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Revolucion Francesa La opinion de Albert Camus' El bicentenario de la Revolucién Francesa vuelve oportu- no el agudo estudio que le dedica Albert Camus en su ensayo El Hombre rebelde? penetrando en las esencias filosoficas que la sustentaron. Para él, bay algo novedoso en esta revolucién: el ser “una consecuencia logica de la rebelién metafisica” que, rechazando el sefiorio divino sobre un mundo que considera in- aceprable, pretende cambiar a éste segiin una nueva concepcién. Todo lo anterior es rechazado, y un mundo inédito, un verdade- ro paraiso, ha de surgir con este cambio. “La revolucién -obser- va empieza a partir de la idea, es una tentativa para moldear el mundo en un cuadro te6rico”. “De abi que, ademés de matarse en ella hombres, lo decisivo fue querer ‘matar principios’ para reemplazarlos por otros. “El pensamiento llamado libertino — agrega-, el de los filésofos y los juristas, sirvié dle palanca a esta revolucién”. ¥ sien ella hubo un regicidio, los responsable fue- ron regicidas principistas, a diferencia de los del pasado: “Son los filésofos los que van a matar al rey ~prosigue el ensayista-, y va a morir en nombre del Contrato Social”, Debemas recordar que la primera Constitucién votada por la Asamblea Legislativa se limits a exigir que Luis XVI jurase su mantenimiento, pero luego prevalecieron los “jacobinos”, imbuidos de las ideas de aquel tratado de Rousseau. Y son ellos, en especial Robespierre, los que promueven entonces la condena del viejo soberano, al que consideran de més, desde 1. Articulo publicado en “Esqui”, n° 1526, 26/7/1989, 2 Las traducciones son nuestra, tomadas de: Albert Camus, L’Homme Ré- volié,en Essais, Paris, Gallimard, 1965, I ASSAGNE La condena del rey-cristo La acusacién del fiscal Saint-Just resulta asi clara: “Luis un extrafio entre nosotros” y un “usurpador”. ¢Qué hace alli, al lado del nuevo soberano? La antigua monarqufa es “un crimen”: “el erimen contra el nuevo cuerpo sagrado”, “el eri- men contra el orden supremo”. Y Camus agrega con agude- za: “Aqui ya no es cuestién de Derecho, sino de Teologia”, y puntualiza: “El juicio del rey simboliza la desacralizacion de la historia y la desencarnaci6n del Dios cristiano”. Convendria todavia hacer una distincién, que Camus no hace, entre la monarquia de Antiguo Régimen, la de los siglos XVII y XVIII, que es absolutista y se declara abusivamente “de derecho divino” (tras haber sido empujada a ello por el reco- brado “Derecho Romano” que proyecta al Rey las prerrogati- vas del pagano Emperador), y la monarquia anterior, la de la época feudal, en la que el rey era s6lo “el teniente de Dios”, al servicio del pueblo que Dios le habia confiado y, por lo tanto, con poderes limitados por ese servicio. Con todo, en uno y otro caso, Dios es reconocido como fuente suprema de autoridad, por lo cual, hecha la salvedad, vale el diagnéstico camusiano: “E] atentado a Luis XVI apunta al rey-cristo, a la encarnacién divina, y no a la carne atemorizada del hombre”. La esencia dela Revolucién Francesa queda asi al descubierto: “Hasta en- tonces Dios se mezelaba en la historia por medio de los reyes. Se mata a su representante histérico, no hay mas rey, y por lo tanto no hay sino una apariencia de Dios relegada al cielo de Jos principios”. Un dios lejano, el de los deistas: el Ser Supre- mo del que Robespierre opinaba: “Es una gran idea protectora del orden social”. S6lo la utilidad lo justifica: el representar el incentivo superior de la exigencia ética que se les impone ahora a los ciudadanos en cuerpo politico, quienes merecen detentar el titulo de nuevo soberano. Esa exigencia ética, que ante todo consistia en no disentir, les era impuesta por medio del Terror al tiempo en que, con motivo de la ejecucién del rey, hubo “es- RECEPCION y DISCERNIMIENTO cenas de suicidio y de locura” que testimoniaban que “habfa conciencia de lo que se estaba realizando”. YY Camus comenta, en una pagina conmovedora, que tam- bién Luis XVI murié con conciencia de lo que pasaba, “Su libro de cabecera en el Temple ~nota~ es la Imitaciin de Cristo. La dulzura y la perfeccién de este hombre, sus observaciones indi ferentes al mundo exterior, y para terminar, su breve desfalleci- miento sobre el andamiaje solitario ante ese tambor terrible que tapaba su voz, tan lejos de ese pueblo del que esperaba hacerse escuchar, todo ello hace pensar que no es Capeto el que muere, sino Luis de derecho divino, y con él, en cierto modo, la cristian~ dad temporal. Para afirmar mejor ese lazo sagrado, su confesor lo sostiene en su desfallecimiento, recordandole su ‘semejanza’ con el Dios del dolor. Y Luis XVI se recobra entonces, retoman- do su lenguaje: ‘Beberé el caliz. hasta las heces’, dice. Luego se deja llevar, trémulo, a las manos innobles del verdugo”. De este modo su cumplié lo que, segin Camus, “se llamé significativamente la pasién de Luis XVI". “Sin duda -apunta-, es un escandalo repugnante el haber presentado el asesinato de tun hombre bueno y débil como un gran momento de nuestra historia. Esa guillotina no marca una cumbre por cierto. Eso si, por sus considerandos y por sus consecuencias, el juicio del Rey es la charnela de nuestra historia contemporanea”. 2Exito 0 fracaso? ¢Comenzé entonces el paraiso sobre la Tierra? El mismo Camus se encarga de contestar. EI nuevo “soberano” debia instaurarlo, mediante la ley y una conducta irreprochable, de- mostrando asi que “su voluntad coincide con la Naturaleza y la Razén”. Los principios se vuelven entonces mas duros, sin tolerancia a ningtin desvio ni debilidad. “Los mandamientos divinos son sustituidos por la ley, suponiendo que debia ser reconocida por todos, ya que era la expresién de la voluntad general”, Pero esto era la teoria, y otra cosa era la realidad, Ni n Ixts DE Cassace el hombre es naturalmente bueno ni las leyes concretas expre- san a la Razé6n universal, como pretendian Rousseau y los ja- cobinos. “Llega el dia -observa C, - en que la ideologia choca con la psicologia”. Ni siquiera bajo el Terror se logré imponer Jas “virtudes” cfvicas requeridas. Hasta poner en vigencia la Constitucién corrié mucha sangre, y al final tuvo que venir Napoleén. Sélo asi se salvaron los ideales de la Revolucién Francesa, haciendo correr otra vez mas sangre en sus empresas de expansi6n. Y otra vez y otra ver, nuevas revoluciones san- grientas durante el siglo XIX. Mientras tanto, los “principios” perdian su fundamento. Ya ni se pensaba en el Ser Supremo ni en la divina Raz6n. Y sin fundamento, las virtudes se hacen “formales”, y las leyes no expresan sino “disposiciones provisorias”, que pueden ser “cambiadas” y que, como no convencen, siempre han de ser impuestas”. A la larga la vida politica se reduce a esto: con- guistar y detentar el poder. La “voluntad general” deviene en “voluntad de poder” porque “Dios ha muerto” y “todo es po- sible”. Los “regicidas” dan lugar a los “deicidas”, y la raz6n, no regulada por nada, “no refiriéndose més que a sus éxitos”, “pragmatica”, “cinica”, “conquistadora”, “prometiendo un reino futuro en que el hombre sera dios”, acabara, en el siglo XX, “dando todo lo quitado a Dios, al César”: al Estado tota- litario y deshumanizante, en las dictaduras nihilistas de dere- cha o de izquierda. Del Carmelo de Compiégne al Didlogo de las Carmelitas: Misterio pascual, comunién de los santos y martirio! Georges Bernanos (1888-1948) forma parte de la pléyade de escritores catélicos que en la primera mitad del siglo volvie- ron, en la literatura francesa, a los grandes temas religiosos, de- masiado tiempo abandonados. Junto con Paul Claudel, Henri Ghéon, Frangois Mauriac y Julidn Green, Bernanos contribuyé a recordar a los hombres de esta época, triste y desesperanza- da, que no estan solos en la Tierra y que su existencia se entai- za en el misterio del Dios Viviente manifestado en Cristo, su salvador. Charles Moeller ha dicho con raz6n: “La clave de la obra de Bernanos es el misterio pascual, muerte pero también vida".* Este aserto cobra especial significado al referirlo a su Didlogo de las Carmelitas Esta fue su tltima produccién, Murié a los pocos meses de terminarla: el 5 de julio de 1948. Cabe romarla, pues, como su testamento espiritual y el resumen de su propia experiencia: una vida signada por la angustia que compartia con sus con- temporaneos, pero iluminada por la fe. Sus Carmelitas dialo- gan entre si, pero al mismo ticmpo parecen prestar sus voces a muchos corazones religiosos, minados por la contradiccién. Y esto no es casual, pues hace a la esencia misma de la vida consagrada con votos: las religiosas se hacen cargo de la condi- cién humana renovando en su vocacién el misterio pascual de Cristo. Recogen la angustia, herencia del primer Adan ~quien 1 Publicado en Cuadernos Monisticos 90, (1989) 2 CHARLES MoELieR, Literatura del siglo XX y cristianismo, Madrid, Ed. Gredos, 1961, t.1, p. 465.

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