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abismo
JACK LONDON
En 1902, o sea, catorce años después del otoño de terror de 1888 que
estremeció a los barrios pobres británicos, un juvenil reportero iría a convivir
con los más desamparados. Los acompañaría hasta sus albergues y caminaría
con ellos por las callejuelas sórdidas del distrito más paupérrimo del lejano este
de la capital británica: Whitechapel.
De esa cruda experiencia nacería un libro señero que se publicaría un año más
tarde: "Gente del abismo"; extraordinaria crítica social de la miseria que
aquejaba al país por entonces más poderoso del mundo.
En sus iniciales paseos por los suburbios de Londres, ya “disfrazado”, nota que
su anterior estatus se desvanece: ya no le asedian los pedigüeños como
sucedía antes, cuando era un “americano distinguido”. Por el camino sostiene
la rienda del caballo de un gentleman para que éste descienda más
cómodamente, y contesta con un “Gracias, señor” al recibir el penique que
aquél deposita en su mano. Descubre, con sorpresa, que su vida vale ya muy
poco. Los coches, que antes se paraban prudentemente para que cruzara las
calles, aceleran ahora frente a su presencia, seguros de que será él quien
habrá de preocuparse de no ser atropellado. Y en los ferrocarriles le extienden,
sin preguntarle, un billete de tercera.
El ahora retirado policía vive junto a su señora y dos hijas en una casa
alquilada sita la más respetable calle del East End londinense. En el relato no
se señala cuál es esa calle, pero lo importante radica en que el veterano
agente colabora con el periodista y le brinda un valioso servicio.
Sus primeros paseos por el bajo Londres los emprende fingiendo buscar un
asentamiento decoroso para él y su ficticia mujer e hijos. Pronto se da cuenta
de que, a pesar de las indignas condiciones de vida, el área se halla saturado
pues no hay casi fincas para alquilar y, las pocas que encuentra, resultan
demasiado caras. Se trata de cuchitriles sombríos por los cuales los
propietarios exigen precios astronómicos.
La esposa de William Thick le explica al visitante que en los buenos tiempos los
alquileres eran mucho más accesibles pero que ahora, con tanto inmigrante,
todo ha subido; especialmente por la capacidad de estos recién llegados de
vivir como piojos en costura. Lo curioso del caso consiste en que, según se
infiere, los “buenos tiempos” datan de diez o más años. Vale decir, por 1888
cuando hiciera estragos allí el asesino serial Jack el Destripador.
Ésta constituía una "fea y repulsiva filosofía", según nos comunica el relator;
quien añade que la misma tenía, no obstante , "lógica y gran sentido desde su
punto de vista". Cuando le pregunta a su interlocutor por qué y para qué vivía,
éste le contestó sin titubear: para emborracharme. El marino tenía sólo
veintidós años. London describe su cara, de rasgos regulares y cierta noble
disposición; y también su cuerpo, de equilibradas proporciones y superior a
muchos otros que ha visto en los gimnasios de Estados Unidos. Pero sabe que
dentro de cuatro o cinco años, debido a la magra alimentación y al alcoholismo,
este chico se convertirá en un desecho humano.
Más adelante, visita los “jardines” de la iglesia del Cristo (Christ Church) al que
un humorista definió como “uno de los pulmones de Londres”, pero que en
realidad por entonces era una región carente de flores y arbustos. "Lo que vi
allí -expresa- no quisiera volver a verlo". Contempla una colonia de mujeres mal
vestidas y sucias que aguardan a que se abran las puertas de una work
house cercana haciendo fila. Como los caracoles llevan toda la casa encima,
de tan atiborradas de trapos que están.
Allí el periodista descubre que uno de los dramas de la Gente del Abismo
reside en la falta de sueño. El apetito de sueño que puede llegar a ser tan
grave como el hambre de alimentos. Para los “sin techo” no quedaban mayores
opciones. El panorama no había mejorado desde los tiempos del Destripador,
si acaso era peor. Estaban las common lodging houses, por las que había que
pagar para alojarse, y las work houses¸ teóricamente gratuitas, donde era
preciso compensar la cama y la pésima comida con trabajos manuales.
La primera vez se puso a formar cola desde las siete de la tarde y olvidó unos
chelines en el bolsillo, lo que fue suficiente para que le descartaran al
registrarle. Así supo que esa hora era demasiado tardía para conseguir una
plaza allí. En su segundo intento, mientras le acompaña un socialista que
acaba de conocer, comienza a hacer fila más temprano y no olvida reducir su
dinero de bolsillo a la cantidad de tres peniques.
Interior de una work house del East End
Esto fue demasiado para el joven. No lo pudo soportar más y les gritó a los
otros: "¡Seguidme!, coged vuestros cuchillos y seguidme". Sus dos
acompañantes se inquietaron; y aquí aparece la única mención que se formula
a Jack the Ripper en toda la narración. Nos explica: "Posiblemente me
tomaron por un Jack el Destripador algo retrasado, o pensaron que yo quería
implicarlos en algún crimen desesperado".
London concluye que ya es hora de decirle la verdad a los pobres tipos. Les
cuenta que él no es un marginado como fingía serlo, que era periodista de un
prestigioso medio de prensa americano, que estaba realizando una especie de
"experimento social" pagado por sus superiores, etc, etc. Total: los invita a
cenar en una decorosa taberna y, entre bocado y bocado, recibe las
confidencias y las historias de estos dos desventurados.
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