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Bosque de rosas

(Allí despacio)

¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto?

Tiene manos y voz, y al que la vierte

Eternamente entre las sombras acusa.

¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres

De almas, y hay villanos matadores!

Al bosque ven: del roble más erguido

Un pilón labremos, y ¡en el pilón

Cuantos engañen a mujer pongamos!

Ésa es la lidia humana: ¡la tremenda

Batalla de los cascos y los lirios!

¿Pues los hombres soberbios, no son fieras?

Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo

Mi bestia muerta y mi furor domado.

Ven, a callar, a murmurar, al ruido

De las hojas de Abril y los nidales.

Deja, oh mi amada, las paredes mudas

De esta casa ahoyada y ven conmigo

No al mar que bate y ruge sino al bosque

De rosas que hay al fondo de la selva.

Allí es buena la vida, porque es libre,

Y tu virtud, por libre, será cierta,

Por libre, mi respeto meritorio.

Ni el amor, si no es libre, da ventura.


¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan

De robados amores! Si es ajeno

El cariño, el placer de respetarlo

Mayor mil veces es que el de su goce;

Del buen obrar que orgullo al pecho queda

Y como en dulces lágrimas rebosa,

Y en extrañas palabras, que parecen

¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa

La de fingir amor! ¡Pues hay tormento

Como aquel, sin amar, de hablar de amores!

¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!

¡Ven, que la soledad será tu escudo!

En ti pensaba, en tus cabellos

En ti pensaba, en tus cabellos

que el mundo de la sombra envidiaría,

y puse un punto de mi vida en ellos

y quise yo soñar que tú eras mía.

Ando yo por la tierra con los ojos

alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura

que en ira altiva o míseros sonrojos

encendiólos la humana criatura.

Vivir: -Saber morir; así me aqueja

este infausto buscar, este bien fiero,

y todo el Ser en mi alma se refleja,


y buscando sin fe, de fe me muero.

Yo soy un hombre sincero

Yo soy un hombre sincero

De donde crece la palma,

Y antes de morirme quiero

Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,

Y hacia todas partes voy:

Arte soy entre las artes,

En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños

De las yerbas y las flores,

Y de mortales engaños,

Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura

Llover sobre mi cabeza

Los rayos de lumbre pura

De la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros

De las mujeres hermosas:

Y salir de los escombros,

Volando las mariposas.


He visto vivir a un hombre

Con el puñal al costado,

Sin decir jamás el nombre

De aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,

Dos veces vi el alma, dos:

Cuando murió el pobre viejo,

Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez -en la reja,

A la entrada de la viña,-

Cuando la bárbara abeja

Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte

Que gocé cual nunca: -cuando

La sentencia de mi muerte

Leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través

De las tierras y la mar,

Y no es un suspiro, -es

Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero

Tome la joya mejor,

Tomo a un amigo sincero

Y pongo a un lado el amor.


Yo he visto al águila herida

Volar al azul sereno,

Y morir en su guarida

La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo

Cede, lívido, al descanso,

Sobre el silencio profundo

Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,

De horror y júbilo yerta,

Sobre la estrella apagada

Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo

La pena que me lo hiere:

El hijo de un pueblo esclavo

Vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,

Todo es música y razón,

Y todo, como el diamante,

Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra

Con gran lujo y con gran llanto.

Y que no hay fruta en la tierra


Como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito

La pompa del rimador:

Cuelgo de un árbol marchito

Mi muceta de doctor.

La copa envenenada

¡Desque toqué, señora, vuestra mano

Blanca y desnuda en la brillante fiesta,

En el fiel corazón intento en vano

Los ecos apagar de aquella orquesta!

Del vals asolador la nota impura

Que en sus brazos de llama suspendidos

Rauda os llevaba -al corazón sin cura,

Repítenla amorosos mis oídos.

Y cuanto acorde vago y murmurio

Ofrece al alma audaz la tierra bella,

Fíngelos el espíritu sombrío-

Tenue cambiante de la nota aquella.

¡Oigola sin cesar! Al brillo, ciego,

En mi torno la miro vagorosa

Mover con lento son alas de fuego

Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.


¡Oh! mi trémula mano bien sabría

Al aire hurtar la alada nota hirviente

Y, con arte de dulce hechicería,

Colgando adelfas a la copa ardiente,

En mis sedientos brazos desmayada

Daros, señora, matador perfume:

Mas yo apuro la copa envenenada

Y en mí acaba el amor que me consume.

Es rubia: el cabello suelto

Es rubia: el cabello suelto

Da más luz al ojo moro:

Voy, desde entonces, envuelto

En un torbellino de oro.

La abeja estival que zumba

Más ágil por la flor nueva,

No dice, como antes, «tumba»:

«Eva» dice: todo es «Eva».

Bajo, en lo oscuro, al temido

Raudal de la catarata:

¡Y brilla el iris, tendido

Sobre las hojas de plata!

Miro, ceñudo, la agreste

Pompa del monte irritado:


¡Y en el alma azul celeste

Brota un jacinto rosado!

Voy, por el bosque, a paseo

A la laguna vecina:

Y entre las ramas la veo,

Y por el agua camina.

La serpiente del jardín

Silba, escupe, y se resbala

Por su agujero: el clarín

Me tiende, trinando, el ala.

¡Arpa soy, salterio soy

Donde vibra el Universo:

Vengo del sol, y al sol voy:

Soy el amor: soy el verso!

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