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de Federico Roca
Esta obra fue concebida para dos actrices (Alicia Dogliotti y Lucía García) y cuatro
actores (Fernando Amaral, Anselmo Hernández, Nino Guglielmone y Sebastián
Cardozo) en un trabajo estrecho con ese elenco y el director, (Fernando Rodríguez
Compare), a lo largo de todo un año. Una verdadera “dramaturgia en acción” que se
ha visto modificada en las distintas versiones que se han hecho de la obra dentro y fuera
del país. El texto a continuación reproduce la versión del estreno original, en febrero
del 2014 en el Teatro Circular de Montevideo, e incorpora algunas mínimas
modificaciones textuales provenientes de la versión dirigida por el autor en la ciudad de
Colonia del Sacramento, llevada adelante por el Elenco del Patrimonio de dicha ciudad.
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En el hall del teatro y en la propia sala se escucha música disco mientras el público va
entrando. Alrededor del escenario hay pantallas de TV. En el escenario hay seis
camarines diminutos. Suena la introducción de “Go west”. Entran todos los actores.
Canción y coreografía: SOY GAY (Con la música de “Go west”, de Village People)
Todos: Putazo, puto, maricón, marica, maraca, mariquita, trolo, torta, tortillera, viado,
muñeca quebrada, camarón, marimacho, cayuco, playo, queer, faggot, fairy, afeminado,
mampo, marisco, mandril, mariposa, mariposón, cuarenta y uno, joto, culero, loca,
invertido, del otro cuadro, camionera, machona, uranista, larailo, floripón, adelaidas,
soplanucas, chupapitos, muerdealmohadas, trava, cachapera, tragasable, desviado,
sodomita, pervertido, pederasta, palomo cojo, brisco, puño, puñalón, pirata, sarasa,
bujarra, canco, pájaro, bufarrrón, reina, chochona, juanga, manflora, seco, balín.
Actor 1: (Cortando los insultos) Es curioso si uno piensa que no hay manera despectiva
de referirse a los heterosexuales, ¿no?
Actriz 1: ¿Cómo que no? Mirá.
Todos ríen
Uno de los actores finge un estado de posesión demoníaca, repite sin parar “pene, pene,
quiero pene”. El Actor 3 le pone una mano en la cabeza.
Actor 3: ¡Eso digo yo! Para curar la homosexualidad, nada mejor que un buen
exorcismo.
Actor 4: Por último están las causas sociales: ateísmo y falta de restricciones religiosas;
las instituciones unisexuales como conventos, internados escolares, cárceles; modas
extranjeras y malos ejemplos, especialmente Oscar Wilde y todo lo que escribió.
Actor 3: ¿Leer a Oscar Wilde provoca homosexualidad? (Preocupado) Pah… me
acaban
de invitar a actuar en una obra de él…
Actor 4: ¡Me muero! ¿Cuál?
Actor 3: “El abanico de Lady Windermere”.
Actor 4: ¡Me encanta! ¿y ya la leíste?
Actor 3: Y sí… Ya me la sé de memoria…
Actor 4: Fa… cagaste…
Todos: ¡Puto!
Todos ríen.
En las pantallas se lee “El caso sueco”. Suena “Mamma mia”, de ABBA. Todos bailan
y acomodan el escenario para la siguiente escena. Entran dos bancos altos con un
teléfono en cada uno, ponen uno en cada extremo del escenario. Dos de los actores se
calzan pelucas rubias y se dirigen cada uno a un teléfono. Son Larsson y Eriksson.
Eriksson lleva una corbata roja. Larsson marca un número en el teléfono.
Todos se mueven por el escenario repitiendo en voz baja los nombres de las mujeres
trans asesinadas: CASSANDRA, ÁNGELA, JACQUELINE, GABRIELA, PAMELA,
KIARA
Actriz 2: (Al público) Seis mujeres.
Todos: Seis.
Todos: ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién sos? ¿Cómo te llamás?
¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Vos, qué sos?
La Madre: Todavía vivíamos en el interior, era 1990, él tenía dieciséis años y fue así:
estábamos los dos limpiando la heladera. Bueno, yo limpiaba, él me sostenía la jane. De
repente se me ocurre contarle que con el padre estábamos pensando en hacer una
habitación arriba del garaje… “¿Una habitación arriba del garaje?”, preguntó él. Y yo le
dije que sí, que ya estaban todos grandes, y que cuando él y su hermano se casaran y
vinieran a visitarnos… Y yo me tendría que haber dado cuenta en ese momento, porque
puso una cara… Pero no me di cuenta y seguí hablando de esposas y nietos y todo eso…
Hasta que él me dijo “Me parece bien. Si eventualmente…”. Usó la palabra
“eventualmente”, me acuerdo clarito porque en ese momento pensé “Qué bien qué
habla, Dios querido”, pero, en fin, me dijo “Si eventualmente en Uruguay se aprobara
una ley de matrimonio homosexual y se permitiera a los homosexuales adoptar, sin duda
vendré con mi marido y mis hijos a quedarme en la habitación nueva”. Eso dijo, tan
pancho. Me pareció que había entendido mal, así que le pregunté: “¿qué dijiste?”. “Lo
que oíste, mamá”. Yo lo miré… Me puse muy nerviosa. Es más: le saqué la jane de las
manos y la guardé en la heladera, de tan nerviosa que me puse. Y él se rio, claro, pero
no de burla, de nervios, aunque de eso me di cuenta años después, repasando los hechos.
Yo me levanté, hecha una furia, fui para el cuarto, armé un bolso y, literalmente, me
escapé a Montevideo. Me vine. Así nomás. Por supuesto, antes de irme fui hasta el
trabajo de mi marido y le espeté que su hijo del medio era homosexual. Dije”
homosexual”, no dije “puto”, ni “maricón”, ni nada de eso. Dije “homosexual”. Me
tomé el ómnibus y me vine a Montevideo. En las dos horas y media que dura el viaje, en
lo único en que podía pensar era en que ya no éramos la familia perfecta y en cómo era
posible que una cosa así me pasara a mí. Justo a mí. Estaba furiosa. Familia perfecta…
No pensé en que mi hijo mayor hacía meses que no me hablaba, ya ni me acuerdo por
qué, ni que yo misma no me hablaba con dos de mis hermanos. No, en ese momento no
pensé en eso, como si todo eso fueran males pasajeros, no sé… No: pensaba en que me
iba a quedar sin nietos, que mi hijo del medio era un perfecto desconocido y que todo
me parecía muy injusto. Pensaba en eso, en lo injusto que era todo. Familia perfecta, ¡ja!
Encima, cuando días después se me pasó la furia y volví a casa, me encontré con que mi
marido había hablado con mi hijo, claro que sí, pero sólo para preguntarle por qué
siempre era el último en enterarse de todo. Yo no lo podía creer. No lo podía creer.
Tanto no lo pude creer, que puse a la familia en pie de guerra. Me vivía peleando con mi
hija menor, que era una adolescente que defendía a todo el mundo menos a mí y a la que
le parecía perfecto que su hermano fuera lo que quisiera. Por Dios. Una locura. En fin,
nos torturamos unos a otros durante un año entero, acusaciones cruzadas, peleas de todo
tipo, consultas con psicólogos… Un espanto, la verdad. Y después él se fue a estudiar a
Montevideo. Yo no podía dormir de noche pensando en qué estaría haciendo. Llamaba a
sus amigos y amigas para preguntarles qué hacía mi hijo, llamaba a sus primos… Estaba
loca. Esa es la verdad. Lo llamaba a él y le decía cosas como por ejemplo “yo sé que me
vas a dar los nietos más preciosos”. Me parecía que estaba enfermo y que se le iba a
pasar. Que se le tenía que pasar. Eso me parecía… Hace por lo menos tres años que no
lo veo…
El Hijo: Por algo dicen que todo empieza en casa. A mí toda la vida me dijeron maricón.
En la escuela me decían maricón, en el liceo me decían maricón... Desde los seis años
me dijeron maricón. No me queda claro, ni siquiera hoy, si realmente era tan maricón
como todos decían. Lo único seguro era que me interesaban otras cosas, eso sí. Yo
estudiaba el piano, los demás niños no. Yo no jugaba al fútbol, los demás sí. Esas cosas.
Tengo algunos amigos gays que me dicen que ellos siempre supieron que eran gays. Yo
no sé si lo sabía, pero ahí estaban todos, diciéndome maricón, como si ellos supieran
algo que yo no. Pero me resisto a echarle la culpa al piano o al fútbol, como si esas
cosas definieran algo. La cosa es que me decían maricón y después, en algún momento,
me empezaron a pegar. Así que un día llegué a casa llorando y con el brazo dolorido,
después se vio que estaba quebrado, y entonces no tuve más remedio que contar lo que
había pasado. Y me mandaron al psicólogo. Esa fue una gran confusión para mí. La
sigue siendo. Yo más bien quería que mi padre se apostara a la salida del liceo y cagara
a palos al que me había empujado. Y me empujó con tal mala suerte que di el brazo
contra el borde mismo del cordón de la vereda. Un mes y medio sin piano. En fin…
Nadie fue a la puerta del liceo a esperar a nadie, pero me mandaron al psicólogo, como
si el problema estuviera en mí y no en esa manga de imbéciles a los que les parecía
divertido meterse con alguien que no se sabía defender. Yo tenía quince años. Al
principio iba obligado. Furioso. No entendía nada. No entendía por qué me mandaban al
psicólogo a mí, cuando yo no había hecho nada malo. Así que me sentaba en el
consultorio y no abría la boca. Hasta que un día hablé, y ya no pude parar. Hablé, hablé,
hablé. Hablé por todo lo que no había hablado en nueve años de agresiones y por todo lo
que no había podido hablar en mi casa en esos años. Un año después cuando el
psicólogo me preguntó “pero… ¿te parece que sos homosexual?”, yo le dije que sí. Y lo
siguiente fue darme cuenta de que, al menos para mí, no había felicidad posible si tenía
que vivir a escondidas de mi familia y que ya estaba harto de esa manía de mi familia de
no hablar. Algo tenía que cambiar cuanto antes. Un día estaba ayudando a mi madre a
limpiar la heladera y se me escapó. O sea, mi inconsciente sabía perfectamente qué
estaba haciendo. Mi madre dijo no sé qué de una habitación arriba del garaje y de
repente ahí estaba yo diciéndole, sin querer. Así, de repente allí estaba esa verdad que
todos siempre supieron pero yo no. Ella se quedó helada, me miró y yo me sonreí, pero
porque tenía sentimientos encontrados: alivio y miedo al mismo tiempo. Y después todo
fue un caos. De pronto todos tenían algo para reprocharme. Otra vez el problema estaba
en mí. Mi madre huyó a Montevideo. Mi padre, que cuando lo de mi brazo quebrado no
me había dicho nada, pero nada de nada, vino a preguntarme por qué no se lo había
dicho a él primero. Mi hermano mayor me agarró del cuello y me dijo que no me hiciera
“la loca”, y mi hermana chica quedó ahí, sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Pero
nadie vino a preguntarme cómo estaba yo, que pensaba, qué sentía. Nadie. ¿No es
curioso? Y no te voy a contar las persecuciones a las que me sometió mi madre porque
sería muy largo y muy doloroso. Un embole. Pero no te creas que yo pude decir algo,
opinar, plantear mis propias dudas de chiquilín de dieciséis años y del interior. No. A mí,
en todo ese proceso, nadie me preguntó nada. Cuando unos años después mi padre largó
a mi madre y ella casi me dijo que la culpa había sido mía, yo bajé la cortina. Eran
demasiados abandonos para una sola persona. Hace años que no los veo.
Todos: ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién sos? ¿Cómo te llamás?
¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Quién sos?
Todos: ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién sos? ¿Cómo te llamás?
¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Quién sos?
Los demás: ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién sos? ¿Cómo te
llamás? ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Quién sos?
Las sillas forman un semicírculo. Hay cuatro pacientes esperando: Abelardo, que se ve
ansioso y es muy reactivo a todo lo que pasa; Alfredo, que duerme en su silla y no se
entera de nada; Rodolfo, con mal humor y muy mala onda permanentemente, y Octavio,
que tiene una compulsión sexual y está todo el tiempo con las manos en la entrepierna
al punto de que la Psicóloga debe decirle a cada rato que saque la mano de ahí.
Entra la Psicóloga con Irina.
Psicóloga: Quiero que recibamos a la compañera nueva, Irina, que se suma hoy a
nuestro grupo de terapia.
Todos: Hola, Irina, bienvenida (etc, etc.).
Irina: Hola…
Abelardo: (Parándose de golpe y tendiendo la mano a Irina) ¡Abelardo Pita, encantado!
Irina: (Asustada) Encantada…
Rodolfo: (Molesto) Nadie avisó que venía gente nueva…
Octavio: (Libidinoso) Hola, Irina…
Psicóloga: Octavio, la mano. Sentate, Irina. Me gustaría que le contaras a todos qué te
decidió a sumarte a nuestro grupo de terapia…
Irina: Bueno… me da un poco de vergüenza porque yo nunca hice nada de esto… Digo,
he participado algunas veces en encuentros de crecimiento personal, de desarrollo
espiritual, pero nunca, nunca de un grupo de terapia. Tampoco hice terapia sola nunca,
pero pensé que… no sé, que me iba a resultar más fácil si estaba acompañada…
Psicóloga: ¿Alguien quiere compartir con Irina su experiencia en el grupo? (Nadie dice
nada) ¿No? ¿Nadie? No te preocupes, Irina, están un poco tímidos. Pasa siempre que se
suma alguien nuevo. Nos decías…
Alfredo: (Despertándose, medio dormido) ¡Bienvenida, Irina! (Vuelve a dormirse)
Psicóloga: ¡Muy bien, Alfredo! ¡Qué espontáneo! (A Irina) Nos decías…
Irina: No es mucho más…
Psicóloga: ¿Por qué venís? Quizás sea bueno empezar por eso.
Irina: Ah, sí… bueno… yo… me siento muy sola.
Psicóloga: ¿Sola? ¿Sola en la vida? ¿Sola de tu familia? ¿Sola de amor?
Rodolfo: Conseguite un gato, Irina. Un gato es buena compañía…
Irina: Ya tengo un gato.
Rodolfo: ¿Cómo se llama?
Irina: Se llama Aníbal.
Rodolfo: ¿Aníbal?
Octavio: Aníbal…
Irina: Sí, yo sé que no es nombre de gato, pero…
Psicóloga: ¡Octavio! (A Irina) ¿Por qué no es nombre de gato?
Irina: Bueno, los gatos tienen otros nombres… Pompón, Michimichi…
Octavio: Michimichi…
Abelardo: (Interrumpiendo) Mi gato se llama Augusto José Pedro Tercero.
Irina: ¿Augusto José…? ¿No es un poco largo? ¿Cómo lo llamás? (Como llamando a un
gato) ¡Augustojosepé! ¡Augustojosepé!
Abelardo: No, lo llamo así: ¡Augusto José Pedro Tercero! ¡Augusto José Perdo Tercero!
Psicóloga: Bueno, bueno, ya hablaremos de los nombres de los gatos. Contanos mejor
qué te trae por acá.
Irina: Bueno… Vengo porque me siento muy sola y no logro formar pareja. Eso me
pasa. Yo quiero tener pareja, pero no puedo. Salgo con hombres, pero no logro… no
sé… no logro… formalizar…
Psicóloga: ¿Decís que te da miedo la idea?
Irina: No, no me da miedo la idea, pero no logro… no sé qué me pasa…
Octavio: ¿Y siempre te pasó eso? ¿Has tenido novio?
Irina: Bueno… yo estuve enamorada mucho tiempo de un hombre…
Psicóloga: ¿Era tu novio?
Irina: No, no llegó a serlo… Yo gustaba de él desde primero de escuela. A ver… Yo fui
al mismo colegio toda la vida, desde la guardería. Y en primero de escuela llegó él… y
ta, me enamoré…
Psicóloga: Él tiene que poder solo. Nos decías, ¿en primero de escuela?
Irina: Es que él era muy lindo. Rubio, de pelito lacio, así… a lo príncipe… Después en
el liceo se lo empezó a cortar y tenía el pelito corto… Divino era. Era brillante, brillante.
Tenía cada ocurrencia… Se sacaba las mejores notas, siempre era el mejor de la clase…
Siempre hacía fiestas de disfraces para su cumpleaños… Muy divertido… Él tenía una
fijación con Batman… pero se disfrazaba de Robin. En todos los cumpleaños se
disfrazaba de Robin...
Abelardo: ¡Me encanta Robin!
Irina: Una vez le pregunté por qué no se disfrazaba de Batman, pero me dijo que…
Abelardo e Irina: “Batman hay uno solo”. (Se ríen)
Alfredo: (Como llamando a un gato) Shhh, shhh, shhh, gatito, gatito…
Psicóloga: ¡Qué maravilla, Alfredo! Claro que sí: así se llama a los gatos, ¡muy bien!
Estás cada vez mejor. (A Irina) ¿Entonces?
Irina: Entonces en uno de los cumpleaños yo fui disfrazada de Batichica, a ver si así…
Octavio: Batichica…
Psicóloga: Octavio…
Irina: A él le encantó mi disfraz, eso sí… Estaba fascinado… Me tocaba el brazo, me
agarraba la capa y yo daba vueltitas para que me viera de todos los ángulos. Chocha
estaba… Él me adoraba, esa es la verdad…
Psicóloga: ¿Entonces?
Irina: Bueno… hicimos toda la escuela juntos, todo el liceo y cuando hubo que elegir el
bachillerato, él eligió Humanístico y yo… elegí Humanístico…
Psicóloga: ¿Y eso era lo que querías hacer?
Irina: No. Yo quería ser médico, pero… el amor…
Octavio: ¿Y qué sos ahora?
Irina: Escribana… No me gusta mucho, pero al menos es una profesión…
Abelardo: ¿Estudiaste algo que no te gustaba para poder estar con él?
Irina: Sí… seré boba, ¿no?
Rodolfo: (A la psicóloga) Anote que es una boba.
Alfredo: (Cantando la canción de Batman) Na na na na na na na na na na…
Todos los demás: (Cantando) ¡Batmaaaan!
Psicóloga: ¡Me conmueve tu progreso, Alfredo! ¡Muy bien! ¡Muy bien!
Irina: La cosa es que mi amiga Andrea me dijo un día que me dejara de pavadas. Que
yo le tenía que decir lo que sentía… pero no me animaba… Él tenía novias y todo. No le
duraban nada, pero tenía novias y yo me moría de celos, y ¡él me hacía gancho con otros
compañeros! Hasta que cuando terminamos sexto año nos fuimos de campamento todos
los sextos del colegio a Punta Espinillo. Tipo viaje de despedida… Y yo me dije: “ahora
sí, ahora voy y le digo, no me importa nada, voy y le digo”. Mi amiga Andrea me había
dicho que era mentira que las mujeres teníamos que dejar que los hombres tomaran la
iniciativa… ella siempre fue muy feminista… Así que decidí que le tenía que decir. Y la
segunda noche de campamento, que estábamos haciendo fogones y guitarreadas, ahí me
decidí, junté fuerza y… miro para todos lados y él no estaba. Me dije: “debe estar en la
cabaña”, así que fui hasta ahí. Y estaba en la cabaña, nomás.
Octavio: ¿Y le dijiste?
Irina: No pude.
Octavio: ¿Por qué?
Irina: (Al borde del ataque) ¡Porque estaba apretando con uno del sexto de ingeniería!
Abelardo: (Escandalizado) ¿Estaba apretando con un hombre?
Irina: Apretando se queda corto. La verdad, muy corto. Yo nunca vi cine porno, pero
calculo que debe ser parecido a lo que vi. Ellos estaban tan concentrados en… en… la
tarea, que no me vieron. Piernas, gemidos, brazos, lenguas… Un entrevero de cuerpos
sudados que…
Abelardo saca una cajita de jugo con sorbito, claramente empezado, del bolso y se lo
ofrece a Irina.
Irina, con evidente asco y llorosa lo acepta igual y toma un poco. Le devuelve el jugo a
Abelardo.
Irina: Andrea, por supuesto, se preocupó mucho, me abrazó y me dijo que por qué mejor
no nos íbamos a la cabaña…
Todos: (Horrorizados) ¡No!
Alfredo: (Parándose de golpe) ¡Octavio!
Psicóloga: Ya se fue, Alfredo. Pero muy bien igual.
Irina: Logré que fuéramos para el otro lado. Claro, hubiera sido un escándalo, una cosa
horrible. Además el de ingeniería era del equipo de basquetbol. Un papelón… Y, bueno,
desde entonces, conozco a hombres, pero como que… no puedo… Yo pensé que capaz
que era una etapa, que se le pasaría, yo qué sé, pero después, en un encuentro de ex
alumnos, él fue con su pareja hombre. (Como al borde de un ataque de algo) ¡Hombre!
Abelardo: ¿El del sexto de ingeniería?
Irina: No, el del sexto de ingeniería se casó con otra compañera y tienen cinco hijos, una
familia preciosa…
Psicóloga: ¿Pero cuánto hace de eso de la cabaña?
Irina: No sé, ¿cuántos años serán? A ver… ¡Quince años, ocho meses y cuatro días! (Se
empieza a descompensar) Me hice escribana, me compré el gato, le puse Aníbal… (Al
borde de la paranoia) Y hace unas semanas me invitaron a una despedida de soltera y
fui, y hubo karaoke, strippers… Fue muy divertido… Y después vino un transformista
de estos que hacen chistes verdes y guarangadas y… (Se rasca con nerviosismo) Muy
producido el transformista, con unas pestañas por acá y mucho maquillaje y unas tetas…
pero… ¡era él! (Llora) ¡Era él!
Psicóloga: ¿Era él?
Irina: ¡Era él!
Psicóloga: Ay, qué contrariedad…
Irina: Yo me quería matar. ¿Y no va y me reconoce? ¿Podés creer? Hacía años que no
me veía y le dio una alegría enorme, ¡qué alegría le dio! Tanta alegría que me hizo
participar de todas las prendas: ponerle la poronga al burro, el preservativo a la banana y
chupar la berenjena, ¡la reputísima madre que lo recontra mil parió! (Llora) Ahí estaba,
el hombre de mi vida que no sólo… (Duda, junta fuerza y lo dice) no sólo es ¡gay!, sino
que además, ahora vive de hacer showcitos disfrazado de mujer… ¡Qué humillación,
Dios mío! ¡Qué humillación!
Psicóloga: ¿Y qué hiciste?
Irina: En ese momento, nada, ¿qué iba a hacer? ¡Me tomé un ron con coca! Pedí un
Uber y me fui a casa… Al día siguiente agarré a Aníbal, lo llevé a la veterinaria y lo
hice castrar. Ni sé por qué lo hice, o sí sé, pero fui y lo hice… (Llorosa) Pobre Aníbal…
Psicóloga: Ajá… Y el muchacho éste, ¿cómo se llamaba?
Los demás: (Como si fuera la cosa más obvia del planeta) ¡Aníbal!
Suena un forró, todos bailan y sacan las sillas. Entra Juan vestido de futbolista con el
equipo del Melo Wanderers, todos bailan a su alrededor y lo manosean. Juan se ve
incómodo.
Juan: (Con marcado acento de frontera) Yo lo conocía desde que éramos chicos. Sólo
que cuando éramos chicos se llamaba Jorge Mario, lo de llamarse Melanie fue de más
grande, de hace unos años. Pero cuando éramos chicos, él era medio raro, sí. Me
acuerdo una vez que estábamos en la casa, ya no me acuerdo por qué estaba en la casa,
pero unos días antes había sido el cumpleaños de una compañera de la escuela, Catalina,
y habían pasado una película de Disney, “La Bella Durmiente”, y después, el día ese que
estábamos en la casa de él, va y dice “vamos a jugar a la Bella Durmiente”. Y yo le
pregunté cómo íbamos a jugar a eso, y él me dijo “yo puedo ser la princesa Aurora y vos
el príncipe Felipe”. Y sacó la sábana de la cama y se la puso encima, así, ¿viste? Como
si fuera un vestido. Se ve que ya le gustaba lo de los vestidos. Pero yo inventé que me
tenía que ir y me volví para mi casa, porque los niños no se visten de princesa y me
molestó mucho eso. Yo quería jugar al fútbol. Pero él no se ofendió ni nada, pero
después ya no éramos amigos de ir a la casa ni nada de eso. Igual, años después, en el
liceo, él se me acercaba a pedirme cigarros, y yo le daba, porque habíamos sido amigos
y éramos vecinos, pero por suerte ya no éramos compañeros de clase, porque más o
menos ahí empezó a transformarse… Yo lo saludaba igual, ¿eh? Siempre lo saludaba, y
cuando me pedía cigarros, yo, si tenía, le daba, si no, no le daba… Y después entré al
Melo Wanderers… y ya lo veía menos, y un día salgo de casa para el almacén y no va y
viene él, todo vestido de mujer… Y va y me dice “Me enteré que el Melo Wanderers
salió campeón” y yo lo quedo mirando así y le digo “Partidazo…”, pero yo no podía
hablar de la impresión… “¿Me vas a dar un cigarro?”… Yo le dije “Vos andás metido
en cosas raras, Jorge Mario”, porque yo sabía que él andaba, porque en el club
comentaban… Y él me dice “Melanie”, “¿Qué?”, le pregunté. “Jorge Mario no existe
más, ahora soy Melanie”. “Vestite de lo que sos, Jorge Mario. De hombre. Vestite de
hombre”, le dije, “Yo, así, no te puedo dar más cigarros. Van a pensar que vos y yo…”,
y ahí me miró con cara de… no fue nada de enojo ni rabia, no, me miró con cara triste,
así… Y yo me di media vuelta… (Reflexionando) Melanie… Melanie… No, loco, vos
sos Jorge Mario, ¿entendés? Jorge Mario… Y después lo encontraron muerto, tirado ahí,
en el campito… a Jorge Mario… Ahora andan haciendo manifestaciones para que haya
justicia y está bien eso, no hay que matar a nadie, pero yo, a la Melanie esa, nunca la
conocí.
Los demás: ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién sos? ¿Cómo te
llamás? ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Quién sos?
Se dirige a la salida, se encuentra con Noemí, que entra y lo abraza. Sale el Padre.
Noemí: Serían las 9 y media. Yo estaba sola y sentí que llamaban, que golpeaban las
manos (Golpea las manos) y cuando salí a ver quién era, era Osorio. Y traía una cara,
pobre, los ojos redondos, así, para afuera… Yo no entendía nada porque él no decía
nada, hasta que dijo: “Venga, Noemí, me parece que hay un muerto” “¿Dónde?”, le
pregunté yo. Y él señaló hacia el pozo. El pozo está a dos cuadras, más o menos. Osorio
saca agua de ahí para el caballo, Martínez. El caballo se llama Martínez. Esas cosas de
Osorio, les pone apellidos a los animales, no sé por qué…Yo había salido con el
repasador, porque venía de la cocina y justo me estaba secando las manos y dudé… Una
nunca sabe qué hacer en esos momentos… Pero Osorio me dijo de nuevo “Venga
Noemí”, y yo fui, con el repasador. Caminamos sin decir nada. Yo quería preguntarle,
pero él estaba tan… tan… así, con los ojos para afuera… no le quise preguntar…
Llegamos al pozo… Nos hincamos los dos, “Mire”. Había una bolsa de plastillera
flotando en el agua, pero se veía que adentro de la bolsa había algo… Y había olor…
había hecho calor esos días… Martínez miraba desde lejos, también con cara de susto…
“Es una bolsa”, le dije, porque eso era lo que se veía, aunque se veía que había algo
más, pero una no quiere creer algunas cosas… y ahí Osorio agarró un palo largo con un
ganchito que él tiene ahí para bajar el balde y lo bajó y enganchó la bolsa y la levantó, y
cuando la movió, lo primero que vimos fue la mano, así, para arriba, y yo me di cuenta
de que era la mano de ella, porque reconocí un anillo muy grande que usaba, pero no dije
nada, porque no podía creer. Osorio levantó la bolsa, y abajo apareció ella, como si
estuviera parada en el fondo del pozo, cubierta de agua, la mano para arriba, la cara toda
lastimada, justo abajo de la superficie del agua que estaba como babosa… ¡y las
moscas! Era ella, mirando hacia arriba, con la mano como pidiendo ayuda, la cara
desfigurada por los golpes… me caí para atrás, quedé sentada allí… Y Osorio también,
sentado al lado mío… No podíamos hablar, y cuando él pudo hablar fue para preguntar
cada cosa… que si tenía saldo en el celular, pero yo no lo había traído; que por qué
había traído el repasador, y ahí me di cuenta de que todavía tenía el repasador en la
mano… me preguntó si estaba muerta… no sé… me preguntaba cosas… Nos quedamos
ahí… Yo me quedé… Osorio se fue y volvió con la policía. Para cuando volvió Osorio,
yo ya le había dado toda la vuelta a la tristeza, el horror, al asco y a todo y no sé bien
por qué lo hice, pero cuando apareció el comisario yo me le fui encima, como una loca,
casi lo estrangulo, “¡Milico sorete! ¡Milico sorete! ¡Vos la dejaste morir!”. Martínez
seguía mirando, desde lejos, como si supiera…
Sale.
Los demás: (Mientras salen) ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién
sos? ¿Cómo te llamás? ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Quién sos?
Escena 1: Una mujer, un poco en penumbras o de espaldas, con los ojos tapados o la
cara distorsionada digitalmente para proteger su identidad, habla a un micrófono.
Viviana: Mi nombre es Viviana y tengo 27 años. Soy hija de padres separados y eso
siempre me trajo mucha angustia, traumas y complejos. A los 20 años, conocí una falsa
felicidad en la vida nocturna, donde encontré amigas, borracheras, y todo eso que está
mal. Con el paso del tiempo, ya cometía todo tipo de pecados y no tenía más control de
mí misma. Cuando cumplí 22 años conocí a Marlene. Fue con ella que caí en las garras
del… lesbianismo. Si... me convertí en… lesbiana y eso me fue destruyendo de a poco
sin que me diera cuenta. Hasta que un día, mientras hacía mis compras en un
supermercado, un sonido celestial vino a mi rescate.
Escena 2: Se ve a feligreses de una iglesia caminando hacia algún lugar, con caras
serias. Mientras el locutor habla, comienza la introducción de la canción. Cuando el
canto comienza, los feligreses bailan una coreografía mecánica y sin vida.
LOCUTOR (En off) : ¿Está cansado de vivir? ¿Su vida ha perdido el rumbo? ¿No sabe
cómo vincularse con alguien del otro sexo? ¿Tiene dudas sobre su sexualidad?
¡Pues desde ahora puede decirle adiós a todos sus problemas! ¡La música del Divino ha
llegado a rescatarlo! ¡Nunca más dudas, solo certezas en su vida! ¡La orquesta de COCO
DE LOS ÁNGELES y su SONORA CELESTIAL le presenta sus más grandes éxitos,
para ayudarlo a salvar su alma y su cuerpo con temas como: ¡Ay, milagroso!
Escena 3: Los feligreses, siempre con cara seria, bailan y hacen farándula.
M’ hijo Robertito
A Madonna oía
Yo desesperaba
De noche y de día.
Llegué a esta Iglesia
A rezar un cacho
Pa’ que Robertito
Se me vuelva macho.
¡Qué milagrón, mama, que milagrón
el que el otro día a mí me ocurrió!
¡El milagrón, mama, el milagrón
La voz del Divino me lo concedió!
Locutor (en off): ¡No lo dude más! ¡Su salvación definitiva está a solo una llamada
telefónica de distancia! ¡Llame al 5555-6666, y reciba en su domicilio el CD con los
grandes éxitos de Coco de los Ángeles y su Sonora Celestial!! ¡Después no diga que no
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Todos (en off) : ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te llamas? ¿Quién sos? ¿Cómo te
llamás? ¿Qué haces? ¿Qué te gusta? ¿Quién sos? (En OFF)
Entra Sonia. En las manos trae un saquito o sweater de tejido fino doblado.
Sonia: Ella era vecina mía. Vecina del almacén, quiero decir. Venía todos los días y
siempre compraba un litro de leche descremada. Era muy coqueta. Las primeras veces
sólo nos saludábamos. “Buenos días”, “Buenos días”, pero no hablábamos más que eso.
Me acuerdo perfectamente la primera vez que entró porque yo nunca había visto a
alguien como ella de cerca. Fue una sorpresa. Era evidente lo que era, pero al mismo
tiempo era muy femenina. Y siempre estaba arreglada, ¿entiende? Era como… no sé
cómo decirlo, pero al lado de ella, yo era un desastre, por más que a ella se le notara…
no sé… la mandíbula fuerte, la nuez de Adán… En fin… Era muy femenina…
Y lo que ocurrió fue que, claro, ese contacto diario, ¿vio? Empezamos con los buenos
días, después fue el clima y después empezamos a hablar de cosas. ¿Qué cosas? Nada en
especial, cosas. Pero yo esperaba que viniera, todos los días, porque esos 10 minutos
que ella estaba en el almacén, eran la mejor aventura que he tenido jamás. Claro, con el
almacén, los gurises… no salgo mucho… Entonces ella venía y yo me sentía como una
de estas presentadoras de televisión… Suena egoísta, pero no se trata de eso, se trata de
que cuando ella venía, yo me sentía diferente. Mi marido, Julio, me pedía que no le
diera entrada, porque, según él, con esa gente nunca se sabe, pero Julio es bueno, así
que, a pesar de todo, charlábamos, y después, incluso, yo la esperaba con el mate y si la
mañana estaba tranquila, salíamos al frente a charlar al sol. Si estaba Julio no, porque yo
me ponía un poco nerviosa porque a él le molestaba, pero cuando Julio no estaba, era
genial. Y después pasó lo de la rapiña. Estábamos las dos hablando de algo de la tele y
entró un tipo encapuchado. Nos pegamos un susto bárbaro. El tipo estaba armado, así
que ella se quedó contra el mostrador, quietita, los ojos muy abiertos, agarrada al
mostrador como para no caerse, y el tipo va y dice “dame toda la plata”, y yo abrí la caja
para sacar la plata y de repente ella le dice “Vos sos el William”. Y el tipo que le dice
“Callate, puto”. Y ella “Vos sos el William”, y ahí nomás ella se le va encima, como
para sacarle el pasamontaña y forcejearon, y ella meta decirle “Sos el William, sos el
William”. Y entonces él la empujó contra el mostrador y se fue corriendo, sin llevarse
nada. Ella se cayó al piso y yo di la vuelta para ayudarla y me muestra “mirá, qué
desastre”. Yo pensando que se había lastimado, pero no, se le había partido una uña. Y
yo no sé si sería el susto, la sorpresa, lo ridículo de la situación, pero nos empezamos a
reír y reír, y ta, nos hicimos amigas. “Te garanto que ese, no te jode más”, me dijo, “Que
lo reconozca una trava no es algo que quiera ningún malandro”. Yo no sé, pero por las
dudas, después de eso pusimos las rejas. Julio no dijo nada pero, días después, cuando
ella vino a buscar su litro de leche, Julio le metió en la bolsa, además de la leche, una
bolsa de pan, huevos, yogur descremado, fideos... esas cosas. Y ella va y le dice “Pero,
no, Julio, yo sólo quería la leche”, y Julio, yo no podía creer, le agarró la mano y le dijo
“y eso es lo que hay en la bolsa: sólo la leche”. Se les pusieron los ojos así de lágrimas a
los dos. En fin… Uno agradece como puede, ¿verdad? Le abrí cuenta en el almacén. Y
ella siempre pagaba. (Se ríe levemente, como si la viera) ¡Era tan coqueta! Yo siempre
le admiraba el labial, que era uno muy rojo, rojo, rojo. Me encantaba. Un día le conté
que esa noche era el cumpleaños de mi cuñada, así que ese día cerrábamos un poco
antes. Ella me quedó mirando y se fue, pero al rato volvió con una bolsita. Y en la
bolsita estaba este bucito y el labial. Me dijo que el bucito me iba a quedar precioso, que
ella ya no lo podía usar, porque desde que se había puesto… (hace un gesto con las
manos, mostrando los senos), le apretaba un poco. ¡Usé las dos cosas esa noche con
tanta alegría! Yo era la más linda de la fiesta, de verdad. ¡Ah! (Suspira, emocionada) Al
día siguiente yo la esperé para contarle y para devolverle todo, pero no vino. Ni al día
siguiente, ni después. Y a la semana nos enteramos… Sí, nos enteramos. Y fue horrible.
Pobrecita. Pobrecita ella. Pobrecita. La encontraron hecha una piltrafa, toda rota, ella
que era tan cuidadosa, tan coqueta… Le pedí a la vecina que le alquilaba el cuarto que si
venía alguien de la familia de ella a buscar sus cosas, me avisara, así les llevaba el
bucito… Pero fíjese el tiempo que ha pasado y nadie vino. Nadie. Yo no sabía que
estaba tan sola... Ya no quiero devolver el bucito. No quiero. (Angustiada) ¿A quién se
lo voy a devolver? Está mejor conmigo, ¿no le parece?
Enseguida:
Versión dirigida por el autor (2019): Los actores, en jean y camisetas de colores, van
entrando de uno a escena, descalzos, con un par de zapatos de taco en la mano. Se
dirigen a una silla puesta para tal fin en el escenario, se sientan, se ponen los zapatos
de taco, se paran, miran al público y se dirigen al fondo del escenario donde esperan,
de espaldas. Las camisetas forman la bandera de la diversidad.
APAGÓN