terrorismo internacional tuvo como repuesta la imposición de sanciones y el bombardeo estadounidense contra territorio libio. En sus últimos años, Gadafi encaminó sus relaciones con las potencias occidentales en busca de estabilidad política y rentabilidad económica. Por ejemplo, con Italia se firmó un acuerdo de cooperación entre los gobiernos de ambos países, en donde los italianos accedieron a indemnizar a Libia con 5 mil millones de dólares por todos los daños infringidos en su antigua colonia. Ahora bien, detrás de este propósito de Italia, estaban los intereses políticos y económicos de las dos naciones, en donde Gadafi conseguía legitimidad internacional e inversiones, mientras que Berlusconi conseguía gas y petróleo, mientras a la vez aumentaba su influencia sobre el país africano y regulaba la inmigración ilegal. Ya en el año 2011, Gadafi fue derrocado: se inició un enfrentamiento armado entre su Gobierno y las fuerzas de la oposición que, tras la intervención armada de una coalición internacional amparada en una resolución de Naciones Unidas, concluyó con su derrota y muerte, aunque desde ese momento una sucesión de enfrentamientos civiles ha provocado la desintegración del país. En la actualidad, en Libia conviven un Gobierno reconocido internacionalmente, pero que no controla el país; señores de la guerra que luchan por controlar las riquezas; multinacionales que operan protegidas por diversas facciones, y el Estado Islámico que intenta expandirse por la región. En cuanto a Egipto, independiente desde 1922, se convirtió en una monarquía que fue derrocada en 1952 en manos de un movimiento que se encontraba descontento por la situación económica del país, el desprestigio a la monarquía y la derrota en la guerra árabe-israelí de 1948. En este sentido, se proclamó la República y en 1954 Gamal Abdel Nasser se hizo con el poder: emprendió el proyecto de la presa de Asuán que puso fin a las inundaciones periódicas del Nilo, suministró energía eléctrica a parte del país, aumento la irrigación sobre grandes extensiones y desarrolló la pesca de agua dulce. En este contexto, para construir la gigantesca presa de Asuán, decidió nacionalizar el canal de Suez, medida que provocó la intervención, con apoyo de Israel, de Gran Bretaña y Francia, principales accionistas del canal: Israel invadió el Sinaí y británicos y franceses intervinieron con el pretexto de asegurar el tránsito por el canal. Este episodio, conocido como la Crisis de Suez (1956), concluyó con la retirada de las antiguas potencias coloniales, condenadas por Naciones Unidas y presionadas por los dos nuevos poderes que eran Estados Unidos y la Unión Soviética. Ante estos hechos, podríamos decir que Egipto se consolidó como una potencia regional. Fallecido Nasser, Anawr el Sadat decidió acercarse a Israel y a Estados Unidos, en donde esta política proocidental fue vista como una traición para el nacionalismo egipcio. En 1981, Sadat fue asesinado y lo sucedió Hosni Mubarak, quien dirigió el país con mano férrea hasta que la oleada de protestas de la Primera Árabe terminó con su autoritarismo. Las elecciones de 2012 dieron el poder al islamista Partido Libertad y Justicia de Mohamed Morsi, pero en 2013 un golpe de Estado puso fin con una presidencia polémica por su proyecto de reforzar los poderes presidenciales. En la actualidad, el nuevo ejecutivo surgido de las elecciones de 2014, se enfrenta a una difícil situación económica, sumándose a ello la inestabilidad y violencia política. En lo referido a Sudán, el condominio anglo-egipcio concluyó en los primeros años de la década del cincuenta. Más poderoso y organizado, el norte se hizo con las riendas del país cuando este logró su independencia en 1956. Los antiguos traficantes de esclavos del norte y la población del sur, sus víctimas en el pasado, se vieron unidos en un único país por decisión británica. Sin embargo, un año antes de la independencia, había comenzado una insurrección en el sur que reclamaba mayor autonomía. En esta línea, el norte, árabe y musulmán, se enfrentó al sur, subsahariano y cristiano o animista, aunque los acuerdos conseguidos en 1972 pusieron fin a la rebelión: el sur logró un gobierno autónomo con capital en Juba. Pero, la paz no duró demasiado y cuando se descubrió petróleo en el sur, Jartum decidió suprimir su autonomía y estableció una administración militar. Por esta razón, se desató una segunda guerra civil (1983-2005), que culminó con los acuerdos de Nairobi que fijaron la celebración de un referéndum de autodeterminación en 2011: en él, la población voto abrumadoramente a favor de la independencia, que se proclamó en julio de ese mismo año. Ya en el año 2012, Sudán y Sudán del sur se cruzaron en nuevos combates por la zona petrolera de Heglig, siendo este el principal problema a resolver: el reparto de la renta del petróleo entre los dos estados sudaneses. En el sur están los principales yacimientos, pero el note posee los oleoductos que trasladan el petróleo hasta el mar Rojo. A este problema, se suman otros como las poblaciones trashumantes para las cuales no existen fronteras, el hecho de cómo repartir la deuda pública del Estado sudanés original y la necesidad de poner fin a conflictos en diversas regiones de la región como, por ejemplo, Darfur. En este último territorio, las tribus del árido norte, los baggara, apoyadas por Jartum, pretenden expulsar a las poblaciones negras de los fur, los zaghawa y los masalit, que habitan las mejores tierras del sur. Es una guerra racial por las mejores tierras, por el agua y por el petróleo. Ha provocado decenas de miles de muertos y se calcula que dos millones de personas han abandonado Darfur y malviven en campos de refugiados en Chad. En tanto, en 2009 la Corte Penal Internacional dictó orden de arresto contra Omar al Bashir, acusado de crímenes de guerra, crimines contra la humanidad y genocidio en Darfur. Aun así, los combates continúan. Por su parte, Sudán del Sur también se enfrenta a un conflicto civil interno, en donde el Sudan People’s Libertacion Movement que había tomado el poder en Juba luego de la independencia, comenzó a gobernar en un ambiente de corrupción y administración deficiente, que impedía a un país con una gran riqueza petrolífera emprender la vía del progreso. En tanto, se intentó establecer un gobierno de unidad nacional, pero la lucha por el poder entre diferentes facciones condujo a un nuevo enfrentamiento civil en el cual confluyeron motivos políticos y económicos, pero también étnicos –dinkas contra nuer-. El conflicto se inició en 2013, mientras que en 2015 se inició un alto el fuego y un acuerdo para comenzar una transición hacia la normalidad democrática. Pese a ello, la violencia sigue presente, causando una gran preocupación entre los países inversores, especialmente China, que está realizando importantes inversiones en Sudán del Sur. A todo esto, se le suma que la nación sufre sequías y su población, mal alimentada, es víctima de epidemias. Viejas y nuevas fronteras Más de dos tercios de las actuales fronteras africanas son herencia de la época colonial, y solo un tercio están claramente delimitadas. Es por ello que la UA está desarrollando un ambicioso programa para delimitar las fronteras africanas e intermediar en los conflictos fronterizos, pero para esto se necesita de la colaboración de las antiguas potencias coloniales, en cuyos archivos se guardan los tratados y mapas utilizados para el reparto de África. En todo el continente, los límites de los imperios se habían diseñado en las cancillerías europeas, prescindiendo de la realidad africana. Cuando llegó la independencia, se optó por la intangibilidad de estas fronteras debido a que se quería evitar enfrentamientos entre los nuevos estados y garantizar su estabilidad interna. Los conflictos, afectan con frecuencia a más de un Estado y tienen un carácter político, étnico o religioso, aunque, como en el pasado, su verdadera razón reside, en numerosas ocasiones, en el control de las materias primas, extraídas por compañías extranjeras. En este sentido, por ejemplo, se puede mencionar el caso nigeriano en donde en la actualidad el Gobierno de Nigeria, país donde convive un norte musulmán con un sur cristiano, tiene serias dificultades para vencer a Boko Haram, cuyo objetivo es terminar con la influencia occidental y establecer un estado islámico. La inestabilidad y los enfrentamientos armados se han extendido a Camerún, Chad y Níger, mostrando cómo la arbitrariedad y permeabilidad de las fronteras africanas, además de ser una de las causas de la extensión de los conflictos, ayudan a explicar la dificultad para solucionarlos. Las guerras del agua y el drama de los refugiados El agua es un bien escaso y desigualmente repartido en gran parte del continente africano. A ello se suma la falta de agua potable, que obliga a parte de la población a trasladarse varios kilómetros diariamente para poder abastecerse. En este sentido, el Cuerno de África ha sufrido especialmente un incremento de las sequías en el último tiempo, lo que provoca numerosos problemas que lleva al éxodo a la población e incluso produce numerosos conflictos entre comunidades. En tanto, entre los países más afectados se encuentran Sudán, Sudán del Sur, Etiopía y Somalia. Entonces, al aumento de las sequías se suma el crecimiento de la población africana y las necesidades de las grandes urbes; la contaminación de ríos y lagos que propaga enfermedades; las necesidades de una ganadería en crecimiento; el incremento de los grandes cultivos destinos a la exportación; y los usos de un sector industrial en expansión. Todo ello ha provocado que los estados ribereños, sus usuarios tradicionales y el capital internacional luchen por este bien preciado: los primeros para desarrollar sus países, los segundos para mantener sus actividades agrícolas y ganaderas, y los terceros para poner en marcha cultivos destinados a un mercado mundial de donde se obtienen grandes beneficios. Tal es la situación, que las guerras del agua se suceden en el continente africano y se deduce que muchos de los próximos enfrentamientos estarán motivados por su control: quien la posea tendrá la llave del desarrollo, mientras que quien la pierda verá a su población condenada al hombre, a la pobreza, a la lucha entre comunidades y, en última instancia, a la emigración. Para mencionar un caso en particular, se puede abordar lo que sucede con las aguas del Nilo. En un primer lugar, se puede sostener que, con la llegada de la independencia, se estableció que a Egipto le correspondían 55.500 millones de metros cúbicos de agua anuales y 18.500 a Sudán, pero nada se dejaba para los demás países ribereños. Es que claro, este gran río nace a cientos de kilómetros, en países con los que los egipcios no tienen ni siquiera frontera. Cabe explicar, que el Nilo se nutre de dos grandes afluentes, que contribuyen a su caudal: el Nilo Blanco y el Nilo Azul, que se unen en Jartum. El primero de ellos, que en su largo recorrido atraviesa Burundi, Ruanda, Tanzania, la República Democrática del Congo, Uganda, Kenia, Sudán del Sur y Sudán, proporciona el 15% del caudal; el Nilo Azul, que nace en Etiopía, es el que suministra, junto a otros ríos procedentes de Etiopía, el 85% restante. En este marco, Etiopía inició una construcción de una gran presa sobre el Nilo Azul, que es motivo de discusión entre los estados ribereños. Básicamente, los etíopes aspiran a convertirse en una potencia regional debido a que la obra reforzará la posición del país como exportador de electricidad y de productos agrícolas, pero los estados aguas abajo (Egipto y Sudán) tienen temor de que esta presa les quite gran parte del agua que ellos utilizan. Sin embargo, el consenso parece imponerse y se aleja el peligro de una guerra. En marzo de 2015 se firmó un acuerdo entre Etiopía, Egipto y Sudán, en donde el compromiso etíope de no perjudicar los intereses hídricos egipcios y sudaneses ha reducido la tensión y ha permitido a los etíopes proseguir sus proyectos energéticos sobre el Nilo. Mientras tanto, Egipto y Sudán, además de negociar un ritmo de llenado de la presa pausado para evitar ser perjudicados, podrán obtener energía eléctrica a buen precio. Asimismo, Sudán adquiría también, en tiempos de sequía, parte del agua embalsada, al tiempo que la presa evitará las inundaciones periódicas. Por últimos, sudaneses y etíopes podrían desarrollar proyectos agrícolas comunes. En otras ocasiones, los conflictos derivan directamente de las fronteras establecidas, como es el caso de los enfrentamientos por el uso de las aguas del lago Malaui, que baña tierras de Mozambique, Tanzania y Malaui. Prácticamente, aunque Tanzania tiene costa en el lago no tiene derecho a sus aguas, exigiendo dicha nación que la línea fronteriza con Malaui se sitúe en el centro del lago. Otras veces, son conflictos internos que surgen por el enfrentamiento entre comunidades agrícolas y ganaderas que compiten por el disfrute del agua. Todos estos conflictos (agua, política, etnia o religión) que impactan sobre África han provado innumerables desplazamientos. Las víctimas forzadas a huir, por diversos motivos, se cuentan por millones. Entre tantos enfrentamientos, el más dramático de todos y que provocó uno de los éxodos más importantes de población africana fue el genocidio sufrido por los tutsis en Ruanda a manos de los hutus. En pocas palabras: durante la ocupación alemana y con la administración belga se fomentó la hegemonía de los tutsis sobre los hutus. Dicha división aumentó más la separación entre ambas poblaciones, que se siguieron enfrentando tras la independencia. En 1994, las milicias hutus ejecutaron un organizado plan para asesinar a la población tutsi y a los hutus moderados. Ante la pasividad internacional, la mayor parte de la población tutsi ruandesa -800.000 personas- fue exterminada. A continuación, llegó la venganza tutsi y el conflicto se extendió al resto de la región, por donde se desplazaron cientos de miles de refugiados. En la actualidad, es evidente que África es el continente con mayor número de refugiados, debido a que los diversos conflictos que afectan a países como Nigeria, Malí, la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Burundi, Sudán del Sur o Somalia han hecho huir de sus países a millones de personas que se agolpan en campos ubicados en sus propias naciones o en países vecinos. El fin de la hegemonía blanca Los colonos establecidos en los territorios que abarcan desde la actual Uganda a Sudáfrica pretendían seguir ostentando el poder frente a las mayoritarias poblaciones negras, por lo que su resistencia retrasó la descolonización. Sin embargo, a comienzos de los años noventa, con la independencia de Namibia y el fin del apartheid en Sudáfrica, culminaba más de un siglo de dominación de las minorías blancas en esta parte del continente. Gran parte de estas colonias obtuvieron su independencia en los primeros años sesenta. En ellas, el caso más importante de violencia contra la presencia colonial se dio en Kenia, en donde aquí las mejores tierras estaban en manos de los colonos y ello había obligado a muchos kikuyu a convertirse en asalariados. Prácticamente, el resultado fue su empobrecimiento y, en muchos casos, la emigración a Nairobi, donde se multiplicó el problema del desempleo. Por esta razón, en 1951 se desató una revuelta, respondiendo la administración colonial con sangrientas represalias y pese a su victoria, este conflicto favoreció el acceso a la independencia de Kenia en 1863. En 1961, Tanganyika alcanzó la independencia, comenzando todo en la isla de Zanzíbar en donde allí se había reconocido la autoridad del sultán y de su gobierno árabe, pero en 1964 la mayoría africana, marginada del poder, se sublevó: miles de árabes e hindúes fueron asesinados y otros expulsados, y las nuevas autoridades unificaron la isla a Tanganyika, provocando la unidad de un nuevo Estado que pasó a denominarse Tanzania. Mientras tanto, Ruanda y Urindi –con el nombre de Burundi– obtuvieron la independencia en 1962, iniciando un trágico recorrido a causa de los sucesivos enfrentamientos entre tutsis y hutus. En tanto, en Uganda un acuerdo entre la monarquía bugandesa y el Uganda People’s Congress de Milton Obote permitió acceder a la independencia en 1963. Más al sur, los británicos unieron Nyasalandia, Rhodesia del Norte y Rhodesia del Sur en la Federation of Thodesia and Nyasaland, con el objetivo de crear una entidad que complementase los recursos mineros e infraestructuras de las dos Rhodesias con la abundante mano de obra negra de Nyasalandia, donde el Parlamento estuviera formado por un número determinado de representantes de cada raza. De esta forma, se evitaba un verdadero sistema democrático que habría supuesto el acceso al poder de la mayoría negra, algo que el Gobierno británico quería retrasar y los colonos blancos evitar a toda costa. Sin embargo, en 1963 la federación se disolvió: el nacionalismo africano triunfó en Nyasalandia –Malaui- y Rhodesia del Norte, y ambos países se independizaron en 1964. Contrariamente, la minoría blanca de Rhodesia del Sur logró mantenerse en el poder unos años más gracias a su notable presencia, siendo a finales de 1965 cuando declaró unilateralmente su independencia con escasísimo apoyo internacional (Sudáfrica y Portugal) interesadas en mantener un régimen blanco; el nuevo gobierno de Rhodesia mantuvo un sistema de división racial, en donde el poder político permaneció en manos de los blancos, poseedores de las mejores tierras, empresas y empleos, mientras que la población negra, asalariada o desempleada, mantuvo una condición social y económica precaria. Finalmente, la situación se hizo insostenible producto de que a la actividad guerrillera de la oposición negra, apoyada por Angola, Botsuana, Mozambique, Tanzania, Zambia y Zimbabue, se sumó el fin del interés portugués por un régimen blanco en la nación a partir de la independencia de Angola y Mozambique en 1975. En este sentido, los colonos blancos empezaron a dejar el país y la población negra accedió a los derechos políticos, por lo que en las elecciones de 1980 llegó al poder la Zimbabue African National Union de Robert Mugabe, quien desde entonces se ha mantenido al frente del país; su reforma agraria expropió a los grandes propietarios coloniales. Por su parte, Portugal mantuvo a sus colonias de Angola y Mozambique hasta fecha tardía por la resistencia de su Gobierno a conceder la independencia: sus razones residían en su peso económico, en la posibilidad de la dictadura de aplicar una política autoritaria y en la notable presencia de colonos. En tanto, los africanos vieron que la vía armada podía acelerar un proceso de independencia, iniciándose el conflicto en Angola, extendiéndose luego la lucha armada a Guinea y Mozambique. En esta línea, el agotamiento por la guerra colonial condujo a la independencia: en 1974 la alcanzó la Guinea Portuguesa, y al año siguiente Angola y Mozambique. Sin embargo, con la independencia no llegó la paz ya que largas guerras civiles comenzaron entre los distintos movimientos independentistas, alimentadas por los intereses de Sudáfrica y de las grandes potencias de la guerra fría; la paz llegará finalmente a Mozambique a principios de los años noventa y una década más tarde a Angola, iniciando ambos países un proceso de reconciliación y transición a regímenes democráticos. Frente a las costas de Mozambique, la isla de Madagascar obtuvo su independencia en 1960. En lo referido a las islas Comoras, estas obtuvieron su independencia de Francia a mediados de los años sesenta, dejando una particularidad: en este archipiélago se sitúa la isla de Mayotte que aún pertenece al gobierno francés, el cual mantiene para dicho territorio el estatus de departamento de ultramar; frente a frente se sitúan el primer y el tercer mundo, debido a que mientras el Gobierno francés invierte en Mayotte para mantener un nivel de vida similar al metropolitana, Comoras es uno de los países más pobres del mundo. En tanto, a pesar de que Comoras reivindica la soberanía de la isla, en Mayotte Francia está apoyada por la mayoría de sus habitantes, mientras que la nación europea sabe la importancia estratégica que posee la isla. En el África más meridional, la hegemonía blanca se mantuvo hasta finales del siglo XX. En lo que respecta a África del Sudoeste, este mantuvo un sistema de segregación, en donde una importante minoría blanca siguió al frente en dicha región; así sucedió hasta 1990, cuando alcanzó la independencia tras años de enfrentamientos entre el ejército sudafricanos y la South West African People’s Organization. Esta organización, dirigió desde entonces los destinos del nuevo Estado, que tomó el nombre de Namibia. Ahora bien, la resistencia de los colonos en Namibia fue posible por el apoyo de Sudáfrica, donde el apartheid segregaba a la población en función del color de su piel, según fuera blancos, negros, mestizos o hindúes. Aquí, se prohibieron los matrimonios mixtos, se condenaron las relaciones íntimas entre personas de diferentes razas, se obligó a la población negra a ir identificada, se establecieron los lugares en los que cada raza podía vivir y se dividieron todos los sevicios y transportes públicos. Pese a las sanciones internacionales, el Gobierno sobrevivió gracias al potencial económico sudafricano: sus recursos naturales y la mano de obra barata permitieron un notable crecimiento; este desarrollo económico llevó a muchas empresas occidentales a invertir en Sudáfrica, desoyendo las sanciones de Naciones Unidas. Frente al apartheid, el Congreso Nacional Africano organizó una campaña de resistencia, tratándose de años violentos. Por fin, a principios de 1990, el ejecutivo sudafricano cedió: los partidos opositores fueron permitidos, Mandela liberado y cuatro años más tarde juraba a su cargo como presidente democrático de una nueva Sudáfrica, donde la adquisición de derechos políticos por la población negra no ha terminado con las graves desigualdades económicas del pasado. 5. Conclusiones Con anterioridad a 1880, los asentamientos europeos en África se limitaban a la costa. Sus enclaves eran útiles para las rutas comerciales, a la vez que se consideraban puntos estratégicos para comerciar con el interior del continente. En tanto, en el extremo más meridional, holandeses y británicos habían iniciado un proceso de colonización y, en el norte, los franceses habían invadido Argelia, primer paso para fundar el que será, después del británico, el mayor imperio colonial. Sin embargo, en unas pocas décadas británicos, franceses, alemanes, italianos, portugueses y la iniciativa privada de Leopoldo II de Bélgica se lanzarán a una frenética carrera por ocupar el continente africano. Los europeos ya estaban preparados: poseían ejércitos más potentes, avances médicos que reducían las tasas de mortalidad que causaban las enfermedades tropicales, se habían organizado exploraciones que permitían conocer mejor el interior del continente, y la revolución de los transportes habían favorecido enormemente las comunicaciones En este marco, en plena crisis económica de finales del siglo XIX, Europa necesitaba mercados en los que vender sus manufacutras y lugares donde invertir para obtener riquezas naturales y mano de obra barata, buscando a la vez un proyecto exterior que unificara los sentimientos nacionales. Por su parte, la ocupación y explotación colonial fue justificada por razones filantrópicas, en donde los europeos poseían una civilización más avanzada y estarían en la obligación de difundirla entre los pueblos africanos. Toda esta argumentación, se basó en teorías racistas que tenían como objetivo mostrar que la raza blanca sería superior a todas las demás. Pronto surgieron conflictos entre las potencias europeas que competían por ocupar el continente africano, pero para resolverlos se acudió a la diplomacia. En este sentido, se organizó un encuentro para decidir cómo apropiarse del continente africano, que fue conocido como la Conferencia de Berlín, en donde las potencias se reunieron para resolver sus litigios y fijar las normas para el reparto del continente, en donde ningún poder africano estuvo presente. Pero, entonces, la Conferencia de Berlín solo aportó una serie de reglas básicas para el reparto, y este se realizó en las tres décadas siguientes. En tanto, las potencias europeas tuvieron el sueño de construir un gran imperio en el continente africano, en donde Gran Bretaña fue la que se impuso sobre Alemania, Portugal, Francia e incluso Italia. Además, se puede sostener que solo en el extremo meridional, bóeres y británicos se enfrentaron en dos sangrientas guerras que decidieron el dominio de Sudáfrica a favor de los segundos. En este marco, la violencia caracterizó a la colonización europea de África, una conquista que se puede dar por terminada tras la Primera Guerra Mundial, con el reparto entre los vencedores de las colonias alemanas: solo Liberia y Etiopía se mantuvieron independientes. El resto de África quedó en manos de los europeos, quienes explotaron el continente en su beneficio, construyeron infraestructuras para mejorar esta explotación, establecieron una administración básica, introdujeron las herramientas básicas de la civilización y se asentaron allí donde las condiciones eran más ventajosas. Tras la Segunda Guerra Mundial, se pasó a un proceso descolonizador: llegados a comienzos de los años noventa, el apartheid en Sudáfrica significó el fin de la hegemonía blanca. Entonces, surgió un África independiente que avanzó con serias dificultades, algunas de ellas heredadas del periodo colonial. Se puede decir que a la reducción de la mortalidad por las mejores médicas, los avances en materia educativa, la construcción de infraestructuras o la creación de una Administración pública, se opone la aculturación, los profundos cambios sociales, la segregación racial, la modificación de la producción para satisfacer las exportaciones coloniales, la constitución de mercados cautivos, la explotación de materias primas y mano de obra, el deterioro del medio ambiente y la urbanización descontrolada. De entre todas estas consecuencias, una de las más importantes es la herencia de las fronteras artificiales, arbitrarias y tan extensas como permeables. Los estados africanos mantuvieron el principio de intangibilidad de las fronteras, convencidos de que, aunque no eran buenos límites, era la forma de evitar un sinfín de enfrentamientos territoriales. Sin embargo, en la historia de África han surgido numerosos conflictos a causa de unas fronteras que nada tenían que ver con los límites que separaban a las poblaciones africanas antes de la llegada de los europeos: muchas etnias se vieron separadas y pasaron a vivir en países diferentes, mientras que otras pasaron a convivir en un mismo Estado, cuando nada tenían que ver unas con otras ni en su pasado, cultura, economía y religión. Además, tampoco los estados africanos han estado en condiciones de consolidar procesos de nacionalización, de manera que gran parte de africanos siguen, en la actualidad, definiéndose no por su pertenencia a un Estado, sino a un pueblo. Hubo excepciones en la aplicación del principio de intangibilidad de las fronteras: en Eritrea y en Sudán del Sur surgieron nuevos estados, mientras que otros problemas han quedado estancados como es el caso de la descolonización del antiguo Sahara español. Estas conflictivas fronteras son una fuente de inestabilidad y el origen de litigios territoriales que se convierten en crisis regionales. Pero, con frecuencia, el verdadero motivo de estos enfrentamientos es el deseo de controlar los recursos naturales que se encuentran en territorios mal delimitados: gas, petróleo, uranio, agua, tierras fértiles, entre otras cuestiones. Las potencias europeas perdieron el control político, pero han mantenido el económico: a este neocolonialismo se sumaron nuevas potencias –Estados Unidos y la URSS- durante la guerra fría, y ya en el siglo XXI las potencias emergentes, especialmente China. En estas circunstancias, muchos países africanos se presentan como estados fallidos y sus economías no pueden salir adelante, pese a contar con importantes riquezas naturales. Es así como el pasado colonial sigue impactando en la historia de África: la herencia de unas fronteras arbitrarias y frágiles, fruto de un reparto que atendió a los intereses de las potencias europeas y nunca al de los africanos, ha sido y es un factor de desestabilización del continente africano. Anna María Gentili: “El león y el cazador. Historia de África Subsahariana” Las colonias francesas: entre asimilación y la asociación Se puede comenzar diciendo que la doctrina de la asimilación formaba parte de la tradición universalista de la “misión civilizadora”. Básicamente, coherente con las doctrinas evolucionistas, la teoría asimilacionista partía de la noción de que las diferencias entre las razas podían ser reducidas a formas sociales universales y, por consiguiente, a través de la dominación colonial era posible transformar las costumbres y las instituciones indígenas en semejanza de la civilización francesa. En tanto, la asimilación estaba basada en la desigualdad de las razas, y para la teoría colonial francesa la dominación y la explotación de colonias eran legítimas en nombre de la ley natural, justificación jurídico-filosófica de un orden universal de la humanidad. De ello, surgía el derecho-deber de Francia de imponer mediante el sometimiento colonial la abolición de las guerras y la esclavitud, y de poner en práctica las llamadas políticas de valorización de los recursos en el aspecto comercial, forzando si era necesario a las poblaciones africanas para que así lo hicieran. Con la colonización, Francia asumió la obligación de encargarse de la “tutela” de los súbditos africanos, para hacer de ellos ciudadanos que un día pudieran asumir responsabilidades de gobierno, siempre en el seno de la república francesa. Por su parte, el dominio se concretaba en un sistema colonial centralizado y jerarquizado, en el que los súbditos estaban sometidos a un régimen conocido como “indigenado”: ese sistema daba a las autoridades administrativas el poder y la autoridad para aplicar sanciones penales sin procedimiento de juicio, además de que los indígenas tenían la obligación de dar prestaciones en especie o en tiempo de trabajo para las obras que fueran consideradas de utilidad pública. En este marco, la doctrina asimilacionista no reconocía a los jefes de Estado indígenas, por lo que el proceso de fragmentación de los sistemas políticos centralizados, incluso de aquellos que se había creído podrían conservar cierto grado de autonomía, significó la creación de divisiones territoriales y administrativas por completo artificiales, entre las cuales quedaron repartidas poblaciones antes unidas, mientras que otras poblaciones que eran distintas entre sí fueron reunidas bajo la autoridad de jefes preescogidos por su fidelidad a las autoridades coloniales. Respecto de las poblaciones con sistemas políticos dispersos y descentralizados, la unidad territorial y administrativa era considerada un factor de integración necesario para hacer posible la civilización. A la conquista, los musulmanes habían actuado violentamente, pero derrotadas muchas comunidades emigraron para permanecer fuera del control colonial. Por su parte, poblaciones islámicas enteras respondieron a la forzada convivencia con los infieles refugiándose en su fe, sumando además aquellos que permanecieron hostiles a la dominación colonial, los cuales fueron perseguidos o reducidos a la marginalidad, mientras que otros aceptaron colaborar con los colonos, En este marco, por todo el período colonial el Sahara será una región atravesada por fenómenos de irredentismo religioso. Entonces, desde Mauritania hasta el norte de Nigeria, y desde la Cirenaica al Frezzan, la respuesta fue la represión militar y la eliminación física de los jefes religiosos que contaban con más seguidores; pero a pesar de ello, lo cierto es que la mayoría de los jefes, literatos y comerciantes musulmanes se adaptaron a colaborar con la administración colonial, en una convergencia de intereses económicas y sociales que le brindó a los líderes musulmanes una posición de prestigio, de defensores de la religión y de mediadores privilegiados para la obtención de ventajas económicas. En una primera etapa, las administraciones coloniales, fragmentado ya el poder de los grandes reinos y controladas las disidencias islámicas, debieron hacer frente al problema de obtener de manera más eficiente recursos para las finanzas coloniales. Por eso, se volcaron a reformas que concedían cierto grado de reconocimiento a las autoridades indígenas, aunque solo fuera en los niveles administrativos más bajo. Por ende, la creación en este período de las primeras infraestructuras elementales (redes postales, caminos militares o para el acceso a zonas de producción, escuelas, entre otras) favorecieron al funcionamiento del Estado, a las actividades comerciales de los europeos y de algunos africanos relacionados con ellos. Mientras tanto, la población se vio obligada a pagar impuestos y a cumplir las prestaciones del trabajo obligatorio, sumando que se dejó que los sistemas tradicionales de esclavitud y servidumbre funcionaran sin muchas interferencias, pese a que la ley lo prohibía. En esta línea, se debe saber que la legislación francesa no permitía el trabajo forzado, pero cada administración podía adquirir formas de prestación obligatorias para trabajos considerados de utilidad pública, como el oficio de porteador, o como la construcción de caminos, líneas férreas, puertos y otras infraestructuras públicas. Ahora bien, el uso de métodos disciplinarios manejados por jefes carentes de legitimación, y el aumento de las exacciones fiscales con empleo de métodos represivos se tornaron contraproducentes: las poblaciones se sublevaban, huían en masa, se negaban a colaborar. Tal es el caso, que el período de la primera guerra mundial fue de intensa agitación y rebelión en todas las colonias. Concluida la guerra, fue elaborada una nueva línea de conducta administrativa: en cada ámbito territorial la administración colonial debía identificar a aquellos jefes que contaban con alguna legitimación tradicional, y procurar reforzar su poder. Por esta razón, se instituyeron consejos de notables indígenas, con poderes consultivos, que asesoraban a los funcionarios. En un principio, los miembros de esos consejos eran designados, pero en 1925 se instituyeron colegios electorales indígenas que elegirían a los miembros africanos de los consejos de administración de colonia y, en el nivel federal, al propio Consejo de Gobierno. En este contexto, fueron reconocidos los jefes siempre que se mostraran dispuestos a ejercer sus funciones dentro de un sistema de subordinación, pero en los años 30 cuando la crisis económica afecte con todo su peso a las poblaciones africanas se produjo la ruptura definitiva en la relación entre las empobrecidas poblaciones y los jefes indígenas, que habían venido haciendo uso de posición para acumular riquezas y no para distribuirlas. Con las transformaciones sociales sucedidas a partir de los años treinta, el escenario político se caracterizó por los conflictos entre distintas aristocracias, y entre las aristocracias y los “hombres nuevos”: estos eran el producto de procesos de educación superior, del desarrollo de una clase empresarial tanto productora como comercial, y del resultado de los contactos que la emigración había hecho posibles entre las distintas sociedades. Ya durante la Segunda Guerra Mundial, y también después de ella, la ideología asimilacionista se intensificó en todos los grupos de la Francia Libre. Las colonias, enseguida de concluida la guerra se convirtieron en el eje de la reconstrucción económica y política de una Francia que se proponía nuevamente ser potencia mundial. El general de Gaulle reafirmó la condición de la asimilación como fundamento básico de la política francesa, en el marco de la promesa de transformar las relaciones de dependencia colonial en vínculos preferenciales de cooperación política, económica y cultural dentro de la “familia francesa”. Esa promesa se concretó con la creación de la Unión Francesa, a la cabeza de la cual estaba el propio presidente de Francia: la mitad de los miembros de la Asamblea eran representantes de Francia, y había 40 que eran elegidos por las asambleas territoriales de las dos federaciones africanas (AOF – AEF), y también se amplió la representación de diputados africanos en la cámara de diputados francesa. También se contaba con representantes en el Consejo de la República, mientras que en las federaciones se instituyeron asambleas dotadas de poderes consultivos. Pese a todo, las autoridades locales siguieron dependiendo del ejecutivo colonial, y continuaron bajo control de este. La Constitución francesa de 1946, por un lado, consagró la igualdad de todos los ciudadanos franceses, metropolitanos y coloniales; por otro, no proclamó el fin del dominio colonial, sino su reformulación, modificando toda la estructura colonial al desmantelar definitivamente al sistema centralizado y reconocer la autonomía de los diferentes territorios que constituían la AOF y la AEF. Los vínculos que unían a Francia con sus colonias se desplazaban ahora de las grandes entidades, AOF y AEF, a las diferentes unidades territoriales. Este vuelco en favor de la concesión de autonomía a los territorios africanos estuvo relacionado en gran medida con los problemas que Francia afrontaba en otros ámbitos coloniales: Indochina, donde en 1954 sufrió la derrota de Dien Bien Phu, y Argelia, donde el empleo de todo un cuerpo de ejército no alcanzaba para acabar con la lucha de liberación. La guerra de Argelia impactó sobre la política francesa, al punto de empujar al país al borde mismo de la guerra civil. Entonces, Charles de Gaulle concibió un plan global que reestructuraba la presencia francesa en todo el mundo. Dicho plan, preveía para el África subsahariana la formación de una Comunidad francoafricana, entendida como una federación de diferentes territorios en cuya cima se situaría Francia. La Constitución fue sometida en 1958 a referéndum en todos los territorios africanos: los resultados fueron en favor del proyecto, con la excepción de la Guinea Francesa, que votó contra la Comunidad. Las dependencias británicas: indirect rule, native administration La diferencia entre el sistema de gobierno indirecto británico y las formas de gobierno directo (todos los demás sistemas, incluido el francés), era el hecho de que el primero de ellos se derivaba de una concepción totalmente opuesta al ideal universalista; no partía de la premisa de que fuera posible actuar para la necesaria e inevitable evolución de todas las sociedades hacia una civilización homogénea. Por el contrario, colocaba en primer plano la diversidad de culturas, razas, lenguas e instituciones sociales. Es de esta forma, que la dominación colonial británica distinguía categóricamente entre gobierno colonial, que se ocupaba de los problemas generales de gestión de los recursos, y gobierno indígena, basado en los vínculos con las autoridades indígenas o legítimamente tradicionales, y en la formación en cada territorio de administraciones nativas que debían funcionar por medio de instituciones tradicionales (tribunales, sistemas fiscales). Entonces, cada entidad territorial, política, social, debía gobernarse por jefes e instituciones propias, mientras que la función del gobierno colonial debía consistir en favorecer acciones y planes de “bienestar” económico y social, siendo confiadas a jefes legítimamente considerados tradicionales. La noción de administraciones administrativas preveía un considerable grado de libertad de acción para las autoridades indígenas, mientras que eran funciones del poder colonial controlar a las administraciones nativas. En modo alguno, se consideraba posible que las civilizaciones indígenas evolucionaran hacia formas de modernización análogas al as que caracterizaban la formación de los Estados-nación europeos. Por lo tanto, el constitucionalismo británico dejaba espacio a diferentes formas de gobierno de las dependencias. Esas formas pueden ser grosso modo reducidas a tres principales: (1) En primer lugar, es posible distinguir el gobierno de aquellas dependencias en la que existía una comunidad europea importante (Sudáfrica, Rodesia meridional, Kenia), en el que el sistema de las administracioes nativas no fue puesto en práctica; (2) Luego se observan gobiernos de depedencias en las que la población indígena predominante se encontraba organizada en sistemas políticos cinsderados avanzados por su grado de centralización y de jerarquización, que se hallaban dotados de roles burocráticos de roles burocráticos con especializaciones funcionales (califato di Sokoto, Bornu, reinos de la región yoruba, Asante, Buganda, entre otros); (3) Por últimos, encontramos aquellas dependencias en que se consideraba que las sociedades autóctonas carecían de instituciones de gobierno, más allá de ciertas formas elementales de alianza entre linajes y sistemas de parentesco. De todos modos, al instaurar un sistema de administraciones nativas el gobierno colonial debía tener como una de sus preocupaciones principales la de asegurarse la colaboración de los jefes legítimos. Solo cuando no fuera posible establecer la legitimidad de esos jefes debía el propio gobierno colonial constituirse en garante de la tarea de seleccionar a hombres eminentes, que pudieran ejercer la autoridad indígena. Cada una de estas autoridades indígenas, y la estructura de las administraciones nativas (tribunales, instituciones financieras), deberían ejercer la autoridad según leyes consuetudinarias y en territorios bien definidos, bajo jurisdicción colonial. Presentaba notables problemas la determinación del criterio a emplear para definir la jurisdicción de las administraciones nativas en su aspecto territorial. Los estados centralizados africanos ejercían un poder y una autoridad de ningún modo homogéneo ni uniformes sobre diferentes territorios, clanes, linajes o aristocracias: algunas comunidades que habían emigrado vivían dentro de un determinado territorio bajo la jurisdicción de un jefe, pero podían seguir dependiendo tradicionalmente del jefe de su área de origen, por ejemplo. En cambio, el sistema de las administraciones nativas se basaba en la determinación de ámbitos territoriales fijos, dentro de los cuales debían ser reconocidas las principales autoridades indígenas a la que cabía demandar el control de los recursos y la administración de la ley. Por lo tanto, las comunidades no reconocidas, por haber sido vencidas, por débiles o por hallarse desprestigiadas, tenían que ser absorbidas bajo la hegemonía de las más grandes o privilegiadas, o bien pasar a integrarse en entidades territoriales más funcionales a las exigencias administrativas y financieras de la gestión colonial. Como se observar, desde su concepción el sistema contemplaba la creación de autoridades y de ámbitos territoriales que eran total o parcialmente artificiales. En tanto, la creación o remodelación de autoridades e instituciones indígenas se perfeccionó con la introducción de jefes superiores, según concepciones de gestión de poder territorial y de centralización de la autoridad que en gran medida no se correspondían con la realidad histórica ni con la concepción que cada sociedad tenía acerca de sí misma. Al aproximarse la descolonización, se hizo evidente que al menos las formas de organización, de expresión y de lucha de las entidades étnicas habían sido modeladas sobre las reformas de la administración colonial. Algunos sistemas indígenas alcanzaron, además de privilegios, la posibilidad de predominio y expansión, mientras que otros sistemas, en cambio, vieron negada su etnicidad histórica, con la consiguiente pérdida del control de recursos no solamente culturales, sino también, y sobre todo, económicos. Una de las reformas más importantes fue el reconocimiento de consejos legislativos de distintos tipos, destinados sobre todo a ejercer control sobre aquellas tendencias absolutistas de reyes y jefes que mostraron ser disfuncionales a los fines de la administración colonial, que podían paralizar las actividades administrativas y económicas. Ya en 1947, se introducía la primera reforma importante del sistema de las administraciones nativas, al imponer el principio de la representatividad por medio de elecciones en el nivel local. Por primera vez, no eran únicamente las autoridades tradicionales quienes podían formar parte de las instituciones de gobierno local, sino también los miembros electos. En este sentido, las autoridades locales eran consideradas en ámbitos oficiales como una forma de modernización. En los hechos, la posibilidad de elegir, por lo menos en el nivel local, representantes escogidos mediante la organización de elecciones y el juego de los partidos introdujo una dinámica política; y fue esa dinámica la que contribuyó a echar las bases de las organizaciones políticas de tipo moderno. Silvia Perazzo: “Ruanda post genocidio: ni rivalidades ancestrales ni unidad nacional” Hutus y tutsis según la Historia Las denominaciones de tutsi y hutu recorrieron un largo camino a lo largo de los siglos, antes de transformarse en aquello que significaron en el siglo XX. En tanto, podemos comenzar diciendo que con la palabra tutsi se reconocían a sí mismos a una elite de los que se decían poseedores de ganado hacia finales del siglo XVII, mientras que a partir del reinado de Ndori el término sirvió para designar a la elite que gobernaba dentro de esa facción de poseedores de ganado y fue generalizándose junto con el proceso de centralización política del reino. En cambio, el vocablo hutu era un término degradante que hacía referencia a la pasividad de la vida rural, que era frecuentemente utilizado por la elite como sinónimo de criado o sirviente; también aplicaba a los poseedores de ganado que tuvieran esa condición. Además, la palabra hutu también fue utilizada sin discriminación a todos los extranjeros. A partir del siglo XIX, el reino Ngyginia, monopolizado por los linajes tutsis, fue consolidando su expansión territorial al tiempo que centralizó la autoridad política y administrativa alrededor del rey y de la corte. Paralelamente, la región que hoy conforma el territorio ruandés experimentó un crecimiento poblacional que impulsó el desarrollo de la producción agrícola orientada principalmente a la producción de alimentos. Entonces, la continua presión sobre las tierras provocó pronto la escasez de las mismas. Con el tiempo, cada vez más agricultores sin tierras empezaron a trabajar las tierras de otros a cambios de proveerles alimentos; más adelante se sumarían otros, cuyas tierras eran muy pequeñas y la producción no alcanzaba para el pago de las obligaciones. En este marco, las dificultades de acceso a la tierra también llegaron a los grupos más aristocráticos poseedores de ganado. Por su parte, la escasez de tierra y la consecuente relación de servidumbre también fue resultado de la política de reservas –parcelas ricas en pastos– creadas por la corona exclusivamente para el pastoreo hacia mediados del siglo XIX. Estas tierras eran entregadas por el rey a poseedores de ganado, que eran solo tutsis y que de este modo pasaban a ser sus clientes con obligaciones solo hacia él. Los tutsis, beneficiarios de las reservas, en un principio solo le pagaban al rey. Pero ponto surgieron los jefes de pasturas y los jefes de tierras que impusieron nuevas obligaciones laborales y de tributación a sus administrados. En este proceso, radica el origen de la uburetwa, un sistema que desde finales del siglo XIX denominaba a todas las obligaciones que tenían ganaderos y agricultores con sus jefes de pasturas y de tierras. El cumplimiento de la uburetwa demandaba de los trabajadores dos o tres días laborales de cada semana, ello sin contar lo que debían trabajar para proveer a sus jefes tutsis. Hasta aquí, entonces, los hutus eran quienes servían a sus patrones tutsis y pagaban a sus jefes de pasturas o de tierras, también tutsis, a partir de la imposición de la uburetwa. En tanto las elites políticas eran tutsis e integraban el ejército, pronto se asoció el tutsi al guerrero, mientras que el hutu era aquel que no pertenecía al ejército. En este marco, como los combatientes vinculados a la elite política procedían de los linajes relacionados a la tenencia de ganado, las elites comenzaron a extender el término hutu hacia todos los agricultores por oposición a los ganaderos tutsis, fueran de origen tutsi o no. Entonces, la institucionalización de los jefes –todos tutsis y poseedores de ganado- y las instituciones de trabajo y tributación –que caían pesadamente sobre los agricultores y no recaían o eran más ligeras para los tutsis-, fueron impactando en las relaciones entre ambos grupos. En lo sucesivo, servir no sería para un tutsi, los cuales a finales del siglo XIX concentraron el poder, la riqueza y los privilegios; mientras que los agricultores fueron reducidos a una condición servil. En este sentido, se fue produciendo una radicalización de las diferencias entre las dos identidades, aunque es necesario señalar que esta radicalización no fue uniforme en todo el territorio, pero a la llegada de los europeos está claro que hutus y tutsis mantenían identidades rigurosamente separadas. Tal es el caso, que frente al sistema impuesto por los tutsis hubo varias revueltas y rebeliones en algunos lugares. En este momento, la oposición a los tutsis es clara, el reconocimiento de sí mismos como hutus no tanto; por otra parte, también es clara la identificación de los tutsis como tutsis por ellos mismos. Ahora bien, quienes homogeneizaron, generalizaron y extendieron las instituciones de dominación fueron los belgas. En tiempo de la colonización, ambas identidades se plasmaron en la legislación y en la emisión de documentos donde constaba el grupo étnico al que se pertenecía: hutu o tutsi. Y fueron los belgas quienes sostuvieron que las divisiones étnicas eran cuestiones ancestrales cuando en realidad no lo eran. Además, los belgas actuaron con la complicidad tutsi, que fueron los grandes beneficiarios de la administración europea. Con los belgas, se rediseñaron las instituciones de servidumbre elevando los niveles de explotación. Casi todos los tutsis quedaron exentos de las prestaciones laborales mientras los impuestos que debían abonar eran infinitamente menores a los que pagaban los hutus. Paralelamente, la aristocracia tutsi inició un proceso de apropiación de las tierras comunales hutus transformándolas de a poco en su propiedad privada. Los hutus fueron excluidos de la educación. Por tanto, la dominación belga tuvo el efecto de empeorar las condiciones de vida de los hutus hasta relegarlos a una condición miserable. Por ende, consagró un sistema que hizo recaer todos los privilegios en los tutsis y todas las obligaciones en los hutus. Hacia la década del 50, la presión de Naciones Unidas y del proceso de descolonización en África, sumando a los cambios políticos en Bélgica, hicieron que la metrópoli mutara su favor hacia los hutus: se suprimieron las instituciones de servidumbre, se promovió la educación y el progreso económico de los hutus. Pero, ya era tarde: los tutsis notaron el cambio y se opusieron a él reclamando la independencia, mientras los hutus aprovecharon para dar rienda suelta a todo su resentimiento acumulado. A esta altura, los hutus ya se habían apropiado de esa connotación, se reconocían como tales y lo esgrimían en contra de los tutsis. En esta línea, la violencia entre ambas identidades se hizo presente a partir de 1959: el genocidio fue su expresión extrema. La historia según los hutus y los tutsis Cuando los belgas iniciaron su administración en 1923 construyeron su propia versión de la historia de Ruanda, sosteniendo la existencia de dos grupos racialmente distintos: los hutus que eran los típicos africanos por su contextura física y por estar dispuestos a servir, y los tutsis que eran observados como una raza proveniente del extranjero, destinados a mandar y superiores a los hutus. Para ellos, la rivalidad hutu-tutsi era ancestral. Entonces, hutus y tutsis tomaron de este invento lo que sirviera para sus causas e intereses. Por ende, los hutus se apropiaron de la ancestralidad de la cuestión, y los tutsis aceptaron su caracterización de superiores, lo que demuestra que hubo complicidades locales. En este sentido, para los hutus la cuestión era ancestral. Ellos son los verdaderos habitantes del país que fueron despojados de sus tierras y sus reyes por los ganadores tutsis, provenientes del extranjero. Básicamente, los invasores tutsis, llegaron del exterior, los conquistaron humillando y eliminando a sus reyes, los explotaron y los redujeron a la servidumbre. Dicho esto, se puede deducir que los hutus tampoco cuestionaron los trabajos forzados o la estigmatización étnica a la que fueron sometidos. Basándose en los mitos y tradicionales locales, sostuvieron la necesidad de la unidad de todos los hutus para expulsar a los invasores tutsis. Tal es el caso, que cuando el Frente Patriótico Ruandés – un grupo de exiliados tutsis en Uganda- invadió Ruanda en 1990, las facciones más extremistas de los hutus presentaron la cuestión como el regreso de los tutsis explotadores que volvían del exilio para someter nuevamente a los hutus. Ya cuatro años más tarde, en 1994, cuando se produjo el atentado al presidente Habyarimana, el extremismo hutu culpó al Frente Patriótico Ruandés y a su líder Paul Kagame de haber cometido el magnicidio, mientras los hutus salían a vengar la muerte del mandatario. Entonces, justificaron el genocidio como un estallido popular provocado por el accionar del Frente Patriótico. Hasta aquí los hutus. Ahora bien, múltiples factores terminaron desencadenando el genocidio. Entre ellos, debe destacarse el desafío de poder que se le presentó al presidente Habyarimana con el surgimiento de la oposición hutu que le reclamaban la democratización y la apertura del sistema; la invasión de los tutsis con el FPR le dio la excusa necesaria para acusar a la oposición moderada hutu como cómplice de los tutsis, de manera que cuando se desencadenó el genocidio miles de hutus opositores al gobierno también fueron asesinados. Por otra parte, el grado de organización que tuvieron las masacres, la incitación a las matanzas por parte de los medios de comunicación y la participación del estado a partir de las Fuerzas Armadas y de milicias entrenadas por él, descartan la idea de que se trató de un estallido popular por el asesinato de Habyarimana. Para los tutsis, la cuestión de la rivalidad entre ellos y los hutus fue creada por la colonización belga, sosteniendo que antes de la instalación de los europeos, hutus y tutsis convivían pacíficamente en un reino gobernado por ellos pero donde reinaba la armonía. Ahora bien, la historia antes de los belgas no debería haber sido tan ideal, al menos para los hutus – cuyo nombre remitía a su condición servil-, considerando las rebeliones anti tutsis que se dieron a finales del siglo XIX. Además, la tradición tutsi parece olvidar la complicidad de ellos con los belgas, que aceptaron y disfrutaron de todos los privilegios. Además, los tutsis tampoco tienen en cuenta su colaboración con la administración alemana, quienes implementaron una dominación indirecta a través del rey y quienes ayudaron a los tutsis a conquistar los últimos principados hutus que aún se resistían a su dominación. Luego de la independencia y como consecuencia de las Repúblicas hutus, los tutsis sufrieron persecuciones, muertes, el saqueo de sus propiedades y el exilio en los países vecinos. En esta línea, el derecho al retorno a la patria y la instalación de un sistema democrático fueron las principales razones de la invasión del Frente Patriótico Ruandés, según sus mentores. En tanto, para el Frente, el genocidio fue planificado, apoyado por Francia y permitido por la complicidad de la comunidad internacional. Para los tutsis, los hutus cometieron el magnicidio para tener la excusa perfecta de desatar el genocidio, negando que haya entre las víctimas hutus opositores al mandatario. Hasta aquí los tutsis. Aunque, se puede sostener que cuando el Frente invadió Ruanda en 1990 buscaba más que el reconocimiento a vivir en el territorio ruandés, que se demostró en las negociaciones hasta obtener el gobierno compartido y la integración de las Fuerzas Armadas Ruandesas. Por otra parte, cada vez más crecen más las evidencias que complican al Frente en el atentado al presidente, y los documentos dan testimonio de los miles de hutus opositores que fueron asesinados en esos días. Prácticamente, los datos aceptados contabilizan unas 850.000 víctimas; las matanzas de tutsis fueron dirigidas por quienes ocuparon el Estado luego del golpe militar que sobrevino al magnicidio: todos ellos miembros del extremismo hutu. ¿Quiénes lo perpetraron? Aquí podemos mencionar a la Guardia Presidencial, las Fuerzas Armadas Ruandesas, las milicias armadas y ciudadanos hutus comunes. Continuando con los hechos, casi tres meses después del inicio de las matanzas, Paul Kagame logró tomar Kigali –donde estaba desde el inicio de las masacres- y con ello fue saludado por casi todo Occidente como el líder que logró poner freno al genocidio: él y el Frente se consideran a sí mismos como los liberadores. Ya en el poder, organizaron un gobierno provisional sobre la base de lo negociado en Arusha –gobierno compartido y la integración conjunta de las Fuerzas Armadas-, pero con cambios significativos: los cargos que hubieran correspondido al partido del presidente fueron ocupados por miembros del Frente; a los dos cargos ejecutivos principales que correspondían a los hutus –presidente y primer ministro- les agregaron un vicepresidente y un vice primer ministro, que serían ocupados por tutsis. El gobierno de unidad nacional no era más que una fachada. Kagame y la superación de las diferencias étnicas Al llegar al poder en Ruanda, el Frente impuso su propia visión de la historia, y pretendió crear un nuevo país en donde sobreviva su versión imaginada pre colonial, en la que no había diferencia entre hutus y tutsis. Además, el Frente sostuvo el concepto de ruandeses: ni hutus ni tutsis, ruandeses. Es que claro, el gobierno de Unidad Nacional pronto quedó desvirtuado cuando los miembros hutus fueron relegados. De esta forma, paralelamente a la concentración de poder en los tutsis, el Frente impuso la única interpretación posible de la historia que además podía asegurar la unidad ruandesa, y la hizo valer por la fuerza. Esta concepción de la historia y las políticas de la unidad y la reconciliación, empezaron a inculcarse en todos los niveles de la sociedad: las ideas se expresan en las ingando (centros de educación o re educación donde se enseñan los conceptos esenciales de la nueva Ruanda a quienes necesitan aprenderlo), en los programas de diversas materias de todos los niveles educativos, en los discursos oficiales, en los medios de comunicación, en las conferencias de académicos y universitarios. Que quede claro: no hay ni puede haber otra lectura del pasado ni del presente, por lo que cualquier voz que se exprese en forma contraria a este discurso es acusada de promover las divisiones étnicas entre los ruandeses. Asimismo, se reforzó la noción de culpa colectiva de los hutus, por lo que el hecho de ser hutus los colocó en el lugar de responsables de la violencia, sin diferenciar entre la elite hutu (quienes ordenaron las matanzas), los perpetradores, y los que nada hicieron. Todos eran, y son culpables. Por eso, y aunque en el país esté prohibido hablar de hutus o tutsis, la cuestión se plantea siempre entre víctimas y perpetradores, culpables o inocentes. Entre tanto, las políticas de unidad y reconciliación se reforzaron con dos leyes: la ley de divisionismo y la de ideología genocida. La primera de ellas, establece básicamente que la práctica del divisionismo es un crimen; mientras que la segunda define la ideología del genocidio como un conjunto de pensamientos caracterizados por conductas, discursos, documentos y otros actos con el objetivo de exterminar o incitar a otros exterminar pueblos, fundado en el grupo étnico, origen, nacionalidad, región, color, apariencia física, sexo, lengua, religión u opinión pública, cometida en periodos normales o en tiempos de guerra. Por consiguiente, la utilización de estas leyes instauró la prohibición del disenso y del pluralismo ideológico y político, institucionalizándose una única visión de la historia y se ilegalizó cualquier otra. Incluso, la población tiene prohibido hablar del genocidio sin la frase “contra las tutsis”, lo que supone una negación de las víctimas hutus, buscándose además impedir la discusión sobre las tesis del doble genocidio, que incluye las denuncias sobre la responsabilidad del Frente en matanzas de hutus en Ruanda y en la República Democrática del Congo. La disparidad entre ambos grupos también puede verificarse en el acceso a la justicia: los sobrevivientes tutsis, podían hacer sus denuncias contra los hutus en tribunales con procedimientos aceitados y bien divulgados; los hutus que querían denunciar las atrocidades cometidas por el Frente, debían desafiar a las nuevas autoridades en tribunales formales o militares con procedimientos que desconocían y, además, conseguir los recursos necesarios para el asesoramiento legal. Hay que afirmar, que desde 1995 se desató una campaña de persecución, hostigamiento, enjuiciamiento y eliminación física de los hutus que estaba en Ruanda. Y, además, como dijimos anteriormente, los hutus desaparecieron del gobierno de unidad nacional. En este marco, en 1998 Kagame fue electo presidente del FPR, por lo que entre ese año y 2001 implementó una estrategia para posibilitar que el Frente dejara de ser un grupo armado rebelde y se transformara en un partido político que le permitiera gobernador Ruanda sin oposición alguna. Por esta razón, los cargos políticos, la burocracia nacional y regional, las oficinas de los organismos internacionales, las ONGs y los medios de comunicación fueron ocupados por integrantes del FPR. En tal aspecto, cualquier ruandés podía formar parte de la estructura política y administrativa, pero para ello debían aceptar, entre otras cosas, la visión tutsi de la historia, por lo que esto “tutsificó” la administración. Por las dudas, se impidió que partidos opositores pudieran presentarse a elecciones, en donde los únicos autorizados serían aquellos partidos que presentaran las mismas ideas que el FPR, con leves matices. Todo intento de los hutus por participar del poder fue abortado, aunque también corrieron la misma suerte los tutsis que no compartieron la visión de Kagame. Por ende, no se admitió ningún tipo de oposición al régimen, y cabe resaltar que la Constitución fue reformada en 2003, 2008 y 2015, en la cual esta última habilitó a Kagame a tres períodos más de gobierno: uno de siete años y dos más de cinco años, por lo que si se cumple ello el mandatario estará en el poder hasta el 2034. Hace unos años atrás, cuatro miembros del Frente huyeron de Ruanda y formaron en el exilio el partido Congreso Nacional de Ruanda, publicando un informe en el que señalaban la utilización por parte del presidente de las instituciones estatales para asegurar su poder absoluto y sus ganancias económicas, así como el uso de la represión para monopolizar el poder. Se denunció que la nación era un estado policial, unipartidista, disfrazado de democracia. Los cuatro réprobos, fueron juzgados en ausencia y recibieron penas de más de 20 años de prisión, mientras que dos de ellos sufrieron atentados fuera del país, provocándose la muerte de uno. El camino del exilio suele ser frecuente para los opositores que pueden hacerlo, mientras para que los no, queda meramente el silencio producto del sistema policial y represivo. En este contexto, en Ruanda es una práctica sistemática la revisión de todas las conversaciones privadas y públicas, blogs, redes sociales, comunicaciones de WhatsApp y correos que luego sirven para acusar y juzgar a decenas de personas opositoras al Gobierno. Las organizaciones de derechos humanos fueron un blanco especial del régimen de Kagame por sus constantes denuncias; decenas de académicos y periodistas fueron perseguidos, expulsados, prohibidos o se les negó el visado de trabajo; tampoco fueron tolerados las críticas o intentos de investigación provenientes del exterior. Sin dudas, la eficaz implementación de la violencia que Kagame y el FPR ejercen sobre cualquier disidencia ha sido clave en la perpetuación en el poder del mandatario, mientras que las leyes de divisionismo e ideología genocida también colaboraron para ello. También, cabe señalar que el mandatario disfrazó todo con una democracia participativa y sustentándose en una manipulación del pasado y de la etnicidad, porque con sus dotes de liderazgo ha logrado ser considerado como el líder que frenó el genocidio, sobre todo desde la comunidad internacional. Tal prestigio adquirido, le valió de un enorme paraguas internacional que permitió que organismos mundiales, mandatarios y estados miraran para otro lado frente a las constantes violaciones de los derechos humanos. Incluso, el genocidio aún le permite obtener enormes sumas de dinero en concepto de Ayuda Oficial de Desarrollo, mientras que a los que critican los acusa de tener vinculaciones con los genocidas, de haber sido cómplices del genocidio, o de haber abandonado a Ruanda a su suerte durante los hechos. Algunas conclusiones Los belgas trataron de explicar las dinámicas socio-políticas de la sociedad ruandesa inventando el enfrentamiento étnico inmemorial entre hutus y tutsis producto de la conquista de estos sobre aquellos. En el mismo proceso, inventaron la etnicidad de los hutus cuando estos aún no se identifican como tales aunque se opusieran a los tutsis. Por lo tanto, reducir a la población ruandesa en dos grupos enfrentados, fue la base de una dominación, que pretendía ser una administración indirecta. Por su parte, los hutus sostuvieron el carácter extranjero de los tutsis, su expoliación brutal y el carácter ilegítimo de su dominación. Con el presidente Habyarimana, se favoreció a un odio étnico que posibilitó el genocidio. Desde su aspecto, los tutsis se beneficiaron de las invenciones de los belgas y luego las negaron. Inventaron un pasado ideal y armónico pre colonial sin diferencias. Sobre esta base, Kagame construyó las políticas de la Unidad y la Reconciliación en las que también puede percibirse la manipulación de la etnicidad –tal como había hecho el presidente Habyarimana- pero en sentido inverso. Entonces, uno y otros manipularon las cuestiones identitarias: a Habyarimana le convenía la existencia de etnias, que podía utilizarlas como herramientas para estigmatizar a los tutsis y llamar a la acción colectiva contra ellos como una cuestión de autodefensa, debido a que las etnias le aseguraban el poder; el poder de Kagame depende de que no haya etnias ya que si las hay y los partidos políticos se alinean siguiendo estos criterios, el carácter minoritario de los tutsis le impediría seguir manejando los destinos de Ruanda. Luego, la exclusión de los hutus de la administración y de la política, la prohibición del disenso, la colectivización de la culpa hutu, el negacionismo de las víctimas hutus por el FPR y la imposición de una única visión de la historia, lejos están de ser acciones que busquen y lleven a la unidad ruandesa. La exclusión mediante la represión, no solo no lleva a la unidad sino que, a largo plazo podría provocar nuevos rebrotes de violencia extremas. De esta forma, invención, imaginación y manipulación de los grupos identitarios pareciera ser una continuidad de la historia contemporánea ruandesa. Yoslán Silverio Gonzáles: “África Subsahariana: ¿un nuevo espacio de disputa geopolítica? En la actualidad, los avances experimentados en los países africanos aún no son suficientes como para hacer frente a retos tan importantes como las crisis económicas o los múltiples problemas de seguridad. Sin embargo, desde una perspectiva histórica el continente mostró progresos significativos en varias esferas, suscitando el interés de un creciente número de actores internacionales en la búsqueda de espacios de influencia geopolítica. Esta situación, si bien puede significar un escenario de ascendentes oportunidades para África, a su vez se trata de un incremento de la competencia y las disputas entre los poderes dominantes, los cuales pugnan por abrirse un camino en el continente en el siglo XXI. En tanto, el proceso de construcción de los Estados postcoloniales africanos estuvo plagado de contradicciones internas, luchas por el poder político, limpiezas étnicas, guerras con un carácter étnico-tribal y/o secesionistas, así como por golpes de Estado. Este panorama, se mantuvo hasta los inicios del siglo XXI, donde si bien no han desaparecido por completo, son cada vez menores sus manifestaciones. En las décadas de 1960 y 1970, África todavía no completaba su proceso de descolonización, en donde las potencias europeas ex coloniales mantenían no solo su influencia política sino también el control militar. Podemos hablar de una década pérdida de África, haciendo referencia a los ’80 los cuales ponían en evidencia la primera gran crisis de los Estados africanos como resultado del extremo endeudamiento externo propiciado por las políticas de préstamos con altísimos intereses que provenían de los acreedores europeos tras el desplome de los precios de las materias primas de las cuales dependían los ingreses de los débiles Estados. Además, el proceso de descolonización todavía no concluía, sumando que el enfrentamiento entre las potencias occidentales y el bloque socialista por zonas de influencia tenía un marcado matriz ideológico: gobiernos proocidentales y entreguistas vs movimientos y fuerzas progresistas. En la década de 1990, se producía una nueva ruptura en el sistema internacional y por ende una recomposición geopolítica que impactó también en el continente. En África, los gobiernos progresistas cambiaron su orientación ideológica, se impuso el neoliberalismo en todo su esplendor y se produjo un nuevo colapso de los sistemas políticos en su reajuste hacia la democracia multipartidista. En este sentido, África estalló en guerras civiles y golpes de Estado por doquier, mientras que Estados Unidos y sus aliados europeos, consolidaban su hegemonía económica, política y militar. Por estos años, la Organización para la Unidad Africana (OUA), decana del proceso de integración panafricanista, colapsaba ante la incapacidad de hacer frente a los problemas de seguridad. En la primera década del siglo XXI la lucha contra el terrorismo se convirtió en tendencia, momento en el que Estados Unidos construyó un nuevo enemigo que amenazaba la civilización occidental y al cual había que derrocar: el islam. A su vez, comenzaban a expandirse los grupos terroristas vinculados Al Qaeda, mientras estaban en juego riquezas naturales tanto en África como en Medio Oriente. En este marco, la OUA se transformó radicalmente y fue reemplazada en 2002 por la Unión África (UA). Todavía las alianzas se mantenían en torno a los poderes tradicionales: Estados Unidos ya había incrementado su presencia militar en la región a través del AFRICOM y la UE transitaba del Acuerdo de Cotonou (2000) a los Acuerdos de Asociación Económica (EPAs). Estos acuerdos, eran conocidos como de cuarta generación o de libre comercio, mientras que la UE inició sus Cumbres UE-África como mecanismos de presión para que los gobiernos firmasen los EPAs. En el caso de África logró fraccionar las posiciones de las Comunidades Económicas Regionales (RECs), cuando primero algunos de sus países miembros empezaron a firmarlos de manera bilateral y luego, a partir de 2014, cada uno de los RECs fueron sucumbiendo ante las presiones europeas. Es necesario aclarar, que las inversiones extranjeras se concentraban solo en los sectores energéticos, recursos minerales, servicios y la banca, para así poder completar el ciclo de producción y comercialización. Por ende, los países que no disponían de estos recursos en cantidades comerciales o que no cumplían con los estándares democráticos occidentales quedaban excluidos de la Ley de Oportunidades y Crecimiento para África de Estados Unidos (AGOA) como de los EPAs de la UE, e incluso sujetos a sanciones internacionales. Para finales de estos primeros diez años, comenzaban a cambiar los patrones ya que China entraba en el juego geopolítico; sus relaciones con el continente se han venido fortaleciendo desde el establecimiento en el año 2000 del Foro para la Cooperación entre China y África (FOCAC), y para el 2009 ya se convertía en el principal socio comercial del continente, desplazando a Estados Unidos. En este aspecto, también se produjo el incremento el activismo de otros actores no tradicionales como Japón, Brasil, India, Israel, Rusia y Turquía, para adquirir nuevos mercados y oportunidades comerciales. Este proceso de ruptura con las alianzas tradicionales, principalmente en el ámbito económico-comercial, se ha venido consolidando desde la segunda década del siglo XXI. Contradicciones en el fortalecimiento de la relaciones político-diplomáticas El continente africano ha gozado de excelentes relaciones políticas con las naciones europeas, como así también con Estados Unidos, en los últimos. Sin embargo, estos últimos han impuesto condiciones con respeto a normas democráticas occidentales. Es decir, que las potencias occidentales o los organismos e instituciones internacionales (ONU, UE, BM, FMI) constantemente se entrometen en los asuntos internos de los países africanos por intereses geopolíticos específicos. Ahora bien, esto no se aplica en lo absoluto de la misma manera, puesto que las naciones que son sus aliadas más importantes, por lo general, no se las exige tanto, por ejemplo, Uganda, Ruanda o Chad. Sin embargo, se criticaba al mandatario de Burundi, Pierre Nkurunziza (2005-2020), por haber violentado el orden constitucional y haberse presentado para un tercer mandato, mientras que Omar al Bashir ha sido acusado por supuestos crímenes cometidos en la región de Darfur, en Sudán. Aquí, se debe saber que instituciones judiciales extracontinentales (CPI) han llegado a acusar a mandatarios africanos en funciones sin tener en cuenta las instancias judiciales propias de la UA. Contrariamente, China no impone condicionalidades políticas a sus relaciones con el continente ni se entromete en los procesos políticos internos, respetando la variedad de los sistemas políticos y los contextos nacionales de cada país. Aun así, el único de los requisitos ha sido el respeto a la política de una sola China, es decir, el no reconocimiento de Taiwán. Sin embargo, las relaciones políticas de Taiwán con África han visto un declive paulatino, quedando solo Eswatini, como el único que los reconoce. Otro momento importante en el fortalecimiento de las relaciones y de la influencia de China en África fue sin dudas el estallido de la pandemia: cuando la mayor parte del mundo les dio la espalda a los africanos, el gobierno chino se comprometió a ayudar a aquellos países con sistemas de salud débiles para fortalecer sus capacidades frente al coronavirus. Prácticamente, desde que comenzaron a reportarse los primeros casos en África, los envíos de ayuda procedentes del gigante asiático se incrementaron. En resumen, casi la totalidad de los países de la región subsahariana recibieron parte de la colaboración total de China en tiempos pandémicos. Por su parte, volviendo sobre occidente, y más precisamente cayendo en Estados Unidos, la administración de Clinton fue la primera en dar un giro abrupto en la política hacia el continente, conciliando las agendas de seguridad con sus contrapartes europeas y estableciendo no intervenir directamente en escenarios de conflictos armados; fue el primer presidente que visitó la región en carácter oficial desde Jimmy Carter en 1978. Ya bajo el gobierno de W. Bush se comenzó a prestar una mayor atención política a África con giras de altos funcionarios, mientras que Obama fue el mandatario que menos países visitó en el continente. Entonces, si se hace un balance de las naciones visitadas por estas tres últimas administraciones, un total de solo 12 países de los 49 que integran el África subsahariana, buscándose con ello consolidar los intereses estadounidenses en el área frente a China, y organizándose en el 2014 la primera cumbre entre Estados Unidos con África. Durante la presidencia de Donald Trump, no fue hasta la adopción de la Estrategia de Seguridad Nacional (2017) y luego en la Estrategia sobre África Subsahariana (2018) donde Estados Unidos señaló como su principal enemigo en la región la presencia de China y la creciente influencia de Rusia, e incluso se plateó que se adoptarían sanciones contra gobiernos que no respetaran los derechos humanos y se suspenderían los programas de ayuda. En esta línea, uno de los actores extracontinentales y aliado a Estados Unidos ha sido Israel, el cual tenía en 1973 treinta representaciones diplomáticas en África, pero como resultado de la guerra contra Egipto varios países rompieron sus relaciones con el gobierno israelí cuando apoyaron la posición de Egipto. Pero, desde 1979 con el restablecimiento de sus vínculos con El Cairo, Israel tiene relaciones diplomáticas con 41 de los 44 estados de África subsahariana que no son miembros de la Liga Árabe, incluyendo países que cuentan con población mayoritariamente musulmana, y posee de trece embajadas en el continente. Relacionado con ello, se debe afirmar que la influencia de Israel en África ha tenido como objetivo intentar romper el consenso de la UA en torno al reconocimiento de Palestina como Estado independiente. Por último, un hecho a saber: la causa saharaui continúa siendo el único caso pendiente de descolonización en el continente. La dimensión económico-comercial: el eje principal de las contradicciones geopolíticas En las últimas décadas, los países del sur del Sahara se han consolidado como mercados para la expansión del capital transnacional y de las economías emergentes, siendo esto posible gracias al crecimiento poblacional y al consumo interno de una clase media en auge. Además, la explotación y comercialización de valiosos recursos naturales con alta demanda en el mercado internacional, así como la riqueza de la biodiversidad y de fuentes de energía, ha incrementado el valor estratégico del subcontinente. Por lo tanto, si bien África ha podido diversificar sus relaciones económicas, no pudo dejar de lado sus tradicionales vínculos con las potencias principales. En el plano económico, Francia ha gozado de sus relaciones privilegiadas con África a raíz de los mecanismos de control financiero que estableció con el franco CFA, lo que ha mantenido la dependencia de los países por lo que esta moneda circula con el banco central francés. Por lo tanto, dentro de la UE, Francia es el principal mercado de las exportaciones africanas. En lo que respecta a la UE, esta se encuentra en un proceso avanzado de negociación con los Acuerdos de Asociación Económica (EPAs) con los grupos regionales africanos, siendo tratados comerciales que plantean la liberalización total del comercio de mercancías, los servicios y la inversión. Por su parte, las relaciones económicas y comerciales de Estados Unidos con África han mostrado una tendencia a la disminución. Sin embargo, el petróleo representa más del 40% del as importaciones de Estados Unidos de África, seguido por los vehículos de motor procedente de Sudáfrica. Además, más de la mitad del comercio de EEUU con África es aportado por Nigeria y Sudáfrica, demostrando esto que no hay una diversificación en las relaciones comerciales entre ambas regiones. El marco jurídico en el cual se siguen dando estos intercambios quedó establecido en el AGOA que fue actualizada desde el final del mandato de Obama (2015-2025). Pero, este mecanismo no está exento de fuertes condicionamientos políticos que los países africanos tienen que cumplir para ser beneficiario: quedaron excluidos Ruanda (por sus políticas proteccionistas) y Mauritania (por tema de derechos humanos). Asimismo, las inversiones extranjeras de EEUU se concentran en pocos países tales como Mauricio, Sudáfrica, Nigeria, Ghana y Tanzania, por lo que tampoco son diversificadas. Todos estos elementos son importantes para comprender el impacto de la presencia económica de China en África, cuyos principales intereses están centrados en el acceso a recursos energéticos y en el desarrollo de las infraestructuras que permitan interconectar a las economías africanas. Sin dudas, el gigante asiático se ha convertido en el principal socio económico-comercial de la región desplazando a Estados Unidos. En tanto, en el plano económico ha mantenido sus políticas de préstamos con bajos intereses o el otorgamiento de créditos pagaderos a largo plazo, lo que ha favorecido la disminución de la dependencia de los países africanos a las instituciones financieras internacionales. Sin embargo, existe la preocupación de que se esté generando un nuevo endeudamiento financiero con China. En este tema, en la séptima cumbre de la FOCAC, celebrada en Beijing en 2018, China había prometido 60 mil millones de dólares adicionales en financiación para el continente, y esto ha generado una campaña internacional contra Pekín, acusándola de nueva forma de colonialismo. Pero, a raíz de la pandemia, el gigante asiático ha perdonado la deuda de varios países africanos, actitud que no han asumido ninguno de sus socios más tradicionales. Por último, tanto la India, como Japón, Turquía e Israel también han incrementado sus negocios del sector privado a través de iniciativas gubernamentales en diferentes países africanos. La seguridad y la defensa como mecanismo de influencia geopolítica Los problemas de seguridad generados en África han sido utilizados por las potencias occidentales para incrementar no solo su nivel de influencia política, sino también para tener el control militar y así garantizar sus intereses geopolíticos. En este sentido, el mayor despliegue militar en la región ha estado tradicionalmente en manos de Francia, quien conservó sus prerrogativas tras la independencia de estos territorios. Por su parte, si bien Reino Unido no conservó un amplio y fuertes dispositivo militar en África como si lo hicieron los franceses, sus fuerzas armadas han estado presente en varios escenarios de conflictos ya sea aportando tropas o apoyo logístico. En el marco de la lucha contra el terrorismo desatada por el presidente Bush, el 1 de octubre de 2007 se creó el AFRICOM, el cual no comenzó sus operaciones hasta octubre de 2008. Como se sabe, la excusa inicial para su creación fue el enfrentamiento al terrorismo islámico, pero su objetivo real era aumentar la presencia geopolítica de los Estados Unidos en el área. Prácticamente, las tareas principales del comando serían reforzar la asociación en materia de seguridad; incrementar las habilidades en las tácticas antiterroristas; apoyar las estructuras de seguridad de las organizaciones subregionales; y, si fuese necesario, conducir las operaciones militares en el continente. Cabe resaltar, que el AFRICOM está involucrado en casi 38 países africanos. Del mismo modo, además de enfrentar al terrorismo, las misiones de EEUU se han concentrado en el entrenamiento a las tropas de países del África Occidental y Central para combatir la piratería y el tráfico de drogas, tres de los principales problemas que afectan a la región, mediante el envío de instructores estadounidenses y la realización de ejercicios militares conjuntos. Desde el punto de vista militar, se ha producido también un incremento de la presencia de asesores del Mossad en actividades de inteligencia en estrecha relación con Estados Unidos, utilizando el terrorismo como amenazas a su seguridad. Por su parte, China (posee un centro logístico en Djibouti), India y Japón todavía no tienen una presencia militar notable en África, mientras que Rusia ha firmado al menos 19 acuerdos de cooperación militar con Estados africanos desde 2014, en los cuales se incluye venta de armamentos, intercambio de inteligencia y entrenamiento militar. Dichos pasos, tanto de Pekín como de Moscú, todavía no logran romper la hegemonía militar franco-estadounidense ni cambiar dicha correlación de fuerzas. Algunas conclusiones finales El África Subsahariana ha estado bajo la influencia económica, política y militar de las potencias europeas primero –fundamentalmente de Francia y Reino Unido- y luego del imperialismo estadounidense, sobre todo desde la década de 1990, donde hubo una explosión en la cantidad e intensidad de los conflictos armados. En este sentido, las potencias occidentales han utilizado los problemas de seguridad como pretexto para tratar de legitimar el aumento de su presencia militar a través de la OTAN y el AFRICOM. De esta forma, buscan extender el acceso y control a los recursos naturales del área bajo la amenaza y el uso de la fuerza militar si es necesario. Los diferentes actores no tradicionales han diversificado sus relaciones político-diplomáticas y ampliado su intercambio económico-comercial, pero también han dado pasos a incrementar sus acciones en materia de seguridad y defensa para así poder respaldar sus intereses económicos. Esta actuación de nuevos actores extracontinentales ha sido aprovechada positivamente por los países subsaharianos, aumentando sus posibilidades de gestión y diversificación ele sus relaciones económico-comerciales y políticas. No obstante, no se ha producido una disminución de la dependencia africana al sistema financiero internacional. Las empresas transnacionales de los principales centros de poder capitalista continúan dominando las economías subsaharianas. Por todas estas razones, África se perfila como un nuevo espacio de disputa geopolítica entre los poderes establecidos y los emergentes.