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ninguna llave. No albergaban esperanza. Sabían que mientras en España hubiera
dictadura nunca podrían regresar. Atrás dejaban sueños, lugares y la utopía de la
Revolución social derrotada.
Ambos se instalaron en Nueva York, auspiciados por su buen amigo, el hispanista y
sefardí norteamericano Waldo Frank. Allí, estuvieron un tiempo. Tomaron contacto con la
comunidad hebrea neoyorkina, algunos fueron: Arthur Sulzberger, director del diario “The
New York Times”, quien enseñaría a Toryho la redacción y la rotativa de este
importantísimo periódico, llegando a proponerle trabajar en el mismo; un reputado filólogo,
Maír José Bernadete, profesor en el Brooklyn College; y Federico de Onís, escritor
novecentista, crítico literario y filosefardita.
Rosa y Jacinto conformaron una familia, alejada de todo conservadurismo, enlazando
dos culturas diversas entre sí, pero dando como resultado una simbiosis fraterna. Hoy,
varias décadas después, ese concepto del amor y la convivencia sincera sigue siendo
muy moderno, hasta adelantado a nuestra época.
En un mundo, el nuestro, donde el dinero, el poder y el placer inmediato organizan
nuestras vidas. Y en esta sociedad de las prisas, escasa en valores en pos del bien
colectivo que normaliza, por ejemplo, el no interesarnos por los ancianos, por las
amistades, por la cultura, o por nuestro entorno más cercano. Encontrar referentes
honestos, cercanos a nosotros tanto en tiempo histórico como geográficamente, puede
ser una genial opción en una sociedad tan falta de idealistas. El conocimiento convertido
en la llave hacia algo mejor, como aquellos libertarios y judíos que, pese a sus numerosos
errores, decidieron cambiarlo todo solidariamente. Buscaron unirse y compartir.
Jacinto Toryho le abrió a su pareja las puertas a la libertad de pensamiento, al
cuidado del individuo englobado dentro de los postulados filosóficos libertarios; y Rosa
Zimmerman, presentó el mundo judío al zamorano, una gran familia universal. Resultado
de esa unión, el periodista redactó un interesantísimo escrito. El artículo fue publicado en
el periódico “España Libre”, el 13 de septiembre de 1940, gestionado por las Sociedades
Hispánicas Confederadas (SHC) de Nueva York. En homenaje a los dos, lo reproducimos
íntegro a continuación.
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Fue aquello para mí más que una ceremonia, más que un rito. Fue la expresión de
una hispanidad perpetuada a través de siglos por los descendientes de quienes, víctimas
del furor sectario de la Iglesia Romana, hubieron de salir de España a la aventura en
colectivo éxodo. Ni el tiempo con su pátina inexorable, ni las vicisitudes dolorosas, ni el
contacto con otros pueblos, ha sido capaz de hacer olvidar a los sefarditas su
procedencia, su origen netamente español. Conservan el idioma, las virtudes y defectos
del español
He ahí un fenómeno digno de cuidadoso estudio. Que no es la rutina lo que en
ellos ejerce funciones de perennidad, sino algo profundamente sentido e intensamente
amado. España fue su tierra de promisión. Con el sudor de su frente regáronla los que se
dedicaron a la agricultura. Ellos la elevaron a la cabeza de los países industriales de la
época, con sus fábricas textiles de Béjar, Segovia, Palencia, Medina, Toledo, por lo que
en pago recibieron más tarde terrible conminatoria de destierro o apostasía.
En España los hebreos echaron raíz. No fueron planta inadaptable que apenas
araña la superficie. Calaron hondo, asimilándose nuestra idiosincrasia. Contribuyeron
como el que más al enriquecimiento del país y no hubo empresa hispánica de relieve a la
que ellos dejaran de aportar su esfuerzo. España era su tierra. Y por serlo la recordaron
con añoranza en el exilio, mantuvieron sus tradiciones y peculiaridades e hicieron de la
lengua del Arcipreste y Don Quijote la suya propia.
Entre la colonia española agrupada en torno a SHC y la colonia sefardita
neoyorquina no existe relación. Y debiera crearse. Poseen entrambas identidad de
espíritu liberal, españolidad, coincidencia política y comunidad de lenguaje. Aquella, edita
semanalmente “España Libre”; ésta, “La Vara”, las dos en castellano. Con caracteres
ladinos el uno; hebreo, el otro, pero en español. Ambos son órganos de la España en
destierro. “La Vara” es la España de 1492, la que expulsada por la Inquisición salió a
probar fortuna, sin renegar jamás de su nombre. “España Libre” es la contemporánea: la
que hubo de huir hace año y medio empujada por otra Inquisición más criminal. Han
transcurrido siglos y la escena es la misma con los mismos personajes en pie. En verdad
la Historia, al uso se repite, lo parece.
A veces una estación, coincidentes ideas, semilla dejada al viento con emoción.
Abonado está el campo en ambas hojas. Unir todo lo español liberal y antifascista a
beneficio de los que todo lo dieron por una España antiinquisitorial, libre, nueva, es deber
de cuantos sentimos esa necesidad. Y establecer un lazo de amistad fraterna entre judíos
españoles y españoles no judíos, unos y otros amantes de la libertad, también.
El cristal del lago lo ha roto este artículo. Ahora, que de las ondas surja algo
fecundo...