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Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo existieron un par de niños que se
conocieron desde su nacimiento, la niña se llamaba Xóchitl y el niño Huitzilin.
Hicieron todo ese largo camino sólo para pedirle a Tonatiuh que les diera su
bendición y cuidado para poder seguir amándose. El Dios del sol al verlos tan
enamorados, bendijo su amor y aprobó su unión.
El dolor de Xóchitl fue tan grande que rogó con todas sus fuerzas a Tonatiuh que
le permitiera unirse a él en la eternidad, que no le importaba perder su humanidad
si eso significaba estar al lado de su amado, que la convirtiera en una flor, que su
aroma guiara a su amado a Mictlán. Este, al verla tan afligida, decidió convertirla
en una hermosa flor, del color del sol y en efecto, creció de la tierra un bello y
tierno botón, sin embargo, este permaneció cerrado durante mucho tiempo.
Un buen día un colibrí atraído por el aroma inconfundible de esta flor llegó hasta
ella y se posó sobre sus hojas. Inmediatamente, la flor se abrió y mostró su
hermoso color amarillo, radiante como el sol mismo, era la flor de cempasuchil,
la flor de veinte pétalos, que había reconocido a su amado Huitzilin.