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Viaje por la inflación alemana (1924) | Nexos 2/10/20, 9(06 AM

Viaje por la inflación alemana (1924)


Walter Benjamin
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Deutschland über alles

I. Entre las frases comunes que


denuncian diariamente el miedo y la
tontería de los alemanes, la de la
catástrofe que se aproxima: así no
podemos seguir, ocupa un lugar
importante. Vivimos obsesionados por
las ideas de seguridad y posesión de la
década pasada, somos incapaces de
asumir nuestra nueva estabilidad dentro
de la inflación. La relativa estabilidad de
que gozábamos antes de la Primera
Guerra Mundial, ha ido creando la atmósfera propicia a la creencia de que toda situación
que nos empobrezca significa la decadencia. Sin embargo, las relaciones estables no tienen
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por qué ser necesariamente las mejores; desde antes de la guerra existían grupos para
quienes la única situación estable era la miseria estabilizada. La decadencia no es menos
inestable, ni menos espléndida que el ascenso económico. Hay que rescatar el asombro
ante la vida cotidiana como la última ratio, entender las manifestaciones de nuestro
decantamiento como la única estabilidad posible, la instancia salvadora, milagrosa e
incompresible. Los pueblos de Europa central viven como los habitantes de una ciudad
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sitiada: los víveres y la pólvora se han agotado, la salvación es imposible; acaso la rendición
sea la única redención. La fuerza invisible que ha venido acorralando a Europa central no
desea pactar ni, mucho menos, negociar la caída. Así las cosas, nos queda sólo esperar el
último ataque del enemigo; esta espera cotidiana, una atención decidida, puede traer el
milagro. Sí, vivimos en un misterioso contacto con las fuerzas que nos han sitiado. Por el
contrario, la frase de que así no podemos seguir obliga necesariamente a poner un límite al
sufrimiento de los individuos y las sociedades: un límite que al ser rebasado nos impide de
veras seguir adelante, el límite de la destrucción.

El tobogán del miedo

II. Una paradoja ejemplar: la gente tiene una sola obsesión en la cabeza, la de sus más
íntimos intereses. Al mismo tiempo, sin embargo, nunca ha estado más determinada en su
conducta por los instintos de las masas. Y nunca como ahora esos instintos habían estado
más lejos ni habían sido más extraños a la vida. Allí donde el oscuro instinto del animal
encuentra la salida ante el peligro que se acerca, esta sociedad que sólo persigue su propio
interés se lanza por el tobogán del miedo como una masa ciega, con la estupidez animal y
sin la estúpida sabiduría de los animales, perdiendo el olfato de las diferencias individuales,
entregándose a las fuerzas que todo lo igualan impunemente. Una y otra vez se demuestra
que recalando en la costumbre perdemos la vida, y que la aplicación del intelecto, la
planeación, fracasa ante el peligro. La imagen de la estupidez se perfecciona: inseguridad y
perversión de nuestros impulsos más vitales; por otro lado, impotencia y desgaste de
nuestro intelecto. Ésta es, sin duda, la constitución de todos y cada uno de los ciudadanos
alemanes.

III. Nuestras más cercanas amistades han ido adquiriendo una penetrante y casi
insoportable claridad, apenas pueden resistirla, en un extremo, el dinero ocupa de manera

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devastadora el centro de nuestros intereses más vitales; en el otro, el dinero es


precisamente el obstáculo ante el cual fracasa cualquier relación entre las personas. Así
desaparecen, tanto en la naturaleza como en la moral, la confianza espontánea, la
serenidad y la salud.

La oscura vergüenza

IV. No es una casualidad que se habla de la miseria descarnada. Nos hemos acostumbrado
a exhibirla; es una ley de la necesidad. Y sin embargo, es sólo la punta del iceberg. La
verdadera desgracia no es la compasión que sentimos, ni la conciencia de nuestra frialdad,
sino la vergüenza que nos despierta. Es imposible vivir en una de las grandes ciudades
alemanes donde los hambrientos tienen que vivir de los billetes que otros utilizan para
cubrir una desnudez que los hiere.

V. La pobreza no envilece: aunque esta frase sea cierta, al pobre se le envilece y consuela
con el dicho. Se trata de una de esas frases que podían haber tenido su valor y cuya
decadencia es evidente. Hoy tiene el mismo efecto que aquella otra frase brutal: el que no
trabaja, no come. Cuando había un trabajo que alimentaba a su marido, la esposa
reconocía que la pobreza no envilecía. Lo que verdaderamente envilece es el desgaste
donde millones han nacido, donde cientos de miles quedan atrapados. Mugre y miseria
crecen como muros levantados por una mano invisible. Cualquier individuo puede
soportar la miseria a solas, pero si su mujer lo observa siente vergüenza. El individuo es
capaz de soportarla mientras se encuentre solo, mientras pueda ocultarla. En estas
circunstancias nunca deberá pactar con la pobreza, menos aún cuando se cierne como
una sombra sobre su pueblo y su casa. Permanecerá despierto, consignará toda
humillación, y la hará suya hasta que el sufrimiento vaya abriendo no la calle estrecha de la
tristeza, sino el sendero ascendente de la revuelta. Sin embargo, en este sentido, no hay

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nada que esperar. Mientras cada destino terrible se discuta diariamente en los periódicos,
mientras se sigan presentando las causas y las consecuencias aparentes, nadie llegará a
conocer las oscuras fuerzas que han dominado su vida.

VI. El extranjero que se siente interesado


por conocer la vida alemana, el que ha
viajado algún tiempo por el país, ve en los
habitantes algo tan exótico como
popular. Un francés inteligente ha dicho:
“Es muy raro el caso de un alemán que
llegue a saber algo de sí mismo”. Y si lo
hace, no lo dirá nunca. En el caso de que
lo diga, no será capaz de darse a
entender. Esta distancia ha sido creada por la guerra.

Aunque no sólo por los actos criminales, reales o imaginarios, de los alemanes. Lo que ha
consumado el grotesco aislamiento de Alemania, lo que hace que otros europeos vean en
los alemanes cierta clase de salvajes, es incomprensible para el extranjero. Los que viven la
situación desde adentro tampoco entienden la fuerza inconsciente que subyace en la
miseria y la tontería de la vida diaria, lo que convierte a las personas en esclavos de la
comunidad. Nuestra vida se determina por las leyes del clan, como la de cualquier
primitivo. La ironía, el más europeo de todos nuestros bienes, que sirve al individuo para
oponerse a la vida de la comunidad, se nos ha perdido del todo en Alemania.

Espejismos en el huevo de la serpiente

VII. También se ha perdido la libertad de conversar. Si antes era lógico escuchar y atender
al otro en una conversación, ahora sólo se pregunta por el precio de sus zapatos y de su
paraguas. En toda conversación se imponen dos temas: lo caro de la vida y el dinero. En
este contexto, no se trata de las preocupaciones o el sufrimiento de las personas, sino de la
consideración de la totalidad. Es como si estuviéramos atrapados en un teatro, como si
debiéramos seguir el desarrollo de la obra y hacerla el objeto de todos nuestros
pensamientos, como si tuviéramos que repetir de memoria sus parlamentos.

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VIII. Quien es consciente de nuestro decantamiento, tendrá que justificar su permanencia,


su actividad y su participación en este caos. Hay demasiadas razones para explicar el
fracaso general, demasiadas excepciones justificadas para desempeñar esa profesión, vivir
en esa casa o en este momento. La ciega voluntad de salvar el propio prestigio se impone
en todas partes, a nadie le interesa aceptar la propia impotencia ni escapar a la
obnubilación social. Por eso estamos tan llenos de teorías en torno al sentido de la
existencia, de visiones del mundo que sirven sólo para justificar conflictos privados e
irrelevantes. Por esa misma razón nos llenamos de espejismos, imágenes de un futuro
cultural que a pesar de todo ha comenzado a florecer de pronto, de la noche a la mañana,
ya que cada uno se compromete con las ilusiones ópticas de su aislado punto de vista.

Desintegración de una primavera inconclusa

IX. Las personas que se han arraigado en este país perdieron hace tiempo el sentido y el
perfil de los otros. Todo individuo que sea libre les parecerá un disidente. Hay que imaginar
la cadena de montañas que forman los Alpes, imaginarlas no adelgazándose contra el cielo
sino contra un manto oscuro. Esas formas gigantescas difícilmente podrán perfilarse. De
igual modo, una pesada cortina ha caído sobre el cielo de Alemania. Somos incapaces de
ver el perfil de nuestros grandes hombres.

X. Nuestras cosas pierden su calor. Los objetos de uso diario nos rechazan de modo tímido
pero constante. En resumen, tenemos que luchar todos los días contra sus resistencias
secretas, hacer un esfuerzo increíble para someter a los objetos. A su frialdad tenemos que
oponer nuestro calor. Hay que tratarlos con sumo cuidado, evitar que su aguijón se nos
clave, no hay que desangrarnos con ellos. Por otra parte, nadie espera ayuda de los otros.
Cobradores, funcionarios, obreros y vendedores se sienten los representantes de una
materia anónima y rebelde, cuyo verdadero peligro se transparenta a través de su crudeza.
El país mismo conspira y consuma el decantamiento de las cosas, una lógica continuación
de nuestro desgaste. Se alimenta de los hombres y las cosas. La primavera alemana que
nunca acaba de florecer, es sólo una más de las señales de la naturaleza que se desintegra.

La naturaleza amarga

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XI. El medio ambiente ofrece una enorme resistencia contra cualquier actividad humana,
ya sea física o espiritual. La carencia de habitaciones y la reglamentación del tránsito, los
signos más elementales de la libertad europea, trabajan en un sentido para destruir
nuestro libre movimiento en las ciudades. Y si la coerción medieval nos encadenó a ciertas
asociaciones naturales, ahora nos sujeta en una semejanza antinatural. Esta limitación de
nuestro tránsito terminará por despertar un incontenible deseo de migración. Nunca,
como ahora, hubo tal desproporción entre la libertad de movimiento y la riqueza de
nuestros medios.

XII. Las ciudades, al igual que las cosas, han ido mezclándose de modo incontenible.
Grandes ciudades, cuya fuerza tranquiliza y ayuda a quien desea crear algo (encerrándolo
en una fortaleza y dándole la conciencia de las fuerzas elementales) acusan hoy el
desgarramiento causado por la invasión del campo. No ha sido el paisaje sino lo más
amargo que nos ofrece la naturaleza: el suelo propicio, las carreteras, el cielo nocturno, lo
que ha entrado invadiendo a la ciudad. La inseguridad de los grandes hacinamientos ha
puesto a las ciudades en una desesperante situación: trasladar la arquitectura citadina al
campo. n

Traducción de José María Pérez Gay

(Núm. 28, abril de 1980)

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Deutschland über allesI. Entre las frases AFILADAS POR JESÚS SILVA-HERZOG
comunes que denuncian diariamente el MÁRQUEZ Ya lo había dicho Hobbes:
miedo y la tontería de los alemanes, la la paz es un artificio precario: la guerra
de la catástrofe que se aproxima: así no es nuestra naturaleza. Las luces de la
podemos seguir, ocupa un lugar Thomas Piketty: “Alemania 1 abril, 2003
1 abril, 1980 nunca ha pagado” En «2003 Abril»
En «1980 Abril» 7 julio, 2015
En «Sólo en línea»

1980 Abril, 2013 Enero.

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