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TRES PRENDAS
Tres prendas
©Carlos Calderón Fajardo
Del libro El que pestañea muere, La Vieja Morsa (1981); Editorial San Marcos (1999).
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Su padre se sigue escondiendo tras los árboles del jardín.
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verdad que su padre acababa de leer el periódico sentado
en un sillón con las piernas cruzadas y las pantuflas
puestas.
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viaje, que no le quieren decir cómo se llama el nombre
del sitio donde está.
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Pero el niño sí lo ve. Él está en la calle. Él lo reconoce
perfectamente. Sabe cómo se sonríe. Reconoce sus
bigotes, la cadencia de sus pasos. Sabe que está allí, que
viene año tras año, y que se queda parado en la penumbra,
en la esquina, en la acera, tras los gladiolos, tras el ficus.
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por el acantilado, porque el niño sabe que cerca hay una
plazoleta que se abre tímida entre luces esféricas y bancas
verdes y hacia allí corre a toda velocidad.
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que no se puede establecer cuántos doce pasos han
habido. Por eso el niño cuenta nuevamente los pasos.
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LAS TRES PRENDAS2
Extraído del libro El hombre que mira el mar, Editorial Mosca Azul (1989).
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En la cumbre de un cerro pedregoso, tres niños
conversaban sentados sobre un pequeño médano.
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figuras geométricas asidas a la muñeca por un broche. Esa
fue la prenda que trajo América. Alguna vez esos guantes
estuvieron en otras manos, en un esquivo y caprichoso
espíritu, y aunque les hubiese parecido absolutamente
inverosímil a las personas que tuvieron que ver algo con
esos guantes, su destino último fue un par de manos
pequeñas que vivían en los arenales circundantes, en
las afueras de la ciudad, donde nubarrones de polvo
confunden la tarde con la noche. América vestía una
chompa con zurcidos, desteñida por el sol, la falda ploma
de colegio sucia de tierra y zapatillas blancas caladas. Ella
fue la destinataria final de los guantes negros.
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a rayas; flor marchita en el ojal y corbata de seda tan
mantecosa como el saco. Estaba sentado en una banca
del Olivar de San Isidro. América portando una caja
con golosinas y cigarrillos se había acercado al anciano
tratando de venderle algo.
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jugaban al pocker en silencio. Lucas —como aturdido
por un aroma que le devolvía bosques casi olvidados—,
que dormitaba en la trastienda donde en el suelo
resplandecían las vetas blancas de harina derramada,
había escuchado un ruido casi imperceptible, el de una
gallina, algo parecido al gañido de un ave. Los tenderos
jugaban sentados alrededor de una pequeña mesa, los
iluminaba un foco de luz feble. Y solo se oía el engrane
de las cartas al ser barajadas, y casi imperceptible ese
piar: el trino quedito de un pájaro. Mientras Lucas se
ovillaba para dormir, algo se movió entre los costales de
harina. Los ojos de Lucas, acostumbrados a la falta de
luz, vieron el inconfundible contorno de un pavo real. El
ave estaba oculta, cautiva, atada de una pata. Sin dejar de
presionar cuidadosamente el grácil pico, con la pericia
del que ha sido campesino, con la otra mano desató al
animal. Cargando en vilo al pavo real, Lucas se abrió paso
deslizándose entre las hileras de sacos de harina. Con
agilidad ganó al pasadizo que recorrió en punta de pies.
Ya en la tienda fue consciente de lo que llevaba entre sus
brazos. No iba a poder ser superado: mejor prenda nadie
podía encontrar. Salió a la calle cerrando suavemente la
puerta metálica. Antes de salir, Lucas oyó que el tendero
Zunino dijo:
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—Apuesto lo último que tengo: un pavo real
importado de China.
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prenda, abrió la boca del costal y ante el asombro de
Lucas y América apareció un niño. Un hermoso niño
rubio, de rulos bermejos y despiertos ojos verdes, vestido
íntegramente de amarillo, como un fragante limón.
Tendría tres años, no más. Era rollizo, risueño. Y ante esa
prenda ninguna otra podía exhibir mayor magnificencia,
nada se le comparaba.
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LA MARIPOSA DE ANCÓN3
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como mentalmente. Pero soy hijo de Taube, y escritor
por culpa de su adicción a Nabokov.
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solo unas cuantas palabras en castellano. «¿Y cómo así
te casaste con él?», le pregunté. Y ante tal pregunta, mi
madre se quedó callada ensimismándose la boliviana
de una manera distinta a la de Taube. Ella no hablaba
tampoco ni jota de alemán.
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las simples ganas de joder, firmaba mis escritos literarios
con el seudónimo de Klaus Palomo, porque Taube quiere
decir paloma, o palomo, en la lengua de Goethe.
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¿Nos quería mi padre? Ese era el gran interrogante
de la familia. Ese fue un enigma jamás resuelto. Los
que se ensimisman tienen una manera muy peculiar de
relacionarse con sus seres queridos.
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Taube desaparecía de nuestra casa para pasar meses
en la selva cazando alevillas o lagartas, como también se
les llama a las mariposas, esto cuando no estaba de viaje
en Europa, por el mundo entero dando conferencias
sobre las nuevas especies que había descubierto y que
mostraba como ejemplares nunca antes vistos por ojo
humano. Esos viajes financiaban nuestro presupuesto
familiar. En otras palabras, para que podamos comer él
tenía que cazar mariposas.
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amigo del hijo del colega de mi padre, el pintor boliviano
Niklas Rojas, que llevaba el nombre de Niklas en muestra
de la amistad que mi padre sentía por su par peruano.
Por Niki, que así lo llamaban sus amigos, me enteré que
su padre era también un lector fanático de Nabokov.
Me comentó que todos los especialistas de mariposas
del planeta eran lectores avezados de Nabokov. Se
comunicaban por Internet para intercambiar noticias
sobre mariposas y sobre libros y artículos críticos que
se escribían sobre Nabokov que había sido también
un corre monte experto en el manejo de la redecilla y
autoridad en materia de mariposas, descubrió varias
especies, actividad que lo defendía, me imagino, del
acoso de su obra novelística. Y como Nabokov había sido
también un ajedrecista consumado, mi padre y el doctor
Rojas jugaban al ajedrez cuando en la selva no estaban
correteando, incluso de noche con sus redecillas tras las
gavillas de esplendorosas tataguas multicolores.
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solo les interesan las mariposas, volamos around sin
que nos vean… Estás equivocado, Klaus… explica…. no
estoy de acuerdo, me siento como una mariposa… explica
broder… agobiado, perseguido como una mariposa… a
mí no, a mí solo me dan ganas de matar gente…
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aludía a la fugacidad de la existencia. Taube, el alemán
apátrida, y Rojas, el boliviano educado en Alemania,
buscaban afanosamente esta mariposa para que luego
de atraparla llevase su nombre. Qué conexión tenía esta
extraña contienda con nuestra vida, esta obsesiva caza
sutil; me refiero a la relación con mi desempeño como
narrador y al de Niki como pintor. Ese tema se tornó
recurrente en la conversación con Niki vía Internet. Esa
mariposa era una falena, es decir que vuela solo de noche.
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Taube volvía al clarear y de muy mal humor. Uno no
puede crecer al lado de un hombre cuyo mal humor es
cada noche el pan de cada día. Al volver a casa se sentaba
en la cabecera de la mesa con la cara larga y casi no comía,
vegetariano, pero fumaba pipa, sus manos sudaban,
sufría. Pero una noche volvió de la calle por primera
vez con una satisfacción en la cara sorprendente por esa
expresión indescriptible, una alegría se matiza con la
indiferencia que es aquella que brota cuando el triunfo ya
se logró. La mariposa dentro del ensimismamiento había
salido volando, recién ahora lo sé. No lo había hecho
por la fama, por ganarle a su colega boliviano Rojas,
por dinero, Taube la había perseguido durante años por
gozar del placer doloroso de la cacería. Esa noche Taube
durmió como un bendito.
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Estaba equivocado el boliviano Rojas, la mariposa
primordial no era amazónica. ¡Era una mariposa marina!
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Índice
Presentación 04
El penal 06
La mariposa de Ancón 20
Carlos Calderón Fajardo