Está en la página 1de 8

EL CONCEPTO DE MATRIMONIO

1. Etimología
Los escritores antiguos derivan la palabra matrimonio de mater (madre) y munium o munus (función, oficio).
Matrismunus: el oficio o función de madre, porque el infante necesita más el auxilio materno que del paterno, y
se sabe que para ella fue oneroso antes del parto, doloroso en el parto y laborioso después del parto y por eso la
unión legítima de un hombre y una mujer se le llama más bien matrimonio que patrimonio.
Patrismunium o patrismunus es el oficio del padre: la adquisición y conservación de los bienes para el
sostenimiento de la familia. De allí la palabra patrimonio.
Nupcias viene del verbo nubere: velar, cubrir con un velo. De allí, velarse la mujer, tomar marido, casarse.
Conubium es compartir el mismo velo, una misma comunidad de vida. En el derecho romano era válido contra
el contubernuim.
Conyugal, cónyuge, viene del verbo coniugere: unir con el mismo yugo, uncir. Cónyuge es el que comparte el
mismo yugo.
Consortium (consorcio, de cum y sors, sortis= suerte) es la participación o el compartir la misma suerte, el
destino común.
2. El concepto de matrimonio
2.1. Matrimonio en el derecho romano
En el derecho romano hay dos definiciones de matrimonio que han sido aceptadas universalmente y aún
conservan su actualidad:
Una está en el código de Justiniano y de allí pasó a las decretales: Viri et mulieris (maris et femina) coniunctio,
individuam vitae consuetudimen continens: la unión del varón y de la mujer, que contiene un vínculo
inseparable de vida.
Consuetudo tiene las siguientes acepciones: género de vida común, frecuentación, costumbre, trato,
familiaridad, comercio, vinculo, amistad, amor, cariño conyugal, unión carnal.
La otra definición es la de Modestino, que está en el Digesto y que fue recibida por la Iglesia oriental: Nuptiae
sunt coniunctio maris et feminae et consortium omnis vitae, divini et humani iuris communicatio. Las nupcias
son la unión del varón y de la mujer y el consorcio de toda la vida, la comunicación del derecho divino y
humano. Estas últimas palabras se han de entender como la comunicación de las cosas sagradas (intimidad) y de
las cosas temporales.
2.2 El matrimonio en los antiguos canonistas
Los canonistas antiguos, anteriores al Concilio Vaticano II consideraban el matrimonio bajo dos aspectos: el
matrimonio in fieri (que está por hacerse) y el matrimonio in facto ese (que ya está hecho o constituido).
A. Matrimonio in fieri
Se definía como: “el contrato legítimo de un hombre y una mujer, ordenado a procrear y educar la prole”. Es el
acto momentáneo o pasajero al momento de contraer. Se entiende un verdadero contrato bilateral,
sinalagmático, que origina derechos y obligaciones de ambas partes, hecho por personas hábiles según el
derecho natural y positivo para contraer matrimonio y hecho conforme a las formalidades prescritas por el
derecho.
La esencia de dicho contrato está en el consentimiento o acto de la voluntad de ambas partes y su objeto formal
era la consuetudo inseparable de la vida, que no era otra cosa que el derecho y obligación perpetuo y exclusivo
a los actos de por si aptos para la generación. La base y fundamento de esta concepción está en el texto de san
Pablo a los Corintios (1Cor 7, 3-5). Ver el can. 1081 del CIC 1917.
B. El matrimonio in facto ese
Este tipo de matrimonio es la sociedad ya constituida, el estado matrimonial permanente, se solía definir: la
unión legítima, perpetua y exclusiva del varón y de la mujer, originada por su mutuo consentimiento y ordenada
a procrear y educar la prole.
2.3 El matrimonio en la época actual
En nuestra época el matrimonio ha evolucionado hacia una dimensión más integral y humana. Baste citar el
texto de la Constitución Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo moderno N. 47, que aunque no es un
texto jurídico es la fuente del nuevo concepto del matrimonio expresado en el código actual.
El matrimonio ya no se concibe únicamente como un contrato que da derecho al cuerpo para los actos
generativos. “El matrimonio es la alianza de los cónyuges… por la cual los esposos se dan y se reciben
mutuamente” y de donde nace la íntima comunidad conyugal de vida y de amor. Esta íntima unión, como mutua
entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exige la plena fidelidad conyugal y urge su
indisoluble unidad (GS 48). El factor de esta íntima unión es el amor conyugal (GS 49).
Salta a la vista el papel importante que el amor conyugal eminentemente humano, desempeña en el
matrimonio. Es humano porque va de persona a persona con un afecto o sentimiento que nace de la voluntad,
que lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos e impregna toda su vida. Por él los esposos se dan y
se aceptan mutuamente como personas y en él se debe reconocer la igual dignidad personal del hombre y de la
mujer. Y de esa entrega personal de los esposos nace la íntima comunión conyugal de vida y de amor o totius
vitae consuetudo et communio, que es el matrimonio.
Todo este contenido y dimensión del matrimonio rebasa las categorías jurídicas y difícilmente se puede
expresar en sus conceptos. Por eso la comisión codificadora, al redactar el c. 1055, después de muchas
discusiones, prefirió decir in recto que el matrimonio de los bautizados es un sacramento, pero describiendo in
obliquo, lo que es matrimonio natural.
2.4. El matrimonio en el código de derecho canónico
La legislación canónica actual sobre el matrimonio hace la siguiente descripción en el c. 1055.
1055  § 1.    La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la
vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole,
fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados.
 § 2.    Por tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo
sacramento.
1057  § 1.    El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas
jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano puede suplir.
 § 2.    El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer se entregan y
aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.
En estos dos cánones están contenidos los principales elementos de la definición del matrimonio.
a. El matrimonio in fieri es: la alianza o pacto irrevocable, originado en el consentimiento legítimamente
manifestado por el varón y la mujer jurídicamente hábiles, que consiste en la entrega y aceptación mutua como
persona (con la característica de cónyuges: marido y esposa), y por el cual constituyen entre si el consorcio de
toda la vida.
Nótese que el c. 1055 usa indistintamente los términos alianza y contrato. Es que, la alianza es un contrato, pero
la alianza matrimonial no es únicamente un contrato sinalagmático que origina derechos y obligaciones de
ambas partes en relación a un objeto. Es algo más, es un contrato sui generis, como decían los antiguos
canonistas. Por eso se prefiere el término alianza, que además de ser jurídico es bíblico, que es más rico que el
término contrato, porque expresa el mejor el elemento personal (la entrega y aceptación mutua) y evoca la
relación peculiar de Dios con su pueblo elegido.
b. El matrimonio in facto ese es ese mismo consorcio de toda la vida ya constituido por la alianza de los
esposos. Nótese, se prefirió la expresión consorcio de toda la vida, en lugar de intima comunidad conyugal de
vida y amor de GS 48 y del término communio, que es ambiguo y coniunctio que es empobrecedor, porque el
consorcio expresa mejor la convivencia del matrimonio y tiene más tradición jurídica.
Para este cambio influyó la jurisprudencia del Tribunal de la Rota Romana, que a partir de 1969 evolucionó
hacia la corriente personalista del matrimonio y consideró el derecho a la comunidad de vida y amor como
objeto del consentimiento matrimonial.
Según esta jurisprudencia rotal, los siguientes elementos configuran la comunidad de vida conyugal:
- el equilibrio y la madurez de la personalidad requeridas para una conducta verdaderamente humana (ej: el
dominio de sí mismo, la estabilidad de la conducta, etc).
- la relación de amistad interpersonal y heterosexual (ej: el amor oblativo, el respeto a la personalidad afectiva y
sexual de la pareja, etc).
- la aptitud a colaborar suficientemente en la marcha de la vida conyugal (ej: el respeto a la moral, a la
conciencia del otro cónyuge, la aceptación de la responsabilidad de ambos).
- el equilibrio mental y el sentido de responsabilidad requeridos por el sostén material de la familia (ej: la
estabilidad en el trabajo, la responsabilidad en la vida material del hogar, etc).
- la capacidad psíquica de participar, cada uno según sus posibilidades en el bien de los niños (ej: la
responsabilidad moral y psicológica en la generación y educación de los niños).
3. Los fines del matrimonio
Se entiende por fin de una cosa o acto, aquello para cuya consecución se ordena el acto o se destina la cosa. Se
distingue dos clases de fines: por un lado, un fin esencial, objetivo, intrínseco, natural, operis; y por otro lado,
un fin accidental, subjetivo, extrínseco, operantis (del operante).
Durante la Edad Media se consideró un solo fin esencial, intrínseco, operis del matrimonio: la procreación y
educación de la prole. Y se habla de tres bienes, que se atribuyen a san Agustin, el bien de la prole ( bonum
prolis), el bien de la fidelidad (bonum fidei) y el bien del sacramento (bonum sacramenti).
Santo Tomás de Aquino, citando a san Agustín, dice: “El motivo por el cual debe casarse una mujer no ha de
ser otro que el de llegar a ser madre…; a la mujer principalmente incumbe la obligación de educar a los hijos”.
También dice: “el matrimonio fue instituido principalmente para el bien de la prole, no solo para engendrarla,
ya que eso puede verificarse fuera del matrimonio, sino además para conducirla a un estado perfecto, pues todas
las cosas tienden a que sus efectos logren la debida perfección…”.
Más adelante, desde el siglo XVI, se comienza hablar de tres fines esenciales del matrimonio: la procreación y
educación de la prole, la mutua ayuda y el remedio de la concupiscencia; pero siempre haciendo referencia a los
bienes, en el sentido de que estos sirven y se ordenan a aquellos.
Y no es hasta el Código de 1917, en el c. 1013 cuando aparecen jerarquizados: §1. “la procreación y educación
de la prole es el fin primario del matrimonio; el secundario es la mutua ayuda y el remedio de la
concupiscencia”. Según la doctrina tradicional canónica, los dos fines secundarios estaban subordinados al
primario, pero no subordinados entre sí como secundarios. Es decir, los fines secundarios toman su razón del fin
primario. Entonces, la ayuda mutua no es un fin intrínseco del matrimonio pues se puede dar en cualquier unión
extramarital y por tanto es accesoria al matrimonio. Y el remedio de la concupiscencia, resultante del pecado
original, se obtiene per accidens del uso del matrimonio, y por ello, no pertenece a la sustancialidad del
matrimonio.
Hubo en este sentido una discusión y opiniones contrarias en relación a la existencia de los fines primarios y la
posible relación y existencia con los fines secundarios, y la subordinación de estos. Pero el magisterio oficial
reaccionó contra estas opiniones y el 1 de abril de 1944 la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio
(CDF) las reprobó diciendo:
Se ha propuesto a la Suprema Congregación la siguiente duda: “de si se puede admitir la opinión de algunos
autores recientes, que o niegan que el fin primario del matrimonio es la generación y educación de la prole, o
enseñan que los fines secundarios no están esencialmente subordinados al primario, sino que son igualmente
principales e independientes”.
Esta Congregación es su sesión plenaria acordó responder Negativamente. Y el Santo Padre en a audiencia
ordinaria se dignó aprobar esta respuesta, Firmando.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes, n. 50, no solo no jerarquiza los fines
del matrimonio sino que expresamente dice que “no se debe posponer o colocar en segunda línea los demás
fines del matrimonio”. Y expresamente dice que “el matrimonio no solo ha sido instituido solo para la
procreación… sino para que el mutuo amor se manifieste honestamente, crezca y madure”.
Y así el Código actual, en el citado c. 1055 §1, pone dos fines naturales y esenciales, contenidos en la misma
noción del matrimonio in fieri: uno subjetivo de las personas: el bonum coniugum o bien de los cónyuges; y el
otro objetivo del consorcio de toda la vida: la procreación y educación de la prole, sin especificar cuál es el
primario y cuál es el secundario, pero poniendo en primer término el bien de los cónyuges.
4. Los bienes del matrimonio
Tradicionalmente desde la concepción agustiniana, fueron tres los bienes del matrimonio: el bonum prolis, el
bonum fidei y el bonum sacramenti. Sobre ellos se elaboró antiguamente la doctrina del matrimonio. Pero en la
actualidad se usan en la jurisprudencia para señalar los elementos sustanciales del matrimonio, en relación con
su validez.
El bonum sacramenti equivale a la indisolubilidad del matrimonio y es esencial en sí mismo, de tal manera que
no puede haber verdadero matrimonio si se excluye la indisolubilidad del mismo.
El bonum fidei y el bonum prolis, según santo Tomás pertenecen al uso del matrimonio y no a su ser, por eso la
esterilidad o la infidelidad no afecta la validez porque el ser de una cosa no depende del uso de la misma.
El bonum fidei o la fidelidad sí pertenece a la esencia del matrimonio si se le considera en sus principios y no
solo al uso del matrimonio. Es decir, el derecho a la fidelidad y la obligación de observarla, de acuerdo con el
pacto, sí es esencial al matrimonio y equivale a la propiedad de la unidad o exclusividad.
El bonum prolis coincide con uno de los fines esenciales e intrínsecos del matrimonio. Pero lo que es esencial es
el derecho a procrear y educar a la prole, el derecho a la paternidad-maternidad, y por consiguiente, el derecho a
realizar la cópula procreativa, es decir, apta de por sí para engendrar, abierta a la vida. No es esencial la prole en
sí misma, de lo contrario todos los matrimonios sin hijos serían nulos. Por eso la esterilidad, no es
impedimentos para el matrimonio.
Ahora hay que añadir un cuarto bien: el bonum coniugum sin el cual no se entiende un verdadero consorcio de
toda la vida, que es la esencia del matrimonio in facto ese. La jurisprudencia actual está tratando de determinar
cuál es el contenido esencial del bien de los cónyuges y cuáles son los elementos requeridos para hablar de ello.
a. Se trata de un derecho del bien de las parejas y de un compromiso u obligación.
b. Se requiere todos los elementos necesarios para establecer una sana relación interpersonal:
benevolencia, compañerismo, amistad y el derecho-deber al verdadero amor conyugal.
Al hablar sobre la definición del amor conyugal se puede proponer la siguiente definición y explicación.
“El amor se puede definir como una tendencia afectiva hacia otra persona, que es de naturaleza dialogística e
implica unión con el otro”. Entonces:
Tendencia afectiva: porque el amor no es ni un enfatuamiento estático sino una inclinación, una propensión
hacia la persona amada; ni es un amor romántico, turbulento pero tampoco es una estima puramente fría y seca.
De naturaleza dialogística: es decir, no es un monologo como el que puede ser el cuidar o responsabilizarse de
una persona sino más bien un diálogo que gira en torno a dos polos en cada persona: el amor de deseo y el amor
de generosidad que implica el querer el bien de la otra persona por ser ella misma, sin ningún interés personal.
En todo amor humano sano hay un intercambio: es un dar y recibir.
Implica unión con el otro: porque todo amor verdadero tiene un vínculo unitivo, y los dos polos, el amor de
deseo y el amor de generosidad son, cada uno a su modo y creativos de la unidad entre la persona que ama y la
que es amada, crea una comunión entre ellos y en cierto sentido los hace dos en un solo ser.
El acto sexual al que los cónyuges, como lago peculiar del matrimonio, tienen derecho, es a la vez unitivo y
procreativo: es a la vez signo y causa del amor, es expresión y actualización de este dar y recibir, de esta entrega
y aceptación mutua de la persona, y fructifica o puede fructificar en la prole.
Este amor no es solamente un afecto, un sentimiento o una pasión, sino que está o debe estar bajo el control de
la voluntad: el amor es libre y voluntario, puede ser medido y puede ser objeto del consentimiento en el
matrimonio (contra los que sostienen que el amor no puede entrar dentro del ámbito jurídico). La prueba está en
que el hombre puede y debe amar a su esposa más intensamente que a sus padres, pero puede y debe amar más
a sus padres con más reverencia que a su esposa.
Lawrence Wrenn refuerza su tesis de que el amor conyugal, o al menos el derecho a él, es parte esencial del
bonum coniugum, alegando los documentos pontificios Casti connubii de Pío XI (n. 23) y Humanae Vitae de
Pablo VI (nn. 8-9) y la Const. GS que asigna un papel central al amor conyugal en el matrimonio (nn. 48-50).
Pero además, recuerda que en la liturgia, que es criterio y maestra de la fe (lex orandi, lex credendi), el amor no
solo es importante en el matrimonio sino esencial; los anillos son signos del amor y de la fidelidad de los
esposos. En toda la ceremonia se pide a Dios que bendiga el amor de los esposos, ellos están llamados a ser
signo y misterio de la unidad y amor fecundo entre Cristo y su Iglesia, y a participar en él (c. 1063, 3°). Y
concluye diciendo que, el día en que se admita universalmente el derecho que el ius ad amorem (el derecho al
amor) es esencial al matrimonio, se establecerá la armonía entre derecho y liturgia, lo cual es digno y justo.
Ochenta años más tarde, en el Cuaderno de Studio Rotale del diciembre de 1994, el Rvmo. Mario F. Pompeda,
decano de la Rota Romana, analizando lo que se ha escrito sobre el amor conyugal hace un estudio exhaustivo
que titula L´Amore coniugale e il Consenso matrimoniale (pp. 26-60), y llega a la conclusión, a manera de
propuesta de solución del problema, de que el amor conyugal en su concepto jurídico no es otra cosa que el
auténtico consentimiento matrimonial. Es decir, el amor conyugal implica todos los elementos requeridos en el
verdadero consentimiento matrimonial (entrega, aceptación personal, total, exclusiva y para siempre, de dos
personas de distinto sexo como marido y esposa, para procrear y educar a los hijos).
Aquel que no es capaz de vivir un auténtico amor conyugal es por lo mismo incapaz de asumir las obligaciones
esenciales del matrimonio: digo esenciales y no solamente ésta o aquella obligación sumándose en el amor
conyugal. Por lo tanto, en primer lugar la heterosexualidad, pero después una sexualidad ordenada, la fidelidad,
la totalidad del compromiso en el tiempo, el bien del otro como cónyuge, la apertura a la cooperación creativa,
la disponibilidad a la educación de la prole.
5. Las propiedades esenciales del matrimonio
El c. 1056 (al igual que el c. 1013 §2 del CIC 17) dice:
Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano
alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento.
En la filosofía escolástica, se entiende por propiedad esencial de un ser o un ente, algo que sin ser su esencia, lo
caracteriza, lo configura o lo identifica, es decir, que sin eso no puede ser o existir. Así la unidad (o unicidad) y
la indisolubilidad caracterizan e identifican al matrimonio como algo propio de su naturaleza, de tal modo que
sin ellas el matrimonio no es matrimonio.
La unidad en el matrimonio es la exclusividad del vínculo conyugal y de la entrega mutua entre un hombre y
una mujer. La indisolubilidad es la perpetuidad de ese mismo vínculo y de esa entrega mutua, hasta la muerte de
uno de los cónyuges. Se distingue entre indisolubilidad intrínseca (relativa) e indisolubilidad extrínseca
(absoluta). La primera consiste en la imposibilidad de disolver el vínculo por la misma causa por la que se creó,
es decir, por la voluntad e iniciativa privada de los contrayentes. La segunda consiste en la imposibilidad de
disolver el vínculo ni siquiera por alguna autoridad pública (eclesiástica o civil).
La unidad y la indisolubilidad dimanan de la misma índole del matrimonio, es decir, son intrínsecas a él: el
consorcio de toda la vida implica una entrega y aceptación personal y total de cada uno de los cónyuges hacia el
otro. Si es personal y total tiene que ser exclusiva y perpetua. Y así, la unidad y la indisolubilidad configuran,
cada uno a su modo, pero complementando mutuamente el matrimonio monogámico, y excluyen cualquier
poligamia: tanto la unión de una mujer con varios hombres (poliandría) como la unión de un hombre con varias
mujeres (poliginia). La unidad exige la unión exclusiva de un hombre con una mujer; y la indisolubilidad del
vínculo hace que cualquier intento de celebración de otro matrimonio, mientras permanezca dicho vínculo, sea
nulo.
5.1 fundamento del matrimonio monogámico
¿Cuál es el fundamento doctrinal del matrimonio monogámico y de la licitud de la poligamia?
Podemos decir, que el fundamento doctrinal se prueba por la razón iluminada por la fe cristiana. Entonces,
1. Tenemos que reconocer honestamente que antes de Cristo, en todo el mundo lo común era la poligamia, o sea
la unión de hombre con varias mujeres. Y después de la venida de Cristo, en todos los pueblos paganos en
donde llegaban los misioneros a predicar se encontraban con la poligamia: los antiguos germanos, al menos los
nobles y ricos, tenían varias esposas, los orientales eran polígamos, los aztecas eran polígamos. A los judíos
mismos el derecho talmúdico les permitía tener cuatro esposas, pero el sinedrio de París en 1807 les prohibió la
poligamia en donde no era aceptada por las costumbres de la región.
Ante tales hechos, los teólogos y canonistas antiguos que interpretaban los primeros capítulos del génesis de
una manera literal e histórica, explicaban la existencia de la poligamia de la siguiente manera:
- desde la creación de los protoparentes (los primeros padres, Adán y Eva), Dios prescribió con ley positiva e
invalidante la unidad del matrimonio, ya instituida y recomendada por el derecho natural.
- de esta institución divina no consta que Dios haya concedido ninguna dispensa hasta el diluvio, a pesar de que
ya el patriarca Lamec se había apartado de ella al tomar dos esposas (Gn 4, 19).
- a partir del diluvio, Dios permitió al pueblo escogido, al menos desde Abraham, una poligamia moderada, para
su mayor y más rápida propagación. Pero ésta concesión se extendió indirectamente también a los pueblos
paganos.
- en la legislación mosaica se aprueba expresamente la poligamia por la Ley del levirato (levir-cuñado) Dt 25,5.
- en ninguna parte consta que Dios haya permitido la poliandria.
- al llegar la plenitud de los tiempos, Cristo como legislador universal, con su autoridad divina, abroga la
concesión hecha en el Antiguo Testamento y restablece la unidad del matrimonio para todo el género humano,
de tal manera que volvió estar en vigencia la prohibición divina positiva primigenia de la poligamia, que por
otra parte en tiempos de Cristo era ajena a las costumbres de los judíos y estaba gravemente prohibida en el
Imperio Romano.
Actualmente, de acuerdo con los criterios de interpretación de la Sagrada Escritura, dados en la Constitución del
Concilio Vaticano II, Dei Verbum (n. 12), y ya antes por Pío XII en su encíclica Divino Afflante Spiritu (30-
sept-1943), según los especialistas en ciencias bíblicas, los primeros capítulos del Génesis, si bien son Palabra
de Dios y forman parte de la revelación, no necesariamente debe de entender histórica y literalmente, sino que
el escritor transmite las correspondientes enseñanzas divinas en determinado género literario, aquí en forma de
reflexión teológica, quiere describir a la humanidad antes del nacimiento del pueblo escogido, de donde saldría
el Redentor.
Por eso no es necesario recurrir a ninguna concesión o dispensa de un Dios legislador del Antiguo Testamento
para explicar la no observancia de una ley divina positiva. Pero si es necesario tener en cuenta que, siendo tanto
como el Antiguo como el Nuevo Testamento Palabra de Dios, el Nuevo está latente en el Antiguo y el Antiguo
está patente en el Nuevo, y los libros del Antiguo Testamento adquieren y manifiestan su completo significado
en el Nuevo Testamento, y a su vez lo iluminan y lo explican (DV 16).
2. La Revelación cristiana: Mt 19, 3-10 (Mc 10 1-12; Lc 16, 18; 1Cor 7 10-11).
Esta excepción, salvo el caso de fornicación, la Iglesia siempre la ha entendido como causal de separación de
cuerpos pero no de disolución del vínculo. En cambio la iglesia oriental separada traduce fornicación por
adulterio y sostiene que el adulterio es causal de divorcio. En este texto del Nuevo Testamento junto con el de
san Pablo, se basa toda la doctrina del magisterio de la iglesia sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio,
comentada y explicada unánimemente por teólogos y canonistas desde los primeros siglos del cristianismo hasta
la actualidad.
Asimismo, se esforzó y se urgió de una manera especial en el derecho canónico a partir del siglo XII, tanto en el
Decreto de Graciano como en las Decretales, que después confirma el concilio de Trento contra los protestantes.
Para resumir la doctrina baste mencionar el siguiente comentario al texto sagrado hecho por Inocencio III:
“Por esto, (es decir, que a los paganos convertidos se les permita a ejemplo de los patriarcas, seguir unidos a
varias esposas) es absurdo y contrario a la fe cristiana, ya que al principio una sola costilla fue convertida en
una sola mujer (Gn 2, 24) y la escritura divina testifica que por eso dejara el hombre a su padre y a su madre y
se unirá a su esposa, y serán dos una sola carne. No dijo tres o más, sino dos, ni dijo: se unirá a sus esposas sino
a su esposa”.
3. Iluminada por la fe, supuesta esta revelación divina, la razón puede probar filosóficamente que el matrimonio
monogámico es una institución de derecho natural, en cuanto que la misma naturaleza humana lo exige para la
adecuada y perfecta consecución de sus fines:
a. Respecto a la unidad, cualquier poligamia está prohibida por el derecho natural o porque impide totalmente
dichos fines como la poliandria o porque los dificulta más o menos gravemente, y no los obtiene sino de una
manera imperfecta, como la poliginia. La naturaleza humana exige una unión estable y permanente de un solo
hombre con una sola mujer, para la educación sana, integral y condigna de la prole.
Así como los padres tienen derecho a sus hijos, los hijos tienen derecho a sus padres, bien identificados, unidos,
que cubran todas las necesidades físicas y materiales, mentales, emocionales, espirituales. Y el mejor regalo que
les pueden dar los padres a sus hijos para que crezcan sanos, y adquieran una personalidad moral y sean felices,
es que se amen mutuamente, sean fieles el uno al otro y permanezcan unidos. Los traumas que causan
desórdenes, más o menos graves en la personalidad, provienen de la falta de amor y de los conflictos
conyugales que destruyen la institución familiar.
b. Respecto a la indisolubilidad, se hizo la distinción entre la indisolubilidad intrínseca y extrínseca.
Respecto a la intrínseca (la imposibilidad de divorciarse por mutuo consentimiento y por la autoridad privada)
ésta sigue los mismos principios de la unidad está prohibida por el derecho natural primario. Respecto a la
extrínseca, es decir, que ninguna autoridad pública pueda disolver el vínculo por ninguna causa, la opinión más
común de los autores, confirmada por la praxis de la iglesia, es que no se puede probar por la sola razón.
En décadas pasadas, algunos autores discutían sobre sí la Iglesia podría disolver el vínculo del matrimonio ya
consumado entre bautizados, que hasta la fecha es absolutamente indisoluble (c. 1141). Como argumento de
razón debe observarse la exposición que hace la Const. Gaudium et Spes sobre el concepto del matrimonio (nn.
34-36).

También podría gustarte