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Escuela de Educación Técnica N° 2 - Anexo Superior

“Presbítero José María Colombo”

TP3 de LENGUA y LITERATURA para 5º1ª TME


Profesor: Martín Pucheta
Fecha de entrega: 10 de septiembre

INTRODUCCIÓN

Hola, estimados/das estudiantes. Este trabajo sobre un texto narrativo va en continuidad


pedagógica con lo trabajado en el trimestre anterior (TP1 y TP2), en el que vimos Tipos de cuentos
y tipos de narrador, también con el TP3, ya que es otro de los grandes cuentos de Horacio Quiroga
que trabajaremos en este trimestre y en el siguiente. Como dijimos, estos cuentos nos permitirán
repasar, aplicar y profundizar los contenidos previos, ya que este autor latinoamericano conjuga
en su obra distintos subgéneros y utiliza diferentes tipos de narrador. Esto pondrá en ejercicio, en-
tre otras, nuestras capacidades de retención, comparación, y todas las competencias que encierra
la lectura literaria, que siempre pone en juego nuestra inteligencia y nuestra imaginación, invitán-
donos a ser LECTORES ACTIVOS, creativos, que podamos resignificar los textos desde nuestra pro-
pia vida, desde nuestras propias expectativas, pudiendo hacer aportes personales sobre el sentido
y la construcción de los textos.
Y por supuesto que, además, lo trabajado en temas de ortografía (uso de los signos de pun -
tuación, de tildes y de las letras homofónicas correctas), que hace a la buena redacción, al bien de-
cir y a la legibilidad, siempre es revisado y evaluado, ya que dan cuenta de la elaboración, de los
procesos cognitivos y de una buena comunicación.

TRABAJO PRÁCTICO

“A LA DERIVA”, de Horacio Quiroga – Guía de lectura


0) Busca en el significado o sinónimos de yararacusú, dislocar, pantorrilla, hoya, olla, juramento,
fulgurante, lívido, azahar, azar, exhausto, efluvio, entenebrecer, somnolencia, borbollón, lúgubre,
fúnebre, basalto.
1) ¿Qué ideas o sentimientos te trasmite o te deja el cuento? ¿Qué te gusta del cuento?
2) Transcribe dos fragmentos naturalistas.
3) ¿Por qué puede decirse la expresión “belleza sombría” describe el estilo de Quiroga?
4) ¿A qué tipo y subtipo de cuento crees que pertenece “A la deriva”?
5) ¿Qué tipo de narrador, según el rol y según el conocimiento, es el del cuento?

Aquí está el cuento de Quiroga:

A LA DERIVA

El hombre pisó blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al


volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificulto -
samente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el
centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante con-
templó. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie.
Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre
sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida has-
ta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta,
seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos
violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada
y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de
garganta reseca. La sed lo devoraba.
—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido
gusto alguno.
—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.
—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos va -
sos, pero no sintió nada en la garganta.
—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangre -
noso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle.
La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando
pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en
la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en
la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmedia-
ciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí
sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez
—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la
ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hin -
chado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría ja-
más llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía
mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente
atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó ten-
dido de pecho.
—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del sue-
lo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su
canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, en-
cajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende
el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fon-
do el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresi-
vo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma co-
bra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violen -
to escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La
pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas
para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de
tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en
la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a
su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había co -
loreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su
frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacama-
yos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma
ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba
entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez
no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Es-
peranza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
—Un jueves...
Y cesó de respirar.

HORACIO QUIROGA
(del libro Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917)

IMPORTANTE:

CONDICIONES DE ENTREGA: Que en el encabezado del trabajo que se entrega figuren los datos de
la Escuela, el curso, la materia, el estudiante y el docente.

- Si es con fotos de las hojas de la carpeta, que la imagen sea clara, nítida.
- Si es en archivo Word o Pdf, utilizar letra Times, Arial, Calibri, o similar, tamaño 12.
Material complementario:
También puedes escuchar el cuento en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=J1PF_uFO-
fhE

Y recuerda que tenemos un blog: https://literaturaescuelatecnica.blogspot.com/ ahí puedes ac-


ceder a material audiovisual complementario correspondiente a cada TP.

Estimado/a estudiante:

Cualquier duda, estamos en contacto. Las consultas son bienvenidas. Me escriben al mail o por
Whatsapp:

martincitopucheta@gmail.com – whatsapp: 3446 317918

Saludos cordiales
Prof. Martín Pucheta

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