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ENSAD 2016-II / Técnica Actoral II / Prof.

Yasmin Loayza

1. LA GAVIOTA, Antón Chejov. Acto Cuarto.

NINA:  ¿Por qué dice usted que ha besado la tierra que yo he pisado? ¡A mí hay que matarme! ¡Estoy tan cansada!... ¡Descansar
…, descansar! Soy una gaviota… No, no es eso. Soy una actriz. ¡Claro que sí!  (Al oír la risa de Arkadina y Trigorin, escucha…) ¡Él ta
mbién está aquí! Si…, sí…,  no es nada…, si… Él no creía en el teatro, siempre se reía de mis sueños y, poco a poco yo 
también dejé de creer y cayó mi ánimo… Además, las preocupaciones del amor, los celos, el 
continuo miedo por la criatura… Me volví mezquina, insignificante, trabajaba sin ningún 
sentido… No sabía qué hacer con las manos, no sabía estar en el escenario, no dominaba mi 
voz. Usted no sabe lo que es ese estado, saber que se actúa horriblemente. Soy una gaviota. 
No, no es eso… ¿De qué hablaba?... Hablaba del teatro. Ahora soy distinta… Ya soy una 
verdadera actriz, trabajo con fervor, con pasión, experimento una embriaguez en el escenario, 
me siento hermosa. Y ahora, mientras vivo aquí, siempre ando y ando, y pienso, pienso y 
siento crecer cada día las fuerzas de mi alma. Ahora, Kostia, yo sé, comprendo que en nuestro 
oficio, tanto si trabajamos en el escenario como si escribimos, lo principal no es la gloria, ni el 
brillo, todo eso con lo que yo soñaba, sino el saber soportar… Sabe llevar tu cruz y cree… Yo 
creo y no siento ya tanto dolor, y cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida.

2. ELOISA ESTÁ DEBAJO DE UN ALMENDRO, Enrique Jardiel Poncela.  Prólogo.

MARIANA: No siempre, ¿sabes?; pero a ratos hay algo en él, en sus ojos, en su gesto, en sus 
palabras y en sus silencios, hay algo en él, ¿no lo has notado?, inexplicable, oscuro, tenebroso. 
Su actitud entonces conmigo, la manera de mirarme y de tratarme, las cosas que me dice y el 
modo de decírmelas, aunque no me hable de amor, todo ello no puede definirse, pero es 
terrible, y me atrae y me fascina. En estos momentos siento que hemos venido al mundo para 
unirnos y que ya hemos estado unidos antes de ahora.  Pero esto no significa que existe en mi 
algo anormal; ¿acaso soy yo la única muchacha a quién le fascina y le atrae lo misterioso y lo 
que no puede explicarse? Y, en otras ocasiones, que, por desgracia, son las más frecuentes, él 
reacciona, como alarmado y arrepentido de haber descubierto quizá el verdadero fondo de su  
alma: sus ojos miran como los de todo el mundo, sus gestos y sus palabras son los gestos y las 
palabras de cualquiera y sus silencios están vacios; se transforma en un hombre corriente; 
pierde todo encanto; bromea y ríe; se recubre de esa capa insulsa, hueca, irresistible que la 
gente llama simpatía personal… Y entonces siento que uno y otro no tenemos nada de común, 
y me molesta que me hable, y si me habla de amor me crispa, y no puedo soportar su 
presencia y estoy deseando perderle de vista, porque entonces me repele y me repugna, ¡y le  detesto!

3. LA POSADERA, Carlo Goldoni . Acto I, escena IX

MIRANDOLINA SOLA:   ¡Uy, pero qué es lo que ha dicho! ¿El señor marqués de la Tacañería se casaría 
conmigo? Pues si quisiera hacerlo, habría un pequeño problema: yo no querría. Me gustan las 
nueces, pero no el ruido. Si me hubiera casado con todos los que me han dicho que me 
querían, ¡anda que no tendría yo maridos! Todos los que llegan a la posada se enamoran de mí, todos me cortejan; y muchos ha
sta me piden que me case con ellos. ¿Y ese caballero, más 
rudo que un oso, me trata a baquetazos? Es el primer forastero que llega a mi posada y al que 
no le gusta tratar conmigo. No digo que todos, de repente, tengan que enamorarse, pero 
despreciarme así es algo que me subleva. ¿Es enemigo de las mujeres? ¿No las puede ni ver? 
¡Pobre loco! No habrá dado aún con la que sabe lo que hay hacer. Pero la encontrará. La 
encontrará. ¿Y quién sabe si no la ha encontrado ya? Ese es el  tipo de hombre con el que yo 
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me pico. Los que me persiguen me aburren enseguida. La nobleza no va conmigo. La riqueza la 
estimo y no la estimo. Lo que de verdad me gusta es ser cortejada, requebrada, adorada. Esa 
es mi debilidad, y esa es la debilidad de casi todas las mujeres. En casarme no pienso siquiera; 
vivo honradamente y disfruto de mi libertad. Trato con todos y no me enamoro de nadie. Lo 
que quiero es burlarme de todos esos esperpentos de amantes atormentados; y quiero 
valerme de todas mis mañas para vencer, abatir y turbar esos corazones bárbaros y duros que 
son enemigos nuestros, que somos la cosa mejor que en el mundo ha creado la hermosa  madre naturaleza.

4. El bello indiferente (Fragmento 1)

Un cuartucho de hotel, iluminado por los anuncios de la calle. Una cama. Gramófono. Teléfono. Cuarto de baño. Carteles en la
pared. Al levantarse el telón, la actriz sola en escena. Mira por la ventana y corre a la puerta para escuchar el ruido del
ascensor; después va a sentarse al lado del teléfono. Pone un disco en el gramófono. Lo para inmediatamente. Vuelve al
teléfono y marca un número.

MUJER.- Oiga…, oiga: ¿es usted, Luisa? Póngame con Monsieur Totor. Sí, búsquelo. Espero; gracias… ¡Qué ruido! Debe estar
lleno. ¿Totor? ¿Eres tú?... Sí, sí, soy yo… ¿Está Emilio? ¿No le has visto? ¿A qué hora? ¿Estaba solo?... ¡Ah! ¡Ah! Bien. ¿No sabes
dónde iba? ¿No te ha dicho nada? No, no estoy nerviosa… Tenía que decirle una cosa urgente y no logro dar con él. ¿Todo va
bien? Me alegro. ¿Yo? ¡Oh! Cuando termino mi actuación vengo directamente al hotel… Estoy cansada. Mejor…, mucho mejor.
¿El doctor? No, no…; me cuido mucho… Vengo al hotel y me acuesto enseguida. ¿Emilio? Es un ángel. Sí, muy bueno. Se porta
muy bien conmigo. Sí, vendrá pronto. No me deja sola ni un momento… Sí; probablemente, tendría algún asunto… Bueno, te
dejo. Un abrazo. ¿Qué hora es? ¿Las dos? ¡Ya! ¡Cómo pasa el tiempo! Hasta pronto… ¡Adiós Totor! ¡Buena suerte!

(Cuelga. Oye el ruido del ascensor y corre a la puerta. Suena el teléfono. Se precipita.)

Diga… ¡Ah! ¿Eres tú? ¿Tu hermano? ¡Claro que está aquí! Sí, sí; pero… está en el baño. Voy a avisarle. ¡Emilio! ¡Emilio! ¿Qué?
¿No puedes venir? ¡Muy bonito! Oye…, ya sabes lo grosero que es… No… Me dice que está desnudo y que no es el traje más
adecuado para acudir al teléfono. ¿Si estoy segura de que está aquí? ¡Estás loca! ¡Naturalmente que sí! No tengo la culpa de que
no quiera molestarse. (Gritando) Tu hermana dice que valdría la pena que vinieras… (Al teléfono) ¡Tiene un vocabulario
escogido! No. Dice que está metido en el agua y que quiere continuar en ella. Haré que te llame más tarde. Adiós . (Cuelga. Entre
dientes) ¡La muy zorra! (Se sienta. Ruido del ascensor. Se precipita a la puerta. Se oye cerrar otra puerta. Silencio. Se apoya
contra la puerta, desfallecida. Se dirige al reloj y adelanta la hora. A media voz)

¡Con lo fácil que es telefonear! ¡No hay más que descolgar un aparato!

5. El bello indiferente (Fragmento 1)

Un cuartucho de hotel, iluminado por los anuncios de la calle. Una cama. Gramófono. Teléfono. Cuarto de baño. Carteles en la
pared. Al levantarse el telón, la actriz sola en escena. Mira por la ventana y corre a la puerta para escuchar el ruido del
ascensor; después va a sentarse al lado del teléfono. Pone un disco en el gramófono. Lo para inmediatamente. Vuelve al
teléfono y marca un número.

(Mira al teléfono y, de pronto, se decide a ponerse el abrigo y salir. Ruido de llaves. Tira el abrigo, se precipita sobre el diván y
coge un libro. La puerta se abre. Entra EMILIO. Se trata de un magnífico ejemplar de gigoló. Durante la escena que sigue se
desnudará, entrando y saliendo del cuarto de baño. Silba)

Ha llamado tu hermana. Le dije que estabas en el baño. No valía la pena de que se enterara de que todavía no habías vuelto al
hotel y que Dios sabe dónde estarías. Se hubiera alegrado. Telefoneaba únicamente para enterarse. Me ha repetido mil veces:
“¿Estás segura de que está ahí?” ¡La muy…! ¿Dónde estuviste? Llamé a Totor. Te había visto, pero no sabía a dónde te habías
ido. ¡Las horas pasan tan rápidas! Yo estaba leyendo… Me parecía que acababa de volver del teatro. Cuando miré el reloj me di
cuenta de lo tarde que es… ¿Dónde estuviste? (Pausa) ¡Muy bien! Como siempre, te niegas a contestar. No, no contestes. No
seré yo la que insista. No soy de esas mujeres que no hacen más que interrogar e interrogar y que siguen a los hombres hasta
enterarse de lo que quieren saber. No temas.
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Te he preguntado que dónde estuviste. Otra vez te niegas a contestar. ¡La causa está clara! De ahora en adelante yo también
haré lo que me parezca. Mientras el señor se pasea, iré adonde me parezca. Y no te daré explicaciones. Así irá todo mucho
mejor. ¡Gracias! El señor hace lo que le da la gana y la señora debe quedarse en el hotel, encerrada bajo siete llaves…
¡Entendido! Antes no lo comprendía; ahora, sí. ¡Buenas noches, señoras y señores! Yo era lo bastante estúpida para matarme a
trabajar en esa maldita “boite”, llena de humo… y venir luego al hotel a esperar al señor…, como una niña obediente. Y el señor
no volvía. El señor está tranquilo. El señor sabe que la señora está en el hotel… durmiendo. Y el señor se divierte de un lado para
otro. ¡Ah, pero todo esto va a cambiar! Desde mañana, aceptaré las invitaciones de esos tipos que me envían flores y tarjetas y
saldré con ellos. ¡Champagne, baile y todo lo demás…! ¡Todo! El señor se dará cuenta de lo divertido que es esperar. ¡Esperar
siempre!

(EMILIO se ha puesto el pijama. Se acuesta en la cama. Enciende un cigarrillo y abre un periódico, que le tapa la cara)

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