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Introducción:

El proceso de formación de las células sanguíneas se denomina hematopoyesis.

La sangre es un tejido compuesto por elementos celulares (hematíes, leucocitos, plaquetas)


y plasma, que circula por el sistema vascular.

La sangre realiza importantísimas funciones en nuestro organismo: transporta oxígeno y


nutrientes a nuestras células, elimina los productos de desecho de los tejidos, regula la
temperatura corporal, realiza funciones defensivas, entre otras funciones.

Dentro de los aspectos a mencionar en el presente trabajo tenemos los siguientes:

 Origen y desarrollo de la sangre y los tejidos formadores de la misma


 Composición de la sangre
 Estructura y función de la medula ósea
 Regulación de la hematopoyesis
Origen y desarrollo de la sangre y los tejidos formadores de la misma:
La sangre contiene diferentes tipos de células que resultan esenciales para garantizar la
supervivencia en un medio adverso. Entre éstas se incluyen los eritrocitos, que transportan
oxígeno; las plaquetas, que regulan la coagulación sanguínea, y los granulocitos neutrófilos,
eosinófilos y basófilos, que resultan indispensables al igual que los monocitos para
establecer los mecanismos de defensa contra bacterias, virus, hongos y parásitos.

Por su parte, la inmunidad mediada por células requiere la presencia en número y función
normal de los linfocitos T, las células citolíticas naturales (NK, natural killer) y las células
dendríticas, todas las cuales funcionan como células presentadoras de antígenos, además de
participar en la inmunidad celular. Asimismo, se identifican los linfocitos B, que son las
células productoras de anticuerpos para la respuesta inmune humoral.

La progresión ordenada de la ontogenia de estas distintas células de la médula ósea se


encuentra bajo el control de una considerable variedad de factores celulares y humorales,
los cuales deben responder con rapidez a las demandas de la homeostasia en el organismo.
Para cumplir estas demandas es necesario que exista una adecuada hematopoyesis, que
puede subdividirse en dos sistemas: el sistema embriónico (primitivo) y el sistema
definitivo (adulto o maduro). Es posible también reconocer conceptualmente tres periodos
de la hematopoyesis: el mesoblástico, el hepático y el mieloide, según sea el sitio donde
ésta predomine.

Durante la primera fase, o de hematopoyesis primitiva, circulan en el feto eritroblastos


nucleados originados en el saco de Yolk ; estos eritroblastos suministran oxígeno y
nutrientes a los tejidos en desarrollo.

Conforme va progresando la embriogénesis, este proceso primitivo se sustituye por la


hematopoyesis definitiva, la cual depende de la actividad de las células hematopoyéticas
pluripotenciales denominadas células tallo, madre o progenitoras, caracterizadas por poseer
la capacidad de autorrenovación y son además capaces de regenerar la hematopoyesis
trilineal en la médula ósea de individuos sometidos a mieloablación. Dichas células pueden
dar lugar al dividirse a dos poblaciones, la primera idéntica a sí misma y la segunda de
células hematoprogenitoras mieloides, cuya progenie evoluciona hacia un linaje específico,
sea eritroide, mieloide o linfoide.

Todas las células sanguíneas se derivan del tejido conectivo embrionario, el mesénquima.
En la especie humana, el embrión contiene cuando menos dos fuentes de células
hematopoyéticas distintas, constituidas por linajes celulares separados. Una de ellas se
localiza en el saco de Yolk, en el cual las células tallo se generan después de pasar por las
fases de gástrula y formación del mesodermo.
Los glóbulos rojos primitivos morfológicamente reconocibles se originan primero aquí a
partir de los hemangioblastos, los cuales son precursores mesodérmicos de los tejidos
hematopoyético y endotelial. Estos eritroblastos expresan los genes de la globina
embrionaria, en contraste con los genes de la globina de la hematopoyesis madura, que sólo
se expresan en los eritrocitos sin núcleo.

Aunque la formación de sangre puede detectarse hacia el día 14 de la gestación, es hasta la


tercera o cuarta semana que focos aislados de eritropoyesis pueden observarse en el tejido
mesoblástico extraembrionario del saco de Yolk. Las células en la periferia de estos islotes
dan origen a las paredes de los primeros vasos sanguíneos, mientras que las del centro se
convierten en las más primitivas células sanguíneas, los hematocitoblastos.

En el saco de Yolk, la hematopoyesis está dirigida hacia la línea eritroide, sin producción
de células progenitoras hematopoyéticas adultas. Esta eritropoyesis primitiva y
megaloblástica puede observarse durante la cuarta o la quinta semana de gestación y de ella
se originan células eritroides nucleadas; asimismo, de modo gradual, da paso a la
eritropoyesis definitiva, de glóbulos rojos pequeños, que inicia hacia la sexta semana, y se
observa la circulación de eritrocitos sin núcleo durante la octava semana posterior a la
concepción. Alrededor de la décima semana de desarrollo, la eritropoyesis normoblástica
madura produce más del 90% de los glóbulos rojos circulantes y es ya esencialmente
extravascular.

Más tarde tiene lugar la generación autónoma de células hematopoyéticas progenitoras de


mayor complejidad y evolución hacia un linaje, incluidas las líneas linfoide, eritroide y
granulocítica, así como las células tallo o progenitoras hematopoyéticas adultas. La
generación de estas células se lleva a cabo en la esplacnopleura paraaórtica y en la región
del mesonefros aortogonadal . Ambos sitios pueden tener participaciones diferentes, pero
complementarias, en el desarrollo del sistema hematopoyético en rápida expansión.

Entre la quinta y la sexta semanas de gestación inicia la hematopoyesis en el hígado, el cual


aumenta de tamaño hasta la décima semana. En apariencia, este desplazamiento de la
formación de la sangre desde el saco de Yolk ocurre por migración hematógena de células
progenitoras pluripotenciales, aunque también existe evidencia de que éstas no se derivan
del saco de Yolk, sino de la región mesonéfrica aortogonadal. El hígado es el principal
órgano hematopoyético entre el tercer y el sexto meses de la vida fetal, y esta formación
continúa hasta la primera semana de vida extrauterina, lo que sucede también en el bazo.

Entre el tercero y el cuarto meses de la gestación dejan de producirse hemoglobinas fetales


(Gowers I y II y Portland), y predomina la producción de hemoglobina fetal. La
hematopoyesis hasta esta etapa es principalmente eritroide.
Entre las semanas octava y novena del desarrollo fetal la hematopoyesis se localiza en la
médula ósea y casi al mismo tiempo aparecen las de las series mieloide, eritroide,
megacariocítica, histiocítica y la de los macrófagos. El periodo mieloide de la
hematopoyesis comienza durante el cuarto a quinto meses de gestación y de manera
cuantitativa se torna más importante durante el sexto mes, con la celularidad de la médula
ósea que alcanza su punto máximo durante la semana 30 de la concepción. Al inicio del
tercer trimestre de gestación, la médula ósea ya se encuentra ocupada por las células que
caracterizan a la vida extrauterina y se transforma para entonces en el órgano
hematopoyético más importante.

Es esencial tener en mente que el pleno desarrollo de la hematopoyesis madura requiere la


correcta expresión de una gran variedad de genes, entre ellos los de los factores de
transcripción, receptores para factores de crecimiento, moléculas de adhesión, y otros genes
que conducen a la adquisición del fenotipo de célula progenitora, el cual se identifica in
vitro por citometría de flujo por la presencia de la glucoproteína de membrana CD34 y el
marcador hematopoyético específico CD45, que establecen el fenotipo CD34+, CD45+ en
las células mononucleares.

Conviene mencionar que en esta etapa de la vida intrauterina cualquier estímulo que
incremente la hematopoyesis produce una mayor actividad extramedular en el hígado y el
bazo, lo que se traduce en el crecimiento de dichos órganos, la denominada
hepatoesplenomegalia. Esto es en particular notable en los casos en que ocurre la
eritroblastosis fetal, o enfermedad hemolítica del recién nacido, casi siempre debida a la
destrucción inmune de eritrocitos fetales que poseen algún antígeno paterno ausente en los
glóbulos rojos de la madre (por lo general, este antígeno pertenece al sistema Rh).

Con respecto a los diferentes valores de las células sanguíneas, tanto las precursoras en la
médula ósea como las de la sangre periférica, es importante mencionar que la celularidad
de la médula ósea en la infancia es muy variable, según sea la etapa del desarrollo en que se
observa, por lo que resulta necesario consultar los valores publicados de acuerdo con el
grupo de edad cuando se requieren datos más específicos.

La biometría hemática (BH) del recién nacido normal en sangre de cordón umbilical
muestra una concentración de hemoglobina (Hb) de 15.3 ± 3 g/100 ml, con un volumen
globular medio (VGM) de 112 ± 6 fl; a partir del nacimiento se observa una disminución
progresiva de esta cifra hasta alcanzar un valor aproximado de 11.5 g/100 ml al cuarto mes
de vida. Esta notable disminución se conoce como la “anemia fisiológica del lactante”. Tal
cifra permanece estable hasta los cuatro años de edad, periodo en el que se produce un
discreto aumento de la Hb en ambos sexos. Para el inicio de la pubertad, alrededor de los
12 años, la concentración de Hb alcanza los 14 g/100 ml y es ligeramente más alta en los
varones debido a los efectos de la testosterona.
Al nacimiento, la serie blanca muestra un número elevado de glóbulos blancos
(leucocitosis), de unos 18 000 ± 8 000 leucocitos por microlitro (μl), con predominio de los
neutrófilos; a los tres meses de edad el recuento leucocitario normal es de 12 000 ± 6
000/μl, conformado sobre todo por linfocitos en 60% y neutrófilos en 35%.

Para llevarse a cabo de forma normal, la hematopoyesis requiere de nutrientes esenciales,


incluidos diversas proteínas, vitaminas como el ácido fólico, y minerales como el hierro. Se
necesita la mayor parte de las hormonas para la eritropoyesis, sobre todo la eritropoyetina,
que se produce en el riñón, y la testosterona, lo que explica que los varones posean una
mayor masa de eritrocitos que las mujeres; también se necesita la presencia de las
hormonas tiroideas. Los pacientes con insuficiencia renal o endocrina, como sucede en el
hipotiroidismo o la insuficiencia suprarrenal, desarrollan anemia.

En el adulto sano, la médula ósea produce cada día 2.5 billones de eritrocitos, 2.5 billones
de plaquetas y un billón de granulocitos por kilogramo de peso. Esta tasa puede variar de
acuerdo con las necesidades, desde casi cero hasta varias veces lo normal.

Composición de la sangre:
La sangre se compone de un líquido denominado plasma y elementos celulares, entre los
cuales se encuentran leucocitos, plaquetas y eritrocitos. Un adulto normal tiene alrededor de
seis litros de este líquido vital, el cual representa de 7 a 8% del peso corporal total.

El plasma constituye casi 55% del volumen sanguíneo, mientras que 45% está compuesto
de eritrocitos y 1% se forma de leucocitos y trombocitos.

El componente más importante del plasma es el agua, la cual contiene iones disueltos,
proteínas, carbohidratos, grasas, hormonas, vitaminas y enzimas.

Los principales iones necesarios para una función celular normal incluyen calcio, sodio,
potasio, cloro, magnesio e hidrogeno.

La proteína principal que constituye al plasma es la albumina, la cual es el componente


más importante para conservar la presión osmótica. Las inmunoglobulinas y el
complemento son proteínas sanguíneas especializadas que participan en la respuesta
inmunitaria. Las proteínas de coagulación, encargadas de mantener una hemostasia normal.
Estructura y función de la médula ósea:

Regulación de la hematopoyesis:
En el cuadro que se encuentra debajo, se pueden observar las proteínas reguladoras de la
hematopoyesis que desempeñan una función preponderante en líneas específicas o de
manera más general. Las células que constituyen el microambiente de la médula ósea,
como los macrófagos, las células endoteliales y las células fibroblastoides reticulares, son
las encargadas de producir SF, G-CSF, GM-CSF e IL-6.

Mediadores proteicos:

La proteína estimulante de la hematopoyesis más conocida es la eritropoyetina, la cual se


produce en el riñón y, tal vez en pequeña cantidad, en el hígado. Esta hormona estimula la
eritropoyesis de manera selectiva. Los pacientes con insuficiencia renal experimentan
disminución de la eritropoyetina y anemia, mientras que la administración de eritropoyetina
corrige en gran medida la anemia de los nefrópatas. La eritropoyetina y otros factores de
crecimiento hematopoyéticos se han producido en grandes cantidades gracias a la
ingeniería genética, por medio de las técnicas de recombinación. En la práctica clínica, la
eritropoyetina constituye un recurso terapéutico muy poderoso para modular, aumentar o
estimular la hematopoyesis.

Los factores estimulantes de colonias de granulocitos (G-CSF) o granulocitos y macrófagos


(GM-CSF) son capaces de aumentar la producción de granulocitos y monocitos; además,
pueden incrementar la cantidad de células madre y favorecen su circulación en la sangre
periférica. Debido a esto es que se utilizan en el tratamiento de los pacientes con
neutropenia primaria y la agranulocitosis secundaria a fármacos, así como durante el
periodo de aplasia que sigue a la quimioterapia, lo cual permite incrementar las dosis de los
fármacos utilizados y por lo tanto destruir de modo más eficaz a las células neoplásicas, sin
aumentar la duración de la neutropenia resultante, lo que reduce la incidencia de la
septicemia.

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